CAPITULO III
Un Paciente Algo Difícil
Había tratado de mentalizarse. Había creído que podría con ello, pero a medida que la semana había ido avanzando, al igual que su gripe, también las cosas habían ido complicándose. El domingo había tenido el primer sobresalto cuando Neal se había presentado en su casa, dispuesto a cobrarse la recompensa prometida. Pensó que el galopante resfriado que arrastraba tras el hechizo de Snape, haría que el bateador comprendiera que no estaba ni con ánimos, ni de humor. Lo que no esperaba es que se empeñara en quedarse a cuidarle, y verse obligado echar mano de toda la persuasión que tenía y de la que no tenía, para lograr que el joven se marchara. Y aún así, no fue hasta bien entrada la tarde. Había tenido que correr a poner un hechizo en la puerta de la habitación donde estaba Malfoy, para que al otro no se le ocurriera entrar ni por equivocación, buscando excusas cada tres o cuatro horas para desaparecer y darle la correspondiente poción al ex Slytherin. Cuando a la mañana siguiente, lunes, contactó con su entrenador para explicarle que al día siguiente y seguramente el resto de semana no podría ir a entrenar por el fuerte trancazo que había pescado, tuvo que aguantar un buen rato de dura reprimenda sobre su negligencia y poco juicio.
- ¡Que os lo tengo dicho! Nada de excesos, nada de alcohol, moderación en las comidas, no trasnochar ¡Y NADA DE DORMIR CON EL CULO AL AIRE, POTTER, PORQUE DESPUÉS PASAN ESTAS COSAS!
Después vino otro buen rato de lamentaciones por parte del entrenador, porque no podría jugar el partido del sábado, hasta que media hora después, prometiendo y jurando por su vida que sería la última vez que se le ocurría engriparse, logró que Berton desapareciera por fin de la chimenea. Por la tarde tuvo que lidiar otra vez con Neal, aunque consiguió frenarle antes de que decidiera instalarse con él lo que durara su galopante resfriado. ¡La madre que parió a Snape! Y por la noche Malfoy, que hasta ese momento había permanecido calmado, sin apenas hacer notar su presencia, empezó a debatirse en un agitado estado de semiinconsciencia que mantuvo a Harry en vela toda la noche.
Le había despertado el hechizo avisador que había puesto en la habitación donde había acomodado al ex Slytherin. Malfoy tiritaba a pesar de la agradable temperatura que había en la habitación, en contraste con los largos mechones plateados pegados a su rostro por el sudor que lo bañaba. Murmuraba palabras incoherentes que no lograba entender, pero Harry estaba seguro de que en esos momentos Malfoy luchaba contra sus propios demonios. Y Harry sabía bastante de esa clase de demonios.
- Malfoy... -susurró- ...Malfoy, ¿puedes oírme? -el joven que yacía en la cama volvió a murmurar algo ininteligible- Malfoy, cálmate, sólo es una pesadilla.
Sólo es una pesadilla, murmuró para sí mismo, consciente de lo que aquellas palabras habían sido para él durante tantos años. Sólo era una pesadilla, no pasa nada. Cuantas veces habría pronunciado esa frase a lo largo de su vida. Cuantas veces había despertado gritando, llorando, nadando en miedo. Sólo era una pesadilla, Ron. Vuelve a dormirte. Hasta que había aprendido a insonorizar su cama con el bendito hechizo silenciador y había podido guardar para él y sólo para él las noches de angustia e insomnio, temeroso de dormir, asustado de caer en el sueño una vez más. Sabía exactamente cómo se estaba sintiendo Malfoy en esos momentos, fuera lo que fuera que le estuviera atormentando. Un extraño e impensable sentimiento de empatía le conectó con el rubio en ese instante. Contempló el rostro angustiado y vio una única e inesperada lágrima deslizarse silenciosa por su rostro. Se dio cuenta en ese momento de que la frase "no se lo desearía ni a mi peor enemigo" no era tan sólo una frase. Jamás le desearía a nadie que pasara por lo que él había tenido que pasar. Ni aunque esa persona fuera Draco Malfoy. Se dirigió al baño y empapó una toalla. Después volvió a la habitación y apartó con cuidado las hebras plateadas adheridas a la pálida piel y refrescó su rostro. Aquello pareció calmar a Malfoyh, ya que al cabo de unos minutos la respiración del rubio se estabilizó. Harry no podía evitar sentir cada vez más curiosidad por lo que había sucedido para llevar a su enemigo de la escuela a aquella situación. Aproximó a la cama uno de los sillones de la habitación, con la intención de quedarse durante un rato, hasta asegurarse de que la pequeña crisis había pasado. Sin embargo, al poco tiempo se dio cuenta que el sueño esa noche tampoco iba a aparecer. Pasó la noche en vela, perdido en sus recuerdos, guardando el sueño de su enemigo.
El martes por la mañana se arrastró escalera abajo en dirección a la cocina, con los ojos congestionados y la nariz enrojecida goteando como un grifo, rogando por tener un día sin sobresaltos. Creyó estarlo consiguiendo hasta que poco antes de la hora de comer, a Ron y a Hermione les dio por aparecer en su casa, con la excusa de que alguien del Ministerio había mencionado "de pasada" la activación de su traslador. Odiaba mentir a sus amigos, pero el fuerte gripazo sirvió de excusa para explicarles que no se había sentido con fuerzas para aparecer y había sido entonces cuando había decidido conjurar el traslador. Tuvo que poner toda la resistencia de la que fue capaz para evitar que su amiga le metiera en la cama a sudar y se empeñara en asaltar su cocina para preparar caldos y sopas. Al final, una mirada desesperada dirigida a Ron, hizo que el pelirrojo convenciera por fin a su mujer de que Harry era perfectamente capaz de cuidarse solo y que lo único que necesitaba una gripe era mucho líquido y reposo.
Esa noche Harry volvió a instalarse en el sillón de la habitación de invitados, después de tratar de que Malfoy no despertara a todo el vecindario con sus gritos. Al igual que la noche siguiente. Fue allí donde le encontró Snape, el jueves por la mañana. Harry le había dado acceso para aparecerse en su casa. Privilegio que aparte de Dumbledore, Ron y Hermione, nadie más tenia. Ni siquiera Neal. Entre otras cosas porque era una de las normas de seguridad que el dichoso Ministerio y Dumbledore le obligaban a guardar. Todavía quedaban mortífagos que con gusto le lanzarían un Avada Kedavra.
- Potter, ... Potter...
Harry sintió como le zarandeaban suavemente. Abrió los ojos sobresaltado para encontrarse con la mirada siempre recalcitrante de Snape.
- Creí que era mañana cuando no tenía clase. -murmuró todavía medio dormido, restregándose los ojos.
- Le dije el jueves, Potter. Hoy es jueves.
Harry se desperezó, algo entumecido.
- Ha estado teniendo pesadillas. -informó.
- ¿Le ha dado todas las pociones?
- Se las he dado.
- ¿A sus correspondiente horas?
Harry se dio cuenta de cómo Snape le miraba de reojo al tiempo que examinaba a su ahijado, como si dudara de su capacidad para llevar a cabo la tarea que le había encomendado.
- A sus horas. -respondió Harry tajante. Se levantó y se estiró nuevamente- Voy a preparar café.
- Tómese esto antes. -Snape rebuscó en el bolsillo interior de su túnica y le tendió un pequeño frasco- El sábado podrá jugar.
Harry alzó las cejas con sorpresa. Por lo visto en algún lugar recóndito a Snape todavía le quedaba algo de conciencia.
- ¿Y él? -pregunto.
- No se preocupe. Le he dicho al Profesor Dumbledore que pienso pasar el fin de semana en Londres. Si no le importa me quedaré aquí.
Harry dejó escapar un suspiro mirando al techo, como reclamando la presencia de algún ente divino.
- ¡Como si estuviera en su casa!
Y desapareció en dirección a la cocina, sin poder ver una sonrisa complacida a sus espaldas. Un leve movimiento llamó la atención de Snape sobre su ahijado.
- ¿Draco?
Los párpados de Malfoy se entreabrieron con dificultad. Contrariamente a la sensación que le acompañaba al despertar desde hacia tanto tiempo, Draco se sentía cómodo, confortable. Nada de duro suelo bajo su espalda. Trató de enfocar la vista para distinguir la figura que se inclinaba sobre él. Durante unos segundos el recuerdo de Potter apuntándole con su varita rasgó su mente, todavía ofuscada. En esos escasos segundos, un sin número de posibilidades galoparon por su pensamiento, a cual más desoladora. Sin embargo, al tiempo que su consciencia empezaba a aflorar, llegó a la conclusión de que, de estar en Azkaban, no estaría acostado sobre algo tan mullido. Intentó moverse, pero parecía que su cuerpo se había convertido en piedra y tan sólo fue capaz de ladear un poco la cabeza. Trató de abrir nuevamente los ojos, para averiguar quien estaba junto a él. Poco a poco su visión se fue aclarando hasta mostrar de forma diáfana el rostro preocupado y ansioso de Severus Snape.
- P...adrino - acertó a decir con voz ronca.
Los brazos del severo Profesor de Pociones le envolvieron y él se aferró a su túnica con la única mano que podía hacerlo.
- Padrino... -su voz se convirtió en un sollozo.
El esquelético cuerpo entre los brazos de Snape se convulsionaba en un llanto doloroso y amargo. No se conformaría tan sólo con lanzar una maldición al culpable del estado de su ahijado, se dijo. Iba a hacerle pagar muy caras las lágrimas que ahora se derramaban sobre su túnica. El patético estado en el que se encontraba. El dolor que reflejaron sus ojos en cuanto se abrieron. El sufrimiento del que hablaba su cuerpo.
- Shsssss, tranquilo Draco. Lo resolveremos.
Por primera vez en tres años, Draco Malfoy supo que estaba a salvo.
Dos horas después, cuando Snape entró en la cocina encontró a Harry con la cabeza sobre la mesa, dormido, asiendo todavía la taza de café, ya frío, en su mano. El joven tenía un aspecto lastimoso. Snape se permitió el lujo de sonreír, a salvo de miradas indiscretas. Desde el principio había sabido que Potter protestaría y patalearía, pero su nobleza Gryffindor jamás le permitiría dejar a su ahijado tirado. ¿A quién si no a él se le ocurriría llevarse a uno de los mortífagos más buscados en esos momentos a su propia casa? Sólo esperaba que ello no le trajera malas consecuencias. Suspiró. Tal vez debería prepararle también un reconstituyente si no quería que el sábado se cayera de su escoba durante el partido, de puro cansancio.
- Potter, deje de gandulear y despierte de una vez. -susurró en su oído.
Harry abrió los ojos sobresaltado y al incorporarse la taza fue a parar al suelo, haciéndose añicos y dejando las baldosas perdidas de café.
- ¡Por Merlín, Potter! ¡Sigue usted siendo una calamidad!
Harry balbuceó algo ininteligible, pero por su expresión era fácil comprender que se estaba acordando de toda la familia de Snape.
- Debo volver a la escuela. -le informó mientras observaba cómo su ex alumno limpiaba el estropicio- Por cierto, el Sr. Malfoy ha despertado.
Harry se volvió con rapidez hacia el Profesor, con una mirada interrogante.
- ¿Ha podido aclarar algo? -preguntó.
Snape negó con la cabeza.
- No mucho. -dijo- Me temo que el Sr. Malfoy no tiene demasiadas ganas de hablar todavía. -alzó las cejas en señal de advertencia -Hasta que yo vuelva el sábado, procuren no matarse.
Harry sonrió con desdén y le dio la espalda al Profesor para servirse otra taza de café. Después, se entretuvo preparando una comida ligera para su "invitado", que debía estar hasta las orejas de poción fortalecedora y supuso que su estómago estaría clamando ya por algo más sólido.
Una hora después, cuando entró en la habitación de invitados, comprobó que Snape había corrido las cortinas y ahora el sol inundaba el cuarto. Draco estaba incorporado sobre un montón de cojines. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió en cuanto oyó el sonido de la puerta al cerrarse y volvió la cabeza hacia él. ¡Dios! ¡Qué se había hecho del Malfoy que él conocía! Los ojos hundidos y apagados, enmarcados en aquellas profundas ojeras que le daban un aspecto débil y enfermizo, tan alejado de la altanería innata en su persona. Harry no pudo evitar sentirse algo nervioso. La última vez que habían hablado no había sido en términos demasiado agradables, con sus varitas apuntando hacia sus respectivas gargantas. Además, una incomoda sensación de remordimiento le había estado rondando desde que lo había encontrado inconsciente el sábado por la mañana.
- ¿Qué tal, Malfoy? ¿Cómo te encuentras? -preguntó en el tono más amable del que fue capaz.
Los plateados irises de Draco estaban tan oscurecidos que parecía que hubieran cambiado de color.
- He estado mejor, Potter. -la voz sonaba arrastrada, pero no era producto de su habitual petulancia si no más bien de un profundo agotamiento.
- ¿Tienes hambre? -depositó la bandeja sobre sus rodillas- Snape recomendó algo ligero para empezar -señaló el tazón- Caldo con tropezones.
- Ya veo que te has matado. -ironizó el rubio.
Harry iba a contestar a la impertinencia, pero después se lo pensó mejor y acabó por decir:
- Los muggles tienen bastante traza en esto de las comidas preparadas, ¿lo sabias?
Draco frunció levemente el ceño ante la palabra muggle, pero no hizo ningún comentario. Tomó con su mano izquierda la cuchara y empezó a comer. Su mano derecha no estaba a la vista, escondida bajo las sabanas.
- ¿Vas a quedarte mirando, Potter?
Harry resopló y se levantó del sillón donde había pasado las últimas tres noches. Era Malfoy después de todo.
- Volveré dentro de un rato.
Cuando regresó una hora después, el tazón estaba vacío y Draco dormitaba. Le zarandeó con cuidado.
- Malfoy...
Draco abrió los ojos y vio que Harry le tendía un vaso con un líquido azul.
- La poción de las 15.30. -anunció como si se tratara de la llegada de un tren a la estación. El rubio la tomó en silencio- Ahora boca abajo, por favor. -dijo tomando un pote de la mesilla de noche -Quítate la camisa del pijama.
Draco le dirigió una mirada huraña, pero empezó a luchar con los botones con su mano izquierda. Harry suponía que Draco era diestro. O al menos siempre le había visto empuñar la varita con esa mano.
- ¿Necesitas ayuda? -ofreció.
- ¿Te la he pedido? -contestó el rubio de forma cortante.
- Rebosando simpatía, como siempre -se mofó Harry, cruzándose de brazos.
Draco le dirigió una mirada desafiante y terminó con el último botón. Cuando por fin se tendió boca abajo, con su mano derecha convenientemente oculta bajo la almohada, Harry observo la mejoría que las marcas habían experimentado en tan poco tiempo. Snape seria un hijo de su madre la mayor parte del tiempo, pero no había duda de que, tratándose de pociones y ungüentos, sabía lo que se traía entre manos. Extendió con suavidad la pomada por cada una de las señales que atravesaban la espalda de Draco y por la herida, que ya había cicatrizado.
- Apenas quedarán señales. -le informó. Notó un leve encogimiento de hombros. Y tras un ligero titubeo, la pregunta salió de sus labios -¿Quién te hizo esto, Malfoy?
- No es de tu incumbencia, Potter. - respondió él en tono áspero.
- Estas en mi casa, Malfoy. Creo que no es pedir demasiado que contestes una sencilla pregunta. -le recriminó en tono molesto.
- ¿Acaso te pedí yo que me trajeras?
Harry apretó las mandíbulas y cerró el bote bruscamente. Bien, si en algún momento había sentido algo de compasión por el Slytherin, acababa de esfumarse en ese mismo instante. Dejó el pequeño bote sobre la mesilla de noche con un golpe seco y salió de la habitación sin decir nada. No volvió hasta última hora de la tarde, con la cena. Dejó la bandeja encima de la cama, al lado de Draco, sintiendo la atenta mirada del rubio siguiéndole hasta la mesilla de noche, donde escogió otro de los frascos allí alineados y vertió cierta cantidad del mismo en un vaso que había tomado de la bandeja. Después volvió a depositarlo en ella. En ningún momento habló, o dirigió la mirada hacia la figura inmóvil en la cama que, sin embargo, le observaba con atención. Harry desapareció por la puerta tan silenciosamente como había entrado.
Draco miró la bandeja con un leve sentimiento de culpabilidad, que rápidamente reprimió. No estaba dispuesto a compartir con Potter recuerdos que ni tan sólo había mencionado todavía a su padrino. Memorias de hechos que ni él mismo estaba muy seguro de querer recordar. Seguía asustado, en un estado de constante sobresalto. Aunque por supuesto jamás lo demostraría. Odiaba sentirse tan vulnerable. Pero, gracias a Merlín, el control que tenía sobre sí mismo seguía siendo tan férreo como siempre. La tenaz voluntad que le había ayudado a sobrevivir durante aquellos tres años, que le había salvado la vida hasta ese momento. Aunque era consciente de que había faltado poco... muy poco. Estaba cansado de huir. De tener que estar vigilando constantemente a sus espaldas. Dos veces había caído en sus manos y dos veces había logrado escapar. Estaba seguro de que alguna divinidad mágica velaba por él en alguna parte. Con todo, sabía que su suerte podía acabarse en cualquier momento. De hecho, la tarde que Potter le encontró, tuvo la casi absoluta seguridad de que aquel momento había llegado. Todavía seguía sorprendiéndose de que no le hubiera entregado. Por lo que le había contado su padrino, por lo visto hasta tenía que estarle agradecido. Pero tener que agradecer algo al ex Gryffindor era más de lo que su sangre Malfoy podía tolerar. Echó la cabeza hacía atrás con un profundo suspiro y permaneció mirando al techo durante unos minutos, intentando apartar de su cabeza el molesto pensamiento de que en realidad estaba vivo gracias a Potter, mal que le pesara. Dirigió nuevamente la mirada hacia la bandeja que reposaba a su lado y entonces se dio cuenta. ¡El maldito Potter había cortado la carne en pedacitos! ¿Acaso creía que no podía valerse por sí mismo? Furioso, golpeó la bandeja que salió despedida de la cama y fue a estrellarse contra el suelo, junto con su impotencia y su desesperación. No conocía mejor manera de desahogar su dolor y protegerlo de miradas ajenas, que parapetarlo tras un muro de indiferencia y de desprecio. Dirigir su rabia y su ira contra el ex Gryffindor era una buena terapia para desalojar de su pecho la presión del sufrimiento que le ahogaba desde hacía tanto tiempo, junto con el miedo y la tristeza y un intenso sentimiento de soledad. Tres días antes, cuando había abierto los ojos para encontrarse con el rostro de Severus Snape, no hubiera podido describir la sensación de profundo alivio que sintió y se agarró a él como a una tabla de salvación. Pero no entendía por qué le obligaba a permanecer allí. Tal vez su padrino sólo estaba esperando a que recuperara las fuerzas suficientes para ser capaz de levantarse, y entonces podría perder de una vez de vista al estúpido de Potter.
Cuando despertó a la mañana siguiente, la bandeja ya no estaba en el suelo con todo el estropicio de la noche anterior, si no otra vez en la cama, a su lado, con el desayuno. Potter siguió sin hablarle durante todo el día y él no hizo el menor esfuerzo por disculparse o iniciar ninguna conversación. Potter entró y salió de la habitación muchas más veces que el día anterior, como si en realidad deseara provocarle y obligarle a abrir la boca, aunque tan sólo fuera para soltar algún desatino. Pero ese era un juego que él sabía jugar mucho mejor. Lo había practicado con gran destreza en Hogwarts Así que le desesperó ignorándole, le impacientó entreteniéndose con los botones del pijama cuando tuvo que curar las marcas de su espalda y le sulfuró cuando recogió la bandeja de la comida y encontró el pescado que Potter había desmenuzado con paciencia, apartando todas las espinas, intacto en el plato. Su rostro fue todo un poema, y Draco tuvo que dominar las ganas de sonreír ante la tan prevista reacción. Sin embargo, Potter también se tomó la revancha: esa noche no hubo cena.
Cuando el sábado por la mañana Draco oyó el sonido de la puerta, no esperaba que fuera precisamente su padrino quien entrara.
- ¿Cómo te sientes? -preguntó Snape mientras le examinaba.
- Mejor. -aseguró él.
- ¿Crees que podrás darte una ducha y vestirte?
Draco frunció el ceño. ¿Acaso todo el mundo pensaba que era una especie de minusválido, incapaz de valerse por sí mismo?
- Potter me ha prestado algo de ropa antes de irse esta mañana. -dijo Snape, señalando el sillón donde la había depositado.
Draco observó con ojo crítico las prendas depositadas encima de la cama. Asintió con la cabeza.
- Estaré abajo, en la cocina.
- No tardaré.
Draco se obligó a arrastrar su cuerpo fuera de la cama y se levantó algo tambaleante. Pero el chorro de agua caliente cayendo sobre su cuerpo le confortó y prolongó la agradable sensación más tiempo del que habitualmente utilizaba en esa tarea. Cuando ducharse había sido algo diario en su vida. Una vez vestido, aunque la ropa fuera del desafortunado gusto de Potter, se sintió bien. Salió de la habitación y observó con atención todos los detalles de la casa mientras bajaba la escalera y buscaba la cocina. Aunque saltaba a la vista que era una casa muggle, tenía que reconocer que el ex Gryffindor había logrado convertirla en un lugar agradable. Entró en la cocina donde Snape le esperaba con semblante serio y Draco supo que esta vez tendría que afrontar "la conversación".
- Bien Draco, creo que ya es hora de que hablemos.
Snape enfrentó los ojos de su ahijado, que se oscurecieron ante la perspectiva de desenterrar recuerdos amargos. No pudo dejar de pensar que el joven se parecía cada día más a Lucius. Su tez pálida; su figura alta y lánguida, de constitución delgada y brusca; su mirada dura, fría donde las hubiera; su porte, su sonrisa perdonavidas. Incluso el largo pelo rubio ahora atado en una coleta. Sin lugar a dudas era un Malfoy de los pies a la cabeza. Lucius se había encargado de que quedara poco de Narcisa en él. Sólo que, gracias a Merlín, y también a los esfuerzos que él mismo había puesto en ello, la cabeza de Draco había permanecido alejada de ciertas ideas radicales, o al menos no había sucumbido totalmente a ellas. Las mismas que habían sido la perdición de su padre.
- ¿Vas a contarme de una vez cómo has llegado a esta situación, Draco?
El joven suspiró y cruzó las piernas con elegancia. Cerró los ojos unos momentos, como si quisiera poner en orden sus pensamientos, mientras entrelazaba sus manos en un gesto no exento de cierta sofisticación. Por fin habló.
- Fue dos días después de que el Señor Oscuro cayera. -empezó- Padre vino a casa. Estaba herido y madre le escondió en una de las habitaciones inmarcables, ya sabes. -Snape asintió - Dijo que no teníamos nada que temer. Que estábamos a salvo. Que el Ministerio no podría hacer nada contra nosotros, ya que yo no tenía la marca y que había puesto los bienes de la familia a nombre de mi madre y mío, que saldríamos adelante. Su intención era desaparecer en cuanto se recuperara, porque estaba seguro que no tardarían en hacer un registro de la casa. Le juró a mi madre que se había desecho de todo aquello que pudiera, digamos, incriminar nuestro nombre con actividades oscuras. Por lo que no encontrarían nada. Esperaría en alguna de nuestras propiedades en el extranjero a que las cosas se calmaran y más adelante, cuando ya no hubiera peligro yo debía reunirme con él.
- ¿Te dijo para qué?
Draco negó con la cabeza.
─ En realidad no hubo tiempo. -respondió en tono amargo.
Draco se había dormido por fin, después de dar vueltas en la cama, nervioso por la presencia de su padre en la casa. Ahora que el Señor Oscuro había muerto, sabía que la persecución sería implacable contra los que una vez habían sido sus más leales servidores. Y su padre había sido uno de los más allegados. Él no se sentía tan optimista con respecto a la posible reacción del Ministerio contra su familia. Caer sobre la fortuna Malfoy era una tentación demasiado fuerte para poder ser ignorada y su padre no podía estar pasándola por alto con tanta facilidad. Tal vez sólo intentaba tranquilizar a su madre...
No haría ni veinte minutos que por fin el sueño le había vencido, cuando de pronto las sábanas fueron removidas con violencia, despertándole sobresaltado. Unas manos poderosas le sacaron de la cama, arrastrándole por la habitación en contra de sus vanos intentos por resistirse. No podía verlos, pero al menos eran dos hombres. Cuando salieron a la luz del pasillo, confirmo que eran solo dos, pero demasiado fornidos para que un muchacho de diecisiete años pudiera hacer nada contra ellos sin su varita. Los escalones golpearon dolorosamente en sus rodillas y piernas mientras tiraban de él escaleras abajo. A pesar de lo desesperado de la situación, lo que más aturdía a Draco en ese momento era que los dos energúmenos que tan delicadamente le conducían hacia las mazmorras de su propia mansión eran dos mortífagos; o al menos iban ataviados con túnicas negras y máscaras blancas. Cuando llegaron al húmedo sótano, Draco comprobó que estaba más concurrido de lo que esperaba. Le empujaron dentro de la segunda mazmorra de las cinco que se alineaban a lo largo del oscuro pasillo, donde fue recibido por tres figuras más, con los rostros parapetados tras sus máscaras. Su madre se encontraba retenida contra la pared por otro de ellos.
─ ¡Quítale las manos de encima! -gritó haciendo un intento de dirigirse hacia ella, pero los dos que le habían bajado hasta allí se lo impidieron. Es más, uno de ellos le dobló de un puñetazo en el estómago, dejándole sin aire y cayó al suelo de rodillas. Una mano firme le levantó, zarandeándolo hasta lograr mantenerle en pie.
─ Bien Draco, la pregunta será sencilla. -dijo la voz bajo la máscara- ¿Dónde está tu padre?
Draco conocía esa voz.
─ No lo sé. -dijo, orgulloso de que la suya saliera más firme de lo que esperaba.
─ Harías bien en hacer memoria, Draco. No nos iremos sin una respuesta.
Podía haber torturado a Narcisa, pero aparte de que la mujer ofrecería mucha más resistencia, no en vano era una Black, estaba seguro de que conseguiría la presencia de Lucius Malfoy mucho más rápido si era a su hijo quien ocupaba ese lugar.
─ No puedo tener memoria de lo que desconozco. -le respondió el muchacho, desafiándole con la mirada.
─ Digno hijo de su padre. -el hombre soltó una carcajada profunda, acorde con su voz, al tiempo que hacia un gesto con la mano.
¡Rodolphus!, ¡era Rodolphus Lestrange!, fue el sorprendido pensamiento de Draco mientras era despojado de la camisa de su pijama y conducido con firmeza hasta el centro de la mazmorra, donde le encadenaron a los grilletes que colgaban del techo. Dirigió la vista hacia el mortífago que apretaba su varita contra la garganta de su madre y sintió que su estómago se revolvía. Pero si su tío Rodolphus era capaz de tratarle de la forma en que lo estaba haciendo, no tenía que extrañarle que su madre fuera amenazada por su propia hermana Bellatrix. Su mirada se cruzó con la de Narcisa durante unos segundos. El rostro de ella estaba impasible, pero sus ojos expresaban todo el temor que sentía por él. Draco intentó tranquilizarla con su mirada, decirle que estaba dispuesto a afrontar con entereza lo que viniera, como Malfoy que era.
─ ¿Alguna vez tu padre te ha dado unos azotes, Draco? -murmuró una voz junto a su oído. ¿McNair?
Draco había subestimado hasta ese momento el poder de un látigo en manos de alguien que sabía cómo manejarlo. El cuero cortó la piel desnuda y el joven apenas reprimió un grito, aterrorizado por el conocimiento de aquel dolor impensado, lacerante y cruel. No le dio tiempo a prepararse para el segundo latigazo cuando ya había caído sobre él, con más fuerza que el primero. Cuando llegó el tercero supo que gritaría. El dolor era tan fuerte que si lo retenía dentro de sí, su corazón iba a estallar. El quinto latigazo se lo arrancó de la garganta. Los golpes secos y metódicos se clavaban profundos en su carne, abriéndola, obligándole a gritar una y otra vez. Y no quería, no quería hacerlo...
─ Me estaba preguntando cuanto tardarías en aparecer.
La voz de Rodolphus tenía un matiz de satisfacción, baja y profunda, cuando llegó a Draco enturbiada por las oleadas de su propio dolor. Pero supo que su padre estaba allí.
─ Suelta ese látigo, McNair.
La voz de Lucius Malfoy sonó imperiosa, más fría de lo que jamás se había oído. Sus ojos, dos témpanos de hielo clavados en la ensangrentada espalda de su hijo; su varita, apuntando amenazante a su cuñado. Éste hizo un gesto y McNair bajó el brazo.
─ Hagámoslo fácil, Lucius. Dinos donde está y terminemos con esto. Fingiremos que nada ha ocurrido y cerraremos el círculo otra vez.
Lucius seguía con la vista fija en su hijo y en el miserable que había osado tocarle. Las palabras de Rodolphus se deslizaron por sus oídos, prestándoles la atención justa. Su mente maquinaba la manera de liberar a Draco y matar al desgraciado de McNair, autor material del sufrimiento de su heredero.
─ Suelta a mi hijo, McNair. -el hombre del látigo en la mano pareció dudar.
─ ¡Quieto McNair! -ordenó Rodolphus. Después se volvió hacia Lucius- Tendrás a tu hijo cuando nosotros tengamos lo que hemos venido a buscar. -hizo una pequeña pausa, sin perder de vista la mano con la que Lucius sostenía su varita- Nadie esperaba que el maldito Potter acabara con nuestro Señor. -dijo con calma- Siempre dimos por sentado que no era rival para ÉL. Pero lo hizo. Así que ahora es necesario establecer un nuevo orden antes de que los nuestros se desperdiguen o sean masacrados por los aurores. Debemos restablecer el poder.
─ ¿Y crees que puedes hacerlo tú, Rodolphus? -preguntó Lucius con sarcasmo.
─ Lo único que sé, es que nadie ha dicho que tengas que ser tú quien lo haga, querido Lucius.
Draco no podía ver a su padre, porque le habían encadenado de espaldas a la puerta de entrada. Pero por el tono de su voz sabía que de un momento a otro volarían maleficios por toda la mazmorra. Y no iba a ser un juego de niños. No cuando eran los siete miembros de la cúpula del Señor Oscuro, tal como los siete pecados capitales, los que estaban allí congregados. Y seis contra uno no era un equilibrio demasiado recomendable. A pesar de que no sabía si podría sostenerse en pie, lo único que deseaba era poder soltarse y alcanzar la varita que dos días antes había escondido bajo el pantalón, de la que no se separaba ni para dormir, sujeta a su pantorrilla izquierda, y poder ayudar a su padre. Y que le dejara al maldito McNair a él. Le mostraría por dónde estaba dispuesto a meterle el látigo a ese hijo de su madre.
La fría mente de Lucius seguía trabajando. Si Rodolphus había pensado en algún momento que no se atrevería a hacer nada porque tenía a su hijo colgando en medio de la mazmorra, estaba muy equivocado. Miró a su esposa unos segundos, los suficientes para darse cuenta de que la punta de su varita asomaba ya por el puño de encaje de la manga de su elegante vestido. Unos segundos que fueron suficientes para que ella también entendiera que iban a jugarse el todo por el todo para logra sacar a su hijo de allí, y proteger al mismo tiempo su futuro. Dirigió un imperceptible gesto de asentimiento a su marido. Lucius apenas esbozó una sonrisa. Narcisa había sido su constante apoyo durante todos aquellos años. La esposa perfecta. Tal vez no siempre de acuerdo con sus decisiones, en especial en las que se referían a Draco. Había sido ella quien le había convencido de preservar a su hijo de su sometimiento al Señor Oscuro, evitando con hábiles excusas que fuera marcado cuando fue requerido poco antes de terminar la escuela. Ella había trazado el plan que llevaría a su retoño lejos de la influencia de Voldemort, impidiendo que éste pudiera reclamarlo. Poseía ambición y una mente clara y despierta que había encaminado a Lucius en más de una ocasión en la dirección correcta. Podía ser tan dura y fría como la situación lo requiriera. Y era más hábil con la varita de lo que jamás había dejado sospechar a nadie que no fuera su marido. Y ahora su prioridad, la de ambos, era preservar la vida de su hijo.
Los grilletes de Draco se abrieron de repente y Rodolphus vio como el muchacho caía sin ni siquiera tener tiempo a ampararse con las manos para no golpearse contra el duro suelo. Un pequeño contratiempo. Tal vez Lucius había podido liberar a su hijo, pero no podría con seis mortífagos contra él. Bueno, cinco, ya que Narcisa había logrado deshacerse de su hermana y también tenía una varita en la mano. Ni por un momento le preocupó ver a su propia mujer en el suelo. Tenía muy clara cual era su prioridad. El matrimonio Malfoy estaba en ese momento escudado tras la entrada de la mazmorra, lanzando maleficios a diestro y siniestro. Esquivó hábilmente el rayo que venía hacia él y buscó con la mirada al único Malfoy que quedaba de momento a su merced, dispuesto a utilizarlo como escudo contra sus padres.
Draco se arrastraba intentando alcanzar la pared para lograr ponerse en pie y llegar junto a Lucius y Narcisa, sosteniendo convulsivamente la varita que ya tenía en su mano. No oyó la voz de su madre gritándole que no se levantara, que permaneciera en el suelo donde estaba más seguro de momento. No pudo ver sus ojos asustados cuando él no lo hizo, jadeando por el esfuerzo de erguirse cuando el lacerante dolor de su espalda le decía que ni lo intentara, desesperado por reunirse con los suyos. Dio unos pasos, vacilante, agarrándose a las frías piedras sin darse cuenta de que Dolohov estaba a sus espaldas.
─ ¡Draco! ¡Hijo!
Esta vez si oyó la voz desesperada de su madre, pero tarde. Sintió las manos del hombre voltearle con violencia y clavar su espalda contra la pared, desgarrando sus heridas abiertas.
─ Pequeño bastardo...
Por unos momentos perdió el mundo de vista, sumido en un dolor intenso y penetrante.
─ No le sueltes, Dolohov - oyó que ordenaba la voz de su tío - Mantenle ahí.
Fue consciente de la varita en su mano, mientras luchaba por no desvanecerse. Podía hacerlo. Sabía cómo. Conocía las palabras. Si alguna vez se había preguntado si sería capaz, ese era el mejor momento para comprobarlo.
─ ¡Avada Kedavra!
Tal vez su voz no sonara demasiado fuerte, pero contenía la rabia y el odio necesarios. El mortífago cayó al suelo sin vida. Y él se deslizó dolorosamente pared abajo hasta caer sentado sobre la fría losa. Los momentos siguientes estaban confusos en su memoria. Vio aturdido la luz que se dirigía directamente hacia él. Las fuerzas le habían abandonado. Ya no era ni capaz de alzar el brazo e intentar un conjuro protector, de todas formas inútil pensó, porque sabía que clase de maleficio era el que estaba a punto de alcanzarle. Cerró los ojos, fatigado, esperando el final. Al segundo siguiente alguien le empujaba y unos brazos conocidos le sostenían.
─ Madre...
Narcisa le ayudaba a levantarse y lograban llegar hasta la entrada de la mazmorra, protegidos por Lucius. Ahora tan sólo Rodolphus y McNair estaban en pie.
─ ¡Llévatelo! -ordenó Lucius sin apartar los ojos de sus ahora dos únicos contrincantes.
Sin embargo, no le pasó desapercibido que el cuerpo de su cuñada Bellatrix empezaba a moverse. Lucius jamás había sentido tanta furia como en el momento en que vio a su hijo colgado de los grilletes y a McNair con el látigo en la mano, destrozando su espalda. Jamás había sentido tantas ganas de matar a alguien como en esos momentos de aniquilar a cuantos se encontraban en SU mazmorra. Y JAMAS iba a entregarles lo que habían venido a buscar. Estaba a buen recaudo desde el momento en que el Señor Oscuro se lo había entregado. En él y sólo en él había confiado. Y ahora que su Señor ya no estaba, lo consideraba el pago a tantos años de fiel servicio. Su futuro. La herencia más valiosa que iba a dejar a su hijo. Más que su fortuna o su posición. Poder. Sólo esperaba que su esposa lograra ponerle a salvo. Si él no sobrevivía, Narcisa tenía las instrucciones necesarias para seguir adelante y preparar el futuro de Draco.
Mientras tanto, Narcisa conducía a su hijo a la misma habitación donde hasta poco antes había permanecido escondido su padre y le ayudaba a acostarse en la cama, boca abajo. No pudo evitar que su corazón se encogiera al contemplar las sangrantes heridas de su espalda. Pero como buena Black retuvo las lagrimas de rabia que amenazaban con inundar sus ojos y se limitó a besar a Draco con todo el amor que una madre es capaz de dar a su hijo. Acarició su frente bañada en sudor y apartó los mechones planteados pegados a su rostro para poder contemplar sus facciones, ahora relajadas, sumidas en la inconsciencia.
─ Volveré cariño. -murmuró acariciando su mejilla- Ahora tu padre me necesita.
Antes de irse, Narcusa se había quitado una cadena que llevaba con un pequeño colgante y se la había puesto a Draco al cuello, junto a su último beso. Draco ya no volvió a verla con vida. Al igual que a su padre.
─ Ya sabes el final. -dijo Draco con la voz entrecortada- Tía Bella mató a mi madre. Y cuando los aurores del Ministerio irrumpieron en la mansión, McNair y mis tíos lograron escapar, pero atraparon a mi padre.
Snape guardó silencio, mientras veía las lágrimas deslizarse por el rostro de su ahijado. Todavía quedaba parte de la historia por conocer, pero no creyó que en esos momentos Draco estuviera en condiciones de continuar. Miró la mano maltrecha que descansaba en el regazo de su ahijado y el Profesor de Pociones sintió unas ganas inmensas de maldecir al desgraciado que le había causado tanto dolor. Intuía que sería difícil hablar de esa parte y decidió que era mejor dejarlo para otro momento, cuando Draco se viera con fuerzas para hacerlo.
Continuará...
