Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
Confieso que he tenido bailando este capítulo durante mucho tiempo por culpa de la Sra. Bouchoir. No sabía que hacer realmente con ella y al final ha podido más que yo y no se ha dejado obliatear como yo pretendía, por más que lo he intentando. ¡Menuda es! Creo que Draco ahora me odia. ¡En fin! No se puede tener a todos los personajes contentos...
CAPITULO XV
A grandes males...
Louanne Bouchoir todavía temblaba al recordar la escena vivida apenas media hora antes. Cuando Philippe había sacado de su bolsillo el mismo artilugio que aquella mujer vestida de negro y con cara de loca blandía ante ellos. Philippe la había tirado al suelo en cuanto un rayo violeta había salido de la punta del palito de la mujer y desde allí había visto el intercambio de luces de colores ir y venir por toda la cocina, destrozando cuanto tocaban. La mujer había gritado desquiciada cuando una de las luces que había salido del artilugio de Philippe la había alcanzado, profiriendo terribles amenazas. O eso supuso, ya que no podía entenderla. El rostro de Philippe había permaneció impasible hasta ese momento, en el que una sonrisa fría y satisfecha asomó a sus labios. Casi le dio miedo. La expresión de su rostro fría y casi tan salvaje como la de la mujer a la que se enfrentaba, asustaba. No había pronunciado una sola palabra mientras duró aquella extraña lucha, más que al principio, cuando le había dicho, no ordenado, que ni se le ocurriera levantar la cabeza. Por supuesto que Louanne la había levantado. De lo contrario se habría perdido aquella terrorífica y a la vez fascinante contienda. Otro hombre, vestido de negro al igual que la mujer, había entrado de pronto en la cocina gritando ¡aurores! y había ayudado a la desgraciada a levantarse para seguramente huir. Sin embargo, la sonrisa desquiciada de la mujer había cruzado nuevamente su rostro segundos antes de desaparecer, cuando dirigió su artilugio hacia un cuchillo que estaba en el suelo junto con cucharones, espumaderas, platos, sartenes y otros enseres que habían ido cayendo al suelo durante el intercambio de haces luminosos. Louanne jamás había visto a nadie moverse con tanta rapidez como aquel joven ahora desconocido para ella. El cuchillo le había pasado rozando para después clavarse en uno de los armarios de la destrozada cocina. Durante unos segundos, Louanne no se atrevió a moverse de debajo de la mesa trabajo donde Philippe la había lanzado sin demasiadas contemplaciones, aunque ella ya se había ido. Un tenso silencio se extendió por toda la cocina, solo alterado por la jadeante respiración del joven, intentando recuperar su ritmo. Le vio tambalearse levemente y buscar apoyo con la mano en el cercano fregadero. La Sra. Bouchoir gateó como pudo para salir de debajo de la mesa y puso en pie con dificultad su exceso de kilos, recriminándose mentalmente haber abandonado la dieta que el endocrino le había prescrito hacía ya más de un año.
–Philippe... –su voz no fue más que un susurro, ahogada todavía por estado de nervios en que se encontraba.
El aludido volvió el rostro hacia ella y sus ojos todavía endurecidos examinaron a la mujer de arriba abajo, asegurándose de que estaba bien. Su cuerpo todavía temblaba, intentando devolver el exceso de adrenalina a sus niveles normales. Algo difícil teniendo en cuenta que los aurores podían entrar en la cocina de un momento a otro y Draco temía que a pesar de que ahora su hechizo de apariencia era mucho más potente, éste cayera a no tardar mucho.
–Ayúdeme a salir de aquí.
La Sra. Bouchoir no pudo evitar proferir un grito ahogado al comprobar que el cuchillo no había pasado solo rozando como había pensado en principio, sino que había hecho un corte largo y limpio en el costado izquierdo de Philippe, que sangraba profusamente. El joven apoyó su mano en el hombro de la mujer y empujó con suavidad en dirección a la puerta trasera de la cocina. La pobre mujer intentó sostenerle con más firmeza, pasando el brazo del joven por encima de sus hombros. Pero el metro ochenta y cinco de Draco era demasiado para el apenas metro cincuenta y seis de la mujer. Le ayudó como pudo hasta llegar la puerta trasera que se abría al callejón.
–Tiene que verte un médico, Philippe. –dijo Louanne con preocupación.
Draco apoyó la espalda en la desconchada pared, intentando obturar con su mano y parte del brazo la herida, sin mucho éxito. Maldijo mentalmente el hecho de que cada vez que un Lestrange andaba cerca él acabara hecho unos zorros. Negó con la cabeza en dirección a la Sra. Bouchoir. Ella le miró con ojos asustados, contemplando la mancha roja cada vez más extensa sobre la blanca camisa.
–No... tengo que... llegar... a casa...
–Hijo, te estás desangrando. –le hizo ver ella con angustia.
Una mano firme se cerró con más fuerza de la esperada alrededor de la muñeca de Louanne. La helada mirada de Philippe hizo que la mujer tragara saliva nerviosamente.
–A casa... Harry sabrá que hacer. –dijo.
–Pero...
El agarre del joven se endureció sobre la muñeca de su casera.
–No deben... encontrarme aquí...
Sus palabras se arrastraron de una forma extraña, como Louanne no recordaba haberle oído hablar nunca. La casera le miró como si le viera por primera vez. Algo había cambiado en Philippe desde el momento en que aquella locura se había desatado en su antes perfecta y la mayor parte del tiempo, pacífica cocina. Su mirada había cambiado. Ahora era áspera, inquietantemente dolorosa. La asustaba y al mismo tiempo alentaba su curiosidad sin límite. Se preguntaba qué habría hecho Harry para que aquella desquiciada mujer le buscara de forma tan ofuscada con la más que clara intención de hacerle daño. Su nombre era lo único que había entendido de todo el crispado diálogo mantenido entre los dos contendientes. Harry era un joven atento y cariñoso. Mucho más que Philippe, puestos a comparar. Sin embargo, aquella loca parecía buscarle sólo a él.
–Marie... –dijo sin tener todavía muy claro cómo reaccionar– ...voy a buscar a Marie. Tengo que saber si está bien.
Draco hizo un gesto de desesperación pero asintió.
–Dese prisa. –y en su voz esta vez había más un ruego que una orden.
Louanne atravesó la cocina nuevamente lo más deprisa que sus regordetas piernas y todos los obstáculos que iba encontrando a su paso le permitieron.
–¡Virgen santísima! –exclamó tapándose la boca con ambas manos.
La confusión y el caos más absolutos reinaban en el completamente destrozado comedor. Varios clientes eran presos de un ataque de nervios y algunos ya estaban siendo acompañados hasta las ambulancias que hacía apenas unos minutos acababan de llegar. La mayoría tenían rasguños, cristales o astillas clavados como consecuencia de los destrozados mobiliario y vajilla, o alguna contusión no demasiado grave. La policía muggle había empezado a interrogar a los que todavía eran capaces de hablar con cierta coherencia, pero algunos agentes ya estaban empezando a llegar a la conclusión de que lo que les estaban contando debía ser producto del shock de aquella terrible experiencia por la que acababan de pasar, porque no tenía pies ni cabeza. Louanne oteó el comedor en busca de su hija, con la sensación de que de un momento a otro sus piernas no iban a sostenerla. Siempre se había considerado una mujer fuerte. Y su carácter también lo era. Había sido capaz de superar a un marido alcohólico, un divorcio poco amistoso, afrontar una situación económica insostenible con una niña de pocos meses a la que alimentar y soportar un largo y penoso juicio por algunos de los bienes de su marido, del que gracias a su firmeza de carácter había logrado sacar los apartamentos de los que había podido vivir desde entonces. Sin embargo, la reciente situación la superaba. Divisó a Marie junto a Juliette, la otra camarera, ambas abrazadas junto a lo que quedaba de uno de los aparadores que había contenido platos, vasos y copas. Ninguna de las dos parecía herida. Un hombre de mediana estatura, de pelo castaño y ensortijado, con aspecto de policía estaba hablando con ellas.
–¿Estáis bien? –ambas jóvenes asintieron, ahogándose en sollozos mientras la abrazaban aliviadas.
Tras una breve conversación con el policía, Louanne susurró a su hija que fuera por el coche y lo llevara al callejón y aconsejó después a Juliette que se fuera a casa a descansar y a reponerse del susto, tras lo cual ella misma se dirigió sin perder tiempo otra vez al callejón. Y cuando llegó casi se le detuvo el corazón al no ver al joven por ninguna parte.
–¡Jesucristo y todos los Santos!– exclamó sobresaltada.
Habría jurado sobre lo más sagrado que un momento antes Philippe no estaba sentado allí en el suelo, casi tumbado sobre los cubos de la basura, mirándola con ojos enfebrecidos. Un temblor sacudió todo su cuerpo y al acercarse Louanne se dio cuenta que estaba helado. Le abrazó en un intento de suministrarle algo de calor, rezando todo lo que sabía para que su hija llegara con el coche y para que Harry se materializara milagrosamente en medio del callejón en ese mismo instante. Había demasiadas cosas que no entendía esa noche. Pero lo que si comprendía era que seguía viva gracias al joven que se empeña en demostrar que podía permanecer erguido sin su ayuda. Si sus chicos estaban metidos en algún lío ella, Louanne Bouchoir, haría lo que fuera por ayudarles.
–Va a ahogarme, Louanne. –se quejó Draco, un tanto incómodo.
Los faros de un automóvil les deslumbraron. Cuando Marie salió del coche y se encontró con la imagen de su madre abrazando a Philippe, pensó que ya no le quedaba nada por ver esa noche. Hasta que se dio cuenta de que la inmaculada camisa de Draco había dejado de ser blanca, y una inmensa mancha roja se abría camino en el tejido, cambiando su color. Con cierta dificultad, entre las dos lograron levantarle y subirle al automóvil, esperando que Harry recibiera el mensaje en cuanto volviera de pasar el día con su familia. Y de pronto había sucedido, casi cuando ya llegaban a casa. Louanne, no habría podido decir en que momento había ocurrido exactamente. Sólo sabía que la cabeza que reposaba sobre su hombro tenía el pelo castaño oscuro y al segundo siguiente era rubio platino. Philippe había desaparecido de repente para dejar paso a un joven rubio y pálido, de facciones aristocráticamente bellas.
–No se asuste, –susurró, sin embargo, la misma voz– sigo siendo yo.
–¡Dios bendito, Philippe! –casi sollozó la mujer.
Draco rogó una vez más que Harry se dignara a aparecer pronto. Antes de que a la pobre Sra. Bouchoir le diera definitivamente un ataque. Seguido seguramente por el de su hija, que en ese momento estaba poniendo peligrosamente más atención al asiento trasero del automóvil que a la carretera que tenía delante. Encontrar aparcamiento delante de su apartamento hubiera sido demasiado fácil. Así que tuvieron que caminar casi una manzana antes de que llegaran a su portal. Subió las escaleras, sostenido entre las dos mujeres, sin poder evitar sentirse algo humillado por no poder hacerlo por si mismo. Nunca aquellos tres pisos se le habían hecho tan interminables.
–¿Tienes la llave? –Draco negó con la cabeza– Marie, baja a por nuestra copia. –pidió Louanne a su hija.
Pero no hizo falta. Un silencioso Alohomora abrió la puerta del apartamento. Ninguna de las dos mujeres dijo nada. Habían dejado de intentar entender lo que estaba sucediendo esa noche. Llevaron a Draco hasta la habitación y le tumbaron con cuidado sobre la cama, tras lo cual la Sra. Bouchoir asaltó el cuarto de baño en busca de un botiquín de primeros auxilios. Pero solo volvió cargada con algodón y desinfectante, lo único que los jóvenes tenían en casa.
–¿Toallas? –preguntó.
–En… el…armario.
Durante los minutos siguientes los reprimidos gemidos de Draco fue lo único que se oyó en la habitación, mientras las dos mujeres intentaban quitarle delantal y camisa y extendían un par de toallas bajo el costado que todavía sangraba, tratando de no moverle demasiado. Poco rato después, el sonido de unos extraños "PLOP" llegaba a través de la puerta corredera de la habitación, abierta de par en par. Si Louanne había deseado con todas sus fuerzas que Harry se materializara en medio del callejón un rato antes, su deseo se vio cumplido en ese momento cuando el joven moreno hizo lo propio en medio de su salón, acompañado por los dos hombres que habían llegado el día anterior. El desinfectante que tenía en la mano a punto de utilizar, se vertió sin compasión sobre la abierta herida como consecuencia del sobresalto de la pobre mujer, consiguiendo que Draco gritara como un poseso y que los recién llegados entraran en la habitación como tres exhalaciones.
–¡Draco!
La voz angustiada de Harry hizo que su pareja abriera los ojos y dejara de maldecir todo lo maldecible, desahogando el doloroso quemor del desinfectante en su herida estrujando sin piedad su mano. Harry dirigió una ansiosa mirada hacia Severus que había apartado a Louanne y a su hija bruscamente y examinaba la herida con expresión concentrada.
–Es un corte limpio. –dijo– No será difícil cerrarlo.
El Profesor de Pociones sacó su varita y empezó a pronunciar conjuros, ayudado por Remus.
–Ella te… buscaba. –jadeó Draco– Por un momento… creí que me había… encontrado…
–Cállate Draco –ordenó su padrino en tono molesto– deja las explicaciones para luego.
–… pero… te buscaba… a ti… –prosiguió él sin hacerle el menor caso, mirando a Harry , el gris de sus pupilas oscurecido por el dolor.
–¿Estas… estás hablando de tu tía? –aventuró el moreno sin poder creerlo. Draco asintió– Pero… ¿cómo?
–La puta casualidad… –gruñó entre dientes, recibiendo una mirada contrariada de Severus– …el mercado…
Y no pudo continuar porque Severus había empezado a cicatrizar la herida y el dolor le dejó sin respiración.
–¿Tienes el traslador, Remus? –preguntó el Profesor de Pociones, una vez terminado su trabajo.
El aludido buscó en su bolsillo y le entregó una moneda. Severus negó con la cabeza y Remus comprendió. Sacó un chapa de cerveza de mantequilla del mismo bolsillo y se la entregó. Harry alzó una ceja en dirección al licántropo. ¿Remus con un traslador ilegal? Él le devolvió una de sus amables sonrisas y el joven se encogió de hombros. Poco le importaba si con ello ayudaba a lo que Severeus tuviera en mente.
–Necesito algunas pociones para regenerar la sangre que has perdido –aclaró el Profesor dirigiéndose a su ahijado– Y no pienso dejar que esos burócratas franceses me entretengan en el Ministerio.
Y para el ¿asombro? de las dos mujeres, abrazadas en una esquina de la habitación, al parecer totalmente ignoradas por los demás, el hombre desapareció de la habitación delante de sus narices. A esas alturas de la noche si el mismísimo Presidente de la República apareciera en la habitación, sería capaz ya de impresionarlas.
Harry seguía sosteniendo la helada mano de Draco contra su pecho, contemplando su rostro contraído cubierto por una fina capa de sudor, con una expresión inusualmente airada en sus ojos.
–Mataré a esa desgraciada. Lo juro. –dijo casi en un susurro, si apartar los ojos del rostro pálido de Draco.
–Cálmate, Harry. –intentó apaciguarle Remus.
La fría determinación que leyó en los habitualmente cálidos ojos del último de los Potter, le asustó.
–Si algo le llega a suceder Draco, te juro que no me conformaré con mandarles un Avada a todos y cada uno de ellos. –aseguró con gélida determinación.
–Potter, todavía estoy aquí –dijo la voz apagada pero todavía sarcástica de su compañero– así que haz el puñetero favor de dejar de decir tonterías y de paso, de retorcer mi mano, si no te importa.
–¿Supo que eras tú? –preguntó Harry todavía en el mismo tono tirante.
Draco negó con la cabeza y pareció entonces que la tensión del moreno empezaba a ceder.
–Estas nervioso, Harry. –le dijo Remus en tono calmo, apoyando las manos sobre sus hombros en un gesto apaciguador.
Después, dirigió la mirada hacia las dos mujeres, que contemplaban la escena desde su rincón de la habitación apenas sin un parpadeo. Ya parecían suficientemente asustadas como para oír a Harry profiriendo amenazas de muerte.
–¿Podrían preparar algo de té? –preguntó amablemente– Creo que ayudaría a relajar los nervios.
Marie asintió en silencio y tras hablar con su madre en voz baja, ambas salieron apresuradamente de la habitación con cara de alivio. Un nuevo PLOP anunció que Severus estaba de vuelta, cargado con un pequeño maletín. Remus abandonó silenciosamente la habitación al cabo de un rato, seguro de que las dos muggles necesitaban también ser tranquilizadas. Ya hablaría con Harry más tarde. Cuando entró en la pulcra cocina, la mujer mayor se levantó rápidamente de su silla para servirle una taza de té recién hecho.
–Muchas gracias –dijo sentándose en una de las sillas libres. Sonrió– No deben hacer caso a las palabras de Harry –dijo– La tensión a veces nos hace decir tonterías.
Marie repitió las palabras de Lupin a su madre, en francés.
–Harry ha sido siempre un joven atento y cariñoso –dijo Louanne, mirando fijamente a aquel hombre que le recordaba a un gentleman inglés tomando su té– Al menos desde que yo le conozco. No parecía él. –en realidad ninguno de los dos parecían ellos mismos esa noche, pensó.
Lupin escuchó atentamente la traducción.
–Ama a Draco con todo su corazón. Estaba asustado por la posibilidad de perderle. Eso es todo. –explicó Remus en un tono pausado y tranquilo.
–Esa es otra. Draco. –dijo la mujer frunciendo el ceño– Creímos que era Philippe hasta que de pronto, sin comerlo ni beberlo, apareció ese joven rubio. Pero a nadie más parece sorprenderle.
Louanne había empezado a hablar tan rápido que su hija tuvo que rogarle que se moderara para poder darle tiempo a traducir todo lo que la mujer soltaba como una ametralladora.
–Soy consciente de que cuesta de creer, pero son la misma persona. –Remus no perdía su sonrisa, como si lo que estaba diciendo fuera lo más normal del mundo.
Louanne le miró fijamente, como si quisiera ver mucho más allá de lo que Remus estaba dispuesto a descubrirle y él supo que la única solución a tanta pregunta sería un buen Obliate para ambas. Pero esperaría a hablar con Severus primero. Su técnica era mucho más depurada que la suya. Y a él nunca le había gustado jugar con la mente de los demás. Aunque fueran muggles. Mientras tanto, satisfaría la curiosidad de las mujeres hasta donde le pareciera razonable.
–Después está el asunto de los artilugios que emiten luces con tanta mala leche –prosiguió Louanne, ya envalentonada.
–Varitas. –la interrumpió Remus con cierta diversión en la voz, tras escuchar a Marie– Son varitas.
–Ya, bueno, lo que sea. Y esa mujer,... no entendí lo que decía pero pronunció el nombre de Harry varias veces.
Por primera vez Remus miró con atención a la Sra. Bouchoir.
–¿Usted estaba con Draco cuando sucedió?
La mujer hizo un rotundo movimiento de cabeza, orgullosa, después de que su hija tradujera. Remus esbozó una sonrisa todavía más encantadora.
–Prepara un té maravilloso, Sra. ...
–Bouchoir –aclaró Marie.
–... Sra. Bouchoir. Creo que tomaré otra taza mientras me cuenta lo de esa mujer, las luces con mala leche y cualquier otra cosa que recuerde.
El Obliate tendría que esperar.
El color había vuelto poco a poco al rostro de Draco, tras las pociones que su padrino le había hecho ingerir. Es decir, a su tono pálido habitual, no el que había lucido hasta ese momento. En ese momento dormía y Severus le había dicho que descansara él también. Harry se había tendido junto a Draco, pero su excitado cerebro se resistía a reposar. No dejaba de darle vueltas a todo lo sucedido, preguntándose como tan solo en una semana, sus vidas podían haberse trastocado de esa forma. De vivir tan tranquilos en pleno anonimato, a encontrarse otra vez con todo su pasado ante ellos, desplomándose sobre sus cabezas. Se preguntó si hablar con Bill Weasley había sido un error. Si debiera haberle ignorado y seguido con sus vidas como hasta entonces. En esa perfecta y pacífica inadvertencia del mundo mágico con respecto a ellos. Aunque el precio fuera no volver a ver a Remus y a los demás. Pero si Bella le había identificado en el mercado durante las pasadas semanas, seguramente ahora podrían encontrarse en una situación muy similar. A pesar de que él se hubiera hallado en el restaurante también. Tal vez hubiera sido incluso peor, porque la batalla habría sido más cruenta. Y no habrían tenido la ayuda de Severus después. Eso contando con que siguieran vivos. Y Louanne, Marie,… todos los muggles que se encontraban cenando en ese momento. No quería pensarlo. Lo único que mitigaba algo su inquietud era que Bella no imaginaba que era a Draco a quien se había enfrentado. Por lo poco que había contado su pareja, no la acompañaba nadie conocido, ni su marido o McNair. Parecía que había sido un intento de desahogar el odio que sentía contra él desde hacía tantos años. Tanto como el que él sentía por ella. Ya no tan solo porque le hubiera arrebatado a su padrino. Ahora en su lista también estaba todo el sufrimiento y el dolor que Draco había tenido que pasar por su culpa y la de su marido. Cerró los ojos unos momentos y dejó escapar el aire con fuerza, con un sentimiento de rabia e impotencia. Un ligero movimiento a su lado distrajo sus pensamientos. Unos maravillosos, aunque todavía algo apagados ojos grises le miraban con intensidad. Por primera vez desde hacia horas, su rostro se iluminó con una verdadera sonrisa. Besó su frente con ternura.
–¿Cómo estás?
–Draco hizo un leve movimiento de asentimiento con la cabeza.
–Esta visto que no se te puede dejar solo. –el rubio puso los ojos en blanco– Me has dado un susto de muerte, amor. Cuando no te encontré en el restaurante, temí lo peor.
–El restaurante... –murmuró Draco, cayendo por primera vez en la cuenta de que no sabía exactamente que había pasado tras las puertas de su cocina.
–Mañana iré a echar un vistazo –le tranquilizó él, sin atreverse todavía a confirmarle que su amado restaurante estaba destrozado– Ningún muggle sufrió daño. No grave al menos. Los nuestros están bien. Pierre llamó hace unas horas y aparte del susto, aseguró estar perfectamente. Marie me ha dicho que había llamado a Juliette. Tenía un pequeño ataque de nervios. Pero tampoco estaba herida. Así que en definitiva, aparte de tu espectacular treta para quedarte en la cama –le besó suavemente– debemos alegrarnos de que no haya habido verdaderos daños.
Draco asintió en silencio. Estaba demasiado cansado todavía para hacer más preguntas. Aunque tenía muchas. La mayoría sobre el estado de La Petit Etoile. Pero sabía que Harry no las respondería en ese momento. Así que dejó que le acomodara entre sus brazos y a los pocos segundas estaba nuevamente dormido.
Cuando despertó al día siguiente Harry no estaba junto a él. El reloj de la mesita de noche marcaba las 13.30. Recordaba vagamente a alguien, creía que a su padrino pero no estaba muy seguro, dándole a beber un líquido pastoso y dulce. Se incorporó con la intención de averiguar donde se había metido todo el mundo. Pero cuando ya tenía los pies en el suelo, una enérgica Sra. Bouchoir entró en la habitación con un vaso en la mano.
–¿Qué crees que estás haciendo?
Le empujó suavemente pero con determinación y volvió a cubrirle con la sabana. Draco parpadeó incrédulo.
–¿Qué se supone que está haciendo usted? –preguntó cortante, consciente de que en esos momentos era Draco y no Philippe.
En ese momento la cadena de acontecimientos de la noche anterior estaban un poco borrosos y revueltos en su aturdida cabeza atiborrada de pociones.
–Lo que me han encomendado –contestó la mujer en tono mandón– Bebe.
Draco entrecerró los ojos para observarla, pero la mujer permaneció con una mano apoyada en la cadera y la otra tendiéndole el vaso, sin inmutarse. Después intentó una de sus frías miradas Malfoy, pero la Sra. Bouchoir ni tan solo pestañeó. Al final tomó el vaso de su mano y por el olor supo que era la misma poción de horas antes.
–¿Dónde está Harry? –preguntó, no muy seguro todavía de porque a la mujer no le sorprendía verle con su aspecto original ¿o ya le había visto así la noche anterior? No podía recordarlo con claridad.
–En el restaurante, con los del seguro.
Draco suspiró.
–¿Muy mal? –preguntó.
Louanne no supo que contestar. Harry le había prohibido decirle nada hasta que él volviera. Draco se dio cuenta del gesto inquieto de la mujer.
–Ya veo. –sospechó– Peor que mal.
Y tras un breve silencio.
–¿Y mi padrino?
–Tuvieron que marcharse –explicó Louanne contenta por el cambio de tema– Creo que dijeron a Harry algo sobre clases por la mañana o algo así. Marie fue la que lo oyó. Pero volverán esta noche.
Louanne se había sentado al borde de la cama y le miraba con cara de querer preguntarle algo y no atreverse. Parecía nerviosa. Draco le devolvió la mirada algo molesto. No estaba acostumbrado a que su intimidad se viera invadida de esa forma. Y consideraba que entrar en SU habitación y sentarse en SU cama era invadir esa intimidad.
–Ella... ¿puede volver? –dijo por fin con un rastro de temor en su voz.
Draco se preguntó entonces por qué nadie había borrado sus recuerdos todavía.
–¿A qué se refiere? –interrogó a su vez, como si no comprendiera.
–A si puede encontrarnos aquí. En casa.
Distinguió claramente el miedo en su voz. Le bastaron unos segundos de concentración para percibir los cambios. No parecían algo definitivo todavía, aunque si lo suficientemente poderosos como para evitar sorpresas. Seguramente Harry aun trabajaba en ellos.
–No, no puede. –la tranquilizó.
Claramente la mujer estaba luchando por no echarse a llorar, porque sus ojos se veían demasiado brillantes y Draco empezó a sentirse incómodo.
–Magos. Ese hombre tan amable que acompaña a tu padrino, dijo que erais magos –titubeó– ¿Es... es cierto?
¡Vaya con Remus!
–Y¿qué más le dijo? –preguntó con curiosidad, resistiéndose a la tentación de coger su varita y enviarle un Obliate él mismo.
La Sra. Bouchoir empezó entonces a desahogar todas sus dudas y temores. Y de repente, tomándole completamente por sorpresa, le abrazó echándose a llorar como si fuera la última cosa que fuera a hacer en el mundo.
–Yo no sabía qué hacer… –sollozó la mujer– …pensé que no sabría que decirle a Harry si te pasaba algo... que tal vez me encerraran en la cárcel por no haberte llevado a un hospital...
–L...Louanne... –tartamudeó Draco, rígido, incapaz de manejar aquel torrente de lágrimas– S... Sra. Bouchoir, cálmese.
Pero la mujer seguía aferrada a él, con el rostro escondido en su pecho, mojado su pijama.
–... tu dijiste Harry sabrá que hacer... pero Harry no llegaba... y entonces dejaste de ser Philippe... y la herida no paraba de sangrar...
¡Merlín¿Todo aquel despliegue de sentimentalismo era por él?
–... yo estaba muy asustada en la cocina... creí que esta loca mujer iba a matarme y...
–Sra. Bouchoir... –intentó Draco de nuevo.
–... y no sabía que estaba pasando con Marie... y tú...
Esa mujer necesitaba un borrado de memoria ¡YA!
–... pensé que ibas...
–¡LOUANNE, TRANQUILÍCESE POR FAVOR!
La mujer se calló de repente, pero empezó a llorar con más fuerza. Dándose al final por vencido, Draco le devolvió el abrazo y la dejo llorar cuanto quiso, recordando entonces que eran esos brazos los que le habían envuelto y sostenido a él la noche anterior.
–Louanne –dijo sorprendiéndose a si mismo por el tono cariñoso con que se impregnó su voz– ni Harry ni yo dejaríamos jamás que a usted o a Marie les sucediera nada malo. Me cree¿verdad?
La mujer levantó el rostro y le miró. Por primera vez vio una sonrisa cálida y amigable en aquel nuevo rostro, que le infundió confianza. Tal vez solo fuera que a Philippe, no, a Draco, le costaba un poquitín más mostrar que tenía un corazón tan grande y tierno como el de su querido Harry.
Cuando dos minutos más tarde Harry abrió la puerta de la habitación, no supo si reírse o poner cara de circunstancias. La expresión en el rostro de Draco era todo un poema. El rubio le dirigió una mirada resignada, con un ligero encogimiento de hombros. Qué querías que hiciera, esto me supera, parecía decir. Finalmente, con paciencia y palabras tranquilizadoras, Harry logró separar a la Sra. Bouchoir de un aturdido y descolocado Draco y enviarla a su apartamento para que preparara para el rubio tantas sopas de pollo (la solución universal a cualquier mal) como le diera la gana.
Dos días después del ataque, Harry ya no fue capaz de retener a Draco en el apartamento. Y como se temía, cuando su pareja vio con sus propios ojos como había quedado La Petit Etoile se le había caído el alma a los pies. Aunque sus empleados y el mismo Harry habían limpiado y recogido todo el estropicio, la visión seguía siendo deprimente. No quedaba ni una sola mesa o silla aprovechable, así que las habían sacado y el comedor estaba ahora vacío. Los aparadores que seguían en pie, estaban desiertos. Solo unas cuantas copas y platos habían sobrevivido milagrosamente al desastre en uno de ellos, erguidos todavía con orgullo en sus estantes. Techo y paredes necesitaban una buena capa de pintura que cubriera las manchas de los restos de comida pegados a ellas y otras cuya procedencia ya era imposible adivinar. Y en algunas partes tapar los profundos agujeros que habían quedado como consecuencia de a saber qué maldición. Las pocas lámparas que habían logrado mantenerse en sus anclajes, no tenían una bombilla sana.
–Sólo necesita algunas reparaciones –le dijo Harry, abrazándole– El seguro pagara una gran parte, aunque no todo.
Draco seguía en silencio, contemplando como el sueño que había tardado tanto en construir, había quedado hecho trizas en pocos minutos.
–Lo hicimos una vez y podemos volver a hacerlo –siguió el moreno, buscando su mirada y tratando de animarle.
Draco asintió y se dirigió con paso lento a su cocina. El panorama no era mucho mejor. Los azulejos estaban agrietados o rotos, por los golpes de todos los objetos que se habían estrellado contra las paredes. El cristal de uno de los hornos estaba hecho trizas, y las dos mesas de trabajo cojeaban por diferentes patas. Draco pensó que era un milagro que no se hubiera desplomado sobre la Sra. Bouchoir, mientras estuvo protegiéndose bajo una de ellas. Pequeños electrodomésticos, como batidoras o picadoras estaban amontonados en un rincón, pendientes de ser revisados.
–Tal vez tengamos una sorpresa y alguno todavía funcione –dijo Harry– No he tenido tiempo de comprobarlo.
Draco tenía un nudo en el estómago y otro en la garganta, difícil de tragar. Contempló con tristeza ollas, cazos y sartenes abolladas que se amontonaban en otro esquina, junto a los manteles y servilletas que habían recogido de las mesas del comedor.
–¿Crees que vale la pena? –preguntó con la voz algo rota, hablando por primera vez desde que habían llegado.
–No lo sé. –respondió Harry– Tal vez sería mejor comprarlos todos nuevos. Si hay alguno que todavía funciona, seguramente no tardará en fallar.
–No me refería a eso. –suspiró– Digo si vale la pena reabrirlo.
Harry le miró como si no hubiera comprendido.
–¿Bromeas? –dijo al fin– Tal vez debamos retrasar algo lo del nuevo restaurante, hasta que nos recuperemos de este gasto imprevisto. Londres puede esperar, Draco.
En esos momentos el rostro del rubio era una máscara inexpresiva, como hacía años Harry no recordaba haberlo visto. Difícilmente se podía adivinar lo que estaba pasando por su cabeza.
–¡Oh, vamos Draco! –bromeó, intentando disipar algo de tensión– El maníaco depresivo de esta pareja soy yo. No pretendas robarme el papel. A ti no te queda.
El joven volvió los ojos hacia él, al parecer, sin que las palabras de Harry le hubieran hecho la menor gracia.
–Volverán. –la sola palabra sonó como una sentencia– Ahora ya saben donde estamos. De hecho, donde tú estas.
–Quizá. –admitió Harry– Pero la próxima vez estaremos preparados.
–¿Próxima vez? –repitió Draco con sarcasmo– No voy a permitir que haya una próxima vez para que alguien resulte verdaderamente herido o muerto por mi culpa.
–Que tu tía esté loca no es culpa tuya, Draco. –el rubio permaneció con la vista perdida en algún punto de la cocina– ¿Qué sugieres entonces? –preguntó Harry cruzándose de brazos– Podemos cavar un agujero y escondernos bajo tierra hasta que esos desgraciados hayan muerto de viejos. Aunque para entonces, nosotros tampoco estaremos para muchas alegrías…
Draco le dirigió entonces una mirada enojada.
–Vamos a ver, cariño. ¿Cuándo han sido fáciles nuestras vidas? –insistió Harry.
–¿Durante los últimos cinco años? –respondió él enarcando una ceja con ironía.
Harry suspiró con algo de impotencia. Por lo visto los pensamientos de su compañero habían estado navegando por los mismos rumbos que los suyos. Intuía lo que estaba pasando por la mente de Draco y que seguramente iba a necesitar un pequeño o no tan pequeño empujón para salir del bache.
–No te quejes, Draco. La tuya tardó bastante en torcerse. –le reprendió– Esto es sólo un pequeño contratiempo, –dijo abriendo los brazos para señalar a su alrededor– no un hecho insalvable.
En esos momentos Draco le estaba fulminando con la mirada, pero Harry fingió no verlo.
–Además, hay gente que depende de este restaurante, aparte de ti y de mí. Te recuerdo, por ejemplo, que Marie dejó un empleo fijo en el supermercado donde trabajaba para hacerlo con nosotros. ¿Vamos a dejarlos a todos en la calle?
–Mas vale en la calle que muertos. –contestó Draco cortante, todavía presente en su mente la angustia y el miedo de Louanne Bouchoir.
Harry dejó escapar un bufido desesperado. Asió a Draco por los hombros y le obligó a mirarle.
–Así que ahora vamos a echarlo todo a rodar porque a la desgraciada de tu tía le dio por hacernos una visita. –frunció el ceño– ¡Nadie podía prever que estuviera en el mercado ese día!
–La desgraciada de mi tía puede ser muy convincente, ya lo sabes.
Entonces Harry decidió, como define la expresión taurina, entrar a matar.
–¿Desde cuando un Malfoy no lucha por lo que es suyo?
Si en esos momentos Draco hubiera tenido la varita en la mano, Harry estaba seguro de que habría tenido que defenderse de una agresiva maldición. Tampoco descartaba la posibilidad de acabar sentado en el suelo de un buen puñetazo. Draco tenía ese deseo pintado en la cara, de repente, inusualmente enrojecida. Pero sólo le dio un empujón, separándole de él.
–No es miedo, si es lo que insinúas. –dijo entre dientes– No te atrevas a…
–Sé que no lo es. –se apresuró a aclarar levantando las manos en un gesto pacífico– Aunque el miedo no es malo, Draco. Agudiza nuestro instinto de supervivencia. Te mantiene alerta e impide que te relajes. Y eso precisamente, es lo que nosotros hemos hecho. Relajarnos demasiado.
Draco no respondió. Pero siguió mirándole con ganas de estamparle el puño en la cara.
–Nuestro error fue confiarnos. –prosiguió Harry– Quiero decir, que nunca pensamos que pudieran encontrarnos en el mundo muggle. No protegimos el restaurante, ni tan siquiera nuestro apartamento. Incluso me convenciste de levantar tu hechizo de protección. Y todo para que no pudiéramos ser encontrados, facilitándoles cualquier rastro mágico.
Draco todavía parecía enfadado, así que Harry prefirió seguir con su discurso de lejos, donde su integridad física no peligrara.
–Pero, tengo la solución. Le he estado dando muchas vueltas durante estos dos últimos días.
Ahora Draco no pudo evitar mirarle con curiosidad, perdiendo por unos momentos la expresión enojada que estaba dispuesto a mantener hasta que Harry se disculpara por su absurda insinuación.
–¿Qué hacemos cuando queremos proteger un lugar mágico a ojos de los muggles? –continuó en el mismo tono que usaría un profesor impartiendo una clase a un alumno con el que hay que tener mucha paciencia– Lo ocultamos utilizamos el hechizo que lo convierte en un lugar desastroso, en ruinas o sencillamente asqueroso para que no sientan la tentación de acercarse –Draco le miró con más intensidad. Harry sabía que ahora tenía toda su atención– Sólo es cuestión de hacer el hechizo al revés. Ocultaremos La Petit Etoile a cualquier mirada que no sea muggle. Si un mago, pongamos nuestra querida Bellatrix volviera, solo verá el restaurante en el estado en que se encuentra ahora. Pensará que lo hemos abandonado. Y lo mismo podemos hacer en Londres después.
Draco permaneció en silencio todavía unos minutos y Harry esperó pacientemente su reacción.
–¿Qué cantidad vamos a poder conseguir del seguro? –preguntó al fin Draco, todavía inexpresivo.
–El 60, aproximadamente –respondió Harry, ya casi seguro de que el rubio estaba claudicando.
Acortó distancias, cautelosamente. A veces, cuando las serpientes parecían más tranquilas, atacaban por sorpresa.
–De todas formas esto necesitaba una remodelación –dijo Draco iniciando un pequeño masaje en las sienes.
–¿Dolor de cabeza? –preguntó Harry.
Él asintió. El moreno le dio un beso en la frente y por fin le abrazó.
–Sólo has revivido viejos y desagradables recuerdos. Eso es todo. –susurró– Nos asusta que algo malo pueda suceder a la gente que nos rodea. Gente que no tiene nada que ver con nuestro pasado y nuestros problemas. Pero lo afrontaremos. Juntos. No dejaremos que se salgan con la suya. No dejaré que Bella acabe con tu sueño, amor.
Draco se relajó por fin y se dejó llevar por la ternura que siempre encontraba entre aquellos brazos. Ahora sabía que tenía lo que había estado necesitando desde que había recibido la primera y deprimente imagen del estado en que había quedado el fruto de sus esfuerzos. Del de ambos. El sosiego que solo Harry era capaz de darle. Del único de quien él era capaz de aceptarlo.
–No me dejes nunca, Harry –dijo, sin saber exactamente porque necesitaba decirlo.
Harry sonrió contra su mejilla.
–Nada puede separarme de ti, mi vida. –dijo con seguridad– Absolutamente nada.
Draco deseó creerle cuando buscó sus labios, sin poder evitar verter en aquel beso toda la inquietud y la ansiedad que sentía en aquellos momentos, deseando con toda su alma que Harry no se equivocara y que aquel mal presentimiento que atenazaba su alma desde que Bellatrix Lestrange había invadido nuevamente su vida, no fuera más que el producto de viejos y desagradables recuerdos, tal como Harry había dicho.
Que los dos jóvenes no volverían tan pronto como habían prometido fue acogido con decepción en Inglaterra, por parte de todos los que se morían de ganas de abrazar a Harry otra vez. Y el motivo por el que no lo hacían les llenó de preocupación. Remus le había suplicado a Harry, que lo hicieran para ponerse bajo la protección de la Orden. Pero ninguno de los dos estaba dispuesto a regresar hasta que solucionaran todo lo que tenían entre manos en París. Habían tomado medidas, dijeron. No había de que preocuparse. El Profesor Dumbledore le mandó también un mensaje diciendo que si insistían en quedarse, enviaría a algunos miembros de la Orden para protegerles y Harry le devolvió otro diciendo que si se atrevía a hacerlo sin su consentimiento, el cual dicho de paso no pensaba darle, se preparara a recibir el howler más vociferante que jamás se hubiera oído en el Gran Comedor de Hogwarts en toda su historia y que probablemente el próximo restaurante lo abrirían en la China, donde los magos solo se ocupaban de sus propios asuntos.
Mientras esta vez era Draco quien perdía los nervios entre pintores, electricistas, y papeleos diversos, Harry se dedicó a levantar todas las protecciones habidas y por haber tanto en su hogar como en su negocio, protegiendo al mismo tiempo a sus empleados.
Habían decidido seguir adelante con la reapertura del nuevo local que habían adquirido, ya que el primitivo La Petit Etoile necesitaba demasiada inversión para volver a funcionar. Así que ya no iba a haber traspaso y el proyecto londinense tendría que esperar. La apertura hubiera sido mucho más rápida si hubieran podido utilizar magia en todos los arreglos. Pero necesitaban las facturas de los industriales correspondientes, para que emitieran los certificados necesarios para pasar la inspección de sanidad que les permitiera reabrir. Así que todo se hizo al estilo muggle, como la primera vez, para desespero de Draco que no veía el momento en que todos se pusieran de acuerdo para entregarles el último papel y poder abrir por fin.
Cuatro meses después del ataque, el nuevo La Petit Etoile, que ya no era tan pequeño, empezaba a funcionar. Draco, que había aborrecido la sopa de pollo para el resto de su vida, ponía a prueba nuevamente el aguante de sus nervios con la Sra. Bouchoir, aunque para ser sinceros, la nueva versión de Louanne Bouchoir era mucho más "pacifica". Y tal vez era precisamente eso lo que ahora alteraba los ánimos del rubio. Noah Gérard, el compañero de Draco, se había incorporado a la plantilla y parecía llevarse divinamente con la parlanchina casera de los jóvenes y al poco tiempo, algo más que bien con su hija Marie. Draco le había dado unos consternados golpecitos en la espalda y había dicho:
–No sabes dónde te metes, amigo.
Para recibir inmediatamente después una cariñosamente amenazadora mirada de Louanne. No, definidamente su casera no era ya la misma. Lo que no tenía muy claro era si debía alegrarse de ello. Sobretodo cuando al cerrar algunas noches, una vez Pierre y Noah ya se habían marchado después de que ella insistiera en acabar con la limpieza, se sentaba cómodamente en uno de los taburetes y dirigía una encantadora sonrisa al cocinero.
–Por favor, Draco… –rogaba.
En un primer momento él fingía no oírla. Pero tras su insistencia tomaba aire resignado, sacaba la varita de su bolsillo sintiéndose como una mago de feria muggle y empezaba el espectáculo de la "limpieza mágica". Louanne seguía casi sin respirar cada movimiento de su mano y el de los objetos que Draco manejaba a su antojo con destreza, fueran ollas o huevos. Al final, aplaudía entusiasmada prometiendo que no se lo volvería a pedir hasta al menos pasado un mes. Después se marchaba contenta y feliz, sabiéndose poseedora de un gran secreto, dejando a Draco consciente de la sonrisa de Harry detrás de la puerta, quien la atravesaba pocos minutos después simulando que no sabía nada de lo que pasaba en esa cocina algunas noches.
A mediados de Mayo, yo no quedaban muchas excusas para seguir retrasando su prometida vuelta a Inglaterra.
REVIEWS
Snuffle's Girl.- Bueno, como has visto tu Drakito está razonablemente bien, así que por el momento dejaré lo de preparar mi última voluntad para próxima ocasión. Y que conste que las amenazas en mi no surgen efecto. Lo que está en mi cabecita, acabaré en el papel, sea lo que sea, je, je... Muchos besos para ti también y gracias por seguir leyendo.
Serendipity.- Hola guapa, me alegro de que estés mejor. Ya leí tu capítulo y espero que para el próximo no tardes tanto ¿eh? Querrá decir que estás en forma. Muchos besos.
Ladyelizabethblack.- No soy mala de verdad (estoy poniendo una cara de buena que asusta). Y no quiero suicidios sobre mi conciencia, je, je... que yo también soy joven para tener que vivir con eso. Y Remus es un encanto de hombre, pobrecito mío, no digas que no. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Inocent Muggle.- ¡Menos mal! Alguien que piensa en mandarle una imperdonable a Bellatrix y no a mí! Gracias, gracias, gracias. Por fin alguien comprende que la mala es ella y no yo. Muchas gracias por estar todavía ahí. Besos.
Diabolik.- Si, ya has visto que Draco está bien. Nunca pensé en nada que no fuera más que un sustito. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Riku Lupin.- No, no te quiero matar. Ni a ti ni a nadie XDDDD! Y hasta la fecha a los niñitos tampoco. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Audrey.- ¡Chiiii¡Me encanta ser una caja de sorpresas! Todavía tengo algunas preparadas... Y tienes razón, a partir de ahora vendrán más tormentas que calma. Gracias por seguir leyendo. Besos.
OlgaxTomFelton1.- No te asustes Olga. Ya has visto que no fue mucho. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Gaby.- No sé Rowling, pero te aseguro que al menos yo, algo haré con Bellatrix. Todavía no sé qué, pero algo... Gracias por seguir leyendo. Besos.
Lios.- Hola Lios, me alegro de que te haya gustado tanto. Tienes que haberte pasado un buen rato delante del ordenador si te lo has leído todo seguido... En cuanto a tus preguntas, no tengo un día fijo para actualizar, pero suelo hacerlo cada dos semanas más o menos. Si, hay una alerta que avisa de las actualizaciones de los autores, pero tienes que inscribirte en No sé si tú lo estás, porque tu comentario es anónimo. Muchas gracias por tu comentario y espero que sigas leyendo. Besos.
Alba.- Gracias por lee, Alba. Besos.
Adarae.- Ya ves, es su destino. Besos.
