CAPITULO II
Encuentro Inesperado
Por un momento Harry sintió que su corazón se detenía. Conocía esa voz. Tal vez sonara algo más carrasposa, cansada, pero su tono era inconfundible. Deseó con todas sus fuerzas estar equivocado, porque si no lo estaba, tal vez ya no habría oportunidad de buscar ese juego de pelotas que tanto deseaba. Siguió apretando con fuerza la varita entre sus dedos, decidiendo qué hacer. La que tenía clavada en la garganta no le dejaba muchas opciones.
- No creí que fuera tan fácil sorprenderte. -prosiguió la voz en tono irónico- ¿Y fuiste tú quien derrotó al Señor Oscuro, Potter?
Harry apretó el puño y siguió observando, apenas sin pestañear, la negra figura ante él. Esperando el momento. Recuerdos y sensaciones olvidadas volvieron a su mente, golpeándole con dureza. Sus músculos tensos, sus dedos acariciando la varita, sosteniéndola con firmeza. La adrenalina circulando a toda velocidad por su cuerpo. Su mente luchando contra la idea de destruir otra vez, de acabar con una vida, aunque esta fuera ruin e indigna de ser llamada humana. Sin embargo, sabía que lo haría sin la menor vacilación si las circunstancias le obligaban.
- ¿...o es que el pobre hombre tuvo un mal día?
Harry decidió que había oído suficiente. Un fuerte y sorpresivo golpe en la mano que sostenía la varita contra su garganta y esta voló por los aires. Al mismo tiempo, empujó el cuerpo del hombre hacia atrás con la otra mano y hundió la rodilla en su pecho. Un gemido ahogado, falto de aire, se escapo de la negra figura ahora inmovilizada contra el suelo.
- Sí, Malfoy, evidentemente tuvo un mal día. Igual que tú.
Ahora era su varita la que se hundía en la garganta del otro. Desde el suelo, los ojos de Draco Malfoy le miraron desafiantes. La extrema palidez de su rostro contrastaba todavía más con el negro de la capucha que lo enmarcaba. El pelo que había quedado al descubierto era mucho más largo de lo que solía llevarlo en la escuela, revuelto y sucio, opacando su color natural. Las otrora delicadas facciones de su rostro se habían endurecido. Sus pómulos eran más prominentes y la barbilla mucho más afilada. La frialdad de sus ojos más penetrante de lo que Harry podía recordar, llenos de odio y, a pesar de todo, saturados de un dolor profundo y perturbador. A Malfoy no le habían ido muy bien las cosas desde que le había visto la última vez, cuando se graduaron.
- ¡Que honor! El gran Harry Potter va a matarme.
Pero el muy inconsciente seguía en su línea.
- Ni lo sueñes Malfoy. -respondió Harry todavía sin apartar su mirada de la gris que se le enfrentaba- Eso sería demasiado dulce para ti. Te pudrirás en Azkaban. -el odio que también destilaba su voz dio a entender al otro que no era sólo una amenaza- Eso si tienes suerte. Quizás algún dementor quiera besarte antes. Igual que a tu padre.
Los ojos de Draco centellearon entonces con un intenso resentimiento.
- No te atrevas a mentar a mi padre, Potter.
- ¿Por qué? -Harry sonrió con sarcasmo- Era un asesino. Igual que tú.
- Ah, veo que tú también lees El Profeta. -dijo Draco en el mismo tono sardónico- ¿A quién se supone que he matado esta vez?
- No seas cínico. -escupió Harry, empezando a registrarle - Vamos, ¿dónde tienes la otra varita?
Costillas, eso era casi lo único que Harry pudo palpar bajo la sucia camisa, no sin cierta decepción.
- ¡Oh, cielos, es verdad! -exclamó Malfoy poniendo los ojos en blanco- Se supone que soy un asesino tan concienzudo que utilizo dos varitas. A dos manos, ¿eh Potter? -Harry seguía registrando entre sus ropas sin muchos miramientos. Draco le dirigió una mirada burlona- Vas a acabar poniéndome caliente, Potter.
Harry apretó la rodilla en el pecho de su enemigo, consiguiendo que por unos momentos el rostro de Draco palideciera todavía más.
- ¡Cállate estúpido! -e hincó con más fuerza la varita en su garganta.
Los acerados ojos de Malfoy se clavaron en los verdes, desafiantes, mientras lentamente levantaba la mano que hasta ese momento había estado descansando en el suelo.
- Dime, Potter, ¿cómo diablos crees que puedo utilizar dos varitas? -la sonrisa se torció en su rostro.
Harry dejó escapar el aire con un sonido involuntario, de pronto impactado ante la visión de la mano de Malfoy.
- ¿Quién te ha hecho eso? -preguntó sin poder apartar los ojos de lo que una vez había sido la elegante y estilizada mano derecha de Draco.
- ¿Acaso importa?
Los largos y finos dedos ahora adoptaban extrañas formas, a cual más insólitamente retorcida. Harry tuvo la impresión de que cada hueso había soldado en la misma posición en que había sido roto. Y no era reciente. Tenía que hacer mucho tiempo que esa mano no había podido empuñar nada. Y menos una varita. Sin embargo, tan sólo tres días atrás, según un artículo de El Profeta, el peligroso mortífago Draco Malfoy había matado a cinco aurores. A dos manos. Con dos varitas igual de letales.
- Además, ¿cuándo me has visto a mí utilizar dos varitas, Potter?
Draco vio perfectamente la sombra de la duda cruzar en la mirada que sostenía la suya. Sonrió internamente. Potter nunca había sido muy diestro ocultando sus emociones. Al menos, no con él.
- Pudiste aprenderlo durante tu formación como mortífago. -argumentó Harry posando sus ojos en la mano que ahora volvía a descansar en el suelo.
No estaba dispuesto a dejarse engañar tan fácilmente. Conocía de sobras la capacidad de Malfoy para las tretas, porque él había sufrido más de una en propia carne. La carcajada ahogada de Draco le hizo fruncir el ceño, molesto.
- Potter, Potter, ¿todavía te crees todo lo que te cuentan?
Harry torció el gesto.
- Claro Malfoy. Como que tú eres un maldito mortífago.
Draco sonrió provocadoramente.
- Compruébalo tú mismo. -le retó arremangando su manga.
Tenía que sembrar la duda en su mente antes de que el ex Gryffindor se dejara llevar por el rencor que ambos sentían. Tenía que conseguir tiempo. Lograr que vacilara y desechara tomara una decisión irremediable para él. Después de todo por lo que había pasado, no había llegado hasta allí para morir a manos del estúpido de Potter; o que le entregara a los aurores del Ministerio. Dejó que examinara concienzudamente ambos brazos y procuró evitar sonreír ante la decepción que su ex compañero de escuela apenas pudo ocultar, al no encontrar la marca en ninguno de ellos.
- ¿Cómo has logrado borrarla? - preguntó el moreno sin poder esconder su asombro.
Harry sabía que era imposible. Tal vez la estaba ocultando con magia.
- Nunca estuvo ahí Potter. -en ese momento Draco emitió un profundo suspiro, amargo y cansado -Porque nunca fui marcado.
Harry parpadeó con incredulidad. Sin darse cuenta había aflojado la presión de su rodilla sobre el pecho de Draco, empezando a preguntarse qué era lo que no andaba bien en todo aquel asunto.
- Bueno Potter, ¿qué piensas hacer? No tengo todo el día.
Harry le dirigió una mirada hosca y Draco decidió no tentar su suerte. Esperó con el alma en vilo a que el ex Gryffindor tomara una decisión. ¡Por Merlín! ¿Cómo podían ser tan lentos? Un Slytherin habría resuelto el tema en cuestión de segundos. Casi al mismo tiempo, se dio cuenta de que debía agradecer que Potter no lo fuera, pues de otro modo él ya estaría muerto. Cuando sintió la rodilla del moreno retirarse, intuyó que había una pequeña esperanza.
- Bien Malfoy, voy a concederte el beneficio de la duda. -dijo Harry sin dejar de apuntarle a pesar de todo - Reconozco que algunas cosas no encajan.
- ¡Bravo Potter! Por una vez utilizas tu cerebro.
- No me calientes Malfoy. No creo que quede ya nadie para echarte de menos si me obligas a cambiar de opinión.
Draco se tragó el veneno que como buena serpiente estaba a punto de escupir, no fuera que el león decidiera por fin morder. Tal vez Potter no se hubiera dado cuenta todavía, pero él sabía de sobras que no estaba en condiciones de defenderse y menos de intentar un ataque.
- ¿Debo entender, entonces, que no vas a entregarme? -preguntó escondiendo su ansiedad bajo aquel tono superficial y algo altanero que le caracterizaba.
- No, al menos de momento. -Harry conjuró unas cuerdas y a los pocos segundos Draco estuvo bien amarrado, sin ninguna posibilidad de moverse- Tengo que pensar qué hacer contigo y ahora me están esperando. Volveré mañana. Que descanses Malfoy. - y sus labios deslizaron una sonrisa algo guasona.
Cuando extendió otra vez la lona sobre él, Draco odió a Potter con todas sus fuerzas por dejarle allí de aquella manera. Pero todavía más al maldito orgullo que no le había permitido confesar que ya ni recordaba la última vez que había probaba algún alimento y que estaba a punto de desfallecer. Había agotado sus últimas energías en enfrentar al ex Gryffindor y ahora se sentía acabado. Pero antes muerto que mostrar su debilidad ante el enemigo, y menos si este era Harry Potter. Cerró los ojos con cansancio, sintiendo que había ganado un día más de vida.
Harry abandonó el estadio envuelto en un mar de pensamientos confusos. Cuando llegó al callejón Diagon y entró en el local donde solía reunirse el equipo para celebrar sus victorias, fue recibido con un cariñoso abucheo por parte de los que llevaban ya más de dos horas celebrándola, y por el vocerío y los desafinados cantos a todo pulmón que llenaban el bar. Algunos la estaban festejando con mucha intensidad. Harry se apoyó en la barra para pedir su bebida, intentando hacerse oír por encima del griterío. Sonrió divertido al contemplar como Thomson y Penn intentaba hacer flotar sus cervezas delante de sus narices y al mismo tiempo beberlas. Cosa que acabó irremediablemente como tenía que acabar. Con las jarras estrelladas en el suelo.
- ¿Dónde te habías metido, Harry? -ronroneó en su oído la voz profunda, y algo pastosa en ese momento de Neal, al tiempo que sentía las caderas del joven frotar discretamente contra su trasero.
- Desempolvando recuerdos. -contestó él con sinceridad.
- ¿En tu casa o en la mía? -preguntó su compañero en el mismo tono de voz.
- Hoy no, Neal. No me siento con ganas de juerga esta noche.
- Pues deja sólo que te achuche un poquito y te prometo que dormirás como un angelito.
Harry sonrió mientras se llevaba la cerveza de mantequilla a los labios. Conocía muy bien los achuchones de Neal y jamás ayudaban a dormir, sino más bien todo lo contrario.
- Hoy no Neal, de verdad. Necesito estar solo.
Neal Adams era bateador y, casi inmediatamente, Harry y él habían congeniado. El resto del equipo había tardado un poco más en aceptarle. Pero Neal enseguida le había demostrado su incondicional apoyo mientras los demás preferían esperar, con algo de escepticismo, a ver qué era capaz de hacer el héroe del mundo mágico. No había sido hasta casi un año después que habían iniciado una especie de relación, en la que ambos estuvieron de acuerdo que no habría ataduras. La única condición que había puesto Harry, era la más absoluta discreción por parte de ambos sobre sus aventuras de cama. Tenía ya demasiadas malas experiencias con la prensa como para dejar que, una vez más, su vida íntima se airease en la portada de El Profeta o cualquier otro periódico. Y Neal fue inmediatamente consciente de que cualquier palabra fuera de lugar por su parte, acabaría con una relación de la que él esperaba obtener algún día algo más, y en la que Harry todavía no daba su brazo a torcer. En el último año había intentado convencerle en más de una ocasión de que vivieran juntos, pero Harry se había negado. Ee la forma más gentil posible, eso sí, pero aduciendo que no se sentía preparado para afrontar ese nuevo rumbo en su relación. Seguía necesitando su libertad a toda costa. Y a pesar de sentirse cómodo y a gusto en compañía de Neal, se le hacía muy cuesta arriba la idea de dejarse encadenar. No quería depender emocionalmente de nadie. Ya lo había hecho demasiadas veces en el pasado, y el resultado había acabado siendo siempre doloroso. Además, había recibido ofertas de otros equipos, y aunque de momento todavía no se había planteado aceptar ninguna, ello no significaba que no lo hiciera en un futuro. Prefería que, aparte de un contrato, nada más le atara a los Chudley Cannons. Y no es que se sintiera especialmente orgulloso por pensar de esa forma, pero no podía evitarlo.
- Como quieras. -aceptó por fin el bateador sin poder ocultar su decepción.
- Te prometo que te recompensaré. -murmuró Harry con una sonrisa prometedora en sus labios antes de desaparecer.
Harry estuvo dando vueltas en la cama hasta bien entrada la madrugada. Malfoy había traído a su memoria demasiados recuerdos enterrados con sumo esfuerzo durante aquellos últimos años. Y cada vez que lograba dormirse, despertaba al poco rato envuelto en sudor, su corazón palpitando acelerado. Pesadillas que hacía tiempo había logrado desterrar tras muchas noches de poción para dormir sin sueños. Tantas, que le habían creado una adicción que todavía había sido más difícil de abandonar. Sólo había logrado superarla con el apoyo del medimago que era su preparador físico. Y gracias a otra poción que eliminaba los efectos residuales de la anterior (puro placebo, cosa que el mediago jamás confesaría) y a un agotador programa de entrenamiento físico que dejaba a Harry tan devastado, que antes de que su cabeza tocara la almohada ya estaba dormido. Ahora gracias al maldito Malfoy el insomnio había vuelto. Se levantó por fin a las seis de la mañana, harto de probar todas las posturas sin lograr conciliar un verdadero sueño reparador. Así que decidió darse una buena ducha y después preparó algunos sándwichs y café, que vertió en un termo. Pensaba dejar a Malfoy donde estaba hasta que decidiera qué hacer con él. Era evidente que nadie bajaba nunca a ese sótano. Pero matarle de hambre no entraba dentro de sus planes. Cuando se apareció en el sótano del estadio todavía no había decidido cómo afrontar el problema. Ni tan siquiera sabía por qué había decidido "crearse" ese problema. Hubiera sido mucho más sencillo entregarle y punto. Que se encargara el Ministerio de averiguar si Malfoy era o no un mortífago y el asesino que todos buscaban. Tal vez la razón fura que sabía de sobras que no iban a tener ningún tipo de consideración con él. Primero le mandarían a Azkaban y luego preguntarían. Y tal vez, sólo tal vez, Malfoy mereciera la oportunidad de poder defenderse antes de encontrarse como su padre, delante de un dementor dispuesto a expresarle su incondicional amor con un beso. No pudo evitar que un ligero escalofrío le sobreviniera al recordar la mano del ex Slytherin. Era evidente que hacía bastante tiempo que no había podido sostener una varita con ella. Por lo tanto no podía ser responsable de las últimas muertes que se le achacaban. Malfoy tenía que darle muchas respuestas antes de que pudiera decidir, por fin, qué hacer con él. Suspiró antes de dejar con cansancio en el suelo la bolsa en la que había transportado el desayuno y alzar la lona. Malfoy seguía acurrucado entre los dos asientos desvencijados, atado de pies y manos tal como le había dejado la noche anterior.
- Despierta Malfoy. -dijo mientras agitaba su varita y pies y manos quedaban libres- Te he traído el desayuno.
Sin embargo, el rubio no se movió. Harry frunció el ceño, preparado para cualquier argucia que el ex Slytherin hubiera tramado.
- ¡Arriba Malfoy! -insistió- No me hagas perder la paciencia.
Draco no hizo el menor movimiento. Varita en mano Harry se acercó a él y le observó con más atención. La casi imperceptible respiración del rubio le obligó a buscar su pulso, que encontró latiendo débil bajo su piel.
- ¿Malfoy? -probó una vez más, aunque ahora ya estaba bastante seguro de que el ex Slytherin no fingía- ¡Maldita sea!
Harry se frotó los ojos con desesperación. Una mala noche asociada a la palabra Malfoy no eran la mejor manera de empezar el fin de semana. También en mala hora había decidido no entregar al condenado ex Slytherin. Deslizó una mano por su pelo, nervioso, sin saber exactamente que decisión tomar. Evidentemente no podía llevarle al hospital mágico. Dudaba de que tan siquiera le dejaran atravesar la entrada. Iría directamente a la enfermería de Azkaban. Y ya sabía lo que ello significaba. Además, qué iba a decirles: buscaba un juego de pelotas por el sótano y me lo encontré. ¡Por favor! Tampoco podía dejarle allí. ¿O sí? Al fin y al cabo no le debía nada. Había amargado su existencia durante siete años. Su padre había hecho todo lo posible y más para entregarle a Voldemort. Sin embargo, su hijo no tenía la marca... Sacudió la cabeza, intentando colocar sus pensamientos en orden. Posó nuevamente la mirada sobre el cuerpo inmóvil y suspiró, odiándose por ser tan cretino. Seguramente era la falta de sueño... Convirtió su termo en un traslador, decidiendo que ya inventaría alguna excusa si alguien del Ministerio se descolgaba preguntando porque había conjurado un traslador no autorizado. Alzó sin dificultad a Malfoy, sorprendido de lo liviano de su peso y activó el traslador, apareciendo en su casa a los pocos segundos.
- Sé que voy a arrepentirme de esto, Malfoy. -gruñó entre dientes mientras subía las escaleras en dirección al primer piso, cargando al inconsciente ex Slytherin- Estoy más que seguro.
El Profesor Snape estaba tranquilamente sentado en uno de los cómodos sillones de su estudio, leyendo un tratado sobre pociones chinas, cuando oyó el particular ruido que indicaba que alguien estaba tratando de acceder a su chimenea a través de la red floo. No estaba para visitas. Había sido una semana dura para el Profesor. Lidiar con los estudiantes de primero ese año era más difícil que nunca. Tenía una buena colección de Longbottons, como solía llamarlos en honor a uno de sus ex alumnos más negados. Aquellos últimos tres días habían estallado más calderos de los que Snape era capaz de soportar. La insistencia en la conexión hizo que al final el Profesor de Pociones cerrara su libro de un manotazo y se levantara en dirección a la chimenea, dispuesto a maldecir sin compasión al imprudente que insistía en molestarle a tan temprana hora de la mañana. No obstante, no pudo ocultar su sorpresa al ver la cabeza de Harry Potter aparecer entre las llamas esmeraldas. ¡Vaya! Hablando de ex alumnos negados...
- Señor Potter, ¿acaso no tiene reloj o para usted es un divertimento molestar a la gente a tan temprana hora de la mañana?
- Buenos días también para usted. -contestó Harry de mal talante- Necesito que me ayude.
Snape alzó las cejas con suficiencia.
- ¿El gran Harry Potter necesita de mi ayuda?
A todas luces Potter estaba haciendo grandes esfuerzos por morderse la lengua y Snape no acababa de entender por qué. El joven nunca había logrado reprimir el impulso de contestar a sus provocaciones.
- Necesito que venga a mi casa. Ahora. Y con la más absoluta discreción.
Snape parpadeó perplejo. O al insolente de Potter se le habían subido demasiado los humos a la cabeza o ya había olvidado con quien estaba hablando. Pero antes de que pudiera recriminar nada, Harry habló otra vez, en tono más nervioso.
- He dicho ¡AHORA!, Profesor. Dejo la red abierta. Dése prisa.
Cuando la cabeza de Potter hubo desaparecido, el cetrino rostro del Profesor de Pociones empezaba a alcanzar el punto de ebullición. ¡Maldito Potter! ¿Qué diablos se había creído? Entró en la chimenea sin otro objetivo que darle una buena lección de modales a su ex alumno. El joven le recibió al otro lado, visiblemente alterado y molesto.
- Potter, si cree que...
- ¡Cállese y escúcheme! -Snape lo hizo en seco. Más por la sorpresa que por seguir la orden- No sabía a quién acudir, -prosiguió Harry -y luego recordé que usted es su padrino.
En cuanto el cerebro de Snape procesó las palabras que Harry acababa de pronunciar, palideció, más bien amarilleó.
- ¿Dónde está? -preguntó aferrando el brazo de Harry, clavándole dolorosamente sus largos y delgados dedos.
- Necesito que me de su palabra de que no...
- ¡No sea estúpido Potter! -regañó Snape con aire amenazador- ¿Dónde?
- Arriba. -dijo al fin Harry, dirigiéndole una mirada resentida- Sígame.
- ¿Cómo le ha encontrado? -preguntó Snape mientras subía de cuatro en cuatro los escalones, con más agilidad de la que Harry hubiera esperado.
- Estaba escondido en el sótano del estadio.
Snape entró en la habitación como una exhalación en cuanto Harry abrió la puerta, y se dirigió a la cama donde Draco descansaba, con más aspecto de cadáver que de otra cosa. El Profesor de Pociones miró con preocupación el rostro de su ahijado. Su tez más pálida de lo habitual y las profundas y oscuras ojeras bajo sus ojos. Estaba tan demacrado que daba pena verle. Desabotonó y abrió la sucia camisa y repasó con atención su torso. A parte de que podía contar todas y cada una de sus costillas, había varias heridas que no habían cicatrizado demasiado bien. Pero ya se ocuparía de eso más tarde.
- Ayúdeme. - pidió a Harry.
Mientras Snape le sostenía, Harry terminó de deslizar la camisa por los brazos de Draco y al tiempo que descubría su espalda no pudo evitar una exclamación de horror. Las inconfundibles marcas de latigazos la cubrían por completo. Las señales no eran recientes, pero estaban profundamente marcadas en la nívea piel. También había una herida en la parte baja de la espalda, infectada y que supuraba pus.
- Necesito volver a mi despacho por varias cosas. -informó Snape recostando a su ahijado con cuidado sobre la cama. -Mientras tanto, llene la bañera e intente deshacerse de toda la porquería que lleva encima.
- ¿Bromea? - preguntó Harry incrédulo.
- No señor Potter. No bromeo. Y dése prisa. Le necesito listo para cuando vuelva.
Harry contempló aturdido como el Profesor de Pociones abandonaba la habitación a toda prisa, dejándole con el problema. ¡Maldita la hora en que había bajado a buscar las condenadas pelotas, que maldita también la falta que le hacían! Dirigió una mirada derrotada hacia la cama y observó el maltratado cuerpo que descansaba inconsciente en ella, sin poder evitar que se le encogiera el estómago. Suspiró rendido a las consecuencias de su estúpida decisión y se dirigió hacia el cuarto de baño para llenar la bañera. A los pocos minutos volvió a la habitación para cargar al rubio ex Slytherin y transportarlo al baño.
- Bueno Malfoy, -dijo entre dientes- vamos a ponerte en remojo.
Snape tardó en volver mucho menos de lo que él pensaba y en su fuero interno agradeció que fuera el padrino del joven quien manejara la situación a partir de aquel momento. Pese a todo, no tuvo inconveniente en ofrecer su silenciosa ayuda en todo el proceso posterior. Observó no sin cierta admiración la delicadeza con la que las ásperas manos de Snape se movían por el cuerpo de su ahijado, examinando y curando las diversas heridas que mostraba. El rostro del Profesor estaba contraído en una expresión de profundo disgusto y preocupación. No pronunció apenas una palabra mientras estuvo sumido en su tarea y sólo cuando abandonaron la habitación, su expresión parecía un poco más relajada. Bajaron en silencio y Harry le condujo hasta la sala de estar, por cuya chimenea Snape había accedido a la vivienda.
- ¿Quiere algo de beber? - preguntó intentando ser amable.
- ¿Tiene algo fuerte? -preguntó Snape a su vez, mientras se desplomaba en uno de los sillones.
- Me temo que lo más fuerte que puedo ofrecerle es cerveza de mantequilla. -se excusó como anfitrión.
Snape se encogió de hombros, lo cual Harry interpretó como un sí, y desapareció en dirección a la cocina para volver pocos segundos después con una cerveza en cada mano. Le tendió una a Snape y se sentó en el sillón que quedaba enfrente de su antiguo Profesor de Pociones.
- ¿Qué cree que ha pasado? -preguntó en un intentó de iniciar una conversación que Snape no parecía tener muchas ganas de estrenar.
- No lo sé, Potter. -dijo éste tras unos segundos- Pero créame que lo averiguaré.
Los ojos del hombre eran dos teas negras encendidas, brillando furiosas.
- ¿Ha visto su mano? -inquirió Harry, sin poder evitar otro ligero escalofrío ante el recuerdo de la misma.
- Cómo no verla, Potter. - contestó el otro con impaciencia.
- ¿Cree... -se detuvo, como si no estuviera muy seguro de lo que iba a decir- ...cree que han sido los nuestros?
El Profesor de Pociones soltó una risa amarga.
- ¿Los nuestros? ¿Y quienes son los nuestros, Potter? -casi escupió.
- Me refiero al Ministerio o... a la Orden. -terminó Harry sin mucho convencimiento, casi arrepintiéndose ya de la pregunta.
El Profesor dio un buen trago a su cerveza antes de contestar.
- En el Ministerio sólo son una pandilla de imbéciles buenos para nada, que no han dejado de dar palos de ciego durante todo este tiempo. -dijo con desdén. Dio otro trago al botellín antes de continuar- Y yo mismo me he ocupado de seguir las pesquisas de la Orden para encontrar al Sr. Malfoy y evitar en lo posible un desenlace trágico, antes de haber podido convencer al Profesor Dumbledore de que mi ahijado no es como su padre.
Snape terminó su cerveza y dejó el envase encima de la mesilla con un fuerte golpe. Harry todavía daba vueltas a la suya, sin apenas haberla probado.
- No lleva la marca...
- ¡Por supuesto que no, Potter! -casi gritó Snape- Uno de los pocos momentos de lucidez de los que hizo gala Lucius.
Ambos hombres quedaron en silencio durante unos minutos.
- Sinceramente Profesor, no entiendo nada de todo este asunto. Lo único que sé es que tengo a uno de los mortífagos más buscados en mi casa y no sé como lidiar con esta situación. -confesó, como si pudiera esperar algún tipo de comprensión por parte de su ex Profesor de Pociones.
- ¿Por qué lo trajo entonces? -preguntó Snape arrugando el entrecejo.
- ¿Y qué quería? ¿Qué lo dejara allí, medio muerto?
- Era la solución más fácil para usted. -respondió el Profesor escrutándolo con la mirada, preguntándose por primera vez lo que habría llevado a Harry Potter a acoger en su casa a su enemigo por antonomasia- O podía haberlo entregado.
- No dude de que ese fue mi primer pensamiento. -respondió Harry a la defensiva.
- ¿Entonces?
- Si lo que está intentando averiguar es si pienso hacerlo ahora, la respuesta es no. - respiró profundamente- ¿O acaso cree que le puedo dar al Ministerio alguna explicación razonable de por qué Draco Malfoy se encuentra ahora mismo ocupando una de las camas de esta casa? -razonó Harry exasperado.
- ¡Ah! -dijo Snape en tono sardónico- Por un momento temí que le guiara alguna intención más noble.
Harry tan sólo dejó escapar un bufido y miró a Snape con cara de asco.
- Bien, -dijo el Profesor levantándose -debo irme antes de que mi ausencia empiece a levantar sospechas.
En rostro de Harry asomó una expresión de pánico.
- ¿No pretenderá dejarlo aquí?
- ¿Dónde si no? - preguntó el Profesor sin inmutarse.
- Creí... ¡creí que se lo llevaría con usted!
- Señor Potter, -dijo el mago con calma- le agradará saber que su grado de estupidez sigue haciendo honor al concepto que siempre he tenido de usted. -Harry sintió que se encendía por dentro- Y ahora si es tan amable de poner los cinco sentidos, le daré las instrucciones de qué pociones, cuántas veces y a qué horas tiene que suministrárselas al Sr. Malfoy.
Los ojos de Harry despedían chispas. Andaba listo si pensaba que iba a convertirse en la niñera del maldito Slytherin.
- A partir del martes tengo entrenamiento. -dijo intentando dominar su tono de voz- No estaré en casa en todo el día. Y el sábado partido.
Snape le ignoró completamente, y en su lugar empezó a escribir las instrucciones en un pergamino que hizo aparecer, lo que todavía enervó más los ánimos de Harry.
- ¿Le apetece una buena gripe, Sr. Potter? -preguntó Snape con una sonrisa maliciosa cuando terminó, al tiempo que sacaba su varita.
Harry tardó unos segundos en reaccionar.
- No se atreverá... Snape... ¡SNAPE! ... AAAACHIIIIS!!
- Volveré mañana. Cuídese el resfriado, Potter. -dijo mientras desaparecía por la chimenea, dejando a Harry luchando contra el siguiente estornudo.
El moreno se quedó mirando su chimenea, furioso. Al día siguiente no habría forma humana, muggle o mágica, de evitar que Snape se librara de la maldición que pensaba lanzarle en cuanto pusiera un pie en su salón.
Una hora después, su nariz estaba tan congestionada que su cabeza parecía que iba a despegar y abandonar el planeta. Había estado leyendo las instrucciones que le había dejado Snape y se alegró de reconocer la mayoría de pociones, aunque para ser sincero consigo mismo, ya no tenía ni pajolera idea de cómo se preparaban. Sonrió al pesar que sin duda todas ellas le habían ayudado a hacer perder la paciencia del poco paciente Profesor de Pociones... y puntos de su Casa. Suspiró. Todavía faltaban dos horas para que tuviera que estrenar sus recientemente adquirido oficio de enfermero, así que se tumbó en el sofá y tras dedicarse a compadecerse a sí mismo durante un rato, fue dando cabezaditas hasta que la alarma que había puesto en el reloj de cuco le hizo pegar un brinco.
Subió algo tambaleante las escaleras, intentando despejarse. Solo faltaría que se equivocara de poción. Snape era capaz de colgar su cabeza en su aula de Pociones como trofeo y aviso para estudiantes melindrosos. Penetró en la silenciosa habitación y comprobó que Malfoy permanecía en la misma postura en la que le habían dejado. Observó con atención los frascos milimétricamente alineados y pulcramente etiquetados que Snape había dejado sobre la mesilla de noche. Miró su lista y escogió el que correspondía. Vertió la medida en un vaso e incorporó a Malfoy para hacérsela beber.
- Vamos, Malfoy. Sólo es una poción. Asquerosa, estoy seguro. Pero ayudará a que te largues de aquí cuanto antes.
Antes de salir, no pudo evitar dirigir una última mirada sobre el joven que había amargado su existencia durante los años pasados en Hogwarts e intentó recordar si alguna vez había visto al Slytherin tan indefenso como en ese momento. Sacudió la cabeza. No, no iba a empezar a sentir compasión por un Malfoy a esas alturas de su vida. Y cerró la puerta.
Continuará...
