Capítulo VI: Sobre viejos y buenos amigos

Peter Pettigrew caminaba por aquella calle desierta, el único sonido que se escuchaba era el de sus propios pasos y el del chapoteo de un charco ocasional con el que se encontraba y que no se sentía con ánimo para esquivar. Se sentía terriblemente deprimido y vacío por dentro, siempre tenía esa sensación cuando se dirigía a aquel lugar. Era sábado y había sido invitado a almorzar y pasar la tarde en la casa de James por el cumpleaños de Harry. Por alguna razón sintió un estrujón en el estómago cuando pensó en eso. Pero todo se borró automáticamente de su mente al llegar a esa gran e imponente reja negra que marcaba la entrada al cementerio de la cuidad. Era allí a donde se dirigía y eso lo deprimía aún más. Apretó el ramo de flores que llevaba en la mano con fuerza contra su pecho, se sentía impropio al estar allí y, aún así, no podía dejar de ir cuantas veces se lo permitiera su agenda. Si él no iba, Ella estaría sola en aquel lúgubre lugar, rodeada de "gente" que no conocía y tan legos de su familia.

Caminó por el estrecho sendero de tierra, aún húmedo y embarrado por la lluvia de la noche anterior. Iba cabizbajo mirando suS pies y, automáticamente, su mente comenzó a buscar algún lugar de Londres donde podría lustrar sus zapatos después de eso. Lily lo mataría si llegaba a ir así a su casa, después de todo siempre había sido mucho más temperamental que… Ella.

Sintió una vez más ese estrujón en el estómago. A la distancia se escuchaban las suaves voces de unas cuantas personas que habían ido a visitar a sus amigos, pariente, seres queridos o lo que fueran. Él siempre evitaba, si le era posible, cruzarse con otra gente. Odiaba que lo vieran allí y no quería que ninguno de sus amigos se enteraran de que la iba a visitarla a Ella, sería tan difícil y penoso explicarles el por qué.

Peter se detuvo frente a una pequeña placa de mármol incrustada en el suelo y con suavidad depositó las flores. Había al costado un pequeño florero, muy hermoso, con una docena de rosas rojas medias marchitas en su interior. Él sintió una enorme ira en su interior, como era posible que le dejaran rosas rojas si todo el mundo sabía que sus favorita eran los crisantemos, como los que él le había llevado, y, encima de todo, las dejaban marchitar, como si ella no valiera la pena de la preocupación de un ramo de flores. Sacó las rosas y las arrojó en el primer bote que encontró al dirigirse a llenar de agua fresca el florero. En el camino de vuelta se arrepintió de haberlas tirado. Seguramente había sido Lily quien las había llevado, las cultivaba ella misma y eran su gran orgullo, una gran muestra de amor por si solas. Además era comprensible que estuvieran marchitas, debido a que Lily no podía ir muy seguido por aquel lugar, no porque Ella no hubiera sido una de sus mejores amigas.

A un par de metro del la tumba Peter casi deja caer el florero por la sorpresa. Había un joven mujer parada en frente, con el ramo de crisantemos en las manos y lo miraba con una curiosa expresión en el rostro. Llevaba puesta un capa gris que, en opinión de él, era demasiado abrigada para pleno verano.

- Crisantemos… - Dijo con una voz fina y algo quebrada, mientras pasaba un delicado y fino dedo por los pétalos de las flores.

Tenía un extraño acento y Peter no pudo dejar de notar que temblaba bastante. A lo mejor es extranjera se le ocurrió pero tenía la sensación de conocerla a pesar de que no recordara dónde.

- ¡Eran sus favorito! Mityanna te daría un fuerte abrazo y un gran beso si pudiera. Recuerdo que había una planta de estas cerca del lago del colegio, a la cual yo le arrancaba flores cuando estaba deprimida y comenzaba a desojarlas, a ella la ponía furiosa. – Terminó, pasándose una mano por el corto cabello rojo cereza.

- ¿Rachel Taylors? - Preguntó, todavía reparando en lo ridículo que sonaba tomando en cuenta todas las diferencias que había.

- ¡Que honor que me recuerdes, Pettigrew! - Le sonrió ella.

Remus bajó las escaleras de su casa y fue directamente a la cocina a prepararse el desayuno. En su mente todavía giraban como torbellino los extraños eventos del día anterior. Por más que los repetía una y otra vez en su mente seguía sin entender del todo lo que había pasado, mucho menos lo que Rachel le había dicho.

Se sirvió una taza de té y se dirigió a la sala de estar. Se sentó en el mismo sillón donde había estado charlando con ella. Su mente todavía trazaba el contorno de su figura y sus rasgos en el sofá en el que ella se había sentado. Podía verla, delgada y frágil, como una antigua muñeca de trapo a la que habían maltratado mucho, estaba encogida en ese asiento tensa y llena de terror. Sus rasgos mucho más pronunciados debido a la peso que había perdido. Su cabello estaba cortado casi al ras de la cabeza, extraño en una chica que había tenido desde siempre una hermosa y larga cabellera color rojo cereza. Sus ojos grises, que alguna vez habían brillado con las chispas de la travesura y la complicidad de una jovencita alegre, ahora se asemejaban a un profundo hoyo que no reflejaba la luz. Definitivamente esa joven mujer no era la muchacha que había conocido en el colegió.

Remus la recordaba temblando como en medio de una convulsión y dando fuertes respingos ante el menor ruido de las tazas donde había servido té para los dos. El de ella lo había hecho lo suficientemente fuerte como para tumbar a un elefante pero, viendo su estado, dudaba que surtiera mucho efecto. Colocó la taza en sus manos y al notarlas extremadamente fría le preguntó si deseaba que prendiera la chimenea pero ella se limitó a negar vehementemente con la cabeza. Le hizo varias pregunta después de eso pero ella no contestó a ninguna y ni siquiera probó el té, estaba taciturna y encerrada en un infierno propio que preocupaba a Remus.

- ¡Soy una Death Eater! - Dijo secamente al fin, dejando la taza con brusquedad sobre la mesa. Sus ojos estaban fijos en los de él para que notar que no era una mentira, luego, llena de vergüenza devolvió su mirada a sus manos en la falda.

Remus todavía sentía que aquellas palabras resonaban con fuerza en su cabeza. Había tenido que recurrir a todo su manejo de las emociones, la noche anterior, para que no temblara la taza que tenía entre sus manos y lograr depositarla a salvo en la mesa ratona junto a la de la chica. No sabía que decir. No había visto a Rachel en los últimos seis años, tal vez, y lo primero que le decía en su reencuentro era semejante noticia. Remolinos de preguntas se agitaron en su mente pero sus labios se negaban a pronunciarlas. Trató de forzarse a reír como si todo eso no fuera más que una simple broma. Nada había resultado, solamente se había quedado allí, impasible, una expresión neutra en el rostro mientras esperaba la explicación de la joven. No podía estar mintiendo o bromeando sobre eso y, aún así, si era una Death Eater no tenía nada que hacer en su casa; al menos que quisiera matarlo, pero eso lo hubiera hecho antes de confesarle la verdad… ¿y si era ese el motivo de que estuviera tan nerviosa?. Tal vez Lord Voldemort le había ordenado que lo matara y ella se había arrepentido en último minuto o, quizás pidió la misión para tratar de evitar que se cumpliera, después de todo ella siempre había sido una amiga leal… ¡Pero no! La Rachel que había conocido en el colegio no era la misma mujer que estaba frente a él. ¡Esa Rachel jamás se hubiera unido a las filas de Voldemort!

- ¡La verdad - continuó - es que vine a pedirte un favor!

Remus se hecho para atrás en el sofá sin decir palabra. Así fue como ella decidió que él debía saber todo al verdad y comenzó con su relato.

- Hace algunos meses… - Comenzó dubitativa - escuche un rumor de que el señor Tenebroso deseaba ver muerto a los Potter y pensé que debía comunicárselo urgente a Albus.

- Pero él nos había dicho que esa información la recibió de uno de sus espías. Una de sus fuentes más confiables. - Había intervenido colocando en tela de duda la historia que le estaba contando.

La mujer sonrió esquivando la mirada de su amigo, ella sabía que no tenía mucha credibilidad pero si había alguien en el mundo (a parte de Dumbledore) que sería capas de creerle era él. Remus era la persona más justa y objetiva que podía conocer, si no lo convencía a él no lo haría con nadie. Ella suspiró sin preocupación y continuó:

- Sí, Albus me dijo que ya lo sabía. Después de todo esa información no era exactamente confidencial. Me contaron que la protección alrededor de Lily y James se ha vuelto muy fuerte y que le era sumamente complicado al Señor seguirle los pasos. Eso me alegró mucho, significa que les costará mucho trabajo y tiempo, el suficiente como para que puedan escapara o algo. - Está vez Remus no intervino, pero ella se podía imaginar las preguntas formándose en su cabeza -. Pensarás que soy ingenua pero sé que Lily está buscado formas de protección mágica.

- ¡¡Eso es ridículo! - Ella se alarmó al percibir una nota de enfado totalmente desconocida al muchacho usualmente tranquilo e impertérrito. - ¡Lily no buscaría hechizos como esos! Son muy complicados y requieren mucho poder mágico. Si hubieras estado aquí en los últimos años sabrías que ella… - Remus se quedó petrificado al darse cuenta de lo que hacía. Reproche de esa índole no eran su costumbre y, mucho menos, una exaltación semejante.

- ¿…Está muriendo? - Completó la joven mujer con aire sombrío. - ¡Lo sé! El que no estuviera aquí no significa que no me enterara de lo que ocurría con ustedes. Admito que al principio me negaba a siquiera abrir cualquier carta de Albus pero con el tiempo cambié de idea y, entre las muchas trivialidades que me contaba, algo de eso surgió.

- ¿Alguna vez le dijiste que eras una Death Eater?

- No - Respondió con clama. - Jamás le contesté ninguna de sus cartas. Lo importante es que no estuve desconectada todos esto años. Me enteré de Mity, Patt, Lily e, incluso, me comentaron bajamente lo que ocurrió con Leen - Concluyó precavidamente con la mirada fija en él para ver su reacción.

Remus sonrió, tenía las yemas de los dedos juntas y la cabeza apoyada sobre ellas, sabía que lo de "bajamente" había sido un adjetivo innecesario. Probablemente Dumbledore le había contado hasta el último detalle de lo que sabía o, quizás, se lo habían dicho sus mismos compañeros de filas.

- La cuestión es que hace algunas semanas - Continuó Rachel evitando seguir analizando ese tema más a fondo - me llegó una extraña carta de Lily. Cinco páginas en las que daba muchas vueltas, como es su costumbre, y entre todas ese cosas que me contaba (historias aún más triviales que las de Albus) a la vez me pidió que le consiguiera esto. - Ella se inclinó para sacar algo de la pequeña mochila que estaba a sus pies, que luego colocó en la mesa.

Remus observó el gran y pesado paquete rectangular que su invitada había dejado allí la noche anterior. Todavía no se había atrevido a moverlo o tocarlo. Parecía un aparatoso libro envuelto en papel madera pero ella se había negado a decirle específicamente que contenía.

- Lily está en riesgo de perder todo lo que más ama en este mundo y lo sabe. Se está volviendo una persona desesperada y ¡las personas desesperadas hacen cosas desesperadas! - Había dicho únicamente al respecto. - Remus, tu tienes que protegerla de si misma, ya que yo no puedo hacerlo. No me importa si crees o no mi historia, si de verdad te preocupas por ella sabrás que hacer cuando abras este paquete. - Concluyó con una leve nota de suplica en la vos y dándole dos golpecitos suaves con los dedos al paquete que dejaba en la mesa. - Si no, simplemente entrégaselo por mi.

- Dime una cosa - La había detenido cuando ella se levantó preparada para irse - ¿Por qué no fuiste directamente con Albus?

Ella sonrió tranquilamente:

- Mi dulce e ingenuo Remus. ¿No lo entiendes? Podrían pensar que trato de traicionar a nuestro señor. - Él se quedó atónito con la respuesta, su sorpresa se debió haber dibujado tan claramente en su rostro que ella se inclinó para darle un beso en la mejilla y continuo: - No, ya no somos los mismos muchachos que estudiábamos en Hogwarts, ahora somos grandes y yo tomé mi propio camino con mis propias decisiones. Vine hoy aquí para pagar una vieja deuda y eso es todo. ¡Adiós… viejo amigo! - Y dicho esto se fue.

Remus tomó el pesado paquete y lo colocó en su regazo, el día anterior no se había animado a abrirlo pero ya no tenía más remedió, no quería ir a la fiesta de cumpleaños de Harry sin saber que era lo que Lily estaba buscando. Sin duda no era algo bueno ya que había pedido ayuda a una Death Eater. Quitó el papel madera con sumo cuidado, como si temiese que podría estallar en cualquier momento, y al instante apareció ante el la antigua y maltratada portada marrón oscuro de un libro. El título estaba grabado en dorado pero el tiempo le había sacado la pintura y resultaba difícil descifrar lo que decía. Un hermoso hilo dorado brillantes terminado en forma de pompón colgaba desde la punta de un señalador. Esa debía ser la hoja donde se encontraba el hechizo. Cuidadosamente lo abrió y con una rápida leída al titulo sintió algo entre el horror y el temor que lo inundaba.

Peter colocó con suavidad el florero, ya con las flores en él, juntó a la placa. Se encontraba con el ceño fruncido, por alguna razón no le agradaba demasiado esa mujer desde que la había conocido siendo aún un niño.

- "Tu recuerdo quedará grabado en la memoria de las personas que te conocieron y amarán por siempre" -. Leyó ella mientras se acuclillaba juntó a Peter y se rodeaba las rodillas con los brazos, todavía templaba como en medio de una convulsión. - Muy cierto ¿no te parece?.

- ¿Tienes frió? - Interrogó mirándola sorprendido.

- ¡Maldito clima! No lo recordaba tan frío. He pasado estos últimos años viviendo en una hermosa playa de Francia y allí en verano hace calor.

- ¡Aquí hace calor!

- ¿Comparado con qué? Con el Polo, por supuesto.- Espetó con el tono más denigrante del mundo y Peter no pudo evitar pensar que por eso la había odiado desde el principio.

- ¡Si tanto te molesta Londres porque no te quedaste en dondequiera que estabas! - Respondió irritado.

- Mi muy querido e ingenuo Peter…

A él le recorrió un escalofrío por toda la columna al escuchar su nombre pronunciado por ella, por lo general sólo lo llamaba por su apellido y tenía la impresión de que nada bueno saldría de todo aquello.

- ¿¡Qué? - La apremió intentando que no se notara en su voz el mido que tenía.

- Sabes, nunca entendí porque nunca le confesaste a Mity cuanto la amabas.

- ¿Cómo sabes tú eso? - Preguntó alarmado al notar que sus mejillas comenzaban a arderle.

- ¡Era tan obvio! Sólo ella, en su extrema ingenuidad, y "tus queridos amigos" no lo notaban.

- ¿A qué te refieres con "mis queridos amigos"? - Exigió comenzaba a recuperar su aire de enfado.

- ¡Ya sabes! Tus… "amigos": James, Sirius, Remus... A propósito, ayer visite a Remus, es increíble lo viejo que parece. ¡Casi no lo reconozco! - El tono burlón de su último comentario obligó a Peter a ponerse de pie.

- ¡Eres la persona más desagradable de este mundo! Y James, Sirius y Remus no son mis "amigos", son mis AMIGOS y los mejores que cualquiera pudiera pedir. - Aclaró, perdiendo por completo el control.

- ¿De verdad crees eso? - Dijo con tranquilidad y una sonrisa compasiva en el rostro. Peter volvió a sentir un escalofrío. - Verdaderamente eres tan ingenuo que hasta casi provocas cariño.

- ¿Qué es lo que quieres?

Ella se incorporó con lentitud, sin apartar los ojos de los de él, y cuando estuvo completamente erguida y con la cabeza en alto no había ni el mínimo temblor en ella, sólo una extraña aura que parecía envolverlo, atraparlo y arrastrarlo hasta el fondo de aquel oscuro abismo donde ella habitaba. Cuando tomó su mano, Peter ya no encontró ninguna salida de aquella prisión.

- ¡Ay, Peter… mi buen amigo! - Dijo como en una suplica - Si tú supieras que es un verdadero amigo.