CAPITULO X
Sólo Vivir...
El irritante sonido del despertador llenó la silenciosa habitación. Draco sacó el brazo de debajo del abrigado edredón y le dio un manotazo. A su lado, Harry se acurrucó todavía más contra su pecho, como si la cosa no fuera con él.
- Harry, son las ocho. -bostezó Draco acariciando la negra melena, que era lo único que asomaba por encima de las sábanas- Te vas a ahogar ahí debajo.
- Mmmmm...
Draco suspiró. Desde que dormían juntos, había descubierto que sacar a Harry de la cama por las mañanas era casi una misión imposible. Se preguntaba cómo se las había arreglado el ex Gryffindor en el pasado para levantarse y llegar puntual a sus entrenamientos.
- Harry... ocho y diez... -Draco sintió un suave mordisco en su pezón - ¡Harry!
El enmarañado pelo negro acabó de asomar completamente seguido de un rostro atiborrado de sueño.
- Cinco minutitos más. -suplicó Harry todavía con los ojos cerrados.
Draco sonrió, pero su voz sonó autoritaria.
- Ni hablar, -dijo deshaciéndose del abrazo del moreno y levantándose para dirigirse al baño- luego se convierten en quince y acabas corriendo. Sal de la cama si no quieres que te deje con el culo al aire como ayer. -amenazó no sin cierta diversión.
El día anterior se había visto obligado a retirar edredón y sábanas y había dejado a Harry tiritando sobre el colchón, sin otra opción que levantarse. Harry gruñó, pero se incorporó y se quedó sentado durante unos segundos intentando abrir los ojos y después enfocar la vista.
- Eres cruel. -se quejó.
- Yo también te quiero. - le llegó la voz del rubio desde el baño.
Harry sonrió y se estiró. No había más remedio que poner los pies en el suelo. Cuando veinte minutos más tarde entraba en la cocina, le recibió un delicioso aroma a café recién hecho. Draco estaba haciendo tostadas. A esas alturas ya no había aparato muggle que se le resistiera. Harry se acercó silenciosamente y rodeo con sus brazos la cintura de su amante desde atrás, mientras besaba cariñosamente su mejilla.
- Buenos días.
Draco volvió el rostro para capturar sus labios.
- Mmmmm... buenos días.
Harry apoyó la barbilla en el hombro de su compañero, observando pasivamente cómo untaba con mantequilla una de las tostadas.
- Anda, haz algo útil y trae la mermelada. Y saca la leche de la nevera. -pidió Draco untando la punta de su nariz.
- Eres un poco mandón, ¿lo sabías? -dijo el moreno intentando alcanzar con la legua su propio apéndice nasal, mientras se dirigía hacia la nevera.
Draco le siguió con la mirada.
- No piensas salir así, ¿verdad? -repasó la indumentaria de su pareja con aire disconforme.
Harry revisó su ropa en busca de manchas o arrugas. Pero no encontró nada. Sus vaqueros y su jersey estaban limpios. Planchados. Draco era tan maniático que había acabado planchando incluso sus jerseys para no oírle. ¿Qué problema había ahora? Dirigió a su pareja una mirada desconcertada.
- ¿Acaso en tu armario no hay nada más que vaqueros, Harry? ¿Esos vaqueros?
- Son cómodos y me gustan. -se defendió él moreno.
No era la primera vez que tenían aquella conversación.
- Creo que un día de estos voy a hacer una bonita hoguera con la ropa de tu armario, Potter.
- Seguramente será el mismo día en que alguien rapará tu bonito pelo al cero, Malfoy.
Draco alzó una ceja y le dirigió una mirada de no te atreverías, aunque siguió observando los desgastados vaqueros de Harry con absoluta desaprobación.
- ¿Qué vas a hacer hoy? -preguntó éste intentando desviar la atención de sus pantalones.
Dejó la mermelada en la mesa y cogió dos tazas del estante, que llenó de café.
- ¿Vas a mirar en serio lo del curso de cocina que te dije? -continuó, sin darle tiempo al rubio a responder. Oyó un leve suspiro -Draco...
- Te he oído -masculló éste.
Harry volvió a abrazarle y depositó un tierno beso en su cuello.
La figura se quedó estática, con la mano en la puerta de la cocina, sin acabar de empujarla del todo. No obstante, desde ese ángulo, podía ver perfectamente a los dos jóvenes.
- ¿Es por qué es muggle? -preguntó Harry- Porque por lo que he podido averiguar ese tal Olivier Letreste es una eminencia de la cocina. Podrías aprender mucho con él, Draco. ¿Por qué no lo intentas, cariño?
¿Cariño?? ¡Por Merlín! Uno de los dos tenía que haber hechizado al otro.
- No, no es por eso. -respondió Draco un poco a regañadientes- Es que no estoy muy seguro de que sea lo que quiero, eso es todo.
- Mentiroso...
Draco se había dado la vuelta para llegar hasta la mesa, pero Harry le detuvo. Estaba dispuesto a aclarar ese punto en aquel mismo instante. Ya estaba harto de evasivas.
- ¿No estás seguro? -preguntó con ironía, señalando un robot de cocina muggle, un juego completo de cuchillos para cortar diferentes tipos de alimentos, media docena de trapos de cocina y un rallador, las últimas adquisiciones de Draco justo el día anterior y que todavía permanecían sobre la mesa por guardar- Entonces, ¿por qué tengo la impresión que esta cocina empieza a estar mejor equipada que la de un restaurante?
- Porque eres un paranoico...
Potter estaba de espaldas y no podía ver la expresión de su rostro, pero sí el del otro joven, extrañamente ausente de cualquier rastro de enojo. Algo no iba bien. O mejor dicho, iba demasiado bien. Aquel no era ninguno de sus típicos enfrentamientos, a los que ya le tenían acostumbrado. Era una conversación civilizada.
- Draco...
A pesar del matiz de advertencia en la voz, a la figura apostada tras la entreabierta puerta le pareció que el tono empleado era muy familiar, casi íntimo.
- ... no pierdas esta oportunidad por una cabezonada. Además, no empieza hasta pasado el verano. Tiempo de sobras para que tu mano esté en perfectas condiciones. Así que olvídate de esa excusa. -Harry suspiró con resignación- ¡Y olvida lo que cuesta también!
- Sabes que no es eso...
Harry apoyó su frente en la de Draco, mientras éste acariciaba su nuca.
- Oh, sí lo es. -se reafirmó Harry- Te conozco, Malfoy. -breve silencio- Me gustaría que lo hicieras.
- ¿Ahora?- preguntó el rubio en tono insinuador, mientras deslizaba sus manos por el trasero de Harry y le apretaba contra él.
- El curso, idiota. No me salgas del tema
¿Por qué "idiota" no le había sonado a insulto? ¿Por qué Draco seguía acariciando el trasero de Potter con expresión extasiada? ¿Y por qué Potter no se quejaba? Aunque en realidad poca cosa podía decir, ya que su ahijado debía estar metiéndole la lengua hasta el fondo de la garganta...
Unos fuertes golpes sonaron en la puerta y los dos jóvenes se separaron con un sobresalto.
- ¡Profesor! -fue lo único que logró decir Harry, sintiendo un repentino calor en sus mejillas.
Draco, por su parte, sólo sonrió.
- Inesperada visita, padrino. -dijo después mientras se sentaba y empezaba a desayunar.
- Sí, ciertamente no me esperaban. -reconoció Snape con ironía.
- ¿Un café? -preguntó Harry todavía avergonzado.
Tenía que retirarle el acceso libre a su casa a ese hombre. Cuanto antes.
- Gracias. -aceptó el Profesor, disfrutando del embarazoso momento por el que estaba pasando su ex alumno.
Snape observó a su ahijado, que estaba comiéndose tranquilamente una tostada, y le sostenía la mirada con un punto de diversión en sus ojos.
- ¿Qué te trae por aquí? -preguntó al fin, sin dejar de desafiar a su padrino con una mirada algo burlona.
- Sólo pasaba a ver como estaban y ... -miró a Harry maliciosamente- ...a decirte que he encontrado un lugar seguro y Potter podrá por fin librarse de ti.
Harry miró a Snape con mal disimulada inquietud, para después adoptar una expresión impasible. Después, pareció que iba a decir algo, pero lo único que hizo fue poner mermelada con tanto énfasis en su tostada que acabó partiéndola.
- ¿Nervioso señor Potter? -preguntó Snape perforándole con la mirada.
- ¿Debería? -preguntó Harry intentando recuperar el dominio de sí mismo.
Sintió la mano de Draco dando palmaditas sobre su rodilla por debajo de la mesa, tratando de calmar sus desatados nervios. Odiaba que el maldito Profesor de Pociones en ocasiones tuviera todavía esa influencia sobre él.
- No creí que la noticia de que el Sr. Malfoy va a desaparecer por fin de su vida fuera a trastornarle de tal manera. ¿Son tal vez los intentos de dominar una incontrolada alegría los que están ahogando su café en azúcar?
Harry detuvo su mano con la cucharilla a medio camino entre el azucarero y su taza. Él jamás tomaba azúcar con el café. Dirigió una soslayada mirada de desesperación a Draco. Éste le hizo gesto de que se largara de una vez y dejara las cosas en sus manos.
- Tengo que irme. -dijo el moreno apresuradamente. De todas formas había perdido el apetito- Voy a llegar tarde.
Y desapareció de la cocina sin perder más tiempo.
- Bien, -Snape se cruzó de brazos y miró a Draco con aire acusador- creo que tienes muchas cosas que contarme.
Draco, a su vez le miró, con expresión interrogante.
- ¿Qué querías decir con que has encontrado un sitio seguro para mí?
- Yo pregunté primero. -advirtió el Profesor en tono tajante.
Draco suspiró.
- Lo has visto. -se encogió de hombros- ¿Para qué preguntas?
- Porque necesito oírtelo decir, Draco. De lo contrario creeré que los vapores de mi caldero me están causando alucinaciones.
Draco mordió otro trozo de tostada y tomó un buen sorbo de café con calma. Apenas dos minutos antes todo parecía más fácil. Mientras sentía los penetrantes ojos de su padrino sobre su persona, se preguntaba cómo explicarle lo que había surgido entre Harry y él. Todavía le costaba explicárselo a sí mismo. Así que decidió ser claro y conciso, muy en su estilo.
- Le amo. -declaró.
Su padrino siguió mirándole sin mover un músculo, como si de pronto se hubiera convertido en estatua de piedra.
- ¿Los vapores te han dejado sordo también? -preguntó Draco con sarcasmo.
- No seas impertinente. -le amonestó Snape sin dejar de escrutarle intensamente- Y dime, ¿cuándo decidiste que ya no le odiabas?
- En Navidad.
Snape apretó los labios en un gesto inconsciente. ¡Y él preocupado por si se estarían matando! Observó la expresión serena y firme de Draco. Tenía la impresión de que hablaba completamente en serio. No le había pasado desapercibida la mirada en sus ojos minutos antes, cuando sus manos acariciaban a Potter. Ni la manera en que le había besado después.
- Supongo que no te interesa saber dónde había pensado esconderte. -dijo en tono seco el Profesor de Pociones.
- En lo más mínimo.
Snape soltó un bufido de disconformidad. Aquella situación era la última que hubiera previsto. Es más, JAMAS la hubiera previsto.
- No voy a dejar a Harry. -sentenció Draco por si a su padrino le quedaba alguna duda- Ríete si quieres. -suspiró con resignación- No pretendo que lo entiendas.
- ¿Estás dispuesto a pasar el resto de tu vida escondido bajo un hechizo de apariencia, fingiendo ser quien no eres? -preguntó Snape, en el mismo tono que si estuviera impartiendo una de sus clases.
- No es tan difícil una vez te acostumbras.
Draco se levantó, ahora algo nervioso y empezó a pasear por la cocina. No estaba habituado a expresar sus sentimientos en voz alta.
- Quiero vivir padrino. Sólo vivir. Intentar olvidar el pasado. No me importa lo que mi padre escondiera o hiciera. Ya no. Sólo me ha traído dolor y miedo. Quiero dejarlo atrás y empezar una nueva vida. Con Harry. ¿Ves? -le mostró su mano con dos dedos recuperados y un tercero con la funda- Jamás lo habría logrado sin él. La idea fue suya, él me ha animado y me ha sostenido cuando creía que no podría seguir adelante. Harry ha estado ahí para mí durante todo este tiempo. Incluso cuando creí que acabaríamos, como tú dices, matándonos.
Su padrino permaneció en silencio. Draco observó la expresión adusta de su rostro, los ojos fijos en el tamborilear de sus propios dedos en la mesa. Casi podía oír sus neuronas chirriando por el ritmo enloquecido al que parecían estar trabajando. El Profesor levanto los ojos hacia él y le dirigió una de esas miradas que muy pocos eran capaces de sostenerle sin que sus piernas temblaran. Pero Draco estaba muy lejos de sentirse intimidado por Severus Snape. Aunque hacía aflorar en él un sano respeto, jamás se sintió amedrentado por la huraña figura del Profesor de Pociones. Le admiraba. Después de su padre, era la persona a la que hubiera seguido sin cuestionar hacia dónde, ni el porqué. Reconocía que incluso en alguna ocasión, su palabra había pesado más que la de su propio progenitor. Afortunadamente para él.
- Ven. -habló por fin Severus después de haberlo meditado cuidadosamente- Siéntate. Hay cosas que debes saber.
Draco lo hizo, con la sensación de que lo que iba a oír no le gustaría demasiado.
- Lo que voy a contarte lo saben muy pocas personas. Sólo los miembros de la Orden del Fénix y los que estuvieron implicados en ese... -Severus parecía buscar las palabras sin encontrarlas- ... cobarde incidente, por llamarlo de alguna forma. -dijo al fin.
- ¿A qué te refieres? -preguntó Draco con creciente curiosidad.
Severus apretó los labios con uno de sus gestos más característicos antes de continuar.
- Me refiero a que si estás dispuesta a compartir tu vida con Potter, debes saber a qué te podrías enfrentar. -aclaró- No creí necesario mencionártelo hace unos meses, ya que no preveía que tu estancia aquí fuera demasiado larga. También entonces las cosas estaban más tranquilas
Aunque Draco se esforzaba en entender dónde quería ir a parar su padrino, se encontraba completamente perdido.
- Me temo que Potter es uno de esos expedientes que el Ministerio nunca ha cerrado. -su ahijado le dirigió una mirada desconcertada- Continúan vigilándole.
Draco iba a decir algo pero Severus le detuvo con un gesto de su mano.
- Cuando derrotó al Señor Oscuro, al principio todo fueron parabienes, elogios y alegría. Orden de Merlín y todas esas cosas... -dijo Snape con evidente desprecio- Sin embargo, alguna mente calenturienta ya se había entretenido en pensar que si Potter lograba acabar con Voldemort sólo podía significar que era mucho más poderoso que él. Y que si algún día fatalmente decidía dejar de ser un buen chico, íbamos a tener un problema infinitamente mayor que con el Señor Oscuro.
Draco dejó escapar una exclamación de incredulidad. Alguien que abría los regalos depositados bajo el árbol como si fuera la primera Navidad de su vida no podía estar pensando en ser el próximo Señor Oscuro. Tampoco alguien capaz de sonrojarse porque su ex Profesor de Pociones le sorprendía besando a su pareja.
- Pero Potter lo hizo. -Snape hizo una pausa para remarcar ese hecho- Después nos dimos cuenta de que todo había estado perfectamente planeado, previsto desde el principio. -continuó- Aunque tú la viviste desde el otro lado, también sabes que la guerra fue complicada y que no se inclinó hacia ningún bando hasta que llegó el momento en que Potter y el Señor Oscuro se enfrentaron. Los miembros de la Orden del Fénix no éramos suficientes para afrontar esa batalla, la última, en la que se iba a jugar el todo por el todo. Nuestra misión era proteger a Potter, ayudarle en todo lo posible, estar con él hasta el final. Fuera cual fuera ese final. Así que el Profesor Dumbledore creyó conveniente acepar la ayuda que se nos ofrecía desde el Ministerio y contar con sus aurores. Al fin y al cabo todos estábamos del mismo lado.
Draco escuchaba fascinado, sorprendido en cierto modo de oír por primera vez hablar a su padrino de forma que reconocía abiertamente en que lado había estado durante todos aquellos años. La mirada del Profesor de Pociones se ensombreció con los recuerdos.
- Muchos murieron aquel día. -recordó con pesar- Muchos de los que lucharon con valor, no volvieron a casa después. En ambos lados, cada uno por la verdad en la que creía. Pero todos sabíamos que el final de esa guerra sólo estaba en manos de dos personas. En las de un mago oscuro, desquiciado y poderoso, y en las de un adolescente al que habíamos inculcado que su vida sólo tenía una misión, llegar a ese día y vivir o morir para cumplir con una maldita profecía.
Tal vez fuera el amargor de todos esos recuerdos lo que de pronto estaba secando su boca, así que Severus interrumpió su discurso para pedir a Draco un vaso de agua. Durante algo más de tres años esos recuerdos habían estado cuidadosamente encerrados en lo más profundo de su mente. No era fácil rescatarlos de ese olvido voluntario. Apuró el vaso de un solo trago y continuó.
- Convertimos su vida en un infierno durante los meses anteriores a la batalla. Tenía tanto que aprender todavía y tan poco tiempo para hacerlo, que aún hoy me maravilla que pudiera sobrevivir al programa de entrenamiento que diseñamos para él. Teníamos todas nuestras esperanzas puestas en que lo consiguiera y lo único que podíamos hacer para ayudarle era obligarle a entrenar sin descanso. -Snape se levantó y empezó a pasear por la cocina- Fue duro para todos.
Draco pensó que el rostro de Snape parecía haber envejecido de pronto. Las arrugas alrededor de sus ojos se marcaban más profundas, al igual que los surcos en su frente. El joven apenas parpadeaba, pendiente de cada palabra que pronunciaba su padrino.
- Si le hubieras visto esa mañana, no hubieras dado dos knuts por él. -prosiguió- Aunque trataba de disimularlo lo mejor que podía, cualquiera podía darse cuenta de que estaba aterrorizado. Recuerdo haber pensado que si nuestro futuro estaba en sus manos, definitivamente no teníamos futuro. -sonrió con amargura- Incluso le dije al Profesor Dumbledore que aquello era como echar a un niño a los leones. Y él sonrió y me dijo: Ten confianza, Severus. Harry es más fuerte de lo que parece. Es lógico que ahora que ha llegado el momento esté asustado. ¿No lo estarías tú en su lugar? -Snape chasqueó la lengua- Me retiré pensando que, como siempre, el Profesor Dumbledore era mucho más optimista de lo que la situación merecía.
Hacía rato que Severus parecía hablar más para sí mismo que para Draco. Como si estuviera aplicando una especia de auto terapia para alejar viejos fantasmas.
- Por la tarde todo cambió. Habíamos estado luchando sin descanso, pero tanto el Profesor Dumbledore, Lupin como yo, no nos habíamos despegado de Potter durante todo ese tiempo. En realidad todos los miembros de la Orden intentaban luchar rodeándole, tratando de evitar que un maleficio le alcanzara antes de lo previsto. El muchacho se había estado defendiendo bien, y a medida que pasaban las horas, parecía que demostraba más confianza en cada hechizo que lanzaba y poco a poco todos nos dimos cuenta de que estos eran cada vez más poderosos y contundentes.
Esta vez fue el mismo Severus quien volvió a llenar el vaso de agua, sirviéndose de la jarra que Draco había dejado sobre la mesa. Cuando empezó a hablar otra vez, su mirada estaba perdida en un punto inexistente, dando la impresión que revivía los acontecimientos que relataba.
- De pronto busqué con la mirada y no le vi; y por la cara de desesperación de Lupin comprendí que él acababa de darse cuenta de lo mismo. Ambos buscamos instintivamente al Profesor Dumbledore y al verle que corría todo lo que daban sus viejas piernas en dirección contraria a la que nosotros nos encontrábamos, le seguimos inmediatamente. Para descubrir que Potter y el Señor Oscuro estaban por fin frente a frente. Jamás creí ver lo que vi aquella tarde, Draco. -confesó perdiéndose su voz en las últimas palabras.
Durante unos instantes, Snape permaneció callado, perdido en sus recuerdos. Draco se removió impaciente en su silla, deseoso de oír el resto de la historia y al mismo tiempo sin atreverse a apresurar a su padrino para que continuara.
- ¿Padrino? -llamó por fin, sin poder soportar ya la espera.
Severus le miró, saliendo de su ensimismamiento.
- La transformación fue increíble. -continuó- El Profesor Dumbledore, como siempre, había tenido razón. Potter se creció cuando se encontró delante del Señor Oscuro. Olvidó el miedo, la inseguridad. Olvidó que podía morir.
Ahora, mientras hablaba, el Profesor de Pociones agitaba sus manos en una demostración poco habitual en él, apoyando cada palabra, abandonando la reposada vehemencia con la que se había expresado hasta el momento.
- No creo que de otra forma hubiera podido hacer lo que hizo. -se encogió de hombros- De todas formas no podíamos ayudarle. Estaba solo. Los seguidores del Señor Oscuro les rodeaban, formando un muro humano difícil de atravesar. La batalla se concentró entonces en aquella parte del campo. Los mortífagos intentando detenernos y la Orden, junto con los aurores, intentando pasar a toda costa. Fue el peor momento. La parte más cruda de esa guerra, dónde murió más gente. Pero ellos dos luchaban ajenos a cuanto sucedía a su alrededor.
Nuevamente Draco creyó que su padrino se perdería en la memoria de esos hechos sin avanzar en su relato. No obstante el mago prosiguió.
- Le vimos caer varias veces. Y en cada una de ellas nuestro corazón se detuvo hasta verle en pie de nuevo. -confesó- A pesar de todo, a medida que pasaba el tiempo se le veía más agotado y algunos de los maleficios que habían logrado alcanzarle daba la impresión que le estaban debilitando. A su favor tengo que decir que, increíblemente, el Señor Oscuro no presentaba mejor aspecto. Pocos pudimos darnos cuenta del poderoso maleficio que salió de la varita de Potter e impactó en el pecho de Voldemort, justo en el momento en que más débil parecía, cuando ya nadie lo esperaba... Ambos se derrumbaron casi al mismo tiempo... El uno ya sin vida y el otro perdiéndola...
Sus piernas ya no le sostuvieron. Apenas si tuvo fuerzas para emitir un quejido de dolor cuando su cuerpo golpeó contra el suelo. La varita se escapó de entre sus dedos, pero su mano no obedeció cuando pensó en alcanzarla otra vez. Sus labios se negaban a pronunciar el más sencillo hechizo. Su cuerpo hormigueaba con desagradable intensidad. Tan fuerte que parecía que una corriente eléctrica estuviera recorriendo cada una de sus terminaciones nerviosas sin cesar, sacudiéndole de pies a cabeza. Lo peor era que no estaba seguro de haberle matado. No estaba seguro de no verle erguirse ante él al segundo siguiente, para lanzarle la maldición definitiva. No estaba seguro de nada. Sólo de que esta vez ya no sería capaz de levantarse y afrontar el duelo nuevamente. Una voz profunda y tranquila resonó junto a su oído.
- Bien hecho, Potter.
Abrió los ojos para ver al hombre que arrodillado a su lado le miraba sonriente, y después a los demás hombres, rodeándole. Reconoció sus túnicas azules y blancas. Aurores. Una sensación de alivio atravesó su torturado cuerpo al comprender que su presencia sólo podía significar que era él quien lo había conseguido. ¡Lo había conseguido!, se repitió mentalmente. Pensó que todo había acabado por fin. Hasta que sintió aquella dolorosa presión en su pecho.
Desde su posición vieron al grupo de aurores llegar hasta donde hacía pocos segundos los dos combatientes habían caído. Snape contó siete u ocho. Lupin y él intercambiaron mudas miradas de asombro. ¿Cómo habían podido llegar tan rápido, cuando ellos apenas acababan de librarse de sus oponentes y justo empezaban a cruzar la línea enemiga? Al ver caer a su Señor, había cundido el pánico entre los mortífagos, que en esos momentos huían en desbandada. Tanto Lupin como Snape echaron a correr en dirección al grupo de aurores. En un determinado momento, el Profesor de Pociones se dio cuenta de que corría solo. Volvió la cabeza en busca del licántropo, y vio a Lupin tratando de quietarse de encima a un mortífago que por su aspecto no iba a darle mucha guerra, por lo que siguió corriendo sin esperarle. A unos metros de su objetivo divisó lo que había sido el cuerpo del Señor Oscuro, pero apartó la vista, asqueado. Los aurores, tan sólo a unos pasos, formaban un círculo cerrado, en medio del cual indudablemente tenía que estar Potter. La primera idea que vino a la mente del Profesor fue que le protegían, en espera de que alguien de la Orden llegara para hacerse cargo del muchacho. Por lo que no esperaba que uno de los aurores saliera a su encuentro para cerrarle el paso.
- ¡Retírate! -le ordenó- Ahora nos ocupamos nosotros.
Snape le dirigió una mirada poco tranquilizadora, ocultando su sorpresa.
- Apártate si sabes lo que te conviene -amenazó el Profesor alzando su varita. Estaba demasiado cansado para ponerse a discutir con aquel jovenzuelo- Me he pasado el día lanzado maldiciones. No me importará conjurar una más.
- Tengo órdenes, señor. -dijo el auror con firmeza.
El joven observó sin parpadear la figura imponente de Snape. Se veía peligrosa e inquietante. Podía leer la amenaza en sus ojos, la varita dirigida hacia él de forma firme y dispuesta. No sabía exactamente cómo reaccionar. Al fin y al cabo la insignia del fénix en su túnica revelaba que era uno de los miembros de la celebérrima y prestigiosa Orden del Fénix de la que tanto había oído hablar. Se decía que en sus filas contaban con los magos más hábiles y poderosos. Pendencieros y demasiado arrogantes, tan molestos como un grano en el culo, a decir de sus detractores. Fallon coincidía con el segundo pensamiento. Era un auror brillante a pesar de su juventud, hijo de aurores, con una prometedora carrera por delante. Se sentía orgulloso de haber sido incluido en aquel grupo selecto, todos con muchos más años de carrera que él. No obstante, aquella extraña misión le tenía algo desconcertado. Sus órdenes eran concretas: evitar que cualquiera se acercara al perímetro donde sus compañeros protegían al chico que acababa de derrotar al azote del mundo mágico. No sabía más. Pero para él era suficiente. Nunca cuestionaba las órdenes de sus superiores. Y sabía que éstas venían de muy arriba
Durante unos interminables segundos los dos hombres sostuvieron sus miradas, enfrentando sus voluntades. Hasta que un grito desgarrado, que murió ahogado apenas emitido, confirmó a Snape que tenía que atravesar aquel círculo humano sin perder tiempo. Aunque tuviera que llevarse por delante al joven auror. Por la expresión de su rostro, Fallon pareció también desconcertado. Al segundo siguiente un fuerte empujón le sentó en el suelo y el vuelo de una capa negra le restregó la cara. Se levantó furioso, dispuesto a detener a ese hombre impertinente que se atrevía a desobedecer la orden de un auror del Ministerio.
Snape había llegado ya hasta el círculo de aurores y asomó la cabeza entre los hombros de dos de ellos. No pudo creer la imagen que le recibió. Potter se convulsionaba en el centro bajo los intenso haces que salía de cada una de las siete varitas y que confluían en su cuerpo. Sus manos se apretaban sobre el pecho, intentando liberarlo de lo que parecía un dolor intenso; su boca se abría jadeante, tratando de conseguir el aire que parecía no llegarle. Se ahogaba.
- ¡Que diablos están haciendo! -gritó Snape intentando apartar a los dos aurores que al igual que el resto, sostenían sus varitas en dirección al muchacho.
Al sonido de su voz el chico había vuelto la cabeza en su dirección. Sus ojos aterrorizados conectaron con los suyos. Extendió una mano hacia él, en una muda y desesperada demanda de ayuda. Pero fueron tan sólo unos segundos, antes de que su brazo quedara inmóvil, aún extendido en su dirección y sus ojos se cerraran. Sin detenerse a analizar el porqué de aquel salvaje ataque sobre Potter por parte de los que hasta ese mismo instante había considerado como aliados, Snape embistió con toda la fuerza que alimentaba su furia. Alguien más empujó a su lado, logrando abrir el círculo e interrumpir el conjuro que estaban lanzando sobre el muchacho. Un furibundo Remus Lupin estaba dejando salir a la bestia que guardaba dentro de sí y dos aurores volaron por los aires antes la estupefacción del propio Profesor de Pociones, que jamás había visto tal violencia en él. Lupin no estaba solo. Antes de seguir a Snape, se había dado cuenta de que algo no andaba bien y había retrocedido en busca de Dumbledore y otros miembros de la Orden. Cuando ambos llegaron junto al muchacho, apenas alentaba.
- ¡Harry!¡Harry, por Merlín, ¿puedes oírme? -Lupin estaba histérico.
- Remus, deja de sacudirle y toma tu varita. -ordenó Snape mientras hacia lo mismo con la suya.
Lupin alzó unos ojos llenos de pánico. Pero el Profesor de Pociones no hizo el menor caso. Buscó con la mirada a su alrededor. Los aurores estaban siendo reducidos por sus compañeros sin muchas contemplaciones. Dumbledore acababa de llegar junto a ellos, resoplando por la carrera, pero Snape necesitaba como mínimo a alguien más. Tenía la impresión de que habían intentado drenar la magia de Potter, y que prácticamente lo habían conseguido. Sin embargo, parte de ésta todavía seguía sosteniéndole, aunque el Profesor estaba seguro de que el chico no sobreviviría si no le transferían inmediatamente la energía mágica necesaria para que al menos pudiera llegar hasta la enfermería de Hogwarts.
- Fue necesaria la energía mágica de cinco magos de los que allí se encontraban para lograr estabilizarle y poder trasladarle con alguna garantía de que llegaría con vida a Hogwarts. -concluyó Snape.
Draco apenas salía de su asombro. Su padrino había vuelto a sentarse y tamborileaba con sus dedos en la mesa otra vez.
- No puedo creer que intentaran matarle. -musitó- ¿Por qué?
- Porque Potter acababa de demostrar su poder. Y tenían que deshacerse del héroe lo antes posible, por si acaso. Así que estaban preparados. Si Potter ganaba, tenían órdenes de matarle inmediatamente.
- ¿Quién dio esas órdenes? -preguntó Draco, todavía noqueado por todas aquellas revelaciones.
- Nunca llego a saberse con seguridad. Todos los aurores murieron "misteriosamente" antes de poder ser interrogados. Menos el imbécil que trató de detenerme. Y como buen imbécil, no sabía nada. Un jovenzuelo arrogante al que sólo habían puesto de vigía, pero no participó directamente. Ni siquiera sabía la verdadera razón por la que se encontraba allí. -dijo Snape con desprecio.
- Entiendo.
Severus suspiró.
- Después el Ministerio optó por intentar atraerle, pero Potter se negó en redondo. No se lo tomaron muy bien, por supuesto. No entendieron que lo único que quería era que le dejaran en paz. Sólo vivir, como tú has dicho.
- ¿Cómo pretendían que Harry aceptara, después de lo que intentaron hacer? -bufó Draco.
La respuesta tampoco fue la que el rubio esperaba.
- En realidad Potter no conserva ningún recuerdo de lo que pasó durante aquellos últimos minutos. Lo comprobamos. Seguramente debido al shock que recibió su cuerpo a quedarse prácticamente sin magia de forma tan brusca. Dumbledore, -gruñó ahora con disgusto el Profesor- pensó que Potter sería más feliz -mueca sarcástica- si ignoraba que el Ministerio tenía ideas poco recomendables para su salud. Al igual que ignora que sus amigos y compañeros de la Orden le vigilan y protegen y que el Ministerio hace lo mismo, pero con intenciones muy distintas. ¿O es que no te extraña que Weasley y Granger aparezcan por aquí cada vez que la magia de Potter parece subir un poco de nivel?
- Cuando estuvimos practicando en el sótano... -recordó Draco de pronto.
Su padrino asintió.
- Mientras Potter siga jugando al Quidditch y ganando partidos para su afición, es decir, demostrando ser completamente inofensivo, estará seguro. -alzó una ceja y esbozó una sonrisa irónica- Estoy convencido de que en la oferta que Potter recibió de los Chudley Cannos, Dumbledore tuvo mucho que ver. O más bien todo.
- Harry debería saberlo. -afirmó Draco, enojado por la ceguera que habían impuesto a su pareja- Y más ahora que Fudge le ha estado presionando.
- Debería, pero ahora ya es un poco tarde. -el Profesor de Pociones suspiró con cansancio- Después de tres años... No quiero ni pensar la que podría armar Potter si llegara a enterarse que se le ha vuelto a ocultar la verdad. O si llegara a recuperar el recuerdo de esos últimos minutos... - casi murmuró Snape.
- Si se lo explicamos de una forma razonable... -empezó a decir Draco, que no acababa de ver dónde estaba el problema
- Draco, -le interrumpió su padrino- todavía no lo entiendes, ¿verdad? Potter es poderoso, mucho más de lo que imaginas. Si hubieras visto lo que hizo con el Señor Oscuro lo comprenderías. -Snape se quedó en silencio unos segundos- No podemos dejar que su furia se desate. Ya no. Y menos ahora que el Ministro le está buscando las vueltas. Caerían sobre él sin piedad, Draco. Y Potter se defendería, créeme que lo haría. Ya no tiene diecisiete años. Ya no es un adolescente al que se pueda manipular. Aunque siga enrojeciendo como una quinceañera. -añadió con una sonrisa burlona.
Draco sonrió al recordar el fuerte sonrojo de Harry cuando su padrino había entrado en la cocina, sorprendiéndoles en actitud tan cariñosa. El silencio se interpuso de nuevo entre los dos hombres, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
- No voy a dejarle, padrino. -declaró Draco por fin- Por primera vez en mi vida sé lo que realmente quiero. Y le quiero a él. Increíble, lo sé. -clavó una mirada determinada en su padrino- Jamás pensé encontrar en Harry a la persona que llenara mi vida. Pero es tan...
- Tan Gryffindor. -acabó Snape intentando inhibir una sonrisa.
- Supongo que sí. -admitió Draco, quien sí sonrió abiertamente.
El Profesor de Pociones tamborileó con los dedos en la mesa de nuevo, concentrado en sus pensamientos. ¡Endiablados Gryffindors! Se metían bajo tu piel casi sin que lo advirtieras y para cuando querías darte cuenta, ya era imposible deshacerte de ellos. Estaba seguro de que su ahijado tenía la cuerda bien sujeta alrededor del cuello, sin haberse apercibido siquiera del momento en que Potter había apretado el lazo. Lo sabía por experiencia.
- Bien, -dijo al fin- si es lo que quieres...
- Es lo que quiero. -afirmó Draco.
- Sólo dos cosas. -advirtió Snape- La primera: evita en lo posible que Potter haga magia demasiado elevada y atraiga miradas indiscretas... -sonrió maliciosamente- Ese hechizo de protección que llevas es el más poderoso que jamás haya visto e inquietaría a más de uno de ser descubierto. -Draco enarcó una ceja, sorprendido- Y segunda: al menor problema o sospecha, llévalo inmediatamente a Hogwarts. Es el único lugar donde Potter puede ser debidamente protegido. La Orden del Fénix detendrá a cualquiera que intente ponerle la mano encima.
Cuando Snape se hubo marchado, Draco se quedó reflexionando sobre sus palabras. El hechizo de protección más poderoso que jamás haya visto, había dicho. Así que Harry le protegía sin su consentimiento... Negó con la cabeza, pero su rostro se iluminó con una sonrisa. Aquel inesperado descubrimiento no hacía más que confirmar que era lo suficientemente importante para Harry como para que decidiera desplegar sobre él, al parecer, un hechizo tan poderoso. Se estaba arriesgando por él sin saberlo. Draco sintió a la vez satisfacción por la confirmación del amor que Harry sentía por él y temor por lo que esta acción pudiera reportar al ex Gryffindor. Intentaría de manera discreta que Harry levantara el hechizo. No podía permitir que su afán por protegerle acabara por meterle en más problemas con el Ministerio. Sabía que desde su negativa a ayudar en su captura, Fudge le había estado poniendo las cosas difíciles, aunque Harry jamás había hablado de ello. El hecho de que al reanudarse la actividad deportiva tras las vacaciones de Navidad se hubiera reincorporado al equipo sin ningún problema, tenía a Draco algo preocupado. Se alegraba, por supuesto. Pero no podía dejar de sentirse inquieto. Además, estaba el arcón de su madre. No era tan idiota como para creer que Harry había podido conseguirlo solamente porque era el único heredero Black, reconocido legalmente. ¿Por qué el Ministerio tenía que ser tan condescendiente con él, cuando se estaba negando a ayudarles? Tal vez había llegado el momento de que tuvieran una conversación que aclarara algunos puntos. Pero hasta que ese momento llegara, tenía algunas cosas que hacer. Sonrió de nuevo y se dirigió hacía la pared de la cocina donde estaba instalado el teléfono muggle.
o.o.O.o.o
Era tarde cuando Harry regresó a casa. Estaba cansado, todavía algo nervioso y bastante adolorido.
- Draco, estoy en casa. -gritó sin obtener respuesta.
Entró en la cocina, centro neurálgico de su hogar desde que Draco estaba en él, pero la encontró vacía. Al igual que el salón. Era tarde para que hubiera salido. Regresó al vestíbulo para ver si había alguna nota sobre el mueble de la entrada, como otras veces. Pero no encontró ninguna.
- ¿Draco? -llamó a pie de escalera, obteniendo el silencio por respuesta.
Empezaba a preocuparse. Sin embargo, su hechizo de protección seguía intacto. Tal vez sí había salido, y sencillamente había olvidado dejarle una nota. Una idea le asaltó de pronto. ¿Y si Snape le había convencido y se había marchado para esconderse Merlín sabía dónde, siguiendo los consejos de su padrino? Y aunque la parte racional de su mente le decía a Harry que aquello no era posible, sintió su corazón acelerarse de repente y comenzó a subir los escalones de cuatro en cuatro hasta su habitación, olvidando cuánto le dolía la espalda, con la intención de comprobar que sus cosas todavía siguieran allí. Abrió la puerta con tanto ímpetu que apunto estuvo de quedarse con el tirador en la mano.
- ¿Dra...? - empezó a llamar de nuevo, pero el resto del nombre murió en su boca.
Una suave luz iluminaba toda la habitación, provinente de docenas de velas encendidas repartidas por toda la estancia, que producían un efecto íntimo y acogedor. Al lado de la cama habían colocado una mesita auxiliar con dos servicios, una bandeja cuyo contenido estaba tapado y una cubitera en la que asomaba una botella de vino blanco. El corazón de Harry todavía latía con fuerza cuando sintió unos labios posarse en su nuca y que unos brazos le atraían hasta apoyarle en un pecho firme y le estrechaban posesivamente.
- Has tardado. -susurró Draco. Notó el pelo todavía húmedo y ese aroma a melocotón que le volvía loco- ¿Qué has hecho, venir corriendo?- preguntó después al notar los rápidos latidos en el pecho que acariciaba.
Vio a Harry sonreír y, sin embargo, le sentía tenso entre sus brazos. Volvió a besar la piel de su cuello, acariciando con la lengua una de sus zonas más erógenas, y aunque le arrancó un pequeño gemido, supo que no lo estaba consiguiendo del todo.
- ¿Cansado? -preguntó observando detenidamente el rostro del moreno, que todavía tenía la cabeza hacía atrás apoyada en su hombro, los ojos cerrados con una expresión desasosegada.
- Un poco. -contestó muy bajito el buscador.
Draco bajó la cremallera de la gruesa chaqueta de lana que Harry llevaba y la deslizó por sus brazos, dejando que cayera al suelo. Ahora el aroma que desprendía su cuerpo le golpeó con más intensidad. Le despojó de su camiseta sin poder esperar a morder aquella piel que desprendía la fragancia de la fruta que más le gustaba, con la espalda de Harry pegada a su pecho. Le empujó suavemente hacia la cama para poder devorarle con mayor comodidad. Después de su primer encuentro, no se había establecido claramente quien de los dos llevaba el control en aquella cama. Tras el caos emocional del día de Navidad, Draco no había tardado en recuperar el dominio sobre sí mismo, ni Harry en gritar a todo pulmón bajo sus vigorosas embestidas. En ese momento había descubierto, no sin cierta satisfacción, lo escandaloso que podía llegar a ser el moreno, motivado de la forma adecuada. Sin embargo, Draco se derretía cada vez que su pareja le tomaba con aquella ternura que le hacía desear ser suyo una y otra vez. Y Harry enloquecía con la pasión que Draco volcaba en él cada vez que le clavaba en la cama. Pero esa noche Draco tenía muy claro quien iba a llevar la batuta y estaba dispuesto a dirigir una buena orquesta de gritos y gemidos.
- ¿Que celebramos hoy de especial? -preguntó Harry, sin poder evitar que su voz sonara algo nerviosa, a pesar de todos los mimos que estaba recibiendo.
Sus planes, al menos lo que tenía antes de llegar a casa, de meterse en la cama rápidamente y pasar desapercibido, se habían ido al traste hacia ya minutos.
- Que tú eres especial. -contestó Draco entretenido en endurecer uno de sus pezones.
Harry pareció sonreír halagado. Sin embargo, el rubio empezaba a conocerle lo suficiente como para saber que el cerebro de su pareja trabajaba en algo que, de momento al menos, no se atrevía a expresar. Seguía tenso, no obstante toda la atención que estaba desplegando sobre él.
- Y, además, -dijo alzando el rostro hacia esos ojos que le perdían, a la espera de que en un momento u otro saliera lo que el moreno estaba cavilando- para celebrar que dentro de poco empezaré un magistral curso de cocina que sin duda lanzará a la fama mi soberbio arte culinario.
Esta vez Harry le miró con un repentino brillo en sus ojos.
- Entonces... ¿no vas a irte? -preguntó con un deje de ansiedad en su voz.
Draco le miró sin comprender.
- ¿Irme? -frunció el ceño- ¿Qué clase de ideas han estado rondando por tu cabeza?
- Creí... - Harry de pronto empezaba a sentirse estúpido- ... creí que esto era una especie de... despedida. -confesó.
Draco le miró desconcertado. Se incorporó para apoyarse en sus antebrazos, sosteniéndose sobre el moreno, para ver mejor su rostro.
- ¿Qué te hizo pensar eso? -preguntó intrigado.
Harry se encogió de hombros, incómodo.
- Olvídalo, tonterías mías...
- No, quiero saberlo. -insistió Draco, seguro de que estaba a punto de averiguar el porqué de tanta tensión en su pareja.
Harry tomó aire, sintiéndose un completo idiota.
- Cuando llegué, al no encontrarte, me asaltó la idea de que Snape te había convencido para marcharte a ese lugar que según él había conseguido. Y después... cuando vi esto, pensé que... que...
- ... que me estaba despidiendo. -acabó Draco.
Harry asintió, con aire avergonzado.
- Ven aquí, tontaina. -le abrazó con ternura y Harry contuvo el aire al sentir las manos sobre su espalda- He preparado esta pequeña sorpresa, porque me apetecía hacerlo. Porque no tiene que haber necesariamente un motivo especial para disfrutar de tu compañía.
Harry levantó la cabeza de su pecho y le miró con los ojos llenos de pasión.
- ¿Me amas?
Draco puso los ojos en blanco.
- No, Harry. En realidad me he molestado en ir a comprar todo esto, -señaló la mesita donde reposaba la cena- me he pasado horas en la cocina preparando lo que más te gusta, he decorado nuestra habitación de la forma más romántica que he podido y sabido y me he pasado una hora en la bañera intentando desprenderme del desagradable olor a pescado, perfumándome y arreglándome, intentando estar perfecto porque esperaba a otro que no eras tú.
Harry le dio un puñetazo cariñoso y hábilmente le hizo dar la vuelta para colocarse a horcajadas sobre él.
- No has respondido a mi pregunta. -insistió.
Draco resopló y dijo con una mueca de fingido desdén:
- Potter, no tientes más tu suerte, que hoy ya te estoy concediendo más atención de la que en realidad un Gryffindor tonto como tú se merece.
- Dímelo. -ronroneó Harry que se había inclinado sobre él e inmovilizado sus muñecas y en ese momento mordisqueba el lóbulo de su oreja con deliberada lentitud.
- Soy... inmune a... cualquier tipo... de... tortura -gimió el rubio, intentando liberarse sin conseguirlo. -Ya... deberías... saberlo...
Se suponía que él iba a llevar el control esa noche. Harry había capturado sus labios y empezado a besarle de aquella forma que disparaba todas sus hormonas, al tiempo que movía sus caderas rozando su miembro suavemente.
- No pares. -jadeó al poco.
Harry sonrió.
- Recuerdas aquella mañana, la de tu repentino calentón. -rememoró, empezando a moverse más deprisa, acelerando la respiración de Draco.
- S..sí. -Draco seguía intentando soltarse del agarre de su pareja, pero Harry continuaba amarrándole con firmeza.
- Creo que yo ya te quería entonces. -confesó, disminuyendo entonces el ritmo de sus movimientos- ¿O crees que dejo que cualquiera me tumbe sobre la mesa de mi cocina y se restriegue como un gato en celo?
- No... te ... detengas... -suplicó el rubio.
- Aunque quería negármelo a mí mismo... -prosiguió Harry, aparentemente sin hacerle el menor caso.
- Harry... como te... pares ahora,... no tendré... piedad de ti... -advirtió Draco como mejor pudo.
Harry soltó una pequeña carcajada, para después concentrarse en el rostro de su amado. Sus ojos grises oscurecidos en una tormenta de placer; sus labios entreabiertos, dejando escapar sensuales gemidos que todavía incitaban más al moreno a aplicarse en su trabajo; la pálida piel de su rostro ahora sonrosada y el rubio flequillo alborotado sobre sus ojos.
- Te amo. -susurró Harry alcanzando nuevamente sus labios, consiguiendo con sus palabras un profundo estremecimiento de su pareja y que acabara contra su vientre.
Liberó por fin sus muñecas y Draco aprovechó para rodearle y hacerle caer bajo él.
- No vas a librarte. -le amenazó todavía jadeante.
El rostro de Harry se contrajo durante unos segundos con una mueca de dolor.
- ¿Te he hecho daño? -preguntó el rubio, seguro de que la sacudida contra el colchón no había sido tan fuerte.
Harry sonrió y negó con la cabeza.
- Claro que no. -dijo.
Draco sonrió también y se inclinó para besarle. Al poco rato los dos estaban tan excitados como al principio.
- Vuélvete. -susurró Draco con voz ronca, mientras intentaba que Harry se colocara de espaldas a él.
- N..no -jadeó el moreno.
- Oh, vamos -gimió Draco acariciando sus muslos con movimientos cada vez más apremiantes- déjame ver tu culito.
Pero por alguna extraña razón, Harry no parecía dispuesto a complacerle... o simplemente tenía ganas de jugar.
- ¿Vas a hacerte rogar? -ronroneó mientras dejaba una hermosa marca en su cuello, que sabía Harry le recriminaría a la mañana siguiente en cuanto la viera.
No en vano el moreno estaba considerando seriamente cambiar de gel de baño, por otro que no oliera a melocotón. Cada vez que hacían el amor, acababa señalado por los apasionados dientes de Draco incluso en los lugares más insospechados de su anatomía. No lograba hacerle comprender que en las duchas de un vestuario aquellas marcas podían levantar comentarios más que jugosos. Y él no estaba dispuesto a tener que dar explicaciones al equipo de Quidditch al completo.
Por toda respuesta Harry había separado las piernas y rodeado con ellas las caderas de Draco, indicándole claramente lo que él quería. Una penetración cara a cara.
- Testarudo, ¿eh? -murmuró Draco con una sonrisa amenazadora, dispuesto a seguir el juego.
Harry le dedicó otra, más bien seductora, que desapareció de su rostro para dejar paso a un doloroso quejido tan pronto Draco, sin previo aviso, agarró sus caderas y le volteó sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Harry casi palpó el tenso silencio tras él.
- ¿Era esto lo que querías evitar que viera?
Un gran y oscuro morado se extendía desde debajo del omoplato izquierdo de Harry hasta casi la zona lumbar.
- ¿Acaso te has caído de la escoba? -la voz de Draco sonó fría, enmascarando un creciente enojo.
Draco sabía perfectamente que aquel golpe no era producto de una caída de escoba, ni a un entrenamiento de Quidditch mucho más rudo de lo normal. Se veía claramente el punto donde el maleficio había impactado, un punto mucho más oscuro en el centro, que después se había extendido ocupando la mayor parte del lado izquierdo de la espalda. Harry permanecía muy quieto, con el rostro hundido en la almohada.
- ¿Te ha visto un medimago? -preguntó nuevamente Draco, dispuesto a disfrazar su preocupación con palabras cortantes.
Harry asintió, todavía sin mirarle. El rubio resopló con impaciencia.
- ¿Vas a contármelo o tengo que ir a preguntarle al maldito Fudge?
Harry se dio la vuelta lentamente, hasta enfrentarse con la mirada irritada de su pareja.
- No ha sido nada, Draco. -intentó justificar- Estoy bien.
- ¿Desde cuándo Harry? -la mirada de Draco no admitía demora en la respuesta.
Harry tenía la expresión de un niño pillado en plena travesura. Se preparó mentalmente para afrontar la tormenta que sabía de un momento a otro iba a estallar.
- No te enfades, Draco. -dijo en el tono más tranquilo del que fue capaz- Sabes que tenía que hacerlo para...
- ¿Lo sé? -le interrumpió el rubio- ¿Y para que paga el Ministerio a sus aurores?
Iba a ser difícil. Los airados ojos de Draco le estaban desmenuzando.
- Sólo... sólo les ayudo cuando ya están localizados -dijo, como si esas palabras lo explicaran todo.
- ¡Ah! -exclamó Draco poniendo en un gesto exagerado su mano sobre el pecho-¡Menos mal! ¡Acabas de quitarme un gran peso de encima! -el tono de su voz se endurecía por momentos- Así que ellos hacen la parte fácil y tú el trabajo sucio. ¡Bien por ti, Harry! ¡Muy bien!
- ¿Perdón? -Harry se había sentado con lentitud, ya no era necesario fingir, y ahora era su expresión la que amenazaba tormenta- ¿Trabajo sucio, lo has llamado? ¿Atrapar y encerrar a esos malditos asesinos lo consideras un trabajo sucio? -casi gritó- ¡Entonces haber matado a Voldemort debe haber sido el colmo de la guarrería!
Draco le dirigió una mirada de advertencia. Estaban entrando en un terreno peligroso.
- No mezcles las cosas. -dijo a pesar de todo el rubio, intentando mantener un tono, aunque frío, tranquilo.
- ¡No estoy mezclando nada! -espetó Harry- Para mí todo es lo mismo. Voldemort y sus consecuencias. Y esa... gentuza forma parte de esas consecuencias. Son criminales. Siguen matando a gente inocente, destrozando familias. Siguen pretendiendo imponer su doctrina a fuerza de maldiciones. ¡He perdido a mucha gente querida en sus manos, Draco! -acabó, realizando un gesto de exasperación.
- También han quedado familias destrozadas al otro lado, Harry. -le recriminó Draco.
- Que no han tardado en destrozar a más gente. -respondió el moreno, siguiendo en su tono algo exaltado.
- ¿Esperabas que se quedaran de brazos cruzados, aceptando que mataran a los suyos sin hacer nada? -soltó Draco con una risa sarcástica- Como una vez alguien me dijo - prosiguió con lentitud, procurando no perder el fondo de la mirada que en esos momentos se le enfrentaba- ni todo es negro, ni todo es blanco. En medio hay una amplia gama de tonalidades de gris.
Ambos quedaron en silencio por unos momentos. El ambiente era tenso e incómodo, alejado de los sentimientos expresados en esa misma habitación tan sólo unos minutos antes. Los ojos de Harry parecían estar retándole, obligándole a definir su postura.
- ¿Hay algo que quieras decirme, Harry? -preguntó por fin el rubio rompiendo ese silencio, sintiéndose en ese momento profundamente herido- Porque creo que este sería el momento.
Harry le devolvió una mirada inquisitiva pero, sin embargo, permaneció en silencio. El duelo visual duró unos segundos, hasta que Draco tomó nuevamente la palabra.
- Soy un Malfoy, Harry. Hijo de mortífago, hijo y nieto de magos de tradición oscura. Toda mi familia ha tenido o tiene todavía que ver con los ideales del Señor Oscuro. Mi tía mató a tu padrino. Mi padre intentó matarte a ti o entregarte en varias ocasiones. Soy el heredero de todo lo que tú odias... -acercó su rostro al de Harry lo suficiente como para éste sintiera en su cara el aliento tibio de sus frías palabras- Tal vez sería el momento de empezar a preguntarse que hacemos tú y yo en la misma cama.
Fue en ese instante en el que Harry se dio cuenta de que estaban a punto de cruzar la fina línea que siempre separa el amor del odio, la paz de la guerra, la razón de la locura.
- La respuesta es que acordamos empezar una vida juntos, Draco. Olvidar nuestros pasados sin dejar que se interpusieran entre nosotros. -dijo en un intento de suavizar la situación.
- Sin embargo, tú me lo estás restregando por la cara. -acusó el rubio- Aparte de que me has mentido.
- ¡No te he mentido! -se defendió Harry, dolido- Sólo estoy intentando que ese pasado quede definitivamente enterrado. No te lo dije porque sabía que no te iba a gustar.
- Vístelo como quieras, Harry. El hecho es que has estado haciéndolo a mis espaldas. -sus ojos se endurecieron- Me lo has ocultado.
Se levantó y empezó a vestirse.
- ¿Qué haces? -Harry le miró con expresión inquieta.
- Necesito tomar el aire. El ambiente aquí está algo cargado.
Salió de la habitación sin dirigir una sola mirada a la figura desolada que dejaba en la cama. Lo que había dicho era cierto. Necesitaba airear su cabeza si no quería acabar diciendo algo de lo que después se arrepintiera, que ya no tuviera arreglo. Salió a la calle dando un sonoro portazo. A principios de febrero las noches eran todavía muy frías. Subió las solapas de su abrigo y hundió las manos en los bolsillos. ¡Maldito Gryffindor! No podía dejar de pensar en todo lo que había pasado por su mente en el momento en que vio su espalda. No le iba a perdonar tan fácilmente el susto que le había dado. Pateó un guijarro que se puso a tiro y lo mandó con certera puntería contra un contenedor de basura metálico, alterando la quietud del silencioso barrio. ¡Sólo le había faltado decir que lo hacia por él! Un segundo guijarro se estrelló en el mismo contenedor, con igual resultado. Sabía lo que pretendía Harry, ¡maldito fuera! Pero ese asunto tenía previsto arreglarlo él mismo en cuanto su mano estuviera en condiciones. Atraparía al desgraciado que se estaba haciendo pasar por Draco Malfoy aunque fuera lo último que hiciera. Aparte de que Harry pudiera sufrir algún daño, no sabía que le había puesto más furioso. Si el hecho de que intentara solucionar SU problema por su cuenta, sin contar con él, lo cual lastimaba su orgullo; que se lo hubiera ocultado, socavando su confianza; o que él mismo no hubiera sido capaz de darse cuenta de la doble vida que en aquellos momentos estaba llevando Harry, lo cual le dejaba como un perfecto imbécil. ¡Menudo Slytherin estaba hecho! Una brisa helada golpeó su rostro e hizo que se encogiera todavía más dentro de su abrigo. Siguió caminando por la solitaria acera, perdido en sus pensamientos. Le preocupaba que Harry estuviera bailando al son que tocaba el Ministro de Magia, pretendiendo que solucionara nuevamente sus problemas. Y más sabiendo que la vida de su pareja subía o bajaba de valor dependiendo de las necesidades del Ministerio. Le indignaba que por culpa de un cretino como Fudge la discusión entre los dos hubiera tomado un cariz nada recomendable para el futuro de su relación. Sabían que aprender a convivir con ciertas cosas de sus respectivos pasados no sería fácil. Que olvidar algunos hechos en las vidas de ambos requeriría una gran dosis de buena voluntad por parte de los dos. No en vano se habían odiado durante más de siete años. Sin embargo, los habían desvanecido en apenas unas horas, el día de Navidad. Y a hora, poco más de un mes después, ese pasado amenazaba con presidir sus vidas otra vez. ¡Condenado Fudge! Draco se detuvo de repente, sintiendo que un sudor frío empezaba a recorrer su espalda, ante la claridad del pensamiento que le sobrevino. ¡Cualquiera de esas redadas sería una excusa perfecta para el Ministerio! ¿Quién podría probar que a Harry Potter no le había alcanzado un maleficio perdido entre los numerosos hechizos que volaban en todas direcciones en cualquiera de este tipo de enfrentamientos? ¿Quién sería capaz de demostrar que sencillamente no había sido una cuestión de mala suerte que estuviera precisamente en el camino de la maldición que acabara con su vida? Draco apretó los puños dentro de los bolsillos de su abrigo: perder a Harry no entraba dentro de sus planes de futuro. No de esa forma al menos. No lo permitiría. Después de todo, olvidar no era tan difícil cuando estaban juntos. No lo sería si ambos ponían de su parte y aprendían a apoyarse el uno en el otro. Aspiró el aire helado de la noche y una nubecita de vapor salió de su boca. Se preguntó si la Orden del Fénix estaría al tanto de lo que estaba haciendo el "héroe". Y si lo estaba, ¿por qué se lo estaban permitiendo? No, tenia la impresión de que Harry había estado actuando con suma cautela. Ni siquiera él habría sospechado de no ser por el escandaloso derrame en su espalda. Harry podía llegar a ser verdaderamente desconcertante. Parecía siempre tan previsible, tan imaginable... y de repente descubría que podía ser tan escurridizo y sigiloso como una serpiente. Una serpiente con piel de león. Casi sin querer, intentó esbozar una sonrisa, a lo que sus labios se negaron, amoratados de frío. A pesar de todas las recomendaciones de su padrino, tenía que hablar con Harry. Su pareja tenía que saber de una vez por todas lo que podía esperar del maldito Ministro de Magia. Draco no sabía cuánto tiempo había estado paseando, pero estaba congelado. Eso y el hecho de que su nariz estuviera a punto de convertirse en un cubito de hielo, le ayudó a tomar la decisión de volver.
La casa estaba silenciosa. Draco subió sin hacer ruido las escaleras y entró en la habitación. La tenue luz que entraba por la ventana la iluminaba lo suficiente como para distinguir la silueta que descansaba en la cama. La mesita auxiliar había sido retirada a un rincón. Lástima de cena que al día siguiente iría a parar directamente a la basura. Se desvistió procurando no hacer ruido. Se deslizó entre las sabanas, agradeciendo el agradable calor que le recibió. Draco sólo podía ver un brazo de Harry encima de la almohada. Su rostro estaba vuelto hacia el otro lado. Pero el rubio podría jurar que estaba despierto, aunque no se hubiera movido. Tentó su mano hacía la espalda de su compañero y el cuerpo a su lado dio un respingo.
- Estas helado. -la voz de Harry fue apenas un murmullo.
- Lo siento. -se disculpó el rubio, retirándola.
Oyó como Harry se movía, pero no se acercó a él, al parecer no muy seguro de ser bien recibido. Draco extendió su brazo en una clara invitación e inmediatamente sintió el cálido cuerpo amoldarse al suyo.
- No vuelvas a irte nunca, Draco -susurró Harry con voz ahogada- Lo siento. Siento si...
Draco buscó su boca en la oscuridad y le calló con un beso. Harry enredó sus piernas entre las suyas, abrazándose a él. Fue un desespero de labios buscándose y lenguas encontrándose, bocas ansiosas por confirmar que se pertenecían. Caricias que perdonaban y se hacían perdonar. Ahora que sus ojos ya se habían acostumbrado completamente a la oscuridad, Draco podía ver el brillo acuoso en las pupilas de Harry.
- No dejaremos que nada vuelva a interponerse entre nosotros. -susurró Draco, seguro de que no quería perder al hombre que estrechaba entre sus brazos.
- No... - jadeó Harry, que en ese momento sólo deseaba tener más brazos y más piernas para aferrarse a él.
- Y no vamos a ocultarnos nada... nunca... -acarició la carne tibia de sus nalgas cuando las largas y fuertes piernas le rodearon, empujándole con apremio.
- Nada... nunca... -gimió Harry, muriendo ya por sentirle dentro.
Draco entró con su empuje característico, enérgico y directo, tal como Harry lo esperaba y deseaba. Sobre todo cuando estaba tan excitado como en ese momento, cuando deseaba que profundizara en él hasta sentir que formaban parte del mismo cuerpo. Cuando Harry y Draco desaparecían para ser sólo uno, sin nombre, sin pasado, sin bandos, sin otra lealtad que no fuera hacia ellos mismos y el amor que expresaban con su entrega en ese acto. Harry se estremeció bajo los labios de su pareja, mientras los gemidos que salían de su garganta eran cada vez más acusados. Quería contenerse, pero no podía. En esos segundos en que Draco le llevaba a ese estado de puro desenfreno, era incapaz de controlar su cuerpo, de detener la acústica que expresaba la profundidad del placer que estaba sintiendo.
- Odio... cuando me haces... gritar de esa forma. - se quejó todavía jadeante, después de que ambos estallaran casi al mismo tiempo.
- Y yo adoro que lo hagas. -fue la satisfecha respuesta.
Harry tomó el rostro de Draco entre sus manos y delineó sus labios con los suyos.
- Te amo -susurró, a sabiendas de que no oiría la respuesta. Pero no le importaba. Él lo diría por los dos las veces que hiciera falta- Te amo, Draco.
Harry podía verlo en sus ojos, podía sentirlo en su beso, en el abrazo que le envolvía. No, no era necesario que Draco lo pronunciara si no estaba en su naturaleza el decirlo. Sólo tenía que hacérselo sentir como en ese momento y sería suficiente. Acarició con dulzura la cabeza apoyada sobre su pecho y oyó un leve suspiro de satisfacción. Draco se estiró, frotando perezosamente su cuerpo contra el suyo. Después sintió un dedo travieso jugando a enredarse en el rizado pelo que rodeaba su masculinidad. Con más resignación que ganas, Harry asió la juguetona mano y la retiró antes de que acabaran viendo amanecer sin haber cerrado aún los ojos.
- Mañana no habrá quien me levante. -murmuró mientras tomaba su posición habitual para dormir, de lado, sintiendo el cálido cuerpo de su pareja acoplándose a su espalda, con un brazo bajo la almohada y el otro entrelazado con el de Draco sobre su cintura.
- Mañana deberías descansar. -aconsejó Draco.
- No puedo. - el moreno ahogó un bostezo- Tengo entrenamiento de verdad. Berton me matará si no acudo. Ya está suficientemente molesto con tener que compartirme con el Ministerio.
Draco pensó que tenía que hablar con Harry cuanto antes. Tenía que explicarle cuáles eran los sentimientos reales del Ministro de Magia hacia él. El posible peligro que estaba corriendo. Trataría de convencerle de que debía dejar ese "segundo empleo" antes de que resultara en algo desagradable para los dos. Al poco rato, Draco oyó su respiración acompasada y relajada, señal de que dormía plácidamente. Acarició la negra cabellera y dejó escapar un suspiro.
- Yo también te amo. -susurró besando con ternura su hombro y se entregó él mismo a un sueño reparador.
Harry sonrió en la oscuridad.
Continuará...
