JU ICHI: ... ES HORA DE LA ACCIÓN.
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Podría repetirlo hasta la saciedad, y seguramente alguien quedaría sin enterarse: Rurouni Kenshin y todos sus personajes son propiedad de Nobuhiro Watsuki, y no gano dinero con esto, aunque admito que me gustaría ganarme la vida escribiendo. Pero lo que no puede ser, no puede ser. Y no sé que hacéis leyendo este peñazo. Vamos, que lo bueno está más abajo.
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A través de los bosques y pantanos que rodeaban Tokyo, avanzando por un camino poco cuidado, se llegaba en día y medio a un pueblo de montaña. A medio día de dicho pueblo se alzaba una montaña, o más bien un volcán extinto, cubierto por arbustos y algún que otro árbol. Cerca de la cima, oculta a ojos poco experimentados, había una entrada a una cueva, en realidad un largo túnel, que desembocaba en el cráter. El volcán era bajo, pero ancho, y en el mencionado cráter cabía perfectamente la aldea, junto con los campos de cultivo que las gentes que allí habitaran hubieran podido necesitar, antes de que fueran cruelmente asesinadas, las casas quemadas hasta los cimientos.
Kenshin recordaba bastante bien el lugar. Había podido respirar la tristeza y dolor, pero no odio. Podía sentirlo, lo había sentido tiempo atrás, cuando Hikaru se había quedado ante las tumbas, recordando, la única memoria anterior a su última huida de la aldea. No había gakis. Podía parecer una tontería, pero Kenshin consideraba que los lugares como la aldea, aquellos que habían visto muerte y horrores, reflejaban los sentimientos de las almas cuando se marchaban a una vida mejor. Los gakis, los fantasmas hambrientos, no eran más que una idea del odio, al menos a su parecer. Y no los había. Se preguntaba si realmente el arma que tanto el Hacha Sangrante como el gobierno español estaban buscando se encontraba en aquel lugar. Pero nunca se podía saber la verdad, y él era el primero en reconocerlo. Un vagabundo ocultaba un asesino en su interior, un albergue ocultaba un clan de ninjas, y una aldea en apariencia pacífica bien podía ocultar un arma terrible. Recordaba que Hikaru era ninja, tal vez con un estilo de lucha algo libre, pero ninja a fin de cuentas. Y sabía que los ninjas ocultaban muchas cosas. No era la primera vez que veía algo similar.
El grupo avanzaba pesadamente por la ruta de montaña que llevaba hasta el pueblo. No era falta de peligros. Algunos lobos de la zona atacaban a los viajeros, empujados por ansia de carne: eran comedores de hombres, animales que habían probado la carne humana y que ahora no deseaban comer otra cosa. También había que contar con la posibilidad de los bandidos, aunque al parecer, desde que Hikaru, Kaoru, Sanosuke y Yahiko se ocuparan de la falsa sacerdotisa de la capilla de la montaña, la actividad delictiva se había reducido drásticamente, y un grupo tan numeroso y fuertemente armado platearía demasiados problemas a unos posibles atacantes.
La caminata era lenta pero tranquila. De los cinco ninjas del clan Hojo, tres hombres y dos mujeres, dos de ellos iban por delante entre los árboles, a modo de avanzadilla por si hubiera problemas. Otros dos hacían de escolta de Rodríguez, que parecía ensimismado con el paisaje. El español no iba desarmado: llevaba consigo un revolver, aunque había admitido que esperaba no utilizarlo. Detrás de ellos iba el Kenshingumi, charlando animadamente, y Katsu. La marcha la cerraban Saito y el quinto ninja.
Durante las primeras horas de la mañana, el camino había sido cuesta arriba, serpenteando alrededor de enormes rocas basálticas de color gris oscuro, pero a media mañana encontraron, finalmente, la capilla de la montaña. Estaba completamente abandonada, y Kaoru, Yahiko, Sano y Kenshin se quedaron realmente sorprendidos del aspecto ruinoso que tenía. Sí, cuando habían pasado por allí unos cuantos meses atrás, parecía vieja, pero no en mal estado. Ahora, parte del tejado estaba hundido, y había grandes agujeros en las paredes.
-Vaya, sí que le afecta el abandono- musitó Kaoru.
-Es una pena- repuso Kenshin-. Tal vez si hubiera algún monje...
-Son tiempos difíciles en los que la gente apenas tiene fe- comentó Rodríguez, y muchos se volvieron hacia él-. El mundo cambia, y las antiguas creencias se pierden y son ocupadas por unas nuevas. Pero, ¿son estas nuevas creencias buenas o malas? Solo el tiempo lo podría decir.
Kenshin se sintió inclinado a continuar la conversación, pero en ese momento los dos exploradores hicieron acto de aparición, saltando de los árboles al camino y plantándose delante de Rodríguez.
-El pueblo está un poco más adelante, señor- anunció una de las dos kunoichis, una chica bajita con el pelo recogido en una coleta alta-. Estaremos allí alrededor del mediodía, si no hay retrasos.
-¿Algo más?- preguntó Rodríguez.
Los dos ninjas se miraron, y finalmente, el hombre, un tipo alto y espigado con el pelo recogido en una coleta corta, respondió:
-Está demasiado silencioso, como si fuera un pueblo fantasma.
Kaoru y Sano se miraron. No era que fuera un pueblo muy vivo, pero ambos podían jurar que había la suficiente actividad como para mantener a la pequeña comunidad en movimiento, especialmente mediada la mañana. Kenshin frunció ligeramente el ceño. Aquello no era buena señal, y por la mirada que les dirigió Rodríguez a él y a Saito, estaba claro que el español era de la misma opinión.
-Bien, ahora permaneced con nosotros. Y preparad las armas- ordenó el hombre-. Me gustaría evitar el pueblo, pero entonces tendríamos la amenaza detrás.
-¡Bien! ¡Un poco de acción!- Sanosuke hizo chocar su puño derecho contra la palma de su mano izquierda-. Estaba empezando a oxidarme.
-Solo alguien como tú encontraría placer en que nos tendieran una emboscada- le espetó Katsu, mientras hacía cuenta de las bombas que había tenido la precaución de traer.
-No se puede esperar mucho más de un cabeza hueca- dijo Saito como si con él no fuera la cosa.
-¡¡¡A ver si la vamos a tener ahora!- chilló Sanosuke.
-Estoooo... Tal vez deberíamos avanzar- ofreció la segunda kunoichi, al lado de Rodríguez, una chica con el pelo corto-. No deberíamos retrasarnos demasiado.
El resto del grupo aceptó como buena la propuesta, y siguieron avanzando hacia el pueblo, con Sanosuke refunfuñando cosas poco agradables sobre policías psicópatas. Los dos exploradores guiaban ahora al grupo, el ninja armado con una ninjato y la kunoichi con dos tantos. La otra kunoichi lucía las mismas armas que su compañera, pero los otros dos nijas se habían colocado en las manos lo que parecían unas garras de acero. Rodríguez llevaba una mano cerca de la cartuchera en la que descansaba su revolver. Katsu había introducido las manos en el interior de las mangas de su chaqueta, aparentemente inofensivo, algo que los miembros del Kenshingumi sabían era cualquier cosa menos cierto; Katsu tenía sus propios dientes, y eran bastante afilados. Saito permanecía impasible, con un cigarrillo colgando de sus labios, aunque alguien que fuera bastante buen observador sabría por la tensión de los músculos que estaba preparado para cualquier eventualidad. Lo mismo se podía decir de Kenshin, cuya mano descansaba sobre la empuñadura de su sakabatô. Tanto Kaoru como Yahiko se mostraban serios, atentos. Sano seguía refunfuñando, pero no dejaba ahora de lanzar miradas a los lados, en espera de que algo les saltase encima en cualquier momento.
La bajada fue apacible, y pronto entre los árboles asomaron las casas de madera y los sembrados bien cuidados. Sin embargo, no se veía actividad alguna en el pueblo, ni, según se fueron acercando, se podían escuchar las voces de los niños jugando o de los mayores conversando. Aquello les puso en alerta más aún si cabe. Pronto llegaron a la aldea, y se pararon junto a las primeras casas de la misma. El silencio era absoluto, casi ensordecedor.
De pronto Kenshin se giró hacia Saito y el ninja que iba con él.
-¡Cuidado!- advirtió.
Saito se apartó con un movimiento fluido y rápido, esquivando con facilidad la cadena que se había movido hacia su cuello. El ninja del clan Hojo se agachó por debajo del ataque, agarró la cadena y tiró de ella con todas sus fuerzas mientras daba una voltereta para colocarse de cara a sus atacantes. La hoz sujeta a la cadena salió volando hacia atrás cuando su dueño la soltó y se clavó en el suelo por detrás del ninja. De inmediato todo el grupo se puso en guardia. De las casas que habían pasado salieron media docena de ninjas, lo cual no habría sido preocupante si otros tres grupos de seis ninjas surgieron a ambos lados y por detrás de ellos.
-Rodeados...- musitó Kaoru.
-¡Conozco a estos tipos!- exclamó la kunoichi del pelo corto-. ¡Iga!
Rodríguez musitó un par de quedas maldiciones en su idioma. Había esperado no tener que enfrentarse a esto, pero ahora no podían huir, y estaban en desventaja tanto táctica como numérica.
Kenshin miró hacia los lados, sus ojos entrecerrados. Los veinticuatro ninjas no eran los únicos que estaban presentes. Entre las sombras vio gente que se movía, no tan eficaces como lo habían sido los Iga, pero no por ello menos peligrosos. Europeos. Tiradores, probablemente buenos en lo que hacían. Una simple mirada le confirmó que Saito, Sano y casi todos los ninja Hojo habían visto también a los gaijin. Aquella iba a ser una lucha complicada, pensó.
Hubo una pausa cargada, un silencio pesado que colgaba entre los grupos.
Y, a una silenciosa orden, los ninjas que les rodeaban se lanzaron al ataque.
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Uno de los grupos de seis ninjas se lanzaron casi de inmediato sobre el frente, en donde se encontraba Rodríguez, rodeado de los cuatro Hojo. Todos estaban armados con kamas o kusari-gamas, y estos últimos, tres de los seis, lanzaron las cadenas de sus armas para intentar golpear o trabar a alguno de sus adversarios. Pero los ninjas Hojo contrarrestaron de manera eficaz el ataque. La kunoichi de la coleta se lanzó hacia delante, saltando sobre uno de los que iban armados con kamas, sus tantos brillando furiosamente en la luz de la mañana. Su adversario realizó varias maniobras que fueron rápidamente contrarrestadas. Con un rápido movimiento, la kunoichi levantó la kama de su adversario con el tanto de la mano izquierda mientras que clavaba el derecho en el corazón del hombre, que caía fulminado en apenas unos segundos, llevándose el cuchillo consigo. Sin molestarse siquiera en recuperar el arma perdida, la kunoichi se cambió el otro tanto de mano y buscó algo en el interior de la chaqueta, mientras corría hacia delante. De pronto arrojó algo al suelo, al tiempo que uno de los cuatro grupos de tiradores abría fuego contra ella. El pequeño nagetepo soltó una nube de humo negro apenas tocó el suelo, y cuando se despejó, de la kunoichi no quedaba ni rastro.
Los ninjas restantes se pusieron frente a Rodríguez, haciendo de muro. El español, por encima de ellos, desenfundó su revolver, y esperó. Cuando las primeras armas entrechocaron, y los tres ninjas Hojo rechazaron a sus atacantes, Rodríguez sacó por encima del hombro de la kunoichi de pelo corto, que estaba justo delante de él, el brazo con el arma y disparó, con una puntería tan certera que el ninja al que se enfrentaba la kunoichi cayó al suelo, muerto al instante al haber penetrado la bala en la cabeza. Haciendo un mohín de asco, la kunoichi pasó al compañero del caído, lanzándose sobre él hecha una furia. Con un tajo, partió por la mitad el mango de la hoz de la kusari-gama, y con otro dejó una línea sangrienta sobre el pecho. De otro, la línea pasó a estar en la garganta y su adversario retrocedió llevándose las manos a la herida, intentando parar la hemorragia mortal en vano.
Se oyó un grito de dolor y muerte a su lado. El ninja Hojo que iba armado con las garras había sido atacado por dos flancos distintos, y finalmente una kama se había abierto paso a través de su carne a la altura de su estomago. No satisfecho con el resultado, el atacante movió su arma hacia arriba, abriendo en canal al desdichado. La kunoichi lanzó un rugido de rabia y se lanzó sobre el hombre, sus tantos gemelos clavándose en la espalda, uno atravesando el pulmón y otro seccionando la médula espinal, quedando atrapado entre dos huesos cervicales y partiéndose a la altura de la empuñadura. Todavía con un tanto, la kunoichi hizo frente al otro ninja, dispuesta a vengar a su compañero.
El que iba armado con una ninjato, y que había estado esquivando fácilmente a su adversario, decidió que estaba harto del juego y, de dos tajos, se deshizo del arma de su adversario primero, y luego del propio adversario, y se giró en busca de un nuevo enemigo. Rodríguez apuntaba ahora al ninja que restaba, dispuesto a acabar con él de manera rápida para poder enfrentarse a los tiradores.
Y de pronto, desde dos sitios distintos, seis armas abrieron fuego contra la kunoichi Hojo, sin tener en cuenta al ninja Iga que estaba en medio. Los disparos alcanzaron a ambos, que cayeron derrumbados de inmediato. El ninja Hojo lanzó un grito de indignación al comprender que los tiradores no consideraban a sus compañeros japoneses más que como objetos cuya utilidad era limitada.
Rodríguez buscó a los tiradores, dispuesto a acabar con ellos. Finalmente dio con uno de los grupos, que se estaban preparando para volver a disparar. Con la mano firme, apretó el gatillo, y la bala atravesó la cabeza de uno de los tres europeos. Los otros no parecieron prestar atención a su compañero caído y dispararon sus rifles. Rodríguez, casi convencido de que esta vez estaba muerto, sintió un empujón y cayó al suelo. Hubo una pausa tras la que el español abrió los ojos y observó que el ninja Hojo le había apartado de la línea de tiro, recibiendo él las balas. El español, furioso, no se levantó del suelo, sino que se colocó tumbado boca abajo en el suelo, apuntando con la pistola en espera de tener un tiro de claro. Le quedaban cuatro balas y pensaba hacer buen uso de ellas, ya que no tenía más remedio.
De repente se escuchó una violenta explosión justo a su espalda, y varios gritos de alarma y confusión. De su izquierda se escuchó un nuevo disparo, y se volvió justo a tiempo para ver que la kunoichi Hojo que había desaparecido al principio del combate se estaba encargando de los tiradores de aquel lado. La muchacha había aparecido a la espalda de los atacantes europeos, degollando a uno mientras recargaba su rifle. Había sido rápida y había golpeado en el estomago al siguiente tirador, usándolo de escudo cuando el tercero disparó, matando a su compañero. Rodríguez, desde su posición, abrió fuego contra el tirador que quedaba vivo. La bala salió en un ángulo un tanto extraño, con lo que no dio al tirador en una parte vital, pero ni falta que hacía: le acababa de dar en el brazo, inutilizándolo. La kunoichi se lanzó sobre él y descargó contra la sien del europeo un golpe con el mango de su tanto, dejándole inconsciente.
Rodríguez se volvió hacia los otros dos tiradores al escuchar varios disparos, y tuvo que cubrirse rápidamente cuando una explosión, de similar calibre a la anterior, tuvo lugar en aquella zona. Rodríguez dudaba mucho que los europeos salieran con bien de esa. El español se descubrió y sonrió cuando vio a Katsu saliendo de la espesura, con algún que otro rasguño pero por lo general en un estado de salud envidiable, mientras que la kunoichi Hojo hacía lo propio desde el lado contrario. Rodríguez se puso en pie para volver a la batalla, aunque estaba más que convencido de que si los otros dos estaban en esos dos puntos, al final no iba a necesitar tres de esas cuatro balas.
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Cuando la pelea había comenzado, el ninja Hojo se había puesto espalda contra espalda con Saito, en una forma de asegurarse de que a ninguno le pudieran atacar por sorpresa. Los seis ninjas Iga les rodearon, armados todos con kamas.
-Solo defiéndete- escuchó el ninja que le decía Saito.
El hombre se sintió tentado a rebatir la orden, pero pronto recordó lo que Amemaru-sama, el amigo de Hagane-sama, les había dicho respecto a este hombre y al tipo pelirrojo, y decidió que mejor era hacerle caso. Saito adoptó la postura que le era tan familiar, con el brazo izquierdo hacia atrás sujetando la espada en un ángulo ligeramente inclinado y con el brazo derecho extendido hasta que su mano casi tocaba la punta. Sus ojos se entrecerraron en rendijas, calculando...
Los tres ninjas frente a Saito se abalanzaron contra él, pero antes de que pudieran hacerle nada, el policía lanzó un golpe al tiempo que se echaba hacia delante. Su ninhôto atravesó al ninja que tenía justo en frente y, tras liberarla con un rápido tirón, Saito se puso de nuevo en guardia, esta vez detrás de los otros dos ninjas.
El Hojo se vio rodeado por cinco ninjas Iga armados con kamas, armas contra las que las garras tenían una seria desventaja. Cuando los otros tres ninjas que no se habían movido se lanzaron contra él, se defendió con desesperación, esquivando a duras penas los golpes de las hoces. Se vio obligado a sacrificar una herida en el brazo derecho, un largo tajo del hombro al codo, pero se contoneó y lanzó su garra hacia el abdomen de su adversario, atravesando varios organos vitales. Sacó el arma con rapidez, dando gracias a que dos de los cuatro ninjas restantes estuvieran atentos al policía y no a él.
Estos anteriormente mencionados ninjas se habían vuelto justo a tiempo para esquivar otra de las embestidas de Saito. Uno usó la mano libre para lanzar una andanada de shuriken, pero, aunque su puntería era sin duda excepcional, el policía no tuvo ningún problema en esquivar las pequeñas pero mortíferas armas. Al mismo tiempo, lanzó un tajo que hirió en el vientre al atacante, y este cayó al suelo con una herida mortal. El tercero, viéndose en desventaja, optó por salir a escape. Saito iba a seguirle cuando una explosión a su derecha, seguida de los gritos de los afectados por la misma, le hizo volverse, encontrándose al ninja Hojo en apuros.
El joven shinobi estaba en problemas. Una de las garras había quedado inutilizada, y se defendía con la otra como podía, mientras los Iga atacaban sin descanso los puntos débiles de su adversario. El ninja Hojo lanzó un ataque desesperado con la garra, abriendo tres heridas paralelas sobre el pecho de uno de los dos atacantes. Aunque este retrocedió, el segundo se lanzó casi de inmediato a por el defensor, que se preparó para un golpe mortal.
Pero este nunca llegó. Saito apareció como de la nada, atravesando al ninja de parte a parte. Con un movimiento fluido arrancó la ninhôto del cuerpo del shinobi muerto y lanzó un tajo al que retrocedía herido por el Hojo. La espada cortó carne y el ninja quedó tendido en el suelo, moribundo.
El ninja Hojo miró a su alrededor con una expresión de desconcierto, y luego miró a Saito.
-Te falta entrenamiento- le espetó el policia.
El ninja arqueó una ceja, pero no dijo nada. A fin de cuentas, le acababa de salvar la vida.
Una segunda explosión, esta detrás de ellos, más allá de donde se encontraba Rodríguez, les llamó la atención. El ninja Hojo se lanzó a la carrera a ayudar en lo posible a su jefe. Saito simplemente miró en busca de algún otro atacante rezagado.
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Sano había parecido encantado de encontrarse con seis ninjas frente a él, aunque no le hacía tanta ilusión el tener a tres tiradores escondidos a su izquierda, dispuestos a abrir fuego contra él. Katsu, a su lado, calculaba la manera más eficaz de entrar en acción.
-Hey, Katsu, ¿crees que podrás encargarte de esos tres?- le preguntó Sano, indicando con un gesto casi imperceptible a los tiradores.
El joven echó un rápido vistazo hacia donde le indicaba su compañero, y luego miró a los ninjas Iga frente a ellos dos.
-Tendrás que cubrirme- le contestó.
-Por eso no hay problema, de estos capullos me encargo yo- repuso Sanosuke.
-Como quieras- Katsu trazó una sonrisa sardónica. Casi lo sentía por los ninjas. Casi.
Los dos se lanzaron a la carrera al mismo tiempo, en dirección a los atacantes. Los ninja saltaron hacia ellos, dispuestos a combatir. Sin embargo, cuando parecía que se iba a entablar el combate, el sonido de una andanada de los rifles de los europeos sorprendió a casi todos, atacantes y defensores por igual. Solo el instinto luchador de casi todos los presentes les salvó de acabar convertidos en coladores: Sanosuke, golpeó la piedra del suelo con un Futae no Kiwami, elevando una muralla de arena y piedra que detuvo la mayoría de los disparos. Los ninja Iga se dispersaron, algunos de ellos buscando refugio tras el efectivo escudo que había proporcionado el luchador, y otros en busca de los árboles y tejados de los edificios. Katsu aprovechó para dar un salto, aterrizar, dar una voltereta por el suelo y perderse en la espesura a cubierto de los tiradores.
Los dos ninja que habían escapado se perdieron también en el bosque, si para dar caza a Katsu, a los tiradores o a huir, no se sabía muy bien. Por ahora, Sano tendría que contentarse con esperar que su viejo amigo estuviera bien. Por su parte, los cuatro ninjas que se había refugiado tras el Futae no Kiwami miraron con algo de aprensión a Sanosuke y al lado del que habían provenido los tiros. Finalmente, optaron por el enemigo más asequible, esperando atacar rápido y poder escapar antes de que los gaijin recargaran y abrieran fuego sobre ellos una vez más.
Por su parte, Sano estaba bastante furioso. La traición de los tiradores europeos le recordaba mucho a otra que había sucedido tiempo atrás, y aquello le asqueaba profundamente. Por desgracia, tendría que concentrarse en quitarse de encima a los otros cuatro, y esperar que Katsu pudiera encargarse del resto. Antes de que los Iga pudieran reaccionar, se lanzó sobre ellos y, pillando al primero desprevenido, le lanzó un puñetazo con la suficiente fuerza como para tumbarlo. El ninja consiguió evitar recibir semejante golpe en la mandíbula por muy poco, girando la cabeza y colocando el brazo entre medias, pero aún así la fuerza del puño de Sano le golpeó de lleno en el temporal, y el tipo cayó al suelo durante un rato, mareado. Sus tres compañeros optaron por atacar al mismo tiempo, y Sano se las vio y se las deseó para que no le hirieran de gravedad. Lanzando puñetazos y patadas a diestro y siniestro, el luchador conseguía mantenerlos apartados, pero aquello no duraría siempre. Y dentro de poco tiempo los tiradores volverían a abrir fuego...
Pero entonces llegó la explosión.
Katsu había estado un poco preocupado por el hecho de que dos ninjas se adentraran en el bosque, pero estos parecían más interesados en salir con vida que en detenerle, así que se había aproximado a los tiradores todo lo rápido que el sigilo le permitía. Por suerte, el follón que se estaba armando en la batalla, con tiros, gritos y golpes, le permitía ocultar bastante los ruidos. Pronto se había encontrado detrás de los tiradores, que recargaban sus rifles a marchas forzadas. Tenían algunas cajas de balas preparadas, y Katsu se figuró que una pequeña explosión podría potenciarse si lanzaba sus bombas de la manera adecuada. Sacó los brazos, armados con dos bombas de mecha, las encendió y las lanzó a puntos precisos del lugar donde estaban los europeos, antes de ponerse a cubierto para no verse afectado por la explosión.
Las mechas no eran muy largas, y para cuando los europeos intentaron hacer algo al respecto, estallaron, afectando a la pólvora de las balas y creando una explosión mucho más grave de lo que habría sido solo de poner las bombas. Los gritos de dolor de los gaijin le dijeron que, aunque no estuvieran muertos, probablemente no hubieran salido bien parados, y no seguirían en la pelea. Pero en vez de despreocuparse, Katsu pensó en eliminar de la misma manera a alguno de los otros grupos de tiradores, y ayudar de alguna manera al resto de la expedición.
La explosión de Katsu tuvo además el efecto de poner aún más nerviosos si cabía a los ninjas Iga. Uno intentó echar a correr en busca de la seguridad del bosque y recibió una oportuna patada en la nuca, cortesía de Sanosuke. Sus dos compañeros optaron por pelear hasta el final, pero la mayor parte de su ventaja se había perdido, y aunque eran excelentes luchadores, Sanosuke estaba acostumbrado a pelear desde hacía mucho tiempo, y era de los mejores en cualquier tipo de riñas. Pronto, una tanda de puñetazos bien colocados derribó al tercer ninja, y el cuarto empezó a meditar las pocas posibilidades que le quedaban. Desesperado, lanzó un nagetepo al suelo entre Sanosuke y él y, cuando el humo se despejó, el tipo había desaparecido.
-¡Eh, cobarde, vuelve aquí!- le gritó Sano, pero si el ninja le oyó, no le hizo el más mínimo caso.
Katsu, mientras, había corrido hacia el segundo grupo de tiradores de ese lado del camino. A pesar de la confusión que había causado la primera bomba, esperaba que los otros tres gaijin ya estuvieran preparados. Y no estaba desencaminado. En el momento que aparecía entre la maleza apenas durante el tiempo suficiente como para encender las mechas de las bombas y lanzarlas junto a las cajas de balas, los tres hombres le recibieron con una salva de disparos. Por suerte, la aparición de Katsu había sido bastante repentina, y dos de los tiros se perdieron, mientras que el tercero simplemente le rozó un brazo. La herida escocía como mil demonios, pero el joven japonés apretó los dientes, y saltó en busca de protección antes de que la explosión, igual de fuerte que la anterior, tenía lugar. Una vez acabado el trabajo, salió al camino, en espera de ayudar a quien fuera.
Sano, tosiendo a causa del nagetepo del ninja Iga, le hizo una seña. Al parecer, todo había acabado. Si había acabado bien o mal, aún estaba por verse.
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A Kenshin no le preocupaban los ninjas, al menos no demasiado. Aunque eran luchadores expertos, Kaoru y Yahiko podrían defenderse de sus ataques, y él no tendría problema alguno para quitárselos de encima. Pero cuando se añadían los tiradores a la ecuación, el resultado sí era preocupante. Aunque tenía la suficiente velocidad y agilidad como para evitar los disparos si veía la orientación del cañón del arma, Kaoru y Yahiko no tenían tal habilidad. Y no era tan solo uno, sino tres. Por no hablar de que los ninjas podían tenerlos lo bastante ocupados como para no ver venir el ataque a distancia. Así que estaba claro que el primer asunto a solucionar eran los tiradores.
Por desgracia, dos de los seis ninjas estaban justo entre medias. Aunque no creía que eso fuera a ser mucho problema...
Kaoru y Yahiko, espalda contra espalda, hacían frente a los restantes cuatro ninjas. No parecía que fuera a resultar fácil, incluso si solo eran dos por cabeza. A fin de cuentas, aquellos eran ninjas, y ambos sabían, por experiencia propia, que tomarse un ninja a broma era un error que se pagaba caro. Tenían que atacar rápido y de forma efectiva, pero decirlo era más fácil que hacerlo. Los Iga iban armados con kamas, cuyas afiladas hojas de metal podían partir con facilidad el shinai o el boken con el que iban armados. Los ninjas parecían conocer esto, y estaban esperando el momento oportuno para lanzar su ataque.
Kenshin fue el primero en moverse. Clavó su espada en el suelo, ligeramente atrasada, para luego lanzar un tajo partiendo desde aquella posición. La fuerza del golpe se transmitió por la tierra, moviéndose rápidamente en la dirección del tajo, levantando tras de sí una ola de arena. Los dos ninjas esquivaron saltando a los lados, y el ataque siguió su camino hasta donde se encontraban los tiradores gaijin, que recibieron el golpe de lleno. Allí donde el trayecto del golpe fue interrumpido se alzó una repentina columna de tierra, y cuando el polvo levantado se despejó, los tres europeos estaban fuera de juego. Los dos Iga miraron con asombro y respeto al samurai, y se prepararon para lo que prometía ser un combate complicado.
Otros dos eligieron ese momento para atacar a Kaoru, cada uno por un lado. La maestra de kendo dio un calculado paso hacia un lado y hacia delante, evitando el ataque de uno de los ninjas, y elevó su boken justo en el punto en que el mango de las kamas se unía a la cuchilla, deteniendo el ataque. Con el mismo movimiento fluido, dio otro paso hacia delante y el lado, liberando el boken; giró y elevó la espada de madera, y lanzó un golpe a la cabeza del ninja, quien elevó el brazo justo a tiempo. A pesar de ello, el golpe fue potente, y el hombre se dolió. Kaoru observó que el otro ninja, que había quedado ahora detrás de su compañero, empezaba a rodearle para acercarse a ella. La maestra de kendo sabía que no podría enfrentarse a los dos a la vez, así que optó por la estrategia más sencilla: colocar al ninja con el que se estaba enfrentando siempre entre ella y el otro. Así, lanzó un golpe a la muñeca al tiempo que se colocaba justo en el punto contrario del ninja ileso.
Yahiko ya se había enfrentado antes a grupos de adversarios, utilizando un truco que le había enseñado Kenshin, pero ahí no tenía donde huir, o dónde colocarse para que los tipos sólo le pudieran atacar de uno en uno, y además eran tipos más rápidos y ágiles de la media. Si pudiera eliminar a uno por sorpresa... Pero no era probable que aquellos tipos se dejaran pillar desprevenidos teniendo toda la ventaja. En ese momento, los dos ninjas saltaron hacia él. Viéndose en apuros, Yahiko optó por la esquiva más rápida, decidiendo que la elegancia en aquellos momentos se podía ir a dar un paseo: saltó hacia delante y en plancha, pasó por debajo de los dos ninjas que saltaban y con una voltereta recuperó la postura. Pivotando sobre un pié, lanzó un ataque al costado hacia el ninja más cercano, pero este detuvo el shinai con una kama, dejando una muesca profunda en el bambú. Yahiko vio venir por el rabillo del ojo al compañero, y volvió a saltar a un lado, esquivando por poco las armas. El muchacho miró a los ninjas con los ojos entrecerrados. Tenía que haber alguna manera de acabar con aquellos tipos.
Y entonces ocurrió la primera explosión.
Los dos ninjas que se enfrentaban a Kenshin se dirigieron miradas nerviosas. Estaba claro que no les ilusionaba enfrentarse ellos solos al famoso Battôsai, aunque tampoco querían desobedecer las ordenes que se les había dado. Finalmente, ambos se abalanzaron contra el samurai, uno de frente y otro dando un salto en espera de alcanzarle por la espalda. Kenshin se apartó del ataque del primero, al tiempo que giraba sobre sí mismo. Con la inercia del movimiento, golpeó al ninja con la sakabatô en la espalda, y el Iga calló hacia delante y rodó varios metros, quedando inconsciente en el suelo. Sin prestarle atención, Kenshin terminó el giro y, al tiempo que el ninja restante caía sobre el, colocó la mano por debajo del filo, y golpeó hacia arriba con un potente salto, alcanzando al desdichado por debajo de la mandíbula. Una vez acabó con el tipo, se giró a ayudar a Kaoru y Yahiko.
Por su parte, la maestra de kendo vio como el ninja al que evitaba acercarse se hartaba de aquel juego del gato y el ratón. El compañero seguía en pie, aunque dos golpes en las muñecas le habían dejado incapaz de manejar de manera correcta las armas. El ninja saltó por encima de su compañero, a fin de alcanzar a Kaoru, pero esta, que había esperado una maniobra similar, se lanzó hacia delante y golpeó con fuerza el estómago de su adversario al tiempo que pasaba, y con rapidez se giró para hacer frente a sus atacantes. El ninja al que había estado atacando hasta entonces estaba en el suelo, en posición fetal. El otro observó a su compañero, y luego miró a Kaoru, con los ojos reflejando algo similar al fastidio.
-¿Qué tal si te buscas un marido y dejas de dar la plasta?- le espetó a la maestra de kendo.
Varias venitas se hicieron notables en el rostro de Kaoru, rojo por la furia.
Yahiko aprovechó el momento en que los dos ninjas miraban el lugar de la explosión por el rabillo del ojo, y uso una maniobra similar a la de su maestra. Corrió en una amplia curva y saltó, con el shinai alzado. Golpeó la cabeza del ninja al que se había acercado y, una vez puso los pies en el suelo, lanzó una estocada a la altura de la garganta y otra al estomago. El ninja detuvo a duras penas los dos ataques, pero Yahiko repitió rápidamente el golpe a la cabeza, y esta vez el tipo no lo pudo detener. Apenas este cayó, Yahiko se echó a un lado, esquivando por los pelos dos kamas que se abatían sobre él. Se encaró a su otro adversario, que le estaba observando, como calculando las posibilidades que tenía. En parte se sintió orgulloso de que un enemigo le tomara en serio, aunque debía admitir que eso le quitaba algo de su ventaja.
De pronto se escuchó un sonido como de un palo golpeando una calabaza, y el segundo ninja que le había quedado a Kaoru pasó entre los dos.
-¡¡METETE EN TUS ASUNTOS, NINJA DE TRES AL CUARTO!- chilló la maestra de kendo.
Sendas gotas de sudor recorrieron las frentes de Yahiko y su contrario.
-Pero mira que es burra...- musitó el chico.
Y se produjo la segunda explosión.
El ninja con el que se estaba enfrentando Yahiko, sorprendido y preocupado, miró a su alrededor, y vio que era el único que quedaba en pie, y que varias personas se estaban dirigiendo hacia allí, dispuestos a reducirle.
-Me temo que no podremos acabar esto, chico- le dijo a Yahiko, y este se sorprendió al comprobar que la voz era totalmente femenina. El ninja se bajó la máscara, mostrando un rostro de mujer, se llevó un silbato a los labios, y sopló.
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El silbato produjo un pitido agudo, y fue seguido por varias explosiones sordas que extendieron una enorme nube de humo sobre los alarmados defensores. La joven kunoichi Hojo se lanzó a proteger a Rodríguez, que estaba lanzando maldiciones en castellano. Cerca de ese punto, Katsu se llevó una manga al rostro para protegerse del humo, al tiempo que buscaba cobertura. Sano siguió tosiendo y lanzando imprecaciones que habrían sonrojado al más barriobajero de los criminales. Saito y el ninja Hojo, que estaba cerca de él, se pusieron inmediatamente en guardia, lo mismo que Kenshin, que procuró acercarse a Kaoru y Yahiko.
Pero cuando el humo se hubo dispersado, todo rastro de los ninjas había desaparecido. No solo aquella que había hecho frente a Yahiko, sino también todos los caídos, estuvieran muertos o inconscientes. Sin embargo, los gaijin seguían allí.
Los dos ninjas Hojo que habían sobrevivido al ataque desaparecieron con los cadáveres de sus compañeros, probablemente a enterrarlos en algún lugar oculto donde pudieran descansar en paz. Saito y Rodríguez, por otro lado, se encargaron de los gaijin. Los seis que habían acabado en las explosiones necesitaban atención médica, algo que sería difícil de conseguir, y la kunoicihi Hojo solo había dejado vivo a uno de los tres con los que se las había visto, aunque con un serio golpe en la cabeza. Los tres de Kenshin estaban vivos, aunque no se despertarían en un tiempo.
El Kenshingumi, junto con Katsu, encontraron a los aldeanos. Habían sido atacados por el contingente de ninjas Iga y por los europeos, pero habían conseguido huir hasta un pantano cercano. Kaoru y Sano recordaban el lugar: habían estado buscando las plantas para hacer el antídoto para Yahiko cuando habían viajado por primera vez con Hikaru. Cuando los aldeanos habían escuchado las explosiones, habían ido a investigar, y había sido cuando el grupo se había encontrado con ellos.
El médico que residía en la aldea, un hombre entrado en años, se encargó de los heridos. Los primeros tuvieron que ser los europeos que se habían visto afectados por las explosiones. Los otros cuatro, que demostraron estar en excelentes condiciones, fueron encerrados en un pequeño almacén hasta que la policía pudiera hacerse cargo de ellos. Tras atender a los gaijin, el médico se ocupó de las heridas de Katsu y del ninja Hojo. Tras todos los arreglos, y viendo que no podrían avanzar más aquel día, el grupo se reunió en una casa cuyos habitantes habían tenido a bien alojarles durante la noche en agradecimiento por deshacerse de los atacantes que les habían apartado de sus vidas normales.
Una vez estuvieron tranquilos, el siguiente plan de acción empezó a trazarse.
-Tenemos que enviar un mensaje al señor Date- dijo Rodríguez-. Tiene que saber lo que ha sucedido en el pueblo, y pedirle que envíe refuerzos. No creo que esos tipos se vayan a dar por vencidos.
-Iré yo, si me lo permiten- ofreció la kunoichi, que ahora estaba vestida con un sencillo kimono, a fin de no alarmar demasiado a los aldeanos-. Sola iré más rápido, y para los refuerzos puedo hablar directamente con Miho-san ahora que Hagane-sama no está.
-Alguien debería quedarse en la aldea hasta que la policía se lleve a los europeos- aconsejó Kenshin-. No creo que sus compañeros los vayan a dejar allí, y estaría bien que quedara alguien para defenderles.
-¡De eso me encargo yo!- exclamó Sano-. Si vienen les daré un buen recibimiento.
-Probablemente los confundieras con nuestros aliados- comentó Saito.
-¡¡¿¿Cómo!
-Yo también me quedaré- medió Katsu, antes de que aquello acabara en batalla campal-. ¿Sería posible que viera los rifles de uno de aquellos tipos?- Rodríguez le dirigió una mirada de curiosidad-. Deberíamos tener la posibilidad de defendernos a distancia de esos tipos, ya que ellos también van con rifles, y yo he manejado armas de fuego. No soy el mejor, pero me las arreglaré.
-Veremos lo que se puede hacer- asintió el español-. Bien, a menos que haya cambios de última hora, esta jovencita...
-Sen.
-Bien, la señorita Sen irá de vuelta a Tokyo para avisar al señor Date. El señor Sagara y el señor Tsukioka- Rodríguez les dirigió una mirada y ambos amigos asintieron con la cabeza-, permanecerán en la aldea hasta la llegada de la policía y de los refuerzos que tenga a bien enviarnos la señorita Shogo. Los demás nos dirigiremos mañana a la aldea, si no hay objeciones.
Nadie dijo nada durante un rato. Finalmente, Kenshin habló.
-Será mejor entonces que vayamos a descansar, mañana nos espera un día duro.
-Mejor será, este enano ha tenido demasiadas emociones hoy- comentó Sanosuke, dándole una toba en la frente a Yahiko.
-¡¿Cómo que enano! ¡¡Te vas a enterar!
Y de inmediato saltó a morderle la cabeza a Sanosuke, quien intentó defenderse. Aquello derivó en una riña que fue rápidamente ignorada por el resto de los presentes, quienes optaron por irse a la cama, y que acabaran cuando ellos quisieran.
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NOTAS DE LA AUTORA: Pufff... Por fin esto está acabado. El combate de Saito y el ninja Hojo me dio más de un quebradero de cabeza. Por no decir que esto ha sido escrito a cachos, y más de la mitad en el trabajo, en momentos que no tenía nada que hacer (escasos todos ellos, creedme). Por no decir que entre el momento que acabé de escribir esto y el momento en que lo publique estarán separados por unos cuantos días. Sí, Lolth ha vuelto a cascarse, ¿no es maravilloso?
A ver, este capítulo me tocaba hablar de Rodríguez. Como ya comenté al principio, la idea original de la que surgió este fic era algo así como "Battôsai contra Timofónica". La verdad es que si uno es español, comprenderá los horrores de la principal compañía de telecomunicaciones del país. Todo acabó derivando a un viejo chiste de mi antiguo club de rol (casi tan terrorífico como Telefónica). Como todo era de origen español, necesitaba españoles para tirar del argumento. El primero que surgió fue Rodríguez. El apellido es tan típico español que casi da asco xD. Es un hombre adelantado a su tiempo en el aspecto de que intenta comprender la cultura japonesa y estimarla en su justa medida, sin juzgar por los cánones de su propia cultura. Tengo un libro de cuentos japoneses algo posterior a la época, y los comentarios del autor en algunos de dichos cuentos daban a entender que no era capaz de ver que esa cultura era demasiado diferente a la suya, y que no entendía que no podía compararlas. Rodríguez intenta no comparar, y es lo que le hace un tipo adelantado a su época.
En el siguiente capítulo, parece que los planes no van tan bien como pensaban, pero Date-san por fin recibirá la visita esperada.
