Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.

Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.

Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Braco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.

CAPITULO XIV

Rencuentros.

Cuando Bill Weasley llegó a casa de sus padres el domingo, todavía discutía con su mujer la mejor manera de soltar la noticia sin provocar una hecatombe familiar, con el consiguiente efecto dominó. Pero no tuvieron demasiado tiempo para seguir discutiendo la estrategia.

–¡Abuelita! –chilló la niña lanzándose a los brazos de su abuela, nada más salir de la chimenea.

–¡Jackie, cariño¿Cómo estaban los abuelitos?

La niña abrazó a Molly Weasley con absoluta adoración

–Muy bien. La abuela Claire me ha regalado esto –dijo mostrándole coqueta un bonito brazalete. Y añadió acercándose a su oído– Y hemos visto al tío Harry, pero no puedo decírtelo hasta que papá lo diga.

–¿QUÉ HABÉIS VISTO A HARRY? –chilló la Sra. Weasley, consiguiendo captar la inmediata atención del resto de los presentes en el comedor.

–¿A quién ha salido esta niña? –preguntó Bill a su mujer, frunciendo el ceño.

Veinte minutos después, Remus Lupin salía de la chimenea del salón de La Madriguera, seguido de un Severus Snape con un aspecto mucho menos huraño del que les tenía acostumbrados.

–¿Es cierto Bill? –preguntó Remus tomándolo nerviosamente de los hombros. El pelirrojo asintió– ¿Cómo está?

–Estupendamente Remus. Creo que ahora hasta se afeita... –bromeó.

Los cuatro pelos desperdigados de la supuesta barba de Harry, siempre habían sido motivo de burla por parte de los chicos Weasley. Sobretodo cuando después de cada rasurado, cosa que sucedía de mes en mes, el moreno aparecía con el rostro lleno de cortes y Ron se carcajeaba hasta enojarle por su más que evidente falta de práctica.

–¡Tienes que contármelo todo! –pidió el Profesor con impaciencia.

–Pero en la mesa –sugirió la Sra. Weasley– Ya he tenido que volver a calentar la comida.

A pesar de su innegable alegría, Remus lucía cansado. Con un gesto apenas perceptible, Severus le ayudó a sentarse y él le dirigió una mirada de agradecimiento. Las transformaciones mensuales le dejaban cada vez más agotado y la de hacía un par de noches había sido devastadora para la ya frágil salud del licántropo. Si no hubiera sido porque sabía que era imposible retenerle en la cama tras la noticia que no había tardado en llegar a su chimenea, jamás le hubiera dejado levantarse.

Cuando toda la familia y sus invitados estuvieron reunidos alrededor de la mesa, el mayor de la prole Weasley habló.

–En realidad no hay mucho que contar –dijo Bill– Harry y Philippe tienen un restaurante en París y parece que les va bien ¿verdad Fleur?

–Yo diría que si –apoyo su mujer- Además¿podéis creeros que Harry habla un francés encantador?

Remus les miraba ansioso, pendiente de cada una de sus palabras.

–Philippe no me puso las cosas muy fáciles al principio –recordó Bill.

Snape no pudo evitar una disimulada sonrisa.

–¿Y eso, Sr. Weasley? –preguntó.

–Bueno, sus palabras textuales fueron: "Me costó mucho levantar nuevamente a Harry. Y no quiero verle hundirse otra vez por lo que tú puedas venir a recordarle." Y que no estaba dispuesto a dejarme verle si el propio Harry no accedía a ello antes. –Bill hizo una mueca– La verdad es que no parecía muy entusiasmado con el encuentro. Por un momento temí que fuera a lanzarme un Obliate y a largarme de allí sin más explicaciones.

Hermione frunció el ceño ante el comentario.

–Supongo que verles a ustedes era lo último que esperaban –dijo Snape con ironía.

El Profesor de Pociones no pudo evitar sentirse satisfecho. Después de cinco años seguían juntos, protegiéndose el uno al otro. Se estaba demostrando que la combinación Slytherin/Gryffindor no estaba dando tan malos resultados. Tal vez colgara el lema "ponga un Gryffindor en su vida" en su mazmorra. Estaba seguro de que algo así le encantaría al viejo Dumbledore. Rió interiormente su propio chiste y se dedicó a seguir disfrutando de la deliciosa comida de Molly Weasley.

–Pero Harry accedió. –estaba diciendo Remus con el rostro iluminado por una amplia sonrisa.

–Si, –dijo Bill– estuvimos charlando después un buen rato y...

–Yo me comí dos helados –informó Jackie a la concurrencia– y no me dolió la tripa.

–Shhhhh, cariño, papa está intentando contarnos una cosa. –la amonestó Fleur.

–... nos dio recuerdos para todos, pero especialmente para ti, Remus. –logró terminar Bill con una mirada de advertencia a su hija.

–¿Estás seguro de que Harry está bien? –Hermione miró a su cuñado entrecerrando los ojos con aire de duda– No sé... Philippe parece demasiado... posesivo¿no? –titubeó antes de expresar claramente lo que le preocupaba– Y si... ¿y si ha sido Philippe quien realmente le ha impedido contactar con nosotros durante todos estos años?

–¡No diga estupideces! –saltó Snape sin poder contener la lengua.

Las miradas de todos cayeron sobre él. En ese momento el Profesor de Pociones se dio cuenta de que tal vez se había excedido un poquitín en el tono. Pero aparentó no verlas.

–No lo creo, Hermione –dijo Fleur, todavía sin apartar su sorprendida mirada de Snape– Yo diría que Philippe tan solo trataba de proteger a Harry. Nada más.

–¿Estás segura? –preguntó Lupin, de cuyo semblante había desaparecido la sonrisa y en el que asomaba ahora la sombra de la duda.

–Harry se veía feliz, Remus. Créeme. –aseguró Bill– No tenía el aspecto de alguien que está donde no quiere estar.

–Tal vez no debiéramos perder de vista el porque se fue –intervino Arthur Weasley, que se había mantenido en silencio hasta ese momento, dirigiéndose a su nuera– Se sintió traicionado, Hermione.

–¡Fue por su bien, Arthur! –exclamó Molly– Sólo estábamos tratando de evitarle más preocupaciones. ¡Queríamos que fuera feliz!

–El Sr. Potter siempre ha tenido cierta inclinación al drama –comentó Snape, añadiendo su pequeño granito de arena.

Remus soltó un pequeño bufido y le dirigió una mirada enojada.

–No seas desagradable, Severus –le increpó.

–Apuesto a que fue Philippe quien le convenció para irse. –dijo Hermione en contestación a Snape, pero retando a Fleur con la mirada.

Estaba segura de que su cuñada defendía a Philippe tan solo porque era francés, como ella.

–Potter se fue porque necesitaba tener una vida en la que ustedes no estuvieran entrometiéndose continuamente –intervino de nuevo Snape que siguió comiendo tranquilamente, fingiendo no ver la mirada contrariada de Hermione sobre él– Irse fue lo mejor que pudo hacer.

–¿Cómo puede decir eso? –gritó Ron, furioso– ¿Y si Hermione tiene razón¿Y si fue ese francés quien le obligó?

Snape puso los ojos en blanco. Había cosas que nunca cambiarían.

–Acordaros que ninguno de nosotros pudo hablar con él durante esos días –continuó Hermione, echando una mirada a su marido para que se calmara– Además¿qué sabemos en realidad de ese tipo? Solo que apareció un día en casa de Harry y le encandiló.

–¿Encandilarle? Snape tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no soltar una gran carcajada, algo nada apropiado si quería seguir manteniendo su imagen. Hecho que pasó desapercibido para todos, menos para Lupin.

–Verdaderamente no sé que es lo que te hace tanta gracia, Severus –dijo entre dientes, en un tono más bien mordaz.

–Quizá algún día te lo cuente, Lupin –respondió el Profesor de Pociones, fresco todavía en su memoria el recuerdo de Draco y Harry, inmovilizados cada uno en una esquina de la cocina, gritándose furiosos.

–Estoy empezando a asustarme de verdad –gimió Molly Weasley.

–Tranquila mamá –dijo Bill que estaba sentado a su lado– Sigo creyendo que no hay nada de que preocuparse.

Ron soltó un bufido y su hermano mayor le dirigió una mirada amenazadora.

–¿Tú crees? –insistió ella– ¿Arthur...?

Antes de que su marido pudiera contestar, nuevamente tomó la palabra Severus Snape.

–Molly, –dijo en un tono mucho más amable para dirigirse a ella– ¿no crees que si ese joven hubiera representado un peligro para Potter no lo hubiéramos sabido?

Y ya en un tono más seco, dirigiéndose a los demás.

–¿O es que acaso no hemos desmenuzado y diseccionado a todas y cada una de las personas que se han cruzado en la vida del Sr. Potter¡Por todos los magos¡Si hasta sabíamos la talla de los calzoncillos de ese tal... –dudó unos instantes– ...ese bateador!

–Neal. –le recordó Hermione de mala gana.

–¡Cómo se llame! –gruñó él.

–Dicho así suena cruel, Severus. –le amonestó su pareja.

Snape volvió el rostro hacia él y lo único que detuvo el pronto de lanzarle una mirada fulminante fue el dolor que sabía que Remus guardaba en su corazón desde que Potter se había ido. Sólo dijo:

–¿Y aún te preguntas por qué se fue?

Sólo él sabía lo que le había costado construir una vida falsa para Draco, para que cada vez que Granger o cualquier otro metiera sus narices en busca de información sobre la vida de la nueva pareja de Potter se encontrara con las suficientes respuestas. Todas creíbles e inofensivas. Antes de que Hermione pudiera contraatacar, el sonido de unos golpecitos en el cristal de la ventana llamó la atención de todos. Al reconocerla, Ron pegó un salto de su silla y corrió hacia la ventana para dejar entrar a una hermosa lechuza blanca.

–¡Hedwig! –exclamó sin poder creérselo.

La lechuza entró volando con elegancia y se posó suavemente en el brazo que el pelirrojo le ofreció. Ron acarició cariñosamente el blanco plumaje del ave, como cerciorándose de que era real, y ésta le correspondió con unos suaves picotazos en la mano.

–¿Qué nos traes, preciosa?

Hedwig levantó inmediatamente una de sus patas a la que iba atada, no un pergamino, sino lo que parecía papel del tipo que utilizaban los muggles.

–Viene a su nombre, Profesor Lupin –dijo Ron extendiéndole un sobre, que el licántropo tomó con mano nerviosa.

Remus rompió el sobre sin demasiados cuidados y empezó a leer rápidamente el papel que extrajo. A los pocos segundos sus ojos se iluminaron y miró a Severus con una inmensa sonrisa.

–¡Es de Harry! –dijo informando a los demás de algo que ya se les había hecho obvio y continuó leyendo con avidez– Les tendremos aquí en un par de semanas. –exclamó sin poder ocultar su alegría.

La Sra. Weasley soltó un pequeño grito de emoción y fue entonces cuando Remus se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo tanta expectación a su alrededor, por lo que decidió leer la carta en voz alta.

Querido Remus:

Como creo que a estas alturas ya estarás enterado por Bill Weasley de nuestro casual encuentro en París, he preferido escribirte estas líneas. Antes de nada, quiero decirte que, como ya te habrá dicho también Bill, tanto Philippe como yo nos encontramos perfectamente y que aquí llevamos una vida tranquila y feliz.

Me siento un poco culpable (o mucho), por no haberte enviado noticias durante todo este tiempo y espero que puedas perdonarme por ello. Pero créeme, estos cinco años han sido como un bálsamo para mí. Necesitaba alejarme de todo, empezar de nuevo y olvidar. Pienso que lo he conseguido, porque casi no puedo creer que haya pasado tanto tiempo apenas sin darme cuenta.

Sin embargo, confieso que desde hace algún tiempo he empezado a echar de menos algunas cosas y al final Philippe me ha ayudado a tomar esta decisión. Como ya sabrás tenemos un pequeño restaurante aquí en París. Teníamos previsto abrir otro dentro de unos meses, pero ahora estamos considerando la posibilidad de hacerlo en Londres. Por lo tanto, dentro de un par de semanas nos dejaremos caer por aquí para buscar casa nuevamente. Vivir a caballo entre Paris y Londres va a ser toda una experiencia. ¡Veremos en que resulta! Pero estamos dispuestos a intentarlo.

Por favor, dale un abrazo de mi parte a toda la familia Weasley entretanto yo no pueda hacerlo. Y dile a Ron muy especialmente, que espero un relato extenso y detallado de cómo va la liga de Quidditch. Aunque te cueste creerlo, casi ya ni me acuerdo de lo que es volar en una escoba.

De momento, aparte de para ti y la familia Weasley, nos gustaría seguir en el más absoluto anonimato para todos los demás; hasta que tomemos algunas decisiones más concretas. Por lo tanto, agradeceremos sinceramente vuestra discreción.

Recibe un fuerte abrazo,

Harry.

P.D.: Se me olvidaba. Dale otro de nuestra parte al Profesor Snape.

La Sra. Weasley lloraba a mares; el Sr. Weasley parecía satisfecho y abrazaba a su esposa para calmarla; Ginny daba pequeños saltitos en su silla con Jackie sentada en sus rodillas, para diversión de la niña; Bill y Fleur miraba a todo el mundo con expresión "de ya os lo dijimos"; Ron estaba ya buscando entre el montón de ejemplares de El Profeta que se acumulaban en el salón la sección deportiva, para guardar los recortes para Harry; Hermione acariciaba a Hedwig, que ahora estaba posada en su hombre, con aire pensativo y aunque por supuesto la noticia de que su amigo volvía la había alegrado, se resistía todavía a creer que estaba equivocada; Remus no cabía en si de felicidad. Severus Snape era el único que pensaba que la vuelta de los dos jóvenes era una equivocación. Sabía perfectamente porque no habían contactado con nadie durante todos aquellos años. Y aunque indudablemente le hubiera gustado tener noticias de Draco sabía que era mucho más seguro para ellos no haberlo hecho; para la salud mental de uno y la física del otro. Aunque por supuesto se guardó bien de decirlo. Miró a Remus de reojo. Estaba seguro que le esperaba una noche muy larga tratando de controlar al sobreexcitado Gryffindor que tenía al lado.

Por supuesto Remus no pudo esperar dos semanas para ver a Harry, ahora que sabía donde estaba. Así que cuando aquel viernes terminaron con sus últimas clases, Severus se encontró con la maleta hecha ya en la puerta y con un traslador oficial para poder aparecer en el Ministerio de Magia francés.

Marie miró con disgusto hacia la puerta y a los dos hombres que acababan de entrar. ¿Acaso no habían visto el cartel de cerrado? Tenía los pies desechos.

–Lo siento caballeros, –dijo– ya hemos cerrado.

Sin embargo, los dos hombres no se movieron. Les miró con un poco más de atención, para darse cuenta de que no eran franceses. El uno tenía un rostro gentil y amable, pero el otro traía cara de dolor de muelas.

–Está cerrado –repitió en inglés, con la esperanza de que esta vez los hombres entendieran.

–Oh, no queremos comer –respondió entonces el hombre de rostro amable– Nos gustaría ver al Sr. Potter, si es posible.

–¿Harry?

–Si, Harry Potter. –repitió el hombre con una sonrisa.

–¿De parte de quién? –preguntó Marie, intrigada.

–Nos gustaría que fuera una sorpresa.

–Bien, –dijo Marie no muy convencida– esperen un momento. Veré si está.

En cuanto la chica hubo desaparecido, Snape dejó escapar un gruñido.

–¡Una sorpresa! –dijo en tono burlón– En cuanto esa muggle nos describa, se habrá acabado la sorpresa.

Remus solo le miró, sin perder la sonrisa en sus labios. No había nada que pudiera estropearle el día. Ni siquiera el mal humor de Severus, al que no le había hecho mucha gracia ese viaje tan inesperado. No entendía porque Remus no podía esperar a que Harry y Philippe sencillamente volvieran a Londres en poco más de una semana, tal como decían en su carta. Draco fue el primero en aparecer, secándose las manos en su delantal y Severus tuvo que reconocerse que el corazón le dio un vuelco. El joven no pareció sorprendido de verles. En realidad habían apostado con Harry cuanto tiempo tardaría Remus en aparecer. Odiaba perder. Cinco días. No creyó que el licántropo aguantara tanto.

–Me alegro de verles –dijo, dándole la mano a Remus y después a Severus, quien tal vez la retuvo unos segundos más en la suya.

–Vuestro restaurante se ve muy acogedor –halagó Remus, admirando las hermosas estrellas de diferentes tamaños que adornaban el comedor. Algunas de ellas eran lámparas. Incluso eran el motivo de la mayoría de los cuadros que colgaban en las paredes. Los portavelas en cada mesa también tenía esa forma. Las velas eran plateadas o azul oscuro, combinando con los manteles.

–Es lo que pretendemos –agradeció Draco con una sonrisa– Queremos que la gente vuelva.

Y antes de que Remus hiciera la pregunta...

–Creo que Harry está en el almacén. –dijo– Todavía no sabe que están aquí.

Atravesaron el comedor en pos del joven, que les guió hasta una puerta semi abierta, justo al lado de la cocina.

–Harry¿estas ahí? –preguntó.

Se oyó un ruido de cajas y un gruñido seguido de una serie de improperios en francés.

–¿Se puede saber qué haces? –preguntó Draco con aire divertido.

–Tocarme las pelotas, si te parece –se oyó la voz de Harry, esta vez en ingles y con bastante mala leche– ¿Tú qué crees que estoy haciendo?

Draco se cruzó de brazos y sonrió a los dos hombres frente a él, con un pequeño encogimiento de hombros. Se oyó un nuevo ruido de cajas y más resoplidos.

–¡Mierda! –se escuchó al otro lado de la puerta.

Y esta vez todo el mundo lo entendió

–Parece que tenemos un mal día –dijo Snape alzando una ceja con algo de ironía, dirigiéndose a Remus.

Este asintió, divertido.

–Le dije a Pierre que sacara las cajas de aceite antes de apilar las de cerveza. –se oyó nuevamente la voz de Harry, esta vez jadeando por el esfuerzo de algo que estaba arrastrando– ¡Pero no¿Dónde esta la cerveza¡Encima de lo que queda de aceite¿Adivinas donde tendrás que hacer tus ensaladas a partir de ahora¡Está todo hecho un asco!

–Harry, cariño, por qué no sales un momento y te calmas. –sugirió Draco.

–Philippe, amor¿por qué no entras tú otro momento y me ayudas? –respondió Harry de evidente mal humor.

–Porque sería de mala educación no atender a nuestras visitas.

De pronto el ruido dentro del almacén cesó. Se oyó ruido de pasos apresurados y la puerta se abrió de golpe. Un Harry sudoroso y mucho más fornido de lo que Remus recordaba apareció en el umbral. No estaba tan delgado. Sus mejillas se veían más llenas, haciendo que su rostro pareciera menos anguloso. La barba de un par de días le daba un aspecto... adulto, pensó con sorpresa Remus. Pero su sonrisa seguía siendo la misma, igual de sincera y transparente.

–¡Remus! –exclamó.

Sus ojos se iluminaron con aquel brillo esmeralda que solo destellaba en su mirada cuando era realmente feliz. El joven atrapó a Remus en un abrazo que casi hizo crujir sus doloridos huesos, bajo la alarmada mirada de Snape.

–Basta Potter, creo que al Profesor Lupin le gustaría respirar. –advirtió.

Ninguno de los dos le hizo el menor caso.

–Te he echado de menos –susurró Remus, revolviendo el invariablemente revuelto pelo negro. Aclaró el nudo que tenía en su garganta antes de continuar– Deja que te vea. ¿Desde cuando te afeitas?

Tal vez Harry hubiera tenido siempre un gran potencial mágico, pero los cambios físicos siempre se habían producido en él con mucho más retraso que en otros chicos de su misma edad. Consecuencias de la amabilidad de los Dursley y de su preocupación por darle a su sobrino una alimentación suficiente y equilibrada.

–Querrá decir, desde cuando no lo hace. –intervino Draco con sonsonete.

Harry puso los ojos en blanco, pero le ignoró. Esa era ya una vieja guerra entre los dos, como la de los vaqueros o las camisetas holgadas. Después dirigió su mirada hacia Snape, que permanecía con los brazos cruzados frente a ellos.

–También me alegro de verle –dijo extendiendo su mano hacia él.

Snape la encajó, con una mueca bastante parecida a una sonrisa asomando a sus labios.

Aquel sábado por la noche y sin que sirviera de precedente, Draco había dejado su cocina en manos de la Sra. Bouchoir, después de encomendarse a todas las divinidades mágicas que recordaba. En ese momento se encontraban en su apartamento, a punto de degustar la cena que había preparado.

–No sabe lo que le ha hecho pasar al Profesor Lupin. –reprendía Snape en ese momento a Harry, blandiendo un dedo amenazadoramente delante de su nariz.

El hombre estaba disfrutando montando todo aquel teatro.

–En cinco años, ni una lechuza para hecerle saber que se encontraba bien. –prosiguió frunciendo el ceño, muy en su papel.

–Oh, vamos, Severus, no lo estropees. –le recriminó Remus.

–Tiene razón, Remus –reconoció Harry sufriendo un nuevo ataque de culpabilidad– Lo siento. Lo siento mucho.

Snape alzó las manos con resignación. Ya había perdido la cuenta de los abrazos que se habían dado aquella tarde. Y como la cosa parecía que iba a ponerse sensiblera, Draco decidió que era el momento de desaparecer hacia la cocina.

–Ven padrino –susurró– ayúdame a traer la fuente y los platos.

Snape lo hizo con una mirada de triunfo. Hacia tiempo que no veía a Remus tan feliz.

–No le atosigues –le dijo su ahijado tan pronto se encontraron solos– ¿Por qué siempre tienes que ser tan antipático?

–Tú también puedes aplicarte el cuento. –gruñó Snape– ¿O acaso crees que me he sentido muy tranquilo durante todo este tiempo?

Draco alzó una ceja con ironía.

–¿También quieres un abrazo estilo Gryffindor padrino?

–No gracias. –bufó con desdén– Ya hay suficiente sensiblería en la otra habitación.

Draco dirigió a su padrino una mirada, no exenta de cierta picardía.

–Y¿desde cuando te preocupas tanto por el licántropo?

–No le llames así. –le recriminó con más fiereza de la que hubiera pretendido.

–Y tú deja a Harry tranquilo. –le advirtió casi en el mismo tono. Después añadió- Parece que cojeamos del mismo pie¿eh, padrino?

Snape hizo un amago de sonrisa.

–Eso parece. –admitió.

Después, pareció meditar unos segundos antes de decir:

–Draco, si tú y Potter estáis de acuerdo, me gustaría decirle a Remus quien eres realmente. Para mí es difícil y nada agradable seguir ocultándoselo. No quiero seguir mintiéndole.

–Por mí está bien. –aceptó Draco. Y esbozó una sonrisa maliciosa– Si tú le dices a Harry con quien compartes tu cama.

–¿No serán demasiadas emociones para Gryffindor hoy? –preguntó Snape con ironía.

–Esta noche promete –aseguró Draco empujando la puerta de la cocina cargando con la bandeja de entremeses y la salsera.

La cena transcurrió de forma agradable, a pesar del ligero atragantamiento que sufrió Harry con su vino cuando Snape, con más diplomacia de la habitual en él, le informó que Remus y él eran pareja desde hacia ocho años. Prácticamente desde que el Señor Oscuro había sido derrotado. Dos meses después para ser exactos. Por un momento, Harry estuvo tentado a preguntarle a Remus donde diablos tenía el gusto. Pero desistió al ver la mirada enamorada que éste dirigía al Profesor de Pociones y la inusual ternura con la que Snape cogía su mano.

–Harry, me gustaría que lo aceptaras. –le pidió Remus con ojos implorantes, él mismo sorprendido todavía de que Severus hubiera tomado esa iniciativa y por el tacto con que la había llevado adelante– Es importante para mí.

Harry sonrió.

–Después de ocho años no voy a poner en duda que le amas, Remus. Ni que él te ama a ti. –añadió mirando de pronto a Snape desde una nueva perspectiva.

–Como yo también espero que usted no ponga en duda que yo le amo a él, Profesor. –Remus miró a Philippe desconcertado– Y puestos a dar sorpresas, no vamos a ser menos¿verdad amor? –dijo tomando la mano de Harry.

–Verdad. –afirmó éste, comprendiendo tras unos segundos de vacilación.

Y con un leve movimiento de su varita Philippe Masson desapareció.

–¡Merlín divino! –fue lo único que fue capaz de exclamar Remus, al tiempo que cuchillo y tenedor caían de sus manos.

Pasando por encima los incidentes más desagradables al principio de su "obligada" convivencia, entre los dos contaron al sorprendido licántropo como y en que estado había llegado Draco a casa de Harry; de cómo esa convivencia les había hecho dar cuenta de que no se eran del todo indiferentes y de que al cabo de cuatro meses habían iniciado su relación. Esa Navidad se cumplirían 6 años de vida en común.

–Cuando dijiste que tu ahijado estaba a salvo, jamás pensé que pudiera ser con Harry. – confesó, dirigiendo a su pareja una mirada de reproche.

Miró a los dos jóvenes que observaban la escena divertidos.

–Es tan extraño veros juntos sin que os estéis... insultando. –dijo Remus, sin que la expresión de perplejidad hubiera abandonado todavía por completo su cara.

Remus meneó la cabeza con incredulidad, para encontrarse con la sonrisa comprensiva de Severus.

–No más extraño que tu y yo juntos¿no crees?

–No podría estar más de cuerdo con Ud. –afirmó Harry con toda la sana intención de pinchar un poco a su ex Profesor de Pociones.

–¿Cómo andan las cosas por Inglaterra? –preguntó Draco inmediatamente, al tiempo que daba una patadita a Harry por debajo de la mesa y éste se hacía el desentendido.

–Bastante tranquilas. –respondió Severus sin dejar de dirigir una mirada desafiante a Harry– La creencia general es que durante el enfrentamiento en aquel edificio con Potter...

–Harry –le corrigió Draco, sin levantar la vista de su plato.

–... que POTTER debió herir a tu doble más seriamente de lo que en principio creímos, ya que no se ha vuelto a saber de él. El Ministerio apuesta firmemente porque está muerto.

–Y Fudge más feliz que un rábano. –añadió Remus con una mueca divertida.

–No son muy buenas noticias –habló, sin embargo, Harry con semblante serio. Los otros tres le miraron– Si ha muerto, jamás podremos demostrar que existió. Y Draco jamás tendrá oportunidad de demostrar su inocencia.

Un pesado silencio se extendió por el comedor.

–Bueno –dijo Draco por fin– Estarás de acuerdo conmigo en que Philippe Masson es también un hombre atractivo y encantador. Y por las noches puedes elegir. ¿Qué más quieres? –le dirigió una mirada maliciosa.

Algunos pensamientos nada decorosos cruzaron por la mente del moreno, que al fin le hicieron sonreír.

–Si, supongo que soy afortunado –dijo y le besó con pasión, sin importarle que Snape estuviera delante– Rectifico. Soy muy afortunado.

Remus estrechó con fuerza la mano de Severus, feliz.

–El Ministerio te buscó con desespero durante los primeros meses –le informó Remus cuando tras su repentino ataque de pasión, estuvo seguro de obtener la atención de Harry. El aludido alzó una ceja con cierta ironía– También la Orden.

–Era de esperar. –dijo Draco encogiéndose de hombros– Ya contábamos con eso.

–¿Cómo habéis conseguido esquivarlos durante tanto tiempo? –preguntó Remus, intrigado.

–Entramos en el país de "estranquis" –explicó Harry, echando una mirada divertida a su pareja– Te asombraría conocer algunas de las habilidades de Draco.

Snape frunció el ceño en dirección a su ahijado.

–¿De qué te sorprendes? –preguntó éste– No en vano me pasé tres años escondiéndome de todo dios. –alzó una mano en dirección a su padrino– Y antes de que lo digas, si me atraparon, pero solo una maldita vez.

–Dos, si no te importa. –le contradijo Harry con sorna.

–Tú no cuentas, Potter. –respondió con una mueca de fastidio.

–¡Ah¡Vaya¡Gracias! –rió Harry, sabiendo que a Draco no le gustaba demasiado recordar ese punto.

–Muy bien, pero ¿en definitiva...? –preguntó nuevamente Remus.

–En definitiva el secreto está en no haber utilizado magia (o al menos hacerlo con mucho cuidado) y no haberse acercado ni por casualidad al mundo mágico francés –explicó Harry– Aparte de unos maravillosos pasaportes muggles que Draco hizo, más los permisos de trabajo, mi carné de conducir... er... ¿me olvido algo?

–Las tarjetas de la seguridad social. –añadió Draco.

Harry asintió y continuó con picardía.

–Si algún día decide dejar la cocina, creo que tiene un gran futuro como falsificador. –aseguró Harry– Si no se le olvidan ciertos detalles, claro está. –Draco puso los ojos en blanco. Sabía lo que Harry iba a contar– Como que las fotos muggles NO SE MUEVEN.

–Detalles... –murmuró él algo molesto.

–Ya. –siguió Harry con chanza– Estoy seguro de que esa empleada del banco todavía sigue tomando pastillas para el corazón.

Ambos se miraron, recordando el episodio y al final estallaron en sonoras carcajadas.

–Ahora nos reímos –logró decir por fin Harry, con lágrimas en los ojos– Pero os juro... os juro que en ese momento deseamos que nos tragara la tierra. Teníais... teníais que haber visto a Draco intentando convencer a la pobre mujer de que tenía las gafas empañadas.

–Además... –continuó Draco, sosteniéndose el estómago– no llevábamos nuestras varitas, así que poco podíamos hacer...

–Eso fue una irresponsabilidad –les amonestó Severus, que al contrario que Remus, quien estaba sujetándose a la mesa con fuertes carcajadas, se limitaba a esbozar una sonrisa condescendiente. Tampoco podía imaginarse a su ahijado reprimiéndose para no utilizar su magia hasta para coger un libro.

–Si lo fue –reconoció Draco– Estábamos tan empeñados en actuar como muggles, que no medimos las consecuencias de posibles problemillas.

–¿Y cómo acabó el asunto? –preguntó Remus, que por fin logró hablar con cierta coherencia.

–Oh, bueno... Harry se llevo a la buena señora a la máquina de bebidas y la invitó a un té –mintió Draco– Tendríais que ver la mano que tiene Harry con las señoras de cierta edad... –hizo el inciso con una pequeña mueca burlona a su pareja– Mientras tanto yo metí nuestros números de identificación en el ordenador y guardé los carnés antes de que a la pobre mujer le diera otro ataque al verlos.

Ese día, Draco había descubierto que Harry no necesitaba una varita para hacer magia. Ignoraba si los dos hombres sentados frente a ellos conocían esa habilidad de su pareja, así que prefirió callarla. Cuando Harry no le contradijo, supo que había actuado correctamente.

A la mañana siguiente, domingo, Remus y Severus querían aprovechar para dar una vuelta por París antes de volver a Hogwarts aquella misma noche. Draco insistió para que Harry les acompañara e hiciera de cicerone, tal como había hecho él cinco años atrás. Harry accedió un poco a regañadientes.

–Pero los domingos siempre hay mucho trabajo –había esgrimido el moreno, que tenía pocas ganas de contemplar cualquier gesto intimo entre Remus y Snape– Además, –continuó bajando la voz– ¿no crees que a lo mejor preferirán estar solos?

Draco vio en ese momento a Remus que venía en su busca.

–¿Estás listo, Harry? –preguntó risueño, tomándole del brazo– ¡Tienes todavía muchas cosas que contarme!

Harry miró a Draco seguro de la expresión de ya te lo dije que encontraría en su cara. No se equivocó. Philippe le miraba con una sonrisa jocosa, demasiado Malfoy para su gusto. Suspiró, resignado ya a pasar el día con Remus... y Severus Snape.

–Estaremos de vuelta a las siete –advirtió en voz baja a su pareja– Con hambre... porque si empiezan a hacer manitas, seguramente ya habré vomitado el desayuno, la comida y cualquier otra cosa que...

–¡Lárgate! –amenazó Draco con un cucharón en la mano, procurando controlar un ataque de risa.

Y tras una breve pero fría mirada de advertencia a la curiosa Sra. Bouchoir, que se moría de ganas de averiguar todo lo posible sobre la "familia" que de pronto había aparecido de ambos jóvenes, volvió a sus quehaceres.

La mañana pasó tranquila. Pero a la hora de comer, Draco empezó a arrepentirse de haber mandando tan alegremente a Harry de paseo. Era su comodín; tanto echaba una mano en la cocina como en el comedor sirviendo mesas si era necesario. Y aquel mediodía el restaurante estaba hasta la bandera. Por la tarde se dio un respiro. Cuando la cocina estuvo nuevamente limpia y dispuesta para las cenas de la noche, se sentó en el vacío comedor con una copa de coñac en una mano y un cigarrillo en la otra, para fumar tranquilamente, aprovechando que no estaba Harry para meterle la bulla. Draco disfrutaba de la soledad de aquellos escasos momentos. Cuando cansado, podía relajarse por fin de las tensiones que le provocaba el estar pendiente de todo y que todo, por supuesto, fuera perfecto. Sin olvidar el incesante parloteo de la Sra. Bouchoir. Reconocía que trabajar a su lado no era cosa fácil, porque exigía mucho. Aquel cúmulo de perfección que siempre demandaba, a veces era difícil de cumplir por los demás. Aunque sabía que se esforzaban. Y que cuando algo fallaba, por nimio que fuera y sus labios se convertían una fina y apretada línea y su mirada gris empezaba a amenazar tormenta, todos se parapetaban detrás de Harry, a quien habían otorgado el título de "defensor del pueblo", como le nombraba jocosamente su casera. Sabía que adoraban a Harry y a él más bien le temían. Aunque prefería pensar que lo que sentían por él era un sano respeto. Dejando aparte a la Sra. Bouchoir, por supuesto. A ella siempre había que considerarla aparte. Miró a su alrededor y no pudo evitar que un profundo sentimiento de orgullo y satisfacción consigo mismo le embargara. Lo había conseguido. Sobrevivir y tener una vida. Solo vivir... Aquellos cinco años habían sido maravillosos, en todos los sentidos. Algo duros al principio, pero como bien decía el refrán muggle, quien algo quiere, algo le cuesta. Y todavía no había nada que un Malfoy se propusiera y no consiguiera. Sonrió para si mismo ante aquel pensamiento tan... Malfoy. Aunque sabía perfectamente quien había sido el artífice de todo, el que le había empujado, el motor de su vida. Apagó la colilla en el pequeño cenicero, que hizo desaparecer con un movimiento de varita para borrar la evidencia. Por mucho que le amara, no estaba dispuesto a aguantar un nuevo sermón de Harry sobre tabaco y salud. Podía llegar a ser realmente pesado. Después, se había entretenido el resto de la tarde en la cocina, trabajando en la nueva carta que el restaurante ofrecería dentro de un par de semanas, con la entrada del verano. A las seis había llegado los demás y habían empezado los preparativos para la hora de la cena. A las siete y cuarto ya había cinco meses ocupadas y Draco empezaba a consultar su reloj, deseando que Harry llegara de una vez.

–Louanne, por favor, dígale a Marie que lo de la mesa dos está listo –pidió a la Sra. Bouchoir– ¿Ha llegado Harry?

–No, todavía no...

Después de todo, no podía ser mala señal. A lo mejor su padrino y Harry incluso acababan entendiéndose. Estaba seguro de que Remus no cejaría en su empeño hasta que lo lograra. De repente el ruido de cosas que se rompían violentamente y gritos llegaron desde el comedor, sobresaltándoles.

–¡Dios mío¿Qué está pasando? –exclamó la casera apresurándose hacia la puerta de la cocina que comunicaba con el comedor.

Estaba a punto de empujarla cuando Draco la detuvo.

–Ni se le ocurra salir –le dijo mientras la obligaba a retroceder, tras un breve vistazo a través del cristal.

No podía creerlo. Quiso negarse a si mismo que estuviera pasando. Era una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Sin embargo, años de entrenamiento en la mansión Malfoy bajo la estricta y a veces dolorosa supervisión de su padre le hicieron reaccionar con más rapidez de la esperada, apenas sin pensarlo.

–Por la puerta de atrás, rápido. –ordenó a la Sra. Bouchoir y a Pierre, el pinche.

Pierre le miró con ojos asustados, pero no se lo hizo repetir dos veces y alcanzó la puerta en dos zancadas. Pero la Sra. Bouchoir no podía moverse tan deprisa. Además Marie estaba en el comedor, de donde seguían proviniendo gritos y más estruendo.

–Philippe, –dijo angustiada– Marie...

–No se preocupe, yo me ocuparé. ¡Salga! –gritó casi fuera de sí.

Demasiado tarde. La puerta de la cocina se abrió violentamente para dejar paso a la sonrisa demente y sádica de Bellatrix Lestrange. El primer pensamiento de Draco fue que le habían encontrado. No sabía como, pero lo habían hecho.

–¡Tú! –gritó Bellatrix señalándole con su varita- ¡Tú estabas con él!

Por unos segundos Draco se quedó descolocado, sin comprender. Sólo atinó a tomar a la Sra. Bouchoir por el brazo y resguardarla detrás de él. Sintió como la mujer se agarraba de la cinta de su delantal y tiraba de él tan fuerte, que oprimió dolorosamente su estómago. Bellatrix avanzó peligrosamente hacia ellos, al tiempo que Draco intentaba retroceder, empujando con algún que otro traspié a la Sra. Bouchoir pegada a su espalda como una lapa. Su intención era llegar hasta la puerta trasera y aunque tuviera que darle un empujón, sacarla de la cocina.

–Tú estabas con él esa mañana en el mercado. –continuó Bellatrix sin dejar de apuntarle con su varita– ¿Dónde está Potter?

¡Dioses¡Buscaba a Harry!

–No está. –dijo, rezando ahora para que su pareja siguiera retrasándose.

–Él siempre está. –dijo peligrosamente su tía– Trabaja aquí¡así que no me mientas!

–Hoy ha tenido que ausentarse. –contestó Draco fríamente.

Bella sonrió de forma sádica.

–¡Harry! –gritó– ¡Harry, cariño¡Sal de donde estés si no quieres que haga rebanadas con tus queridos muggles¡HARRY POTTER! –chilló acompañando el grito con una fuerte patada en el suelo, cual niña en plena pataleta.

Su tía estaba mucho más desquiciada que la ultima vez que la había visto. Que no era poco. Draco introdujo lentamente la mano en su bolsillo y palpó su varita. Un hombre que no conocía asomó la cabeza en ese momento por la puerta de la cocina.

–Hemos revisado todo el restaurante, Bella. No hay rastro de Potter.

Con un gesto de furia, Bellatrix hizo volar de un manotazo todos los platos preparados para ser servidos de encima de la mesa.

–Muy bien¡esperaremos! –dijo furiosa.

–Hoy no volverá. –habló Draco con aparente tranquilidad.

–¿Dónde ha ido? –preguntó su tía entrecerrando los ojos de forma peligrosa.

–No exijo a mis empleados que me digan donde van cuando tienen un día libre. –contestó encogiéndose de hombros.

Bella estudió con atención al joven. Demasiado frío, demasiado... templado.

Por su parte Draco estaba haciendo un verdadero esfuerzo por mantenerse calmado. Sintió los débiles sollozos que Louanne intentaba contener contra su espalda. Tal vez él mismo hubiera deseado en más de una ocasión estrangular a la parlanchina mujer con sus propias manos. Y no estaba dispuesto a permitir que ninguna maldición que no fuera suya, le arrebatara ese privilegio.

La última vez que había mirado su reloj eran las seis y media y ahora ¡ocho menos cuarto¡Merlín! Draco debía estar subiéndose por las paredes. Menos mal que estaban ya a dos pasos del restaurante.

–Ha sido un día perfecto –dijo Remus mirándole con cariño.

Harry asintió con una sonrisa. Habían tenido una larga y amena conversación. Los tres. Harry todavía se sorprendía del comportamiento tan correcto y amable de Snape con él. Remus debía haberle amenazado con hacerle dormir en el sofá o algo por el estilo. Estaba seguro. Pero eso era lo de menos. Había sido un día agradable. Mejor de lo que esperaba. Y poder mantener una conversación civilizada con su ex Profesor de Pociones tenía que reconocer que no había estado mal. Hasta podría acostumbrarse. Siguieron caminando y al doblar la esquina, Harry se detuvo en seco.

–¿Qué puñetas...? –refunfuñó Snape, quien casi se lo come, pero se detuvo al notar la expresión repentinamente inquieta del joven y siguió su mirada.

Alcanzarle después ya fue un poco más difícil.

Lo primero que Harry vio cuando llegó sin resuello, fue que la puerta del restaurante había volado y se encontraba a varios metros de la entrada.

–¡Deténgase¡No puede pasar! –le detuvo un policía muggle cuando intentó cruzar la línea policial.

–Soy uno de los propietarios –dijo con ansiedad– Tengo que pasar.

El policía se apartó y Harry siguió su camino con el corazón en la garganta. El comedor estaba destrozado. Mesas y sillas rotas desperdigadas por toda la estancia. Platos y vasos estrellados contra el suelo, mezclados con los restos de comida y bebida que habían contenido. El suelo sembrado de estrellas muertas. Siguió su camino hacia la cocina sin perder tiempo, sorprendentemente sin que ninguno de los policías muggles que por allí pululaban se lo impidiera. Tenía que encontrar a Draco. La cocina estaba vacía. Y eso no era lo peor. Por el estado en que se encontraba, allí había habido una buena pelea. Y a juzgar por la estela de sangre que se perdía en el callejón, alguien había resultado herido. No había rastro de Draco, Louanne o Marie.

–Sr. Potter...

Harry se volvió sobresaltado.

–Soy el inspector David LaCoste.

–¿Qué ha pasado¿Dónde está mi gente¿Qué...

–Cálmese Sr. Potter, no hay desgracias personales que lamentar. Sus empleados se han ido a casa.

–¿Y mi socio?

De pronto fue consciente de lo que era ese hombre realmente. En cuanto vio la varita en su mano y que empezaba a susurrar lo que supuso era un Obliate, confundiéndole sin duda con un muggle.

–¡Protego!

Su mano se movió más rápida que su propio pensamiento, reaccionando por instinto. El supuesto policía parpadeó atónito desde el suelo. Su varita estaba ahora en las manos de aquel joven.

–No sabíamos que los dueños de este restaurante fueran magos. –dijo frunciendo el ceño, mientras se frotaba su dolorido trasero– Tenían que habernos informado.

–No pensamos que fuera necesario. –respondió Harry, que empezaba a sentir un cosquilleo nervioso en su estómago.

–Pues lo era Sr. Potter. –dijo el hombre adoptando una actitud oficial– ¿Sería tan amable de devolverme mi varita?

Harry lo hizo. De pronto le miró fijamente y después repasó sus papeles.

–Harry Potter... ¿Harry Potter? –el hombre le miró confuso– ¿Es usted el Harry Potter que...?

Harry hizo un gesto de exasperación cuando el hombre salió corriendo hacia el comedor. A los pocos segundos regresaba acompañado de otro hombre, algo más bajo y delgado que él, pero con aspecto de ser el que mandaba.

–Sr. Potter, le presento a Pierre Bourgeot, nuestro jefe de aurores.

–Sr. Potter –el hombre extendió su mano hacia Harry y este dudó unos instantes antes de estrecharla, pero al final lo hizo– Tenía que habernos dicho que estaba aquí, Sr. Potter. Le hubiéramos proporcionado protección. –Harry le dirigió una mirada de extrañeza y él aclaró– Eran Mortífagos. Hace tiempo que sospechábamos que se movían por París. –Harry palideció– Se nos han escapado por los pelos. Pero gracias a Merlín ningún muggle ha sufrido un daño considerable y sólo recordarán esto como un desgraciado atentado de un grupo extremista muggle. Al igual que la policía.

–Mi socio, Sr. Burgeot. Sólo quiero saber donde está mi socio. –intentaba seguir siendo educado y no maldecirle ante aquel despliegue de parsimonia.

Tenía que saber donde estaba Draco. Él no hubiera abandonado jamás su restaurante. Mal que se estuviera cayendo a pedazos. ¡Dios¡Aurores! No importaba que fueran franceses. Sabía que los Ministerios de Magia de todos los países estaban en contacto. El auror al que había quitado la varita, repasó rápidamente su bloc de notas.

–Hemos hablado con una tal Sra... déjeme ver... Bouchoir. Ella y su hija le esperan en casa.

Harry hizo ademán de querer salir corriendo pero el jefe de aurores le detuvo.

–¿Sabe que el Ministerio inglés le busca desde hace unos cuantos años, Sr. Potter? –la expresión de fastidio del joven le mostró que si no lo sabía, se lo imaginaba– Estoy seguro de que nuestros colegas ingleses nos agradecerán que le demos protección mientras se encuentre en nuestro país. –dijo estudiando detenidamente al joven ante él.

¡Fantástico! Ahora Fudge también sabría donde se encontraba.

–Si no le importa, quisiera ir a ver como se están mis empleados.

El hombre asintió.

–Por supuesto. Pero antes, necesitamos que nos indique donde podemos localizarle, Sr. Potter.

Bourjeot no estaba dispuesto a dejar escapar a Harry Potter, para perderle la pista y quedar en ridículo ante sus colegas de las islas. No después de los que acabaran de quedar como unos ineptos fueran esos arrogantes ingleses. Perdían a su héroe y después eran incapaces de encontrarlo. ¡Ingleses!

–Estoy seguro de que se da cuenta de que ha vulnerado más de una normativa internacional, Sr. Potter. –el auror adoptó un tono paternalista, pretendiendo dar a entender que el rapapolvo era inevitable, pero que podían llegar a un acuerdo– empezando por no informar de su entrada en nuestro país.

–Entré en su país como ciudadano muggle, Sr. Bourjeot. Mis papeles están en regla.

–Pero me temo que no los mágicos. ¿Es mago su socio también?

–¿Acaso éste es el mundo mágico? –preguntó señalando a su alrededor, obviando la pregunta.

–A pesar de todo tenía que haberse registrado. –insistió el auror, impertérrito.

Harry sentía que iba a saltarle al cuello de un momento a otro al estúpido jefe de aurores. Él no tenía, ni de lejos, la sangre fría de Draco. Siempre le había costado mantener a raya sus emociones. Y sus emociones le estaban pidiendo en ese momento que mandara un buen Stupefy a los dos franceses y saliera de allí corriendo en busca de su pareja. Sin embargo, respiró hondo e intentó controlarse.

–Si hubiera querido que el Ministerio inglés o el francés supieran donde estaba, solo hubiera tenido que pasearme por el Boulevard Ensorcelé¿no cree? –dijo él en alusión al homónimo del Callejón Diagon inglés.

–No es que no le entienda, Sr. Potter. –continuó Bourjeot en el mismo tono– Pero compréndame usted a mí. Necesito saber donde puedo localizarle, una dirección...

–Estoy seguro de que sabré encontrar el Ministerio de Magia francés, Sr. Bourjeot, y le prometo que rellenaré todos los papeles que hagan falta. –Harry había agotado su paciencia– Como estoy seguro que también comprenderá que dejemos esta conversación para otro momento. Quiero asegurarme que mis empleados están bien. Y ahora mismo ellos para mí son lo primero. Si me disculpan.

Y salió a grandes zancadas de la cocina, sin que ninguno de los dos hombres se lo impidiera. Tampoco era cuestión de cabrear a Harry Potter.

–LaCoste, recoja una muestra de sangre. Comprobaremos si pertenece a un mago y con un poco de suerte podremos identificarle. –ordenó el jefe de aurores a su subalterno.

–¿Qué sangre, señor?

Bourjeot escudriñó el suelo, donde tan solo unos minutos antes hubiera jurado que había un claro rastro de sangre. No había nada.

Harry había abandonado el restaurante con la cabeza a punto de estallar. Remus y Severus esperaban fuera, ya que la policía muggle les había impedido el paso y habían preferido no llamar la atención.

–Mortífagos –dijo con los dientes apretados cuando llegó junto a ellos. Y añadió con voz quebrada– No estoy muy seguro de dónde pueda encontrarse Draco.

Reviews:

Serendipity.– De nada hija, lo hice con gusto. Si, esto se va a poner cada vez mejor (o eso espero que penséis). Justo estamos entrando en el ...¿lado oscuro? Por cierto¿cómo estás¿Cómo andas de salud? Deseo ver una actualización de tu fic muy pronto. ¡Ánimos guapa! Muchos besos.

Caroline McManaman.- Bueno, algo si van a tener que sufrir los pobres. No todo va a ser amor y más amor (que no está mal, pero cansa). En cuanto a lo que me comentas de tu fic y el mío, ya me di cuenta, porque también leo "Mr. Brigthside" (que por cierto, a ver cuando continuas).. No me enfadé, si es eso lo que te preocupa. Mira, leemos tantas historias que al final es imposible no acabar escribiendo inconscientemente en algún momento algo que hemos leído en alguna parte y que seguramente ya no recordamos ni en que fic ni de que autor. Al menos tu recordaste que era mío. He leído otros fics en los que he reconocido cosas mías también. Pero no me molesta. No creo que esté hecho con mala fe. O al menos, si alguien encuentra en el mío algo que le recuerde a algo suyo, le puedo asegurar que también ha sido escrito sin la menor intención de plagio. Por mí, tema zanjado. Besitos.

Diabolik.- Hola guapa. Eres una de las incondicionales y te lo agradezco. Gracias por seguir leyendo. Un beso.

Neeechan.- Por supuesto que no se resuelve. Justo va a empezar a complicarse. Voy a convertirte en matemática si sigues manejando tantas variables. O acabar en urgencias con ese corazón tuyo. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Sandra-sms.- Bueno, de hecho París también se les ha complicado un poco¿verdad? Demasiado tiempo tranquilitos. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Urakih69.- Gracias por leer y por tu comentario. Besos.

Ladyelizabethblack.- Gracias guapa. Aunque no sé si me vas a perdonar dentro de un tiempo... Bueno, no adelantaremos acontecimientos. Gracias por leer. Besos.

Hikaru y Kumagoro.- Sé que soy mala pero no puedo responder realmente a tus preguntas. La primera porque tendrás que leerlo el capítulo, vamos a ver, bueno, más adelante. En cuanto a la segunda pregunta, creo que se resuelve en el próximo capítulo. Van a tener que tomar una decisión, ya que La Petir Etoile ahora está destrozado gracias a Bellatrix y los Mortífagos. Saludos también de mi parte a kumagoro. Besos para los dos.

Alexlee.- No, no voy a contar lo que pasó con la vida de todos los demás, más que de los personajes que me interesen para la historia y solo las partes que afecten a los dos protagonistas. Entre otras cosas porque no me lo había planteado. Actualizo más o menos rápido, porque cuando subí la historia ya tenía muchos capítulos escritos y más o menos decidido por donde iría la cosa y un final. Aunque confieso que también improviso sobre la marcha, porque he cambiado un montón de cosas. Lo único que tengo que hacer es repasar el capítulo que voy a subir o adaptarlo según lo que estoy escribiendo o se me ha ocurrido del capítulo que tenga en ese momento entre manos, si influye en capítulos anteriores. Y créeme, a veces eso me da más trabajo que si lo escribiera nuevo. En fin, muchas gracias por seguir leyendo. Besos.

Murtilla.- Bueno, ya has visto que la tranquilidad del restaurante parisino, como tu decías, no ha durado mucho, no. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Snuffle's Girl.- Cuida tu corazoncito. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Audrey.- Nada hija, sigue peloteando todo lo que quieras. Una también necesita alimentar su ego. ¡Naaaa¡No me hagas caso! A estas horas ya desvarío. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Inocent muggle.- ¡Bienvenida otra vez! Gracias por todos tus comentarios. Un beso.

Adarae.- ¿Te mando algunos cleanex? Es que me temo que vas a necesitarlos... ¡No me hagas caso! Gracias por seguir leyendo. Besos.