CAPITULO VII
Recuerdos Dolorosos

Durante los siguientes días no hablaron del episodio de la cocina, pero su relación se volvió algo más fría. Parecía que cada uno había asumido su papel dentro de la casa y procuraba mantenerse en él. Draco se tragaba su orgullo cuando Harry le entregaba cada semana una cantidad más que generosa para los gastos de la casa y los suyos propios. En aquellos tres meses el rubio había aprendido más de cocina, limpieza y tareas domésticas en general, de lo que había ni siquiera intuido en sus casi veintiún años de vida. Lo único que sin duda le apasionaba era la cocina. Para lo demás intentaba utilizar cuantos hechizos domésticos el ex Gryffindor le había enseñado. Tampoco necesitaba que Potter le acompañara al centro comercial. Realizaba la compra él solo. Ahora se lo conocía al dedillo y no hubiera confesado ni bajo tortura que lo disfrutaba. No se había atrevido con el automóvil, porque su amor propio le impedía pedirle a Potter que le enseñara a conducir. Y también porque consideraba que con una sola mano hubiera sido algo difícil. Sin embargo, había descubierto algo llamado taxi que era muy útil y cómodo para esas ocasiones. El único inconveniente eran los taxistas. Estuvo tentado en más de una ocasión a enviarle un hechizo silenciador al taxista de turno, que le agobiaban con su incesante y estúpida conversación muggle. Por esa razón, cuando tropezó con Bill, un hombre de mediana edad que no decía esta boca es mía más que cuando llegaba la hora de anunciar el importe del taxímetro, decidió llegar a un acuerdo con él para que cada semana pasara a recogerle y le llevara después de vuelta a casa con la compra. A partir de ese día los viajes al centro comercial fueron un remanso de paz.

Desde aquel caliente incidente entre los dos, Harry solía parar poco en la casa. De martes a viernes, desaparecía a primera hora de la mañana para no volver muchos días hasta bien entrada la madrugada, Draco suponía que de casa de Neal. Intuía, no sin un sorprendente amargor, que las cosas debían volver a marchar bastante bien entre esos dos. Sábados o domingos Harry tenía partido. Y aunque le había insinuado que asistiera alguno, Draco se había negado, aduciendo irónicamente que no tenía ganas de volver a ser causa de discusión entre el bateador y él. Harry no había insistido. Los lunes era el día de descanso del equipo. Solía quedarse en casa y no salía, dedicándose por completo a su hobby. Draco acostumbraba a observarle en silencio, admirando la habilidad manual del moreno para restaurar aquellas viejas pelotas, dejándolas casi como nuevas. Lo cierto era que el ex Gryffindor tenía un don natural para reparar o arreglar cosas sin magia, utilizando sólo sus manos.

Cuando pasadas las tres semanas que el medimago había dado de plazo para sacar la funda de su dedo y empezar con la rehabilitación, Draco no había permitido que Harry le acompañara. Aquella parte del tratamiento sólo requería de su esfuerzo personal y fuerza de voluntad. Y pareciendo entenderlo también así, Harry no insistió. Draco se aparecía cada tarde en la consulta del medimago para la dolorosa recuperación de la movilidad del dedo. Un par de semanas después había logrado moverlo de forma bastante aceptable de arriba abajo y con solo una semana más empezar a doblarlo. Solo prácticamente durante todo el día, no tenía mucho más que hacer que realizar los ejercicios que Matt le había enseñado, mientras su mente vagaba dispersa entre un mar de pensamientos cada vez más confusos.

- Bueno Draco, -había dicho el medimago con una amplia sonrisa en su rostro, la última tarde que acudió a su consulta -debo reconocer que el primero ha sido todo un éxito. Francamente te diré que no creí que lo lográramos.

Draco también sonrió sinceramente. Le estaba realmente agradecido a ese hombre, que a pesar de saber ahora quién era él, había seguido ayudándole con el mismo interés. Aunque supuso que eso también era algo que tenía que agradecerle a Potter. Irremediablemente, todo acababa confluyendo en su ex compañero de escuela, pensó con algo de fastidio. Cuando Matt le dijo que ya era hora de comenzar con el siguiente dedo, Draco se preparó para afrontarlo con mucho más entusiasmo, vistos los resultados. Estaba dispuesto a hacerlo solo, aunque no se lo comentó al medimago en ese momento. Y si no podía, siempre podría recurrir a él, tal como le había ofrecido la primera vez.

Para su sorpresa, la tarde que tenía planeado empezar el tratamiento del siguiente dedo, siguiendo las instrucciones de Matt, Harry se presentó en casa mucho antes de la hora de cenar, justo acabado el entrenamiento diario.

- No esperarías hacerlo solo, ¿verdad? -reprochó con semblante serio, sentándose frente a Draco y arrebatándole el guante de la mano.

Parecía muy molesto por el hecho de que no hubiera contado con él. Draco dejó escapar un imperceptible suspiro de resignación. Tenía que haber supuesto que el medimago mantenía informado a Harry. Se maldijo por su estupidez.

- ¿Cuál? ¿El anular? -preguntó Harry en un tono más bien seco, clavando su verde mirada en la gris.

Draco asintió en silencio y a pesar del coraje que sentía en esos instantes, dejó que Potter tomara su mano y untara el dedo anular de arriba abajo antes de empezar con el masaje. El rubio no pudo evitar que le sobreviniera el recuerdo de los suaves labios de Harry en cada uno de sus dedos, semanas atrás. ¿Por qué diablos lo había hecho? Draco había estado preguntándoselo desde entonces, sin llegar a una respuesta que le satisficiera lo suficiente. Observó en silencio la concentración y el cuidado que el moreno ponía en cada pasada, moviendo rítmicamente sus dedos pulgar e índice arriba y abajo, arriba y abajo, a lo largo de su dedo. Parecía que le estuviera haciendo una paja. Retuvo un pequeño gemido y procuró apartar de su mente cualquier otra asociación de ideas con los movimientos que Potter realizaba en ese momento. Se mordió los labios al darse cuenta de que se estaba excitando.

- ¿Duele? -preguntó Harry, que alzó los ojos hacia él al oír el pequeño gemido, malinterpretando la expresión en el rostro del rubio.

Draco sólo asintió con la cabeza, incapaz de emitir palabra alguna. Para su alivio, el dolor del ungüento penetrando hasta tocar el hueso, no tardó en llegar, sustituyendo la vergonzosa sensación anterior. Cuando terminaron, Harry le preguntó si quería un calmante y él denegó con la cabeza.

- Yo prepararé la cena. -dijo el moreno.

Y Draco se quedó sentado, apretando el dolorido dedo con su otra mano, observando a Harry moverse por la cocina y preguntándose si sería capaz de resistir otra sesión sin que el habitante de su entrepierna le hiciera notar nuevamente su presencia.

Una semana después el dolor era tan insoportable que casi no podía esperar a que Harry acabara para tomar el calmante. Matt ya se lo había advertido. El malestar sería más intenso cada vez. Algunos días de la siguiente semana necesitó hasta dos dosis y que Harry le ayudara a llegar a su habitación, a desvestirse y que prácticamente le metiera en la cama, atontado por el dolor y por el calmante. Cuando despertaba por la mañana, todavía seguía sintiendo como si un pequeño roedor se entretuviera en mordisquear su hueso de arriba abajo sin cesar y esa molestia le acompañaba durante todo el día, para aumentar otra vez por la tarde, cuado el ungüento era aplicado. Durante aquellas tres semanas, Harry había regresado puntualmente cada tarde y se había ocupado de todo. Incluidos los fines de semana. Sólo le había dejado solo las tardes de partido. Draco se preguntaba cómo se lo estaría tomando Neal, pero no se atrevió a expresarlo en voz alta. Tener a Potter a su lado en esos momentos era más importante para él de lo que jamás hubiera creído y estaba dispuesto a reconocer. No quería acabar en una discusión que lo echara todo a perder. Si el jugador estaba teniendo problemas con su pareja, se lo estaba guardando muy bien y él, en realidad, no quería saberlo. Lo único que le importaba era que Potter estaba ahí para él.

Cuando el viernes por la tarde llegaron a casa de Matt, Draco deshizo el hechizo de apariencia, que de todas formas iba a caer en cuanto el medimago le durmiera. Esta vez Matt tardó más de dos horas en recomponer todas las falanges y al igual que la vez anterior, Harry se llevó a Draco todavía dormido. Cuando el rubio despertó, tenía una nueva funda colocada en el dedo y el consabido malestar. Harry no tardó en aparecer por la puerta con el correspondiente calmante. Se sentó al borde de la cama y le observó con atención mientras se lo tomaba.

- ¿Cómo estás? -preguntó en un tono que a Draco le pareció mucho más familiar que en otras ocasiones.

- Lo superaré. -respondió él, dándose cuenta de que había utilizado el mismo tono, natural y llano.

- Por supuesto, eres un Malfoy. -se recordó Harry, ausente de cualquier sarcasmo.

Aunque, por un momento Draco no supo si sólo estaba estableciendo un hecho o se lo estaba echando en cara.

- Sí, lo soy. ¿Algún problema con ello? -interpeló, intentando no parecer demasiado a la defensiva.

- Si lo tuviera, ya no estarías en esta casa, Malfoy. A pesar de todo lo que pudiera decir Snape.

Los dos se quedaron en silencio, mirándose a los ojos durante unos instantes. Parecía como si Harry estuviera esperando alguna respuesta por su parte, pero Draco sólo permaneció perdido en el verde de sus irises durante unos interminables segundos, saboreando el brillo que nuevamente había aparecido en la mirada de su anfitrión después de tantos días. Hasta que el propio Harry rompió el momento.

- No te levantes, todavía es temprano. -le dijo- Después podemos salir a comer fuera si te sientes con ánimos.

- ¿A un restaurante? -preguntó Draco, sintiéndose reanimado de pronto.

- Muggle, Malfoy. No te hagas ilusiones. Y a ninguno de esos tan sofisticados a los que tú seguramente estabas acostumbrado.

- De acuerdo. -asintió dócilmente- Como tú quieras.

Harry abandonó la habitación con una sonrisa casi infantil en su rostro.

Harry llevó a Draco a un pequeño restaurante italiano que conocía, pero al que nunca había ido con Neal. Prefirieron sentarse en una mesa algo apartada de la entrada y durante unos minutos ambos se sumieron en la lectura de la carta que el camarero les había entregado, procurando fingir una tranquilidad que los dos estaban lejos de sentir. Después de que, unos minutos más tarde, el mismo camarero tomara nota de su pedido, se quedaron mirándose el uno al otro, sin saber qué decirse.

- ¿Cómo va la liga? -preguntó al fin Malfoy intentando encontrar un tema de conversación que fuera del interés de ambos.

Y durante un buen rato estuvieron hablando de Quidditch, de la clasificación en la liga de los Chudley Cannons y recordando sus enfrentamientos en Hogwarts por la Copa de la Casa. Punto en el que llegó el camarero con las pizzas.

- ¿Me permites? -preguntó Harry señalando el plato del rubio- Estamos entre muggles. Nada de magia. -Y partió la pizza de Draco en cuatro trozos. Hizo lo propio con la suya y tomó un trozo- No te cortes -le dijo viendo la mirada reprobatoria de Draco- Aquí no está mal vista comer pizza con los dedos. Es más, te mirarán mal si no lo haces.

Harry observó divertido como Draco tomaba un trozo con cierto pudor, tras echar un rápido vistazo a las mesas vecinas. Seguramente la exquisita educación que había recibido no le permitía comer con los dedos en público. Cuando reanudaron la conversación Harry se encontró explicándole cómo había llegado a los Chudley Cannons y cómo había recompuesto su vida tras derrotar al Señor Oscuro. Draco le escuchaba con suma atención, empezando a entender por primera vez lo que tenía que haber sido estar bajo la piel del ex Gryffindor durante todos aquellos años. Nunca hasta entonces se había dado cuenta de lo agradablemente cadenciosa que era la voz de Harry; ni se había fijado en el repetitivo gesto de poner las gafas en su sito, empujándolas con el dedo corazón por la unión de los dos lentes, cada vez que resbalaban de su nariz. Como sus ojos podían ser tan expresivos, tan fáciles de leer cuando se mostraba relajado, incluso confiado, como en aquellos momentos. Sus manos no paraban de moverse. No había palabra que no fuera acompañada de algún gesto para enfatizar su convencimiento en lo que decía. Y su sonrisa... aparecía de repente y en ese momento sus ojos brillaban todavía con más fuerza, deslumbrando a Draco. Por supuesto, no dejó entrever en ningún momento el rosario de sentimientos que le estaba provocando el joven sentado frente a él.

- ¿Qué hay de ti? -oyó Draco que le preguntaba tras un breve silencio- ¿Vas a contármelo algún día? -señaló la mano que como siempre Draco llevaba enguantada.

Estaban tomando ya el café y el restaurante había ido vaciándose poco a poco.

- Creo que nos van a echar. -se excusó Draco con cierto alivio, captando la mirada de impaciencia del camarero.

- Salvado por la campana, ¿verdad? -dijo Harry mientras pedía la cuenta- No creas que te voy a dejar escapar tan fácilmente.

Salieron del restaurante. La tarde era bastante apacible a pesar de estar a principios de Diciembre.

- ¿Te apetece pasear por el centro? -preguntó Harry.

- ¿Y helarme de frío? No, gracias.

- Creía que estarías acostumbrado después de siete años en las mazmorras de Slytherin.

- En Slytherin también había chimeneas. - contestó Draco con sorna.

- ¡Oh, que decepción! -exclamó Harry con un mohín- Siete años creyendo que erais una raza aparte.

Draco sonrió y Harry le dirigió una mirada que éste no supo como interpretar.

- ¿Por qué no sonríes más a menudo, Malfoy? -preguntó- Hasta pareces una persona normal.

- Tal vez no tenga muchos motivos para hacerlo. -se defendió Draco, un poco dolido.

- ¡Bien! -Harry tomó del brazo a su compañero- ¿Por qué no entramos ahí y me los cuentas?

Y le arrastró quieras que no hasta un pub, justo al otro lado de la calle. A esas horas todavía no estaba demasiado lleno y pudieron sentarse cómodamente en una de las mesas al fondo del local. Harry se dirigió a la barra en busca de las bebidas, mientras Draco le observaba, intentando prepararse para responder a lo que sin duda iba a preguntarle el ex Gryffindor. Lo que Draco sabía que había estado deseando conocer desde el mismo momento en que lo llevó a su casa. Hacía ya casi cuatro largos meses.

- ¿Y bien? -preguntó efectivamente Harry tras depositar las bebidas en la mesa.

Se repantigó cómodamente en su silla, dándole a entender al otro que estaba dispuesto a concederle todo el tiempo que creyera necesario. Draco sorbió su brandy, no muy seguro de cómo empezar aquella historia. Pero se lo debía. Así que poco a poco, con la soltura de lengua que da una bebida con un buen grado de alcohol, fue desgranando los acontecimientos sucedidos en la Mansión Malfoy dos días después de que Harry derrotara al Señor Oscuro. El moreno escuchó en silencio, sin interrumpirle, apenas moviendo un músculo concentrado en todas y cada una de sus palabras.

- Siento lo de tu madre, Draco. -dijo Harry con sinceridad cuando el ex Slytherin terminó- Creo que ahora ambos tenemos algo pendiente con tu tía.

Draco apretó los labios, pero no dijo nada. Perdió su mirada entre las mesas que poco a poco habían ido llenándose. El murmullo de voces era cada vez más elevado.

Harry prefirió no hurgar más en la herida de Draco, aportando su opinión sobre lo que él pensaba de su otro progenitor, Lucius Malfoy. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejar escapar la oportunidad de saber, por fin, hasta el último detalle de la vida de su antiguo Némesis hasta el momento de su encuentro en el sótano del estadio.

- ¿Qué pasó después? -preguntó tras el breve silencio en el que ambos parecieron perderse en sus propios pensamientos.

La plata de los ojos de Draco se oscureció todavía más si cabe. Sorbió lentamente su brandy y se recostó en su asiento, cerrando los ojos como si buscara en su interior la fuerza suficiente para que las palabras salieran.

- Durante casi dos años logré esconderme, escapar de las garras de mis tíos sin demasiadas dificultades -habló al fin- Mi familia tenía algunas propiedades por Europa, no mansiones, -aclaró- sino pequeñas casas o pisos que mi padre adquirió bajo nombres supuestos y que tenían como finalidad servirle de refugio en caso de que la situación lo requiriera. Fui cambiando con frecuencia de ubicación, para evitar ser localizado con facilidad. Suponía que mi padre no habría informado a nadie más que a mí o a mi madre de esas localizaciones; pero tampoco estaba muy seguro. Al fin y al cabo Rodolphus y Bella también eran familia.

Draco lanzó una sonrisa irónica, que Harry compartió.

- Supongo que me confié. -continuó con un suspiro- Llegué a sentirme demasiado seguro y bajé la guardia. Esperaba que después de tanto tiempo se hubieran olvidado de mí. Grave error por mi parte. -admitió- Porque lo pagué bastante caro. -añadió contemplando fijamente su mano enguantada.

Draco parpadeó en la oscuridad. Notó el sabor acre de la sangre en su boca y la sensación de la que se deslizaba todavía caliente y fresca desde su sien a lo largo de su mejilla, por lo que estimó que no había estado inconsciente mucho tiempo. Estaba atado a una silla, mágicamente anclada en el suelo, porque por más que lo intentó no pudo moverla ni un milímetro. Sus tobillos amarrados a cada pata delantera y sus manos inmovilizadas tras el respaldo. Supuso que le habían dejado en una de las habitaciones vacías del apartamento porque no podía distinguir más que paredes. Se maldijo a sí mismo por su estupidez. ¿Cómo no había sospechado de aquel tipo tambaleante que olía a alcohol barato cuando se le echó "casualmente" encima? Aunque al segundo siguiente ya tenía su varita en la mano, la lucha había sido breve. Tres contra uno. Sus posibilidades habían sido más bien nulas.. ¡Estúpido!, se repitió. Un leve sonido proveniente de la puerta hizo que volviera la cabeza en esa dirección. La luz que de pronto iluminó la habitación le deslumbró.

- Veo que despertaste, Draco. ¡Rodolphus! -llamó la mujer desde el quicio de la puerta- ¡Nuestro querido sobrino ha despertado!

Oír otra vez la voz de su tía Bella hizo que se le revolviera el estómago. Ella se acercó con una sonrisa cínica en el rostro e hizo un amago de acariciar su mejilla, pero Draco apartó la cara con asco.

- Tan cariñoso como siempre, ¿verdad sobrino?

- ¡Hija de puta! -escupió él, con lo que se ganó una sonora bofetada.

- ¿Acaso tus padres no te enseñaron educación?

La profunda voz de Rodolphus Lestrange resonó en la vacía habitación, retumbando contra sus paredes. Draco dirigió a su tío una profunda mirada de odio. Tanto él como su mujer eran los culpables de haberse quedado sin familia. De haberse visto obligado a aquella huida a la que todavía no le había encontrado el sentido.

- Eres muy escurridizo, Draco. -admiró su tío- Pero la paciencia siempre tiene su recompensa.

Draco no dijo nada, pero siguió sin apartar sus acerados ojos grises de él, matándole con la mirada.

- Voy a darte la oportunidad de reflexionar, Draco. -prosiguió su tío- al fin y al cabo eres familia. -el matrimonio intercambió una mirada de entendimiento, no exenta de cierto sarcasmo- Estamos dispuestos a recibirte con los brazos abiertos si colaboras.

¿Cómo podía ser tan cínico? Ese desgraciado tenía suerte de que estaba atado y bien atado, se dijo Draco, porque de lo contrario ya le habría saltado al cuello sin medir las consecuencias.

Rodolphus se inclinó sobre su sobrino, abalanzando su corpulento metro noventa sobre él en un claro gesto intimidatorio.

- Estoy seguro de que tu padre habló contigo sobre el asunto que nos interesa, Draco. Sólo tienes que decirnos dónde lo escondió.

Lejos de amedrentarse, los ojos de Draco refulgieron de puro desprecio.

- Siento decepcionarte, -respondió, cortante- pero padre no habló conmigo sobre nada.

Rodolphus hizo un gesto negativo con la cabeza al tiempo que mostraba una expresión de decepción en su rostro.

- No vamos bien, Draco. -advirtió- Nada bien.

Draco sintió que unos brazos le rodeaban desde atrás y de pronto se vio atrapado contra el pecho de su tía, sin poder impedir que ésta deslizara entre sus dedos las plateadas hebras de su pelo.

- Siempre has sido mi sobrino favorito, ¿lo sabías?

Draco bufó con desdén.

- Soy tu único sobrino, "tía".

- Por eso mismo tienes toda mi atención. -respondió ella mientras le obligaba a echar la cabeza hacia atrás y mirarla- No hagas enfadar a tu tío. -advirtió- Últimamente no goza de muy buen humor. Y podría decirse que yo tampoco.

La mirada desafiante de Draco estaba acabando con la paciencia de Rodolphus a marchas forzadas. Aquellos ojos, idénticos a los de Lucius, su misma arrogancia, su misma expresión altiva y fría.

- No me obligues a hacer nada que después tengas que lamentar, Draco -advirtió abandonando el tono moderadamente amable que había utilizado hasta entonces con su sobrino.

- No sé lo que estás buscando, ni me importa. -fue la única respuesta que obtuvo a cambio.

- Lo quiero Draco. Y lo obtendré. A cualquier precio. -amenazó Rodolphus.

- Te repito que no sé lo que estas buscando y que padre no habló conmigo. De nada. Tal vez sea porque no tuvo tiempo. -acabó en un tono claramente acusador.

Rodolphus no dejaba de dar vueltas alrededor de su prisionero, impaciente. En cambio su tía estaba ahora frente a Draco, mirándole con una expresión anhelante, como si esperara algo que le complacería en grado sumo. La mirada sádica en los ojos de Bella hizo comprender a su sobrino que nada bueno para él estaba a punto de suceder.

- No te creo. -fueron las palabras que oyó a ras de oreja, justo antes de que Rodolphus tomara su mano derecha entre las suyas y partiera su dedo meñique en dos.

Draco gritó de dolor, mientras la salvaje carcajada de su tía resonaba en sus oídos.

- Esto sólo es el principio, sobrino. -declaró Rodolphus- Pero voy a concederte cierto tiempo para reconsiderar tu respuesta.

Draco apretó las mandíbulas con fuerza, para evitar que cualquier otro sonido saliera de su boca.

- Te advertí que tu tío no estaba de muy buen humor. -canturreó Bella con una sonrisa descarada en su extraviado rostro.

Y también abandonó la habitación.

Draco no supo las horas que pasaron, sumido en la oscuridad de la habitación e intentando apartar su mente del palpitante dolor de su dedo. Por primera vez maldijo a su padre por haberle dejado aquella herencia tan dolorosa, preguntándose una y otra vez qué sería lo que con tanto ahínco buscaban sus tíos. Qué podía haber escondido su padre que fuera tan importante para ellos. Su mente daba vueltas sin descanso a la última conversación que había mantenido con su progenitor, pero sus palabras habían sido ambiguas, sin referirse a nada en concreto. Estaba seguro de que Lucius tenía planeado decírselo en el momento en que se hubiera reunido con él, más adelante, una vez a salvo. La puerta se abrió bruscamente esta vez y la luz del corredor cegó a Draco durante unos instantes. Cuando sus ojos se acostumbraron, pudo ver que la habitación estaba más concurrida que en la anterior ocasión. McNair y un muchacho desconocido acompañaban al matrimonio Lestrange.

- Espero que hayas tenido tiempo suficiente para recapacitar. -habló Rodolphus plantándose ante su sobrino.

Draco le miró, todavía con los ojos entrecerrados, pero con una clara actitud retadora.

- ¿Y bien, Draco?

- Mi padre no me dijo nada. -dijo entre dientes- Ya te lo dije.

Rodolphus bufó con desagrado.

- Vas a obligarme a ser desagradable otra vez, sobrino.

- ¿Quién te ha dicho que alguna vez hayas sido agradable? -le picó éste con ironía.

Rudolphus frunció el ceño e hizo un gesto a alguien detrás de él. Draco se dio cuenta en ese momento de que McNair no estaba a la vista. Y no lo estaba porque en ese preciso instante se afanaba en partirle el dedo anular en tres trozos, lenta y dolorosamente. Draco intentó no gritar, pero el dolor era demasiado fuerte. Sus ojos anegados se encontraron con los castaños, grandes y aterrados del muchacho desconocido, que le miraba como si todo aquello le superara. Una vez hecho el trabajo, abandonaron la habitación, dejándole solo nuevamente. Draco jadeó con rabia, enojado consigo mismo por no poder evitar que lágrimas de dolor se deslizaran por sus mejillas, sin poder detenerlas. No podría soportarlo, sencillamente no podría. Durante unos segundos deseo tener una respuesta que dar, una confesión que liberara el resto de su mano de una tortura más que segura. Pero sólo fueron unos segundos. Porque la rabia se convirtió en un odio todavía más profundo del que hasta entonces sus tíos ya se habían granjeado. Desconocía la información que le reclamaban. No tenía nada con que defenderse. Pero no verían al último Malfoy hundirse en la desesperación. No les daría ese placer. Oyó la puerta abrirse y miró con ojos turbios a la figura que se le acercaba. Era el muchacho.

- Te traigo un poco de agua. -le dijo.

Draco intentó recomponer una mirada altiva y la rechazó con un brusco gesto. Verisaterum, pensó. Aunque era una sustancia que no estaba al alcance de cualquiera, bien pudiera ser que sus tíos la hubieran conseguido.

- Es sólo agua. -aseguró el muchacho, como si hubiera leído sus pensamientos- Es todo lo que he podido conseguir.

Draco dirigió una mirada fría al muchacho, sopesando si aceptarlo. Al fin y al cabo un poco de Verisaterum no haría más que confirmar que no sabía nada y la tortura terminaría. Casi deseó que lo fuera. Aceptó el vaso que el muchacho puso en sus labios y bebió. Después el muchacho desapareció sin decir una palabra más y Draco volvió a quedarse solo con su dolor.

Al día siguiente se repitió la misma historia. Y Draco deseó morir. Como el día anterior, el muchacho entró en la habitación, aunque esta vez había tardado un poco más.

- Ellos no están. -informó- Tómate esto. Es muggle, pero es lo único que he podido conseguir..

Introdujo una pequeña pastilla en su boca y Draco la tragó sin rechistar, acompañada de un poco de agua.

- ¿Por qué... haces... esto? -preguntó con un ligero jadeo.

- Porque odio a mi padre. McNair -aclaró el chico.

Un disidente más a las doctrinas del aniquilado Señor Oscuro, pensó Draco. Tal vez pudiera volver eso a su favor.

El muchacho se sentó en el suelo, frente a él. Parecía tener más o menos su edad. No se parecía demasiado a su padre. Tal vez el pelo, castaño como el del mortífago. Sin embargo, sus ojos no tenían nada que ver. Los del padre eran fríos y despiadados. Los del hijo tímidos y asustadizos. Draco pensó que su vida no podía ser demasiado fácil siendo su padre quien era. Realmente el chico no parecía responder a las expectativas que un padre, mortífago por más señas, podía esperar de su vástago.

- Quería obligarme a tomar la marca. Gracias a Merlin, Quien Tu Ya Sabes murió antes. -siguió hablando el chico. Después se quedó unos momentos mirando el rostro dolorido de Draco -¿Por qué no les dices lo que quieren saber de una vez? Yo lo haría si estuviera en tu lugar. -sonrió algo avergonzado- En realidad yo no hubiera aguantado lo que tú. Hubiera cantado sin necesidad de que me rompieran nada.

- Si tanto... odias... a tu padre... ¿por qué ... no me ... ayudas a salir... de aquí?

El muchacho soltó una tímida carcajada.

- Le odio, pero todavía no me he vuelto loco. -afirmó- ¡No sabes como maneja el látigo!

Draco estaba tentado a responderle que por desgracia, sí lo sabía, cuando el muchacho volvió el rostro hacia la puerta, de pronto asustado.

- Creo que han vuelto.

Se levantó de un salto y salió precipitadamente de la habitación. Draco observó la despavorida huida. Tendría que trabajarle un poco más a fondo si quería que le ayudara. Durante un par de horas el dolor fue soportable. Después, cuando el efecto del calmante muggle pasó, Draco creyó que iba a volverse loco.

Había conseguido dormir algo o más bien había caído en una ligera inconsciencia, cuando el ruido de la puerta al abrirse le espabiló.

- Estas acabando con mi paciencia, Draco. -fue lo primero que oyó.

Su sobrino ni tan siquiera se molestó en mirarle y está actitud enfureció todavía más a Rodolphus. Estaba empezando a convencerse de que Draco no sabía nada. Nadie podría aguantar lo que el joven había soportado, teniendo algo que decir. Cerró su manó con rabia sobre el pelo del muchacho y le obligó a mirarle. Tan solo leyó desprecio en su mirada y ello le enervó todavía más. Le golpeó con tanta fuerza que sino hubiera sido porque la silla estaba anclada en el suelo, Draco hubiera acabado estampado contra la pared.

- ¿No tienes nada que decir? -le increpó.

Rodolphus consiguió una nueva mirada cargada de odio, y comprendió que no obtendría más de lo que había conseguido hasta ese momento. Es decir, nada. Sin lugar a dudas su sobrino era un Malfoy de los pies a la cabeza, duro de doblegar. Decidió iniciar la última tentativa. Si el muchacho no se derrumbaba dentro de las 24 horas siguientes, le mataría. Ya no le serviría para nada. Rompió con gran placer los dos últimos dedos sanos de su sobrino, descargando en ello la ira que sentía contra Lucius, disfrutando de los fuertes gritos que su hijo apenas podía reprimir, sometido a la lenta tortura de sentir como sus dedos quebraban lentamente entre sus manos.

Cuando Terry McNair entró en la habitación horas más tarde, Draco estaba inconsciente.

- ¡Eh! ¡Despierta! -miró el vaso que llevaba en la mano y decidió darle otra utilidad, así que se lo arrojó al rostro al prisionero- ¡Despierta!

Draco emitió un casi inaudible gemido.

- Van a matarte. -informó.

Draco levantó lentamente la cabeza y le miró apenas, con los ojos enrojecidos. Intentó decir algo sarcástico, pero tenía los labios tan hinchados por el golpe recibido que apenas pudo articular palabra. El hijo de McNair le miraba fijamente, nervioso, casi parecía que era a él a quien estaban pensando cargarse. Draco volvió a cerrar los ojos, cansado, deseando que su tío no tardara mucho en cumplir su amenaza; rogando porque fuera una muerte rápida. Volvió a abrirlos cuando sintió que sus tobillos eran liberados de sus ataduras.

- Voy a sacarte de aquí. -dijo Terry con voz trémula.

El conocimiento de lo que estaba pasando tardó en llegar a su cerebro. Sólo al sentir un dolor intenso cuando Terry tocó su mano derecha para desatarla, Draco reaccionó. Hizo intento de levantarse pero cayó al suelo. Después de días atado a esa silla, sus extremidades estaban tan entumecidas que no respondían. El hijo de MacNair le levantó, arrastrándolo fuera de la habitación con dificultad. El rubio era algo más alto y corpulento que él. Draco pensó que en otras circunstancias su arrogancia le hubiera llevado a menospreciarle. Pero debía agradecerle que el chico hubiera reunido todo el valor del que disponía para hacer lo que estaba haciendo.

- Tu varita. -dijo sacándola de debajo de su camisa y entregándosela.

Draco le miró, sosteniéndose apenas contra el marco de la puerta.

- A partir de aquí estás solo. -le dijo- Yo no puedo hacer más.

Draco inclinó apenas la cabeza en reconocimiento, y dio unos pasos para atravesar la puerta abierta. Gracias a Merlín era noche cerrada.

- ¿Qué les dirás? -preguntó con voz ronca.

No podía, a pesar de todo, dejar de sentirse preocupado por aquel muchacho. Sabía lo que podía esperar de McNair. Lo que probablemente pasaría. Y teniendo en cuenta la poca presencia de ánimo de aquel chico, no quería pensar en cómo podía acabar por culpa de su acción. Terry le miró con sus grandes ojos castaños, parpadeando casi de forma convulsiva.

- No sé... Tal vez que me rogaste ir al baño y que yo fui tan estúpido como para caer en tu engaño. -el muchacho trataba de mantener una actitud de valentía que estaba muy lejos del terror que sus ojos confesaban- Sólo te ruego que... me desmayes... por favor. Al menos fingiré haber tratado de impedírtelo...

Draco asintió en silencio.

- Sólo dime una cosa -pidió- ¿Qué buscan?

- Un libro. -contestó el chico visiblemente nervioso- Por favor, hazlo. Antes de que vuelvan.

Draco dirigió su varita hacia Terry y pronunció el hechizo de forma casi inaudible. El muchacho cayó inerte al suelo y tras echarle un breve vistazo, Draco desapareció engullido por la oscuridad de la noche. Esperaba fervientemente que a McNair no se le fuera la mano con su hijo.

Cuando Draco terminó su relato, Harry permaneció en silencio, comprendiendo por primera vez la profundidad de las heridas no visibles, las que apenas había intuido bajo el indudable dolor físico que el rubio todavía arrastraba. Le hubiera envuelto en un abrazo confortador, besándole hasta ahogarle en el mismo sentimiento en el que él mismo se ahogaba desde hacia algún tiempo; le hubiera acariciado hasta hacerle olvidar cualquier aflicción, cualquier sufrimiento. Sin embargo, sólo preguntó:

- ¿Qué clase de libro?

- No lo sé. -respondió Draco- Por lo visto uno que el Señor Oscuro entregó a mi padre para que lo custodiara y que tras su muerte, decidió quedarse.

- Sobre magia oscura, supongo. - conjeturó Harry.

Draco se encogió de hombros.

- Tiene que ser algo importante. -prosiguió Harry- Tus padres murieron por ello... y tus tíos se ensañaron contigo por conseguirlo.

El ex Slytherin asintió en silencio.

- De todas formas no es demasiado tranquilizador que ese libro esté en alguna parte, esperando ser encontrado por quien menos nos convenga. -Harry frunció el ceño- Tal vez deberíamos informar sobre ello.

Draco dejó escapar una risa sarcástica.

- ¿Y cómo piensas explicar que su existencia haya llegado hasta a tus oídos? Es mejor no mover el tema, Potter.

Harry no tuvo más remedió que darle la razón. Apuró su copa y miró la de su compañero, que también estaba vacía.

- ¿Otra ronda?

Draco asintió y Harry se levantó para dirigirse hacia la barra. El rubio contempló como se alejaba, preguntándose como había sido capaz de contarle su odisea sin que su voz temblara, a él, a Harry Potter, a su enemigo de adolescencia y juventud. Era consciente de que algo había cambiado entre ellos. De que aquel odio profundo y desmesurado que se tenían había muerto en algún momento durante las pasadas semanas, aunque era incapaz de precisar exactamente cuándo. De lo único que estaba seguro y al mismo tiempo asustado, era de los innegables sentimientos que ahora albergaba con respecto a Potter. Le deseaba. Peor aún, le necesitaba. No era sólo el sentimiento de agradecimiento que había crecido en él a lo largo de aquellos cuatro meses. Por haberle aceptado en su casa a pesar de todo; por haberle proporcionado cuanto le había sido necesario, a pesar de su propio rechazo; por estar devolviéndole su autoestima, dedo a dedo; por permanecer a su lado cuando recuperar esa autoestima dolía tanto, sin hacerle sentirse avergonzado; por callar en sus silencios haciendo hablar sólo su mirada; por su paciencia en entrenarle durante aquellas interminables tardes en el sótano, aguantando estoicamente su rabia y su mal humor, ayudándole a centrarse, a enfocar su magia nuevamente; por el calor que le brindaba su compañía cuando las tardes de lunes ambos se sentaban en el salón, él leyendo, Harry trasteando con sus restauraciones, ambos sumidos en una callada y serena calma, como si siempre hubiera sido así; por la seguridad que su presencia le brindaba haciéndole sentir la tranquilidad de no tener ya que vigilar a sus espaldas, que todo estaba bien; y ahora por escucharle, tal vez por comprenderle. Deseaba que esas dos esmeraldas se posaran en él, sólo en él y brillaran cálidas para fundir el hielo que sabía instalado en su propia mirada. Porque ansiaba que esa sonrisa afectuosa, suave y generosa que sus labios esbozaban, enseñara a sonreír a sus propios labios. Porque necesitaba que lavara de su alma toda la angustia pasada, que ventilara su corazón y lo abriera a la esperanza de tener un futuro, que limpiara su mente de cualquier pensamiento que no fuera tener una vida. Quería sentir sus manos sobre su piel nuevamente; sus labios arrebatándole toda lucidez; su aroma envolviéndole, emborrachando sus sentidos. Tal vez un futuro juntos... Pero en el presente de Potter estaba Neal, concluyó Draco, aterrizando por fin abatido sobre la inexorable realidad.

Cuando regresó con las copas, Draco tenía una mirada ensombrecida y triste, y Harry creyó que era debido a los penosos recuerdos rememorados minutos antes.

Continuará...