CAPITULO IX
Regalos de Navidad
La mañana de Navidad se levantaron temprano. Harry parecía tan excitado como un niño de cinco años, ansioso por abrir los regalos que le hubiera dejado Santa Claus bajo el árbol. Aunque con cinco años Harry jamás había tenido regalos. Ni con cuatro o seis, ni diez... El moreno había irrumpido como un vendaval en la habitación de Draco y le había sacado de la cama sin hacer el más mínimo caso a sus protestas.
- Harry, ¡son las ocho de la mañana! -se había quejado el rubio incapaz de entender tanto entusiasmo- Dentro de un par de horas el mundo todavía estará ahí.
- Oh, vamos, no seas aguafiestas ¡Hoy es Navidad!
A pesar de todo, Draco se había levantado y había a Harry seguido escaleras abajo hasta el salón, atando su bata con gesto elegante, mientras a su mente acudían los recuerdos de otras Navidades. Se dio cuenta de que no las iba a echar de menos. En esas fechas Malfoy Manor solía estar llena de gente. Y pocos de los que gozaban de la hospitalidad de los Malfoy en ocasión tan señalada, le caían bien. Aunque solía recibir un montón de regalos de todas esas personas. Recordaba perfectamente las serias amonestaciones de su madre por no querer compartir juegos con los hijos de sus invitados. Tenía que reconocer que en esa época era un ser básicamente egoísta y prefería encerrarse en su habitación y jugar solo, a perder su tiempo con niños que consideraba no estaban a su altura. Aunque eso sí, siempre les rechazó con elegancia. Nadie podría echarle en cara lo contrario.
Recordó también, que uno de los regalos que más ilusión le había hecho a sus ocho años, fue un patinete mágico con el que se deslizó durante días por toda la mansión, logrando que los elfos domésticos huyeran despavoridos en cuanto le veían acercarse, volando como una flecha a pocos centímetros del suelo por los interminables pasillos de su hogar. El juego consistía en ver a cuántos de esos pobres seres lograba llevarse por delante, antes de que alguno de sus progenitores le atrapara en el intento. Disfrutó como un salvaje hasta una mañana que, en lugar de un pobre elfo, fue uno de los jarrones chinos de su madre el que voló por los aires. Ni que decir tiene que el patín fue inmediatamente confiscado y él había recibido un severo castigo. El patinete había sido un regalo de su tía Bellatrix. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces.
Al entrar en el salón, donde a pesar de su reticencia había tenido que ayudar a colocar y adornar el gran árbol de Navidad que ahora lo presidía, Draco tuvo que admitir su sorpresa al ver la cantidad de paquetes que había bajo el abeto. Por lo visto, a pesar de no tener familia, Potter tenía un montón de amigos. El rubio no pudo por menos que esbozar una sonrisa al contemplar como los ojos del dueño de la casa se iluminaban cada vez que leía la tarjeta que acompañaba a cada presente. Tenía que reconocer que Harry estaba de mucho mejor humor de unos días a esa parte y aunque el moreno evitaba la cuestión, Draco estaba seguro de que tenía mucho que ver con que El Profeta hubiera dejado de hostigarle. Esperaba que el maldito Fudge hubiera decidido dejarle definitivamente en paz. Todavía recordaba la expresión dolorida y trastornada de Harry ese día en La Madriguera. Estrangularía al Ministro con sus propias manos si volvía a causarle la aflicción que vio en sus hermosos ojos aquella tarde.
- No te sientes tan cómodamente. -oyó que decía el moreno haciéndole apresurados gestos con su mano para que se acercara- Creo que también hay algo para ti.
Draco alzó una ceja, extrañado. Se había sentado en uno de los sillones frente al árbol, dispuesto a disfrutar del espectáculo que era el moreno rasgando papeles y soltando entusiásticos comentarios cada vez que descubría el contenido de un nuevo paquete.
- Oh, vamos Draco. No te hagas de rogar. -apremió, separando tres regalos que venían a nombre de Philippe Masson.
Draco se arrodilló junto al exaltado moreno, rodeado ahora de papeles de colores que había ido desparramando alegremente a su alrededor. Desenvolvió el primero, que venía de parte de Ron y Hermione Weasley: un libro de cocina francesa.
- ¡Vaya! -exclamó Harry al ver que el rubio se había quedado sin palabras- Ahora sí voy a tener problemas para mantenerme en mi peso.
Draco permaneció en silencio, intentando asimilar el hecho de haber recibido un regalo de un Weasley y de Granger. Impensable. Harry puso sin perder tiempo el siguiente paquete en su regazo, impaciente por ver su reacción.
- Estoy seguro de que sé lo que es. -aseguró señalando la tarjeta del remitente.
- Entonces dímelo y no hará falta que lo abra. -dijo Draco muy serio, leyéndola con algo de aprensión- Pasemos al siguiente.
Harry se le quedó mirando por unos segundos, como si quisiera cerciorarse de que sólo bromeaba. Con Malfoy nunca se sabía... La ceja alzada en un gesto algo sarcástico le confirmó que efectivamente se estaba burlando de él. Del envoltorio salió un precioso jersey de lana verde con los puños y cuello blancos, al igual que la P que adornaba el centro.
- La Navidad no sería Navidad sin un jersey de la Sra. Weasley. -le informó Harry divertido al ver la cara de Draco.
Dos regalos procedentes de la familia Weasley en un mismo día eran más de lo que un Malfoy era capaz de digerir. El tercer regalo era de su padrino: una hermosa daga en cuya empuñadura estaban gravadas sus iniciales. Según la nota que la acompañaba, las letras DM se transformaban en PM en presencia de ojos ajenos. Como pronto pudo Draco descubrir, no sin cierto sobresalto, no era la única característica que el objeto poseía. Snape había encantado la daga pensando en su maltrecha mano. Sólo con insinuar el gesto de cogerla, la daga volaba a su mano y se pegaba a ella sin necesidad de tener que cerrar sus dedos alrededor de la empuñadua. Harry observó el regalo con expresión ceñuda. No le gustaban las armas. Aunque en el fondo sabía que Snape solamente trataba de proteger a su ahijado de cuantas formas pudiera, aquel era un regalo demasiado Slytherin para su gusto.
- ¿Desayunamos? -preguntó Draco al fin, ansioso por librarse de la vigilante mirada del moreno, que parecía haber estado analizando concienzudamente cada una de sus reacciones. O la falta de ellas.
- Todavía falta un regalo. -anunció, sin embargo, Harry con un deje de nerviosismo en su voz, mientras apartaba a toda prisa los papeles que habían ido cubriendo un hermoso arcón envuelto en un gran lazo verde y plateado.
Por unos segundos Draco sintió que el aire se escapaba de sus pulmones y no volvía, aferrándose inconscientemente al libro de cocina que todavía tenía en el regazo. Lo había reconocido inmediatamente. Miró a Harry con una mezcla de incredulidad y emoción. A su vez, Harry fue testigo de cómo se desmoronaban los últimos vestigios del altanero orgullo Malfoy, deshaciéndose en pedacitos al pie del árbol navideño.
- ¿No vas a abrirlo? -preguntó casi en un susurro, temiendo romper el momento mágico de ver a Draco Malfoy conscientemente vulnerable, con los ojos vidriosos, sin fuerzas para ocultarse bajo su capa de autosuficiencia.
Draco gateó hasta el arcón e intentó deshacer el lazo sin que sus temblorosas manos atinaran demasiado en conseguirlo. La derecha, con la tercera funda en su dedo corazón, era de poca ayuda. Así que al final dejó que Harry lo hiciera por él. Después acarició la trabajada tapa, sin atreverse todavía a abrirla.
- ¿Cómo lo has conseguido? -preguntó con voz trémula, sin dejar de acariciar la superficie del arcón.
- Tengo mis influencias en el Ministerio. -respondió Harry con una sonrisa.
- ¿Tantas? -Draco frunció el ceño, dirigiéndole una mirada inquisidora- ¿Qué les has prometido a cambio?
Harry volvió a sonreír, pero obvió la pregunta.
- Soy el heredero de todo el patrimonio de mi padrino, Sirius Black .-explicó- Y aunque sea de forma indirecta, el único con algo de fuerza moral para reclamar las pertenencias de otro Black, como era tu madre.
Por supuesto no le mencionó el hecho de que le habían dado toda clase de facilidades una vez hubo prometido a Fudge cierta colaboración.
Harry notó que los ojos de Draco estaban a punto de hacer agua y apoyó la mano en su hombro, en un gesto de ánimo.
- Ábrelo. -pidió.
Draco por fin alzó la elaborada tapa con mano insegura, para descubrir algunos de los objetos que habían formado parte de la vida de su madre y por extensión de la suya propia. Después fue sacándolos uno a uno con la ayuda de Harry, dejando que los recuerdos le inundaran: un álbum de fotografías de Narcisa, anterior a su matrimonio, al final del cual había algunas fotos sueltas de su madre con él en brazos cuando no debía tener más de tres o cuatro meses; un juego de cepillo y espejo de plata, rematados con finos gravados y con cuyo cepillo su madre le había peinado en innumerables ocasiones cuando niño, porque le encantaba subirse al taburete de su tocador y hacerse la ilusión de que era tan alto como su padre; un fino pañuelo de seda con sus iniciales que Draco se acercó al rostro, creyendo percibir todavía su perfume; varias cajitas de marfil y de nácar, ahora vacías; abanicos; unos delicados guantes de piel; y varios objetos más hasta llegar a una caja de madera labrada en el fondo del arcón que, a pesar de sus esfuerzos, ninguno de los dos pudo abrir. Hacia mucho tiempo que Draco no pensaba en su madre. Era uno de aquellos recuerdos dolorosos que intentaba enterrar en lo más profundo de su corazón, porque hacía daño. Mucho todavía.
- Me temo que sus joyas han sufrido un extraño extravío. -dijo Harry sosteniendo una de las cajitas de nácar en sus manos- Aunque me aseguraron que no fueron subastadas, nadie supo darme ninguna explicación cuando las reclamé.
- Supongo que la mujer de más de uno de esos imbéciles del Ministerio debe andar pavoneándose con ellas. -mustió Draco con rabia.
- Lo más probable. -admitió Harry- Pero no dejes que eso te quite el sueño, Draco.
El rubio alzó los ojos y Harry pudo ver como la tormenta que unos segundos antes se había desatado en el fondo del mar gris de su mirada se diluía poco a poco, para hundirse en una tristeza irremediable. Tanto Malfoy Manor como cuanto había en ella había salido a subasta pocas semanas después de la desaparición de sus propietarios. También sus otras fincas habían sido confiscadas al igual que todas las cámaras de la familia en Gringotts. El Ministerio había encontrado una fuente de financiación inesperada. Sin embargo, y a pesar de que todas las demás propiedades se habían vendido con facilidad, nadie había querido comprar la mansión de los Malfoy, quedando finalmente en manos del Ministerio.
- No me han dejado nada, Harry. Ni el honor de mi apellido. -suspiró Draco con aflicción- Lo he perdido todo. -titubeó unos instantes para después abandonar su mirada en la que le observaba con calidez- Me temo que ni siquiera podré devolverte todo lo que has hecho por mí... esto. -acabó señalando el arcón con un gesto lánguido.
- Déjalo atrás. -la voz de Harry tenía ahora un matiz nuevo, igual de cadencioso pero más profundo y Draco sintió un pequeño estremecimiento al percibirle tan cerca. Su corazón casi se detuvo cuando las manos de Harry se posaron sobre sus hombros, empujándole suavemente hasta casi sentir el pecho del moreno contra su espalda- No es fácil, pero el tiempo ayuda a seguir adelante. Sé de lo que hablo.
Se hizo el silencio entre ellos. Draco podía sentir el tibio aliento de Harry rozando su oreja. Adivinar la calidez de su cuerpo contra el suyo, apenas rozándole. Se sumió en un torbellino de emociones difíciles de explicar para alguien acostumbrado a actuar siempre con raciocinio, aparcando cualquier sentimiento que pudiera desviarle del objetivo que su mente le marcara. Su temperamento frío y calculador tambaleaba ahora al borde de un precipicio del que no podía ver el fondo y temía dejarse arrastrar por la tentación de caer en él, abandonando cuanto le había sido enseñado e inculcado desde que tenía memoria.
- Sólo hay algo que pueda darte, a cambio del mejor regalo que he recibido en toda mi vida -dijo al fin, cerrando los ojos con fuerza, como si de este modo pudiera afrontar sus palabras con mayor entereza- Siempre que tú quieras aceptarlo.
Cuando volvió a abrirlos, dejó que un breve retazo de ironía cruzara su mirada durante apenas unos segundos. Porque era irónico que él dijera lo que iba a decir, nadie podría negarlo. No obstante, decidió que había llegado el momento de tirarse por ese precipicio y esperar que hubiera alguien en el fondo esperando para recogerle y evitar que su autoestima se hiciera añicos contra el suelo.
- Sólo puedo darte a Draco Malfoy. -susurró con el último vestigio de aplomo, sin mirarle, sintiendo que el nudo de su estómago se estreñía con más fuerza a cada segundo que pasaba en espera de la respuesta.
El corazón de Harry casi se detuvo al escuchar esas palabras. Tragó con fuerza y dejó transcurrir unos segundos, hasta estar seguro de que su voz saldría con toda la enteraza que la ocasión requería.
- Es más de lo que podría pedir. - susurró al fin, en el mismo tono profundo de antes.
Draco no pudo evitar un leve temblor cuando sintió la mano posarse suavemente en su mejilla y volver lentamente su rostro para después recibir aquel beso con el que tantas veces había soñado. El beso que sólo Harry podía darle. El que había repetido en su mente en infinidad de ocasiones, después de haber sorprendido la intimidad de ese gesto meses atrás, con otro que no era él. Sintió que esos labios le pertenecían y que ya no iba a permitir que nadie se los arrebatara. Como no podía ser de otra forma, porque la entrega del beso que recibía decía que eran suyos, solo para él. Sintió los brazos de Harry rodearle al tiempo que sus labios abandonaban los suyos y empezaban a marcar un camino de pequeños y húmedos besos por su garganta. Notó las manos del moreno deshaciendo ágilmente el cinturón de su bata y buscar su piel bajo el pijama. Draco se estremeció al sentirlas deslizarse por su estómago y de pronto entró en pánico. Aquello no iba a ser el revolcón único e intempestivo de meses atrás, producto de un subidón de libido que necesitaba ser desahogada después de tres años en dique seco.
Ya había deslizado la camisa del pijama por sus brazos, cuando Harry pareció presentir su nerviosismo y le empujó con suavidad, tumbándole sobre la alfombra y tras ponerse a horcajadas sobre su cuerpo, aprisionó las estrechas caderas de Draco entre sus piernas, mientras se deshacía de su propia bata y de la parte superior de su pijama.
- Sólo déjate llevar. -susurró.
Harry admiró el torso níveo, tal vez algo delgado todavía, aunque las costillas ya no se marcaban. Acarició el pecho lampiño, sintiendo la suavidad de la piel bajo sus manos, la trémula respiración que lo agitaba, para reseguir después con sus dedos la línea que bajaba hacia el estómago, siguiendo por el vientre plano, casi hundido, hasta llegar a la cinturilla del pantalón del pijama, cuya fina tela dejaba adivinar una creciente excitación. Se apartó un poco para poder deslizarlo lentamente por las piernas del rubio, dejando al descubierto su nada despreciable masculinidad. Permitió que Draco deslizara también el suyo para después tenderse ansiosamente sobre su cuerpo y devorar otra vez su boca.
Draco sentía que sus sentidos estallaban con cada caricia, cada roce de las manos, los labios, la lengua de Harry sobre su piel, recorriéndolo lenta y concienzudamente, reconociéndolo, desplegando sobre él tanta ternura como jamás hubiera imaginado nadie pudiera darle. Cuando volvió a sus labios, Draco sujetó su nuca dispuesto a mantenerle ahí el tiempo suficiente para poder rendir su boca como él había hecho con la suya. Después, deslizó la otra mano torpemente por su espalda, muy despacio, sintiendo su piel caliente respondiendo a su paso. Resiguió su cintura sin prisas, hasta llegar a esa nalga perfecta, firme y dura que acarició con absoluto deleite, deteniéndose sólo para saborear el pequeño estremecimiento que ello provocó sobre el cuerpo que cubría el suyo.
- ¿Cómo lo deseas? -oyó que le preguntaba Harry con voz queda a ras de oído.
- Tú mandas. -jadeó Draco dejando que siguiera en sus manos el control que hasta ese momento le había concedido.
El moreno sonrió y depositó un beso en la punta de su nariz, deslizando después sinuosamente su cuerpo a lo largo del de Draco, llegando hasta sus caderas para seguidamente empezar a devorar la erección del rubio de forma lenta y torturadora. Harry sintió los largos dedos de su compañero surcando la indomable maraña de hebras negras que era su pelo, y como después se cerraban sobre un mechón, tirando por unos segundos dolorosamente de él, para después posarse en su hombro, clavándoselos mientras dejaba escapar un fuerte gemido. Cuando las caderas de Draco empezaron a empujar frenéticas contra su boca, decidió abandonar tales caricias antes de que el juego terminara demasiado pronto para el rubio.
- Voy a prepararte. -susurró mientras le separaba las piernas con un gesto gentil- ¿Alguna vez...?
Draco negó con la cabeza sin dejarle acabar la frase.
- Suelo hacerlo yo. -jadeó al sentir las suaves caricias en el interior de sus muslos.
- Puedes hacerlo, si lo prefieres...
- No, tómame, Harry. -gimió- Lo deseo.
Ni en sus mejores sueños Harry habría imaginado a Draco entregándosele de esa forma, rendida e incondicionalmente. Sonrió y se perdió nuevamente en los labios de su amante, que le recibió con ansiedad, saboreando cada beso como si fuera el primero. Draco se fundió en la esmerada atención que dedicó el moreno a todo el proceso, llenándolo de caricias y besos que le envolvieron en un delicioso placer.
- Ha...hazlo ya, Harry. -suplicó finalmente, impaciente, estrujando en su mano con desespero un papel de los tantos esparcidos a su alrededor.
Harry sonrió y deslizó sus manos bajo las suaves nalgas para elevar un poco sus caderas y le penetró despacio, hasta conseguir introducirse en él por completo.
- ¿Todo bien? -preguntó con un leve jadeo, mientras apoyaba el peso de su cuerpo en sus antebrazos, dispuesto para empezar a moverse en cuanto el rubio recuperara el aliento
Casi inmediatamente sintió las piernas de Draco cerrarse sobre su espalda, apremiándole, urgiéndole a continuar. Harry le tomó haciéndole sentir que hasta el último poro de su piel le pertenecía. Draco se estremecía y vibraba cada vez que el moreno profundizaba su cuerpo, hundiéndose en él con movimientos acompasados y lentos, rozando ese punto mágico que el moreno alcanzaba con certera puntería, llevándose su cordura en cada embestida. Harry deslizó una de sus manos bajo la cabeza de su amante, sosteniéndola, mientras con la otra acariciaba su rostro, extasiándose en su contemplación. El rubio tenía los ojos fuertemente cerrados mientras intentaba que el aire llenara sus pulmones con la misma rapidez que las sensaciones que llenaban su cuerpo, arqueándose ligeramente cada vez que sus caderas se alzaban para seguir los movimientos de Harry en él. Su cara había perdido la palidez acostumbrada y ahora estaba sonrojada, brillante por la leve transpiración que la cubría. Su mano izquierda se sostenía con fuerza del hombro de Harry y la otra sólo reposaba sobre su espalda. Sintió como el moreno cubría su rostro de pequeños besos. Gimió complacido, buscando el hueco de su hombro para rozar su piel y embriagarse de su aroma, sin poder evitar la tentación de morderla, tal vez con demasiada pasión, a tenor del quejido que el moreno dejó escapar.
Sin embargo, el ardiente mordisco no hizo más que enardecer a Harry, que avivó el ritmo y la fuerza de sus embestidas, incapaz ya de mantener la calma con la que hasta entonces había controlado su cuerpo. Y no ayudó en mucho el que Draco, consciente de lo que había provocado, siguiera complaciéndose en mordisquear cada centímetro de piel a su alcance. Pero no fue hasta que llegó a su nuca, cuando se dio verdadera cuenta de cómo podía volverle realmente loco a Harry. Cuando pudo sentir su piel erizándose bajo su mano. Las embestidas fueron más rápidas. Draco gimió con fuerza y en un movimiento espasmódico se arqueó hacia atrás, consciente de que el frenético movimiento del vientre de Harry sobre su erección no iba a permitirle aguantar mucho más.
- No... mírame. -pidió la voz ahora ronca, más profunda de Harry- Quiero ver tus ojos cuando llegues...
Draco se estremeció al oír aquellas palabras y el tono íntimo en que fueron pronunciadas. Abrió los ojos para encontrarse con los de Harry, brillantes, posados en él con verdadera adoración. La profundidad de aquella mirada desnudó su alma y le envolvió en un sentimiento dulce de pertenencia, de ser de alguien que viviría por y para él. Aquella sensación era más de lo que Draco podía manejar. Su mano abandonó el firme hombro del que se había estado sosteniendo hasta entonces, para acariciar la mejilla de Harry en un gesto de ternura difícilmente adivinable en él, que seguramente jamás nadie vería fuera de aquellas cuatro paredes. Contempló los verdes ojos oscurecerse, nublarse por un placer intenso y devastador y sintió por primera vez la cálida emisión en su interior.
- ¡Tuyo! -gimió al tiempo que él también se venía entre su cuerpo y el de su amante.
Harry se dejó caer exhausto sobre él. Draco escuchó su respiración agitada y sintiendo la tibieza del aire que exhalaba sobre su todavía enfebrecida piel.
- ¿Bien? -preguntó el moreno con un suspiro algo más que satisfecho.
- ¿Bromeas? -susurró Draco acariciando la húmeda nuca de su compañero- Creo que he tocado el cielo.
Entonces Harry levantó el rostro para hundir su mirada en la plata fundida de la de su amante. Sus ojos resplandecían saciados de un placer profundo.
- Puedo hacer que lo toques muchas veces más, si me dejas. -ronroneó.
Draco le abrazó, colmado del mismo sentimiento. Había sido una comunión perfecta, profunda y liberadora. Se había entregado por primera vez en su vida a alguien totalmente y sin reservas, con la certeza de ser correspondido. Y al margen de que ese sentimiento le complacía, le hacía sentir también vulnerable e inseguro, porque no sabía cómo actuar a partir de ese momento. Jamás había necesitado a nadie como necesitaba a Harry. En realidad no recordaba haber necesitado a nadie con esa intensidad. No había tenido tiempo de tener amantes que dejaran suficiente huella en él como para pensar que así había sido. No estaba acostumbrado a depender emocionalmente de nadie. Harry estaba volviendo su vida del revés. Pero ya había tantas cosas que se habían dado la vuelta en su vida, que estaba dispuesto a afrontar una más.
o.o.O.o.o
Severus Snape se deshizo con cuidado del cálido cuerpo que dormía acurrucado contra el suyo y se levantó procurando no despertarle. Puso la bata sobre su desnudez, sin poder evitar un ligero escalofrío. En la chimenea sólo quedaban rescoldos. Con un movimiento de varita avivó el fuego. Quería que cuando él despertara la temperatura fuera agradable. Su pareja no acababa de acostumbrarse al ambiente demasiado frío de las mazmorras de Hogwarts. Vigiló el fuego durante unos instantes. Tal vez después de desayunar podrían retozar sobre la alfombra, delante de la chimenea, como habían hecho otras veces. Sin embargo, en ese momento Severus estaba preocupado, razón que le había llevado a pasar la mayor parte de la noche en vela y optar finalmente por levantarse a hora tan temprana.
La reunión del día anterior de la Orden había sido catastrófica para sus intereses. Dumbledore estaba intranquilo por el cariz que estaban tomando los acontecimientos y por la actitud de Fudge con respecto a Potter. Arthur Weasley había comentado la reacción de joven cuando El Profeta cayó en sus manos durante la merienda en su casa y eso había bastado para que la vena sobre protectora de Dumbledore hiciera acto de presencia. Habían discutido largo y tendido sobre la conveniencia de intentar pararle los pies al Ministro, la colaboración que podían ofrecer ellos como Orden del Fénix para ayudar a la captura de los desmandados mortífagos, los últimos informes recogidos sobre Draco Malfoy y estudiado el modus operandi de todos sus ataques. Todos estaban de acuerdo en que Malfoy era el quid de la cuestión. Todo los demás mortífagos parecían actuar sólo de comparsa a su alrededor, allanándole el camino. El único realmente peligroso era él. Si lograban eliminarle, se habría acabado el problema. Como decía el refrán popular, muerto el perro, se acabó la rabia. La mayoría de sus compañeros de la Orden, por no decir todos, con Dumbledore a la cabeza, estaban convencidos de que aquellos ataques no eran más que una estratagema del mortífago para poder acabar en una confrontación con quien había terminado con su Señor. Se estaba dedicando a socavar la inestable confianza del Ministro para obligar a Harry Potter a entrar en aquella nueva contienda, seguramente como parte de un plan para urdir una encerrona lo suficientemente hábil y mortal, para acabar con la vida de quien había acabado con la del Señor Oscuro y por extensión, con las de su familia. Además, las confrontaciones con Harry habían sido siempre un asunto personal, desde los tiempos de Hogwarts.
Durante un tiempo, Severus había albergado la esperanza de poder hacer surgir el tema de su ahijado en el momento en que viera una vía lo suficientemente segura como para garantizar que sería escuchado y que a Draco se le concedería al menos el beneficio de la duda. De poder aunar los esfuerzos de la Orden en la búsqueda de los Lestrange y McNair. Tenía la casi completa seguridad de que el falso Draco Malfoy tenía mucho que ver con ellos. En un par de ocasiones había estado a punto de hablar con el Profesor Dumbledore, pero en el último momento se había echado atrás. Y más después de que algunos miembros de la Orden, entre ellos Bill Weasley y Kingsley Shacklebolt, se hubieran enfrentado directamente con el rubio mortífago y no salieran muy bien parados. El hecho de que él hubiera sido amigo personal de la familia y padrino del chico tampoco ayudaba demasiado a su credibilidad.
Severus difería de la opinión general de sus compañeros en que fuera Potter el objetivo perseguido. Para él no eran más que intentos de acorralar al verdadero Draco Malfoy y obligarle a un entendimiento con la "cariñosa" familia que le quedaba; forzarle a colaborar con ellos entregándoles lo que buscaban a cambio de ser protegido en el seno de la familia mortífaga a la que se le exigiría seguramente unirse, si quería permanecer a salvo. La otra alternativa era morir. Con ese tipo de gente no había más opciones. Él lo sabía muy bien.
Y ahora, después de esa reunión, estaba convencido que confesar donde se encontraba en esos momentos su ahijado, no recibiría una reacción muy positiva por parte de sus compañeros. Ninguno de ellos había sentido nunca el menor afecto por los Malfoy. No es que pudiera reprochárselo. Severus había conocido a Lucius Malfoy mejor que nadie... Y todos sabían que Draco, muy especialmente, había sido la china en el zapato de Potter durante los siete años que ambos estuvieron en Hogwarts. Sería difícil convencerles de que el Draco del que todos hablaban no era SU Draco. ¿Cómo explicarles que ahora se encontraba en casa de Potter, que por supuesto no se llevaban nada bien y que durante su última pelea casi habían llegado a las manos? Tal vez hasta el comedido Director de Hogwarts sería capaz de mandarle una Imperdonable de enterarse. Porque tratándose de Potter, Dumbledore no era nada moderado. Y no quería ni pensar en la reacción de Lupin, que consideraba al joven su única familia. Es más, la temía. Tras la muerte de Black, Lupin había ocupado poco a poco su lugar, convirtiéndose en el referente del chico en cuanto a la figura paterna que hasta el momento más tiempo había permanecido a su lado. Potter no podía recordar a su padre más que a través de fotografías. Y el temperamental Black sólo había permanecido en su vida poco más de un año, durante el cual habían sido bien pocas las ocasiones que había podido pasar junto a su ahijado.
La noche anterior, Lupin prácticamente le había tildado de loco por haber insinuado que tal vez, sólo tal vez, aquel mortífago no fuera Draco. Si él no le creía, ¿qué podía esperar de los demás? Además, el colérico enfrentamiento entre los dos jóvenes semanas atrás tendía a darles la razonó y no había hecho más que sumar una preocupación más a todas las que ya tenía. Conocía el carácter de su ahijado y conocía a Potter. No obstante en las últimas ocasiones que les había visitado, estaban extrañamente tranquilos. Demasiado. Quizá se debiera al hecho de que su ahijado estaba muy centrado en recuperar la movilidad de su mano. O tan sólo era la calma que precedía a la tormenta. No estaba muy seguro de poder evitar que Potter fulminara a Draco si volvía a sacarle de sus casillas. Ni de poder evitar que lo echara de su casa de una patada si su ahijado persistía en su terca actitud. Aunque le disgustara reconocerlo, Potter había tenido paciencia. Mucha si se analizaba convenientemente la situación. El carácter de Draco nunca había sido fácil. ¡Pero qué diablos! Era con Potter con quien le estaba obligado a convivir. ¿Qué se podía esperar?
- ¿Despierto tan temprano?
Sintió el suave beso depositarse sobre su pelo. Severus sonrió. Aquella voz era un bálsamo para su cansado corazón, replegado durante tanto tiempo en su propia oscuridad. Vio los brazos desnudos cruzarse sobre su pecho, abrazándolo.
- Vas a enfriarte. -susurró echando la cabeza hacia atrás para buscar su rostro y capturar esos labios tiernos y gentiles que cada día le recordaban que no era tan difícil seguir viviendo después de todo.
- Ven a la cama. - el tono era sugerente- Y te daré tu regalo de Navidad.
Sólo esos ojos que le miraban llenos de amor tenían el privilegio de ver aquella sonrisa que iluminaba el rostro del severo Profesor de Pociones en contadas ocasiones. Aunque tenía que reconocer que desde que estaban juntos, Severus estaba haciendo un verdadero esfuerzo por desentumecer sus músculos faciales y cada vez salía con más facilidad. Una vez su pareja le había dicho que sería capaz de tener un orgasmo con tan sólo verle sonreír. Así que las guardaba sólo para él, no quería malgastarlas. Se dejó guiar nuevamente hacia la cama, contemplando el cuerpo desnudo que caminaba frente a él, el movimiento cadencioso de sus caderas, haciéndole temblar de anticipación. Cuando llegaron a la habitación, la bata de Severus cayó al suelo, envolvió a su amante entre sus brazos desde atrás y se apretó contra él para que sintiera lo que la sola visión de su cuerpo era capaz de provocar en su anatomía. Su pareja se estremeció y con un hábil gesto atrapó la erección de Severus entre sus nalgas, deslizándola entre ellas con movimientos lentos, haciendo que el Profesor jadeara no tan sólo por la agradable sensación sino por la visión de los balanceos que realizaba su pareja para conseguirlo.
- P...para -jadeo seguro de que si aquel movimiento seguía un poco más, explotaría.
Rescató su masculinidad de entre los cálidos montículos de carne para tumbar a su pareja en la cama y empezar a besarle con la pasión que había descubierto junto a él. Una pasión reposada, pero más profunda, más intensa. No era ni el delirio o el entusiasmo que probablemente ambos habían disfrutado durante su juventud, cuando la energía necesita ser agotada y las hormonas se disparan y enardecen el cuerpo fácilmente. Era un amor veterano, sosegado, como un buen vino madurado en bodega hasta alcanzar el cuerpo y el aroma que lo harán único, para ser bebido y saboreado lentamente, extasiando los sentidos con cada matiz, paladeando cada sensación, dejándolo escurrir por la garganta con el deleite que sólo aquel que sabe apreciar la sutil diferencia entre las añadas puede hacerlo; el que impregna la boca de ese sabor que permanece y deja en el cuerpo una agradable sensación de calidez.
Acogió en su boca la excitación de su amante, consiguiendo arrancar un concierto de suaves gemidos, pronunciados casi con discreción, envueltos en el mismo encanto con que arqueaba sus esbeltas caderas y susurraba muy bajito y entrecortadamente su nombre.
- Sev..verus... ahora... tuyo... por favor...
El Profesor le obsequió entonces con una de las sonrisas que guardaba para ocasiones como aquella y tomando las largas piernas de su pareja las colocó sobre sus corpulentos hombros. Asió las delgadas caderas y se enterró en su amante que gimió complacido al sentir por fin la palpitante carne en su interior. Severus imprimió un ritmo lento y profundo, asegurándose de que cada embestida proporcionaba el debido placer, acariciando la erección de su pareja al mismo ritmo que el vaivén al que ambos se movían. Y sólo aceleró ese movimiento cuando los brazos del otro hombre se extendieron, llamándole para poder acabar abrazados, para recibir el grito de placer de su amante besando su boca, sintiendo todo su cuerpo estremecerse con su orgasmo, provocando el suyo inmediatamente después. Mantuvo el delgado cuerpo abrazado al suyo durante unos instantes. Aquellos en que ambos disfrutaban todavía de su unión, renuentes a separarse, esperando que fuera la propia naturaleza quien lo hiciera. Y cuando ello sucedió, le acomodó entre sus brazos para seguir sintiendo su tranquila calidez.
- Te amo -susurró Severus.
Sabía que a él le gustaba oírlo, aunque no se lo pidiera. Especialmente después de hacerle suyo, cuando la ternura de sus besos lo demandaba.
- Yo también Severus. No sabes cuánto.
Severus le estrechó más fuerte contra él, sintiéndose afortunado. Dando gracias a la divinidad mágica que había puesto a ese hombre en su camino otra vez y le había salvado de su monótona existencia, de su amargada soledad. Permanecieron cómodamente en silencio durante unos minutos, hasta que su pareja decidió quebrarlo.
- Vas a decirme lo que te preocupa o como siempre tendré que adivinarlo.
Severus suspiró. Le conocía demasiado bien.
- ¿Es por la reunión de ayer?
El silencio de Severus confirmó a su amante que así era.
- Sé que la situación con tu ahijado te hiere en lo más profundo amor ,pero...
- Por favor, ahora no quiero hablar de ello. -pidió el Profesor.
- Tal vez deberías afrontar que...
- Por favor... -Severus besó sus labios, intentando acallarlo- Hablaremos de este asunto en otro momento.
- Como quieras. -aceptó el otro, acariciando con ternura su mejilla, intentando adivinar qué era lo que atormentaba esos profundos ojos negros.
Dejó escapar un leve suspiro de frustración. A veces Severus podía ser tan hermético con respecto a sus sentimientos...
Continuará...
