CAPITULO XII
Descubrimientos Desagradables
- Me iría muy bien que pudieras echarme una mano con alguna de las pociones. -dijo Severus.
- Tal vez Harry me deje montar un pequeño laboratorio abajo, en el sótano -Draco contempló su mano con aire crítico- Al menos así tendría algo que hacer mientras esto acaba de resolverse.
- Ese medimago está haciendo un gran trabajo. -admitió su padrino- Me gustaría conocerle.
El ruido de una conexión estableciéndose en la chimenea llamó la atención de ambos hombres, que dirigieron la mirada hacia ese punto. El rostro de Ginny Weasley apareció entre las llamas.
- Hola Philippe. -saludó.
- Hola Ginny. -correspondió Draco, algo sorprendido, adoptando rápidamente su acento francés.
- ¿Está Harry por ahí? -preguntó la pelirroja, pasando al parecer por alto el hecho de que Snape también se encontrara en el salón.
- No. -respondió Draco, que ya se había levantado y situado frente a la chimenea- Se fue esta mañana... por unos asuntos.
La pequeña de los Weasley pareció dudar sobre la conveniencia de continuar hablando.
- ¿Sucede algo, Srta. Weasley? -preguntó Snape, para quien no había pasado desapercibido el nerviosismo de la joven.
- Rumores en realidad... -titubeó ella.
- Suéltelo Weasley. -le apremió Snape, en el mismo tono que si todavía fuera su alumna.
Ginny tomó aire para darse tiempo a poner en orden sus pensamientos. Esperaba que los rumores que habían llegado a la central de aurores sólo fueran eso, rumores. Pero que Harry no se encontrara en esos momentos en su casa no auguraba nada bueno.
- Esta mañana han localizado a Draco Malfoy en un edificio en el centro de Londres. -el verdadero Draco sintió que todos sus músculos se tensaban- Por lo visto han logrado acorralarle, pero ahora mismo en el edificio hay un par de plantas en llamas.
Snape se situó también de pie frente a la chimenea, observando de reojo como su ahijado trataba de mantener sus nervios bajo control, anticipando algún hecho poco agradable. Alguien que no le conociera tan bien como él, sólo vería una mandíbula apretada y una expresión impávida. Sus ojos era lo único que le delataban.
- Algunos compañeros aseguran que Harry entró en ese edificio con Fallon y cuatro más.
- ¿Y qué diablos podía estar haciendo Potter allí? -preguntó el Profesor de Pociones en tono agrio.
- No lo sé. -aseguró Ginny- Pero ahora hay quien también jura haberle visto entrenando en la central hace unas cuantas semanas, fuera de horas. Empezamos a temernos que Harry se haya tomado demasiado a pecho los ataques de El Profeta.
Snape miró a su ahijado y éste asintió en silencio, mientras su expresión impasible empezaba a desmoronarse, dejando que una clara preocupación se reflejara en su rostro. Todavía no había abordado el tema con su padrino, entusiasmado con la propuesta con la que había llegado Snape de ayudarle en la elaboración de algunas pociones. El Profesor soltó un bufido de enojo.
- ¿Alguno de los nuestros está allí? -preguntó.
- Todavía no. -respondió Ginny- Teníamos la esperanza de que Harry se encontrara en casa. Hemos estado en el estadio antes, pero el entrenador nos ha dicho que hoy le había dado descanso. -volvió la cabeza como si alguien la estuviera llamando a sus espaldas- Esperen, por favor.
Su rostro desapareció de las llamas para volver a aparecer a los pocos segundos, completamente desencajado.
- Profesor... -apenas pudo pronunciar.
El rostro de Diggle apareció a su lado, mientras alguien tiraba de Ginny, que estaba al borde de las lágrimas, y la hacía desaparecer de la chimenea.
- Me temo que las noticias que llegan no son muy buenas. -informó el hombre con semblante serio- Acabamos de confirmar que Harry sí estaba allí. Parece ser que ni él ni Fallon han salido todavía del edificio.
Las piernas de Draco se convirtieron de pronto en gelatina, incapaces de sostenerle. Se apoyó con disimulo en el respaldo del sillón que tenía a sus espaldas, mientras su corazón empezaba a latir con más fuerza.
- Contacten con Dumbledore. -ordenó Snape con voz fría.
- Lo están haciendo en este momento, Profesor. Nosotros vamos para allá.
- Bien. Nos encontraremos allí.
El rostro de Diggle desapareció. Snape miró a su ahijado con aire acusador.
- ¿Lo sabias?
- Estaba intentando convencerle. -Draco siguió a su padrino que a grandes zancadas se dirigía al vestíbulo para tomar su capa- Pero es terco.
- ¡Que novedad! -exclamó el Profesor furioso y observó como Draco también tomaba su chaqueta.
- ¿Dónde crees que vas?
- No pensarás que voy a quedarme aquí. -respondió Draco, intentando dominar su angustia.
- No. -se negó Snape, tajante- No quiero que te arriesgues a aparecer en un lugar sembrado de aurores. En este momento no me fío demasiado de tus reacciones, Draco.
- No puedes impedírmelo. -su voz sonó tan fría y determinada como Snape recordaba la de Lucius, provocándole un pequeño estremecimiento.
- No me obligues a inmovilizarte... - le amenazó en tono autoritario.
- Inténtalo y no respondo.
Durante unos segundos sus miradas se enfrentaron y a Severus Snape no le cupo la menor duda de que sería imposible que Draco se quedara por las buenas en la casa.
- No voy a perderte de vista -cedió a regañadientes.
Y ambos desaparecieron.
o.o.O.o.o
Un público expectante y morboso se amontonaba tras las vallas que la policía muggle había puesto alrededor de la zona para evitar la presencia de curiosos y permitir a los bomberos trabajar en paz. Había cinco coches cisterna de los que partían las mangueras que mojaban continuamente el edificio y otras se adentraban en el interior del mismo. Todavía podían verse llamas asomando por las ventanas de los pisos noveno y octavo, aunque parecía que en ese momento el fuego más virulento quemaba en éste último. La rápida intervención de los bomberos había evitado que el fuego se extendiera a los otros pisos, quedando concentrado en esas dos plantas.
Tras aparecer lejos de miradas indiscretas, Snape localizó rápidamente a Diggle, quien estaba hablando con algunos compañeros y se dirigió hacía donde éste se encontraba, seguido de Draco. A Severus el corazón le dio un vuelco cuando reconoció a uno de ellos como el Jefe de Aurores. El hombre tenía una fea quemadura en la mejilla derecha y parte del pelo de ese mismo lado y el flequillo, chamuscados. Si él estaba fuera, Potter debía andar cerca. Y esperaba que en mejores condiciones.
- ¿Y Potter? -preguntó sin más preámbulos.
El rostro dolorido y todavía enmascarado por el humo de Fallon le dirigió una mirada recelosa al reconocerle ,y dudó unos instantes antes de negar con la cabeza.
- No pude sacarle. -respondió.
El rostro de Snape se transfiguró, bañándose inmediatamente de una fría cólera mientras agarraba por el cuello a Fallon y acercaba su rostro peligrosamente al ennegrecido del auror.
- Esta vez acabaste el trabajo, ¿verdad maldito hijo de mantícora?
- El techo... se derrumbó... -jadeó el auror, casi sin resuello- Potter... quedó atrapado... y cuando intenté... llegar hasta él... las llamas... me lo... impidieron.
Diggle intentaba inútilmente que Snape soltara a su superior.
- ¿De verdad, Fallon? -prosiguió Snape con los dientes tan apretados que el Jefe de Aurores podía oír como rechinaban- ¿De verdad piensas que voy a creerte?
- Severus, por favor... -rogó Diggle, ahora ayudado por un par de compañeros.
Entre los tres hombres lograron que por fin el iracundo Profesor soltara a Fallon.
- Esta vez no vas a librarte tan fácilmente. -le amenazó todavía Snape.
- ¿Cuánto hace que ha sucedido? -preguntó Diggle a Fallon, interponiéndose entre él y el Profesor, intentando que la cosa no pasara a mayores.
- Apenas quince minutos. -resolló Fallon, que empezó a entrever lo que podía ser la Orden del Fénix en pleno cayendo sobre él... otra vez- No puede haber sobrevivido. -dijo sin apartar los ojos de Snape -Juro por mi vida que intenté llegar hasta él pero no pude, ¡maldita sea!
El Profesor no respondió. Acababa de darse cuenta de que Draco ya no estaba a su lado. ¡Lo que faltaba! No tenía que haberle dejado acompañarle.
- ¿En qué planta? -preguntó reprimiendo el irrefrenable instinto que le tentaba a estrangular a aquel hombre allí mismo.
- Octava. -respondió Fallon, apenas sin voz.
Snape se dirigió sin pensarlo demasiado hacia el edificio de oficinas. Ya no pudo ver como un desesperado Remus Lupin aparecía en el lugar junto a Ginny Weasley. Un bombero intentó detenerle en la entrada del edificio, sin demasiado éxito.
- ¡Eh, amigo! ¡Vuelva tras la barrera! -le gritó, sin conseguir más que un furioso y poderoso empujón.
El bombero cogió su intercomunicador de mala gaita.
- Tom, otro civil que va para allá. Intentad detenerles antes de que se quemen sus malditas cejas.
Cerró la comunicación con enojo. Odiaba a los tipos que intentaban hacerse los héroes y que lo único que conseguían era complicar más su trabajo y poner en peligro su seguridad.
Snape empezó a subir las escaleras tras conjurar un pañuelo húmedo y colocarlo sobre su rostro, intentando mantenerse lo más cerca del suelo que le era posible, casi gateando para inhalar menos humo. Avanzaba lentamente, pero contaba con que Draco tenía que estar haciéndolo al mismo ritmo. Debía alcanzarle antes de que fuera demasiado tarde. Cuando llegó el octavo piso, casi sin resuello, los bomberos estaban luchando con las llamas al fondo de una de las oficinas y con un Draco Malfoy completamente fuera de sí, dispuesto a cruzarlas a toda costa. Snape se acercó a tiempo de evitar que Draco esgrimiera su varita y lo sujetó con fuerza para alivio de los dos bomberos que habían estado luchando con el encolerizado joven, pudiendo tomar nuevamente la manguera que habían soltado para poder detenerle.
- ¡Lléveselo de aquí! -gritó uno de ellos- ¡Salgan si no quieren acabar intoxicados!
Draco ahora luchaba contra el firme y doloroso agarre de su padrino.
- Está ahí, lo sé. -gritó furioso- ¡Suéltame!
- Ni los sueñes.
- Puedo conjurar un escudo y atravesarlas. ¡Suéltame te digo!
- Estás loco si crees que te dejaré hacerlo. -respondió el Profesor- Un escudo no resistiría mucho tiempo.
- Estoy dispuesto a intentarlo. Si no me sueltas te obligaré a hacerlo. -amenazó por fin con la varita en la mano.
Estaba perdiendo los nervios, lo sabía. Pero estaba convencido de que Harry seguía vivo. Podía sentirlo. Y cada segundo que perdía en esa estúpida discusión era un segundo menos para Harry. Su padrino sintió ganas de abofetearle para hacerle entrar en razón. Hasta que vio la angustia y la desesperación reflejadas en la tormenta gris de sus ojos. Una dolorosa punzada atravesó su corazón, al tomar conciencia de la profundidad de los sentimientos de su ahijado. Y de su temor. La historia de los últimos años de Draco había sido una historia de pérdidas y de sufrimiento. Entendía que no se resignara a soltar aquel resquicio de esperanza que le impedía aceptar que Potter pudiera estar muerto. En apenas siete meses había pasado del miedo, el odio y la desconfianza que habían llenado su pasado reciente, a una calma serena, a la aceptación de la vida tal como le venía, a la seguridad que le daba el tener a su lado a la persona que había logrado arrancar de su corazón el dolor. Miró hacía las llamas, todavía virulentas, que impedían a los bomberos muggles avanzar.
- El hechizo de protección... -dijo de pronto Draco aferrando convulsivamente su brazo- ... dime, ¿sigue ahí? ¿Lo llevo todavía?
El Profesor de Pociones parpadeó unos instantes, volviendo de sus pensamientos e hizo un leve movimiento con su varita, tras lo cual frunció el ceño.
- Eso parece. -respondió, no sin cierta extrañeza. Potter no podía seguir vivo, por mucho que lo desearan.
- Soy ágil y rápido, padrino. Lo sabes. Mi magia es fuerte. -había notado la vacilación en los ojos del Profesor y estaba dispuesto a aprovecharla- Podré mantener el escudo el tiempo suficiente.
- Estás loco, Draco. -musitó Snape dirigiendo sus ojos hacia el fuego contra el que los bomberos luchaban.
- Tengo que intentarlo. -insistió Draco- No podría vivir sabiendo que él estaba allí y yo no hice todo lo posible.
Snape bufó y a regañadientes se soltó del nervioso agarre de su ahijado, para dirigirse a uno de los bomberos que en ese momento había sido reemplazado por un compañero y descansaba apoyado en la pared con aire agotado.
- Pensamos que hay una persona atrapada al otro lado. -le dijo.
- Por desgracia, al otro lado ya no hay nada, amigo. Será mejor que se marchen.
- ¿Es muy grueso ese muro de fuego? -insistió Snape sin inmutarse.
El bombero le miró con una mezcla de cansancio y compasión.
- Lo suficiente como para que no le den ideas descabelladas. -y preguntó- ¿Algún conocido?
- Alguien cercano, en realidad. -respondió Snape sin considerar realmente lo que estaba diciendo.
- Mire, si por desgracia había alguien ahí, no ha sobrevivido. -dijo el bombero acompañándole hacia las escaleras- Siento ser tan crudo, pero tampoco quiero engañarle. Lo mejor que pueden hacer es marcharse. En cuanto podamos cruzar, informaremos de lo que encontremos. Se lo prometo. De todas formas, tal vez logró salir y le encontrarán abajo, en alguno de los puestos médicos. ¿Ha buscado allí?
- No... -admitió el Profesor de Pociones, considerando que si el hechizo de protección seguía en pie, Potter podía haber logrado salir de algún modo y en ese mismo momento encontrarse tan tranquilo en alguna parte, completamente a salvo, mientras ellos se asaban en aquella sauna desmesurada. Tal vez aquella posibilidad le permitiera arrastrar a Draco de vuelta a la calle.
- ¡Eh, usted! -oyó en ese momento gritar la voz de Draco - ¡Mójeme!
El muggle lo hizo pensando que era tan solo para aliviar el calor que debía estar escociendo la piel del joven.
- ¡Y ahora lárgate ! -le gritó el bombero después de dejarle bien empapado.
Antes de que Snape pudiera detenerle, Draco estaba cruzando el fuego protegido dentro de su escudo, para asombro de los muggles, que le vieron desaparecer sin que una sola llama le tocara, tal como si estuviera dentro de una burbuja.
El calor era insoportable y sus ropas se secaron con tanta rapidez como si nunca hubieran sido mojadas. Las gruesas botas de protección anti-fuego en que había trasmutado su calzado, copia exacta de las que llevaban los bomberos muggle, no evitaban a pesar de todo el intenso calor que transmitía el suelo. Una vez atravesado el espeso muro de llamas, el panorama no era demasiado alentador. Aunque el fuego todavía ardía en varios puntos, la mayoría de lo que había formado parte de esa sala estaba ya carbonizado. De pronto alguien le tomó del brazo.
- No tenías porque seguirme. -le recriminó Braco, pasado el sobresalto.
- Alguien tiene que asegurarse de que vuelves a salir. -gruñó Snape.
Y colocándose otra vez el pañuelo contra el rostro, le obligó a caminar detrás de él. No quería que fuera el primero en toparse con alguna visión desagradable. Cruzaron el montón de escombros correspondientes al derrumbamiento que casi alcanza a Fallon. Sortear el amasijo de hierros candentes que habían conformado parte del mobiliario de aquella sala, no estaba resultando cosa fácil. El ambiente era asfixiante. Pocos metros más allá había otro montón de cascotes de lo que un día había sido el techo de la oficina. Snape fue el primero en ver la mano que asomaba bajo los escombros, pero no pudo retener a Draco el tiempo suficiente como para comprobar primero el estado en que podía encontrarse Potter.
- ¡Espera Draco!
Sin embargo, su ahijado rebotó contra algo que le había impedido avanzar y emitió un sonido reverberante, cayendo de espaldas contra el pecho de Snape. El hombre tuvo que hacer verdaderos equilibrios para no desplomarse sobre el ardiente suelo.
- ¡Ha conjurado un escudo! - murmuró, atónito.
Draco había dado rápidamente la vuelta y se encontraba al otro lado, intentando atravesarlo desde allí,
- ¡Harry!
Snape se unió a él. Desde esa posición pudieron ver que tan sólo la parte inferior de su cuerpo y el brazo derecho estaban atrapados bajo las runas. Un feo golpe en la cabeza parecía ser el responsable del pequeño charco de sangre Harry tenía los ojos cerrados y no se movía. Lo único positivo de la situación era que si el escudo estaba todavía intacto, al igual que el hechizo de protección de Draco, significaba que Harry seguía vivo. Tanto Draco como Snape intentaron desvanecerlo, sin éxito.
- Harry, ¿puedes oírme? Si puedes, desactiva el escudo. No podemos llegar hasta ti. -miró nervioso a su padrino que seguía murmurando inútiles hechizos mientras movía su varita- Harry, ¿puedes oírme? ¡Mierda!
Mientras intentaba encontrar la manera de derribar el potente escudo, Snape seguía preguntándose como el Gryffindor había podido conjurarlo en el estado en que se encontraba, mantenerlo y sobrevivir dentro de él.
Tras unos minutos de vanos intentos, la desesperación de Draco estaba a punto de llegar a su grado máximo. Harry se encontraba a medio metro de él y no podía alcanzarle. Miró a su padrino que tenía una expresión de profunda concentración. Snape estaba exprimiendo todas sus neuronas intentando buscar la manera de derribar el maldito escudo. Contempló a su ahijado, que en ese momento descargaba con furiosa impotencia sus puños contra el invisible muro. El desaliento era patente en el rostro de Draco. Ambos sabían que no podrían permanecer allí muchos minutos. Pero tal vez... si los dos jóvenes estaban tan unidos como parecía que estaban... siendo ambos magos poderosos... sus magias tenían que reconocerse, estar también unidas en cierta forma. Severus estaba seguro que la magia de Draco obedecería a la de Harry, ya que era mucho más poderosa. Estaba por ver si la de Draco sería capaz de convencer a la de su pareja para que desvaneciera aquella inusual protección.
- Deja que su magia reconozca la tuya. -dijo sujetando a Draco por los brazos, para impedir que siguiera golpeando su frustración- Déjala fluir sobre el escudo. No le ordenes, es más poderosa y no te obedecería. Sólo persuádela, indúcela. Estoy seguro de que sabrás cómo.
Draco miró a su padrino, todavía jadeante. Asintió dispuesto a intentarlo. Cerró los ojos y se concentró, dejando escapar lentamente de su cuerpo parte del fluido mágico que identificaba su naturaleza. Extendió sus brazos al frente, con las palmas de sus manos hacia arriba, para después elevarlos despacio por encima de su cabeza. En ese punto los abrió, realizando un movimiento de atrás hacia delante, y su magia se extendió, envolviendo suavemente el escudo de su pareja. A los pocos segundos éste caía, lanzando una oleada de aire caliente contra sus rostros. Ambos magos se inclinaron sobre el cuerpo inerte.
- Harry, ¿puedes oírme? -Draco trató de encontrar su pulso sin éxito.
- No está muerto. -le tranquilizó Severus, asombrado una vez más- Simplemente ha ralentizado sus latidos y su respiración. ¿Quién diablos le había enseñado a hacer eso?
Draco observó que tanto la piel del rostro como la mano de Harry, que todavía sostenía su varita, estaban sensiblemente enrojecidas. Snape había empezado a levitar los escombros que mantenían al joven atrapado y Draco se unió rápidamente a él, para poder liberar su cuerpo lo antes posible de todo aquel peso que le aplastaba. Le alzaron con cuidado, al darse cuenta de que la ropa y parte de la piel del pecho y del abdomen se quedaban pegados al suelo, dejando el torso de Harry completamente despellejado.
- Yo le llevaré. No tengo fuerzas para conjurar un escudo ahora. -reconoció Draco tras haber liberado parte de su magia sobre el escudo de Harry.
Su padrino le ayudó a tomarlo en brazos, sintiendo que la suela de sus botas empezaba a ser ya difícil de despegar del suelo. Con las prisas de seguir a Draco, él no había tenido la precaución de transmutar su calzado. Sólo le había lanzado un hechizo de aislamiento que al parecer no estaba funcionado demasiado bien.
- ¡Démonos prisa! -acució.
Cuando llegaron frente a las llamas, Severus conjuro el escudo para protegerse los tres. Parecía que los bomberos habían estado haciendo un buen trabajo, porque la barrera de fuego era mucho menos espesa, las llamas menos virulentas y pudieron atravesarla con rapidez. Tan pronto salieron, uno de los estupefactos bomberos les alcanzó una máscara con una pequeña botella de oxígeno, que Snape ajustó con cuidado sobre el rostro enrojecido de Harry, intentando que no tocara la mejilla desollada que había reposado sobre el suelo.
- Dense prisa, una ambulancia les estará esperando. -dijo otro de los bomberos.
- Gracias. -dijo Snape y susurró- Obliate -antes de que el hombre pudiera accionar su intercomunicador.
Los entregados bomberos parpadearon unos segundos para después seguir con su trabajo sin guardar ningún recuerdo de lo que acababa de suceder.
Empezaron a descender las escaleras lo más apresuradamente que el peso de Harry permitía a Draco, mientras Snape sostenía la máscara de oxigeno sobre su rostro. No había tanto humo, lo cual hacía el descenso menos penoso. Cuando andaban ya por el tercer piso, a Snape le pareció reconocer unas voces que discutían entre jadeos. El rostro acalorado y sudoroso de Remus Lupin apareció en el siguiente tramo de escalera, seguido de Kingsley que intentaba por todos los medios convencerle de que regresara. Por unos segundos Lupin se quedó estático, contemplando fijamente el cuerpo examine de Harry en brazos del joven que hacía apenas unas semanas le había presentado como su nueva pareja.
- Tranquilo Lupin, está vivo.
Las secas palabras del Profesor de Pociones hicieron reaccionar a Remus, que acortó la poca distancia que les separaba para poder cerciorarse por sí mismo de que era cierto.
- Dile a ese inútil de Fallon que suba aquí y abra un portal para trasladarle a San Mungo -dijo Snape en dirección a Kingsley.
Éste asintió y empezó a bajar rápidamente las escaleras.
- Dámelo, estarás cansado -pidió Remus a Draco, que se veía agotado y respiraba con alguna dificultad.
Habían decidido detenerse en el rellano a la espera de la llegada de Fallon. No querían arriesgarse a salir y que los muggles metieran a Harry en una ambulancia, llevándoselo a Merlín sabe qué hospital. No sin cierta renuencia, Draco le cedió a Harry al licántropo, tras una discreta indicación de su padrino.
- ¿Dónde le habéis encontrado? -preguntó Remus mientras repasaba con preocupación las consecuencias de la elevada temperatura en la piel del joven.
- Justo dónde ese estúpido de Fallon le abandonó. -gruñó Snape, respirando con cansancio.
- Creo que no estaría de más que a vosotros dos también os dieran un buen repaso en cuanto lleguemos al hospital -aconsejó Remus.
Y dirigió una mirada de agradecimiento a ambos hombres.
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Harry había despertado dos días después, sintiendo la piel de su rostro extrañamente tirante, con sus dos piernas y el brazo izquierdo inmovilizados y la mano derecha envuelta en un vendaje regenerador, lo mismo que la parte superior de su cuerpo.
- No intentes moverte. - dijo una voz conocida a su lado.
Harry volvió el rostro con lentitud para encontrarse con el de Remus Lupin.
- Han tenido que recomponerte un montón de huesos -le informó- Neville asegura que se lo han pasado en grande, como si fueras un puzzle gigante.
El paciente intentó sonreír pero desistió inmediatamente. Le dolía toda la cara, que parecía estar impregnada de algo viscoso.
- ¿En qué estabas pensando, Harry? -Remus le miró con preocupación- Si el Profesor Snape y ese novio tuyo no hubieran subido a buscarte, no quiero pensar donde estarías ahora.
Su tono de voz era cariñoso, pero Harry se dio perfecta cuenta de que la expresión de su rostro no podía evitar mostrar que estaba enfadado con él.
- ¿Snape? -logró pronunciar, intentando no abrir mucho la boca.
Esta vez Remus sonrió.
- Perro ladrador, poco mordedor -dijo- Diggle incluso asegura que estuvo a punto de estrangular a Fallon por haberte dejado allí.
Harry meneó un poco la cabeza, dando a entender que no podía creerlo.
- Y Dr...Philippe? -preguntó, logrando rectificar a tiempo.
- Ron ha logrado por fin llevárselo a comer algo. -Remus sonrió nuevamente- Creímos que había echado raíces en esta silla. -dijo señalando la que en esos momentos él mismo estaba sentado.
Durante las tres semanas que permaneció en el hospital, Fallon le visitó en varias ocasiones, hasta que Harry logró convencerle de que no le culpaba de nada y que no tenía la menor intención de poner una demanda contra él. A su vez, el Jefe de Aurores le informó que no habían encontrado rastro de Draco Malfoy, que de momento no había vuelto a dar señales de vida.
- Me salvaste la vida dos veces y yo no fui capaz de devolverte el favo.r -le había dicho el auror, pesaroso.
Que Snape y Draco sí hubieran sido capaces de hacerlo hería profundamente su dignidad profesional. Especialmente por lo que se refería a Snape. Claro que las motivaciones de ahijado y padrino distaban mucho de ser profesionales.
- Comprenderé que quieras presentar una denuncia ante el Ministerio. Aceptaré la sanción que se me imponga.
Y no es que el Profesor de Pociones no lo hubiera intentado por su cuenta. Lo suyo con Fallon era ya una cuestión personal. Pero dado que el afectado no parecía dispuesto a ello, no prosperó.
Harry suspiró. Era la tercera vez que tenían aquella conversación.
- Ya le dije que no tengo ni intención de denunciarle, ni de echarle en cara que salvara su vida, Fallon. Yo hubiera hecho lo mismo.
Draco escuchaba a su pareja desde el baño, donde estaba llenando un nuevo jarrón con agua para poner más flores, que no paraban de llegar. Se enarcó una ceja a sí mismo en el espejo. Estaba seguro de que no habría sido así. Harry no le hubiera dejado.
- Tengo una deuda de mago contigo, entonces. -oyó que decía el auror.
- Si crees que eso va a tranquilizar su conciencia... - respondió Harry resignado- ... pero por mí la cuenta está saldada.
Cuando Draco salió del baño, Fallon ya se había ido. Dejó el jarrón junto a la colección que se amontonaba encima de una mesa auxiliar, que habían tenido que traer expresamente para ello.
- Ese corazón que tienes un día te va a dar un disgusto, Potter. -le dijo inclinándose para besarle, apenas rozando sus labios- Si naces más tonto, no naces, cariño.
Al igual que su padrino, Draco pensaba que Fallon se merecía una buena lección. No en vano había dejado a su pajera friéndose a fuego lento en ese edificio. Harry hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa, ya que la piel de su cara todavía se resistía a dejarse estirar.
- Lo mismo podría decirse del tonto que sacó a este tonto.
Draco adoptó su pose más aristocrática para decirle muy bajito:
- Perdona, pero un Malfoy jamás podrá ser tachado de tonto. Si acaso, de haber sido lo suficientemente magnánimo como para dirigir su atención sobre un hecho que clamaba al cielo por su intervención.
Por toda respuesta recibió un suave y pringoso beso.
Aquellas tres semanas se le hicieron interminables a Draco. La primera había logrado mantener alejadas a las visitas, ya que Harry había permanecido sedado casi todo el tiempo, mientras su piel se regeneraba. Sólo Remus Lupin permanecía silenciosamente en la habitación, y a Draco verdaderamente no le molestaba su presencia. La primera visita con la que había tenido realmente que lidiar había sido la de Molly Weasley, empeñada en ejercer de madre, pretendiendo enviarle a él a casa a descansar mientras ella se ocupaba de todo. La pobre mujer no tenía idea de con quién iba a vérselas, acostumbrada a dar ordenes y a controlar férreamente a su numerosa familia para que su hogar funcionara correctamente. Sólo la intervención del Profesor Lupin había evitado que la vena Malfoy saliera a la superficie y mandara a la mujer a hacer gárgaras.
- Molly, querida, no es necesario, aunque te lo agradecemos sinceramente. -le había dicho con su natural amabilidad- Philippe y yo podemos manejarlo. Aún le mantienen sedado y las enfermeras se ocupan de todo.
- Pero tus clases... -había insistido la Sra. Weasley.
- No te preocupes por eso, Molly. Severus las dará por mí estos días.- Gracias. -había agradecido Draco sinceramente al Profesor, cuando la Sra. Weasley se hubo marchado después de hacerles un rato de compañía.
- Debes comprenderla. -había respondido él sin perder su sonrisa- La Madriguera ha sido el segundo hogar de Harry durante años.
- Harry tiene familia muggle, ¿verdad?
- Sí, -asintió Remus- por parte de su madre. Pero ese nunca fue un verdadero hogar para él. -frunció levemente el ceño- ¿Nunca te ha hablado de ellos?
Draco negó con la cabeza.
- Bueno, no es un tema que le guste demasiado sacar a relucir. -dijo dirigiendo su mirada hacia la cama- Los Dursley no fueron precisamente amables con Harry.
- ¿Y después? -preguntó Draco, viendo que Remus no iba a aclarar mucho más sobre la familia muggle de su pareja.
- Después estuvo viviendo conmigo una temporada. -Remus esbozó una sonrisa ante ese recuerdo- Hasta que compró la casa donde vive ahora. Nunca quiso quedarse en la de su padrino, aunque ahora es suya. Malos recuerdos. -aclaró ante la expresión interrogante de Draco.
Remus estaba seguro de que si Sirius hubiera seguido vivo, habría convertido Grimmauld Place en un hogar para Harry, mal hubiera tenido que recurrir a la magia oscura para librarse del gritón retrato de su madre. Incapaz de habitarla, Harry había cedido la mansión Black a la Orden del Fénix como sede social permanente.
Remus observó a Draco, que había vuelto a sentarse junto a Harry en silencio, y tomado la mano con el abultado vendaje entre las suyas. No podía evitar pensar que aquel joven tenía algo que le resultaba vagamente familiar.
Durante la segunda semana, todo el equipo de los Cannons había ido a visitar a Harry una tarde, armando gran alboroto, por lo que tuvieron que ser desalojados al poco rato por unas furiosas enfermeras que una vez fuera de la zona donde estaban los pacientes, no tuvieron reparo en pedir autógrafos y repartir sonrisas seductoras entre los jugadores. Por otro lado, Draco había acabado discutiendo con Berton en mitad del pasillo, porque el entrenador había puesto el grito en el cielo al enterarse que cuando Harry saliera del hospital tendría que guardar aún un par de semanas de reposo, y ni hablar de jugar al Quidditch por lo menos en otras dos. Draco le había sacado casi a empujones de la habitación, furioso por la desazón que estaba provocando en Harry, de por sí ya bastante nervioso por el hecho de encontrarse inmovilizado en la cama. También había tenido problemas con su padrino, enojado con el ex Gryffindor por su negativa en denunciar a Fallon y por haber cedido a las presiones del Ministerio. Aunque en esos momentos más por lo primero, que por lo segundo.
- Voy a patear su culo en cuanto salga de aquí, Potter. -fue lo primero que dijo al poner el pie en la habitación
Pero una fría mirada de advertencia de Draco había frenado el discurso que el Profesor traía preparado y Severus había optado por sentarse en silencio, sin abandonar su expresión ceñuda, a contemplar como su ahijado intentaba meter cucharadas de algo que parecía sémola en la boca de Harry, que todavía no la podía abrir demasiado sin que toda la piel de su cara doliera. Por lo tanto, Draco respiró aliviado cuando por fin pudo llevarse a Harry a casa, donde podría evitar visitas molestas e inoportunas.
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- Me estoy pelando como una cebolla -se quejó Harry.
Dracó observó divertido como, plantado delante del espejo del baño, el moreno pelaba suavemente los trozos de piel muerta que se desprendían de su rostro. El resto de la piel de su cuerpo no tenía mejor aspecto. Cada mañana, tanto su pijama como las sábanas amanecían sembrados de una fina capa de pielecitas desprendidas durante la noche.
- No te olvides de pasarte la crema que te dio Longbotton -le dijo mientras rebuscaba en el fondo del arcón de su madre.
Harry arrugó la nariz y estiró otro trocito de piel.
- Total, para lo que me ha servido. -murmuró.
- No tardes. -le dijo Draco desde la puerta de la habitación, con la caja de madera labrada bajo el brazo- La comida ya está lista.
Harry hizo una última mueca a su pelada imagen en el espejo y con un suspiro de resignación salió de la habitación. Lo que no esperaba era la sorpresa que le aguardaba en la cocina.
- No me dijiste que tuviéramos invitados a comer -recriminó a Draco en un tono algo tirante.
Snape y Lupin estaban sentados ya a la mesa.
- Parece que no te alegras de vernos, Harry -dijo Remus en un tono fingidamente ofendido.
- Claro que sí, Remus. Me alegro de verlos... a los dos. -aclaró Harry, dirigiendo muy especialmente su mirada sobre Snape.
Pero, ¿por qué aquella visita le daba tan mala espina? Empezaba a comprender por qué no había escuchado todavía recriminaciones por parte de Draco del tipo "ya te lo dije", como había esperado al regresar a su hogar. Por lo visto había buscado refuerzos. Le miró con expresión acusadora, a la que el rubio respondió con una suave sonrisa que todavía le dejó más mosqueado. Sin embargo, la comida transcurrió en un tono distendido y agradable. Hablaron un poco de todo: sobre Quidditch por supuesto; sobre como iban las cosas por Hogwarts, punto en el que Remus contó algunas anécdotas divertidas de sus alumnos, especialmente de los de primer curso y Snape otras no tan divertidas sobre cómo se había visto en la obligación de castigar a varios de los suyos a limpiar calderos. Harry había comprendido hacia rato que estaban esperando llegar al postre, seguramente para indigestarle el delicioso pastel de chocolate que Draco había horneado y que llevaba toda la mañana defendiendo de la glotonería del moreno. Al menos el rubio había tenido el detalle de pensar en endulzarle el mal trago que seguro estaba por venir. Pero esperaron al café, que Draco sirvió en el salón con la ayuda de Remus. Harry observó la caja de madera labrada que Draco había depositado sobre la mesita y se preguntó para qué la habría bajado hasta allí. Siguió en silencio los movimientos de su pareja que la tomaba en sus manos y se la mostraba a Snape, por lo visto con la intención de que le ayudara a abrirla. Se removió inquieto en su sillón, intentando no derramar su café, sintiendo un suave y molesto hormigueo en su piel y la nada tranquilizadora mirada de Remus, que tenía todo el aspecto de estar preparándose para su discurso.. Mientras Snape y Draco parecían completamente enfrascados en la problemática caja, Remus que estaba sentado frente a él, tras dar algunos rodeos dirigió hábilmente la conversación hacia el tema que le interesaba.
- Debiste decirme que tu vocación frustrada era la de auror, Harry. -había cierta ironía en el tono, sin embargo, amable de Remus- Hubiera podido ayudarte en eso, lo sabes.
Harry tomó aire antes de contestar.
- Sabes que nunca he tenido el menor interés en ser auror, Remus.
- Bien, -dijo el licántropo con calma- entonces tal vez puedas explicarme porque decidiste de pronto que tenías que empezar a perseguir mortífagos. Para eso están los aurores del Ministerio. Para eso pagamos nuestros impuestos, Harry. Para que, entre otras cosas, ellos cumplan con ese trabajo.
Harry quería mucho a Remus, pero el tono que estaba empleando con él, como si fuera un niño pequeño incapaz de comprender el alcance de su falta, empezaba a exasperarle. Y, además, porque lo estaba haciendo delante de Snape y de Draco, quienes en apariencia seguían estando muy enfrascados con su caja. Aparte ese molesto hormigueo le estaba irritando sobremanera. Tal vez era debido a los nervios que había acumulado durante toda la comida, esperando ese momento.
- Quizá sea porque ya no tengo que dar explicaciones a nadie, Remus. Hace tiempo que tomo mis propias decisiones.
Remus dejó su taza sobre la mesita, sin inmutarse por la respuesta, a pesar del tono cortante con que había sido dada y cruzó las piernas con calma, acomodándose en su sillón.
- ¿Aunque sean equivocadas? -preguntó.
- Si hubiéramos atrapado a Draco Malfoy no hubiera sido equivocada, ¿verdad? Todo el mundo hubiera respirado tranquilo. -respondió Harry dejando a su vez la taza en la mesa, al parecer acomodándose también para la discusión.
- No se trata de eso, Harry.
- ¿De que se trata entonces? -inquirió con un desganado movimiento de hombros- Ya no tengo diecisiete años, Remus. Y cuando los tenía, a nadie le importó que pudiera morir a manos de un desquiciado. Sin embargo, me quitasteis mi niñez, me entrenasteis hasta el agotamiento y me convencisteis de que esa era la finalidad de mi vida, para después lanzarme al abismo esperando que sobreviviera.
Remus se quedó de una pieza. Si hubiera tenido todavía la taza en las manos, seguramente se le hubiera caído. Jamás habría esperado que Harry se revolviera con semejante ataque. Snape había detenido los movimientos de su varita sobre la caja y Draco ahora miraba a Harry, sin reconocer como suya la mirada dura y fría que asomaba en sus ojos. Hizo intención de levantarse pero su padrino le detuvo, dándole a entender que esperara a ver como se desenvolvía el intercambio de palabras entre los dos hombres sentados frente a la chimenea.
Remus recompuso su ánimo y habló nuevamente.
- Nadie te está exigiendo nada en estos momentos, Harry. Y no te considero tan pusilánime como para dejarte influenciar por unos cuantos artículos desafortunados. El Ministerio no te amedrentó en el pasado y quiero creer que no lo ha hecho ahora - dijo intentando mantener el mismo tono tranquilo con el que le había entablado la conversación.
Por su parte, Harry también estaba tratando de mantener la calma a toda costa, intentando no herir a Remus más de lo que ya sospechaba lo había hecho. Ni él mismo entendía por qué se sentía tan agresivo. Frotó su mano contra el brazo del sillón con vivo genio. ¡Maldito hormigueo!
- Tienes razón. -afirmó- A pesar de que han presionado hasta dejarme sin jugar; de que me han echado de la selección -Remus abrió la boca con sorpresa- y de que han intentando hacerlo del equipo también.
- Ignoraba que te hubieran presionado de esa forma, Harry. -dijo Remus, mirando soslayadamente a Snape, que parecía tan sorprendido como él.
Harry sentía como una ira fría y profunda se iba apoderando de él; de pronto ya no le importaba si sus palabras herían al hombre frente a él. Frotó con rabia sus manos antes de proseguir.
- No ha sido por Fudge, ni por El Profeta ni por todos los imbéciles que todavía se creen con derecho a exigir mi vida. Porque esta vez he decidido hacerlo por algo que a MI me importa, Remus. Sólo a mí.
- Entonces, me gustaría que lo compartieras conmigo, Harry. Como siempre has hecho.
Harry negó con la cabeza.
- No esta vez, Remus. Te agradecería que por una vez dejaras de meterte en mi vida. ¡Que todos dejarais de hacerlo!
Aquello dolió. Más que si le hubieran clavado un cuchillo en pleno corazón. Remus no podía entender qué estaba pasando con Harry. El porqué de su actitud y la dureza de sus palabras.
Draco sabía que no podía intervenir y tenía que morderse la lengua para no hacerlo. Había demasiadas cosas que influían en las decisiones de Harry que Lupin desconocía en ese momento. Y sabía que él era una de ellas. Muy a su pesar, la principal. Pero tampoco entendía la agresividad de Harry en esos momentos.
Severus se daba perfecta cuenta de que Remus no estaba manejando la situación como había esperado hacer y que, además, se estaba desmoronando. El Profesor de Pociones estaba también desconcertado como Draco por la descortés actitud de Potter hacia la persona que consideraba como a un padre. Si bien era cierto que con tan sólo verlos el joven habría esperado la encerrona, juzgaba que su forma de defenderse estaba siendo desmesurada. Aceptaba que tal vez había tenido demasiado tiempo durante la comida para darle vueltas a su cabeza y acabar calentando sus ánimos. Así que cuando Lupin había sacado el tema, Potter ya estaba preparado para saltar y contraatacar. Un claro fallo de estrategia. Y le estaba dando un baño a Remus, de eso no cabía duda. Siempre había considerado que Lupin era demasiado permisivo con Potter. No obstante, aquella reacción no era propia del joven y la reprobaba. Aunque en ese momento estuviera protegiendo a su ahijado frente a la persona en la que, teóricamente, más confiaba.
- Muy bien. -habló de nuevo Remus, recuperando su compostura- Sólo te ruego que la próxima vez que decidas actuar por tu cuenta, tengas la gentileza de pensar en todos los que se preocupan por ti, Harry.
- ¿Y que debo hacer, Remus? ¿Proclamar un bando cada vez que tenga intención de salir de casa? -preguntó Harry con sarcasmo.
Remus le dirigió una mirada herida. Estaba fallando estrepitosamente y no acababa de comprender en qué momento había perdido las riendas de la situación. Cuando tras el incidente que casi le cuesta la vida, decidieron que ya era hora de quitar la venda de sus ojos, tanto Severus como Philippe habían estado de acuerdo en que fuera él quien hablara con Harry, llevando el peso de aquella delicada conversación. Sabía que no iba a ser fácil. Pero jamás pasó por su imaginación que el joven se revolviera de esa forma contra él. En esos momentos se preguntaba cómo enfrentar todo lo que todavía quedaba por decir.
Severus había pretendido mantenerse al margen, tal como le había pedido Lupin y había obligado a Draco a hacer lo mismo. Pero la mirada atónita y dolida de Remus estaba haciendo que su enojo con Potter aumentara por momentos. Así que, acabada ya la dosis de paciencia del día, decidió que ya era hora de intervenir.
- Ya es suficiente, Sr. Potter -dijo secamente- Creo que ha llegado el momento de que escuche unas cuantas verdades, que al fin y al cabo es para lo que hemos venido hoy aquí.
Harry le dirigió una mirada hosca, pero antes de que pudiera responderle, lo que al parecer el joven tenía ya en la punta de la lengua, Snape le detuvo, empezando a desgranar toda la parte de su propia historia que él desconocía. De cómo el Ministerio tan punto había acabado con el Señor Oscuro le había considerado un peligro que había que eliminar. De cómo la Orden le había protegido y le seguía protegiendo. Cómo había sido vigilado por ambas partes y que aún seguía siéndolo, especialmente por el Ministerio, presto a saltar sobre él al menor atisbo de sospecha. O cómo Dumbledore había influenciado para conseguirle su puesto en los Chudley Cannos y, también como siempre, había decidido ocultárselo todo. De su irresponsabilidad al entrar en el juego del Minsierio, poniéndose en peligro, razón por la que habían decidido que ya era hora de que supiera la verdad.
Harry permaneció en silencio. Draco, que se había sentado en el brazo del sillón a su lado apenas entendió que su padrino iba a ser de todo menos delicado, vio pasar a través de sus ojos todo un desfile de sentimientos a medida que escuchaba cómo su vida, la que por fin había creído suya, había sido trazada, dirigida y vigilada; su intimidad profanada; cómo había sido de todos, menos de él. De la sorpresa a la negación; de la negación al enojo y de éste a la impotencia de saberse manejado una vez más.
Harry sentía cómo el suelo se hundía bajo sus pies sin remedio. Cómo su vida se desmoronaba a su alrededor, trocito a trocito. Inició en ese momento una caída vertiginosa hacia el vacío, envuelto en el dolor profundo y amargo de aquel engaño, de cuya magnitud empezaba a tomar conciencia. Ninguno de los presentes se dio cuenta en ese momento de que Harry estaba iniciando un camino de no retorno, tomando una decisión de la que ni el mismo era consciente. Draco le observaba con preocupación, mientras veía su rostro palidecer, y sus puños, casi blancos, cerrándose con rabia. Le hubiera gustado detener todo aquello, averiguar primero qué era lo que estaba pasando con Harry, antes de abocarle al conocimiento de una verdad que sin duda le estaba hiriendo. Pero ya no podía. Depositó una mano sobre su brazo, para hacerle saber que contaba con su apoyo, pero Harry la apartó con brusquedad. Cuando Snape terminó, Harry estaba desencajado. Miró en silencio a Remus y después se levantó y abandonó el salón sin pronunciar una palabra. Draco intentó seguirle, pero su padrino le retuvo.
- Déjale, necesita estar solo.
- Tal vez todo esto ha sido un error. -murmuró Remus con el rostro entre las manos- Se hundirá, Severus. Él confiaba en mí.
- No, el error fue no habérselo dicho desde del principio- reprochó Draco a ambos, mirando con especial enojo a su padrino por tan poco diplomática exposición de los hechos- Ahora tendrán que aceptar las consecuencias.
Y salió del salón para buscar Harry, dónde quiera que se hubiera metido. No iba a dejarle solo en esos momentos. Pero buscó en vano, porque Harry ya no estaba en la casa.
- Creo que sé donde puede haber ido. -dijo Remus, minutos más tarde, intentando calmar la preocupación de Draco y la suya propia.
Sólo esperaba que Harry hubiera actuado en esa ocasión de forma tan predecible como había hecho otras veces. Y gracias a Merlín, no se equivocó.
o.o.O.o.o
La figura sentada sobre la hierba, frente a las tres tumbas se balanceaba con la cabeza hundida sobre las rodillas. Las pequeñas sacudidas que agitaban su cuerpo podían llevar a pensar que tal vez estuviera llorando. Sin embargo, ni el más leve ruido alteraba la quietud del lugar. Los últimos rayos de sol de la tarde, daban un aspecto propio, incluso agradable al campo santo. Draco se acercó en silencio, y permaneció un rato de pie contemplándole, sintiendo que su corazón se oprimía ante esa imagen. El llanto de Harry era silencioso, íntimo, propio de quien está acostumbrado a dolerse en soledad, tan recogido en sí mismo que casi parecía un sacrilegio molestarle. Oyó un pequeño sollozo y vio como los brazos se apretaban con más fuerza alrededor de sus rodillas, hundiéndose más dentro de él mismo, como intentando sofocar cualquier sonido que pudiera alterar la paz que le rodeaba. Draco se sentó junto a él, sin atreverse a decir nada todavía, contemplando las tres lápidas frente a las que Harry estaba sentado. Lily y James Potter y Sirius Black. Sus padres y su padrino. Harry acudía a los únicos que ya no podían ayudarle, pero que habían sido también los únicos que habían dado todo por él. Los únicos que no le habían exigido salvarles o que se enfrentara a su peor pesadilla por ellos. Los que sólo le habían amado, sin pedirle nada a cambio. Los que habían dado sus vidas por él, pagando, además, el precio de dejarle solo. Abandonándole con su sacrificio a su propio sacrificio. A la soledad que siempre le había sido tan difícil de llenar y sobrellevar.
Tentó su mano hacia la mata de pelo negro y la depositó suavemente, esperando. Harry dejó entonces de balancearse y se quedó quieto, como si la mano que descasaba sobre su cabeza le impidiera seguir con ese movimiento. Draco empezó a acariciarla lentamente, sin decir nada, dejando solamente que ese contacto le tranquilizara. Harry permaneció inmóvil largo rato, ahogando sus sollozos, tratando de no ser oído. Draco se preguntó entonces cuántas veces su llanto habría sido como el de esa tarde, reposado e inadvertido, oculto a otros ojos que no fueran los suyos propios, tan imperceptible como la profundidad de su amargura. Pasado un buen rato, decidió que era el momento de intentar franquear la invisible barrera que Harry parecía haber alzado a su alrededor. Se sentó detrás de su pareja, una pierna a cada lado de su cuerpo y le abrazó débilmente primero, al sentir que él se encogía ante ese contacto, así que sólo reposó las manos sobre sus hombros. Pasados unos minutos volvió a intentarlo y esta vez no le rechazó. El siguiente paso era procurar despegar su cara de sus rodillas, lograr ver su rostro, que le mirara. Sólo en sus ojos podría ver hasta donde llegaba el daño que las recientes revelaciones le habían inflingido. Draco consiguió asir sus manos, que apartó lentamente del santuario en que había convertido sus rodillas y de esta forma pudo inclinar su cuerpo hacia él, logrando que su espalda se apoyara contra su pecho y que por fin su cabeza reposara en su hombro, permitiéndole contemplar su rostro. Harry tenía los ojos enrojecidos e hinchados, cerrados con fuerza, ocultando la tormenta que los azotaba. Su nariz moqueaba ligeramente y Draco le limpió con su propia manga. Tuvo la impresión que el dolor que reflejaba su rostro no era nuevo. Tomó una de sus manos con suavidad y notó que temblaba ligeramente. La alzó para llevarla hasta sus labios y besó la palma, para después depositarla en su mejilla, tal como Harry había hecho tantas noches con la suya. Un sollozo roto apenas escapó de la garganta de Harry, tan débil que casi fue un susurro. El silencio y la quietud de sus lágrimas era lo que más impresionaba a Draco. Porque era un llanto antiguo, cansado, despertado de un sueño de trabajado olvido.
- Grítalo, amor. Déjalo que salga fuera. -murmuró.
Sin embargo, las mejillas de Harry siguieron bañándose en medio del más absoluto mutismo. Draco le abrazó con ternura y le sostuvo hasta que ya no le quedaron lágrimas, agotado y derrumbado. Después le llevó a casa. Aparecieron directamente en su habitación y tras dejarle acostado en la cama bajó al salón para decirles a un enfurruñado Snape y a un nervioso Lupin que Harry estaba arriba, descansando y que no deseaba en esos momentos ver a nadie. Remus hizo una mueca de desesperación.
- Dale tiempo. -dijo Snape ante la insistencia de Remus en verle- Volveremos mañana si eso te consuela.
Remus se volvió hacia el Profesor de Pociones, enojado.
- Ya lo has olvidado, ¿verdad? Ya no recuerdas todos los problemas que tuvimos con él, hace tres años.
- Tú lo has dicho, Lupin. Hace tres años. Se supone que ahora es un adulto. ¿O no ha dicho él mismo que ya no tiene diecisiete años?
La mirada de reproche de Remus le hizo arrepentirse inmediatamente de la brusquedad con la que le había hablado. Al fin y al cabo Potter era para el Remus lo que Draco para él. Así que intentó suavizar su tono cuando habló de nuevo.
- Déjale que digiera todo lo que se ha dicho hoy. -argumentó más suavemente- Estoy seguro de que mañana empezará a ver las cosas de otra forma y no tendrá inconveniente en hablar contigo. -Lupin fue a decir algo, pero Snape le interrumpió- No le fuerces a verte ahora, Remus. Lo único que conseguirás es ponerle todavía más nervioso.
Draco entrecerró los ojos y observó a su padrino con atención. Por un momento le había parecido percibir algo que no estaba en su sitio. Sin embargo, Snape habló nuevamente y le distrajo de sus pensamientos.
- Philippe se ocupará de él, ¿no es así?
- Por supuesto. No se preocupe Profesor Lupin. Estaré pendiente de él. -le aseguró, alegrándose de no haber comentado el estado en que había encontrado a Harry. No hubiera hecho más que aumentar la preocupación del pobre hombre.
Y volvió a mirar a su padrino, intentando descubrir qué era lo que le había llamado la atención por un fugaz instante. Porque aquella discusión entre los dos Profesores le había parecido tan... familiar.
No comprendió hasta que punto se había roto el alma de Harry hasta que, tras lograr librarse de su padrino y de Lupin y convenciéndolos de que todo estaría bien, entró en la habitación que compartían y se dio cuenta de que su pareja había estado liberando algo más que su dolor durante su ausencia. La energía mágica de Harry flotaba por toda la habitación. Corrió junto a la cama donde Harry permanecía quieto, pálido, abrazado a la almohada en la misma postura que tantas veces le había visto adoptar para dormirse. Tomó una de sus manos y la sintió más que fría, helada. Notaba perfectamente el flujo mágico escapando lentamente de su cuerpo, su aura debilitarse. Para un mago liberar su magia de la forma en que Harry lo estaba haciendo equivalía a abrirse las venas y dejarse desangrar hasta morir. A Draco le invadió el pánico porque sabía que el único que podía detener ese proceso era él mismo. Nadie podía luchar contra la voluntad de un mago que había decidido marcharse. Odio a su padrino por haberle hablado con la crudeza con la que lo había hecho; a Lupin por no haber sabido manejar la situación como se suponía que debía hacerlo; a él mismo por no haber cedido a su primer instinto de ser él quien hablara con Harry y preparara el terreno. Y más sabiendo por Lupin la fuerte depresión que debido al agotamiento físico y psíquico, Harry había atravesado tras su lucha con Voldemort; lo que le había costado recuperarse. Y que aferrarse a esa nueva vida que acababan de hacer pedazos horas antes, había sido lo único que le había empujado a seguir adelante.
- No me dejes, Harry, por favor. -suplicó- Ahora no. Te necesito.
Incorporó a su pareja para poder acomodarle entre sus brazos, hacerle sentir que él estaba allí, que no estaba solo.
- Tienes una vida, Harry. La tienes. La tenemos los dos. Juntos. Por favor, no lo tires ahora todo por la borda.
No sabía qué hacer. Angustiado, intentó encontrar las palabras que pudieran expresar lo que sentía en esos momentos. Las que pudieran despertar en Harry el deseo de quedarse. Tenia que haberse dado cuenta. Tenía que haberlo sabido cuando le vio allí sentado, ante las tumbas de sus seres queridos. Los atropellados sentimientos de Draco confundían las palabras en su mente. Su voz, en otros tiempos afilada como la hoja de un cuchillo, parecía haberse perdido en el fondo de su garganta. La facilidad de palabra que antaño sabía usar tan acertadamente a sus fines, ya fuera para arrogantes declaraciones o insultos lanzados hastiadamente, casi siempre dirigidos a la persona que ahora mismo dejaba escapar la vida entre sus brazos, parecía haberse diluido en el miedo exacerbado que ahora le paralizaba. Recordó de pronto cómo la magia de Harry había respondido a la suya, desvaneciendo el escudo que protegía a su deño apenas tres semanas atrás. Tal como había dicho su padrino, no podía obligarla, pero sí tratar de persuadirla. Era lo único que podía intentar para retenerle a su lado.
Así que liberó también su magia, dejándola fluir lentamente, mezclándose con la de Harry, envolviéndola y dejándose envolver, susurrando, danzando a su alrededor, latiendo insinuadora y sugerente, intentando marcar un compás de vida para atraer su instinto, convencer su voluntad, apenas rozándola, sin presionarla, ofreciendo su propio poder al poder que escapaba, sometiendo su magia a la más poderosa, atrayéndola poco a poco hacia él. Draco estaba al borde del agotamiento cuando por fin sintió la magia de Harry replegarse y seguirle. El sudor bañaba su rostro, sin poder controlar las fuertes palpitaciones que provocaban su respiración rápida y cansada. Había llegado casi al límite de perderse él también.
- Draco...
Sin poder evitar un estremecimiento al oír de nuevo su voz, le abrazó aliviado.
- Qué testarudo puedes llegar a ser, amor. -murmuró con voz entrecortada.
Los brazos de Draco temblaban mientras le sostenía, al igual que el resto de su cuerpo, por la debilidad consecuencia de la energía perdida. A duras penas pudo controlar el tembleque de su mano al acercarse a la todavía fría mejilla y acariciarla, provocando un débil suspiro contra su pecho.
- Ha sido hermoso... sentirte... de esa forma... -murmuró Harry muy bajito.
Draco esbozó una sonrisa agotada y besó la alborotada mata de pelo negro sobre la que reposaba su barbilla.
- ¿Fue eso lo que te hizo volver? -preguntó apenas en un susurro.
- No... -Harry abrió entonces los ojos para hundir su mirada en la plateada calidez de la de Draco- ...que tú estabas dispuesto a seguirme.
Continuará...
