CAPITULO XIII – 1ª parte
Dejando todo atrás.

Cinco años. Habían pasado cinco años apenas en un suspiro. O eso le parecía a Draco. A veces tenía la sensación de que su vida más allá de esos cinco años, no había existido. Ni siquiera su mano mostraba indicios de haber sufrido jamás ningún percance. Sólo a veces, el cansancio al llegar la noche, después de haber batido y amasado, o incluso los cambios de tiempo, le recordaban que no había sido así. Pero no era un precio demasiado alto, juzgando que hubo un tiempo en que creyó que jamás podría volver a utilizarla.

Draco observó su reflejo en el espejo del baño con aire crítico. La imagen del joven moreno de ojos miel ya era parte de él. Es más, convertirse en Philippe había pasado a formar parte de su rutina diaria, como ducharse o afeitarse. Siempre era Draco Malfoy quien entraba en el baño y Philipe Masson quien salía. Incluso a veces Harry le pedía que su segunda personalidad se quedara alguna noche en la cama, porque decía que le excitaba hacer el amor con Philippe, que le volvía loco su acento francés; que era como tener dos amantes en uno. Además, Harry había encontrado la manera de hacer el hechizo más seguro y potente, de forma que un simple Finite Incantatem o cualquier percance que pudiera sucederle a Draco, no descubriera su verdadera identidad de forma inmediata.

Al salir del cuarto de baño, Draco contempló la figura de su compañero, todavía en la cama, con las sábanas enredadas entre sus torneadas piernas, apenas cubriendo su cuerpo desnudo y tentador. La relación entre ambos no siempre había sido fácil. Habían tenido peleas y sublimes reconciliaciones; desencuentros y encuentros gloriosos; choques de caracteres diametralmente opuestos que, a pesar de todo, habían acabado por encajar. En eso consistía la convivencia: en la aceptación de la otra persona tal como era, con virtudes y defectos; fortalezas y debilidades. Amor, también lo llamaban. Y si había algo de lo que Draco no había dudado jamás en aquellos cinco años, era de sus sentimientos por Harry, ni de los de éste por él. Se acercó a la cama con una sonrisa y se sentó al borde, dispuesto a despertar a Harry de su fingido sueño.

- Harry, -susurró acariciando la suave piel de su espalda- dijiste que me acompañarías al mercado esta mañana.

Harry solo emitió un gemidito y se limitó a menear de forma insinuante su trasero, cambiando de postura. Draco hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no sucumbir a la provocación.

- No podemos ofrecer a nuestros clientes menestra de verduras, si no hay verduras. -razonó Draco.

Harry sonrió maliciosamente.

- Pues cambia el menú. -ronroneó dándose la vuelta, dejando a la vista todos sus empinados pensamientos.

Draco evitó que sus ojos se fueran a esa parte de la anatomía de su compañero, tan despierta de buena mañana.

- Harry. Ducha. Fría. Ya. -ordenó- Tienes diez minutos.

Draco oyó el suspiro derrotado por no haber podido salirse con la suya antes de cerrar la puerta y esbozó una sonrisa. Sin lugar a dudas, madrugar no era una de las virtudes de Harry.

Se dirigió a la cocina mientras seguía pensando en aquellos cinco últimos años, que habían estado llenos de actividad y cambios en sus vidas. Habían dejado Inglaterra poco más de un mes después que Harry intentara evadirse del mundo. Draco se lo había llevado a París, ciudad que conocía y amaba, de la que guardaba buenos recuerdos de su infancia. Apenas unos días después de haber logrado retener a Harry junto a él, Draco se había dado cuenta que tenía que sacarle de allí, rehacer sus vidas en otra parte, lejos de todo lo que hasta entonces había rodeado a su compañero y a él mismo.

Harry había persistido en su testarudez de no querer ver a nadie, apartando de él a todos los que hasta entonces habían sido como familia y a sus amigos. Incluso a Lupin. Apenas hablaba, comía lo justo porque Draco no le dejaba otra alternativa y permanecía encerrado en sí mismo, navegando en las aguas de su propio mundo, hundido en una galopante depresión. Esa faceta del carácter de Harry había desconcertado mucho a Draco y también le había angustiado, porque no sabía cómo enfrentarse a ello. Su propio carácter era diametralmente opuesto. Draco tenía una personalidad fieramente arrogante, era inteligente y sagaz, siempre listo para hacer valer sus prerrogativas, cuando aún las tenía por supuesto, recordándole a cualquiera que tuviera cerca su condición; acostumbrado a salirse con la suya en toda ocasión; habituado a aplastar a quien se mostrara débil ante él o simplemente capaz de plantarle cara. Para Draco nunca había sido un problema enfrentar a nadie, fueran amigos o enemigos. Era un Malfoy. Y a pesar de que las circunstancias y la influencia que el propio Harry había ejercido indudablemente en él habían modificado notablemente parte de la esencia de su carácter, le costaba comprender que Harry Potter, el Niño que Venció, pudiera dejarse afectar de forma tan aplastante por el conocimiento de unos hechos que, para Draco, sólo hubieran sido motivo para enviarles a cada uno de esos idiotas una buena maldición. Nada irremediable, por supuesto. Y se hubiera quedado tan satisfecho y tranquilo.

Sin embargo, el raciocinio de Harry siempre había estado regido por su corazón y por sus sentimientos. Su mayor virtud, sin lugar a dudas. Y al mismo tiempo su mayor debilidad. Como así lo demostró el estado de ánimo que en aquellos momentos atravesó.

Harry no se mostró muy comunicativo durante los días siguientes. Por más que Draco lo intentaba, no lograba sacarle más de dos palabras seguidas. A pesar de todo, el moreno demostraba que necesitaba tenerle cerca. Draco le sentía relajarse cuando le abrazaba o sencillamente besaba su frente durante su ir y venir por la cocina mientras preparaba la comida. Casi todos los días, Harry se sentaba en silencio en el salón, mientras sus manos se movían hábilmente sobre una nueva bludger que había conseguido hacia apenas un mes y a la que todavía no se había podido dedicar debido a su estancia en San Mungo. De vez en cuando, distraía su atención de lo que estaba haciendo, levantando su apagada mirada y depositándola en Draco, que al darse cuenta le sonreía y el moreno le correspondía con algo parecido a una sonrisa también. Otras, era Harry quien le buscaba, como cuando se escurría entre sus brazos mientras desayunaban y Draco comía tostada con mantequilla y mermelada aderezada con una mata de revuelto pelo negro, empeñado en interponerse entre su boca y la tostada. Draco sabía que él era la única persona en la que Harry estaba dispuesto a confiar en esos momentos. Y trataba de corresponderle haciéndole sentir que estaba a su lado, que le comprendía y que no le abandonaría.

Fue una tarde, al regresar de hacer algunas compras, cuando Draco comprendió que tenía que poner fin de forma tajante al comportamiento de Harry. O el Gryffindor reaccionaba o le haría reaccionar él aunque fuera a bofetadas. Draco había dejado las bolsas en la cocina; su pareja no se encontraba allí. Así que se dirigió hacia el salón, para comprobar si Harry estaba entretenido en alguna de sus restauraciones. Necesitó sostenerse en el marco de la puerta y respirar profundamente un par de veces antes de enfrentarse al desastre que se extendía ante sus ojos.

- ¿Por qué? -preguntó.

- ¿Por qué? Todo forma parte de la misma mentira. -respondió Harry con amargura.

Apenas quedaba nada de las cinco hermosas vitrinas que habían contenido la pasión de Harry por el Quidditch. Los trofeos que el Gryffindor había ganado durante aquellos tres años estaban esparcidos por el suelo, entre cristales. La escoba que había salido mejor parada, por lo menos tenía el mango roto en tres partes. Bludgers, quaffles, bates en los que Harry había invertido tanto dinero, como horas de dedicación y cariño, estaban esparcidos por todo el salón y no habían corrido mejor suerte que las escobas. Draco contempló todo aquel destrozo con dolor. Porque era el dolor de Harry el que había acabado con todo lo que le recordaba a lo que consideraba su ya extinta vida.

- No puedes seguir así, cariño. -le dijo Draco arrodillándose a su lado.

Harry no hizo ningún movimiento. Mantenía su sangrante puño cerrado sobre una snitch que intentaba agitar sus alas sin mucho éxito, ahogada en la mano del moreno. Draco se preguntó si habría roto las vitrinas a puñetazos.

- ¿Por qué destruyes lo que más quieres? -cuestionó suavemente.

- Porque odio saber que fue Dumbledore quien mendigó ese puesto para mí. -contestó Harry con rabia- Odio comprender que jamás me hubieran aceptado si él no se lo hubiera pedido. ¡Porque odio este maldito juego!

Y lanzó la snitch que sujetaba con furia, rebotándola contra la pared. Draco le sujetó en su abrazó antes de que volviera a emprenderla con lo que tuviera más a mano. Por lo visto, Harry había pasado de una fase de apatía total a otra de furia destructiva.

- Remus ha llamado hoy seis veces. -informó Draco en un intento de distraer su atención- Deberías hablar con él. Está preocupado, Harry.

- ¿Para qué? ¿Para que me cuente cuánto lo siente? ¿Para escuchar sus lastimeras excusas?

Draco acarició el alborotado pelo intentando relajar la tensión que ahora sentía en el cuerpo que temblaba de coraje entre sus brazos.

- Tampoco supe que decirle a Hermione esta mañana. -continuó con un suspiro- Harry, deberías hablar con ellos. La Sra. Weasley ayer se me puso a llorar. -dijo incómodo ante ese recuerdo.

Sólo recibió una rotunda negación.

- Todos lo sabían, ¡maldita sea! ¡Todos! -gritó con rabia y una de las lámparas de mesa del salón estalló- Puedo aceptarlo de Dumbledore... -dijo intentando deshacerse del abrazo de Draco, pero éste siguió sujetándolo con fuerza. Ya había demasiadas cosas rotas en aquel salón- ... pero no de Ron. No de Hermione. ¡NO DE REMUS! ¡SUÉLTAME!

Y otra lámpara estalló.

- No hasta que te tranquilices. Y si no lo haces, te juro que te mandaré un hechizo aturdidor hasta que se te pase la tontería. -le amenazó.

Harry forcejeó con rabia durante unos segundos más pero, para alivio de Draco, pareció considerar su amenaza y se calmó poco a poco. El rubio no estaba muy seguro de lo qué hubiera podido hacer contra un Harry fuera de control y respiró tranquilo al no tener que comprobarlo.

- Lo siento. -murmuró apenas el moreno, que pasado el acceso de cólera, parecía deshincharse como un globo.

- No lo sientas y hablemos de esto, Harry. -suspiró Draco, aún sin soltarle- Esta mañana estabas restaurando una quaffle tan tranquilo y esta tarde te has cargado toda tu colección.

Harry echó su cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en el hombro de su compañero. Draco sintió como el cuerpo que envolvía se relajaba y aflojó la presión que lo atrapaba.

- Supongo que me siento... engañado. -confesó Harry con cansancio- No te preocupes, no es algo nuevo.

- Me preocupo cuando eso te lleva a tomar decisiones... -Draco no sabía cómo expresarlo para no herirle- ... irremediables.

- Te he jurado no volver a intentarlo. -gruñó Harry, molesto, comprendiendo a lo que Draco se refería- Tienes mi palabra de mago.

- Lo sé, amor. No es eso lo que me preocupa.

Harry entonces dirigió sus ojos hacia él, no muy seguro de lo que su pareja trataba de decirle.

- Me gustaría tener a mi Harry de vuelta. -continuó el rubio- Pero sigue perdido Merlín sabe dónde y no soy capaz de hacerle regresar.

- Lo siento. -se disculpó de nuevo el moreno, contemplando el desastre que había organizado- Siento no ser capaz de enfrentarme a esto.

- Sí, sí lo eres. -Draco le obligó a volver el rostro hacía él, pero Harry rehuyó su mirada- Eres más fuerte de lo que finges no ser ahora. Siempre lo has sido por los que amas, por tus amigos. Harías lo que fuera por los que consideras importantes para ti. -suspiró con impotencia, porque parecía que Harry le escuchaba como quien oye llover- Yo nunca he dejado que me afecten estas cosas. -reconoció- Soy demasiado racional y los sentimientos siempre contaron poco para mí. No estoy diciendo que eso sea bueno. -se apresuró a aclarar- Sin embargo, tú los tienes presentes en cada instante de tu vida. Así es imposible no salir herido en algún momento, Harry. Deberías aprender a distanciarte un poco más. Eso es todo.

- Sí, los tienes. -afirmó Harry suavemente, depositando por fin su mirada en él.

- No, -suspiró Draco- no los tenía hasta que tú los sacaste de dónde fuera que estuvieran escondidos. Eres una mala influencia. -aseguró con una mueca- Por tu culpa, a veces me siento... vulnerable -dijo Draco en un fingido tono acusatorio.

Inesperadamente, Harry sonrió, lo que probablemente en otro momento hubiera sido una sonora carcajada.

- ¿Vulnerable? ¿Tú?

Draco sonrió, satisfecho. Al menos le había arrancado una sonrisa.

- ¿Sabes qué pienso? -Harry clavó sus hermosos ojos verdes en los ahora color miel- Creo que necesitas un cambio de aires. A los dos nos vendría bien cambiar de ambiente por un tiempo, ¿no crees?

Harry le miró con curiosidad. Por lo visto había logrado llamar por fin su atención sobre algo que no fuera su propia autocompasión.

- ¿Irnos? -musitó. Draco asintió- ¿A dónde?

- ¿Que te parecería París?

Había estado madurando esa idea desde el depresivo intento de Harry de abandonar el mundo, cinco días antes. Había llegado a la conclusión de que apartarle de todos y todo lo que hasta ese momento había conocido podía ser una buena terapia para ayudarle a recomponer de nuevo su vida. La de ambos. Lejos de allí, dónde nadie le conociera y pudiera reconocerle de otra forma que no fuera como simplemente Harry. Lejos de presiones y del maldito Ministerio. Lejos de todos cuantos habían estado interviniendo continuamente en su vida, decidiendo cómo tenía que vivirla, a pesar de estar cargados de buenas intenciones.

Al principio, su silencio le hizo pensar que en el fondo Harry estaba todavía demasiado atado a su entorno y que con su propuesta no había hecho más que hacerle comprender que necesitaba a sus amigos, a las personas que consideraba su familia. No obstante, no fue así.

- Me encantaría conocer París. Nunca he salido de Inglaterra. -dijo al fin el moreno, sorprendiendo gratamente a Draco.

Y no se habían marchado ese mismo día porque Harry había insistido en que Draco tenía que acabar su tratamiento. Tan sólo faltaba un dedo para poder tener su mano de vuelta completamente sana, tal y como había sido antes de que su "estimada" familia se la destrozara. Y tener que ocuparse en esos momentos de Draco y su calvario particular, distrajo a Harry del suyo. Durante el mes que duró la recuperación, pasó también el mes impuesto por Neville para concederle el alta definitiva al buscador y poder volver a jugar. Sin embargo, apenas a una semana de que la liga de Quidditch acabara, Harry presentó su renuncia sin darle opción a Berton ni a nadie a pedirle explicaciones. Sencillamente no renovaría para la siguiente temporada. Para cuando Lupin, Snape o Dumbledore se quisieron dar cuenta, la casa de Sunset Road estaba vacía y ninguno de los vecinos pudo dar razón de dónde habían podido trasladarse aquellos dos agradables jóvenes. La cámara de Harry en Gringotts había sido cancelada y Bill fue incapaz dar ninguna pista a la Orden que pudiera orientarles sobre dónde se habían transferido los fondos, ya que la operación había sido hecha directa y discretamente por el Director del banco quien, como buen goblin, guardó celosamente cualquier dato sobre las operaciones de su cliente.

Durante aquel último mes, habían sido inútiles los intentos de Remus, Ron, Hermione o de cualquiera de sus amigos por intentar hablar con Harry. Había bloqueado todos los accesos mágicos a su vivienda y prácticamente no salió de ella hasta el día que la abandonó. En última instancia siempre era Draco el que acababa contestando a las insistentes conexiones que pedían paso en su chimenea, sólo para informar al interlocutor de turno que Harry no quería hablar con nadie y que les rogaba que le dejaran en paz. Que le olvidaran.

Harry desaparecía por voluntad propia, y no quería ser encontrado. El mensaje no podía ser más claro.

A pesar de la notoria indirecta, Dumbledore había removido cielos y tierra para encontrar a Harry, preocupado por las consecuencias de ese acto y, por primera vez, por la persona que le acompañaba. Fracasó estrepitosamente. Lupin estaba furioso, porque había sido precisamente él quien había advertido en su día al testarudo Director de las consecuencias de volver a ocultar la verdad a Harry. Y Snape estaba triplemente furioso: porque Remus estaba irascible e insoportable, cualidades hasta entonces desconocidas de su carácter; porque nuevamente había perdido todo contacto con su ahijado, aparte de una escueta nota, enviada con Hedwing, en la que le informaba que se iban, que no se preocuparan y que no les buscaran. A Severus no le cabía la menor duda de que la idea había partido de Draco. Y por último, le había tocado profundamente la moral que Dumbledore insinuara que su ahijado tal vez no era la mejor compañía para Harry en esos momentos, poniendo en duda las buenas intenciones que Draco podía tener con respecto a Potter. Severus tenía que reconocerle que aquella desaparición era muy sospechosa. Un fuerte portazo, sin ninguna otra explicación, le dejó muy claro al Albus Dumbledore, Director de Hogwarts, lo que Severus Snape, Profesor de Pociones, opinaba de todas sus elucubraciones.

o.o.O.o.o

- ¿Vas a dormir, o piensas seguir dando vueltas toda la noche? -preguntó Severus, harto de tanta inquieta actividad a su lado.

No recibió otra respuesta que un cansado bufido.

- ¿Te has tomado la poción? -preguntó el Profesor de Pociones.

- ¡Merlín! Lo olvidé.

Ahora fue Severus quien bufó. Sin embargo, retuvo a su compañero, que había hecho intención de levantarse.

- Yo te la traeré.

A los pocos minutos estaba de vuelta a la habitación con una copa. Remus la tomó con una sonrisa de agradecimiento y la apuró hasta el fondo.

- Anda, ven aquí -refunfuñó Severus y Remus se acomodó entre sus brazos.

- Lo siento. No puedo evitar estar preocupado por Harry. -se disculpó el licántropo- No puedo dejar de pensar que parte de la culpa de que se haya ido es mía.

- No es culpa tuya que Potter sea tan irremisiblemente susceptible. -renegó Severus.

Remus le dirigió una mirada dolida.

- Y si tú no hubieras sido tan brusco... -le reprochó.

Severus suspiró. Ya había tenido que escuchar esa recriminación por lo menos unas cincuenta veces desde que Potter se había ido. Armándose de paciencia, volvió a repetir la misma parrafada que había soltado en cada ocasión.

- Estará bien, Remus. Tal vez era lo que le convenía. Dejemos que él y ese chico rehagan sus vidas, a su aire. Esta vez sin la intervención de nadie.

- Le echo de menos. -susurró Remus.

- Lo sé. -Severus acarició su espalda, intentando consolarle.

- No me importa si no quiere verme. -titubeó Remus- Bueno, sí me importa. Pero me sentiría más tranquilo si supiera donde está.

- Su pareja parece bastante sensata. -afirmó Severus con calma- No creo que le deje hacer tonterías. Dónde quiera que estén, estarán bien. -le consoló.

- ¿Confías en ese chico? -preguntó Remus, refiriéndose a Philippe.

Snape asintió. Remus le abrazó con agradecimiento. Si alguien tan desconfiado como Severus se fiaba del francés, le tranquilizaba.

- Me siento egoísta. -dijo besando el fuerte pecho en el que se apoyaba- Tú tienes que lidiar con saber en lo que se ha convertido tu ahijado, y no te he oído lloriquear por ello. Perdóname, amor.

Severus sintió que un nudo se formaba en su garganta. Tal vez Remus debiera saber... No obstante, Potter no le había dicho nada en todo ese tiempo. Quizá ahora que ninguno de los dos jóvenes se encontraba allí para demostrar su relación, no fuera el mejor momento para que Remus supiera la verdad. Estaba seguro que no haría más que aumentar su inquietud. Severus optó, una vez más, por callar.

Draco entró en la cocina dispuesto a preparar un café bien cargado para poner en marcha las neuronas de su pareja. Sonrió al recordar la escena de pocos minutos antes y lo difícil que había sido llegar a reencontrar al Harry que, sinceramente, esperaba que en ese momento estuviera ya bajo la ducha; porque de lo contrario iba a conseguir que empezaran muy mal el día. Sacó el zumo de la nevera y le vino a la memoria el trasto de refrigerado de su primer apartamento, y cómo en más de una ocasión habían tenido que chapotear en la pequeña cocina, cuando al caprichoso electrodoméstico le daba por descongelarse sin previo aviso, echando a perder los alimentos y encharcando el suelo de agua.

Habían alquilado aquel pequeño apartamento cerca de Mont-Maitre, sin demasiadas pretensiones. Teniendo en cuenta que entonces ninguno de los dos trabajaba, habían tenido que vivir del patrimonio de Harry, que aún y siendo bastante cuantioso, habían decidido no malgastar en cosas superfluas. Incluso Draco había estado de acuerdo en que aquel pequeño apartamento estaba bien para empezar, aparte de que les proporcionaba un perfecto anonimato.

A pesar de todo, Draco había insistido en que Julio y Agosto fueran sólo para descansar; las merecidas vacaciones que Harry necesitaba para recobrarse. Periodo que serviría, además, para que el moreno pudiera adaptarse al nuevo país, del que no comprendía ni el idioma. Draco se dedicó en cuerpo y alma a enseñarle aquella maravillosa ciudad, a descubrirle cada rincón, cada palacio, cada museo. Y lo único que le supo mal fue no poder mostrarle el mundo mágico que se escondía a ojos muggles, que a su parecer superaba en creces al inglés. Pero bajo ningún concepto Draco estaba dispuesto a acercarse a lugares dónde Harry pudiera ser reconocido, facilitando su localización a los que habían quedado en Inglaterra.

Durante aquellos dos meses, Harry había ido recuperando poco a poco sus ganas de vivir, su carácter de siempre. Sus pupilas brillaron de nuevo, aunque tal vez no con aquel verde intenso que antes traspasaba su mirada. Draco sonrió al recordar que lo único que desesperaba al moreno en aquellos momentos era el no ser capaz de entender otra palabra que no fuera "oui", "bonjour" o "rue" y esto último porque aparecía en todos los rótulos que identificaban las calles.

- ¡Jamás podré hablar este galimatías, Draco! -exclamo Harry, frustrado después de que su compañero intentara por quinta vez consecutiva hacerle pronunciar correctamente la palabra "gateau"

Draco suspiró con paciencia.

- Claro que podrás, Harry. Sólo necesita prestar un poco más de atención.

- ¡Presto atención! -se defendió el moreno- Lo que pasa es que es muy difícil.

- No, -rebatió Draco- lo que pasa es que es más cómodo esperar a que hable yo para resolverlo todo.

- Tu acento es perfecto, cariño. -trató de engatusarle Harry.

- Pero esto cambiará en octubre, amor. Cuando empiece el curso y tú tengas que despabilar.

Harry gimió.

- ¡Merlín! ¡No me lo recuerdes!

Draco soltó una carcajada.

- ¡No seas niño, Harry!

- ¡Ya! Como tú si les entiendes...

Antes de salir de Londres, Draco había cambiado el curso de cocina que debía empezar en septiembre, para realizarlo en París, un mes más tarde de lo previsto que en la ciudad inglesa. Y una vez en la capital francesa, lo había vuelto a cambiar por otro más extenso que iba a durar aproximadamente ocho meses, dirigido por el propio Olivier Letreste. Esa era una de las razones de que el apartamento fuera pequeño y de que hubieran decidido no gastar más de lo necesario. Ese curso costaba una pequeña fortuna. Draco se había inventado la mayoría de las referencias que pedían, pero esperaba salir adelante sin demasiados problemas.

Y mientras aguardaban a que llegara octubre, Draco y Harry daban largos paseos y comían en algún lugar pintoresco de la ciudad. Otras veces, simplemente se quedaban en el pequeño apartamento amándose hasta la extenuación, para después salir a cenar y acabar con un romántico paseo en barco por el Sena. Y Draco persistía, inquebrantable, en poner todo su esfuerzo para que Harry aprendiera a hablar francés.

Y llegó para Harry el temido 1º de octubre. Casi podría decirse que estaba más nervioso que Draco.

- Si tienes cualquier problema, habla con la Sra. Bouchoir -aconsejó Draco. Y después añadió con un pequeño guiño- Pero si puede ser, no demasiado con su hija.

Louanne Bouchoir era su casera y vivía en el apartamento de la planta baja. Era una mujer rolliza y enérgica, de pelo negro y ensortijado, siempre recogido en un moño despeinado. Sus mejillas, permanentemente rojas, le daban un aire falsamente saludable. Lo más probable es que tuviera la presión sanguínea a punto de estallar. Separada de su marido hacía años, su fuente principal de ingresos eran los tres apartamentos que tenía alquilados. Su hija Marie era punto y aparte. Tenía diecinueve años y trabajaba en un supermercado dos calles más arriba de dónde estaba el apartamento. No era tan voluminosa como su madre, pero de formas redondas y rotundas, parecía haber desarrollado un especial interés por Harry. El hecho de que chapurreara con bastante soltura el inglés, le había hecho ganarse las simpatías del moreno, agradecido de poder tener una conversación de más de dos palabras con alguien más que no fuera Draco.

No había ayudaba mucho a tranquilizar los ánimos del rubio que al estar Harry solo durante todo el día, al cabo de un tiempo, la Sra. Bouchoir prácticamente le hubiera adoptado, con la consiguiente satisfacción de su hija Marie. Un día, Harry había hecho de pura casualidad una pequeña reparación para su casera, que agradecida le había invitado a comer a su casa. Al cabo de pocos días, sabedora de que el joven estaría en su apartamento ya que por aquel entonces Harry salía poco, la casera le había pedido ayuda para trasladar una serie de trastos viejos a la buhardilla del edificio, cosa que Harry hizo con mucho gusto, contento de poder entretenerse en algo, aunque fuera cargando antiguallas. Lo siguiente fue pintar uno de los apartamentos que se había quedado vacío, y hacer alguna que otra chapuza en él para que quedara listo para un nuevo inquilino. Para entonces Harry comía prácticamente todos los días en casa de la Sra. Bouchoir, para regocijo de su hija, que empezaba a sentirse seriamente atraída por aquel joven moreno de ojos verdes, algo tímido, tal vez porque todavía su lengua se le enredaba demasiado en la boca cuando intentaba hablar su idioma. A pesar de todo, Draco tuvo que reconocer que el francés de Harry empezó a mejorar a partir de ese momento, aunque para su gusto fuera un francés algo vulgar; ya se encargaría él de pulirlo. Y aunque la presencia de la francesita tan cerca de su pareja no le entusiasmaba demasiado, reconocía que al menos Harry no se sentía tan solo durante todo el día.

A partir de diciembre, Olivier Letreste había ofrecido a alguno de sus alumnos más brillantes un puesto de prácticas en su propio restaurante; una oportunidad única para aprender y trabajar con el maestro, un privilegio que muy pocos lograban alcanzar. Sin cobrar un franco, claro está. Podían considerarse suficientemente pagados con recibir la inapreciable sabiduría culinaria de Letreste. Draco sabía que era una ocasión singular y no dudo en aprovecharla. A partir de entonces, el rubio estuvo sumergido en su trabajo y estudios prácticamente los siete días de la semana, entregado con pasión a todo el conocimiento que se abría ante él. Harry había hecho de tripas corazón y le había apoyado con entusiasmo, aunque ello significara no verle más que por la noche al acostarse, eso cuando Draco llegaba a una hora decente tras el cierre del restaurante, y por las mañanas durante el desayuno. Sin embargo, lo peor para Harry fue que la víspera y el día de Navidad, días de mucho trabajo para el sector de la restauración, apenas pudo ver a su pareja. La mañana de Navidad, Draco tenía que presentarse temprano en el restaurante para colaborar en la preparación de los platos especiales de ese día. Lo que más le dolió a Harry fue que el día de Navidad se cumplía un año que estaban juntos. Pero Draco ni siquiera pareció recordarlo. Desayunó, le besó apresuradamente y se fue. A pesar de todo, Harry tuvo un plato esperándole en la mesa de la Sra. Bouchoir, al igual que lo había tenido la noche anterior. Eso no le consoló.

- ¿Qué sucede Harry, cherie? -preguntó la Sra. Bouchoir después de observar la actitud taciturna del joven.

- Nada. -se apresuró a asegurar Harry, esbozando una amable sonrisa.

- ¿Echas de menos a tu familia, tal vez? -preguntó nuevamente la casera.

- Un poco. -reconoció Harry.

Aquella mañana se había sorprendido pensando en Remus y también en sus amigos.

- ¿Por qué no les llamas? -le sugirió Marie.

Harry se encogió de hombros.

- No tienen teléfono.

Ambas mujeres se miraron sin poder ocultar su asombro. ¿Quién no tenía teléfono en su casa a esas alturas? Bueno, de todas formas eran ingleses. Todo el mundo sabía que eran un poco raros. La Sra. Bouchoir volvió a clavar sus agudos ojillos negros en Harry, observando la desgana con la que su invitgado estaba ingiriendo su maravillosa comida de Navidad.

- ¿Va a trabajar también hoy todo el día? -preguntó en clara referencia a Philippe.

- Eso creo. -respondió Harry sin levantar la vista de su plato.

- Verás como esta noche llega temprano. -le animó Louanne.

Harry le dirigió una mirada interrogante. La mujer sonrió.

- ¿Creíais que no me había dado cuenta? -dijo.

Harry sonrió a su vez con timidez, sintiendo un repentino calor en sus mejillas.

- No sabíamos si... si podía molestarla que...

La Sra. Bouchoir soltó una campechana carcajada.

- Hijo, yo estoy de vuelta ya de muchas cosas.

- ¿Se puede saber de qué demonios estáis hablando? -preguntó al fin Marie, algo enfurruñada por sentirse fuera de la conversación.

Su madre puso los ojos en blanco.

- ¡Con lo lista que eres para algunas cosas, hija!

Marie frunció el ceño y miró a Harry, que por lo visto tampoco estaba muy dispuesto a aclararle nada, ya que volvía a tener la vista fija en su plato. No obstante, después de semanas, su madre había encontrado por fin la manera de entrar en el tema y no tenía intención de abandonarlo.

- De todas formas es una lástima. -dijo Louanne con una sonrisa pícara- Dos chicos tan guapos como vosotros y ninguna oportunidad para nosotras. -Harry la miró algo incómodo, lo cual debió parecerle gracioso a la mujer, porque continuó -Hasta Marie te había echado el ojo.

- ¡Mamá! -le reprochó su hija, enrojeciendo de pronto.

- Pues siento decirte, hija, que echaste el anzuelo al pez equivocado.

Marie miró a su madre con ojos asesinos.

- Lo que está tratando de decirte, -intervino Harry antes de que las dos mujeres empezaran a discutir; ya conocía esa faceta de ambas y podían ser bastante escandalosas- es que ya tengo pareja, Marie. -la chica le miró con sorpresa- Es Philippe.

La chica soltó el tenedor y le miró fijamente.

- ¡Joder! -pronunció por fin. Y miró a su madre- ¡Pues sí que es una lástima!

Y siguieron comiendo con toda tranquilidad. Harry se relajó. Marie no parecía en absoluto resentida, si no más bien fascinada ante aquel descubrimiento. Después de comer, la Sra. Bouchoir sacó un álbum de fotografías y sentado entre madre e hija, Harry fue puesto al día de la vida y milagros de la familia Bouchoir. A ratos se perdía en el rápido parloteo entre las dos mujeres, pero lo que sí le quedó claro, fue que su casera estaba peleada con la mitad de su familia.

Eran poco más de las seis de la tarde cuando sonó el timbre. La casera se levantó pesadamente del sofá, cargada con los dos brandys que ya se había tomado después de la comida y con la copa del tercero todavía en la mano, dejando a Marie explicando a su inquilino sus interminables problemas con el sexo masculino. Un Marie Brizart siempre hacía entrar a la otra Marie en la fase de las confidencias.

La casera abrió la puerta para encontrarse con la sonrisa amable, pero siempre distante, de Philippe.

- Buenas tardes Sra. Bouchoir, ¿está Harry aquí?

- ¿Y dónde quieres que esté, cherie?

Observó el pelo todavía mojado del joven y el suave olor a jabón que desprendía. Seguramente acababa de llegar del restaurante y se había metido en la ducha para desprenderse del tufo a comida antes de bajar a buscar a su compañero. Inesperadamente, Draco recibió una pequeña colleja que le dejó dolorido y desconcertado, más aún viendo la repentina cara de pocos amigos de su casera.

- Supongo que no te habrás olvidado, ¿verdad? -Draco la miró sin comprender, masajeando la zona donde había recibido el sorpresivo coscorrón -Que hoy es vuestro aniversario. -le aclaró.

- ¿Cómo...? -empezó a preguntar todavía más sorprendido, antes de ser interrumpido por la voz pastosa de Louanne.

- Oh, formáis una bonita pareja. -le dijo tomándole del brazo y arrastrándole hacia el comedor-¿Lo ves, cherie? Te dije que hoy vendría temprano.

Harry sonrió al ver primero la cara de espanto de Draco, que no entendía nada, y después como fruncía el ceño porque Marie estaba completamente acurrucada sobre él, susurrando en su oído. Harry la apartó suavemente y le dio un beso en la mejilla, a lo cual la joven correspondió con otro beso.

- Gracias Harry. -dijo- Tal vez lo haga.

Y le guiñó un ojo, cosa que todavía mosqueó más a Draco, todavía prisionero del fuerte apretón de su casera.

- Muchas gracias por todo, Sra. Bouchoir. -agradeció Harry, liberando el brazo de Draco- Ha sido una tarde muy agradable.

- ¡Divertiros! -gritó la mujer mientras Harry arrastraba a Draco hacia la puerta, sin poder impedir que lanzara una mirada amenazadora en dirección a Marie, que en ese momento se desternillaba de risa en el sofá.

Subieron en silencio las escaleras y en cuanto entraron en su apartamento, Harry atrapó a Draco contra la puerta sin darle tiempo a abrir la boca más que para ser devorada por sus besos.

- Te he echado de menos. -susurró.

- ¿De... verdad? -jadeó Draco, casi sin aliento- Pues... parecías muy... entretenido... con Marie.

- No seas tonto. -ronroneó Harry mordisqueando su oreja, mientras desabrochaba la mitad de los botones de su camisa y la bajaba hasta la mitad de sus brazos, dejándole semi-inmovilizado.

Empezó entonces a besar su pecho, lamiendo después sus pezones, mordisqueándolos y estirándolos suavemente con los dientes hasta hacerle gemir.

- Harry... Ha...rry...

Harry sonrió y fue llevándole, sin dejar de besarle, hasta el pequeño árbol de Navidad con el que se habían tenido que conformar ese año. Draco seguía forcejeando con su camisa, intentando desprenderse de ella sin que Harry se lo permitiera.

- Por favor, Harry deja que...

- No.

Una sonrisa traviesa asomó a los labios de Harry cuando le tumbó en el suelo y empezó a lamer y a chupar su ombligo, haciendo que Draco gimiera nuevamente, excitado.

- ¿Por qué... siempre... echas abajo... todos mis... planes? -jadeó el rubio al tiempo que perdía sus pantalones, bajo los cuales no había rastro de ropa interior.

- Tal vez porque nunca me cuentas cuándo tienes planes. -respondió Harry sonriendo ante ese detalle.

- Había... pensado en... una velada... ¡aghhhh!... intima.

- Ya estamos teniendo una velada intima. -dijo Harry, que de rodillas con una pierna a cada lado del cuerpo de su pareja, abandonó las caricias que estaba prodigando a su entrepierna para erguirse y empezar a desnudarse ante la mirara impaciente de Draco.

El jersey primero, la camisa después, desabotonada con deliberada lentitud, descubriendo cada trozo de piel con estudiada picardía. La dejó deslizar renuente por sus brazos, descubriendo el torso trabajado con años de ejercicio, que sin llegar a ser corpulento, mostraba que cada músculo estaba en su sitio. Los ojos de Draco recorrieron con lujuria cada centímetro de piel blanca, no tan clara si la comparaba con la suya. Desde aquellos deliciosos botones oscuros que se moría por morder, bajando por el estomago plano y marcado, hasta llegar al ombligo, del que partía un oscuro y prometedor camino de vello que desaparecía bajo el pantalón. Harry sonrió satisfecho al ver la naciente erección de Draco y su desespero por librarse de la enojosa camisa. Pero su juego no había terminado todavía. Muy despacio y de forma insinuadora, desabrochó el botón de sus pantalones para después empezar a bajar la cremallera lentamente, dejando el pantalón abierto, logrando que Draco desistiera por unos momentos de forcejear con la camisa y sus ojos no pudieran apartarse de aquel punto que se insinuaba a través de la abierta bragueta. Harry los deslizó con aparente pereza por sus estrechas caderas, descendiendo por sus bien torneados muslos, dejándolos caer hasta las rodillas. El slip no dejaba nada a la imaginación. Como una segunda piel, cubría aquella parte de la anatomía de Harry de forma sugerente, ajustándose a sus caderas hasta terminar en aquel mini pantaloncito que cubría apenas el principio de sus muslos, arrapándose a ellos de forma extremadamente sexy. Hacía ya minutos que el Slytherin había perdido el color pálido de su cara y un delicioso sofoco cubría su rostro, obligándole a respirar de forma más rápida. En el momento que Harry introdujo los pulgares en la cinturilla de su slip, apuntando la intención de bajarlo, Draco contuvo la respiración sin ser apenas consciente de ello. Y cuando la erección del moreno saltó de su interior como un muelle al que hubieran estado oprimiendo y hubieran soltado de repente, Draco ya no pudo más. La camisa voló de sus brazos, en un estado más bien lamentable, reuniéndose con el desordenado pilón de ropa amontonado en el suelo tras el inesperado y excitante streep-tease. Atrajo a Harry, que permanecía de rodillas frente a él y acarició sus nalgas mientras empezaba a besar y mordisquear el glande que apuntaba directo hacía su boca, arrancando un fuerte gemido de su compañero cuando introdujo su pene completamente en ella. Harry jadeó complacido, soltando la coleta de su compañero y aferrándose a los suaves mechones negros que ahora caían sobre los hombros de Draco, mientras seguía balanceándose contra su boca.

- Dra... co -gimió el moreno.

- ¿Sí, mi amor? -preguntó éste, abandonando sus entusiásticas caricias por un segundo.

- Quiero... a Draco. -volvió a gemir Harry.

Comprendiendo entonces lo que Harry le estaba pidiendo, Draco susurró un "Actio varita" y cuando la tuvo en su mano deshizo el hechizo de apariencia. Una gran sonrisa iluminó el rostro de Harry, que empujando otra vez a Draco hasta tumbarlo en el suelo, envolvió en sus brazos el auténtico cuerpo de su pareja y besó con absoluta desesperación los finos labios que le devolvieron la misma pasión.

- Hazme tuyo. -susurró Draco deslizando con deleite sus dedos sobre la piel del cuerpo que cubría el suyo.

Los ojos de Harry brillaban como hacia tiempo no los veía resplandecer, posados en él con la misma adoración que vio por primera vez un año atrás. Su mirada le traspasó, como hiciera entonces y aquel sentimiento de pertenecerle y de que le pertenecía volvió a Draco con más fuerza que nunca, envolviéndole en una cálida y embriagadora sensación. Lo cierto era que desde que habían llegado a París, Harry sólo se había dejado amar, devolviendo ese amor a Draco con ternura y atenciones, pero en ninguna ocasión había expresado su deseo de ser él quien dominara en la cama, como tantas veces antes. Al principio Draco lo achacó al bache emocional que estaba pasando y a la necesidad que tenía de sentirse sólo amado. Después pareció acomodarse en ese papel y el rubio, dominante por naturaleza, también se acomodó en el suyo. Sin embargo, esa tarde Draco presentía que su Harry estaba de vuelta y que si le dirigía de la forma adecuada, acabaría reencontrándose con esa parte que tanto había echado de menos de él. Harry sonrió y acercó el rostro de su compañero al suyo para morder su labio despacio, saboreándolo.

- Hazlo. -gimió Draco separando sus piernas de forma sugerente- Necesito sentirte, Harry. Como esa primera vez.

- Hace mucho tiempo que no estás en esa posición, amor. -murmuró Harry, no muy convencido.

Pero Draco condujo la mano de su compañero hasta sus labios e introdujo dos dedos en su boca. Tenía su mirada fija en la de Harry, sin querer perder ni un momento el contacto con aquel verde que había devuelto la esperanza a su vida, que le había acogido e infundido el valor necesario para retomar su existencia desde otra perspectiva; el que le había hecho entregarse por primera vez de forma total y absoluta y que ahora reflejaba su incondicional amor por él.

- ¿Todavía recuerdas nuestra primera vez? -preguntó el moreno, introduciendo el primer dedo con sumo cuidado en el apretado pasaje de su pareja.

- Jamás podré olvidarlo, Harry. -gimió Draco, sintiéndose mimado por la cuidadosa distensión con la que los dedos del moreno estaban manipulando su entrada -Está grabado a fuego en mi corazón, amor.

Empujó con necesidad sus caderas, tratando de que Harry volviera a rozar aquel punto que de pronto había borrado cualquier rastro de la inevitable incomodidad después de tanto tiempo.

- No sabes cuánto te amo.

La voz de Harry salió entrecortada de su garganta, mientras el verde de sus ojos se volvía cristalino. Draco tomó su rostro entre sus manos mientras le sentía hundirse en él, suave y lentamente. Apartó con un dedo la lagrima que se deslizaba reveladora por la mejilla de Harry y no pudo evitar que el nudo que también estriñó su garganta, ahogando el te amo que trató de pronunciar, dominando su propia emoción.

Contempló cómo en el rostro sofocado y sudoroso de Harry empezaba a reflejarse la fuerte excitación que casi inmediatamente se tradujo en el ritmo cada vez más rápido que imprimía a sus embestidas, haciendo que su propio cuerpo reaccionara arqueándose bajo sus caricias y que sus caderas buscaran, en cada acometida, fundirse con las de Harry, deseando sentirle cada vez más profundamente dentro de él. Recordaba todavía sus palabras aquella otra mañana de Navidad, aquellas que le habían calado tan hondo porque nadie le había dicho algo así antes: "Mírame, quiero ver tus ojos cuando llegues". Y jamás había dejado de perderse en su mirada en esos momentos. Contuvo la respiración al sentir la mano de Harry cerrándose sobre su erección, que empezó a mover al mismo ritmo intenso bajo el que ambos jadeaban. Sus manos abandonaron los hombros de su pareja, en los que se había estado sosteniendo para ayudarse a seguir el feroz vaivén con que éste le hacia moverse, para tomar nuevamente el rostro amado entre sus manos. Quería hundirse en aquel océano verde de ternura y que él se bañara en el mar gris de su tormenta de placer, el más intenso que recordaba haber experimentado desde hacía tiempo.

- No puedo más. -gimió al fin.

Y se dejó ir en la mano de su amante, mientras su cuerpo temblaba y se estremecía sacudido en profundas oleadas de placer. Sintió las manos de Harry aferrarse a sus caderas con más fuerza, dando una última y vigorosa embestida que le arrancó un gemido ronco y profundo. Draco recibió el temblor de su cuerpo entre sus brazos y escuchó, mezclado con ese gemido, como pronunciaba su nombre y un te amo acompañando el último estremecimiento, antes de que la Petit Mort le dejara definitivamente quieto y exhausto sobre él.

Durante unos minutos no hablaron. Permanecieron quietos uno encima del otro, mezclando sus alientos y sudores. Al cabo de un rato, Draco alcanzó con disimulo su varita, tirada justo a su lado después de haber desecho el hechizo de apariencia. Un pequeño paquete salió del bolsillo de su pantalón y fue a parar a su mano.

- Feliz aniversario. -susurró al oído del moreno.

Harry alzó el rostro para encontrarse con el pequeño paquete flotando delante de su nariz. Miró sorprendido a Draco, pero por el brillo de su mirada éste adivinó la ilusión que la inesperada sorpresa le había causado. Harry lo abrió con impaciencia, bajo la divertida mirada de su compañero. Los ojos de Harry se iluminaron cuando dentro de la pequeña cajita apareció una fina cadena de la que colgaba dos letras elegantemente entrelazadas: H&P

- Harry y Philippe -aclaró Draco- Después me di cuenta de que coincide con tu nombre y apellido.

Harry le abrazó y después le besó hasta casi ahogarle y él se dejó ahogar con sumo placer.

- Deja que te la ponga. -jadeó Draco al fin.

- Es similar a la tuya. -notó Harry después, tomando entre sus dedos el fino colgante que Draco siempre llevaba al cuello, una L y una N hermosamente entrelazadas. -De tu madre, ¿verdad?

Draco asintió.

- De hecho, me sirvió de inspiración.

Harry acarició con ternura la mejilla de su amado y se hundió en su embelesada mirada.

- Tus ojos son como dos pequeñas estrellas plateadas cuando me miras así. -murmuró antes de volver a besarle.

Sin saberlo todavía, Harry acababa de poner nombre al sueño de Draco.

Continuará...