JU: HECHAS LAS ACLARACIONES...

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Rurouni Kenshin no es mío, nunca lo ha sido, y dudo mucho que lo sea alguna vez. Y teniendo en cuenta que no gano un céntimo con este asunto, dudo que al señor Watsuki le interese hacerse cargo de mis pérdidas. ¿Todo claro? Pues vamos allá.

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Rodríguez tomó un sorbo de té y, con una expresión serena en la cara, empezó a hablar.

-Hasta hace relativamente poco nuestros servicios de seguridad no estaban enterados de la existencia de la Hermandad. No lo descubrimos hasta que atentaron contra la vida de nuestro monarca. ¿Han oído hablar alguna vez de los anarquistas?

Ante las negativas de Kenshin y Kaoru, el hombre continuó.

-La anarquía es un movimiento... ideológico, por llamarlo de alguna manera... que defiende que los gobiernos deben ser eliminados, y que el hombre debe gobernarse sólo a sí mismo. Lo que proponen provocaría una desestabilización del sistema español, algo que hundiría a nuestra nación en un agujero del que probablemente no podría salir.

-¿Qué tienen que ver esos... "anarquistas" con esto?- preguntó Kenshin.

-Verá, se han producido algunos atentados contra la vida de su majestad Alfonso XII. Algunos de ellos han sido especialmente serios. Estos tipejos, por suerte, están desorganizados, y no han logrado ningún resultado en su intento de sembrar el terror. Pero descubrimos que algunos de estos corpúsculos estaban adquiriendo armas de una sociedad distinta. Y entonces surgió el nombre de la Hermandad del Hacha Sangrante.

-Entiendo...

-Desde entonces, un grupo selecto de las fuerzas de seguridad españolas han estado investigando sobre estos hombres. Sus raíces se pierden en el tiempo, y parece que su principal fin es enriquecer a sus miembros a través del tráfico de armas. En estos tiempos en los que la tensión entre los países es tan grande, en la que las guerras se disparan con un simple gesto malinterpretado, su capacidad de negocios parece haberse multiplicado. Y están investigando nuevas armas, armas capaces de derrotar ejércitos en un par de días.

Rodríguez se giró hacia Amemaru, y este asintió y continuó.

-Las informaciones de Rodríguez-san le llevaron a Japón persiguiendo a parte de la cúpula directiva de esta sociedad. Al parecer habían encontrado información sobre un arma nueva con una capacidad destructiva inquietante, y pensaban obtenerla para sus propios fines. Acudí a un viejo amigo mío, Fuma Hagane, para que su clan de ninjas le ayudaran. Creo, Himura-san, que usted se encontró con él el día del ataque al dojo, cuando Fuyuzuki-san escapó.

Kenshin parpadeó, y entonces recordó al ninja de la máscara que había derribado a otro del techo y que había salido a escape antes de que pudiera enzarzarse en combate con él. Asintió.

-Sí, le encontré, aunque no en la mejor de las situaciones.

Rodríguez asintió y continuó.

-Tras un buen tiempo buscando descubrimos que el arma que buscaban estaba en una aldea escondida entre las montañas. Sin embargo, esta aldea llevaba ya tiempo destruida, y solo quedaban pistas de una superviviente. El resto de la historia creo que ya lo conoce.

-¿Es por todo eso que están persiguiendo a Hikaru?- preguntó Yahiko.

-Me temo que sí, mi joven amigo- respondió Rodríguez-. El gobierno de mi país quiere encontrar ese arma antes que la Hermandad si es posible.

Kenshin iba a añadir algo, pero de pronto se puso tenso al sentir una presencia. Tanto Saito como Amemaru parecieron sentirla también, porque parecieron concentrados durante unos momentos hasta que el joven de Yokohama se puso en pie.

-Es Miho-san- anunció, y salió de la sala.

Hubo una pausa, en la que Kenshin se relajó al saber que la presencia extraña era aliada del subalterno de Saito, y en la que Rodríguez sorbió un poco más de té antes de murmurar.

-Impresionante...

-¿Qué encuentra usted impresionante?- interrogó Yahiko, que estaba bastante cerca como para escucharle.

-Las capacidades que parecen poseer ustedes los samurais y ninjas- explicó el hombre-. El señor Date y el señor Fuma han mostrado esas capacidades a menudo, y no dejan de fascinarme. Lo cierto y verdad es que me hubiera gustado ser asignado como cónsul de la embajada española en Japón, para aprender más de esta gente. Una cultura tan...

La frase fue interrumpida cuando un alarmado y algo molesto Amemaru surgió por la puerta.

-¡Saito-san, Rodríguez-san! ¡La Hermandad ha averiguado que Fuma-san ha encontrado a la chica! ¡Están preparando una expedición para ir a la aldea!

-¿Cómo demonios...?- interrogó el español, pero se contestó a sí mismo-. El topo...

Saito miró a Amemaru, y este hizo un sencillo gesto.

-Solo Miho-san, a parte de nosotros, conocía el contenido del telegrama- repuso el joven-. Tenemos que avisar a Fuma-san de alguna manera segura y rápida.

-Y deberíamos preparar nosotros también una expedición propia- añadió Rodríguez-. Tal como pintan, no podremos contar con el señor Fuma.

-Si Fuma-dono está con Hikaru-dono y Aoshi, tal vez haya una manera- dijo crípticamente Kenshin.

-¿Conoces a los contactos de los Oniwabanshu en Tokyo?- preguntó Saito con un ligero tinte de ironía en la voz.

Kenshin simplemente se encogió de hombros.

-Entonces, si es un método seguro, le pido por favor que mande un mensaje con urgencia- solicitó Rodríguez-. Quisiera contar con la muchacha para esto.

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El hombre, con su pelo negro perfectamente peinado y su barba elegantemente recortada, se detuvo en delante de la puerta de doble hoja y se giró, como esperando. De entre las sombras surgió otro hombre, más joven, con el cabello castaño oscuro a tazón y una sonrisa irónica asomando al rostro.

-¿No te da algo de miedo entrar?- preguntó el más joven de los dos-. Tengo entendido que has vuelto a fallar miserablemente en intentar atrapar a la chica.

-Agradecería que dejaras de meterte en mis asuntos- repuso el otro hombre-. Que esta pasada noche no haya conseguido mis objetivos, no quiere decir que haya perdido todavía.

-¿No? Pero la muchacha está bajo la protección de ese tal Hagane Fuma del que se me ha advertido.

-Es solo un hombre, no podrá con nosotros el solo, incluso si está con la muchacha.

-Eso dijiste la última vez que se atacó la casa de esa chica, y fue un completo fracaso.

Aquello ya había durado suficiente.

-¡Silencio! No eres quién para hablar- repuso el hombre de la barba-. Te das mucha prisa en señalar los errores de los demás, pero tú tampoco eres inmune a ellos. ¡Sé perfectamente que si se te trajo aquí fue para alejarte de ese sabueso gubernamental y evitar que metieras la pata más de lo que ya lo habías hecho!

El joven le miró con los ojos como platos, y se puso a temblar de rabia.

-Tú...

-Es hora de que vayas aprendiendo cual es tu lugar, y también a respetar a tus iguales. Puede que si no lo haces, acabe tu vida antes de lo que piensas.

Y, con una suave llamada previa, el hombre abrió la puerta y pasó al interior de la sala, cerrando las dos hojas de madera oscura con su compañero, enrojecido de furia, frente a ellas.

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El día había sido bastante frenético ya de por sí. Mientras Hikaru recibía la visita y el visto bueno para viajar del médico, que parecía satisfecho de la recuperación de la chica, Aoshi, Misao y Hagane habían estado haciendo planes respecto al trayecto. Tanto Hagane como Misao estaban de acuerdo en que no era aconsejable la ruta en barco, de Kyoto a Osaka y de allí a Tokyo; ambos estaban convencidos de que un ataque en barco, cosa muy probable por otro lado, causaría víctimas inocentes, y ninguno estaba dispuesto a eso... O a que Hikaru le diera otro ataque de culpabilidad.

La disensión había sido, básicamente, si tomar la ruta Tokai o tomar otra menos llamativa. Misao conocía las rutas habituales Oniwabanshuu, y opinaba que eran bastante más seguras. Hagane alegaba que una ruta solitaria sería perfecta para una emboscada, mientras que la ruta Tokai era, por su continua utilización, el perfecto sistema de viajar. Finalmente Aoshi había zanjado la cuestión, señalando una ruta de las que había marcado Hagane como rutas Hojo y que corría muy paralela a la ruta Tokai, y diciendo que siempre podrían recurrir al camino principal en caso de ataque.

Una vez decidida la ruta, faltaba aprovisionarse para el viaje, y aunque solo serían cuatro en el camino, el equipaje habría de ser muy tenido en cuenta. Misao se había erigido encargada de organizarlo todo, y tenía todo el albergue revolucionado. Hikaru, que ahora campaba a sus anchas por el edificio, había ofrecido su ayuda, pero las tareas que se le asignaban en cualquier caso eran nimias, y la kunoichi empezaba a sentirse algo mosqueada. Cierto era que había estado alicaída durante mucho tiempo, que no estaba en la mejor de las formas y que necesitaría de todas sus energía, pero ella quería hacer algo, sentirse útil. Ahora tenía un camino delante, más apetecible que el que se había planteado: patear los traseros de aquellos que habían matado a su gente. Por ello, quería participar más en aquel asunto.

Paseaba por el albergue en esas cavilaciones cuando se encontró con Aoshi.

Conocía lo suficiente de aquel hombre como para saber que, aunque sabía de labores de logística, estaba más preparado para recabar información, y no le cabía duda a Hikaru que durante todos esos días no había estado inactivo. Como no lo estaba ahora, aunque pareciera lo contrario.

Una imagen retornó a su mente, un sueño, el que había tenido hacía unas pocas noches. Y se preguntó si no sería un buen momento para hablar de ello.

-Shinomori-san...- llamó ella.

Aoshi, que había estado leyendo un papel, alzó la vista y le saludó con una simple inclinación de cabeza.

-Ano... ¿Podría hablar contigo?- interrogó Hikaru.

Él la miró por un momento, y tras la pausa guardó el papel en un bolsillo.

-¿Cuál es el problema?- preguntó con voz monótona.

-Esto...- tragó saliva. ¿Por qué era tan complicado todo esto?-. Verás, hace unas noches soñé con algo, y necesitaba preguntarte al respecto.

Hubo un ligero cambio de ambiente, pero Hikaru lo ignoró, a pesar de que conocía su origen, o tal vez precisamente por ello lo hizo. Aoshi asintió.

Hikaru le relató el sueño, y a medida que lo hizo el ambiente se enrareció más. Había visto un patio enlosado, rodeado por altos muros, y veía las llamas elevarse y notaba el calor y creía sentir el olor acre a petróleo. Vio a tres hombres derribados, fácilmente reconocibles. En el centro se hallaba Himura Kenshin, en apariencia sin vida. Contra una pared, con la mano destrozada y sangre brotando de su sien, Sagara Sanosuke, el empecinado y al mismo tiempo valeroso Sano, también inerme. Y en otro punto, no del todo caído y no del todo erguido, el policía que la había entrevistado, Saito Hajime. Había visto tres figuras al fondo del patio. Un hombre con ropa occidental y rasgos afilados, una mujer madura y hermosa, y un tipo cubierto de vendas. Y al otro lado, Shinomori Aoshi, de pie, destrozado por algún combate previo pero aún de pie, aún desafiante. Le relato la conversación, palabra por palabra, y acabó con el primer cruce de espadas.

Hubo una larga pausa. Hikaru las había vivido similares otras dos veces, una vez hablando con Sanosuke y otra con Kenshin. Similares pero no tan largas, pensó al rato, mientras, incómoda, esperaba respuesta y cambiaba su peso de un pie a otro.

-Le debo mucho a Himura, eso solo fue el comienzo del pago de mi deuda- contestó al fin Aoshi-. No creo que pueda pagarla del todo.

-Himura-san no es del tipo de personas que reclaman deudas de honor o amistad.

Otro silencio.

-Lo sé.

Más silencio. Hikaru, meditabunda, trataba de encontrarle sentido a todo lo que estaba escuchando.

-A veces el peso que se tiene sobre los hombros no tiene razón de ser, pero sigue siendo un peso, después de todo. Lo único que podemos hacer es vivir con él lo mejor que podamos.

Hikaru alzó la vista, sorprendida, y sus ojos se cruzaron durante apenas unos segundos con los de Aoshi, antes de que este hiciera una inclinación de cabeza y se alejara por el pasillo. Ella lo observó hasta que se perdió tras una esquina. En aquel preciso momento, algo, una pieza del puzzle perdida, fue encontrada y encajó.

Y Hikaru sonrió.

-No somos tan diferentes, los unos de los otros.

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-¿Por qué me has pedido que venga contigo, Makimachi-san?- preguntó Hagane.

-Prefiero algo de seriedad- repuso la muchacha-. Si se lo hubiera pedido a Okina, la tarea le hubiera durado en mente lo que hubiera tardado en ver una chica bonita en kimono.

Hagane se rió por lo bajo.

-Entonces tal vez podrías habérselo pedido a Shinomori-san- comentó él, como si fuera una afirmación inocente. Misao se puso roja como un tomate.

-Tiene muchas cosas en mente ahora- contestó ella, intentando hacerse la digna y fallando miserablemente-. Además, pensé que te interesaría. No sabemos que demonios ha pasado con el mensaje que le enviamos a Himura...

-¿Uhm? ¿Un mensaje a Himura-san que no ha llegado?

Hagane pareció meditativo.

-Bueno, a la paloma le puede haber pasado de todo, pero tengo que comprobarlo, nunca se sabe. Mira, ahí es.

La casa a las afueras de Kyoto no era más que una cabaña de madera suficiente para tener un par de habitaciones, con un chamizo construido a uno de los lados. Era una construcción bastante ruinosa, especialmente en lo que concernía al cobertizo, que parecía haber sido construido deprisa y mal. Todo estaba tranquilo y silencioso. Demasiado tranquilo y silencioso.

Los dos ninjas se miraron.

Luego, avanzaron un poco más. Misao se llevó las manos al obi, sacando de entre la tela sus kunai. Hagane echó mano a su tanto, el único arma que le quedaba tras perder su ninjato, y que llevaba escondido dentro de la manga de la yukata que habían tenido a bien prestarle en el Aoiya. No tardaron en alcanzar la cabaña. Misao se llevó rápidamente la mano a la nariz, y Hagane usó la manga de la yukata como máscara contra el olor.

-Apesta a sangre- comentó el ninja. La kunoichi asintió.

-Yo entraré dentro. Mira el palomar.

Hagane asintió y comenzó a rodear la casa, encaminándose al cobertizo. Misao, por su parte, se dirigió hacia la puerta de la cabaña con paso silencioso. Esta estaba ligeramente abierta, y de dentro salía un olor pestilente, podrido. Se colocó justo pegada a la pared, e intentó vislumbrar algo del interior, pero la luz era insuficiente como para ver que había sucedido. Armándose de valor, respirando por la boca e ignorando como mejor podía el putrefacto hedor, armada con sus kunais, le dio una pequeña patada a la puerta para que se deslizara y quedara abierta.

Un cadáver en proceso de descomposición cayó al suelo frente a ella, y Misao se volvió, sintiendo arcadas. No se atrevió a entrar, pero no le hacía mucha falta. Sabía que ningún ser humano en sus cabales podría estar vivo en el interior de la casa con semejante olor. Escuchó las rápidas pisadas de alguien, y Hagane apareció desde detrás del cobertizo, pálido y con la manga de la yukata sobre su nariz y boca.

-O un gato entró dentro del palomar- dijo, una vez recuperó la compostura-, o alguien se ha entretenido matando a los malditos pájaros.

-No creo que el gato matara a los habitantes de la casa.

-Iga...

-¿Crees que ellos...?

-¿No es lógico? El mensaje que enviáis a Himura-san no alcanza nunca su destino, por tanto no hay respuesta que valga. Al contrario, el albergue es atacado cuando la chica no puede moverse demasiado del mismo a causa de un mal catarro, y con gente suficiente como para mantener a los habitantes ocupados en tanto que otros se la llevan.

-Pero tú los descubriste e intentaste coartar el ataque.

-Algo que no logré, pero al menos incliné la balanza de nuestro lado.

-¿Por qué no han vuelto a atacar?

-¿Con un clan ninja, por pequeño que sea, en pie de guerra? Nadie sería tan estúpido, y menos los Iga. No, habrán informado del fracaso, probablemente estén esperando nuevas ordenes. En todo caso atacarán por el camino, por eso hemos de ser precavidos.

-¡Maldición! ¿Cómo avisaremos a Himura de que vamos para allá?

-Tendremos que dejarlo en una visita sorpresa. Puede que incluso sea mejor, si no enviamos ningún mensaje, ellos no podrán interceptarlo, no conocerán la ruta, y llegaremos a Tokyo relativamente seguros.

-Me empieza a doler la cabeza con todo esto- repuso Misao. Luego se giró hacia el cadáver del hombre que había caído-. Ve al Aoiya y cuéntales a Okina y Aoshi-sama lo que ha ocurrido. Yo voy a enterrarles.

Hagane la miró largamente.

-¿Estás segura de que quieres hacerlo tú sola?

Misao asintió.

-Era mi gente. Es lo mínimo que les debo.

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Ya habían pasado varias horas desde que Rodríguez y Date se marcharan junto con Shogo Miho a hacer los preparativos para la expedición hasta la aldea de Hikaru, y unas pocas menos desde que Saito volviera a su trabajo y Kenshin hiciera un trayecto hacia el puesto de mensajería que había preparado Misao cuando pensó que necesitaba un contacto más rápido y directo con el Kenshingumi, cuando Sano se presentó, tras varios días de ausencia, en el dojo, con noticias frescas que no resultaron serlo tanto.

No le sentó muy bien al luchador que el trabajo de un montón de días que habían realizado tanto él como Katsu fuera borrado de un plumazo por un policía advenedizo, su ayudante y un gaijin. Sin embargo, su llegada resultó en ciertos aspectos proverbial, puesto que pudo enterarse de la futura visita a la aldea oculta, y apuntarse al viaje. Como cuatro ojos ven mejor que dos, y dieciocho mejor que dieciséis, Sano propuso que Katsu, que ya estaba metido hasta el cuello en aquel barrizal, les acompañara. Sabía que a su amigo le interesaría saber cómo acababa la cosa, en parte porque podría ser un artículo lapidario que pusiera al gobierno en un buen brete y en parte porque estaba bastante cabreado últimamente con aquellos tipejos del Hacha Sangrante. Ninguno del dojo se negó, especialmente porque a diferencia de Sano, Katsu era un tipo calmado y observador que ayudaría en la búsqueda mucho más de lo que él mismo admitiría.

Así, comenzaron ha realizarse los preparativos para la expedición. Corría algo de prisa, así que partirían en dos días, a fin de alcanzar a los miembros del Hacha Sangrante antes de que alcanzaran la aldea, que empezaba a ser de todo menos secreta. Como una búsqueda intensiva llevaría varios días, especialmente sin contar con la colaboración de la única persona que podía conocer los escondrijos del lugar, Amemaru y Miho habían comenzado a trazar un plan de abastecimiento que procurara al campamento base víveres y todo lo necesario con un mínimo de riesgos de ser descubiertos, siempre con una fuerte defensa que les garantizara que el grupo pudiera defenderse de cualquier ataque. De todas maneras eran ninjas, así que sabrían como defenderse.

Finalmente, el día de la partida, el Kenshingumi, Katsu, Saito, Rodríguez y unos cuantos ninjas del clan Hojo se encontraron en uno de los caminos que partían de Tokyo.

-¿Y Amemaru-dono?- preguntó Kenshin.

-Él y Miho esperarán la llegada del señor Fuma, y le avisarán para que se reúna con nosotros en el campamento base- explicó Rodríguez-. El señor Date irá con ellos, pero la señorita Shogo se quedará aquí, ya que es la segunda al mando. De todas maneras, ha sido muy amable al facilitarnos algunos de sus hombres.

-Pongámonos en marcha- dijo Saito-. Cuanto antes encontremos ese arma, antes podremos acabar con esos tipos.

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Una hora más tarde, cuatro ninjas estaban preparándose para comenzar ellos mismos su viaje.

-¡Mi querida Misao-chan! ¡Te voy a echar tanto de menos!- Okina había atrapado a la susodicha kunoichi en uno de sus afamados abrazos de oso.

-Jiyaaaaaaaaa, que no me dejas respiraaaaaaaaar...

-Me tiene preocupada dejarte marchar con ese estado- le dijo Omasu a Hikaru-. No estoy muy segura de que estés en forma para un combate serio.

-Eres peor que una gallina clueca, Omasu- le regañó Okon-. A Hikaru-chan no la va a pasar nada. Además, aunque no pudiera defenderse por si misma, que lo dudo, tiene a Fuma-san para protegerla.

-Y a Shinomori-san- añadió Hikaru.

-Aoshi-sama ya tendrá bastante con evitar que Misao-chan se meta en líos.

-¡Okon, te he oído! ¡Cuando me libre te vas a enterar!

Hubo una ronda de carcajadas a las que Hagane se unió alegremente.

-Ha sido un placer conocer a los miembros del Oniwabanshuu- aseguró el ninja-. Supongo que no volveré aquí después de esta aventura, pero me gustaría que los dos clanes mantuvieran un contacto, como antaño. En caso de que sea posible, tal vez vuelva a hacer una visita.

-Será un honor tenerte como nuestro invitado- contestó Okina, liberando a Misao-. Pero no hagas suposiciones tan pronto, tal vez tengas que volver aquí antes de que esto acabe.

-En ese caso, será un hasta luego.

-Será mejor que nos vayamos ya, o nos perderemos toda la acción- dijo Misao.

Y, tras unos cuantos "adiós" más, el grupo se puso en camino. Hagane caminaba el primero, puesto que era él quien sabía donde comenzaba la ruta que iban a seguir. Detrás de él iban Misao y Hikaru, animadas y dispuestas a todo. Y, cerrando la marcha, silencioso como siempre, iba Aoshi. Tras salir de Kyoto, anduvieron una media hora antes de llegar a un punto en el que Hagane se detuvo, justo frente a una roca en un lugar donde la espesura parecía hacerse un poco menos tupida.

-Por aquí- anunció, y se internó en la arboleda.

Sin dudarlo un instante, los otros tres le siguieron. Durante unos instantes que parecieron interminables, caminaron por entre hierba alta y ramas bajas hasta que encontraron a Hagane de pie en medio de un sendero arenoso. El ninja, apenas había posado el pie en el camino, había sacado de su ropa de viaje la máscara de tigre, con los cordones ya reparados, y se la había puesto. Ahora, con la cara tapada, se giró a sus compañeros de viaje.

-El camino comienza en este punto- les dijo-. Hace tiempo que no se utiliza, así que no estoy seguro del estado en que estará, pero no creo que nos sea difícil seguirlo.

-Pche, he tenido viajes más complicados- comentó Misao.

-Cuidado con lo que deseas, Misao-chan- le respondió Hikaru-. Puede hacerse realidad. Y no sería la mejor de las opciones en este caso.

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-El clan Iga nos manda informes, señor- repuso el hombre de pelo negro-. Los perros del gobierno han salido en una expedición a la aldea esta misma mañana. Se encontrarán con nuestros hombres antes de que lleguen al lugar.

-¿Has tomado alguna medida al respecto?

El hombre que hacía la pregunta era un tipo alto y fibroso, vestido con un sencillo y al mismo tiempo elegante traje negro. El cabello de sus sienes era de un gris acerado, pero aquella era la una marca de su edad, pues su cuerpo parecía tan vigoroso como el de un joven de veinte años. Su piel estaba tostada por el sol y tenía un agradable tono oliva. Estaba sentado en un sillón orejero, y sus manos reposaban en el mueble, sin el menor signo de crispación. A su lado descansaba un bastón hecho de madera de caoba con una empuñadura recta de oro, y sin más adorno visible que un enorme azabache en el pomo. Todo en él parecía dar una sensación de terrible serenidad, como la calma antes de la tormenta. El hombre de pelo negro no quería despertar aquella tormenta durmiente, y se alegraba de haberse adelantado esta vez.

-He aumentado los efectivos, en el número que me ha sido posible dentro de la razón, y les he facilitado las mejores armas de fuego disponibles. También he solicitado a los ninjas que garanticen escolta y protección a la expedición. Por lo que sé, les triplican en número.

-Me parece bien, pero supongo que se habrá hecho algo más...

-Nuestro informante puede obtener con facilidad sus planes de abastecimiento. En el improbable caso de que nuestra expedición fuera eliminada, indicaría a los Iga que iniciaran un ataque a esas líneas de abastecimiento. Y, en el caso de que esto no fuera suficiente, tengo en mente otra sorpresa, aunque en este caso, y si me lo permite, preferiría manetenerla en secreto hasta que sea hora de usarla...

El hombre de cabello grisaceo sonrió, una medio sonrisa desagradable y oscura.

-Bien, parece un buen plan. Pero te lo advierto, Bellaneda, si fallas esta vez, será la última vez que lo hagas... O que hagas algo, si con esas nos ponemos.

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NOTAS DE LA AUTORA: Ya, ya sé que llevo meses sin actualizar. Una barbaridad de meses. Es el trabajo, ¿sabéis? Llego tan cansada que solo tengo ganas de patear traseros en algún videojuego, a veces ni eso. Pero como acabo de tener unos cuatro días libres, me he animado a acabar el capítulo 10. ¡Aleluya! Me acabo de dar cuenta de que tengo que ralentizar aún más la acción, al menos en el aspecto del Kenshingumi. De Kyoto a Tokyo se tarda mucho más tiempo que de Tokyo a la aldea de Hikaru. Debido a ello, tengo que ponerles dificultades a nuestros amigos. En fin, todo a su tiempo.

Esta vez, y por no empezar con los españoles todavía, mencionaré a Shogo Miho, quien todavía tiene que mostrarnos muchas de sus facetas. Miho es una kunoichi, igual que Hikaru y Misao, pero tiene más deje de Megumi que otra cosa. Miho es mayor, y por tanto se supone que más madura y seria. También es más femenina. Es la prometida de Hagane. En comparación con las demás chicas, puede parecer algo débil, pero nada más lejos de eso. Como ya he dicho, tiene que mostrar muchas de sus facetas. En cuanto a su imagen, me vino a la cabeza de repente, es muy básica. Lo que me gusta de ella es que es una mujer al mismo tiempo buena luchadora y muy femenina. Casi siempre caemos en el tópico de que si una mujer mete tortas como hogazas de pan, tiene que ser una marimacho, y aunque a mí las marimacho me caen bien, opino que una mujer no tiene por qué olvidar su feminidad por pelear. Ojo, feminidad no es pensar en maquillaje y peinados y vestidos, eso es caer en un tópico asqueroso. Me gusta pensar que Miho es así.

En el próximo capítulo, si Diox lo permite, el Kenshingumi tendrá tortas a mansalva y, probablemente, varios problemas antes de que el grupo de Kyoto llegue al fin a su destino.