Ju YON: SECRETO.

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Lo de siempre, que todo esto no es mío, se lo he tomado prestado a Watsuki, a Sony y a cierto grupo al que hace tiempo que no veo. Bueno, miento, Amemaru es mío. Creo que Hagane también, aunque no estoy segura. Bueno, de cualquier manera, que yo no me llevo dinero de esto, así que hale, tirad pa'lante.

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Megumi, Misao y Hikaru estaban agazapadas en la espesura, escuchando los ruidos de combate, solo imaginándose lo que estaba pasando, puesto que desde aquella zona no podían ver lo que pasaba. Megumi observó que las dos chicas tenían preparadas sus armas. Los nudillos de Hikaru estaban blancos de la presión con la que sujetaba su tanto, pero su muñeca se mantenía firme. La doctora se sintió bastante tranquila de estar protegida por las dos kunoichi, aunque no lo fuera a admitir en aquel momento.

Los ruidos de combate, los choques de metal contra metal o contra madera, los gritos de batalla, de dolor o de muerte, continuaron durante un buen rato, y finalizaron con lo que parecía el sonido de una pequeña explosión.

-Parece que ya ha acabado...- musitó Misao.

-¿Salimos?- preguntó Megumi, también en voz baja.

-No, esperemos a que vengan- contestó Hikaru-. Sólo por si acaso.

De pronto, las dos kunoichi se irguieron súbitamente al notar un ki extraño, y se pusieron entre Megumi y el recién llegado: un ninja Iga que se había dejado caer desde un árbol.

-¡Oh, mira, tres preciosidades!- se burló, mientras Misao y Hikaru se mantenían en guardia-. ¡Me pregunto que harán esos ocho cuando os tenga!

-¿Quién es este bocazas?- le preguntó Misao a Hikaru en voz baja.

-¿A mí me lo preguntas?- contestó Hikaru a su vez.

El Iga parecía furioso al ver que las dos se lo tomaban a chanza. Saltó hacia ellas, kama en ristre.

-¡Ya veremos que haréis cuando os tenga desnudas, atadas y a mi merced!- chilló.

"¿Desnudas?" pensó Hikaru.

"¿Atadas?" pensó Misao.

"¿A su merced?" el turno de pensar era de Megumi.

Las tres lanzaron al mismo tiempo un grito de guerra.

-HENTAI!

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-¡Las chicas!- exclamó Amemaru.

Antes de que pudiera hacer o decir nada, Aoshi y Sanosuke ya se habían lanzado al rescate en dirección de los gritos, seguidos de Hagane. Se puso en movimiento para correr a la par de Kenshin y Saito, delante de Katsu y Rodríguez, que habían quedado atrasados.

Cuando el grupo llegó, Sanosuke miró por un momento la escena y se echó a reír, agarrándose los costados. Kenshin mostró una de sus idiotescas expresiones, mientras que Katsu y Rodríguez se unieron a Sanosuke en las risas, aunque de manera algo más discreta. Amemaru había arqueado una ceja, mientras que Hagane entrecerraba los ojos (o más bien, el ojo sano) en una mueca de dolor. Si Aoshi o Saito estaban afectados en lo más mínimo, ni siquiera lo demostraron.

-Oro?

Delante de ellos, las chicas habían frenado en seco al ninja Iga. Hikaru le había golpeado con el puño libre en plena boca, Misao le había dado una patada en sus "partes nobles", y Megumi había usado su caja de medicamentos a modo de maza contra la cabeza del ninja. Se quedaron en aquella posición durante unos segundos, hasta que le ninja cayó hacia atrás, fuera de juego. A pesar de ello, Misao se lanzó sobre el cuerpo inconsciente, y solo Hikaru pudo detenerla de liarse a golpes con el hombre caído.

-HENTAI! SUKEBE!- berreaba Misao-. ¡¡Suéltame, Hikaru! ¡¡Lo voy a machacar!

-¡Tranquila, Misao-chan, ya está en el suelo!- explicaba la pelirroja, mientras sujetaba a su amiga de la cintura a duras penas-. ¡Que lo vas a matar!

-¡Esa es la idea!

-Tranquila, Misao-chan- dijo Megumi en un tono helado-. No hace falta matarle. Déjame que lo utilice como conejillo de indias.

Un escalofrío generalizado recorrió al grupo de hombres.

-Misao-dono, Hikaru-dono, Megumi-dono- llamó Kenshin-. ¿Estáis bien?

-¡Oh, Ken-san! ¡Me alegro de ver que estáis todos bien!- el cambio de Megumi fue inmediato. Más de uno sufrió un nuevo escalofrío.

-Hay veces que de verdad me da miedo...- musitó Sano.

-Hai, Kenshin-san, estamos bien- contestó Hikaru-. ¡Misao-chan, ya está, déjalo!

Misao pareció calmarse, aunque aún amagó una patada al ninja Iga.

-¡Oi, Hikaru-chan, nunca creí que te fueras a llevar bien con la comadreja!- exclamó Sano.

-¿A quién llamas comadreja, cabeza de pájaro?- le espetó la kunoichi morena.

-Misao-chan...- musitó Hikaru, intentando frenarla sin mucho éxito.

-No te preocupes por ellos, Hikaru-dono, son siempre así.

-¿Qué hacemos?- le interrogó Amemaru a Hagane.

-Es más que probable que aquella kunoichi haya ido en busca de refuerzos- razonó el ninja-, y no todos los ninjas del claro están muertos, pero no quiero dejar los cadáveres a la vista del que pase. No me imagino la cara del aldeano que venga a buscar setas y se encuentre con esto.

-Bueno, no somos pocos- intercedió Rodríguez-, así que algunos pueden ocuparse de los cadáveres y el resto de vigilar a los enemigos capturados. Lo que tenemos que pensar es en qué haremos después con ellos.

-Acabemos con este asunto cuanto antes- replicó Saito-, tenemos otras cosas que tratar.

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-¡Es Tsubaki-san!- exclamó uno de los ninjas que esperaban emboscados al borde del camino principal que llevaba hasta la montaña donde se hallaba la aldea oculta, dos horas después del combate en el claro.

El líder del equipo se volvió y comprobó que, efectivamente, se trataba de la kunoichi. Quitando que estaba sosteniendo la desgarrada parte frontal de su traje para evitar que se le vieran los pechos, y que estaba agotada, parecía estar bien. El hombre saltó al suelo, casi una sombra, y se acercó a la mujer.

-¿Qué haces aquí?- interrogó-. Tendrías que haber estado con el equipo del claro.

La muchacha pareció ponerse colorada de rabia.

-¡¡Mientras vosotros estabais aquí mirando las musarañas como pasmarotes, Fuma Hagane apareció en el claro mientras nos enfrentábamos a Battôsai! ¡¿Dónde demonios estaban los refuerzos, eh!

El hombre dio un respingo y un paso hacia atrás, atemorizado ante la furia de la kunoichi.

-¿Fuma Hagane fue por la ruta secreta?- preguntó, intentando calmarla.

-¡Sí!- rugió ella-. ¡Y si hubieras estado ahí, tal vez habríamos conseguido que no nos patearan el trasero! ¿De quién fue la brillante información de que vendrían por aquí, eh?

-Nuestro espía dijo...

-¡Da igual! ¡Ya podéis empezar a moveros! Con un poco de suerte, tal vez podamos salvar a los pocos de nuestros compañeros a los que no han destripado.

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Megumi había atendido a los heridos, incluyendo a los ninja Iga, muy a pesar de las quejas de Sano. En un momento dado le había gritado a la cara que su deber como médico era atender a todos, incluyendo a los enemigos. Aquello no solo había callado a Sano, sino que había hecho muy colaboradores a los pocos Iga que estaban conscientes. Megumi atendió primero a los que más graves estaban. Algunos no tenían salvación posible, y otros no estaba muy claro que sobrevivieran a pesar de los cuidados de la doctora. Tras ello, atendió a los menos graves, incluyendo a Hagane, al que casi tuvo que placar para poder mirarle el ojo morado.

Saito, Aoshi y Amemaru habían quedado encargados de la vigilancia de los prisioneros. Sano había dicho que sería mejor atarles, pero Hikaru y Misao le explicaron que uno de los entrenamientos del ninja era librarse de sus ataduras, así que de poco serviría hacerlo. Sin embargo, según Hikaru, el tener a tres hombres que acababan de demostrar su peligrosidad y su capacidad para despachar en combate de tres contra uno a todos sus adversarios, con los ojos fijos en ellos, sería mucho más efectivo. Por segunda vez Sano tuvo que refunfuñar y dejar el tema, ante la obvia lógica que le planteaban.

El resto dedicó su tiempo a enterrar a todos, amigos y enemigos, bajo túmulos de piedras amontonadas. A pesar de que eran unos cuantos los que estaban realizando el trabajo, les llevó su tiempo. Tras cuatro horas, cansados y hambrientos, acabaron con la tarea. Hikaru se dejó caer junto a Misao, sentadas en el suelo y apoyadas la una en la espalda de la otra. Kenshin, Hagane y Rodríguez se unieron al trío de vigilantes mientras Katsu, Sano y Megumi se quedaban con las dos kunoichis.

-¿Qué hacemos con estos tipos?- interrogó Amemaru.

-No podemos tenerlos vigilados en el campamento, y tampoco podemos permitirnos los hombres que necesitaríamos para escoltarlos hasta Tokyo- dijo Rodríguez.

-Además, si nos los lleváramos, ralentizarían nuestros pasos, y es más que probable que la que escapó haya ido a buscar refuerzos- explicó Hagane.

-Así que tendríamos otro combate con no sabemos cuantos ninjas, en un terreno poco conocido y con la dificultad añadida de tener que prestar atención a la gente que llevamos- continuó Kenshin.

-Todo esto es demasiada molestia- musitó Saito, encendiendo un cigarrillo-. No creo que la comadreja y la chica Fuyuzuki estén en condiciones de pelear.

-¡¡HE OIDO ESO!- exclamó Misao desde el otro lado del claro. Saito no la hizo el más mínimo caso, como tampoco hizo caso de la ceja arqueada de Aoshi ante el sobrenombre dirigido a la kunoichi morena.

-Tampoco podemos dejarlos aquí sin vigilancia- comentó el antiguo líder de los Oniwabanshuu-, corremos el riesgo de que nos ataquen también.

-A menos que pudiéramos mantenerles ocupados...- ofreció Kenshin. El samurai dirigió una mirada a los ninjas conscientes, que estaban escuchando la conversación que tanto les interesaba. Los ocho (los que se habían enfrentado con él y con Sano, y el que habían derribado Hikaru, Misao y Megumi) recularon ligeramente al ver que les estaba prestando atención. Kenshin suspiró.

-Hey, Fuma-san- dijo Amemaru, girándose a su amigo-, tú eras un maestro trampero de tu clan, ¿no? ¿Se te ocurre algo?

-Preparar una trampa requeriría demasiado tiempo- contestó el ninja.

-¿No hay forma de tenerlos quietos durante un tiempo?- interrogó Rodríguez

-¿Un mazazo en la cabeza?- repuso Amemaru, burlón, mientras dirigía su mirada al ninja que habían derribado las chicas. Éste bufó, disgustado.

-¿Qué hay del veneno que usaste antes, Fuma?- le preguntó Aoshi a Hagane.

El ninja que había caído a causa de su aguja todavía estaba inconsciente, aunque Megumi había asegurado que se encontraba estable.

-Uhm... Buena idea, tendrá ocupados a los refuerzos e impedirá que se les unan- asintió Kenshin.

Hagane sacó una cajita y un pequeño estuche de herramientas, del que extrajo ocho largas agujas.

-Tendréis que sujetarlos- dijo-. Para que el efecto sea inmediato tengo que clavarlas en el cuello. ¡Sagara-san! ¿Podéis tu amigo y tú venir un momento?

-¡Eh, eh!- exclamó el ninja bocazas de los Iga, poniéndose en pie de un salto-. ¡Si te crees que vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras...!

No pudo acabar la frase, pues al intentar dar un paso hacia Hagane fue interceptado, derribado e inmovilizado por Aoshi.

-¡Gracias por presentarte voluntario!- exclamó Hagane. Untó una de las agujas en una sustancia pegajosa que guardaba en la caja y la clavó en el cuello del ninja Iga, que peleaba por liberarse de la presa de Aoshi.

-Ya le puedes soltar, Shinomori-san.

El aludido hizo lo que le indicaba. El ninja Iga se puso en pie de nuevo, para caer inmediatamente atrás, noqueado a causa del veneno. Los demás ninja vieron a su compañero caer, se miraron entre ellos y luego miraron al grupo que estaba ante ellos, y al que obviamente no iban a superar.

-Sé de cierta mujer que nos va a arrancar la cabeza cuando se entere de esto- dijo uno, con cara de resignación.

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Media hora después, cuando el grupo ya había abandonado el claro, llegaron los refuerzos Iga, con Tsubaki a la cabeza. Se encontraron con el claro despejado en lo que había sido posible, a los heridos atendidos, y a un grupo de ninjas inconscientes. Fue Tsubaki la que encontró las agujas con el veneno que había usado Hagane, junto con el jirón de tela que le había arrancado de la ropa. Tsubaki conocía el veneno, así que se las arregló para que le pasaran algo de agua y preparar un antídoto rápidamente.

El último en ser despertado fue, precisamente el ninja bocazas.

-¡Ya podías darte más prisa, Tsubaki!- se quejó-. Aunque tengo que admitir que las vistas son estupendas- añadió, mirando lo que mostraba el rasgón en su traje.

Los ojos de la kunoichi llamearon. Los compañeros del ninja bocazas huyeron en desbandada.

Tsubaki realizó una serie de ocho patadas, acabada con una patada con voltereta hacia atrás que envió al bocazas contra un árbol y de nuevo al suelo, inconsciente. Tsubaki se sacudió las manos y se volvió hacia el líder del escuadrón en el que había estado incluida.

-¿Y bien? ¿Vamos a por ellos?

El hombre sacudió la cabeza en una negativa.

-Iya- respondió-. Tenemos menos efectivos que este grupo, tenemos que cuidar de nuestros heridos, lo que incluye al idiota de Kentaro. Y Fuma y Himura están juntos. Sería un suicidio.

Tsubaki se encogió de hombros.

-Bueno, entonces no sé qué pintamos aquí. Larguémonos antes de que sea demasiado tarde.

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Lo primero que recibió al grupo cuando llegaba al campamento, ya bien entrada la tarde, fueron los gritos de aviso de su llegada. Lo segundo fue Fuma Sen. Al principio, se dirigió hacia ellos hecha una furia, pero cuando vio quienes acompañaban a los que habían salido de allí, le cambio la cara y se arrojó corriendo hacia Hagane, saltando y abrazándole, derribándole al suelo entre risas.

-¡Hagane-sama! ¡Estábamos preocupados por ti! ¡Madre mía, mira como tienes el ojo! ¿Cómo te lo has hecho? No, no me digas nada, ¡has hecho enfadar a Miho-san!

-Pues no precisamente.

-Se lo hizo una kunoichi Iga- informó Amemaru.

-¿En serio? ¡Tiene mejor gancho que algunos de nuestros ninja!- exclamó Sen.

-No sabes tú hasta que punto...- musitó Hagane.

Justo en ese momento, avisados por los gritos, hicieron acto de aparición Kaoru y Yahiko. Tras echar un vistazo al grupo, los dos se abalanzaron al unísono hacia Hikaru, que a punto estuvo de retroceder, asustada.

-¡Hikaru-chan!- exclamó Kaoru-. ¡Estás bien! ¡Nos tenías preocupados!

-¿Dónde andabas?- la interrogó Yahiko-. ¡Ya te vale, menudo susto nos diste!

-Lo siento- contestó Hikaru, abatida.

-Dele un respiro, Kamiya-san- le dijo Hagane a la maestra de kendo, poniéndose en pie, liberado al fin del peso de Sen.

Kaoru se giró hacia él con cara de malas pulgas.

-¿Y quién es usted, si se puede saber?

-Es Fuma Hagane- contestó Amemaru-. Es un amigo mío.

-Y uno de nuestros líderes- añadió Sen.

-¿También conoce a...?- interrogó Yahiko, señalando a Saito.

-¡Ah! Me temo que eso es cosa de Date-san y no mía.

-Me tranquiliza que la relación entre Fuma y Saito sea indirecta- comentó Misao.

-¡Misao-chan!- dijo Kaoru, dándose cuenta de la presencia de la kunoichi morena-. ¡Aoshi-san! ¿También estáis vosotros aquí? ¡Y tú también, Megumi-san!

-A buenas horas te enteras...- musitó Misao.

De repente, hubo un rugido de estómago generalizado.

-Creo que deberíamos dejar las presentaciones para la cena- ofreció Kenshin.

-¡Eso! ¡Me muero de hambre!- anunció Sano.

-¡Estupendo! ¡Hoy he sido yo la que ha preparado la cena!- dijo Kaoru.

Aquella noticia hizo que los rostros de Kenshin, Sanosuke, Yahiko y Hikaru tomaran una calidad verdosa ante la divertida y extrañada mirada del resto de los presentes. Megumi abrió uno de los cajoncillos de su caja de medicinas y, tras comprobar que estaba repleto, asintió, cerró el ya mencionado cajoncillo y se mantuvo a la espera. Hagane se volvió hacia Sen, y esta le musitó algo al oído. El ninja Hojo le dirigió una mirada extrañada a su prima, pero esta simplemente se encogió de hombros.

-Síganme- les pidió-. Les puedo asegurar que la comida no es tan terrible.

-Creo que se me ha quitado toda el hambre que tenía- susurró Sano, antes de que Kaoru fijara en el una mirada terrible. Katsu se apartó un paso de su amigo en previsión de cualquier ataque que pudiera sufrir.

Sen los llevó a través del campamento. Había construido una empalizada provisional alrededor del mismo, en un semicírculo que acababa allí donde la montaña sufría un cambio brusco de inclinación, cayendo desde el borde del cráter en picado. La empalizada no era muy alta, solo lo suficiente para impedir que los animales salvajes entraran, y para que proporcionara una cobertura contra los disparos de los rifles gaijin. En el centro justo del trozo de pared montañosa que habían elegido para construir el refugio estaba la entrada a la cueva que daba al interior del volcán, allí donde se hallaba la aldea de Hikaru. Cerca de la ya mencionada entrada, habían alzado una tienda de campaña que bien podría considerarse una carpa pequeña, y que hacía las veces de centro de operaciones. Allí les sirvieron la cena.

El grupo miró la comida con algo de desconfianza. El aspecto era el habitualmente desastroso que tenía la cocina de Kaoru, e incluso Saito y Aoshi parecieron reticentes a probar siquiera un bocado. Pero Sen y Hagane cogieron sus platos sin decir palabra y comenzaron a comer. Amemaru y Rodríguez les siguieron, el español con algo de dificultades dado que no tenía costumbre de comer con palillos. Cuando vieron que los cuatro no parecía sufrir ninguna de las intoxicaciones que sucedían a comer cualquier alimento preparado por Kaoru, el resto se atrevió a probar la comida. Y se sorprendieron al comprobar que, de hecho, estaba bastante buena.

-¡Vaya, Jo-chan, por fin has preparado algo comestible!- exclamó Sanosuke, llenándose la boca como si no hubiera un mañana.

-¿Insinúas algo?- comentó la maestra, mientras comía un bocado. Miró el plato, extrañada, para luego continuar comiendo, con lagrimones de felicidad en los ojos.

Kenshin se inclinó hacia Sen y Hagane, que estaban al lado.

-Habéis cambiado la comida de Kaoru-dono, ¿verdad?

Hagane trazó una cuasi sonrisa que ocultó haciendo como que se aclaraba la garganta.

-No creas que ha sido fácil imitar el aspecto de la comida de Kamiya-san- comentó Sen en voz baja-. No quiero herir sus sentimientos, pero tampoco quiero sufrir un envenenamiento alimenticio.

Kenshin sintió una gota de sudor. Por desgracia, entendía a Sen.

-Siento fastidiarles la comida a todos- dijo Hagane, para llamar la atención a otro punto-, pero tenemos que discutir que es lo siguiente que vamos a hacer.

-Tendremos que buscar el arma- asintió Amemaru-, y tendremos que empezar mañana por la mañana, a primera hora.

-Ya hemos empezado- anunció Rodríguez-. No hemos avanzado mucho, pero hemos dividido el terreno en pequeñas áreas, y hemos peinado la zona a las afueras de la aldea en sí, sin resultado.

-Hemos de pensar entonces que está oculta en la misma aldea- comentó Kenshin.

-Supongo que Fuyuzuki no estará en posición de ayudarnos- dijo Saito.

-Tal vez haya olvidado mi pequeño problema- replicó la aludida con sarcasmo-. No se preocupe, las pérdidas de memoria no son tan terribles.

Yahiko y Katsu, que estaban a los lados de Hikaru, se apartaron de ella rápidamente. Pero Saito obvió el comentario.

-Habrá que formar los grupos para buscar- dijo Misao, pasando rápidamente a su faceta "profesional"-. Creo que en parejas o de tres en tres sería lo ideal.

-No podemos poner a todos nuestros ninja en el trabajo de búsqueda- añadió Hagane-, puesto que necesitamos que alguien guarde el campamento fuera del volcán.

-Yo me quedaré- ofreció Sen-. Elegiré a los que se queden haciendo guardia.

-Es una buena idea.

-Bien- continuó Kenshin-. Eso quiere decir que tendremos que ser nosotros los que formemos los grupos de búsqueda.

-¿Y qué vamos a buscar?- interrogó Yahiko-. Porque no está muy claro todo esto.

-Cualquier cosa que se haya salvado de la quema, y que sea extraña. Buscamos un arma, pero por lo que sabemos, puede ser el arma misma o solo los planos para hacerla- respondió Amemaru.

-Ah, vale.

Sanosuke bostezó.

-Toda esta charla es muy aburrida- dijo-. Creo que me voy a dormir.

-Es obvio que las conversaciones estratégicas resultan aburridas a los que tienen cabeza de pájaro- el que así hablaba era Saito.

-¡¡¡¿¿¿QUÉ HAS DICHO!

-¿Es esto siempre así?- le preguntó Hikaru a Katsu, mientras Sano intentaba vengarse de Saito a puñetazo limpio, y fallando miserablemente.

-No... ¡Es peor!- contestaron a la vez Katsu y Yahiko.

Hikaru suspiró, aunque en el fondo estaba sonriendo. Se alegraba de estar con sus amigos, y se alegraba de que estos estuvieran menos preocupados que ella.

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Finalmente, se separaron en parejas. Megumi se quedó en el campamento, a fin de asistir a cualquiera que necesitara cuidados médicos. Kenshin y Kaoru acabaron emparejados inmediatamente, aunque cada uno de los demás miembros del grupo aludía una razón distinta; la más acertada tal vez fuera la que ofrecieron Hagane y Hikaru (quienes formaban otra pareja de búsqueda): se complementaban mejor que otros. Yahiko, que había acabado con Amemaru, repuso que era porque Kaoru se tropezaría con sus propios pies si no estaba cerca de Kenshin. El comentario le valió un collejón por parte de la maestra de kendo.

Sano y Katsu acabaron juntos, casi por propia iniciativa, lo mismo que Aoshi y Misao. Los últimos fueron Saito y Rodríguez. Principalmente, porque Rodríguez parecía ser el que mejor toleraba al policía, más incluso que Amemaru. Había otros cuatro ninja, que habían sido emparejados por Hagane, ayudándoles en las tareas de búsqueda.

Una vez acabaron de repartirse en grupos, optaron por cada área de terreno. Tal y como estaba dividido, cada grupo tenía que investigar dos casas en ruinas. Una vez terminaron con los preliminares, cada grupo, perfectamente pertrechado, se dirigió hacia su zona. Esperaban encontrar respuestas pronto.

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Hagane y Hikaru se detuvieron delante de la primera casa, derruida por completo, quemada hasta los cimientos. La kunoichi pelirroja acarició una de las pocas vigas que quedaban en pie, ennegrecidas y rotas por el incendio, y carcomidas por el tiempo y el clima. Se volvió a Hagane.

-Debe ser difícil, saber que este ha sido tu hogar y no recordarlo- dijo el ninja. Había pena y compasión en la voz deformada por la máscara en forma de hocico de tigre.

-Difícil, no sé. Es triste- respondió ella-. Sobre todo porque en realidad ya poco importa si recupero o no mis recuerdos, lo que estaba unido a esos recuerdos nunca volverá.

Hubo una pausa.

-¿Sabías algo de la gente de esta aldea?

Hagane sacudió la cabeza lentamente en una negativa.

-Sabía... Sabíamos, todo el clan, que existía, una aldea ninja oculta en un volcán, guardianes de conocimientos largo tiempo olvidados. Pero el nombre del clan, cómo eran, qué hacían... Nos era completamente desconocido. En tiempos pasados guardaron relación con mi gente, y con el clan ninja Sanada, pero aquello fue hace mucho tiempo.

Un silencio pesado cayó sobre los dos, que se miraron, algo incómodos. Finalmente, Hagane habló:

-Vamos, tenemos que buscar. Si no encontramos rastro de nada en la aldea, me sentiré mucho más tranquilo. Prefiero pensar que esos tipos persiguen una quimera imposible.

Hikaru asintió, y entró en los restos del edificio carbonizado, seguida de cerca por Hagane. Durante unos minutos más, mantuvieron el silencio, mientras observaban las ruinas. Nada se había salvado, al menos nada que estuviera por encima del nivel del suelo. Los dos shinobi empezaron a observar el suelo, levantando talas y maderos caídos y achicharrados, lenta y metódicamente.

-¿Por qué llevas esa máscara?- preguntó de pronto la chica.

Hagane se detuvo por un momento, sorprendido, y la miró. Se llevó la mano en un movimiento inconsciente a la trabajada máscara de media cara, y la acarició suavemente.

-En parte, porque me protege, tanto de heridas como del humo- contestó el hombre-. Y en parte como un símbolo de lo que soy.

-¿Qué quieres decir?

-Soy uno de los líderes del clan. Como tal, no importa quién soy, sino lo que soy. Mi máscara me recuerda que, detrás de todo aquello que debo ser por los míos, soy solo Fuma Hagane- Hikaru adivinó una sonrisa en los ojos del hombre-. Solo un pobre hombre que se desespera por gente a la que ni siquiera conoce.

Hikaru enrojeció de vergüenza.

-No creo que fuera para tanto.

Hagane se rió.

-¡No me conoces tan bien, Hikaru-san!- la chica se volvió sorprendida al escuchar a Hagane usar su nombre propio, y no el "familiar"-. Temo que tiendes a infravalorar la preocupación por ti de aquellos que te rodean. Ahora, centrémonos en el trabajo. Cuánto antes acabemos, antes podremos...- el ninja se interrumpió-. Antes podremos tener un poco de tranquilidad.

Hikaru sonrió tristemente y asintió. Sabía que era lo que había ido a decir Hagane, y por qué se había detenido.

"Antes podremos volver a nuestras vidas normales".

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Kaoru recogió los restos de lo que parecía una muñeca de trapo, y los miró con una expresión de tristeza. Llevaba todo el tiempo buscando algo extraño, y encontrando cosas como esas, las cosas del día a día que uno esperaría encontrar en toda casa normal y corriente. Se preguntó si aquellos ninja no estarían en el momento de su muerte intentando llevar una vida normal. Una vida como la de las demás personas, en un mundo en el que ya no eran necesarios.

-¿Por qué no les podían dejar tranquilos?- se preguntó en voz baja.

Había muchos que preferían volver a la época del shogunato, antes del Bakumatsu no Douran, y otros que se aprovechaban de aquellos que intentaban salir adelante. Kaoru no podía entenderlos, no podía entender las razones por las que pretendían impedir que la gente pudiera vivir en paz y con tranquilidad. Dejó la muñeca a un lado, y siguió buscando, intentando no seguir pensando en aquello, aunque resultaba muy difícil cuando estaba en la casa de una aldea destruida por aquellos que no comprendían el verdadero valor de una era de paz.

Kenshin había estado observando a Kaoru durante todo el rato. Estaba preocupado, en cierta manera, por como pudiera afectarla aquella búsqueda. La primera vez que habían estado en la aldea, no había sido durante mucho tiempo, ni habían tenido que entrar siquiera en las viviendas destruidas, y ya de por sí había sido una imagen devastadora. Pero el ver lo que había en aquellas casas, ver los restos de vidas cotidianas segadas de súbito, era algo demasiado doloroso. Para Kenshin, que había visto suficiente sangre durante su vida como para llenar las de todos sus amigos, resultaba triste. Para Kaoru debía ser muy duro. Se preguntó como sería para Hikaru, incluso con la amnesia que sufría, andar por aquellos lugares que habían dado forma a su hogar.

El sonido del crujir de las tablas le llamó la atención. Estaba cerca de la estructura de piedra que hacía las veces de cocina, allí donde el suelo de madera acababa, y el nivel bajaba unos centímetros, hasta el piso de tierra y piedra. Para un oído no entrenado, el sonido de los pasos sobre las tablas de madera no significaba nada, pero para alguien como Kenshin había algo, como una alteración en el eco del crujido, que indicaba la presencia de un cuerpo extraño. Kenshin saltó al piso de piedra y se puso en cuclillas, para observar mejor. Las tablas de madera estaban hinchadas a causa de la humedad, por las lluvias que habían caído en la aldea después del incendio. Pero aún podía ver las rendijas de lo que parecía un escondite bajo el piso de madera, apenas distinguible.

El samurai acarició con dedos expertos la tabla de madera y, con cuidado, ejerció presión sobre un punto. La tabla pareció resistirse durante un momento hasta saltar con un sonoro "plop".

-¿Qué ha sido eso, Kenshin?- escuchó que preguntaba Kaoru, acercándose.

Se asomó al hueco bajo la tabla. Como había sospechado, allí había algo: un estuche metálico, oxidado por las lluvias y el tiempo, cerrado a cal y canto. Con cuidado, sacó la caja de metal. Intentó abrir la tapa, apenas perceptible del resto del estuche, pero esta no cedió. No parecía que hubiera cerradura, pero estaba claro que el objeto estaba cerrado a cal y canto.

-¿Qué es eso?- preguntó Kaoru.

Kenshin guardó el estuche.

-Algo que le interesará a Rodríguez-dono...

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Aunque la casa todavía se mantenía en pie por algún extraño milagro, Yahiko y Amemaru comprobaron que de lo que pudiera haber en su interior no quedaban ya más que cenizas, mezcladas con el polvo de años de abandono. Los dos caminaron con lentitud por las habitaciones del edificio. Yahiko pensaba que para ser una casa de una aldea ninja, era bastante normal. Para nada diferente de aquellas que había en el pueblo a medio día de la misma. Se preguntó que tipo de personas vivirían allí antes de que aquellos locos hubieran arrasado el pueblo. Pensaba que tal vez se trataran de personas normales y corrientes, que estaban aprendiendo a convivir con los nuevos tiempos, igual que muchos otros.

Amemaru, el siempre sonriente Amemaru, estaba serio. Yahiko, acostumbrado a tratar con gente experimentada en ocultar sus emociones tras máscaras, tales como la sonrisa de Amemaru, se preguntó cuán grave era el asunto para que el policía no pudiera evitar que parte del sentimiento se reflejara en su rostro. Yahiko había oído toda la historia, lo del arma escondida, la Hermandad del Hacha Sangrante, y todas aquellas cosas, pero no acababa de comprender la magnitud del problema, y se daba cuenta de ello. De hecho, pensó, probablemente ninguno del grupo sabía realmente hasta que punto era malo. Solo Saito, Date, Fuma y el tipo español, Rodríguez, tenían verdadera idea de lo que se cocía.

De pronto dio un traspiés y a punto estuvo de caerse cuan largo era sobre el suelo. Con un movimiento rápido consiguió mantener el equilibrio, pero se golpeó con fuerza su dedo pulgar del pie, y se hizo bastante daño.

-¡Ay!- se quejó, y dirigió una mirada asesina al suelo, en busca de aquello que le había hecho tropezar.

-Daijobu ka, Yahiko?- interrogó Amemaru.

-Hai, hai- contestó el chico, mientras se fijaba más intensamente en el suelo de la casa.

No había nada más que ceniza y polvo, pero estaba más que seguro de que algo sobresalía del suelo, por el golpe en el pie. Amemaru se acercó a él y observó también la zona que investigaba Yahiko. Entrecerró los ojos.

-Déjame un momento- dijo el hombre, mientras ponía rodilla en tierra.

Amemaru acercó la cara al suelo y sopló con fuerza. El aire apartó una buena parte de la ceniza, mostrando una muesca más marcada que las demás. Con los dedos fue marcando la muesca, hasta que llegó a una esquina, la segunda muesca perpendicular a las tablas. Amemaru recuperó por un momento la sonrisa.

-Vaya, vaya. Yahiko, tienes la suerte del demonio.

Tal vez el fuego, o tal vez la lluvia, había levantado parte de las tablas, con lo que aquella trampilla, que en otro tiempo debía ser prácticamente invisible, era ahora distinguible, aunque fuera por tropezarse con ella.

-¿Debemos avisar a los demás?- preguntó el chico.

Amemaru meditó durante un instante. Luego negó con la cabeza.

-Miremos primero, tenemos que asegurarnos que esto no sea solo un almacén sin nada de interés- se volvió al muchacho-. No me gustaría que molestáramos a Saito-san por unas verduras podridas, ¿y a ti?

Yahiko pensó que no, que aunque sería divertido ver la cara de Saito al oler las verduras podridas, lo que vendría después no sería tan divertido.

Amemaru acarició el borde de la trampilla, en busca de alguna parte más ancha, de una marca o de algún mecanismo para abrirla. Por fin encontró una parte que permitía meter algo más los dedos y tirar hacia arriba. Tiró.

Nada.

-Vaya...

Amemaru tiró de nuevo, pero no sirvió de nada. Los maderos que se habían ensanchado habían dejado atascada la trampilla.

-Yahiko, ¿puedes echarme una mano?

-¡Claro!

Se las arreglaron para que los dos pudieran tirar de la trampilla, e hicieron fuerza. La trampilla se resistió durante un momento y de pronto saltó. Amemaru y Yahiko salieron despedidos por la inercia, y acabaron tirados en el suelo. Amemaru se rehizo enseguida, y se asomó al sótano bajo la trampilla. Yahiko tardó algo más, tosiendo por el polvo y la ceniza que habían levantado. El chico se unió al policía y miró al negro agujero.

-No se ve nada- dijo.

En ese mismo momento, Amemaru se metió de un salto por el hueco de la trampilla.

-¡¡¿¿Pero qué haces!- exclamó Yahiko, horrorizado, intentando agarrarle, pero la keikogi se le escapó de entre los dedos.

Sin embargo, la caída de Amemaru no fue tan larga como el muchacho había temido. Se detuvo con la cabeza a medio metro del muchacho.

-Parecía más profundo- musitó el chico.

-Aquí hay lo que parece un pasillo- anunció Amemaru-. Pero está oscuro como la boca de un lobo- se acercó a la pared y la palpó-. Está cubierto de algo negro. Creo que es brea.

-¿Qué hacemos?

-No podremos avanzar sin una luz. Apártate un segundo.

Yahiko lo hizo, y Amemaru se aupó para salir del sótano escondido.

-Necesitaremos una linterna sorda para poder avanzar por ese sitio. Creo que será mejor reunirnos con los demás, y decirles lo que hemos encontrado.

-¡Bien! ¡Vamos allá!

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NOTAS DE LA AUTORA: La parte final de este capítulo me ha costado Dios y ayuda, en serio. Espero que no flojee mucho. No sé cuando podré publicar esto, puesto que estoy teniendo muchas dificultades para publicar la reedición del fanfic en FFnet. Al parecer no es solo cosa mía, porque Isabel M. me comentó que a ella también le pasa. Por alguna razón, el trasto se come los guiones a principio de párrafo y los signos de exclamación e interrogación seguidos. No sé si es porque los señores de FFnet quieren que escribamos como a ellos les gusta o si solo es la completa inutilidad de su programa de autocorrección (yo apuesto por una combinación de los dos).

Hoy quiero hablar de Kentaro, el fantabuloso ninja hentai que ha recibido hostias de todas las mujeres de este fanfic menos dos (Sen y Miho). Sí, su aparición estelar fue cuando recibió el bokenazo de parte de Kaoru. Cuando hice el ataque a Hikaru, Misao y Megumi se me vino la imagen a la mente, y pensé que ya tenía un primo de una pelea anterior, y le puse de nuevo. Visto que es mi desahogo cómico, me vi en la necesidad de ponerle nombre. Cuando me imagino a mujeres pegando a un hombre, en general me viene a la mente Keitaro, de Love Hina (aunque a diferencia de Kentaro, en general Keitaro no se merece las leches que se lleva), así que se me ocurrió cambiar solo un poco el nombre U

Por cierto, le he regalado a Tsubaki un especial de Kim Kapwham, de los Fatal Fury y King of Fighters. Necesitaba que le diera una leche espectacular a Kentaro y lo que me vino a la mente fue ese golpe, cuando sale al principio casi de la peli de Fatal Fury xDDDDDDD

Y en el próximo capítulo, por fin están a punto de conseguir el arma de las narices. ¿De verás será tan sencillo? Pues tendréis que leerlo para saberlo xDDD