Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.

Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.

Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Braco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.

Bueno, chicas y chicos, por fin EL LIBRO. Se resuelve el misterio de su paradero.

DEDICADO MUY ESPECIALMENTE A SERENDIPITY.

CAPITULO XIII – 2ª parte

Dejando todo atrás.

Es similar a la tuya –dijo Harry después tomando entre sus dedos el fino colgante que Draco siempre llevaba al cuello, una L y una N hermosamente entrelazadas. –De tu madre¿verdad?

Draco asintió.

De hecho, me sirvió de inspiración.

Harry acarició con ternura la mejilla de su amado y se hundió en su embelesada mirada.

Tus ojos son como dos pequeñas estrellas plateadas cuando me miras así. –murmuró antes de volver a besarle.

Sin saberlo todavía, Harry acababa de poner nombre al sueño de Draco.

Draco acarició el colgante de su cuello, ensimismado en sus pensamientos. Habían pasado cinco Navidades más desde entonces y celebrarlas con una buena sesión de sexo junto al árbol de Navidad había sido institucionalizado como costumbre navideña ineludible. La entrada de Harry en la cocina, le distrajo de sus pensamientos.

–Vamos a llegar tarde –le dijo.

–Buenos días también para ti –refunfuñó Harry tomando la taza de café que le tendía.

–Cariño, solo me las guardarán hasta dentro de veinte minutos exactamente. Después no podré elegir lo que me guste. –le metió un bollo en la boca.

–Cuando las verduras están hervidas y troceadas –dijo el moreno con la boca llena, intentando no atragantarse– todas tienen el mismo aspecto.

Pero Draco ya le empujaba hacia la puerta, sin hacerle el menor caso.

–¿Tienes las llaves? –preguntó.

El moreno señaló el bolsillo de su pantalón, intentando apurar su café.

–¿Te he dicho esta mañana ya cuanto te quiero? –le dijo mientras entraban en el garaje que habían alquilado justo frente a apartamento.

–Tal vez quince minutos antes, esta treta te hubiera servido –le respondió Harry en tono burlón mientras subían a la pequeña furgoneta –Pero llegas tarde.

–Prometo compensarte, cariño. –aseguró con un guiño.

Harry le miró de arriba abajo, con una mueca de incredulidad en el rostro.

–Lo mismo dijiste la semana pasada. –accionó el mando a distancia y la puerta del garaje empezó a abrirse lentamente– Mientras no logremos cerrar ningún día antes de las dos de la mañana y tu te empeñes en levantarte a las seis... –Harry suspiró–Podrían traernos la fruta y la verdura al restaurante si tu quisieras.

–Me gusta elegir lo que compro, ya lo sabes. Además te cobran los portes y...

–... y eso encarecería el plato y ahora no podemos permitirnos subir precios y perder clientela. –recitó Harry demostrando tener la lección bien aprendida.

–Abrir el nuevo restaurante va a costarnos una fortuna, Harry.

–Lo sé. Me estuve peleando con los pintores ayer. –dijo el moreno frunciendo el ceño, frenando en seco para no comerse el coche de delante– El estucado del que te has enamorado, amor mío, va a costar casi como todo el mobiliario de La Petite Etoile.

–¿Tanto?

–Tanto. –gruñó Harry. –Todo se está multiplicando, Draco. No niego que el local está mejor situado. Y es más grande. Pero también significa, mas kg de pintura, más m2 de suelo que embaldosar, más metros de tela para las cortinas, más mesas, mas sillas, equipar una cocina mayor, más vasos, más platos, más cacerolas, más personal, más... ¡DE TODO!

–Cuando hicimos los cálculos, cubríamos todo eso. –dijo Draco que observaba a Harry con detenimiento. Algo no marchaba bien.

–Si, siempre contando con que después el restaurante rinda. –Harry dejó escapar un pequeño suspiro– Como esto no salga bien Draco, acabaremos comiéndonos esos sofisticados manteles con sus elegantes servilletas.

Habían discutido largo y tendido el traslado de su pequeño restaurante a un local mayor durante meses. Cuando Marie les informó que había visto uno en traspaso en la zona que les interesaba y de las dimensiones que más o menos pretendían, el entusiasmo de Draco se desbordó. Sin embargo, sus ahorros alcanzaban solo para adquirir el local, pero no para todas las obras que había que hacer en él. El traspaso se ofrecía a un precio muy razonable porque el dueño se jubilaba y en los últimos años ya no había invertido ni en reformas ni en poner su local un poco más acorde con las tendencias actuales. La segunda discusión había llegado cuando Harry había dicho que no era problema, ya que en su cuenta privada había suficiente como para comprar y remodelar cinco restaurantes más. Pero el orgullo Malfoy, era el orgullo Malfoy y siempre lo sería. Draco se empeñaba en que el nuevo restaurante tenía que salir de las ganancias de La Petita Etoile, aunque tardaran un poco más. Ya le había costado bastante tragar con que La Petite Etoile empezara con el dinero de su pareja. Harry se desesperaba con la cabezonería del Slytherin, porque sabía que echando mano de ese dinero, en pocos meses tendrían el nuevo restaurante abierto. Además, si utilizaban todos sus ahorros en aquel traspaso, se quedaban a dos velas. Al final había puesto punto y final a la discusión diciéndole a Draco que se ocupara de su cocina y le dejara a él el resto si no quería que le mandara a freír hamburguesas a un Burguer King bajo un Imperius. Draco había acabado aceptado a regañadientes. Desde ese día, Harry se había hecho cargo de todo lo referente al nuevo restaurante y por lo que parecía, el joven andaba algo estresado. Aunque el rubio sospechaba que había algo más. En los últimos tiempos, Harry pasaba más tiempo del acostumbraba cuidando del mantenimiento de sus escobas que apenas utilizaban y había desenterrado aquellas pelotas de Quidditch que él mismo había dañado y que durante mucho tiempo habían estado guardadas en una caja a la espera del que el Gryffindor se decidiera a repararlas.

Draco esperó unos segundos a que a Harry se le pasara la repentina explosión de carácter antes de interrogarle.

–¿Vas a contarme lo que te pasa?

–Acabo de decírtelo.

–No, me refiero a lo que te pasa realmente, Harry.

–Supongo que estoy cansado –respondió– Ambos lo estamos.

Draco pensó que en cuanto volvieran a casa esa noche, lo primero que haría sería comprobar que la maldita caja estuviera todavía en el fondo del baúl, bajo todos los hechizos de contención que le había impuesto.

Después de terminar el curso con Letreste, Draco había sido uno de los afortunados a quien el maestro le había ofrecido un empleo en su restaurante. Lo que significó muchas horas de trabajo y no volver a saber lo que era un fin de semana por demasiado tiempo. Pero también consiguió un buen sueldo. Harry por su parte había descubierto una habilidad, derivada de su facilidad para los trabajos manuales, que le mantenía entretenido prácticamente todo el día. A través del abanico de amistades muggle que Draco había hecho gracias a su trabajo, Harry había entrado en contacto con un anticuario para el que había hecho algunos trabajos, como ayudarle en el traslado de su tienda y taller a otro local mayor. Después había empezado a ayudarle en la restauración de algunos muebles sencillos y al cabo de un tiempo, bajo al supervisión del anticuario, se había enfrentado a su primer escritorio Luis XV.

Todos aquellos cambios habían hecho que su situación económica mejorara bastante y que para aquel entonces pudieran vivir desahogadamente de sus sueldos, sin tener que recurrir al dinero de Harry, que Draco se negó en redondo volver a tocar si no surgía alguna emergencia.

Otra de las consecuencias de su recién estrenada economía fue el cambio de apartamento. Draco deseaba trasladarse a uno un poco más amplio y cómodo. Pero Harry se negaba a dejar a la Sra. Bouchoir, en cuya mesa seguía teniendo un plato cada día y donde pasaba algunas tardes, sobretodo los fines de semana en que Draco trabajaba. Así que al final, y ante la perspectiva de perder a su inquilino favorito, la Sra. Bouchoir les cedió el ático, mucho más amplio y con mejores vistas. La buena mujer todavía seguía preguntándose como hicieron todas las obras y cambios sin que ella se enterara ni viera albañiles o pintores. Harry, como no, tuvo el honor de llevarse la mayor parte del mérito. El caso fue, que durante el traslado de sus cosas del segundo piso al ático, desempolvaron viejos recuerdos, entre ellos el baúl de Narcisa Black, que Draco guardaba celosamente envuelto en una vieja manta para preservarlo del polvo.

Ponlo en nuestra habitación –sugirió Harry Es una lástima que lo tengas siempre guardado con lo bonito que es. O ahí en ese rincón dijo señalando una de los ángulos bajo la ventana del salón.

Sonrió al ver como Draco repasaba con cariño todos los objetos que el arcón guardaba.

Sigo preguntándome que habrá dentro de esta caja –dijo en voz alta para que Harry que había entrado en la habitación, le oyera He intentado abrirla varias veces pero no he podido. Ni siquiera Severus pudo.

El moreno asomó la cabeza y reconoció la hermosa caja de madera labrada que Draco tenia en las manos, como la que había intentado abrir inútilmente el día que le había regalado el arcón.

Déjala en la mesita –le dijo Mas tarde intentaremos abrirla.

Pero dentro del arcón había algo más que Draco había olvidado que había guardado allí.

Harry... –el moreno volvió a asomar la cabeza– ... tal vez a ti también te gustaría volver a colocar todo esto en el salón...

Con un toque de varita, todos aquellos pequeños objetos desparramados encima de la alfombra recuperaron su tamaño natural. Escobas, trofeos, quaffles... aparecieron ante los asombrados ojos de Harry, inundando el salón/comedor.

L... los reparaste –apenas pronunció el moreno, realmente sorprendido.

La mayoría –asintió el rubio con orgullo– Pero algunos van a necesitar de su indiscutible habilidad manual –dijo alzando una quaffle reventada.

Harry se había quedado sin palabras. Draco sonrió satisfecho

Estaba seguro de que llegaría el día en que te ibas a arrepentir de lo que habías hecho.

Harry se había arrodillado junto a él y empezó a repasar con cuidado uno a uno todos aquellos objetos.

Creo que van a hacernos falta unas cuantas estanterías más. –dijo por fin, mirando a Draco agradecido.

Y le echó los brazos al cuello para besarlo con absoluta pasión.

Con el ajetreo del traslado de sus cosas y la colocación de algunos muebles antiguos que habían comprado y Harry había restaurado, incluido el inesperado entretenimiento de organizar toda la colección de Harry, olvidaron la caja en la mesita del salón, que pasó a integrarse en la decoración de la estancia.

En las siguientes semanas el humor de Harry empezó a cambiar paulatinamente. Nada apreciable en un principio. Pero al cabo de tres semanas su carácter se había vuelto tan malhumorado e irascible, que era imposible no acabar discutiendo con él por cualquier tontería. Especialmente cuando llegaban a casa. Draco se desesperaba porque no sabía por donde cogerle sin que terminaran teniendo una buena bronca. Parecía que el ajetreo con el nuevo restaurante le estaba agriando el carácter.

Una noche, después de la inevitable discusión por la tontería de turno, Draco observó a Harry removerse inquieto en su sillón, frotando sus manos con cierto desespero.

¿Y ahora qué te pasa? –preguntó todavía molesto por la última explosión de su pareja.

Hormigueo –respondió Si no fuera porque... –pareció pensárselo mejor y terminó diciendo ¡olvídalo!

Volvió a hundirse en el sillón y durante un rato permaneció en silencio, preguntándose a si mismo la razón de su mal humor. Hasta que algo le llamó la atención.

¿Pudiste abrirla? –preguntó señalando la caja que permanecía en la mesita.

Draco siguió su dedo con la mirada.

No, la verdad es que ni me acordaba de ella.

El rubio cogió la caja con renovada curiosidad y trató nuevamente de abrirla.

Yo diría que hay algo dentro –dijo sacudiéndola con suavidad.

¿Has probado con algún hechizo de privacidad que utilizara tu familia?

Si, contestó Draco Los quité, pero sigue sin abrirse.

Déjame probar.

Draco se encogió de hombros y le cedió la caja, no fuera que armara otro escándalo por no dársela. En cuanto el moreno la tuvo en sus manos, supo inmediatamente que algo no andaba bien.

¿Qué sucede? –preguntó Draco ligeramente alarmado.

Harry se había quedado estático, algo pálido, mirando fijamente la caja que tenía entre sus manos.

¿Harry?

Harry alzó los ojos para fijarlos en la camisa abierta del rubio que dejaba al descubierto el colgante de su madre, que nunca se quitaba.

Dame tu colgante –fue lo único que dijo.

Draco le miró con extrañeza. Pero lo último que quería era volver a discutir. Así que desabrochó el cierre y se lo entregó. Estupefacto, vio como Harry introducía el final de la letra N en una pequeña ranura, apenas perceptible en la tapa, después de haber probado con la L. Se oyó un pequeño "click".

¡Lo conseguiste! –exclamó con alegría.

Pero para su sorpresa Harry detuvo su mano cuando intentó desalojar la tapa para poder ver al fin el contenido de la caja.

¿Sabes lo que hay aquí, Draco?

Alguna pertenencia de mi madre –dijo muy despacio, estudiando detenidamente el rostro de su pareja Supongo que algo importante, por la forma en que estaba protegido.

Harry negó con la cabeza.

Importante, no lo dudes. Pero no de tu madre –tomó la mano derecha de Draco Creo que acabamos de encontrar el motivo de todos tus males.

Draco miró la caja con repentina aprensión. Pero siguió con la vista hipnotizada las manos de Harry desalojando la tapa para dejar al descubierto un libro, no de gran tamaño, de tapas de piel negra, sin ningún título ni inscripción. Para ser lo que era, su apariencia era bastante vulgar.

¡Por todos los dioses! –murmuró Draco- ¡Y lo he tenido todo este tiempo!

No hasta que yo lo traje con todo lo demás –dijo Harry pensativo, mirando fijamente las negras tapas.

En el Ministerio se volverían locos si supieran lo que estuvieron guardando durante tanto tiempo sin saberlo –dijo Draco en tono irónico ¿Cómo no lo detectaron?

No lo sé. respondió, recordando perfectamente como el empleado del Ministerio había aparecido con esa caja en el último momento, cuando ya había guardado todos los demás objetos dentro del arcón.

Sin ser consciente del momento en que lo había hecho, Harry había sacado el libro de la caja y su mano reposaba ahora sobre la tapa. El hormigueo había cesado para convertirse en una agradable corriente que recorría todo su cuerpo. Cerró los ojos entregándose a la seductora sensación de que por fin algo que era suyo volvía nuevamente a él. Como si los fragmentos de algo roto hacia mucho tiempo estuvieran recomponiéndose, completándose, llevándole a una extraña paz consigo mismo... y al mismo tiempo inquietándole por la aguda sensación de vacío que empezaba a experimentar en su corazón. Y a pesar de todo, deseaba sentir aquel poder subyugante y terrorífico a la vez circulando por sus venas, mezclándose con el suyo, acogiendo aquella sensación intensa de que si se lo permitía, por fin su alma habría colmado un vacío que hasta entonces no sabía que existía. Un quejumbroso gemido escapó de sus labios cuando el hilo conductor de aquella repentina y ansiada unión se rompió. Jadeó con fuerza, como si de pronto el aire hubiera sido extraído de sus pulmones, intentando llenarlos sin conseguirlo durante unos segundos. Un agudo vértigo se apoderó de su estómago, produciendo una náusea intensa, y su corazón pareció detenerse por unos angustiosos momentos. Después, cada latido fue doloroso, golpeando con demasiada fuerza y rapidez su pecho. Con la mente todavía obnibulada por la reciente e intensa experiencia, empezó a ser consciente del cuerpo que sostenía el suyo y de la voz cargada de angustia que le llamaba.

Draco... –su voz fue casi un sollozo, perdiéndose en su garganta extrañamente reseca.

¡Dioses, Harry¿Estás bien? –preguntó Draco abrazándole.

El cuerpo empapado en un sudor frío y repentino tembló entre sus brazos.

¿Qué... ha... pasado? El libro...

Entraste en trance. Ese maldito libro te hizo algo, aunque todavía no logro entender el qué. –susurró Draco, que seguía sosteniendo al Gryffindor, todavía desmadejado entre sus brazos.

Harry abrió los ojos y por encima del hombro de Draco vio el libro, abierto en medio del salón, tal como había quedado cuando su pareja se lo había arrancado de las manos y arrojado lejos de él.

¡Dios! Fue como si... como si algo... no sé como explicarlo. –no encontraba palabras para hacerle entender a Draco lo que había experimentado.

¿Crees que puedes levantarte? –preguntó Draco. Harry asintió– ¿Por qué no vas a tomar un baño? Te relajará. Yo me ocuparé de esto.

Cuando Harry hubo desaparecido por la puerta, levitó el libro nuevamente a su caja y lo encerró bajo todos los hechizos de contención que conocía. Después de extraer todos los demás objetos de su madre, depositó la caja en el fondo del baúl y lo selló.

Aquellas violentas explosiones de carácter de Harry, no volvieron a producirse. A Draco ya no le costó mucho atar cabos y entender porque su pareja había reaccionado de forma tan poco habitual en él aquella tarde con Remus o su continuo mal humor con él durante las últimas semanas. La caja había estado ahí todo el tiempo en ambas ocasiones. Sin embargo, se preguntaba porque no le había afectado aquella primera Navidad, cuando Harry se la había regalado junto con todos los demás objetos de su madre.

La mujer hubiera pasado desapercibida para cualquiera que no la conociera, entre el gentío del mercado central de París. La desordenada melena cubría en parte la expresión extraviada y malévola de sus ojos mientras seguía expertamente a la presa, que la casualidad había vuelto a poner en su camino aquella mañana. Solamente vagabundeaba entre aquellos miserables muggles, sin otra cosa que hacer hasta que los demás volvieran de Londres. Acariciaba suavemente la varita escondida en su bolsillo, deleitándose en pensamientos poco recomendables para la salud de la mayoría de los que por allí transitaban. Esos seres inferiores no merecían vivir. Como mucho, conservarían algunos para esclavizarlos al servicio de magos de sangre pura como de los que ella era descendiente. El día que por fin alcanzaran el poder que por derecho les correspondía. Paseaba entre los puestos cuando un joven llamó su atención. Casi había pasado de largo, cuando su imagen la detuvo y retrocedió con curiosidad para contemplarle mejor. Permaneció quieta, con los ojos fijos como si hubiera sido hipnotizada, siguiendo con suma atención cada uno de sus movimientos. Ya no era el muchacho delgado y desgarbado que ella recordaba, pero sin lugar a dudas era él. El otro joven le había llamado Harry en varias ocasiones Era él. Harry Potter. Por algún motivo que se le escapaba, cargando cajas de fruta y verduras de un mercado muggle. De repente su mal humor había desaparecido. No podía creer su suerte. Siguió a los dos jóvenes cuando salieron del mercado y observó como cargaba una furgoneta con toda su compra. El hechizo de rastreo que lanzó al vehículo le llevó un par de horas después hasta un pequeño restaurante, a esas horas todavía cerrado. Concluir su gran deseo de venganza contra Potter era uno de sus mayores sueños. Lo había acariciado por años. Desde esa noche en el atrio del Ministerio, cuando el mocoso no tendría más de quince años. Lo deseaba tanto como encontrar a su sobrino y romperle la otra mano. Eran tan solo las diez de la mañana y el restaurante tardaría en abrir. Volvería. Tal vez acompañada.

Después de descargar sus compras tras el recorrido diario por algunos de sus proveedores, Harry había pasado el resto de la mañana en el almacén, poniendo orden y haciendo inventario. Marie le había ayudado hasta que llegó la hora de empezar a preparar el comedor. Estaba cansado. Sabía que uno de los motivos por los que a Draco le gustaba llegar temprano al restaurante con todas las compras, era porque a solas, podía utilizar magia para organizar y arreglar lo que le convenía, fuera de ojos indiscretos, limpiamente y con rapidez. Lo mismo que estaba haciendo él en ese momento para apilar las cajas. Era magia tan elemental que apenas podía ser detectada. De otra forma no se hubieran arriesgado. Si Marie no hubiera insistido en ayudarle, habría acabado mucho antes. Habían trabajado muy duro para conseguir que aquel pequeño restaurante funcionara. Y en ese momento lo hacía a las mil maravillas. Draco se había revelado como un verdadero maestro en la cocina. Reminiscencias de tantas pociones, pensó sonriendo. Pero definitivamente no era lo suyo. Echaba de menos volar, el Quidditch o simplemente subirse a una escoba para que le diera el aire. Pero no quería herir a Draco. Había trabajado mucho para conseguir lo que ahora tenía. Para hacerse una vida después de haber perdido la suya. Y no tenia poco mérito, si se tenía en cuenta que era un Malfoy, acostumbrado desde su nacimiento a ser servido y a que todo le hubiera sido dado sin realizar el menor esfuerzo. Draco había sido lo que los muggle llamaban "un niño bien" en todo el más amplio sentido de la frase. Había caído en desgracia pero se había vuelto a levantar. Había recuperado su autoestima y guardado su orgullo para buscar su lugar en el mundo, aunque fuera el muggle y lo había encontrado. Y su orgullo estaba ahora sosteniendo esas cuatro paredes, haciendo hervir ollas y deleitando paladares. Draco era el autor de ese pequeño milagro. Y él no se sentía con derecho a quitarle su sueño solo porque echaba de menos volar en su escoba. Los gritos de la Sra. Bouchoir distrajeron sus pensamientos. La mujer estaba chillándole de nuevo al pobre pinche de cocina y poniendo seguramente a prueba, como cada día, la paciencia de Draco. Sabía perfectamente que si no fuera por la buena mano que la mujer tenía para cocinar y que era enérgica e incansable a la hora de arrimar el hombro cuando hacía falta, especialmente cuando el restaurante estaba lleno y los nervios en la cocina bullían a más grados que las ollas, Draco ya le hubiera mostrado amablemente la puerta de salida. De todas formas, no ignoraba que su pareja todavía tenía ganas de estrangularle por haber sugerido contratarla y de estrangularse a si mismo por haberse dejado convencer. Marie entró apresuradamente en el almacén en busca de unas botellas de vino.

–Creo que si hoy a Philippe no le da un ataque con mi madre, habrá superado definitivamente el síndrome Louanne Bouchoir.

Harry rió la gracia, pero rezó para que la varita de Draco se quedara quieta en su bolsillo, si el rubio llegaba a perder realmente el control de sus nervios. Marie salió a toda velocidad por la puerta y un segundo después volvía a entrar

–Vinagre, Philippe necesita...

–Yo se lo llevaré –le dijo– Se pondrá más nervioso si te ve dando vueltas por otro sitio que no sea el comedor.

Alcanzó la botella que necesitaba y se dirigió a la cocina para entregar el vinagre a Draco y de paso tranquilizarle. Sin olvidar hacerle algunas carantoñas a la Sra. Bouchoir para que bajara el tono de voz y pedirle con total diplomacia que no pusiera de los nervios al cocinero. Por el camino, estuvo a punto de darse un buen morrazo contra el suelo cuando una niña de no más de seis o siete años se enredó entre sus piernas, corriendo a toda velocidad por el pasillo que llevaba a los servicios.

–¡Eh¡Ten cuidado, pequeña! –dijo mientras la sujetaba de un brazo para que tampoco ella cayera al suelo y después siguió su camino hacia la cocina.

Sin embargo, la rubita se le quedó mirando con aire pensativo y en lugar de ir hacia el baño, emprendió carrera en dirección contraria, dirigiéndose nuevamente al comedor.

–¡Jacqueline¡Cuantas veces tengo que decirte que no corras! –la regañó su madre.

–Es que he visto a tío Harry –dijo la pequeña con entusiasmo– y he venido corriendo a decíroslo.

Bill y Fleur se miraron.

–Cariño, la última vez que viste a tío Harry tenías apenas dos añitos. No puedes acordarte de él –le dijo su padre.

–Pero la abuela y los tíos tienen montones de fotos. Yo sé que era él. ¡Y si me acuerdo! –terminó enfurruñada.

El famoso tío Harry que jugaba al Quidditch era tema de conversación en su familia desde que la niña tenía memoria. Su abuelita Molly todavía se ponía triste cuando le recordaba y también sus tíos Ron y Hermione. Sin embargo, nadie había podido o querido aclararle que diantre había pasado con tío Harry.

–Alguien que seguramente se le parecía –murmuró Fleur a su marido.

La niña miró a sus padres con enojo. ¿Por qué no podían creerla¿Por qué solo tenia seis años? Bueno, pronto siete.

–Doble postre si tengo razón –les retó.

–Y doble dolor de estómago como la última vez –le recriminó su madre.

Pero Jackie se levantó muy decidida y ofendida, para salir corriendo en dirección a donde había visto desaparecer a su "tío Harry", dispuesta a demostrar que no era una mentirosa.Bill logró alcanzarla justo cuando ya entraba en la cocina.

–Lo siento –se disculpó algo azorado– es un poco traviesa.

–No se preocupe –dijo la Sra. Bouchoir con una gran sonrisa- ¡Que niña más linda, tan rubita!

–¿Conoce Ud. a mi tío Harry? –preguntó la pequeña, que no estaba dispuesta a salir de allí sin una buena explicación sobre su perdido tío.

–Tío Harry no está aquí. –le dijo Bill por enésima vez– Lo siento –reiteró dirigiéndose a la Sra. Bouchoir Además de traviesa es un poco terca.

Y cuando ya estaba a punto de salir, sus ojos se cruzaron con los de Draco, que se había acercado para averiguar quien estaba armando aquel pequeño escándalo en su cocina.

–¿Philippe?

Por unos segundos Draco no supo que hacer. La primera intención fue decirle a Bill que le estaba confundiendo con otro, pero la sorpresa le hizo reaccionar demasiado tarde y el pelirrojo ya estaba cruzando la cocina a grandes zancadas hacia él.

–¡Philippe¿Eres realmente tú? –Draco se encontró encajando sus manos sin desearlo.

–¿Qué tal Bill¿Cómo va todo? –correspondió en un tono algo tenso.

–¡No puedo creerlo! –prosiguió el pelirrojo sin al parecer darse cuenta de su incomodidad. Miró a su hija y después volvió sus ojos hacia él, entendiendo por fin– Harry... ¿Harry está aquí?

–¡Claro que está! –chilló Jackie, harta de que la ignoraran- YO. LE. HE VISTO.

Por supuesto, la Sra. Bouchoir no se estaba perdiendo detalle de la conversación. Y entusiasmada por ver el encuentro de la que creía familia de Harry se ofreció presurosa para ir a buscarle.

–No, Sra. Bouchoir. Gracias – la detuvo Draco– Yo lo haré.

El tono de Draco había sido tan cortante y frío que la mujer se detuvo en seco. Los dos hombres salieron de la cocina, con Jackie dando saltitos tras ellos.

–Escucha Bill –dijo Draco una vez en el pequeño despacho, fuera del alcance de oídos curiosos– Me costó mucho levantar nuevamente a Harry. Y no quiero verle hundirse otra vez por lo que tu puedas venir a recordarle. No me interrumpas por favor –dijo en tono autoritario al ver que Bill abría la boca para decir algo– Iré a hablar con él. Pero si Harry no quiere verte, quiero tu palabra de mago de que no intentarás ninguna treta para conseguirlo, tú o cualquiera de los demás.

–Pides demasiado, Philippe –contestó Bill también en un tono algo tirante– Todos hemos estado preocupados por Harry.

–Lo imagino –reconoció Draco– Y tal vez no sea justo. Pero quiero que entiendas que no dejaré que suceda de nuevo. Así que dame tu palabra u olvídate de que has estado aquí.

La mirada de Philippe no le daba más opciones.

–Está bien, –concedió Bill al fin tienes mi palabra.

–Gracias. –dijo Draco en un tono mucho más amable.

Bill le vio desaparecer por la puerta, preguntándose si Philippe iba a cumplir su promesa. Después dijo a su hija.

–Ve a buscar a mamá.

Y la niña salió corriendo, otra vez, en dirección al comedor. Después de todo, su mujer no había dado su palabra…

Cuando Harry vio a Draco en la puerta del almacén con cara de circunstancias, en pleno auge de comidas, pensó lo peor. La había petrificado o… no quería pensarlo.

–Te juro que he hablado con ella y le he pedido de la mejor manera que pierda esa costumbre de gritar. Sé que te molesta Draco, pero no sé, debe estar en sus genes –acabó con impotencia.

–No vengo a hablar de la Sra. Bouchoir –le dijo en ese tono que solo empleaba en ciertos momentos.

Y eso le puso en guardia.

–¿Qué sucede? –preguntó dejando los albaranes que tenía en la mano.

–Si no era la Sra. Bouchoir, no podía imaginar qué más podía hacer que Draco abandonara la cocina en plena faena.

–Nada malo, cariño. Solo que... se han presentado unos clientes inesperados y me preguntaba si te apetecería verlos. –Harry parecía desconcertado– Pero se irán por donde han venido si tu no quieres. –la mirada interrogadora del moreno le invitó a seguir– Bill Weasley y su familia.

–¿Bill?

–Con su mujer y su hija.

Harry se quedó helado por la sorpresa. ¿Qué caray hacían Bill y su familia en París en pleno mundo muggle? Miró a Draco que le observaba con atención.

–Bueno, no es tan malo después de todo. –dijo al fin, sentándose sobre una caja– Creí que venías a decirme que le habías manando una Imperdonable a la Sra. Bouchoir.

Draco sonrió con malicia durante unos segundos. No era que esa posibilidad no se le hubiera pasado por la cabeza en algún momento...

–Mira que hay restaurantes en Paris –suspiró, sentándose al lado de su pareja Y tenían que entrar precisamente en este.

–¿Has hablado con él? –preguntó y Draco asintió- ¿Sabe que estoy aquí?

–Por lo visto la niña te reconoció.

Harry alzó una ceja con escepticismo. No tendría más de uno o dos años cuando ellos se fueron. Dejó escapar el aire con fuerza, todavía sin poder creérselo.

–Supongo que no sería muy educado no salir a saludarles. –dijo, a pesar de todo, no muy seguro.

–Sabes lo que pasará si lo haces¿verdad?

Harry asintió. Draco le rodeó con sus brazos y apoyó la frente en la suya.

–¿Estas preparado para enfrentarte a ellos, Harry? Me refiero a todos los Weasley y a Granger, a Lupin. A nuestro querido Profesor Dumbledore...

–No te olvides de Snape –le recordó Harry con ironía.

Permanecieron en silencio unos momentos. Draco observó como el rostro de Harry ahora tenía esa expresión de haberse ausentado del mundo, tal como sucedía cuando el Gryffindor le daba vueltas a algo con demasiada intensidad. Cuando Harry se dio cuenta de que era atentamente observado, sonrió. Depositó un suave beso en los labios de Draco, intentando tranquilizar esa mirada preocupada en sus adorados ojos grises.

–Tal vez ya sea tiempo de enfrentarme a mis fantasmas. –dijo, pensativo.

–No tienes porque hacerlo, Harry. –insistió Draco– Se irán y nosotros olvidaremos que han estado aquí.

En su fuero interno, Draco presentía que si Harry aceptaba hablar con Bill, aquella paz en la que ahora se desenvolvía su existencia, iba a terminar. Habían decidido dejar atrás el mundo mágico para siempre y él muy especialmente, aceptado integrar su vida en el mundo muggle y se había adaptado a él mucho mejor de lo que jamás hubiera creído. Ya no echaba de menos el mundo en el que había crecido. No deseaba volver. Sin embargo, sabía que "para siempre" eran palabras demasiado tajantes y definitivas. Y en el fondo de su corazón, siempre había sabido y temido que un día llegaría el momento en que ahora se encontraban. A pesar de todo, deseó con todas sus fuerzas que Harry se negara a ver a Bill. Pero él sonrió y volvió a besarle.

–¿Qué crees que debo hacer? –oyó que Harry preguntaba.

–No lo sé, Harry. Esa es una decisión que tú debes tomar.

–¿Piensas que servirá de algo decirle que se vaya por donde ha venido? –preguntó el moreno sin un atisbo de convencimiento.

–¿Sinceramente? –dijo Draco con una muecaAunque me ha dado su palabra de mago, me cuesta creer que pueda mantenerla. Creo que ya nada puede detener lo que esta maldita causalidad nos va a traer.

Harry detectó el pequeño atisbo de rabia que envolvió el tono de sus palabras. Tomó su mano y la llevo hasta sus labios.

–Creo que lo mejor será aceptar saludarlo, Draco. Tal vez no hacerlo sería peor y nos encontraríamos con más visitas de las que todavía somos capaces de tolerar. Hablaré con él e intentaré que lo entienda.

–Bien. –aceptó Draco, pensando que Harry a veces podía ser tan inocente como un niño de ocho años.

–Anda, vuelve a la cocina antes de que la Sra. Bouchoir se autoproclame comandante en jefe. –sonrió Harry.

Draco puso los ojos en blanco.

–Si no fuera por sus salsas...

Cuando llegó a la puerta del pequeño despacho, Harry estaba más nervioso de lo que había querido confesar a Draco. Sabía que abrir esa puerta era volver a permitir la entrada en su vida a personas que le recordarían el porque se había ido. Porque había necesitado alejarse de todo y todos los que habían formado parte de su vida anterior. De todo cuanto le ataba a un pasado que se había esforzado en olvidar. ¿Estaba realmente preparado para afrontarlo, tal como había tratado de convencer a Draco? En un impulso, abrió la puerta con decisión, antes de que esos pensamientos le ganaran y le hicieran retroceder para esconderse entre las cajas de su almacén. Eso no hubiera sido muy Gryffindor. Le recibió el rostro pecoso y bonachón de Bill Weasley, que se iluminó inmediatamente con una amplia sonrisa al verle.

–¡Harry!

Y antes de que pudiera darse cuenta, se vio envuelto en un abrazo cordial y rompehuesos, marca Weasley.

Harry había dado ya tantas vueltas en la cama que al final Draco dio la luz de la mesilla, acomodó algunos almohadones a su espalda y se incorporó con la intención de leer un rato, esperando a que el moreno desembuchara. Conociéndole, podía tardar los años de Matusalen antes de que se decidiera a soltarlo cuando algo daba vueltas en su cabeza. Ya llevaba días un poco raro.

–¿Qué haces? –preguntó Harry levantando el rostro de la almohada.

Leo.

Harry miró el reloj de la mesilla.

–Son las dos y media de la mañana.

–Ya.

–¿Te he despertado?

–Para que me despertaras tendrías que haberme dejado dormir primero.

Harry odiaba esas respuestas tan Slytherin y Draco lo sabía. Pero deseaba provocarle. El moreno se incorporó y también se sentó, con la diferencia que él se cruzó de brazos y se quedó mirando el armario. Al cabo de cinco minutos Draco dejó el libro abierto, boca abajo sobre su regazo y preguntó:

–¿Quieres algo que te ayude a dormir o prefieres pasar la noche en vela mirando el armario?

–El armario está bien, gracias.

Draco cerró definitivamente el libro y lo dejó en la mesilla.

–La tercera opción es recibir unos cuantos mimos de alguien que te quiera –abrió los brazos en una clara invitación– y que tenga hasta las seis de la mañana para escucharte.

Harry no se lo hizo repetir dos veces.

–¿Es por la visita de hoy? –preguntó Draco, acariciando su espalda.

–No. … Si. … En parte.

Draco suspiró.

–Sé que les echas de menos –revolvió con cariño el enmarañado pelo.

–Bueno, tal vez hacerle una visita a Remus no sería mala idea. Y a tu padrino. –añadió con una mueca.

Draco tampoco pudo evitar sonreir. Había estado esperando algo así. Si, también a él le gustaría darle un abrazo a Severus.

–¿Y qué mas echas de menos, Harry?

Sabía que Harry había luchado tanto como él mismo por conseguir lo que ahora tenían. Pero lo había hecho por él, no porque dirigir un restaurante le entusiasmara o fuera el sueño de su vida. Sabía perfectamente lo que Harry quería, pero que jamás confesaría si él no se lo ponía en bandeja.

–Tal vez volar –admitió– Hace más de tres meses desde la última vez que cogimos nuestras escobas. Me gustaría que pudiéramos hacerlo con más frecuencia.

–Bueno, podríamos reservar una noche a la semana para hacerlo. "La noche del vuelo nocturno"¿qué te parece? Puedo enviar a Marie al mercado al día siguiente.

–Estaría bien.

El muy terco no lo diría ni aunque le amenazara con un Cruciatus.

–He estado dándole vueltas a algo. –dijo. Harry alzó los ojos hacia él- La Petit Étoile, funciona muy bien. Tenemos una clientela fija a diario y prácticamente lleno los fines de semana. Tal vez sería una lástima cerrarlo para arriesgarnos a abrir el otro restaurante, en una zona nueva y donde todavía no nos conocen.

–No digas tonterías. –le dijo Harry algo sorprendido– Funcionará perfectamente porque el cocinero es maravilloso. –le besó– Además, vas detrás de abrir ese nuevo restaurante desde hace meses. Sin contar todo lo que hemos invertido ya en él.

–Y lo haremos –aseguró Draco– Solo que arriesgarse por arriesgarse, tal vez no sería mala idea hacerlo en Londres. Acabemos con las obras y traspasémoslo. Con lo que saquemos podremos abrir uno en Londres o donde queramos.

Harry le miró, intentando profundizar la mirada gris que le era devuelta con toda tranquilidad, como si acabara de explicarle el menú del día. Le había dejado tan sorprendido que no sabía que decir.

–¿Cerraríamos La Petit Étoile aquí? –preguntó incrédulo.

Draco pareció titubear unos segundos.

–De algo tendremos que vivir mientras tanto. –dio por toda respuesta.

Harry estaba cada vez más atónito. La Petite Etoile era la vida de Draco.

–Bueno¿recuerdas a Noah? –continuó el Slytheirn, antes de que tuviera tiempo de reponerse.

–¿Tú compañero de curso?

Draco asintió. ¡Por supuesto que Harry le recordaba! Había sido el primer amigo muggle que Draco había tenido. Hecho histórico en la vida de un Malfoy.

–He estado hablando con él. Está de acuerdo en hacerse cargo de La Petit Étoile mientras estemos en Londres.

–¿Dejarás La Petit Étoile en manos de otro cocinero? –preguntó Harry al límite de la estupefacción.

Draco se encogió de hombros.

–No es para tanto. –dijo– Noah es un buen cocinero y estará bajo mi supervisión, por supuesto.

–Pero Draco, llevar dos restaurantes a la vez... porque eso es lo que estás sugiriendo¿verdad? –preguntó todavía no muy seguro de haber entendido bien. Draco asintióuno en París y el otro en Londres... no sé... cariño, puede convertirse en un verdadero dolor de cabeza. –meditó Harry, dudando que su pareja estuviera totalmente en sus cabales.

–Bueno, es un reto. –respondió Draco esbozando una sonrisa de autoconfianza– Sabes que siempre consigo lo que me propongo...

Harry no pudo por menos que sonreír también. Sabía que era cierto.

–Engreído –susurró contra sus labios.

Sólo se separó de él para preguntar:

–¿Estás seguro, Draco?

–Quien debe estarlo eres tú –dijo el rubio apartando un mechó de pelo que le impedía ver claramente aquellos hermosos ojos verdes– ¿Lo estás, Harry?

Por los pocos segundos en que tardó en llegar la respuesta, Draco supo que no se había equivocado. Harry deseaba volver.

REVIEWS

Serendipity.- No me olvidaré de ti nunca más. Te lo prometo. Muchos besos.

Alexlee.- Si cinco años. Los niños han llevado una vida tan normal... o casi normal, que hubiera sido muy aburrido describirlo. Sólo menciono lo importante. Besitos.

Diabolik.- No te de pena. A partir de ahora volverán a estar muy unidos. Besos.

Ladyelizabethblack.- No, no. De retorcerle el pescuezo a mi lobito ni hablar. ¡Pobrecito! Ya veras como Remus sigue en su línea encantadoramente encantadora. Besos.

Snuffle's girl.- Sip, nuestro Harry es algo depresivo, pobrecito mío. Es que con sus antecedentes no le queda otra. Besos.

Adarae.- No llores, guapa, que aún te queda... Besitos.

Audrey.- Gracias por seguir leyendo, Audrey. Tienes razón¡quien tuviera esos ratitos! Cada uno con lo que le vaya, claro está. Besitos.

karicatura.- No soy mala, de verdad. A veces algo traviesilla... Besitos.

Neeechan.- No todavía no se resuelve. La cosa va a complicarse un poquiiiito más antes. Besitos.

Hikaru y Kumagoro.- No, a Harry todavía no se le pasa. Y a Draco tampoco. Están tan tontitos como el primero día... Gracias por seguir leyendo. Y saludos a Kuma-chan. Besos.