HACHI: KYOTO.
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No me miréis, no poseo nada de esto, salvo la mala leche que gasto. No tengo dinero para comprarle los derechos de autor ni a mi vecina de al lado, menos al señor Watsuki.
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Media hora más tarde, Misao y Aoshi habían conseguido por fin inmovilizar a Hikaru y evitar que saliera corriendo de la habitación por la ventana, ante la alucinada mirada del resto de los habitantes del Aoiya. Tras asegurarse de que la ventana estaba atrancada y que le sería imposible a la joven pelirroja abrirla, y que había alguien delante de la puerta a modo de guardia personal, dejaron a la muchacha acostada en la cama, agotada por el esfuerzo y la fiebre. Misao se estaba aguantando las ganas de ametrallar a Aoshi con preguntas tales como de qué conocía a la chica, pero al parecer Okina tenía planes al respecto. Tras la cena, les pidió a ambos que pasaran a una sala aparte, en donde podrían hablar a gusto.
-No lo entiendo- musitó Misao, más para su coleto que para los dos hombres presentes, mientras se arrodillaba-. Parecía realmente asustada...
-¿Qué tal si nos explicas quién es esta chica, Aoshi?
-Es amiga de la chica Kamiya- contestó escuetamente el aludido-. Estaba en un apuro, y les ayudé.
-¿Amiga de Kaoru-san?- preguntó Misao-. ¿Y por qué no nos lo diría?
-Tal vez no sabía que éramos amigos de Himura y Kaoru... Pero, ¿por qué reaccionó así al verte, Aoshi? ¿Hay algo por lo que te tenga miedo?
Aoshi hizo un gesto de negativa. Aunque no lo diría en voz alta ni aunque le amenazaran con arrancarle la piel a tiras, él también se encontraba sorprendido y preocupado por la reacción de la muchacha. El principal recuerdo que guardaba de aquel asunto era el de la muchacha de cabellos rojizos, de pie ante él, preguntando por el antídoto, firme y sin perder la compostura, mientras Sagara hacía visibles esfuerzos para evitar que la chica Kamiya se le tirara al cuello. Una estampa muy diferente a la de hacía solo unos momentos, cuando había intentado salir corriendo a pesar de su desastroso estado.
La pregunta era la de siempre: ¿en qué mogollón se habría metido?
-Tal vez podríamos enviar un mensaje a Himura- ofreció Misao, de pronto-. Si Kaoru-san la conoce, también lo hará él, por extensión.
-No me parece mala idea- respondió Okina-, aunque tendremos que esperar a mañana para hacerlo. Ahora es bastante tarde como para andar despertando a las palomas.
Los otros dos presentes simplemente asintieron. Finalmente Aoshi, sin decir ni media palabra, se levantó y salió de la sala. Misao le siguió con la mirada, antes de lanzar un suspiro que era más bien de desesperación.
-¿Hay algo que te preocupe, Misao-chan?
-Hikaru-chan, en general. Es muy extraña... Hay algo en ella que no acaba de encajar, y me temo que Aoshi-sama sabe algo que no quiere decir.
-Es mejor que lo dejemos estar por ahora.
Misao asintió simplemente, aunque todavía tenía sus dudas al respecto.
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Hikaru se despertó y se irguió en el futón de golpe, para luego volver a dejarse caer con un ligero gemido. Le dolía todo el cuerpo, en especial el brazo entablillado, y le costaba bastante respirar. Durante un momento se mantuvo tomando aire a grandes bocanadas, mientras mantenía los ojos fuertemente cerrados. Poco a poco, el dolor fue remitiendo, y aunque le costaba todavía un poco respirar, al menos no era tan exagerado. Su situación habría sido mucho mejor si no hubiera sido por la paliza que le habían dado aquellos tipos. Abrió los ojos y miró el techo.
No recordaba el sueño, no del todo, al menos. Tenía la sensación de que en dicho sueños estaban presentes Kenshin y Sano, y Shinomori... Y, por extraño que resultase, también estaba el policía que la había interrogado en Tokyo, el tal Saito.
-El pasado...- musitó-. Si le preguntara a Shinomori-san, ¿qué me diría del sueño? ¿Diría siquiera algo?
Cerró los ojos, aunque sabía que aquella noche no volvería a dormir. Dejó vagar su mente en pensamientos futiles, pero una y otra vez, como cada vez que tenía tiempo para pensar, se le aparecía la imagen de los feriantes. Hikaru volvió a abrir los ojos, brillantes por las lágrimas no derramadas.
-¿Por qué estoy condenada a ver a la gente a la que quiero y respeto sufrir y morir?
Pero, como ya había sospechado, nadie respondió a sus palabras. Solo el silencio de la noche, una noche larga que tendría que pasar, una vez más, sola con sus pensamientos.
-¿Ya despierta tan de mañana?- interrogó Omasu alegremente, mientras pasaba dentro de la habitación con una bandeja en la que había una taza de té y un tazón con arroz. Hikaru asintió.
-Me despertó un mal sueño, y no pude dormir más- explicó.
-Bueno, si tienes algún problema para dormir, seguro que podemos hacer algo al respecto. Siempre podemos hablar con el doctor para que venga a verte...
-No es necesario- contestó la muchacha pelirroja, tomando entre sus manos el tazón de arroz-. Siento lo de anoche... Yo... No esperaba ver a Shinomori-san, la verdad, y me asusté.
Omasu se rió suavemente, tapándose la boca con la mano.
-La verdad es que a veces puede causar ese efecto, pero no le digas nada a Misao. Tiene en muy alta estima a Aoshi-sama, se enfadaría terriblemente.
-Sí, lo parece. Y... ¿Dónde está Misao?
-¡Ah! Ha ido a hacer un recado urgente, y luego irá al mercado. Volverá a eso del medio día.
Hikaru asintió y volvió a su desayuno, y a sus pensamientos. El hecho de ver a Shinomori realmente la había asustado, pero no en el sentido que ellos podrían considerar. Lo que había hecho que saltara casi de inmediato e intentara huir era el hecho de que, una vez más, se había encontrado con alguien a quien respetaba... Y si ya había tenido miedo por la gente del albergue, al verle este se había centuplicado. No era que no confiase en las habilidades de Shinomori, más bien al contrario. Igual que con Kenshin o Sano, sabía que muy poca gente podía derrotar al silencioso hombre. Pero, al igual que en el dojo Kamiya, en aquel albergue había gente que, si bien tenían grandes habilidades, sí corrían el terrible riesgo de salir malparados en todo aquel asunto.
La idea de que alguien más saliera herido por su culpa la aterraba.
-¿... al, Hikaru-chan?
-¿Perdón?
-Preguntaba si te encontrabas mal- contestó Omasu-. Te estabas poniendo pálida por momentos.
-Ah, no, estoy bien, Omasu-san... Son solo pensamientos vanos.
-Pues para ser vanos, te afectan bastante.
Hikaru sacudió la cabeza.
-Es una mala costumbre que tengo, preocuparme por cosas que no tienen sentido- dijo-. Y no estoy del todo bien, así que supongo que todo se amontona, a fin de cuentas.
Omasu asintió, aunque no muy convencida. Hikaru acabó el arroz y tomó la taza de té con su mano derecha. Miró en el líquido verdoso. Dentro habrían disuelto la medicina que se les hubiera indicado, con toda probabilidad. Una medicina para sanar el cuerpo.
"Pero no hay medicina para sanar el alma."
Despacio, la muchacha se bebió el té. Dejó la taza sobre la bandeja, y Omasu la recogió con rapidez.
-¿Necesitas algo más?
Hikaru quería decirle que sí, que necesitaba alejarse de allí. Que necesitaba correr, encontrar un lugar en el que no pudiera encontrar ningún lazo, para enfrentarse a aquellos que estaban detrás de ella, fueran quienes fuesen. Que necesitaba, ante todo, alejar el peligro de aquella gente a la que estaba empezando a coger cariño. Pero no lo hizo. ¿Cómo podrían entenderlo?
-No, nada- contestó al fin, con una sonrisa.
La mujer la miró con una expresión de suspicacia, pero decidió dejarlo pasar y enseguida estuvo sonriendo de nuevo.
-Entonces acuéstate y descansa. Cuando vuelva Misao le diré que te suba el almuerzo.
-Omasu-san...
-¿Sí?
-Muchas gracias... Por todo.
-No es nada, Hikaru-chan. Y ahora a descansar.
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-Nuestros intereses están resultando muy dañados por tu incompetencia.
-Esto resultaría más fácil si no tuviera a unos inútiles trabajando para nosotros.
-Tú contrataste a esos inútiles.
-Es lo que pasa por venir a un país que está lleno de los mismos.
-¡Silencio!- exclamó una voz grave y terrible, y el resto de las voces callaron de inmediato.
Se hizo una pausa momentánea, y finalmente la voz que había ordenado callar a las demás volvió a hablar.
-Bárbaros o no, este es su país, y por tanto es necesario que tengamos a nuestro servicio a algunos nativos. Sin embargo, nuestra estancia se está prolongando más de lo debido por culpa de la incapacidad de tus hombres para encontrar a una simple niña, y no quiero perder este negocio. ¡Date prisa en solventarlo, o me aseguraré de que abandones la Hermandad!
Hubo un pesado silencio. Todos los presentes sabían que no se podía abandonar la Hermandad. A menos, no vivo.
-Conseguiré encontrar a la niña, mi señor. Es una promesa.
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El atardecer teñía el cielo con colores rojizos y anaranjados cuando Fuma Hagane, que había acelerado la marcha hasta límites inhumanos, llegó a Kyoto.
En realidad, solo había alcanzado los límites de la ciudad. No estaba preparado para entrar en aquellas calles. Si alguien le veía con ese aspecto, se podía armar una buena, y Hagane sabía perfectamente que eso era lo último que le convenía a su misión. Así pues, el ninja buscó un escondite decente, y se dispuso a tomarse los últimos víveres que le quedaban. Mañana tendría que hacerse con algo más de comida de viaje, además de buscar información sobre la muchacha.
Había encontrado un buen lugar: un templo abandonado. Tal vez hubo un tiempo en que un monje atendió el lugar, cuidándolo y manteniéndolo en la medida que le fuera posible, pero probablemente a la muerte de este no llegó nadie a reemplazarle. El templo, aún estando cerca de Kyoto, estaba en un lugar de difícil acceso, y era bastante pequeño y poco llamativo. Perfecto para sus necesidades.
Ahora, era cuestión de establecer un plan.
Sabía que la muchacha no podía haber pasado del todo desapercibida, siendo como era una rareza entre la gente japonesa, con los cabellos rojizos y los ojos del color del océano. Tal vez pudiera encontrar una información fiable respecto a dónde se había hospedado, o en que dirección se había ido, si sabía dónde buscarla. Y Hagane sabía muy bien donde buscar.
Había, en esos aspectos, algo que le preocupaba. La red de contactos del clan Hojo se había reducido considerablemente tras el fin del Bakumatsu no Douran, y era más que probable que no encontrara ningún aliado de tan lejano tiempo. Sabía que había un grupo, sin embargo, que podía facilitarle dicha información. Ya en la época del Bakumatsu eran reconocidos por sus grandes capacidades y por su amplia red de contactos. Según Amemaru, que también tenía sus informadores, había averiguado que, aunque había cambiado de líder recientemente, el grupo seguía activo y operando.
La primera tarea del día, pues, era intentar contactar de alguna manera con el grupo en cuestión. La siguiente era encontrar un alojamiento razonable. Por muy ninja que fuera, desde luego no estaría en condiciones de viajar si no descansaba de manera adecuada en cuanto tenía la oportunidad.
También, por supuesto, tenía otras cosas sobre las que meditar, cosas que había dejado de lado durante el viaje pero que, ahora que podía descansar un momento, volvían a su mente con toda la fuerza del mundo. Estaba preocupado por el asunto del traidor, y aunque confiaba ciegamente en Miho, no podía evitar sentirse intranquilo. A fin de cuentas, si el hombre había podido esconderse durante tanto tiempo, no sería un adversario fácil. Se recordó que contaba, de todas maneras, con Amemaru, pero aquello no acababa de convencerle, puesto que el samurai ya tenía entre manos suficientes problemas como para que encima tuviera que ocuparse de los del clan de Hagane. Además, los ancianos nunca lo permitirían.
Eso le llevaba a pensar, de pronto, en los problemas de Amemaru. El secreto de la aldea oculta en la montaña, Fuyuzuki Hikaru... Hagane sabía que el secreto era algo que podía hacer muy rico a quien lo poseyera... O muy poderoso. Algo así no podía ser despreciado fácilmente. Tal vez por eso hubiera tanta gente detrás de ello, y por lo tanto de la muchacha. Y él, por supuesto, también estaba mezclado en todo aquello. A fin de cuentas, ¿no andaba buscando a la chica para llevarla con el tal Rodríguez para que les dijera dónde estaba aquel maldito secreto? No era muy distinto, y bien poco que le importaba. Tenía sus razones para seguir en aquel barco, a fin de cuentas. Razones que coincidían con las de su clan.
Pero se estaba dejando llevar, pensó. Le esperaba un día muy ajetreado, y ahora que la noche extendía su manto sobre la tierra, era hora de descansar y olvidarlo todo durante unas horas. Así pues, tras acomodarse en un rincón del viejo templo, se sumió en un reparador, pero muy ligero, sueño.
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Hikaru esperó hasta que la luna estuvo bien alta y la gente del Aoiya estuvo en sus habitaciones. Esperó algo de tiempo más, hasta que estuvo convencida de que todos los habitantes del albergue dormían profundamente. Y entonces se levantó.
Había tomado la decisión a mediodía, tras hablar un rato con Misao. Había conseguido sonsacarle algo de información respecto a la relación entre la gente del Aoiya y la del dojo Kamiya, y para su desesperación absoluta había descubierto que todos ellos eran grandes amigos. Se había preguntado entonces por el verdadero motivo del recado de Misao, y había decidido que no quería averiguarlo.
Tenía que marcharse, cuanto antes mejor.
Pero una de las muchas cosas que Hikaru había aprendido antes de perder la memoria había sido a tener paciencia. Y había esperado el momento oportuno. Que, al parecer, era este.
Silenciosa como un gato, y haciendo caso omiso del dolor de su brazo izquierdo y el de sus riñones, se puso en pie y avanzó hasta que alcanzó la puerta de su habitación. La abrió con un suave y pausado movimiento, solo lo suficiente para echar un vistazo, y cuando vio que no había nadie a la vista, la abrió del todo y salió, cerrando tras de sí la puerta, tal y como la había dejado la última persona que había salido del cuarto antes que ella. No hubo más sonido que un roce, que bien podría haber sido el viento al mover las ramas de algún árbol. Caminó por el pasillo, andando casi de puntillas, y se acercó a las escaleras...
Solo para ver su camino obstruido por una figura que contaba con ciento ochenta y cinco centímetros de altura y unos ojos azules verdosos fríos como el hielo que incluso en aquella oscuridad parecían brillar como gemas talladas puestas bajo una luz intensa.
Hikaru se detuvo, mirando con desesperación al hombre.
-¿Es que no os dais cuenta de lo que pasa?- preguntó la muchacha en un siseo-. ¿Por qué me hacéis quedarme aquí, cuando sabes que solo traeré problemas? ¿Por qué, Shinomori-san?
Aoshi guardó silencio durante un rato, como meditando cuidadosamente lo que debía contestar, y por un momento Hikaru pensó que no le contestaría, pero el hombre habló, en un tono de voz pausado y bajo.
-Estás enferma y necesitas atención médica- dijo, como si con él no fuera la cosa.
-¡La atención médica se puede ir al carajo! ¿Sabes siquiera cómo es que acabé con el brazo así? ¡Mi estado es lo que menos importa en este momento! ¡Es de vuestra seguridad de lo que estoy hablando!
-Nuestra seguridad en nuestro problema- contestó Aoshi-. Y creo que, por lo que respecta a Misao, la tuya también ha pasado a ser problema nuestro.
Hikaru entrecerró los ojos.
-Eso es algo que solo yo decidiré, Shinomori-san, y por lo que a mí concierne, mi seguridad es secundaria. Me quede o no, alguien va a pasarlo mal. Prefiero ser yo a que lo sea otro.
Una nueva pausa.
-Al menos, merecemos una explicación.
Un suspiro de desespero.
-¿Ahora? ¿En serio esto no puede esperar a que haya pasado todo?
-Puede que entonces no haya explicación que valga.
-No te enfades si te lo digo, pero... ¡Eres un cabezón!
-No es la primera vez que me lo llaman.
-¿También te han comentado alguna vez que eres desesperante? No contestes, creo que ya me sé la respuesta- Hikaru suspiró-. Está bien, me quedaré y lo explicaré todo... Pero me marcho en cuanto me digan que estoy en buenas condiciones de salud, ¡y no diréis ni una sola palabra al respecto!
Aoshi simplemente hizo un gesto de asentimiento, pero no se movió, aunque sabía que no hacía falta que se quedara para ver si Hikaru cumplía su palabra o no. En aquella frase había algo de la vieja Hikaru, aquella muchacha de cabellos rojizos que en ningún momento dudaba de lo que debía o quería hacer. Y dicho y hecho, la kunoichi se dio la vuelta y se fue a su cuarto. Una vez hubo cerrado la puerta corredera tras ella, Aoshi también volvió a su habitación. El silencio reinó durante unos instantes, hasta que otra puerta corredera se abrió y Misao asomó la cabeza.
-¿Hmmm? Juraría que había escuchado a Aoshi-sama y a Hikaru-chan hablando afuera...- musitó-. En serio, cada día tengo sueños más raros- y con estas palabras, metió la cabeza de nuevo en su cuarto y cerró la puerta.
Y la paz reinó en el Aoiya durante unas cuantas horas.
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Los dos ninja se miraron y, bajo sus máscaras de tela, sonrieron. Luego, uno le pasó el papel que habían estado leyendo al occidental que les había contratado.
-La encontramos.
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El médico vino aquella mañana, desentablilló el brazo de Hikaru y lo vendó, devolviéndole la movilidad. Les recomendó a Misao y Okina que mantuvieran la venda y que, en caso de que fuera necesario cambiársela, que la apretaran con fuerza, dado que lo único que hacía era mantener el hueso firme. Se mostró muy satisfecho de la recuperación de Hikaru en lo referente a su catarro (pues ahora estaba claro que no era más que eso), aunque recomendó que le siguieran dando la medicina hasta que hubieran pasado los seis días. Tras un par de consejos más, el doctor salió del Aoiya y se encaminó a su siguiente visita, dejando a los habitantes del albergue algo más tranquilos y algo más intrigados.
Aquel día Aoshi, contra todo pronóstico que hubiera podido realizar Misao, volvió a la hora de comer al albergue. Por suerte, Hikaru se empeñó, y mucho, en comer con ellos, para así tener la oportunidad de agradecerles a todos lo que habían estado haciendo por ella. Aunque aquello era, por supuesto, una excusa para esconder lo que de verdad pretendía, tener una charla con Aoshi para decirle que era lo que la había llevado a aquella situación. Claro que ni hablar de dejar de lado a Misao. Y ahora estaban los tres en una salita, silenciosos.
Hikaru se sentía confusa. Les había relatado todo, desde su llegada a Tokyo con los feriantes hasta su desmayo frente al Aoiya. No había omitido nada más que detalles insignificantes, y ahora esperaba que alguien dijera algo. En ciertos aspectos se sentía aliviada por haber liberado todo lo que se había estado guardando en su interior, pero por otro lado le preocupaba lo que pudieran decidir Aoshi y Misao. La kunoichi pelirroja sabía muy bien que Aoshi no diría nada si no se le preguntaba directamente, así que todo quedaba en manos de Misao para que aquel incómodo silencio se rompiera. La muchacha morena estaba pensativa, y así siguió durante unos instantes, hasta que al fin dijo lo que estaba pasando por su mente:
-Dado que Saito está metido en ese caso, he de suponer que lo que Cho pidió también estará relacionado.
-¿Cho? ¿Quién es ese, está relacionado con Saito-san?- preguntó Hikaru.
Misao se encogió de hombros.
-Realmente no lo sé, pero tiene toda la pinta.
-¿Y qué pidió?
-Información sobre un clan de ninjas, el clan Iga. ¿Te suena?
Hikaru sacudió la cabeza.
-Dijiste que te atacaron ninjas en el dojo Kamiya y en la ruta Tokai- comentó Aoshi, y Hikaru le miró, casi sorprendida de que el hombre se hubiera decidido a hablar.
-Así es. Y por lo que me comentó Megumi-san, el tipo que atacó la clínica también lo era...
-Pero, ¿por qué la atacarían?- interrogó Misao-. ¿No habría sido más sencillo preguntarle directamente?
-No habrían obtenido respuesta.
-Nani?
-Shinomori-san tiene razón, Misao-chan. No podría haberles dado una respuesta, porque no recuerdo nada de mi vida pasada. Pero tienes razón, les habría resultado más sencillo preguntar de manera directa.
-A menos que necesitaran buscarlo en secreto.
-¿Y qué buscarían que tendrían que hacerlo en secreto? Espera, retiro eso- dijo Misao, acordándose de pronto de cierto suceso acaecido unos cuantos meses antes.
-Pero creo que alguien más detrás, aunque no estoy segura- aseguró Hikaru-. El amigo de Sano, Tsukioka Tsunan estaba investigando algo, y creo que estaba relacionado con los que me atacaron porque Sano le estaba visitando mucho últimamente.
-¿Por qué ese tal Tsukioka estaría investigando unos ninjas?
-No creo que fuera a los ninjas a los que estuviera siguiendo... Pero tal vez sí a alguien que esté relacionado con esos ninjas.
-¿Gaijin?
-Probablemente... Pero, ¿qué podrían querer de mí?
-Tal vez no sepan que... bueno... que no recuerdas nada.
Hikaru asintió.
-Me temo que es así, de lo contrario habrían dejado de perseguirme hace tiempo. Pero aún así, estoy poniendo en peligro a la gente que me rodea. Después de lo que pasó en Tokyo, prefiero alejarme, y ya llegará el momento de enfrentarse a ellos.
-Huir no es una opción para ti- repuso Aoshi.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me quede y pelee?- le espetó Hikaru, en nada intimidada por el carácter seco del hombre-. Si lo hago sola, me cogerán en menos que canta un gallo, y si alguien me ayuda, probablemente le herirán. No, gracias. Pelearé en un terreno a mi gusto, y esta ciudad no es lo que yo considero un terreno decente para luchar.
-¡¡Pero no puedes correr toda tu vida!- exclamó Misao.
-¿Y quién ha dicho que lo vaya a hacer? Cuando me recupere, me marcharé. Pienso seguir al sureste, hasta alguna de las zonas menos pobladas. Y allí me enfrentaré a esos tipos. Sin nadie que pueda resultar herido. Si no os gusta, lo siento, pero está decidido, y tendrá que ocurrir algo drástico para que cambie de planes.
Y con esto, la chica pelirroja se levantó y salió del cuarto en dirección a su habitación. Misao hizo además de seguirla, pero Aoshi la retuvo con un gesto.
-No tenemos derecho a retenerla más allá de lo que diga el doctor.
-Pero...
-Espera. Probablemente las cosas cambien en unos días.
Misao suspiró y observó la puerta por la que Hikaru había salido. Sabía que, en lo que respecta a sentido común y buen juicio, Aoshi era de confiar, pero algo le decía que era más complicado de lo que en realidad ambos pensaban.
En otro lugar de Kyoto, Okina estaba teniendo un encuentro que, incluso para un ninja que había actuado en la era Edo y en el Bakumatsu no Douran, resultaba cuanto menos surrealista.
Aquella tarde había pensado que, dado que Aoshi había decidido tomar cartas en el asunto de la chiquilla pelirroja de manera directa, podía saltarse las explicaciones y que Misao le dijera como había ido todo, y se había ido a buscar información... Aunque su idea de información tenía los ojos grandes, el pelo largo, vestía kimono y no alcanzaba los veintidós años ni en sueños. Y allá había ido el anciano, trotando calle arriba y calle abajo. Al cabo de dos horas de dar vueltas había decidido que trotar no era para los hombres de su venerable edad y se había sentado a tomar un té en un pequeño tenderete.
En aquella situación estaba cuando había notado un chi extraño. Por supuesto, años de experiencia no se pueden apartar tan fácilmente, y Okina se puso en guardia. Pero el extraño que se le acercaba por detrás no parecía interesado en atacarle. El hombre se sentó al lado de Okina, y pidió un té. El anciano ninja miró por el rabillo del ojo. El hombre aparentaba ser un anciano de rostro tranquilo y agradable, pero una inspección más detallada a sus manos y a su manera de actuar le dijeron que no era un anciano, y que probablemente no contara con más de treinta años.
-Hace un día estupendo, ¿no es así?- comentó el hombre, comenzando una conversación en apariencia fortuita e inocente, pero Okina no se dejaba engañar.
-Ciertamente, un buen día para pasear y hablar.
-¡Ah, sí, hablar! Curioso lo que se puede averiguar en una charla casual, ¿no cree? A veces se consigue encontrar respuestas a preguntas que uno pensaba irresolubles.
Jolín con el muchacho, se dijo Okina, mira que daba vueltas.
-Tal vez pudiera usted resolver alguna de las mías- continuó el hombre.
¡Al grano por fin!
-Tal vez, si conozco alguna de las preguntas.
-No creo que sea complicada. Hay una chica pelirroja que tiene unas capacidades bastante sorprendentes. Viajó de Tokyo a Kyoto, y es probable que continúe su viaje más allá. Necesito saber si ha permanecido aquí, si ya ha abandonado la ciudad, y en que dirección se marchó.
Todo tipo de pensamientos empezaron a correr por la mente de Okina, y ninguno de ellos buenos. ¿Una chica pelirroja llegada desde Tokyo? La descripción coincidía con Hikaru, y desde luego el estado de la muchacha indicaba que estaban persiguiéndola. ¿Era este uno de los que la habían atacado? Aunque intentó mantener la calma, un ligero cambio en la expresión del otro le dijo que no había pasado desapercibida su molestia.
-Es una información difícil de encontrar, Kyoto es muy grande.
-Confio en la capacidad de los Oniwabanshuu de encontrarla. Su red de contactos sigue siendo tan importante como en tiempos pasados. De todas maneras, aunque no pueda encontrar la información, le recomendaría que usted y los suyos tuvieran cuidado.
-¿Es una amenaza?
-Ni hablar, jamás osaría enfrentarme a gente tan capaz. Pero le daré una información respecto a la muchacha a cambio de la que usted me pueda dar: hay otras personas interesadas en ella, y a diferencia de mí, no dudarán en atacarles.
Okina se levantó.
-Si no hay nada más que quiera decirme...
-Solo una última cosa. No confíe en los occidentales. En estos momentos no es seguro.
Hubo una pausa, y Okina se giró. El tipo había desaparecido, pero había dejado el dinero de su consumición en el lugar en el que se había sentado. El anciano meditó por un momento la escena, y sus pensamientos le llevaron a una conclusión: que aquello les estaba viniendo grande a todos.
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La noche cayó sobre la ciudad, las estrellas como puntos de luz borrosos entre jirones de nubes, el círculo de la luna completamente negro. Poca gente se adentraba en las calles mal iluminadas, en general hombres bien acomodados que salían de reuniones con otros como ellos, e incluso estos trasnochadores y sus acompañantes andaban con paso rápido y nervioso. Se olía en el aire. Era una noche para la muerte.
Pero la muerte no se cernía sobre estos viandantes. Al menos, esta vez no.
Acostada en el futón, con la cubierta subida hasta la nariz, sus dedos pálidos agarrados a la tela, y los enormes ojos del color del océano abiertos de par en par, Hikaru esperaba. Tenía la funesta sensación de que aquella noche iba a ser como la del dojo Kamiya, cuando el ataque de los ninjas. No podía dormir, pero no quería levantarse. La joven kunoichi palpó entre sus ropas, buscando la empuñadura del tanto, y acarició el mango de madera casi con reverencia. Una vez más tendría que usarlo, estaba segura.
Esperó. Y tras unos minutos que se hicieron como horas, se levantó. Estaba vestida con una yukata que le había dejado Omasu, y Hikaru sabía que esa no era la mejor ropa para luchar, pero aún así agarró su arma, dispuesta a defenderse. Se puso en guardia, y esperó un poco más.
Atravesando los cristales de su habitación, tres figuras que no habían sido otra cosa que sombras no hacia más de unos cuantos segundos penetraron en el albergue, atacando con tantos y ninjatos. Hikaru saltó hacia atrás, esquivando tanto los ataques como los fragmentos de cristal, y aterrizó agachándose, tomando impulso para dar un salto hacia delante, a enfrentarse a aquellos tipos. Pero escuchó un tremendo alboroto, tanto dentro como fuera del albergue, y en un movimiento instintivo, esquivó hacia la derecha en lugar de atacar hacia delante.
En aquellos momentos, los habitantes del Aoiya, armados y preparados, pues habían estado esperando el ataque al igual que Hikaru, irrumpieron en el cuarto, con Misao en cabeza y Aoshi apenas un paso detrás.
Al mismo tiempo, otros seis ninjas entraron, pero uno de ellos de una manera diferente: empujado con fuerza por otro cuerpo, atravesando la habitación y aterrizando en el lugar dónde había estado Hikaru segundos antes, y resbalando hasta la posición dónde se encontraba Misao. El cuerpo frenó a los pies de la kunoichi morena, y esta pudo ver al hombre que había usado al otro de deslizador.
Un ninja con el pelo negro corto, y con la parte inferior de su cara cubierta por una máscara en forma del hocico de un tigre rugiente.
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NOTAS DE LA AUTORA: ¡Agfs! ¡Por fín he acabado con este capítulo! Durante unos cuantos meses se me fue la inspiración, no he escrito nada en ese tiempo, pero de pronto, gracias a una review, volvió, y he acabado este cap. He decidido adelantar un poquito los acontecimientos, de forma que Hikaru, Aoshi y Misao van a encontrarse por fin con Hagane, y las cosas tal vez se aclaren un poquito... Aunque aún hay mucho por escribir. Va a resultar complicado, porque ahora estoy trabajando y no tengo demasiado tiempo, pero veré lo que se puede hacer. Me niego a dejar esto aparcado.
Creo que a partir de ahora me dedicaré a hacer una descripción de cómo surgieron los personajes inventados de esta historia, espero que no os importe OU
Creo que el primero del que debería hablar, tanto por lo mucho que me gusta como porque ha sido el que ha quedado más definido, es Fuma Hagane, del clan Hojo. Tal vez sea un poco pronto, puesto que tengo planes para él, pero ¡ea, creo que se lo merece. Dio la casualidad de que cuando metí en la trama a Hagane y a Amemaru me había comprado el Onimusha 2... Y me enamoré de Fuma Kotaro, el ninja del clan Hojo que ayuda a Jubei. ¡Era estupendo! Así que Fuma Hagane heredó de Kotaro-san el apellido, el clan y gran parte de sus pintas. Pero quería darle un toque para diferenciarle, y entonces me acordé de Rodi, del Shining the Holy Ark, y de la máscara de metal que le ponían en cierto punto de la aventura. La máscara de Rodi era bastante sosa, pero me hizo gracia lo de que fuera de metal, así que le puse una a Hagane. El tigre rugiente es por uno de los cuatro dioses chinos: Byakko. Además, cuando me hice la imagen mental, me gustó la pinta de la máscara. El nombre es de otro ninja de videojuego: Hagane, uno de los personajes secretos del Shining Force III. Chungo de encontrar, con la coñita de que tenías que meterte en las ruinas del escenario y tal.
En lo referente a su personalidad, quería que Hagane-san fuera en parte un gamberro de tomo y lomo, y por otro lado una persona seria y estable. En ciertos aspectos, quería que fuera el contrapunto de Amemaru. Me gustaba la idea de que personas muy diferentes fueran grandes amigos, hasta el punto de acudir uno en ayuda del otro. Pero Hagane es especial. Es un personaje, podría decirse, "de la historia", que la historia me ha pedido. Actua un poco fuera de mi control. Tal vez sea por eso por lo que me gusta tanto.
Hibari: Me alegra que te guste el fic La verdad es que el fic de El Ciclo de los Cinco Poderes no ha pasado del capítulo 18, ya te expliqué las razones en el emilio. Fue mi primer fic, y me da mucha vergüenza. He evolucionado bastante desde entonces, espero escribir mejor ahora que cuando empecé. Desde luego, no escribo igual. Claro que tengo más novelas de Salvatore y Cunningham entre pecho y espalda xD De todas maneras, lo empecé hace cuatro años, y lo dejé aparcado hace dos, creo que lo mejor era darlo por muerto. Pero no es una decisión definitiva, a lo mejor cuando acabe con este... Ya veremos.
Y en el siguiente capítulo, Hagane-san y Hikaru-san demuestran que tocarles las narices a dos ninjas es peligroso a más no poder. Saito ha descubierto unas cuantas cosas más, y tiene preparada una sorpresa, al igual que cierto samurai de Yokohama. Rodríguez comienza a entrar un poco en la trama, por fin, y empieza a verse quienes son los otros participantes del juego.
