CAPITULO VI
Tregua

Era extraño estar los dos en la misma habitación sin cruzar insultos ni amenazas. Harry observó el semblante tranquilo y relajado de Draco, quien estaba sentado en el sillón frente a él, junto a la chimenea. Parecía completamente inmerso en la lectura del libro que tenía apoyado sobre su rodilla. Volvió la página con su mano sana y Harry no pudo evitar sentir algo de pena por él. Ahora ya nunca se quitaba el guante. El moreno sólo sabía lo que Snape le había contado: que Lucius Malfoy por lo visto se había quedado con algo que era deseado también por los demás mortífagos del círculo interno de Voldemort y que después de su final en Azkaban, pensaron que era su hijo quien podía conducirles al paradero de lo que tan ansiosamente buscaban. Y a la vista estaba que habían utilizado métodos muy persuasivos, aunque no habían logrado su objetivo. O bien la capacidad de resistencia de Draco a la tortura era más elevada de lo que pensaban, o bien el hijo de Lucius realmente ignoraba lo que se había traído entre manos su padre. ¡Harry tenía tantas preguntas que no se atrevía a hacerle! Entre otras cosas, porque estaba convencido de que Malfoy no las contestaría.

Después de aquella última visita de Snape, en la que los había inmovilizado a los dos en la cocina, ambos habían tratado de mantener un comportamiento razonablemente correcto. La posibilidad de un fulminante Avada Kedavra había calmado bastante a Draco y era patente el esfuerzo que estaba haciendo por mantener una convivencia pacífica con el ex Gryffindor, a la espera de que su padrino pudiera ubicarle en algún otro lugar. Por su parte, Harry había tratado de mantener su cada día más difícil relación con Neal fuera del conocimiento de Malfoy, intentando no descargar su mal humor en él cuando llegaba a casa después de una pelea con el bateador. Que la estancia de Philippe en Inglaterra se estuviera prolongando tantas semanas era cada vez más difícil de comprender para Neal y de explicar para Harry. Y ni que decir del hecho que el francés tuviera que alojarse precisamente en casa del buscador de los Cannons. Harry había ingeniado ya tantas excusas, que se le estaba acabando el repertorio. Nunca había sido muy bueno inventando embustes y por lo que podía recordar, algunos habían sido tan estúpidos, que caían por su propio peso. Mentir no era una de las habilidades de Harry. Ron le echaba un capote de vez en cuando, aunque para ser sinceros, no servía de mucho. Al fin y al cabo era su mejor amigo y Neal daba por sentado que le encubriría cualquier desliz. En realidad, a Ron la situación le divertía bastante. Quizá fuera debido a la vida que le había tocado vivir, pero Harry nunca había sido propenso a los devaneos. Entre otras cosas, porque la experiencia le había enseñado a desconfiar de cualquiera que no perteneciera a su círculo íntimo de amigos. Y porque siempre habían intentado restringir de tal modo sus movimientos en aras de su seguridad, que acercarse a Harry siempre había sido difícil. Ahora, al verle en este inesperado triangulo y sus apuros para manejarlo, Ron no podía evitar esbozar una sonrisa al pensar que el joven algo tímido y reservado en este tipo de cuestiones que era su amigo, estaba echando su primera cana al aire por fin. ¡Bien por Harry! Aunque a él no le fueran los hombres, podía reconocer que el tal Philippe estaba de toma pan y moja y podía entender perfectamente el interés de Harfrfy. Por supuesto, Merlín le librara de confesar estos pensamientos a su mujer. Hermione sólo se limitaba a mirar a Harry con aire reprobatorio, haciendo sentir al moreno extremadamente incómodo y a la vez enojado por entender que se estaban dando por sentadas demasiadas cosas.

A pesar de que no veía el momento en que Malfoy se largara, como muestra de buena voluntad había reanudado sus sesiones de entrenamiento en el sótano. Seguramente fue la razón que hizo que cierto día Ron llegara preguntándole, como quien no quiere la cosa y bajo un soterrado nerviosismo, qué diablos estaba haciendo últimamente ya que se "percibía" en su casa un nivel de magia algo superior al acostumbrado. Demasiados mortífagos sueltos, había sido la ambigua respuesta de Harry, nunca está de más mantenerse en forma. Tampoco había ayudado mucho a mejorar su ánimo los infructuosos intentos de Fudge por convencerle de que debía tomar cartas en el asunto "Malfoy", por lo cual el Ministerio, y él en particular, le estarían profundamente agradecidos. Harry tuvo que poner su mayor esfuerzo para encontrar nuevamente excusas los suficientemente creíbles y no ofender al Ministro con su negativa. Finalmente dejó que fuera Dumbledore, quien haciendo gala de su habitual diplomacia, suavizara posturas. Sin embargo, el ex Gryffindor tenía la vaga sensación de que su negativa no tardaría en pasarle factura.

Harry levantó la vista para observar a su silencioso compañero.

- ¿Te apetece un chocolate caliente? -preguntó quebrando el calmado silencio del salón.

Draco alzó su mirada gris.

- Porque no. -aceptó.

Harry se levantó para dirigirse a la cocina, esperando encontrar la manera de decirle lo que hacía días tenía en mente. Ya lo había hablado con Matt y el medimago había estado de acuerdo. Unos minutos más tarde volvía al salón con dos tazas humeantes.

- Cuidado, -advirtió- quema.

- Gracias. -dijo Draco después de que él depositara con cuidado la taza en su mano.

Harry se sentó con la suya de nuevo en su sillón y tras meditarlo unos momentos, decidió que ya estaba bien de darle vueltas y lo soltó.

- Creo que alguien debería examinar tu mano.

Draco alzó los ojos y le miró fijamente, con el ceño levemente fruncido.

- ¿Tienes algún problema con ella? -preguntó en un tono algo cortante.

- No soy yo quien tiene el problema, sino tú. -Harry intentó suavizar su propio tono para no encrespar al rubio- Estoy harto de ver como intentas esconderla cada vez que crees que te estoy mirando. Y no puedes pasarte la vida con ese guante.

Vio como la expresión de Draco se tensaba, poniéndose a la defensiva. Pero lo que menos deseaba en ese momento era provocar una pelea, así que rápidamente prosiguió.

- Voy a darte varias razones por las que deberías hacerlo. -y argumentó- La primera porque el que te haya hecho eso te reconocerá fácilmente, por mucho que cambies tu apariencia. Segunda, que eres diestro y la necesitas para defenderte correctamente con tu varita, aunque hayas mejorado bastante con la izquierda. Tercera, porque sé que te duele.

Harry sería una calamidad en Pociones, pero reconocer la poción para el dolor que Snape le dejaba cada vez que les hacía una visita, no era tan difícil. Observó que Draco lentamente suavizaba la expresión adusta de su cara.

- ¿Y qué sugieres? -preguntó en un tono despreocupado, como si el asunto no le concerniera.

- Conozco un médico que gustosa y discretamente le daría un vistazo.

Draco se quedó contemplando su mano enguantada y no habló.

- Matt podría decirte si tiene solución -insistió Harry con precaución- Pero es tu mano Malfoy. Tú decides.

Y volvió a enfrascarse en el informe que Berton les había dado sobre los jugadores del London United, equipo contra el que jugarían dentro de dos semanas. Deslizaba la vista sobre el escrito sin leer, pendiente de la reacción del joven sentado frente a él, intentando aparentar indiferencia.

- ¿Te fías de él? -la voz de Draco sonó más flexible, predispuesta.

Harry levantó la cabeza de su informe y le miró con expresión ofendida.

- ¿Crees que te lo hubiera sugerido si no lo hiciera?

- Simplemente me desconcierta tu preocupación. -reconoció Draco.

- Lo único que me preocupa Malfoy, es que si te descubren, haya alguien más que me ayude a defendernos. -Harry esbozó una media sonrisa- Llámalo instinto de supervivencia, si quieres. Y créeme, esa mano es como un anuncio luminoso que te señala.

La expresión de Draco había vuelto a endurecerse. Así que eso era todo. Lo único que deseaba Potter era protegerse de lo que fuera que su presencia en su vida pudiera provocar. Bien, podía aceptarlo; tampoco era tan descabellado. Seguramente él en su lugar hubiera hecho lo mismo, aunque se preguntó por qué sentía una cierta decepción ante ese conocimiento.

- Está bien Potter. - dijo al fin- Supongo que no pierdo nada por probar.

- Mañana por la tarde entonces. -sentenció Harry.

Y ambos fingieron volver a sumergirse en sus respectivas lecturas.

A la tarde siguiente, cuando se dirigían a casa del médimago amigo de Potter, Draco a duras penas podía mantener bajo control su nerviosismo. Sabía que el ex Gryffindor no le traicionaría. No era esa la cuestión. Más bien era que la propuesta de Potter había abierto cierta esperanza en él y no sabía si estaba preparado para que el medimago le examinara para después acabar diciéndole que no había nada que hacer.

- Hola Harry. -saludó Matt con una amplia sonrisa- ¿Es este tu amigo?

- Hola Matt. Sí, él es Philippe.

- Adelante muchachos. -dijo el medimago amablemente.

Draco observó con atención al hombre que tenía ante él. Su rostro amigable y campechano, algo alejado de la imagen que él conocía del estirado médimago que había atendido siempre a su familia, más frío y distante, regodeado en su propio conocimiento. Sus pequeños ojos negros tenían una chispa de diversión, como la de esas personas que siempre encuentran un motivo para no deprimirse. El pelo blanco-amarillento de su bigote le hizo sospechar que era fumador de pipa. Debía rondar los sesenta, pero se veía ágil y fuerte para esa edad. Él y Potter le siguieron a lo largo de un corredor hasta llegar a lo que debía ser su consulta privada.

- Siéntate muchacho. -indicó una vez dentro, señalándole la camilla, mientras él lo hacía en un taburete frente a Draco- Vamos a ver esa mano.

Draco se quitó el guante y la extendió con algo de renuencia. El hombre la tomó entre las suyas, examinándola con detenimiento.

- ¿Cómo te hiciste esto? - preguntó intrigado.

Antes de que Draco pudiera responder, lo hizo Harry.

- Sin preguntas, Matt. Recuérdalo.

- No preguntó el porqué, sino el cómo.

La mirada del hombre parecía sincera, y a pesar de que sin duda contaba con la absoluta confianza de Potter, Draco se removió algo incómodo antes de responder.

- Alguien me los rompió, uno a uno. -respondió con frialdad, como si estuviera hablando de otra persona.

Harry sintió que su estómago se encogía ante esas palabras. Y se preguntó una vez más por lo sucedido, por todo lo que habría tenido que pasar Malfoy hasta llegar a esconderse en el sótano del estadio donde él le encontró.

Matt no hizo ningún comentario y prosiguió con su examen.

- ¿Cuánto hace? -volvió a preguntar al cabo de unos minutos.

- Un año, aproximadamente.

El hombre frunció el ceño.

- ¿Puedes mover alguno, aunque sea un poco?

Draco negó con la cabeza. El medimago cogió el dedo índice e intentó moverlo ligeramente, pero el gesto de dolor del joven le detuvo.

- Sería más fácil si no hiciera tanto tiempo. -murmuró para sí mismo. Luego alzó los ojos y miró a Draco. Parecía un joven fuerte- Pero yo estoy dispuesto a intentarlo si tú lo estás.

- ¿Hay solución entonces? -preguntó Harry a sus espaldas, desde donde no había perdido detalle.

- Será un proceso largo y doloroso, -informó sin apartar los ojos de Draco- y al final no puedo garantizarte los resultados. No puedo asegurarte que puedas recuperar totalmente la movilidad de tus dedos, muchacho. Pero al menos podemos lograr que vuelvan a su sitio, y eliminar en lo posible el dolor que ahora sientes.

Draco miró su mano retorcida y pensó que aunque sólo fuera por verla otra vez con un aspecto normal y sin aquel permanente dolor punzando en ella, valdría la pena.

- ¿En qué consiste el tratamiento? -preguntó.

- Bien, habrá que tratar los dedos uno a uno -explicó Matt- Primero tendremos que reblandecer el hueso para poder moldearlo nuevamente a su forma original. Me temo que es la parte más dolorosa. Una vez lo logremos, averiguaremos si es posible la rehabilitación y un futuro movimiento.

- ¿Cuándo podemos empezar? -interrogó, intentando no parecer ansioso.

Matt sonrió, adivinando su impaciencia.

- Tengo que preparar primero la pomada para reblandecer el hueso -dijo- Tardaré un par de días. Volved el viernes y te mostraré cómo aplicarla.

Diez minutos después se despedían del afable medimago.

- ¿Qué te ha parecido? -preguntó Harry una vez en el salón de su hogar.

Los ojos de Draco reflejaban una esperanza que Harry jamás creyó poder ver en ellos.

- Cualquiera que me prometa intentar arreglar esto, -dijo alzando su mano ya nuevamente enguantada- merece mi respeto.

Tres días después se encontraban nuevamente en casa de Matt.

- He preferido utilizar este ungüento, -explicó- porque el reblandecimiento tiene que ser lento. Hay otros métodos más rápidos, pero tus huesos están demasiado dañados y nos arriesgaríamos a deshacerlos si vamos con demasiadas prisas. -acercó una mesita auxiliar que había preparado a tal efecto, cubierta con una toalla y tomando con cuidado la mano de Draco la depositó encima- Empezaremos por el meñique -dijo- Necesitará menos tiempo y nos permitirá entrever si vamos por el camino correcto.

Se colocó un guante quirúrgico y destapó el pote que contenía una sustancia viscosa de color amarillento, cuyo olor no era demasiado agradable y cogió con dos dedos una pequeña cantidad que extendió sobre el meñique de Draco.

- Hay que extenderla de esta forma, masajeando de arriba abajo, hasta que penetre completamente. Una vez al día. -siguió aplicando con cuidado la pomada- ¿Tienes a alguien que pueda ayudarte en esto? -preguntó- Sino, no tengo inconveniente en que vengas cada tarde y yo mismo lo haré.

- Yo puedo hacerlo. -intervino Harry, considerando que cuánto menos se paseara el ex Slytherin, menos oportunidades de tropezar con algún problema.

- Perfecto. -dijo Matt, sin darle tiempo a Draco a objetar nada- No te olvides de colocarte el guante, si no quieres reblandecer tus huesos también.

Harry observó con atención los movimientos del medimago sobre el dedo de Draco. Y a Draco, que palidecía por momentos.

- Duele, ¿verdad? -dijo Matt con una sonrisa de comprensión

- No al principio. -gruñó Draco entre dientes- Pero ahora...

- Porque la sustancia está llegando al hueso. -explicó Matt- Te he preparado también unos viales para el dolor. Pero no le dejes tomar más de uno al día. -aconsejó dirigiéndose a Harry- Dos como mucho si no puede soportarlo. Si se acostumbra, dejarán de hacerle efecto. Y todavía quedan cuatro dedos. -acabó en tono de advertencia.

Cuando se aparecieron nuevamente en casa de Harry, Draco trataba de disimular el agudo dolor que sentía de la mejor manera posible.

- Supongo que no te gustará que pregunte quién se está haciendo cargo de todo esto. -apenas musitó.

- No, sino quieres que acabemos como la última vez. -le advirtió Harry.

Al moreno le pareció estar teniendo alucinaciones cuando un casi inaudible "gracias" salió de los labios del ex Slytherin, que desapareció inmediatamente en dirección a su habitación, dejando a Harry plantado en el vestíbulo sin poder creérselo.

Y empezó el vía crucis para Draco. Cada tarde, cuando Harry volvía de su entrenamiento se sentaban a la mesa de la cocina donde Draco ya había preparado la toalla, guante y el ungüento. Extendía su mano y dejaba que Harry torturara su dedo. Durante el rato que duraba aquel tormento, ninguno de los dos hablaba. Draco porque no podía. Bastante tenía con apretar los dientes e intentar soportar un dolor, que cuanto más reblandecido estaba el hueso, más penetrante era. Y Harry porque intuía que en esos momentos ningún comentario sería bien recibido. Y prefería respetar el silencio del rubio. A mediados de la segunda semana Draco empezó a aceptar los calmantes que había rechazado durante toda la semana anterior, aduciendo que todavía podía soportarlo. A finales de la tercera semana volvieron a la consulta de Matt y éste tras examinar el dedo, se mostró complacido.

- Bien, he preparado una funda. -explicó mostrándole una especie de tuvo rígido con la forma de un dedo -para proteger el dedo. Voy a colocar las falanges en la posición correcta y luego te la fijaré. No la quitaremos hasta dentro de tres semanas - dijo- Al interrumpir el tratamiento, el hueso irá recuperando su dureza normal. A parte, tendrás que tomarte esta poción que te he preparado. Una vez al día. - indicó - Después será el momento de averiguar si conseguimos moverlo.

Draco asintió en silencio.

- Bebe, -pidió Matt tendiéndole un vaso con un líquido transparente- y túmbate en la camilla.

A los pocos segundos Draco caía dormido. Harry tuvo que ahogar un grito ante la inminencia de lo que iba a pasar. Un mago no podía seguir manteniendo un hechizo de apariencia o cualquier otro tipo de hechizo si no estaba consciente. Ninguno de los dos había previsto que eso pudiera suceder.

- No quiero que continúes con el siguiente dedo hasta que veamos como resulta éste- decía el medimago a Harry mientras colocaba la mano inerte de Draco encima de la mesita auxiliar y empezaba a realizar movimientos con su varita- Sería una tontería hacerle sufrir para después no lograr nada.

De pronto Matt se quedó mirando a su paciente que ya no era moreno, sino rubio, con un rostro liso y bien afeitado. Después miró a Harry con ojos interrogantes.

- Prometiste no hacer preguntas. -dijo éste esbozando una débil sonrisa y con muy poco convencimiento en sus propias palabras.

El rostro serio de Matt, como jamás lo había visto, le advirtió a Harry que probablemente acababa de poner en peligro la confianza y la amistad que el hombre le había otorgado durante todos aquellos años. Especialmente después de ayudarle a superar su adicción a la poción para dormir sin sueños.

- Nunca pensé que fueras a traerme a un mortífago peligroso que el Ministerio está buscando hasta debajo de las piedras. -el tono del medimago era ahora inusualmente frío y cortante.

- No es un mortífago, Matt. Te lo aseguro.

Matt volvió a mirar el rostro dormido de Draco y frunció el ceño.

- ¿No es Draco Malfoy, el hijo de Lucius Malfoy, el que mandaron a Azkaban?

Harry titubeó. La foto de Draco estaba por todas partes. Para qué negarlo.

- Sí, lo es.

- Entonces espero que tengas una buena explicación, Harry. Porque vas a meterme en muchos problemas si el Ministerio averigua que he estado ayudando a uno de los fugitivos más buscados. -la mirada de Matt era claramente acusadora. Sin lugar a dudas se sentía engañado.

Con un agudo sentimiento de culpabilidad a Harry no le quedó más remedio que hacer un breve resumen de lo sucedido, omitiendo algunos detalles, hasta lograr que el medimago pareciera convencido. Sobre todo de que la intención de Harry no había sido en ningún momento la de causarle problemas.

- ¿Le ayudaras? -preguntó después el moreno, inquieto ante una posible negativa.

El medimago meneó la cabeza, aun con ciertas dudas.

- ¿Te das cuenta de lo que nos jugamos haciéndolo? Los dos. -remarcó.

Harry asintió.

- Reconozco que durante siete años de mi vida, hubiera dado cualquier cosa para que Draco Malfoy desapareciera de la faz de la tierra, puedes creerme. -dijo.

- ¿Y ahora? -preguntó secamente el medimago.

- Ahora estoy dispuesto a darle una oportunidad. -titubeó- ¿Seguirás ayudándole, Matt?

El medimago observó con atención el rostro del jugador. Todavía le resultaba difícil comprender cómo Harry Potter podía estar protegiendo al joven tendido en su camilla. Al verdadero e inocente Draco Malfoy, si tenía que creer en sus palabras Y más teniendo en cuenta la difícil relación que le había unido a esa familia, por decirlo de forma suave. Verdaderamente Harry era una caja de sorpresas. Incapaz de afrontar en público una relación que mantenía desde hacia dos años, pero capaz de esconder y defender a la persona que había sido su enemigo durante siete. Intentó adivinar qué más se escondía tras esos ojos verdes que le miraban ansiosos por escuchar su respuesta. Asintió al fin con un ligero movimiento de cabeza y volvió a concentrarse en los movimientos que tenía que realizar con su varita. Estuvo manipulando el meñique de Draco durante poco más de una hora, hasta que por lo visto quedó satisfecho del resultado. Colocó la funda con cuidado y la selló mágicamente para que no pudiera moverse ni caer del dedo.

- ¿Cómo lo ha llevado? -preguntó, en un tono ya mucho más próximo al habitual.

- Esta última semana creo que bastante mal. -respondió Harry, aliviado porque Matt parecía no guardarle rencor- Empezó a aceptar los calmantes. Pero no se queja.

El medimago meneó la cabeza con pesar.

- El que le hizo esto, sabía lo que hacía. -dijo- El dolor de un hueso roto es difícil de soportar. Tú lo sabes mejor que nadie. -esbozó una leve sonrisa- Y él tiene los dedos rotos por tres o cuatro sitios cada uno. ¿Qué pretendían?

- No lo sé. -contestó Harry sinceramente - Pero espero que tú puedas arreglarlo, Matt. Realmente lo necesita.

- Volved dentro de tres semanas. -dijo el medimago- Entonces veremos.

- ¿No le despiertas?

- No, si te ves capaz de llevártelo así. -respondió- Déjale descansar. Cuando despierte dale esto. -le entregó un pequeño frasco- Le dolerá. Y Harry... -el rostro de Matt volvía a tener una expresión grave- ten cuidado. Creo que te has buscado compañías demasiado peligrosas, muchacho.

Harry sonrió e hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza, para desaparecer con Draco segundos después.

Matt se quedó durante unos minutos meditando en su consulta sobre todo lo sucedido. Se consideraba un buen observador y no se le habían escapado algunos detalles. Sabía que Harry apreciaba su amistad. Sin embargo, la había arriesgado trayendo a Malfoy a su consulta, ocultándole su identidad. Tampoco le había pasado desapercibida su expresión preocupada y la ansiedad que sin éxito trató de disimular en su voz, cuando intuyó que tal vez él se negara a seguir ayudando al joven. La forma en que había tomado a Malfoy en brazos después, con extremo cuidado. La delicadeza con que había apoyado la rubia cabeza en su hombro, tratando de que no colgara inerte por encima de su brazo; la mirada que había visto durante unos segundos en sus ojos, hasta que Harry se dio cuenta de que le observaba. El medimago movió con resignación a cabeza. Y sintió pena por Neal.

Cuando Draco abrió los ojos estaba en su cama, encima del cobertor pero arropado con una manta. Inmediatamente un dolor agudo e intenso despertó en su cerebro. Dirigió la vista hacia su mano y vio la funda colocada en el dedo. No lo recordaba. El maldito medimago no le había dicho que iba a dejarle inconsciente. De pronto cayó en la cuenta. ¡El hechizo! Intentaba incorporarse cuando se abrió la puerta de la habitación y apareció Potter con un vaso en la mano. Había puesto un hechizo para que le avisara cuando el rubio despertara.

- Matt me dio esto. Para el dolor.

Harry pensó que realmente le debía doler bastante, porque Malfoy tomó el vaso sin hacer preguntas y bebió el contenido casi de un solo trago.

- ¿Qué sucedió con el hechizo? -preguntó a sabiendas de la respuesta.

- Se esfumó. -respondió Harry- Pero tranquilízate. Matt no te va a delatar.

- ¿Cómo puedes estar seguro?

- Relájate, Malfoy. No lo hará. Yo respondo por él.

- Quizá un Obliate no sería una mala idea de todas formas... -insinuó.

- ¿Y la próxima vez que tenga que dormirte para arreglar otro dedo?

Draco se quedó pensativo, sin saber qué responder.

- ¿Tienes hambre? -Draco negó con la cabeza- Pues descansa. Supongo que esto no tardará en hacer efecto.

Draco le vio desaparecer por la puerta y no pudo evitar preguntarse cómo habían llegado a aquella situación tan... pacífica. Por qué Potter le cuidaba y por qué él le dejaba hacerlo. Bien, tal vez la respuesta era más sencilla de lo que parecía: Potter le quería cuanto antes sano y fuera de su vida y él deseaba restablecerse y salir cuanto antes de la vida de Potter. Antes de que pudiera seguir con el hilo de sus pensamientos, se quedó nuevamente dormido.

A la mañana siguiente se levantó sintiendo apenas una leve molestia en el dedo. Se ducho y vistió y se dirigió a la planta baja. Era sábado y no recordaba si Potter tenía partido esa tarde. Parecía ser que no, ya que le encontró en la cocina preparando el desayuno. Estaba de espaldas y no le oyó entrar, cosa que Draco aprovechó para observarle. Desde aquella noche en que había sorprendido al ex Gryffindor con su pareja, no había podido evitar que de vez en cuando pensamientos nada inocentes pasearan por su mente, reproduciendo la imagen de Potter irguiéndose sobre su amante. El pelo del moreno estaba mojado, y en este estado parecía que su propietario había podido domarlo un poco más de lo que era habitual. El borde del cuello de la camiseta se veía húmedo por la parte de atrás, donde habían ido cayendo las gotas de agua que se habían deslizado de sus mechones. ¿Por qué siempre tenía que llevar camisetas tan anchas? En ese momento Potter se volvió y le vio parado en la puerta. Sonrió. No era una de esas sonrisas burlonas o maliciosas que le había dedicado durante sus años de escuela. Que ambos se habían dedicado. Sino una amplia y sincera, como si realmente se alegrara de verle. Y cuando sonreía, sus ojos lo hacían también, y el verde de sus irises brillaba cálido y reconfortante.

- Buenos días, Malfoy. -saludó- ¿Cómo te sientes? -Puso un plato con tostadas y bizcochos en la mesa- ¿Café?

Draco asintió y Harry abrió uno de los armarios superiores donde guardaba tazas y vasos. Y al levantar el brazo para alcanzarla, la camiseta subió y dejó al descubierto un trasero perfectamente marcado, redondo y respingón, dentro de sus impresentables vaqueros desgastados. Draco sacudió la cabeza, intentando alejar de él aquella inesperada calentura mañanera. Ajeno a su mirada, Harry llenó la taza y la dejó encima de la mesa. Draco se acercó a otro armario en busca del azúcar, intentando ocupar su mente en otra clase de pensamientos a los que en ese momento la asaltaban. Distraídamente destapó el azucarero y hundió la cuchara en él en un movimiento rutinario, sin ser plenamente consciente de lo que hacía. De reojo vio a Potter sonreír otra vez, cuando iba por la cuarta cucharada.

- ¿Cómo puedes beberte eso? -preguntó divertido el moreno.

Harry lo tomaba solo.

- ¿Cómo puedes tú beberte el tuyo? -replicó Draco enarcando elegantemente una ceja.

- Cualquiera diría que pudieras ser tan dulce, Malfoy.

Potter seguía sonriendo, y Draco se sintió algo incómodo. Llevarse tan razonablemente bien con Potter últimamente le estaba haciendo perder el norte.

- ¿Y tu dedo? -preguntó Harry tomando su mano entre las suyas, aprovechando que no llevaba el guante y cogiendo a Draco completamente desprevenido.

Aquel contacto erizó hasta el último pelo del cuerpo del rubio. Intentó apartar la mano, pero Harry no le dejó y siguió examinando con gran interés la funda que guardaba su dedo meñique.

- No seas niño, Malfoy. Ya sabes que no me incomoda. -dijo el ex Gryffindor al notar su reticencia.

Y mantuvo la pálida mano entre las suyas, consiguiendo que Draco se sintiera cada vez más nervioso. El suave roce de los dedos de Potter le estaba volviendo loco. Y su proximidad le alteraba más de lo que hubiera deseado. Olía a melocotón. Si el maldito Gryffindor volvía a sonreír de la forma en que lo había hecho antes, no respondía... Harry alzó los ojos para encontrarse con la mirada de Draco fija en él. Una mirada que intentaba ocultar un deseo repentino y palpitante, sin mucho éxito. Y Harry sonrió. Draco llegó al límite de su siempre perfecto autocontrol y fuera de toda razón tomó bruscamente el brazo del Gryffindor para atraerle hacia él de un tirón. Sin darle tiempo a reaccionar, buscó la boca que apenas se abría con sorpresa para devorar aquellos labios, tibios y húmedos, con sabor a café, que permanecieron inmóviles bajo los suyos durante unos instantes. Antes de que pudiera detenerse a pensar en lo que estaba haciendo y su natural raciocinio hiciera sonar todas las alarmas en su cerebro, la boca que asaltaba se abría y buscaba también la suya. Y por si todavía le quedaba alguna duda, la mano que se posó en su nuca le empujó a profundizar el beso. Draco se sintió enfebrecer. Su mano izquierda buscó aquel trasero perfecto para acariciarlo con deseo, pegando al Gryffindor todavía más a él. Sintió uno de los brazos de Potter rodearle, mientras él seguía recorriendo su cuerpo, hasta deslizar su mano bajo su camiseta para encontrar la piel suave y caliente erizándose bajo sus rápidas y bruscas caricias. Enardecido le empujó contra la mesa de la cocina y le tumbó preso de un deseo que ardía desenfrenado, frotando su cuerpo contra el suyo en una danza sinuosa y frenética, mientras buscaba nuevamente su boca y se hundía en ella con pasión. Las caderas de Potter se irguieron con igual fuerza contra las suyas y pudo notar bajo sus pantalones la contundente respuesta. Draco gimió ante aquel reconocimiento, mientras sentía su propia erección punzar dolorosamente, buscando liberarse. Las piernas del moreno rodearon su cintura, empujándole con más fuerza contra él. Oyó su respiración errática y sintió su mano viajar inquieta por debajo de su jersey, acariciando su espalda al principio, para después acabar clavándole las uñas dolorosamente en la piel a medida que su excitación crecía. Draco contempló su rostro enrojecido, los labios entreabiertos dejando escapar el aire en pequeñas sacudidas, mientras su cuerpo se agitaba al ritmo que él le marcaba. Potter jamás le había parecido tan atractivo como en ese instante, jadeando sin control bajo su cuerpo. Hundió el rostro en el cuello del Gryffindor, embriagándose del aroma que despedía su piel, sin poder evitar morderle con delirio, arrancando un quejido de protesta.

- ¡Malfoy!

Dentro de su agitada obnubilación, Draco todavía fue capaz de pensar que sería una bonita marca para que Potter intentara explicársela a Neal.

- Más... deprisa - jadeó el moreno, junto a su oído.

Draco aumentó la cadencia de aquel restriegue enloquecido, hasta que el cuerpo de Potter se estremeció y un grito ronco salió de su garganta. Él ahogó el suyo con el rostro aún hundido en el hombro del moreno.

Ambos se quedaron inmóviles durante unos momentos. Draco podía oír la respiración todavía agitada de Potter junto a la suya y sentir su mano enredarse en su pelo, mientras con la otra seguía sujetando su mano lisiada, que no había soltado en ningún momento. De pronto algo en lo más profundo de su ser se sacudió cuando sintió los labios de Harry posarse sobre todos y cada uno de sus maltrechos dedos y besarlos con una ternura desconocida para él.

- No hagas eso. -dijo casi con rabia, apartándola.

- ¿Por qué? -preguntó apaciblemente Harry, sin dejar de acariciar su pelo.

- Porque no es... agradable.

- ¿Para quién? -preguntó nuevamente Potter.

Draco levantó la cabeza y le miró. Los ojos de Harry reflejaban aceptación y su voz una seguridad que él estaba muy lejos de sentir.

- No quiero que lo hagas, eso es todo. -dijo con más brusquedad de la que pretendía, mientras liberaba el cuerpo que todavía tenía atrapado bajo el suyo.

Harry se incorporó y se quedó sentado en la mesa, observándole con atención. En su mirada podía leerse ahora cierta decepción. Draco se maldijo a sí mismo y al habitante de su entrepierna, que parecía tener vida propia.

- Sólo ha sido un calentón, Potter. Nada más. -trato de excusarse pobremente- No necesito tu compasión.

Tenía que escapar de aquella mirada que le estaba perforando el alma, si quería continuar en posesión de su cordura.

- Lo que sí necesito es cambiarme.

Y con este pretexto desapareció rápidamente de la cocina, dejando a Harry todavía sentado sobre la mesa, mirándole con una mezcla de reproche y confusión.

El moreno se levantó tras unos minutos y se acercó al fregadero para tirar el café ya frío de su taza. ¿Qué le estaba pasando? ¡Era Malfoy por el amor de Dios! Sin embargo, sería mentirse a sí mismo decir que no lo había disfrutado. No sabría explicarse exactamente lo que Malfoy había despertado en él cuando sintió sus labios ansiosos sobre los suyos. Pudo haberle rechazado, pero no lo hizo. ¿Por qué? Tal vez porque esa sola mano había sido capaz de despertar su piel hasta un punto inconcebible, haciendo reaccionar todos sus sentidos como hacía tiempo no eran capaces de hacerlo. Porque cuando entró en su boca supo que jamás nadie la había reclamado con la intensidad que él lo hizo. Porque era ese cuerpo el que quería sentir sobre el suyo, encajando perfecto en cada movimiento, en cada respiración, en cada gemido. Sacudió la cabeza para apartar aquellos incómodos sentimientos. Reconoció pesaroso que su inestable relación con Neal le estaba obligando a una abstinencia forzada. Apenas se habían visto en aquellas últimas semanas. Entre otras cosas, porque había estado muy ocupado, precisamente ayudando a Malfoy con su tratamiento. Como muy bien había dicho el maldito rubio, probablemente sólo había sido un calentón producto de la necesidad de ambos. Y no iba a tirar su vida por la borda sólo por una corrida. Por muy placentera que hubiera sido.

- Esta situación esta acabando con mi sensatez -musitó.

Y también salió de la cocina para volver a ducharse.

Continuará...