CAPITULO VIII
Rupturas
El Ministro de Magia se sentó en su cómodo sillón y dio un vistazo a su alrededor, contemplando satisfecho cada uno de los muebles y detalles que conformaban su elegante despacho. Aquel era su pequeño reino, su bastión, su trinchera de poder. Por nada del mundo estaba dispuesto a perderlo. Apuró la copa de coñac que tenía en la mano y la depositó encima de la mesa algo bruscamente, todavía enojado. Repasó mentalmente la reunión que acababa de mantener con el Jefe de Aurores. Aunque había intentado escuchar los argumentos de Fallon haciendo acopio de una paciencia que ya había agotado hacía tiempo, al final no había podido contenerse y había estallado. Le hizo saber al mago, firme frente a él, que no podía concebir como toda una legión de aurores, supuestamente los mejor preparados de todo el mundo mágico, dedicados las 24 horas del día y sin distracción al mismo asunto, no podían dar con el paradero de Draco Malfoy. Ni podía comprender cómo permitían que les toreara en cada uno de sus ataques, escurriéndose como una serpiente, sin dejar rastro. Había insultado a Fallon y le había amenazado con mandarle de una patada a lo más bajo del escalafón. Incluso con despedirle.
Pero el Jefe de Aurores, haciendo gala de un firme temple, ni siquiera había parpadeado. Había aguantado estoicamente la demostración de furor del Ministro, dejando que Fudge desahogara toda su rabia por aquella enojosa situación, sobre él. Reacción de su inconfesable miedo. Profundo miedo. En el fondo todo se reducía a ese sentimiento. Y Fallon lo intuía. No le había hecho falta escarbar demasiado para averiguar la estrecha relación que Cornelius Fudge y Lucius Malfoy habían mantenido en el pasado. La firma de ambos estaba estampada en más de un sospechoso acuerdo comercial, del que el auror estaba seguro Fudge había recibido una suculenta comisión. El Jefe de Aurores estaba convencido de que el Ministro sólo había sido un muñeco en manos de Malfoy y su fría astucia. Un pobre idiota, celoso e inseguro, al que el mortífago había manipulado a placer. Fallon a veces se preguntaba cómo aquel tipo había podido llegar a Ministro de Magia. Apostaría su sueldo a que desde hacia tiempo las tripas de Fudge debían estar retorciéndose de terror, sólo de pensar que el hijo de su socio comercial pudiera algún día llegar hasta él para vengar la muerte de su padre. Para castigarle por no haberle protegido y demostrado su lealtad a los Malfoy cuando más lo habían necesitado, escondiendo como una gallina su cabeza bajo el ala. Fudge simplemente había mirado hacia otro lado cuando el dementor besó a Lucius Malfoy. Esa, en definitiva, era la cuestión. Probablemente poco le importaba al Ministro que sus hombres murieran en acto de servicio o que Draco Malfoy se llevara a unos cuantos civiles por delante. Lo que verdaderamente le preocupaba al regio Ministro era su propia seguridad, su encumbrada y camandulera vida.
Fudge se había sentido enojado y frustrado por no conseguir derrumbar la fría fachada de su Jefe de Aurores con ninguna de sus incisivas palabras. Necesitaba con urgencia pisotear la autoestima de alguien para poder resarcir la suya propia. Pero Fallon no era el tipo de persona que se prestara fácilmente a servir de felpudo para nadie. El auror no le caía bien al Ministro, y empezaba a arrepentirse de haber sido él mismo quien le encumbrara a ese puesto. Nadie que no le demostrara esa especie de enfermizo servilismo que Fudge tanto apreciaba en sus colaboradores, podía seguir a su lado por mucho tiempo. Para su disgusto, Fallon tampoco era servil.
Fudge había aguardado con impaciencia a que el auror acabara con su retahíla de descargos, para dejar caer sobre él el golpe de gracia, el as que había estado escondiendo en su manga.
- Ya que parece que andan tan perdidos Sr. Fallon, se me ocurre que tal vez necesiten un poco de ayuda. Contar con alguien que ya ha demostrado sobradamente estar capacitado para resolver "problemas difíciles".
- No lo creo necesario, Sr. Ministro. Mis hombres y yo...
El Ministro había alzado la mano con un gesto apresurado para hacerle callar.
- Tengo previsto volver a hablar mañana con el Sr. Potter.
- ¿Harry Potter? -había preguntado Fallon, sorprendido.
Fudge había sonreído. Como había esperado, el rostro del auror había sido entonces todo un poema.
- Con todos mis respetos, Sr. Ministro, pero no creo que sea necesario molestar al Sr. Potter con este asunto. -en este punto el Jefe de Aurores ya había recuperado el dominio de su expresión.
- No estoy pidiendo su opinión, Sr. Fallon. Colaborará con ustedes, les guste o no. Es una orden directa y espero que la acate.
Por supuesto, al Sr. Ministro no se le había ocurrido en ningún momento que Harry Potter pudiera rechazar tan brillante proposición, tal como había sucedido apenas una semana antes, por mediación del insufrible Dumbledore. Estaba seguro que con la presión adecuada, y manteniendo al entrometido Director de Hogwarts al margen, Potter cedería. No le quedaría más remedio. Y esperaba con todas sus fuerzas que el joven pusiera en evidencia a ese altivo Jefe de Aurores, que a pesar de todo no podía despedir.
Fallon había apretado los labios, dirigido una rápida inclinación de cabeza al Ministro, para seguidamente abandonar el despacho. Odiaba a ese hombre. Y sabía que era mutuo. Mencionar a Potter había sido un golpe bajo, digno de Fudge. El Jefe de Aurores había atravesado la antesala del despacho del Ministro a toda velocidad, malhumorado. Y ¿por qué no decirlo? También nervioso. Sólo había visto a Potter una vez y prefería olvidarlo. A él y a las oscuras y desagradables circunstancias que habían rodeado aquella peculiar misión, a la que sólo Fallon había sobrevivido. Misión que, sin embargo, había catapultado su carrera hacia el puesto que ahora tenía. Sospechaba que para comprar su silencio. No obstante, poco podía hablar sobre una misión de la que ninguno de sus integrantes había conocido su totalidad, a excepción de Roberts, -o así lo creía Fallon- su predecesor, fallecido al igual que todos los demás. Siempre había pensado que el no haber utilizado la varita que le habían entregado ese día, había salvado su vida. Al igual que estaba convencido de que las amenazas de despedirle que Fudge había proferido, últimamente con más frecuencia, eran puras falacias. Sabía que no lo haría. Sospechaba que él era la única pieza que quedaba de una oscura trama elaborada desde el Ministerio, que no había tenido el resultado deseado. Y encumbrarle a Jefe de Aurores había sido una manera de acallar sus preguntas y de mantenerle contento y ocupado. Pero Fallon tenía todavía muchas dudas por resolver con respecto a ese día. Dudas que en los últimos tiempos el Ministro había conseguido hacer resurgir en su mente con mayor fuerza. Y escuchar el nombre de Potter había resucitado viejos fantasmas.
o.o.O.o.o
Que ese iba a ser un mal día, Harry lo había presentido desde que había puesto los pies en el suelo aquella mañana de sábado. Se había quedado dormido. El despertador no había sonado o simplemente lo había parado y se había dado la vuelta. No lo recordaba. El hecho es que estaba muerto de sueño porque no había descansado bien. Estaba seguro de que había tenido algún sueño desagradable, aunque agradecía que fuera una de esas extrañas veces en que no podía recordarlo. Había desaparecido sin perder tiempo, sin entretenerse en desayunar, reprochando a Draco que no le hubiera despertado y dejando al rubio con la palabra en la boca. Cuando llegó a la puerta del vestuario, pudo oír claramente a Berton pronunciando su nombre. Más bien gritándolo a todo pulmón. Imposible ya escurrirse dentro sin ser visto. Así que empujó la puerta dispuesto a recibir el sermón que sabía caería sobre él. El pequeño susurro de Neal cuando pasó por su lado, tenemos que hablar, no hizo más que confirmar que el día no mejoraría. Y efectivamente, no lo había hecho.
No había nadie más en el vestuario aparte de ellos dos. Habían perdido el partido. A Berton sólo le había faltado mandar una maldición a cada uno de sus jugadores. Alguno hasta habría jurado que había visto al malhumorado entrenador releerse el manual por si le estaba permitido hacerlo. Ni Harry, ni Neal, se encontraban anímicamente en el mejor momento para discutir aquella cuestión. Pero estaba latente entre ambos desde hacía semanas y Neal había decidido unilateralemente que había llegado el momento de afrontarla. Se habían duchado envueltos en un silencio pesado, apenas sin dirigirse la palabra. Harry esperó con paciencia a que Neal se decidiera a hablar, ya que había sido quien diera el primer paso. A él no le apetecía en absoluto hacerlo.
- Me han ofrecido un puesto de bateador en el London United. -dijo por fin Neal, sorprendiéndole.
No eran esas las palabras que Harry esperaba oír. Conocía a su pareja y había esperado reclamos y algún que otro grito. No que pudiera irse del equipo. Dejó la toalla con la que había estado escurriendo su pelo y dirigió sus ojos hacia él. Neal ni tan solo le miraba, ocupado en secarse.
- Es un buen equipo. -afirmó Harry.
- La oferta es muy interesante. -continuó Neal, que ahora se había vuelto hacia él, dispuesto a no perderse cualquier reacción de su compañero, que le permitiera descubrir cómo le había afectado la noticia.
- He odio que pagan bien. Y McMillan es un buen entrenador.-Harry, empezó a vestirse.
Neal le imitó.
- Desearían que me incorporara inmediatamente, pero seguramente Bretón me obligará a terminar la temporada.
- Seguramente. -coincidió Harry. Tras un breve silencio preguntó- Entonces, ¿lo has decidido ya?
- No, no todavía.
A pesar de estar muy ocupado calzándose sus deportivas, Harry sentía los ojos de Neal clavados en él, atravesándole con una muda pregunta. Y dado que la respuesta no salía e sus labios, su compañero continuó.
- Aún tengo esperanzas de que me pidas que me quede.
- Es una buena oportunidad, Neal. -consideró Harfry, sin mirarle, aún extremadamente ocupado con su calzado.
- Entonces, ¿no te importa que me vaya? -insistió el bateador, plantándose esta vez delante del moreno, para obligarle a prestar la atención que consideraba se merecía.
Harry alzó el rostro y trató de sonreír.
- Sólo cambias de equipo, Neal. No te vas al fin del mundo.
Neal sintió que algo se rompía dentro de él. Harry ya lo daba por hecho.
- No vas a pedírmelo, ¿verdad? -dijo el bateador con una mezcla de tristeza y decepción.
El silencio de Harry no hizo más que confirmar sus sospechas.
- Es por él. -afirmó Neal con amargura- Por el niñato francés que SI dejas vivir en tu casa.
- Neal...
- No, Harry. -le cortó- No intentes darme otra explicación que será una nueva mentira -dijo con tirantez.
Harry suspiró con aire derrotado, revolviendo con gesto nervioso su cabello húmedo. ¿Cómo explicar lo inexplicable?
- Tal vez lo que necesitamos es darnos un tiempo, Neal. Aclarar las ideas...
- No sé tú, pero yo las tengo muy claras, Harry. -le repuso, tajante.
Neal seguía de pie ante el moreno, ahora con los brazos cruzados sobre el pecho y con una mirada acusadora.
- Nunca te prometí nada... -se defendió Harry, intentando encontrar una justificación que sabía imposible de aceptar por su, hasta ese momento, pareja.
- Es cierto, no lo hiciste. -aceptó Neal, herido- A pesar de que yo puse todo mi empeño.
El bateador ya estaba harto de respuestas ambiguas, de excusas que no se sostenían ni con alfileres, de explicaciones que no tenían pies ni cabeza. ¿Acaso Harry pensaba que era idiota? ¿Qué no había notado su mirada ausente cuando estaban juntos? ¿Qué no se había dado cuenta de su falta de entusiasmo cuando hacían el amor? ¿Qué ya no se rendía a él con la misma entrega con que solía hacerlo?
Harry se puso por fin en pie, y los dos quedaron frente a frente. Con lentitud alzó su mano y rozó apenas la mejilla del joven frente a él.
- Te he querido Neal. -dijo en un vano intento de buscar palabras que no dolieran- Y aún siento cariño por ti, pero te engañaría si te dijera que todavía es amor.
En ese momento se preguntaba si lo había sido alguna vez. Si realmente había amado a Neal o tan sólo había revestido la amistad y el cariño que sentía por él con esa palabra, porque sabía que era lo que su pareja deseaba oír. A pesar de todo, no deseaba que Neal acabara pensando que únicamente habían sido amigos con derecho a roce. Porque habían sido mucho más.
- ¿Por qué, Harry? -apenas susurró Neal, tomando posando su mano sobre la del moreno y apretándola con más fuerza sobre su mejilla.
Había tanto dolor en el fondo de esos ojos castaños que Harry se sintió despreciable.
- Lo siento. -fue lo único que fue capaz de decir.
Después de todo había compartido dos años de su vida con él. Una relación en la que era justo reconocer que Neal siempre había puesto mucho más que él. Harry sintió que le abrazaba y le devolvió el abrazo, tratando de gestualizar su disculpa, de expresar lo que no era capaz de decirle con palabras, porque fuera cual fuera las que pronunciara, herirían.
- Te mereces a alguien que pueda darte más que yo. -susurró.
La cabeza sobre su hombro negó con rotundidad. ¡Merlín! Hubiera deseado una buena pelea en lugar de ese sentimiento de culpabilidad, de tenerle entre sus brazos reclamándole un amor que ya no podía darle. Podría haber intentado explicarle que lo poco que había habido entre Malfoy y él había sido un simple restriegue de necesidades. Que no existía ninguna relación, y que tampoco estaba muy seguro de que pudiera existir. Que sus sentimientos eran un amasijo de emociones que tan sólo le llevaban a más confusión. Aunque, al mismo tiempo, también hubiera tenido que confesarle que desde hacia semanas su pensamiento estaba en Draco y sólo en él.
Neal levantó el rostro para mirarle.
- Supongo que esto es un adiós. -dijo con voz apagada.
- Todavía falta mucho para el final de la temporada. -respondió Harry- Seguiremos viéndonos, podemos...
- ... ¿seguir siendo amigos? -preguntó Neal, ahora en tono sarcástico- No, Harry. No pretendas que sea sólo tu amigo.
Harry negó con la cabeza.
- No puedo ofrecerte nada más. -dijo.
Neal le miró con tristeza y asintió lentamente.
- Eso parece. -y añadió- Creo que trataré de que el club rescinda mi contrato.
Deshizo bruscamente el abrazo, recogió su bolsa de deporte y cuando estaba a punto de empujar la puerta del vestuario dirigió una mirada cargada de desencanto al joven que seguía de pie junto a su taquilla, despidiéndole con otra mirada, una cargada de culpa.
- Espero que él sí sea lo que buscas, Harry. -dijo tras unos segundos de vacilación.
Cuando la puerta se cerró, Harry se sintió miserable. Sobre todo porque Neal había solucionado una situación que él no había encontrado todavía el valor de afrontar.
Acabó de recoger su propio equipo y abandonó el vestuario para aparecerse en su casa, intentando todavía controlar sus emociones.
- ¿Estás listo, Malfoy? -preguntó tan pronto entró en el salón en un tono más seco del habitual últimamente entre ellos.
Draco levantó la cabeza del libro de cocina que estaba hojeando, sorprendido. Supuso que algo andaba mal porque Harry ya no utilizaba su apellido desde que parecía que su relación había entrado en un nuevo plano, tras la confesión de sus respectivos pasados semanas antes.
- ¿Mal partido? -aventuró.
- Perdimos. -fue la escueta respuesta- ¿Has hecho el pastel?
Sin darle tiempo a responder el moreno salió en dirección a la cocina. Draco suspiró mientras se ponía el guante que había dejado sobre la mesa y le siguió.
- ¿Estás seguro de que es buena idea que yo también vaya? -preguntó con la esperanza de que la respuesta fuera no- Harry, todavía está caliente, vas a cargártelo -advirtió ante los bruscos gestos del moreno, intentando colocar el pastel en una fiambrera que acababa de agrandar convenientemente- No la cierres, te he dicho que está caliente.
- No estoy precisamente de humor para una reunión de Weasleys. -confesó por fin Harry, sin mirarle.
E hizo caso omiso de la mirada enojada de Draco por haber estado a punto de destrozar su obra de arte culinaria.
- Pero se supone que tenemos que construir una coartada lo suficientemente creíble. Los Weasleys serán una buena prueba de cuán buena pueda llegar a ser.
Draco apretó los labios, reprimiendo las ganas de decirle lo que pensaba de la idea de verse rodeado de malditos pelirrojos durante toda la tarde. Pero su intuición le decía que en ese momento no era muy buena idea llevarle la contraria a Harry.
- Como quieras. -concedió, mientras seguía al moreno otra vez al salón para trasladarse a La Madriguera a través de la red floo- ¿Qué se supone que celebramos?
- No hace falta un motivo para celebrar una merienda en casa de los Weasley. -aclaró Harry con cansancio- Son como la familia que nunca he tenido, Malfoy. Así que te agradeceré que controles cualquier tentación de dejar escapar comentarios inoportunos.
Draco frunció el ceño. Definitivamente algo iba mal con el Potter.
Cuando salieron de la chimenea de los Weasley, el pequeño salón-comedor era un hervidero.
- ¡Harry! -saludó inmediatamente la Sra. Weasley, abriéndose paso hasta él para abrazarle- Me alegro de verte, cariño.
Harry se dejó estrujar entre los brazos de la pequeña pero enérgica mujer, sintiéndose por unos instantes reconfortado por la calurosa bienvenida. Molly Weasley tenía el don de lograr hacerle sentir bien.
- He traído a un amigo. -dijo buscando a Draco detrás de él- Philippe.
- Cualquier amigo tuyo siempre será bienvenido. -respondió la Sra. Weasley con una cálida sonrisa.
- Señora. -saludó Draco, con una leve inclinación de cabeza.
Pero para su sorpresa se vio inesperadamente aplastado entre los fuertes brazos de la matriarca Weasley. Por primera vez aquel día, Harry estuvo apunto de esbozar una sonrisa ante la cara de apuro de Draco.
- ¿Dónde está Neal? -preguntó la Sra. Weasley, buscándole entre el mar de cabelleras pelirrojas.
- No ha venido. -respondió Harry con cierta incomodidad -En realidad no volverá, Molly.
- Oh, cariño. Lo siento. -dijo ella acariciando su mejilla con ternura- ¿Habéis tenido una pelea?
- Hemos roto. Eso es todo. -dijo Harry intentando aparentar indiferencia.
Así que eso era, pensó Draco. Por fin salía a la luz el motivo del mal humor de Potter. Éste desvió la mirada cuando sintió la del fingido francés en la suya.
- ¡Harry! ¡Harry! -Ron se desgañitaba desde la otra punta de la estancia- Un mal día, ¿eh? -dijo dándole unos golpecitos a modo de consuelo cuando por fin el moreno logró llegar hasta él- ¿Cómo diablos habéis podido perder contra esos ineptos?
Harry se encogió de hombros. Haber perdido el partido no era lo que más le molestaba en ese momento. Ajeno al incesante parloteo de su amigo, contemplaba a Draco que tenía una soslayada expresión de desesperación en el rostro, completamente perdido en medio de un salón repleto de miembros de una de las familias de magos que, según Harry podía recordar, había menospreciado la mayor parte de su vida. Vio con cierto nerviosismo como Arthur Weasley se acercaba a él con la sombra de la duda en su rostro.
- ¿Y tú eres...? -preguntó.
- Philippe Masson, señor.
- Es amigo de Harry -le aclaró su mujer, que llegaba en ese momento con dos bandejas, sorteando hijos y nueras, intentando alcanzar la mesa e hizo un sutil gesto de "ya te contaré" a su marido- Francés, ¿verdad querido?
- ¡Estupendo! -exclamó el Sr. Weasley con entusiasmo- Entonces tienes que conocer a mi nuera. ¡Fleur! -gritó a todo pulmón para hacerse oír sobre el griterío de su numerosa familia- ¡Fleur, un compatriota!
Y arrastró a un apabullado Draco tras él en busca de su nuera.
- Supongo que Neal es historia...
Harry salió de su ensimismamiento para mirar a Ron, que sonreía con malicia, con la vista fija en Draco, mientras era literalmente arrastrado por su padre en busca de su cuñada.
- Lo hemos dejado esta mañana. -dijo en tono de advertencia- Así que no saques conclusiones precipitadas. No estoy de humor.
A pesar de todo, la bulliciosa familia consiguió que Harry olvidara por unas horas sus sentimientos y se sumergiera en la vorágine Weasley. Además, ver los intentos de Draco por sobrevivir a tan arrolladora experiencia no tenía precio. Sin embargo, tuvo que reconocer que el clasista rubio se estaba defendiendo bastante bien. Arthur Weasley, contento por la ocasión que se brindaba para que Fleur tuviera con quien conversar sobre su tierra, los había sentado juntos y Draco parecía estar disfrutando de la velada. Los dos se pasaron la mayor parte de la merienda conversando en francés ante la impotencia de Bill Weasley, marido de Fleur, que apenas lo chapurraba y se desquitaba haciendo mimos y carantoñas a su hija de dos años, rubia y hermosamente angelical como su madre. La satisfacción de Fleur era patente, feliz de haber encontrado a alguien que parecía compartir discretamente la idea de que aquella familia a veces podía ser demasiado "agotadora". Sentada junto a Harry se hallaba Hermione, que no cesaba de intentar que su amigo desahogara sus sentimientos con respecto a su reciente ruptura, no logrando otra cosa que poner a prueba el límite de paciencia del moreno, ante la divertida mirada de su marido, Ron. Charlie Weasley, sentado frente a ellos, contaba sus últimas aventuras con los dragones a su nueva conquista, una morena despampanante que le escuchaba embelesada, y que a decir de su hermana menor Ginny, que era quien le llevaba las cuentas, era la número seis de la lista de ligues de su hermano ese año. Percy, integrado otra vez en la familia para regocijo de la mayor parte de sus miembros, -George y Fred tenían mucho que decir al respecto, aunque jamás delante de su madre- compartía seriedad y silencio con su mujer Penélope y su bebé de ocho meses, dormido en el regazo de su madre, como si aquel jaleo no fuera con ellos y vivieran a pesar de todo en un mundo aparte. Fred y Angelina, formaban la pareja más extravagante de la familia. Hasta el momento nadie había podido entender muy bien como la irascible joven podía congeniar con el carácter extrovertido y algo errático del bromista gemelo. Sin embargo, ahí estaban e iba ya para tres años. George y Ginny eran los únicos que parecían no decidirse a tomar una decisión definitiva en el terreno sentimental y se habían sentado juntos, pasándoselo en grande mientras se metían con el resto de la familia. Desde la cabecera de la mesa Arthur y Molly Weasley contemplaban complacidos a su prolífica familia, de la que Harry siempre había sido un miembro más, y al que el matrimonio consideraba como un hijo.
La tarde estaba siendo más agradable de lo que Harry esperaba. Hasta que se le ocurrió hojear el ejemplar de ese día de El Profeta, que el Sr. Weasley no fue lo suficientemente hábil en hacer desaparecer cuando se dio cuenta de que el joven iba a echarle un vistazo. El rostro de Harry fue cambiando de color a medida que sus ojos se deslizaban por el pergamino, hasta alcanzar un rojo rabioso, a tono con la mayoría de las cabelleras de los presentes. Alzó los ojos para contemplar unos cuantos pares de ellos fijos en él y esperando, tal vez algo inquietos, su reacción. Definitivamente era la guinda que iba a cerrar uno de sus peores días en mucho tiempo.
- ¿Por qué nadie me dijo nada? -preguntó con reproche, devolviendo la mirada a todas las que en ese momento estaban pendientes de él.
- Harry, cariño, no debes hacer caso de toda esa palabrería. -dijo la Sra. Weasley, intentando restarle importancia.
- Fudge solo está intentando forzarte a una decisión, Harry. -intervino su marido- No pierdas el tiempo ni en considerarlo.
Discretamente, Draco llegó a su lado y le arrebató el ejemplar de las manos, para comprobar por sí mismo qué era lo que estaba causando tanta conmoción.
DECEPCIONANTE ACTITUD DEL HÉREO DEL MUNDO MÁGICO
Según palabras del Ministro de Magia, Cornelius Fudge, todo intento del Minsterio por conseguir la colaboración de Harry Potter para detener la oleada de crímenes perpetrados por el peligroso mortífago Draco Malfoy, hijo de uno de los históricos seguidores del Señor Oscuro, Lucius Malfoy, ha sido infructuoso.
A pesar de los certeros ataques que los escasos pero igualmente sanguinarios seguidores de Aquel que Jamás Volverá a Ser Nombrado perpetran cada vez con más frecuencia, y de los espeluznantes crímenes que cada aparición de Draco Malfoy deja tras de sí, el Sr. Potter parece poco predispuesto en ocupar su tiempo en otra cosa que no sea el Quidditch.
Fuentes cercanas al Ministerio han confirmado a este periodista el escaso interés del héroe del mundo mágico en una lucha que parece ser ya no considera como suya. Si bien es cierto que reconocen que el Sr. Potter no tiene ninguna obligación para con el Ministerio, -ya se ocupó de rechazar en su momento cualquier vinculación con el mismo-, tampoco se esperaba esta postura de total indiferencia por su parte.
Sin lugar a dudas, tenemos mucho que agradecer al Sr. Potter. La comunidad mágica no podrá olvidar jamás el importante servicio prestado con la derrota del Señor Oscuro. Sin embargo, esta decepcionante actitud ha tomado por sorpresa, no tan sólo al Ministerio, sino a más de un ciudadano que empieza a preguntarse por qué Harry Potter considera más importante atrapar una snitch durante un partido que ayudar a atrapar a un mortífago que está segando las vidas de sus congéneres.
Desde El Profeta queremos sumarnos a las voces cada vez más numerosas que se alzan para intentar despertar otra vez la conciencia del héroe del mundo mágico.
Draco contempló el rostro de Harry, serio y abstraído. Apretaba con fuerza las mandíbulas, intentando contener la ira que sin lugar a dudas en esos momentos le carcomía. Pero había algo más. Dolor. Profundo y palpitante. Destellaba en sus ojos, cargados de furia y tristeza al mismo tiempo. Se le veía herido, trastornado por encontrarse nuevamente juzgado y acusado. Y precisamente de indiferencia; la misma que los que le habían alzado en el pedestal después, sintieron por él cuando más les había necesitado; cuando precisó que le apoyaran y nadie le creyó; cuando a través de esas mismas páginas fue objeto de burla y escarnio por parte de todos los que ahora le reclamaban.
─ Harry... -la voz de Hermione sonó con dulzura a su lado- ... no le des más vueltas. Nadie puede obligarte. Es trabajo de los aurores del Ministerio, no tuyo.
─ Es verdad, Harry. -dijo Ginny apoyando una mano en su hombro- No nos vayas a dejar sin trabajo... -bromeó con una sonrisa, en un vano esfuerzo por conseguir sacar a su amigo del ensimismamiento en el que se había sumido.
─ Fudge es un miserable. -sentenció Fred.
─ Sólo está intentando salvar su culo. -le secundó George.
─ Nuevamente. -terminó Fred, acompañado del firme asentimiento de su mujer.
─ ¿Por qué siempre tiene que ser un Malfoy el que venga a fastidiar las cosas? - masculló Ron, descargando su puño en la mesa.
En ese momento Harry pareció reaccionar e inconscientemente miró hacia Draco.
─ Harry, -dijo el Sr. Weasley, pasando un brazo por encima de los hombros del joven - no hace falta que te recuerde que cuentas con nuestro apoyo, ¿verdad hijo?
─ ¡Por supuesto! -dijo Charlie alegremente- Sólo hazme saber si necesitas un dragón para calentar el culo de esos idiotas y te lo mando a vuelta de lechuza.
Harry por fin sonrió y un corro de carcajadas acabó de romper la tensión de los últimos minutos.
─ Me lo pensaré, Charlie. -dijo intentando imprimir un tono despreocupado a su voz. -Ten alguno preparado por sí acaso.
Durante la siguiente media hora Draco contempló como Harry era arropado y consolado por los bulliciosos Weasley que cerraban filas a su alrededor, como lo harían con cualquier otro miembro de la familia en problemas. Debía ser reconfortante saberse querido y apoyado incondicionalmente por personas dispuestas a defenderte contra viento y marea. Parecía que los malditos pelirrojos sabían cómo hacer sentir bien a alguien cuando lo necesitaba.
Regresaron a casa después de cenar, cosa en la que la Sra. Weasley se empeñó sin aceptar sus excusas. Harry tenía pocas ganas de hablar y Draco pocas ganas de incitarle a hacerlo y de oír, tal vez, algún reproche concerniente al asunto del que él sospechaba era culpable. Ambos se retiraron a sus respectivas habitaciones pronunciando apenas un taciturno buenas noches.
A la mañana siguiente Draco esperó alguna recriminación, algún comentario por parte de Harry que le hiciera saber lo que sentía con respecto a la ruptura con Neal y todo el asunto suscitado por el Ministerio. Pero no llegó. Al parecer el ex Gryffindor había decidido guardar para sí mismo sus sentimientos sobre los últimos acontecimientos que estaban sacudiendo su vida.
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Harry sospechaba que la sacudida no había hecho más que empezar. Nada dijo sobre los artículos que estuvieron apareciendo en El Profeta durante toda la semana, que seguían atacando su falta de colaboración. Ni tampoco sobre la fría reacción del público cuando atrapó la snitch en el partido del siguiente sábado, que a falta de un partido ya les convertía en campeones de invierno. Evitó hacer comentario alguno sobre los howlers que desde hacía días llegaban al estadio, reprochándole su actitud, y de las decenas de lechuzas con mensajes poco halagüeños hacia su persona. Draco sólo sabía lo que podía leer las páginas de El Profeta, que parecía haberse erigido en el guardián de la moral de aquel héroe descarriado al que había que volver a encauzar cuanto antes por el camino correcto.
Cuando el domingo por la mañana el buscador se apareció en la cocina, sobre poco más de las nueve, Draco le miró con verdadera sorpresa.
─ ¿No tenías partido hoy?
─ Berton me ha sustituido. -Draco tan solo alzó una ceja, sin poder ocultar su perplejidad- Para preservar mi integridad física, según dijo. -añadió Harry en tono jocoso.
─ ¿Tan mal anda la cosa? -preguntó el rubio con cierta inquietud.
Harry suspiró y se sentó con semblante molesto. Una nueva aparición del rubio mortífago doble de Draco, aunque esta vez sólo había causado heridos, no había sido de mucha ayuda.
─ De todas formas es el último partido antes de las vacaciones de Navidad -respondió deseando quitarle importancia- Espero que después de fiestas todo se haya calmado un poco.
Draco le miró en silencio. Harry se veía abatido, más hundido de lo que en realidad quería dejar entrever. Y estaba seguro de que su presencia no ayudaba en nada a levantarle la moral.
─ Entenderé que quieras que me marche. -tanteó- Estoy seguro de que Severus podrá solucionarlo.
Harry le miró con expresión ceñuda, un mudo reproche en el fondo de sus ojos.
─ Nadie ha dicho que tengas que irte.
─ Pero ayudaría, ¿no es cierto? -insistió el rubio.
─ ¡Cállate, Malfoy! Ya he tenido suficiente autocompasión con Berton esta mañana.
Draco apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea en su rostro, mientras observaba como Harry tomaba aire e intentaba tranquilizarse.
─ Tal vez... -empezó todavía con los ojos cerrados, como si hablara para sí mismo- ... tal vez... debería echarles una mano.
─ ¡No lo estarás considerando en serio! -exclamó Draco, estudiando con atención el rostro del moreno.
─ No me dejarán vivir hasta que lo haga. -respondió Harry con cansancio.
Permaneció unos momentos en silencio, mirando fijamente la mesa.
─ Además, atrapar a ese mal nacido acabaría también con tu problema, ¿no es cierto?
─ No tienes que hacerlo por mí. -Draco endureciendo su tono de voz- Puedo resolver mis propios problemas. Además, ese tipo es peligroso.
─ No más que Voldemort.
─ Hace más de tres años que no entrenas en serio, Harry. Lo que hemos hecho en el sótano era sólo un entretenimiento para ti. No estás preparado.
Harry soltó una pequeña carcajada teñida de un ácido resquemor.
─ ¿Crees que cuando me enfrenté a Voldemort lo estaba?
Draco no discernió en qué momento los ojos de Harry se habían convertido en dos cristales de hielo verde
─ De todas formas, estoy seguro de que el Ministerio pondría los medios necesarios para solucionar ese pequeño inconveniene. Tiene aurores suficientes como para que pueda machacar a unos cuantos. -añadió con una sonrisa burlona y los verdosos témpanos parecieron derretirse en ese momento.
Draco emitió un bufido de enojo e impotencia. Iba a hacerlo. Podía leerlo en sus ojos. El muy estúpido iba a dejarse convencer.
─ ¿Puedo hacerte cambiar de opinión? -preguntó, en tono filoso, acerando su mirada.
─ Sólo lo estoy considerando. -puntualizó Harry en el mismo tono. Para después añadir- Quiero recuperar mi vida, Draco. No voy a dejar que me la destrocen nuevamente.
Tal vez Harry no había pronunciado aquellas palabras con esa intención, pero a Draco le sonaron como una acusación de todo el trastorno que él había causado en su vida. El sentimiento de culpa que hacía unos días ya le rondaba acabó por apoderarse completamente del rubio. Sin embargo, su mirada seguía siendo fría y distante cuando tomó del brazo a Harry y le obligó mirarle.
─ ¿Recuperar tu vida? -arrastró sus palabras con deliberada lentitud- Con un poco de suerte lo único que se recuperará es el prestigio de Fudge y seguramente lo que harás con tu vida es hundirla.
Y no quiero que la hundas junto a la mía, fue el último hilo de pensamiento que no fue expresado en voz alta. Harry le miró impasible. Sólo en el fondo de sus ojos se podía entrever la lucha que se libraba tras la máscara que se había instalado en su rostro. Draco estaba sorprendido por aquella cualidad hasta ahora desconocida en el ex Gryffindor. Y tal vez fue esa misma sorpresa la que dejó marchar a Harry escaleras arriba, en dirección a su habitación, sin objetar nada más.
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Harry decidió mantener en silencio la decisión que ya había tomado. Sabía que sus amigos pondrían el grito en el cielo. Especialmente Remus, que solía ser como el Pepito Grillo del cuento muggle, y taladraría su conciencia sin piedad, con aquella voz tranquila y suave que frenaba sus prontos, haciéndole reflexionar hasta hacerle cambiar de opinión sin que ni él mismo se diera cuenta. Era el único que tenía verdadera ascendencia sobre él como para poder hacerlo. Aquella situación le estaba hiriendo más de lo que estaba dispuesto a aceptar. Se dijo que con todo lo que llevaba a sus espaldas ya tendría que estar acostumbrado al reclamo popular. Sin embargo, no estaba dispuesto a que deshicieran una vida que tanto le había costado reflotar. Ahora había sido la decisión del entrenador de retirarle de un partido. Aunque en realidad sabía que la decisión no provenía de Berton, a quien sólo le interesaba ganar partidos y se había mostrado más que molesto de tener que hacerlo. Se preguntaba cuánto tardarían en sacarle definitivamente del equipo. Además, había otro detalle que no había mencionado a nadie: hacía dos días que había recibido una lechuza del Comité de Competición comunicándole su salida de la selección inglesa hasta que, según ellos, las aguas volvieran a su cauce. Por último y no por ello menos importante, estaba Draco. Definitivamente el rubio ex Slytherin había logrado remover los cimientos de su vida y como no, convertirla en un caos. No obstante, también esperaba poder solucionar ese tema con una pequeña ayuda del Ministerio. Sonrió para sus adentros. La inesperada sorpresa que preparaba para el gélido Draco Malfoy, esperaba que fuera lo suficientemente contundente como para noquearle definitivamente. A poder ser, el día de Navidad.
Continuará...
