Capítulo V: Alguna vez...
Un suave rayo de luz se coló por entre la pequeña abertura de las cortinas pegando directamente en su rostro, poco a poco fue adquiriendo más fuerza hasta terminar por despertarlo. Remus Lupin lanzó un pequeño gruñido antes de incorporarse. Se preguntaba porque un insignificante rayito de sol lo pudo haber despertado con lo cansado que se encontraba. La noche anterior había estado cuidando hasta tarde a Jaen, la hija de Sirius, y tenía la esperanza de poder dormir hasta tarde esa mañana pero una vez despierto ya nada lo haría volver a dormirse. Se estiró y comenzó a vestirse, era vacaciones por lo que no tenía que dar clases en esa encantadora escuelita muggle en la que trabajaba pero a lo mejor saldría a dar una vuelta por el pueblo o algo.
La familia Lupin había vivido en aquel pequeño pueblo totalmente muggle desde que al pequeño Remus lo había mordido un hombre lobo a los cinco años. En ese pueblo la familia había adoptado totalmente las costumbres muggles y ahora, años después, él todavía las conservaba y vivía como cualquiera de ellos. Aquel pueblo era encantador, alejado de las grandes ciudades y absolutamente aislado del mundo mágico, una particularidad difícil de conseguir en la actualidad. La única familia de magos que había habitado en aquel lugar era la esposa y la hija del antiguo ministro de la magia, John Le Fanu, justamente por el hecho de que así nadie las iba a perturbar. La esposa del Ministro había sido una joven y encantadora mujer muggle y esto había causado una gran indignación en la comunidad de magos de sangre limpia: Él es el sumo representante de la magia y está casado con una mujer muggle. ¡¡Es intolerable! Decían. Así que le compró a su familia una pequeña propiedad en ese pueblo para que su hija creciera aislada de todos esos prejuicios, está era la misma razón por la que la familia Lupin se había mudado allí y, aún así, las dos familias nunca habían charlado hasta que Remus conoció a Mityanna en el expreso hacia Hogwarts y habían terminado ambos en la casa de Gryffindor. Ese había sido el inicio de una gran amistad. Pero ya no quedaba más mago que él en ese pueblo. Ya no había miembros de la familia Lupin, John Le Fanu había sido uno de los primeros asesinados por Lord Voldemort cuando este recién subía al poder, su esposa murió poco después y Mity… también había muerto bajo el poder de la misma magia con la que había intentado enfrentarse al Señor Oscuro.
Remus se sirvió un poco de té para tratar de alejar todos esos malos recuerdos de su mente. Decidió que iba a leer un libro hasta la hora de almorzar, después, tal vez, iría a visitar a Jame o Peter un rato y a las cinco, que era cuando se abría el horario de visitas del hospital pasaría a ver un rato a Leen, llegaría temprano a dormir, después de todo era viernes y, el sábado, lo único verdaderamente importante que tenía en su agenda era el primer cumpleaños de Harry. Se dirigió a su estudio y se sentó en un gran y cómodo sofá en el centro. Cerró los ojos aún con la taza en la mano, tenía una extraña sensación y por primera vez se pregunto si eso era lo que lo había despertado. Tenía la extraña impresión de que alguien lo estaba observando. Se asomó a la ventana y escudriño cuidadosamente la calle, la señora Alroy, la vecina de alado, limpiaba su vereda tranquilamente deteniéndose para dar paso a Anny, la pequeña hija de ocho años de los vecinos de la esquina, que volvía de la panadería con una gran bolsa. Parecía la escena de alguna película, se sentía tonto al pensar que algo extraño podría pasar allí. Se volvió a sentar y tomó el libro que estaba sobre la mesa junto al sofá intentando relajarse. Estuvo así por algunos minutos pero el denso silencio de la casa lo turbaba profundamente. Media hora más tarde decidió salir a dar una vuelta después de todo.
- ¡Buen Día! - Lo saludó la señora Alroy mientras se dirigía a su casa antes de que Remus siquiera pudiera cerrar la puerta de la suya. - Parece que lo buscan - Agregó señalando a la vereda de enfrente.
A Lupin se le heló la sangre cuando vio, del otros lado de la calle, la figura sombría de una persona encapuchada. No la había visto por la ventana y si siempre se encontró allí el único motivo para ello sería que perteneciera al mundo mágico. ¿Podría ser un Death Eater?
Terminó de cerrar la puerta lenta y cuidadosamente mientras aferraba firmemente su varita dentro del bolsillo de su campera. Él era un destacable duelista y había tenido un buen entrenamiento como auror, sus labios se turbaron en una suave sonrisa desafiante, si los hombres de Voldemort querían matarlo no les pondría las cosas fáciles. Se puso totalmente de frente al desconocido ya que así podría reaccionar mejor a cualquier tipo de ataque, esa era la regla principal del duelo, y dio unos cuantos pasos hacia él para salir del pórtico y tener mayor movilidad. ¡Ya estaba listo! Ahora era esperar hasta que él diera el primer paso y tratar de no hacerlo muy largo para no llamar demasiado la atención de los vecinos.
El extraño personaje comenzó a cruzar la calle lentamente. ¿En realidad se movía tan lento y cuidadoso o sólo era la impresión que le daban los nervios? Una vez que estaba frente a la puerta del jardín, se llevó una mano tranquila, como si quisiera que notar que no tenía nada en ella, a la capucha. Remus tubo una opresión en el pecho cuando de la capucha surgió la pelirroja cabeza de una mujer, sus grises ojos brillaban lagrimosos y tenían una expresión mucho más triste que la última vez que él los había visto.
- ¿Rachel? - Preguntó cauteloso aflojando la fuerza de la mano con la que sostenía la varita.
La joven mujer le contestó con una sonrisa dulce pero no pudo evitar que una pequeña y solitaria lágrima se escapar de sus ojos.
James levantó la vista del aburrido libro de Defensa Contra Las Artes Oscuras que estaba leyendo. Se frotó los ojos tratando de alejar el sueño de su persona y luego se acomodó cuidadosamente los anteojos, en realidad sólo quería perder todo el tiempo posible para no volver a su lectura pero si sus amigos lo veían seguramente se recibiría una regañada. Inconscientemente su mirada comenzó a vagar por los rostros de aquellos muchachos que, al igual que él, se encontraban sentados alrededor de esa misma mesa. Salvo por ellos, todos apretujados en ese rincón, la biblioteca de Hogwarts estaba vacía, ya casi era Navidad y el resto de los estudiantes estaban afuera jugando con la nieve, descansando en sus salas comunes o haciendo cualquier otra cosa que no fueran tareas. Justo en frente de él se encontraba el ingenuo y siempre gentil Peter Pettigrew, parecía a punto de largarse a llorar ya que no entendía lo que el buen Remus, sentado juntó al aludido, trataba de explicarle sobre el trabajo de Defensa Contra las Artes Oscuras recurriendo a toda su paciencia y buen corazón. Verdaderamente Moony tiene toda la vocación de profesor Pensó James evocando a su memoria la carta que le había mandado el verano pasado donde rebelaba su intención de dedicarse a ello.
A su derecha estaba sentada Mityanna Le Fanu, la hermosa hija del todo poderoso ministro de la magia, de cabello rubio oscuro, largo hasta poco más abajo de los hombros, de cara fina y facciones delicadas, era tan delgada y pequeña que parecía una muñequita de porcelana que si uno la abraza muy fuerte se rompe. Se encontraba leyendo el mismo pesado y aparatoso libro que Sirius en busca de información para el trabajo en parejas de Pociones. Frente a ellos se encontraba Julieta a punto de caer en un ataque de nervios, lanzó un gemido de exasperación y revolvió su larga cabellera castaña cobriza para luego obligar (de una manera bastante brusca) a Remus a girar hacia ella e incluirla en la "lección" de Peter, verdaderamente que el trabajo de Defensa Contra Las Artes Oscuras era difícil pero él no entendía por qué de tantos nervios. James pensó en lo linda que era y en lo opacada que quedaba ante la imagen de su hermana gemela. Escudriño la ventana en busca de la chica, se encontraba afuera en plena guerra de nieve con un grupo de sus compañeros de Ravenclaw. Eran casi idénticas salvo por esos increíble ojos rojos de Alison que resaltaban en su blanca piel y un impenetrable aire de misterio y sofisticación que la rodeaba, como si fuera alguna especie de ser divino. Era en todos los sentidos un ser etereo, en cambio Julieta era más terrenal y esas actitudes que tenía de niña chiquita propias de ella lo apoyaban.
Él volvió a escudriñar la ventana. Hubiera jurado que hace un rato Lily se encontraba sentada en una gran roca junto al lago charlando muy seriamente con el estúpido de Lance Alcott, pero ahora ninguna de las dos se encontraba allí. Sacudió la cabeza cayendo en cuenta de lo que estaba haciendo, no se estaba enamorando de Lily Evans así que no tenía porque estarla buscando como cualquier idiota.
- ¿A Quién estás buscando allá afuera, Jimmy? - Preguntó Lily que se encontraba de pie entre él y Mity.
Ninguno de los chicos de la mesa pudo evitar un leve respingo ante la súbita aparición.
- Te he dicho un millón de veces que no-me-llames-así - Protestó James.
- ¿Estás muy ocupado, Remus? - Interrogó la quinceañera sin hacer el mínimo caso a la petición que le acababa de hacer su compañero.
- ¡SÍ! - Contestaron inmediatamente Julieta y Peter, que todavía tenía preguntas sobre el trabajo.
- Sólo será un minuto. Ayúdame a buscar unos libros - Aclaró ella con una risa.
- ¡Vuelvo enseguida! - Les aseguro el aludido a sus "estudiantes" mientras se ponía de pie.
Ella lo tomó del brazo e hizo que la acompañara hacia la estantería donde comenzó a sacar algunos libros y pasárselos para que los sostuvieran; mientras hacía esto le decía algo que parecía caerle mal al pobre Remus. Él se apoyó en la estantería con aire deprimido a seguir escuchándola, miraba nerviosamente alrededor y contestando con movimientos de cabeza o frases cortas. Ese tipo de escenas entre ellos se habían hecho cada vez más seguidas en los últimos meses y todas las veces eran sumamente misteriosas. James los miraba de reojo y, cuando fue obvio que Lily le comenzó a hablar dulcemente para levantarle el ánimo y tomó la mano de Remus, se les acercó sigilosamente y se sentó en una mesa cercana sin que se dieran cuenta.
- ¿Son novios? - Les preguntó con la sonrisa más tonta que tenía.
- ¿Qué? - Remus seguía tranquilo e impertérrito como le era su costumbre pero se empezó a distinguir un tono rosa en las mejillas de Lily.
- ¿Si son novios? - Volvió a interrogar aumentando su tono estúpido - ¡¡Ay, sí! Son novios ¡¡Qué lindo!
- ¡JAMES…! - Exclamó ella furiosa. Apretaba los puños como si fuera a darle un golpe…
De lo que siguió, James, nunca estuvo seguro. De pronto todo se le puso negro y sintió un fuerte dolor en la nuca y en la nariz, alguien había gritado ¡¡Estúpido! . Cuando abrió los ojos se encontraba sentado en el piso, se llevó una mano a la dolorida nuca y otra a la nariz que comenzaba a chorrearle sangre, se la había roto, seguramente al golpearse la cara con la mesa antes de caer al suelo. Levantó la vista a las dos personas que tenía en frente, Lily miraba a la puerta con los ojos hechos un plato y la boca levemente abierta. Esa fue la primera vez que vio a Remus sonrojado justo antes de que saliera corriendo, entonces la pelirroja se echó a reír.
- ¿Estás bien? - Quiso saber un preocupado Sirius que llegó a su lado.
- Te apuesto a que no sabía que podía arrojarlo con tanta fuerza. - Comentó Lily aún riéndose con una mano en el estómago y con la otra recogiendo el pesado libro de pociones que habían estado leyendo su mejor amigo y Mity.
- ¡¡Yo ni siquiera sabía que podía levantar un libro tan pesado sola! - Afirmó Julieta que hacía hasta lo imposible para contener la risa.
- ¡No le veo la gracia! - Dijo James molesto.
- Le tienes que conceder mérito, consiguió lo que ni una bludger había conseguido antes al romperte la nariz. - Declaró malévolamente la muchacha pelirroja entre sus carcajadas.
- Caballeros, señoritas. - La bibliotecaria se había acercado al risueño grupo y parecía estar sumamente molesta. - Creo que deberían llevar al señor Potter a la enfermería y les agradecería que informaran a la señorita Le Fanu que se le quitara diez puntos a su casa por maltratar así un libro.
- ¿Por maltratar el libro? ¿Y qué me dice de mi nariz? - Protestó James, la sangre le chorreaba por la mano y comenzaba a formarse una feroz mancha en su túnica.
- Señor Potter, sobre su golpe deberá ir a quejarse con Madame Pomfrey. ¡Mi principal preocupación son los libros! - Aseguro fríamente antes de dar medía vuelta y regresar a su escritorio.
- ¡¡Me encanta su lista de prioridades!
James se despertó en el borde de la cama, con el brazo colgado y la mano rozando el helado piso, y no abrazado a su esposa como le era usual. Volteo aún medio dormido para encontrarse con que ella no estaba en su lado de la cama, se frotó los ojos y miró la hora en el reloj: 8:43. Muy probablemente Harry se había despertado, como todos los días, llorando para que le den de comer y, a lo mejor, él estaba demasiado dormido como para escucharlo. Había estado soñando con algo que había sucedido en el colegio hace años pero las imágenes iban borrándose rápidamente de su cabeza.
Se levantó, vistió y dirigió a la cocina, donde no encontró ni a su familia, ni señales de que se había preparado el desayuno. Rápidamente subió a la habitación del bebé y lo primero que observo al entrar en el cuarto fue a Lily despeinada y a medio vestir, miraba tan fijamente por la ventana que no se percato de su presencia, tenía al pequeño en brazos y cantaba suavemente una dulce canción, sin palabras, con un sonido que se asemejaba al canto de un fénix. Era por eso que Harry no había llorado, el canto de Lily, que era en parte un hechizo, resultaba tan relajante que le impedía al bebé despertar por cualquier tipo de malestar.
- ¿Qué ocurre? - Ella dio un pequeño respingo al escuchar la vos de su esposo tan sorpresivamente.
- ¡¡James! Pensé que te gustaría dormir un rato más - Respondió dejando al niño en su cuna. - Espero que no te moleste: llamé avisando al ministerio que estabas indispuesto y no irías.
- ¡Está bien! ¡Muchas gracias! - Dijo distraído, con la mirada fija en su hijo. - Mañana es su cumpleaños ¿a quién deberíamos invitar?
- Supongo que la lista de delincuentes a los que llamas amigos estaría más que bien. - Le sonrió la mujer.
Hubo un largo silencio en el que James se quedó mirándola fijamente - ¿Qué vamos a hacer con lo que nos dijo Albus?
- Creo que no fue buena idea rechazarlo como Guardián Secreto, después de todo… no podemos estar seguros de ninguno de nuestros amigos en estos momentos.
- Pero no estamos hablando de cualquier amigo. ¡Es Sirius, por Dios! Lo conozco desde antes de tener memoria, es la última persona que podría traicionarnos en el mundo.
- ¡Mm! - Lily no parecía verdaderamente convencida - Aún así, creo que deberíamos esperar algún tiempo… ¡Sólo por la dudas!… - Ella le devolvió la mirada, una mirada donde se veía con claridad el temor - En este asunto no quiero correr ningún riesgo.
James se adelanto y tomó su mano - ¡Lily…! - Hablaba pausadamente y con un tono consoladoramente dulce mientras acariciaba su rostro suavemente con la punta de sus dedos - ¡Yo te lo aseguro! Nada malo va a pasar y, de todas forma, yo estaré aquí… contigo y Harry para siempre… ¡Haría hasta lo imposible por protegerlos! - Concluyó dándole un dulce beso en la frente a su esposa y estrechándola fuertemente entre sus brazos.
Ella se sentía sumamente segura el los brazos de su marido y, aún así, tenía ese apretado nudo en su garganta con todas las ganas de llorar que la inundaban. Se preguntaba cómo podía tener cara para engañarlo, de dónde sacaba valor para mentirle si lo amaba tanto… pero James no era la persona a la que más amaba, había alguien más importante para ella y, en esos momentos, lo más importante era él y, respecto a James, tenía que quedar en segundo plano.
A pesar de todos sus pensamientos, Lily no se separó de su esposo. Sabía que tenía que abandonar esa seguridad que le brindaba estar junto a él pero, sólo un minuto, decidió olvidar todos sus planes y dejarlo todo de lado para quedarse junto a James… Sólo por un instante.
