CAPITULO XI
Infierno

Draco había estado postergando aquella conversación, en espera de que su padrino apareciera otra vez por la casa y poder convencerle de que era necesario que Harry conociera la verdad. Necesitaba de él, de Lupin, seguramente más cercano a Harry o de ambos a la vez para que colaboraran en aquel esclarecimiento. Al fin y al cabo, ellos estaban allí y él no. Pero cada vez que veía aquellos ojos únicos, sembrados de amor por él mirarle con absoluta adoración, Draco temía romper el ensueño que les envolvía y dudaba, considerando si Severus no tendría razón y era mejor dejar las cosas tal como estaban. Además, ahora que había empezado el tratamiento de su cuarto dedo, no se veía con demasiadas fuerzas para enfrentarse a la posible reacción negativa de su pareja.

Sobreponerse al dolor que, aparte del dedo, se iba extendiendo a toda la mano, le estaba costando Merlín y ayuda. Necesitaba la mirada que le decía que aguantara, mientras Harry extendía cuidadosamente el ungüento y él se apoyaba en esa mirada que no se apartaba de la suya, infundiéndole ánimos.

Necesitaba aquel abrazo después, cuando Harry se sentaba a su lado y le apoyaba contra su pecho, y él descansando la cabeza sobre su hombro, sintiendo las suaves y relajantes caricias en su espalda.

Necesitaba oír la voz cálida que le susurraba cuánto le amaba y después le explicaba cualquier tontería sucedida durante el entrenamiento de aquel día, distrayendo su atención de aquel punto insufriblemente palpitante que era su mano. Tácitamente Harry no comentaba nada de lo sucedido cuando el menester había sido otro, y Draco tácitamente nada preguntaba. Pero el interrogatorio sería exhaustivo en cuanto aquella maldita tortura terminara y Draco volviera a ser él.

Necesitaba que le ayudara a llegar a la habitación cuando el calmante, ahora mucho más fuerte, le dejaba tan atontado que no podía poner un pie delante de otro sin dar un traspié.

Necesitaba sentir las manos de Harry desnudándole, arropándole, el cariño de sus labios besándole mientras su mente se diluía en la torpe inconciencia de la potente droga que Matt no había tenido más remedio que darle.

Durante la segunda semana, algunos de los posibles efectos secundarios de los que el medigamo les había advertido, empezaron a manifestarse. Por las noches Draco solía despertarse inquieto, no por el dolor, que en esos momentos no sentía. Más bien era una sensación de pérdida, de desorientación. Entonces le llamaba, reflejando toda la ansiedad que sentía al pronunciar su nombre.

- Harry...

- Estoy aquí, Draco.

No siempre era capaz de darse cuenta inmediatamente que él estaba a su lado. Y para que no siguiera angustiándose, Harry tomaba su mano y besaba la palma, para después llevarla hacia su rostro y mantenerla allí quieta bajo la suya, hasta que la mano que guardaba acariciaba su mejilla como señal de que le había reconocido. Después Harry volvía a acomodarle entre sus brazos hasta que Draco caía otra vez dormido. La última semana aquellos episodios habían sucedido dos o tres veces cada noche y cuando llegó el viernes, el día que tenían cita con Matt para poner la funda, Harry se sintió aliviado de que por fin su pareja pudiera interrumpir aquella medicación y recuperar así su talante natural.

El sábado por la mañana Harry había decidido gandulear. Muy a su pesar, esa semana Berton le había dado descanso, intuyendo que su jugador estaba más agotado de lo que estaba dispuesto a confesarle. El entrenador había maldecido en su fuero interno al Ministerio y a lo que fuera que Potter estuviera haciendo para ellos. Pero necesitaba a su buscador a pleno rendimiento para el próximo partido, mucho más difícil que el de esa tarde. Así que Harry decidió que sería una buena oportunidad para recuperar sueño atrasado. Y no tan sólo por los desvelos con Draco durante las pasadas noches. Desde que había empezado a colaborar con los aurores tenía que reconocer, muy a su pesar, que no había podido mantener viejas inquietudes encerradas en aquel cajón acorazado que había creado en alguna parte de su cerebro. Se le hacía difícil dormir sin que su mente acabara paseando por recuerdos que prefería mantener en el olvido y que ahora insistían en aflorar.

Una de sus pesadillas más recurrentes había vuelto, después de haber dejado de atormentar sus noches tras una dura batalla, primero contra su adicción a la poción para dormir sin sueños y después contra sí mismo. Siempre empezaba de la misma forma, con Harry cayendo, su cuerpo chocando con violencia contra el suelo, dolorido y sin fuerzas. Después oía la voz de un hombre, aunque no podía entender lo que decía y cuando volvía la cabeza para mirarle, no tenía rostro. Esa visión le aterraba. Quería levantarse y huir, pero no podía. Parecía que su cuerpo estaba pegado al suelo y cualquier esfuerzo en ese sentido era inútil. Su varita estaba a escasos centímetros de su mano, pero no podía alcanzarla. El hombre sin rostro seguía hablando, pero Harry no le escuchaba, pendiente en ese momento de las silenciosas figuras que le rodeaban, también sin rostro, alzando sus varitas contra él. La pesadilla no tenía un final, porque en ese punto Harry siempre despertaba gritando.

El sueño no llegaba. Harry llevaba horas despierto, contemplando el semblante tranquilo de su amado que dormía plácidamente abrazado a él, sin atreverse a moverse, por miedo a despertarle de su primera noche de descanso sin interrupciones. Una leve alteración en la magia que protegía la casa le indicó que alguien acababa de acceder a ella. Harry reconoció la magia de Snape identificándose y se relajó. Si bien era cierto que al principio de su relación con Draco había pensado en quitarle el acceso libre a su hogar al Profesor de Pociones, después se lo había replanteado. Al fin y al cabo, pasaba horas acompañando a Draco cuando sus obligaciones en Hogwarts se lo permitían. Y no quería privar a su pareja de la compañía de su padrino.

Había estado manipulando las protecciones mágicas de su hogar para que no identificaran a Draco como quien realmente era. Al principio le había etiquetado como "visita", convencido de que Snape se lo llevaría en poco tiempo. Poco después de Navidad, había creando un complicado "disfraz" mágico que cubría la magia de Draco bajo la apariencia de la de Philippe Masson. De esa forma su pareja podía aparecer y acceder a la casa, sin necesidad de su presencia, de forma mágica y no muggle, como hasta ese momento. Tras meditarlo detenidamente, había cambiado también la etiqueta de "visita" e identificado a Philipe Masson como su pareja ante las protecciones mágicas. Era la primera vez que admitía públicamente la presencia de alguien en su vida, cosa que ni con Neal había hecho y esperó fervientemente no tener que dar muchas explicaciones.

Oficialmente sólo había aparecido Dumbledore, con la excusa de ver cómo andaba todo, ya que hacía largo tiempo que Harry no le visitaba en Hogwarts. El anciano saludó amablemente a Philippe/Draco y, a pesar de su incombustible y afable sonrisa, sus pequeños ojos azules no perdieron de vista ni uno solo de los movimientos o reacciones del joven. Le interrogó discretamente sobre su vida, cuestión que Draco resolvió con aplomo y desparpajo, procurando no alterar demasiado la versión que ,apenas un par de meses antes, había dado durante la cena en la que Harry le había presentado a sus amigos. Pero perdió la batalla en cuanto el Director de Hogwarts penetró su mente. Aunque el rubio diría después que había estado seguro de detenerle, Harry sabía que no había sido así. Conocía de sobra la habilidad de Dumbledore.

- La vida nos depara muchas sorpresas, ¿verdad Harry? -había dicho el anciano a modo de despedida, antes de entrar en la chimenea.

- Sin duda. -había respondido él.

- Cuídense.

El gesto de entendimiento del viejo Director hacia Harry, no había pasado desapercibido para Draco. Harry, por su parte, estaba más que seguro de que a su ex Profesor de Pociones le esperaba un duro interrogatorio en cuanto Dumbledore pusiera sus pies en Hogwarts.

La reacción extraoficial había resultado en que Draco había tenido que lucirse con una espléndida cena para un montón de pelirrojos, demasiado sobreexcitados para su gusto, y que habían acabado poniendo patas arriba la tranquilidad de su hogar. Hermione había estado observando con demasiada atención a su amigo durante toda la velada. Sin duda se le veía feliz, aunque el francés no tenía mucho que ver con su anterior pareja. Philippe más bien parecía una persona reservada y aunque amable y educada, algo fría en el trato, poco dada a manifestaciones públicas de afecto. Todo lo contrario que Neal, que a veces ahogaba a Harry con tanta demostración cariñosa. A Hermione el bateador siempre le había caído bien y no le parecía que con el cambio el moreno hubiera salido ganando. No lograba entender qué había visto Harry en aquel témpano de hielo.

Harry apartó suavemente el brazo de Draco para no despertarle y salió con cuidado de la cama. Miró su reloj. Las nueve y media. Una ducha rápida y bajaría a ver qué es lo que quería Snape. Aunque estaba seguro de que tan sólo venía a ver cómo seguía su ahijado. Durante aquellas dos últimas semanas, la chimenea del salón no había dejado de iluminarse con el rostro del Profesor de Pociones, demandando el parte médico del día. Al igual que había insistido en revisar la fuerte poción calmante que el medimago había recetado a Draco, antes de que la tomara. Había fruncido un poco el ceño, pero ambos jóvenes entendieron que la aprobaba a pesar de todo, ya que no dijo nada en contra.

- Buenos dias. -saludó Harry al entrar en la cocina.

- Buenos días, Potter.

¿Snape estaba haciendo café? Harry se maravillaba de lo rápido con que los Slytherins que aterrizaban en su casa se encariñaban con su cocina y todos sus cacharos. Debía tener algo que ver con su afición a los calderos y fogones. Empezaba a tener la sensación de que Snape pasaba ya más tiempo allí que en Hogwarts. Demasiado, a juzgar por la rapidez con la que encontró tazas y azúcar.

- ¿Cómo está Draco? -preguntó Snape, entregándole al moreno una taza humeante.

- Bien. Sigue durmiendo

Snape guardó silencio durante unos instantes, sin dejar de dirigirle aquella mirada penetrante que tanto molestaba a Harry.

- Le agradezco todo lo que ha hecho por él -dijo de pronto.

Harry por poco se atraganta con el café. Si bien ambos habían llegado a un tácito pacto de "no agresión", nunca hubiera pensado que la palabra "agradezco" formara parte del vocabulario del arisco Profesor.

- No tiene porque. -dijo en cuanto pudo recuperarse de la impresión- Al fin y al cabo la culpa es suya -añadió con una sonrisa que no pretendía otra cosa que provocarle.

El Profesor alzó una ceja con una expresión algo burlona.

- ¿De veras? -preguntó.

Harry le devolvió la misma mueca burlesca.

- Usted le obligó a quedarse. ME obligó a que se quedara.

- De lo cual no me arrepiento. -Snape se llevó la taza a los labios para ocultar una sonrisa demasiado amplia.

- Yo tampoco. -afirmó Harry.

¿Snape estaba sonriendo o tan sólo era una mueca que le confundía?

- Me emociona oír que por una vez estáis los dos de acuerdo.

Después de tres largas semanas, la sonrisa insolente y algo socarrona asomaba nuevamente a los labios de Draco.

- No debiste haberte levantado. -le regañó Harry.

- Es que echaba de menos tu... - empezó a decir el rubio.

- No creo que a él le interese oírlo. - le cortó rápidamente Harry

- ... compañía -acabó Draco, divertido.

Harry le dirigió una mirada de advertencia. Que mantuvieran un trato más o menos decente, no significaba que estuviera dispuesto a compartir con Snape detalles demasiado íntimos de su vida. De repente notó la pequeña vibración en el bolsillo de su bata. Era la pequeña esfera que Andrew Fallon, el Jefe de Aurores, le había dado para poder localizarle en cualquier momento, y que actuaba al mismo tiempo de traslador, entre otras cosas.

- Tengo que irme. -le dijo a Draco en un susurro.

La sonrisa de su pareja desapareció para dejar paso a una mirada mezcla de preocupación y desaprobación.

- Tenemos que hablar seriamente de esto, Harry. -le respondió en el mismo tono.

- Ahora no, por favor.

- En cuanto vuelvas. -le advirtió, dispuesto a aprovechar la presencia de su padrino y acabar con aquella situación de una vez.

- De acuerdo. -aceptó Harry.

Y salió de la cocina tras una leve inclinación de cabeza en dirección a Snape, que había seguido el murmullo entre ambos jóvenes con más interés del que aparentaba.

o.o.O.o.o

El traslador dejó a Harry en pleno centro de Londres. Inmediatamente percibió el nerviosismo reinante. El despliegue de aurores era mucho más numeroso que en ocasiones anteriores. Aunque todos iban vestidos con ropas muggles, la discreta insignia blanca y azul en sus ropas permitía distinguirlos. Harry localizó a Fallon, a pocos metros de donde él había aparecido, al parecer ultimando detalles con dos de sus jefes de escuadrón y se dirigió a su encuentro.

- Potter. -saludó el auror no sin cierto fastidio en su voz.

A Fallon le molestaba sobremanera que Fudge se hubiera empeñado en mezclar a Harry Potter en aquel asunto. ¡Cómo si sus hombres y él no fueran capaces de resolverlo! Además, se sentía completamente incómodo en su presencia e intuía que al joven mago le pasaba lo mismo; que en realidad tampoco se sentía demasiado entusiasmado con todo aquello.

Su primer encuentro con Potter en el despacho de Fudge había sido tenso. En el fondo, temía que el joven le reconociera como parte de aquel desafortunado escuadrón que intentó matarle tres años atrás. Temor completamente irracional, ya que era imposible que Potter hubiera podido verle dado que, cuando él llegó en pos de aquel iracundo mago que se había atrevido a desobedecer su orden, dicho mago junto a varios miembros de la Orden del Fénix estaban intentaban reanimarle con un ritual de transferencia de energía mágica. Cuando se lo llevaron seguía inconsciente. Nunca olvidaría la humillación de ser reducido y detenido por la implacable Orden. Y aunque después fue absuelto de cualquier cargo que no fuera el de una ingenuidad rayando la estupidez más absoluta, seguía teniendo un profundo sentimiento de culpabilidad, que estriñó pesadamente su estómago al verse frente al joven héroe. A pesar del tiempo transcurrido, continuaba avergonzándose de haber formado parte de aquel complot, aunque hubiera desconocido el fin, y pese a que no constaba en su expediente, sentía que había manchado irremediablemente la intachable trayectoria profesional de su familia, aurores de carrera durante generaciones.

- Tenemos a Malfoy localizado en ese edificio de ahí enfrente. -explicó sin dar al recién llegado opción a preguntar.

- ¿En qué piso? -inquirió Harry entendiendo entonces la agitación que se respiraba en el grupo, alzando la mirada en dirección al alto bloque de oficinas.

- Ahora mismo ya no lo sabemos. -respondió Fallon- No ha dejado de moverse. Pero no podrá salir sin que lo detectemos.

El Jefe de Aurores acabó de dar las últimas instrucciones a sus hombres, mientras Harry seguía contemplando el edificio, ahora con una mirada más fría y decidida. Si el mortífago que se hacía pasar por Draco se encontraba allí, él iba a atraparle. Se entretuvo después observando los rostros de los aurores desperdigados por la zona. Le pareció que todos eran veteranos. Sin temor a equivocarse, podría jurar que él debía ser el más joven de la "pandilla". También advirtió las miradas de ellos sobre su persona. Algunas se posaban en él con molestia, como la de Fallon. Otras escondían cierta admiración. Las más eran sencillamente curiosas. Hasta ese momento, Harry sólo había actuado con un número restringido de aurores, ya que una de sus condiciones había sido la de que su participación en aquel asunto fuera tratada con la máxima discreción. Hasta ese día había logrado evitar a Ginny, Hestia o Diggle. Pero tenía la impresión de que a partir de aquella mañana su anonimato se habría acabado. Había demasiada gente a la que no conocía y que, sin embargo, podían identificarle perfectamente a él. Ya podía ir preparando un buen paraguas para el chaparrón que sin duda Remus iba a dejar caer sobre él. Apartó ese pensamiento y trató de volver a concentrarse en el edificio. A una seña suya, siguió a Fallon junto con cuatro aurores más que ya conocía, hasta un callejón desierto. A salvo de miradas indiscretas transmutaron sus ropas en las de operarios muggle de una compañía eléctrica. Ellos seis entrarían en el edificio mientras los demás tomaban la zona para cubrir todas las vías de escape. Cuatro aurores se apostaron en la puerta de entrada, cuatro en las traseras y tres en la salida del parking del edificio. Otros estaban ocupados en crear apresuradamente barreras anti-aparición para poder cortar la posible huida del escurridizo mortífago. Un último grupo estaba listo para desmemorizar a cuanto muggle fuera necesario.

- Esta vez no se nos puede escapar. -aseguró Fallon dirigiendo una determinada mirada hacia Harry. Y antes de separarse en el vestíbulo añadió- Tened cuidado. Ya sabéis cuán peligroso es y más si se siente acorralado. Tampoco sabemos si está solo. Si tenéis que defender vuestra vida, recordad que no le necesitamos vivo.

Pero Harry SI le necesitaba vivo. Para demostrar que ese mortífago no era Draco, tenía que conseguir atraparle con vida. Dejó escapar un bufido nervioso e inmediatamente sintió la mirada de Fallon sobre él. Ahora, además de tener que vigilar por su propia vida, pensó sin hacer caso de esa mirada, tendría que hacerlo por la de ese bastardo.

El edificio tenía veinte plantas. Fallon y uno de los aurores se quedaron en la planta baja, para ir subiendo hasta la séptima. Harry y el auror que le habían asignado como compañero, tomaron uno de los ascensores hasta el octavo piso, para registrar hasta la catorceava planta. Y los otros dos aurores restantes lo harían de la quince a la veinte. El auror que acompañaba a Harry, Justin Burns, estaba inquieto. Miraba de reojo a Harry, cuyo semblante aparentaba una serena calma, cuestionándose si estaba tan nervioso porque iban en pos de Draco Malfoy o porque su compañero era Harry Potter. Era uno de los que se sentían algo intimidados por el mago que había derrotado al Señor Oscuro, aunque formaba parte del reducido grupo de elite con el que Harry había participado en las últimas detenciones ya no era una novedad tenerle cerca. En el quinto piso se quedaron solos en el ascensor y fue el momento en que Harry aprovechó para hablar.

- Si le localizas, te agradeceré que no le mates. Me gustaría atraparle vivo. -dijo.

- ¿Por qué? -preguntó el auror con curiosidad, pensando que de encontrarse a Malfoy tendría mucha suerte de no ser él el fallecido.

- Es algo personal. -respondió Harry.

Sí, Burns había oído contar algunas historias a la pelirroja Weasley sobre la rivalidad de Potter y Malfoy en sus años de escuela, en Hogwarts. Por lo visto Potter todavía le debía tener alguna cuenta pendiente con el mortífago.

- Haré lo que pueda. -dijo sinceramente- Pero no me voy a quedar esperando a que me envíe una maldición, Potter.

Harry delineó una leve sonrisa, que todavía hizo sentir más incómodo al auror. Burns se preguntaba como a sus casi 39 años y con 15 de experiencia como auror, podía sentirse como un principiante frente a aquel joven que no aparentaba tener más de diecinueve o veinte años, que esbozaba una sonrisa algo tímida y lucía un aspecto absolutamente inofensivo. Fallon le había emparejado con él porque había sido el único que había accedido a ello. A los demás no les hacía mucha gracia experimentar aquel sentimiento de inferioridad que Potter provocaba en ellos. En realidad, era bastante difícil de aceptar para aurores curtidos y expertos, que un jovencito les pasara la mano por la cara de la forma en que Potter lo había hecho, por ejemplo, durante la última redada. Un ligero movimiento de su mano había bastado para que aquellos tres mortífagos quedaran petrificados en plena huida. Y lo que más había fastidiado a su Jefe, había sido tener que agradecerle que, al mismo tiempo, con su varita conjurara un escudo protector sobre él para evitar que una certera maldición lanzada por uno de los que huían, le alcanzara. Pero la verdad era que nadie quería perderse lo que pasaría cuando Potter y Malfoy por fin se encontraran frente a frente; aunque todos pensaran poner la suficiente distancia entre ellos y los dos contendientes, por si acaso. Las apuestas inclinaban la balanza a favor de Potter.

Harry y el auror salieron del ascensor en el octavo piso. La planta estaba dividida en dos. A la derecha una compañía de seguros. A la izquierda una de alimentación dietética. Entraron en ambas y, con la excusa de estar buscando una avería eléctrica, revisaron ambas oficinas. No les tomó más de diez minutos asegurarse de que no estaba allí. Volvieron al ascensor para acceder a la siguiente planta, con igual resultado. Ya en el décimo piso, Harry se detuvo de pronto, observando a su alrededor, buscando con la mirada.

- Anda cerca. -dijo- Magia oscura... ¿no la sientes?

Burns negó con la cabeza, pero todos sus sentidos se pusieron en alerta. Siguió a Harry hacia las escaleras de servicio que el joven empezó a bajar rápidamente. Andaban por la mitad cuando oyeron la puerta del piso inferior cerrarse. Harry empezó a bajos los escalones de cuatro en cuatro, seguido de cerca por Burns, que comenzó a notar en ese momento la diferencia de edad. Harry empujó la puerta de acceso a la planta con determinación. Estaban nuevamente en el piso noveno. Toda la planta era ocupada por una empresa dedicada a la informática. La madurita recepcionista se alegró de verles otra vez y sonrió al guapo chico de ojos verdes que nuevamente se encontraba ante ella.

- ¿Le importa que echemos un vistazo otra vez? -le preguntó Harry- Parece ser que la avería podría provenir de aquí.

- Claro que no guapo. Adelante.

Y siguió con la mirada a Harry, suspirando por la improbable oportunidad de acariciar aquel tierno culito que se balanceaba en dirección a los despachos situados a su derecha. ¡En fin! De ilusión también se vive, pensó la mujer. Y no apartó la mirada hasta perderle de vista, envidiando en silencio a la afortunada que sí pudiera hacerlo. Ajeno a la lasciva mirada de la recepcionista, Harry siguió su camino sin dudar.

- Está aquí. -murmuró para que sólo su compañero pudiera oírle- Lo siento.

Burns no pensaba llevarle la contraria. Miró nervioso a su alrededor. Que aquel lugar estuviera lleno de muggles no hacía más que poner las cosas un poco más difíciles. Contó mentalmente cuantas personas se encontraba en esos momentos a la vista: trece. Catorce con la recepcionista. Y no sabía cuánta gente podía haber en los otros despachos. Vio como Harry se paraba frente de uno de los despachos encristalados y como su mano derecha se tensaba. Ahí estaba. Tranquilamente sentado, conversando con uno de los empleados muggles de la oficina. Burns manipuló la pequeña esfera que también llevaba en su bolsillo para alertar a los demás. Sabía que se aparecerían allí en cuanto pudieran.

El molesto hormigueo sobre su piel de Harry actuaba como un radar que nunca fallaba. Cuánto más cerca de la fuente de magia oscura, más intenso. A pesar de todo, esa sensación era posterior a su encuentro con Voldemort. Seguramente fruto del intenso baño de magia oscura que había recibido en el último momento, poco antes de matarle. O eso es lo que pensaba Dumbledore.

Harry tuvo la misma sensación que si le hubieran dado una patada en el estómago cuando el rostro del mortífago se volvió hacia él y la réplica del bello rostro de su amado le enfrentó a través del cristal. Los hermosos y fríos ojos del falso Draco se clavaron en los suyos, al tiempo que esbozaba una sonrisa que reflejaba un absoluto cinismo. Harry tuvo que repetirse mentalmente que aquel no era Draco. Que el gris de aquella mirada, no era la suya. Que aquellos labios delgados y finos que ahora se torcían en una mueca despectiva, no eran los que él conocía recorriendo su piel. Se preguntó qué estaría utilizando para asumir su aspecto. Si sólo fuera un hechizo de apariencia, con un Finite Incantaten sería suficiente. Pero dudaba que se lo pusiera tan fácil. Poción Multijugos. Pero, ¿de dónde conseguía el ingrediente personal que tenía que provenir del propio Draco?

- Los demás están en camino. -le susurró Burns.

Harry asintió en silencio, sin dejar de observar el interior del despacho. De pronto el muggle se levantó de su silla y abrió la puerta.

- Vuelvo en un segundo, Sr. Malfoy. Le mostraré algunos de los programas que hemos realizado para empresas con características similares a la suya.

- Creo que no será necesario. -le retuvo el mortífago, levantándose también y tomándole del brazo- La información que me ha dado es suficiente de momento- El rostro de Draco esbozó una sonrisa encantadora- Volveré con mi socio. Es algo que debemos decidir entre los dos.

- Lo comprendo Sr. Malfoy. -dijo el muggle con una amplia sonrisa- Le acompañaré.

El mortífago sabía que mientras tuviera al muggle a su lado, esos dos no se moverían. Les había dejado ver claramente su varita apuntándole. Una de sus varitas. No debía perder de vista a Potter. Porque el joven moreno de la verde y penetrante mirada no podía ser otro que él. ¿Quién no conocía al salvador del mundo mágico a esas alturas? Ellos empeñados en hacer salir al verdadero Malfoy del agujero donde se hubiera escondido y en su lugar aparecía Potter.

Cuando habían empezado con aquel plan descabellado, nunca pensaron que su verdadera presa fuera tan escurridiza, ni tampoco capaz de sobrevivir tanto tiempo a la presión que habían logrado crear sobre él. El propósito era que Draco Malfoy se sintiera acorralado, dificultar cada vez más que pudiera moverse con libertad, conseguir alimentos o lograr un lugar dónde dormir sin sentir la amenaza de ser descubierto, y que al final no le quedara más remedio que acudir a los únicos que podían ayudarle a no acabar en Azkaban y con un dementor en sus labios. La familia amantísima que estaba dispuesta a protegerle y a recibirle con los brazos abiertos, a él y al libro. Cada nuevo ataque, cada nuevo asesinato no hacia más que reducir sus posibilidades de seguir viviendo sin ser descubierto. Su foto colgaba en todos los lugares públicos del mundo mágico. Y no tan solo en el Reino Unido. El Ministerio de Magia inglés, consciente de que los Malfoy tenían propiedades por toda Europa, habían hecho llegar la orden de busca y captura prácticamente a todos los Ministerio de Magia europeos. Cuantos más ataques y asesinatos cometía en su nombre, más presión caía sobre el hijo de Lucius. Y a pesar de que los demás, después su segunda huída, dudaban ya de la utilidad de atraparle nuevamente, o tan siquiera de que siguiera vivo, él les había convencido de que en un momento u otro Draco Malfoy aparecería y les llevaría hasta el ansiado libro. Ahora, casi ocho meses después de perder su pista en Londres, cerca del estadio de los Chudley Cannons, también él empezaba a tener sus dudas de poder encontrarle. O que como decía Rodolphus, de que no hubiera muerto hacía tiempo. Sin embargo, tenía que reconocer que seguir con aquella parodia le encantaba. Al menos hasta ese justo momento.

Le dedicó una sonrisa torcida a Potter, sin poder evitar pensar en lo que daría Bella por estar ahí en ese instante. Estaba seguro de que se tiraría de los pelos cuando se lo contara. Y lo que daría él por no estar. Sabía que el joven que le observaba con tanta atención probablemente era el único capaz de detenerle. De todas formas, pensó no sin cierta vanidad, el Ministerio debía estar muy desesperado si había recurrido a él. Enfrentarse a Potter sería todo un reto y un placer en otro momento. Lo que necesitaba ahora era salir de aquel maldito edificio cuanto antes. Presentía que las cosas iban a complicarse.

El muggle le estaba acompañando hasta la puerta sin cesar en su perorata de alabanzas sobre su empresa. Tenía que pensar rápido. Ya había intentado aparecerse fuera y no había podido. Los malditos aurores seguramente habían levantando barreras anti-aparición. Cuatro hombres más, vestidos con aquel ridículo uniforme muggle, acababan de hacer acto de presencia en la puerta de entrada. Su mal presentimiento acababa de confirmarse.

El empleado muggle sintió la fuerte presión en su brazo y miró a su posible futuro cliente con sorpresa. Aquel hombre minutos antes tan amable tenía lo que parecía una batuta en la mano apuntándole y miraba a los empleados de la compañía eléctrica con aire amenazador. Decididamente había topado con un loco. Esgrimía el palito contra él como si aquel trozo de madera pudiera coaccionarle. Se hubiera reído, pero siempre había oído decir que a los locos no hay que provocarles, porque pueden volverse peligrosos. Y, definitivamente, podía enfrentarse a un chiflado, pero no a siete, ya que por alguna extraña razón, los seis empleados de aquella compañía eléctrica tenían en sus manos los mismos palitos que el Sr. Malfoy. Hizo un discreto gesto a la recepcionista, que les miraba curiosa, para que llamara a la policía.

- Le mataré si os acercáis. -amenazó el mortífago

Aquello no había sonado nada bien. Ahora el pobre hombre sí estaba empezando a ponerse nervioso.

- Piensa lo que vas a hacer, Malfoy. -advirtió Fallon tomando las riendas de la situación- No podrás salir de aquí. Entrégate.

- ¿Qué te apuestas, auror?

El mortífago esbozó una sonrisa al más puro estilo Malfoy, y tal vez fue ese detalle lo que distrajo por unos segundos a Harry del hechizo que éste estaba pronunciando. Los sillones de la entrada empezaron a arder. El fuego se extendió rápidamente debido al material en el que estaba fabricados y en segundos alcanzó la mesa llena de revistas y a las cortinas. Los gritos histéricos de la recepcionista pronto advirtieron a sus demás compañeros de que algo estaba pasando. La confusión que el mortífago había pretendido crear no tardó en provocar un verdadero caos. El fuego se extendía velozmente. Al mismo tiempo, una verdadera batalla campal de hechizos y contra hechizos había empezado a atravesar el humo negro y asfixiante que se estaba apoderando de la oficina, producto de los materiales plásticos que se estaban quemando. Una alarma contra incendios sonó en alguna parte. El pretendido Draco todavía sujetaba al muggle, ahora en plena crisis nerviosa, intentando alcanzar la salida y acceder a las escaleras de servicio para lograr llegar a la planta baja, usándole como escudo. Aprovechando el desconcierto que les envolvía, el muggle se soltó de un empujón y se mezcló con la vorágine vociferante que corría presa del pánico intentando también llegar hasta las escaleras. El mortífago le dejó ir. Había demasiada confusión para que los aurores pudieran atraparle con facilidad. Fallon vio a Harry escurrirse ágilmente entre el tumulto en pos del mortífago y le siguió. No podía dejar que el "héroe" se llevara todo el mérito.

Harry bajaba las escaleras a toda la velocidad que la tremolina de gente, cada vez más numerosa, le permitía. Tras la alarma de incendio las restantes plantas también se estaban desalojando y cada vez más gente se incorporaba a las ya abarrotadas escaleras de emergencia. Procuraba no perder de vista la cabellera rubia platino que destacaba un tramo de escalera por delante de él. El mortífago volvió la cabeza y le sonrió, como retándole. Harry sintió nuevamente u nudo en el estómago cuando los ojos grises encontraron los suyos. Prefirió pensar que no se atrevía a intentar hechizo alguno por temor a alcanzar a los numerosos muggles que llenaban las escaleras, y no porque tuviera la sensación de que iba a atacar a Draco y no al condenado mortífago. Aprovechando que en ese momento la gente estaba bajando con relativa tranquilidad, pudo sortear a las personas que bajaban delante de él. Tenia a Malfoy muy cerca.

- ¡Eh, chico! ¡No empujes! ¡Todos queremos salir de aquí! -refunfuñó alguien a su paso.

Harry ni le escuchó. Malfoy le había visto y en lugar de seguir escaleras abajo, había empujado la puerta de acceso a las oficinas de aquel piso. Harry le siguió con alguna dificultad. Abrió la puerta y se detuvo en el rellano que daba acceso a las dos oficinas de aquella planta: la compañía de seguros y la de dietética. Sin dudar se dirigió hacia la de dietética. No se había equivocado. Su piel hormigueaba de forma más molesta a medida que atravesaba la recepción y un pasillo que desembocaba en lo que debía ser el call center de la compañía, que a todas luces había sido abandonado con precipitación. Podían verse teléfonos descolgados y auriculares que habían caído al suelo, junto con algunos papeles. Atravesó la amplia sala, moviéndose con precaución entre las mesas. Un sexto sentido le hizo apartarse justo para que el primer maleficio pasara casi rozando su oreja. La respuesta fue rápida y contundente. La mesa tras la que se escondía Malfoy prácticamente se desintegró. Harry pudo verle gateando apresuradamente entre las otras mesas, intentando evitar la batería de hechizos que Harry había empezado a lanzar contra él. El supuesto Malfoy apenas tenía tiempo de responder al ataque, concentrando toda su atención en evitar ser alcanzado. Empezaba a inquietarse. Pero se preguntaba por qué Potter se conformaba con lanzarle hechizos paralizantes, petrificantes y otros por el estilo, en lugar de intentar matarle. El escenario cambió en pocos segundos, en cuanto Fallon apareció en la sala. Harry le vio avanzar medio agachado entre las mesas en dirección a él, al mismo tiempo que percibía el sutil movimiento del mortífago, ahora parapetado detrás de la pared del pequeño corredor que conducía a los aseos.

- ¡Al suelo Fallon! -gritó al tiempo que intentaba cubrirle con un escudo.

Por suerte, las llamas sólo alcanzaron a la mesa que cubría a Fallon, que se alejó rápidamente en dirección a Harry.

- Ese tipo debe tener algún antepasado pirómano. -masculló el Jefe de Aurores, llegando junto al joven.

El mortífago siguió lanzando Incendios, en cuanto Harry y Fallon le permitían asomar la cabeza.

- El muy capullo intenta cercarnos con fuego. -gruñó nuevamente Fallon.

- Y lo conseguirá si no nos movemos rápido. -advirtió Harry respondiendo con un potente Expelliarmus que hizo volar por fin una de las varitas del mortífago.

El siguiente hechizo hizo que el suplantador de Draco exhalara un grito de dolor. Fallon le dirigió a Harry una mirada enojada.

- ¡Por Merlín, Potter! -le recriminó- ¡Lánzale algo más contundente, joder!

¿A qué estaba jugando Potter? Podía haberle matado al menos ya en tres ocasiones desde que él había llegado. Harry le devolvió una mirada furiosa.

- Muévase Fallon, o vamos a quedarnos fritos aquí. -fue su respuesta mientras le empujaba en dirección al único punto por el que todavía podían atravesar la incendiada oficina.

Sin embargo, Harry conjuró un escudo protector sobre sí mismo y atravesó las llamas que les cercaban por el otro lado, intentando acortar camino para cerrarle el paso al doble de Malfoy que había abandonado su posición y se dirigía renqueando hacia la entrada de la oficina. Harry se dio cuenta de que Fallon emprendía también una sofocada carrera en esa dirección, sorteando sillas y mesas y que, aun cegado por el humo, lanzaba desatinados hechizos en dirección al punto donde creía que se encontraba Malfoy. La suerte hizo que uno de ellos alcanzara al mortífago, golpeándole con violencia contra la pared. En ese mismo instante, un fuerte crujido hizo desviar la atención de Fallon en dirección al techo. Estaba cediendo. El piso de arriba, donde había empezado el fuego, debía estar ya completamente calcinado y el suelo amenazaba con hundirse sobre sus cabezas. Alzó la vista justo para ver los primeros trozos caer sobre él. Se cubrió la cabeza con los brazos, en un pobre intento de evitar lo inevitable. No obstante el golpe no llegó. Potter tenía el brazo extendido hacia él y los cascotes de yeso y hormigón habían caído a su alrededor, sin tocarle. Tenían que salir rápido de allí. Furiosas llamas asomaban a través del agujero abierto en el techo. Buscó con la mirada a Malfoy a través del humo cada vez más espeso y vio que había logrado levantarse y algo tambaleante todavía, emprendía la huida.

- ¡Sal de ahí, Potter! -gritó al tiempo que corría en pos del mortífago a toda la velocidad que sus pulmones llenos de humo le permitían- ¡Vamos a perderle!

Un nuevo estruendo hizo que se cubriera instintivamente. Pero esta vez el derrumbe se producía a sus espaldas. Volvió la cabeza justo para ver el momento en que Potter caía bajo los escombros del trozo de techo que se estaba desplomando sobre él, atrapándole. Dudó unos instantes. Malfoy estaba ya en la puerta. Se le escapaba.

- ¡Maldita sea! -gruñó, volviendo a pesar de todo sobre sus pasos.

El joven le había salvado la vida dos veces, la última hacía escasos segundos. Se lo debía.

- ¡Potter! ¿Puedes oírme?

La única respuesta fue el fragor del fuego devorando vorazmente cuanto encontraban en su camino. Las violentas llamas que se alzaron ante él le impidieron ya el paso hacia dónde había visto caer al joven, haciéndole retroceder.

- ¡Potter! - gritó nuevamente, medio ahogado por el humo.

No obtuvo respuesta. Tampoco podía verle tras el muro de fuego y humo que ahora atravesaba la sala de la oficina de lado a lado. Maldijo nuevamente. Si el joven no estaba muerto, no tardaría en asfixiarse e aquella irrespirable humareda. Esa no era forma de morir para nadie, pensó apretando los puños con la rabia que confiera la impotencia. De repente tuvo la sensación de estar reviviendo viejos fantasmas, aunque el escenario y las circunstancias fueran distintas. ¡Merlin! ¿Cómo iba a explicar que había dejado a Harry Potter abandonado a su suerte en aquel infierno? Trató de conjurar un escudo que le permitiera cruzar aquel bosque de fuego impenetrable. Pero cuando la primera llama lamió la superficie de la protección mágica, Fallon sintió como ésta se desmoronaba y tuvo que retroceder rápidamente, sintiendo como el fuego lamía también su cara. Contempló con desaliento las llamas ante él. Su cara ardía, su cuerpo estaba empapado en sudor caliente. Fallon intentó tranquilizar su conciencia diciéndose que lo había intentado y que de todas formas el joven debía estar ya muerto. No podía ser de otra forma. En ese momento no le quedaba más opción que tratar de salvar su propia vida, antes de que tampoco pudiera salir de la ardiente oficina. Cuando abandonó el edificio, los bomberos muggles ya luchaban contra el fuego en el interior del inmueble.

Continuará...