Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.

Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.

Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.

Siento si parece que el capítulo queda un poco colgado al final. En realidad formaba parte del siguiente, pero como siempre, se me hizo muy largo y dividí.

CAPITULO XVI

Vuelta a casa

Unos ojos color miel algo aburridos y con un punto de exasperación en la mirada volvieron a posarse por enésima vez en la larga cola que todavía les precedía. "Hacer cola" no estaba previsto en ninguno de los genes Malfoy. Trataba de lidiar al mismo tiempo con la ineptitud francesa de poner solamente una chimenea a disposición de los que querían viajar hasta Inglaterra y de quitar de la cabeza a Harry absurdas ideas sobre donde dormir aquella noche y seguramente las siguientes.

–No vamos a quedarnos en La Madriguera –dijo otra vez, tajante.

–Sólo hasta que encontremos algo que nos guste –intentó convencerle Harry– De hecho, los Weasley han sido muy amables ofreciéndonoslo.

–He dicho que no. –respondió con firmeza.

–¿Con Ron y Hermione, entonces? –tentó Harry poniendo cara de ángel.

Draco le dirigió una mirada de "estas loco o es que me conoces poco" y ni siquiera se molestó en contestarle. Harry dejó escapar un suspiro derrotado. Habían estado discutiendo el tema durante la última semana y todavía no habían logrado ponerse de acuerdo.

–No seas testarudo, Philippe. ¿Qué te cuesta aceptar la hospitalidad de los Weasley por un par de días? –Draco no contestó. Se limitó a barrerle con la mirada– Porque yo no pienso ir a Hogwarts para dormir en una mazmorra sombría y húmeda.

–A Remus no parece importarle... –dijo Draco para picarle– Por otra parte, las habitaciones de mi padrino no son ni húmedas ni sombrías.

–No quiero ir a Hogwarts, Philippe –esta vez fue él quien se mostró determinado a no bajar del burro– Llevo diciéndotelo toda la semana.

–No entiendo porque –dijo el rubio– Al fin y al cabo Remus está allí.

Y– Dumbledore también. ¿Tengo que volver a explicártelo?

De todas las personas que Harry deseaba volver a ver o abrazar, la última en su lista era el Director de Hogwarts. A él todavía no le había perdonado. Y no le apetecía tener que agradecerle su hospitalidad mientras buscaban una casa donde alojarse cuando estuvieran en Inglaterra, ni darle la oportunidad de meterse en su vida de algún modo, otra vez. Además, no pensaban quedarse allí de forma permanente. Así que cuantas menos oportunidades tuviera Dumbledore de interferir, mucho mejor.

Tras dos horas de lenta desesperación, Draco salió por fin de la chimenea al Ministerio de Magia inglés con la misma elegancia que si tan solo hubiera atravesado una puerta. Y Harry trastabilló como si al pasar la misma puerta le hubieran dado un empujón.

–No me avergüences Potter... –murmuró con ironía– ... ya tienes edad para saber salir de una chimenea.

Harry iba a contestar algo sarcástico, pero la sensación que le invadió al pisar otra vez el Ministerio fue más fuerte que las ganas de la mordacidad que iba a soltarle a Draco. Parecía que nada había cambiado. El mismo techo azul ultramar con aquellos brillantes símbolos dorados que no paraban de moverse. Las paredes cubiertas con los plafones de madera oscura y lustrosa, en los que se empotraban a derecha e izquierda las dos largas hileras de chimeneas revestidas de dorado, a juego con los símbolos del techo. Y en medio del vestíbulo, la inefable fuente con el grupo escultórico en el que, avergonzado, Harry comprobó que seguía habiendo una figura más: la suya. El brujo de aire venerable que una vez apuntó altivo al aire con su varita, había descendido un escalafón para situarse al mismo nivel que la encantadora bruja sonriente, el centauro, el goblin y el elfo doméstico. Ahora la figura más alta de la gran pila circular era un muchacho de unos diecisiete años cuyo rostro esbozaba una sonrisa tímida, mirando tras sus gafas redondas a las figuras reunidas a su alrededor. Su pelo simulaba ser alborotado por una ráfaga de aire, de forma que su frente quedaba descubierta para mostrar una cicatriz en forma de rayo cuidadosamente cincelada. Harry se contempló a si mismo con un mohín de desagrado. Pensó que al menos habían tenido la decencia de no hacer brotar agua de ninguna parte de su cuerpo. Ni siquiera de su varita, que sostenía en posición de reposo, dando a entender que el trabajo ya estaba hecho.

–No recuerdo que nunca me mencionaras esta…obra de arte.

La voz de Draco tenía un deje entre sorprendido e irónico y Harry no quiso mirarle para no ver la cara que estaría poniendo.

–¡Ni un comentario! –gruñó antes de darle la oportunidad a su pareja de explayarse a su costa– Ya es suficientemente vergonzoso verme ahí como un pasmadote alelado.

–No sé porque te disgusta tanto, amor. –murmuró muy cerca de su oído–Te ves realmente adorable. Aunque para mi gusto esa bruja te mira con ojos demasiado…

Draco no pudo terminar su frase, porque la alegre voz de Arthur Weasley interrumpió lo que fuera que iba a decir.

–¡Harry¡Por fin! Creí que no ibais a llegar nunca. –estrechó con fuerza la mano de ambos jóvenes– De hecho la red floo hoy está un poco colapsada. –se excusó.

–Lo hemos notado –farfulló Draco entre dientes.

–¿Qué tal Sr. Weasley? –dijo Harry tratando de recuperar su mano.

–Oh, fantástico, fantástico. Aunque Molly se ha sentido un poco decepcionada al saber que no ibais a quedaros con nosotros. –añadió con un deje de desilusión.

–¿De veras? –preguntó alzando una ceja en dirección a Draco, quien sonrió demasiado candorosamente para su gusto.

–Dobby lleva horas dando vueltas por aquí, –siguió explicando el Sr. Weasley– esperando para recoger vuestro equipaje y llevarlo a Hogwarts. ¡Nunca he visto a un elfo más nervioso!

–La verdad es que tampoco hemos traído tanto equipaje. –dijo Harry mientras dirigía una mirada claramente asesina a su pareja.

Draco se limitó a meter las manos en sus bolsillos con un gesto indolente.

–Mañana a las 11.00 habrá una reunión de la Orden en el despacho del Profesor Dumbledore –explicó el patriarca Weasley bajando la voz– Todos están ansiosos por verte, Harry. –sonrió risueño– Aunque supongo que el mismo Dumbledore te lo dirá esta noche.

La mirada de Harry a Draco en ese momento incluyó una retorcida tortura antes del asesinato y el rubio supo que tenía problemas. La irrupción de Dobby en escena logró por unos momentos distraer al Gryffindor de los poco saludables pensamientos que en esos momentos cruzaban su mente con respecto a Draco.

–¡Harry Potter¡Señor! –chilló exaltado y nervioso.

–Hola Dobby. Me alegro de verte.

Al excitado elfo parecía que se le iban a salir sus inmenso ojos azules de las órbitas.

–¡Dobby también se alegra, señor!

–¿Cómo va todo? –preguntó Harry amablemente, dándole unos golpecitos en la encorvada espalda.

Dobby parpadeó extasiado, pero antes de que pudiera volver a hablar lo hizo Arthur Weasley, algo impaciente.

–Vamos, chicos. Prometí a Ron y a los demás que no os dejaría escapar cuando llegarais. Se mueren por verte, Harry.

–Philippe, –dijo Harry volviéndose hacia Draco con fingida amabilidad– ¿te importaría arreglar lo del equipaje con Dobby? –y bajando la voz– Al fin y al cabo pareces saber mucho mejor que yo donde vamos a dormir esta noche.

Y le dirigió una sonrisa cargada de oscuras promesas, mientras el Sr. Weasley ya le empujaba en dirección a la doble puerta dorada, al fondo del vestíbulo. Draco se quedó plantado delante de la chimenea de la cual habían salido, todavía con las manos en los bolsillos, contemplando con expresión absorta la estatua de su pareja, rumiando cual sería la mejor manera de explicárselo a Harry sin morir en el intento.

Las colas delante de los veinte ascensores eran moderadamente largas, formadas por brujas y magos con aire de estar muy ocupados e impacientes por llegar a sus destinos. Eligieron una cola al azar y esperaron.

–¿Por qué no te quitas las gafas, Harry? –susurró el Sr. Weasley– No te preocupes, yo te llevo. –y tomándole del brazo añadió– Los de la sexta planta (Dpto. Transporte Mágico entre otras cosas), recibieron el comunicado de que llegabas hoy. Gentileza del Ministerio Francés. –el Sr. Weasley hizo en este punto una mueca despectiva– En definitiva, los de la sexta informaron a la secretaria de Fudge hace un par de horas. Y el Ministro tiene mucho interés en hablar contigo en cuanto llegues.

Harry se guardó sus lentes en el bolsillo, mientras instintivamente se aplastaba el flequillo sobre la frente. Después del incidente en París y de la intervención de los aurores franceses, el tranquilo anonimato del que disfrutaban y que pretendían seguir disfrutando en Inglaterra, se había ido al traste.

–Sin embargo, –continuó susurrando Arthur Weasley– el Profesor Dumbledore me ha pedido encarecidamente que impida dentro de lo posible ese encuentro. –Harry frunció el ceño– Me mataría si supiera que estás deambulando por aquí en lugar de ir directamente a Hogwarts, tal como ha recomendado –el Sr. Weasley sonrió– Pero peor es que te maten tus hijos y tu nuera ¿no?

Harry sonrió con comprensión, porque él planeaba estrangular a cierto rubio en cuanto se encontraran a solas. Con un gran estrépito metálico el ascensor paró delante de ellos y Harry no pudo evitar pensar que ya iba siendo hora de que alguien se decidiera a engrasarlos. La reja dorada se abrió y el Sr. Weasley le condujo discretamente a su interior, mezclándose con el resto de la gente. Apiñados en aquel reducido espacio, presidido por un silencio incómodo, Harry no se atrevió a preguntarle a donde iban. Ron trabajaba en la séptima planta, en el Departamento de Juegos y Deportes Mágicos. Pero cuando las puertas del ascensor se abrieron en ese piso, el Sr. Weasley no se movió. Bueno, tal vez en la quinta, donde trabajaba Hermione, en el despacho de la Corporación Internacional de Legislación sobre Magia, dentro del Departamento de Cooperación Brujointernacional. Pero también lo pasaron de largo.

–Segunda planta. –dijo a los pocos minutos la voz neutra de mujer que anunciaba todas las paradas– Departamento de Brujojusticia con los despachos de la Dirección General de Control del Uso Indebido de la Mágia, la Unidad de Aurores y el Servicio de Administración del Wizengamot.

Desde los quince años, Harry nunca había podido dejar de sentir un escalofrío cada vez que oía la palabra Wizengamot. La ligera presión de la mano del Sr. Weasley en su brazo le indicó que iban a salir.

–¿Vamos a su despacho? –preguntó.

El Sr. Weasley asintió.

–Creo que hay una pequeña reunión familiar allí. –dijo con una amplia sonrisa.

Harry pensó que como no hubieran lanzado un hechizo de expansión, había muy pocas probabilidades de que cupieran más de tres personas en el pequeño cubículo al que Arthur Weasley llamaba despacho. Al menos por lo que él podía recordar. Tras un interminable recorrido de corredores, por fin llegaron a su destino.

–Me temo que las cosas no han mejorado mucho desde la última vez que estuviste aquí. –dijo el Sr. Weasley cediéndole el paso a la puerta con la placa de latón que anunciaba "Unidad de Control del Uso Indebido de Objetos Muggles", que seguía tan deslustrada, ahora incluso algo picada, como la última vez que Harry la había contemplado.

Al punto que atravesó la puerta, un coro de exclamaciones de alegría inundó el pequeño despacho y tres pares de brazos ansiosos se cernieron sobre él, abrazándole, o más bien estrujándole, dejándole sin respiración.

–Chicos, chicos, –jadeó– dejad al menos que me ponga las gafas.

Logró por fin sacarlas del bolsillo y ponérselas, de forma que pudo enfocar claramente a Ron y Ginny Weasley y a Hermione Granger parados frente a él, luciendo nerviosas sonrisas en sus rostros. Y algunas lágrimas en el de Hermnione también. Arthur Weasley cerró la puerta del despacho, consiguiendo que el ambiente se sintiera aún más claustrofóbico.

–Estas… estas… –balbuceó Hermione que al fin no pudo evitar dejar escapar el sollozo que intentaba retener en su garganta, y se abrazó a su amigo sin poder terminar la frase.

–Estás magnífico. –acabó Ginny por ella y se colgó de su cuello dando pequeños saltitos nerviosos, mientras estampaba a besos su mejilla.

–Bueno, bueno, ya está bien. –intervino Ron sin mucho éxito– ¡Dejadle respirar!

Las dos jóvenes se apartaron lo suficiente como para que Harry pudiera extender su brazo y estrechar la mano que le ofrecía su amigo.

–¡Bienvenido, Harry! –dijo el pelirrojo con entusiasmo.

–Gracias Ron.

Harry empezaba a sudar, con la molesta sensación de la camisa pegándose a su cuerpo, ya fuera por las dimensiones del despacho y tanta gente en él, por los apretados abrazos o por los nervios de volver a ver a sus amigos y recibir una bienvenida más calurosa de la que realmente esperaba.

–¿Cómo anda todo por aquí? –preguntó, descubriendo de pronto que no sabía que decirles.

Había estado tan ocupado y preocupado con todo lo sucedido en París, y después con la apertura del nuevo restaurante, reencontrándose con Remus y con sus sentimientos con respecto a él, preparando su viaje, intentando explicarle a Louanne porqué necesitaba irse, jurando por todas sus Vírgenes que volverían para que no hiciera un drama, animando y discutiendo con Draco,... Tan centrado en la vida que ahora tenía que en realidad no se había preparado para ese momento. No había pensado en cómo sería reencontrarse con la vida que había dejado atrás o qué sentiría al volver a ver a sus amigos después de cinco largos años. Parecían tan iguales y tan distintos a la vez. Se dio cuenta del dolor que había causado cuando vio las lágrimas de Hermione, y comprendió que no eran solo de alegría por volver a verle. Y el mudo reproche en el fondo de los azules y transparentes ojos de Ron, a pesar de su sonrisa sincera. El que jamás pronunciaría. La leal camaradería de Ginny, que le guiñó un ojo para expresarle que ahora todo volvía a estar bien. Los cuatro se miraron alternativamente, sin perder las sonrisas, pero sin saber muy bien cómo empezar. Cinco años de amistad en blanco no invitaban precisamente a la confianza de a hablar libremente sobre añoranzas y sentimientos sin antes un pequeño entrenamiento emocional.

–Parece que abristeis la caja de Pandora ahí en París –habló por fin Ginny, decidiéndose por el tema "profesional" antes que seguir con el incómodo silencio que había seguido a la pregunta de Harry– La cosa anda algo revuelta desde entonces. Los ataques no han dejado de sucederse. –su padre le echó una mirada enojada– ¿Qué? Tarde o temprano va a enterarse. –se defendió.

Harry frunció el ceño.

–¿Esas eran las prisas de Fudge por verme? –inquirió en dirección al Sr. Weasley.

–No oficialmente al menos. –respondió Hermione en su lugar con la voz algo tomada.

Todavía seguía abrazada a Harry y sin intención de querer soltarle. La joven necesitaba sentir el contacto físico de su amigo para confirmarse a si misma que realmente Harry estaba allí después de todos esos años. Después de tantas noches en blanco, preguntándose en qué se habían equivocado; de sentir la inquietud que la carcomió durante tanto tiempo por no saber cómo y dónde se encontraba; de lidiar con la decepción y la tristeza de que no hubiera recurrido a Ron y a ella cuanto se sintió tan herido; de que no les hubiera dado la oportunidad de explicarle; de tener la sensación de que años de amistad en los que los tres se habían apoyado incondicionalmente haciendo frente común en todo, en los que muchas veces no habían sido necesarias las palabras para saber cuando era necesario bromear, mimar o animar para ayudarse a seguir adelante en los momentos difíciles, de pronto se hubieran deslizado como valioso y delicado cristal en manos torpes, estrellándose en el corazón de uno de ellos, y esparciendo los pedazos del corazón de todos en diminutas esquirlas que todavía seguían recogiendo. Hermione había llorado al reencontrarse con su amigo. De felicidad y al mismo tiempo por los años perdidos.

–En teoría es para dispensarte una bienvenida oficial –continuó dominando por fin su voz– y ratificar ante la opinión pública que en estos años de ausencia nada ha tenido que ver el Ministerio, sino que ha sido por asuntos personales tuyos y que tus relaciones con el Ministro siguen siendo tan estupendas y cordiales como siempre.

–Incluso ha hecho venir a un fotógrafo y a un periodista de El Profeta para plasmar el momento. –dijo Ginny– Me lo ha dicho hace apenas media hora su secretaria. Susan Bones¿la recuerdas?

Harry bufó con desagrado. Llevaba media hora en Inglaterra y ya le estaban entrando ganas de irse.

–Nadie entendió muy bien porque te fuiste, Harry. –dijo Ron con cierto apuro.

Al principio le había sido difícil entender el porqué Harry se había marchado. Ron no era una persona complicada. No tenía vueltas ni dobleces, y con ese talante sincero y llano le costaba a veces entender las reacciones imprevisibles de otras personas, cuando éstas no encajaban en lo que él consideraba una pauta de normalidad. Pero lo que si tenía era un pronto de carácter especialmente irascible. Descargó su furia contra Snape, porque era lo más fácil, lo más familiar, culpabilizándole de todo el problema por su falta de tacto en una infantil rabieta que solo sirvió para empeorar su relación con el Profesor de Pociones, que nunca había sido demasiado buena. Por las noches, había enjuagado silenciosamente las lágrimas de Hermione, guardándose la tristeza que él mismo sentía por el hecho de que su mejor amigo se hubiera sin ni siquiera mirar atrás. Ron se había sentido profundamente dolido. Bebía incomprensión y culpa mezclados en una coctelera que él mismo agitaba una y otra vez, hasta dejar que el revuelto se le subiera a la cabeza y estallara la resaca de sentimientos que nunca había sido muy hábil en expresar. Había echado de menos a su amigo más de lo que jamás podría confesarle.

–Nos hicieron buscarte hasta debajo de las piedras. –intervino Ginny, quitándose su túnica de auror, al parecer sofocada también por el asfixiante calor del pequeño despacho– Así que al final, aprovechando el hecho de que habías pasado casi un mes en San Mungo después de lo de Malfoy en aquellas oficinas, Fudge hizo emitir una nota oficial diciendo que por motivos de salud habías decidido retirarte y tomarte una larga temporada de descanso.

–Aunque extraoficialmente nuestro Ministro siguió moviendo todos los hilos a su alcance para tratar de encontrarte. –dijo el Sr. Weasley– Incluso lo intentó con Dumbledore.

–Y sinceramente, Harry, me alegro de que le hayas dado por el culo durante estos cinco años. –añadió Ginny, ganándose otra mirada reprobadora de su padre.

–¿Por qué diablos tenía que politizar mi vida de esa forma? –se quejó él, intentando no demostrar cuan indignado se sentía en ese momento.

–Por que eres nuestro héroe.–afirmó Hermione con una sonrisa– Su héroe, en realidad, ya que cualquiera que le escuche acabará por llegar a la conclusión de que eres una especie de propiedad del Ministerio.

Ginny soltó una carcajada ante la expresión de horror que puso Harry. La misma que recordaba haber visto en su rostro el día que descubrieron su estatua en la fuente del atrio. Su padre consultó su reloj con gesto nervioso.

–Tal vez deberíamos ir pensando en irnos –dijo– Mañana habrá tiempo de hablar de todo esto. Er… Harry… –el aludido volvió el rostro hacia él– Tal vez a Philippe y a ti no os importaría pasar un momento por La Madriguera… Molly está deseando verte.

–Y quedaros a cenar. –añadió Ginny con entusiasmo– Estoy segura de que mamá ya ha preparado algo.

Harry sonrió.

–Por supuesto, Sr. Weasley. Será un placer.

Harry encontró a Philippe dando vueltas aburrido alrededor de la fuente y no demasiado contento de verse rodeado de aurores transitando arriba y abajo del atrio continuamente. Tras abandonar el Ministerio sin que Fudge consiguiera su objetivo, viajaron nuevamente por la red floo hacia la chimenea de La Madriguera para dejarse ahogar entre los brazos de una llorosa y emocionada Molly Weasley. Esta vez Harry se aseguró que su salida fuera perfecta. No iba a darle el gusto al rubio. El Sr. Weasley y los demás les siguieron poco después por separado, para no levantar sospechas.

Ya sentados en el salón y mientras la Sra. Weasley les servía unos refrescos, Hermione no podía dejar de mirar a su amigo, ahora con más calma, sin poder creer lo que Harry había cambiado. Después de cinco años parecía otra persona. Había ganado algunos kilos, los justos para que aquella delgadez que le daba ese aspecto de muchacho eternamente desvalido se hubiera esfumado. Llevaba el pelo algo más largo, lo suficiente como para que los negros mechones se enredaran en desorden, cada uno por su lado. Hasta su forma de vestir era diferente. En eso sospechaba que debía tener mucho que ver Philippe, que lucía impecable. Su manera de hablar, ahora con un leve deje en algunas de sus palabras tenía un aire más reposado, más firme. Y el verde de sus ojos le parecía más intenso de lo que ella recordaba. Había esperado encontrar a su amigo algo nervioso o trastornado por lo sucedido en su restaurante semanas atrás. Sin embargo, habló del tema quitándole importancia. No parecía excesivamente preocupado. Tenía la sensación de que el Harry que se había ido cinco años atrás había desaparecido en algún momento en París, para dejar paso al joven sereno y seguro de si mismo que tenía enfrente. Realmente parecía que la vida no le había tratado mal lejos de allí, de los suyos. Sin lugar a dudas Harry se las había apañado muy bien sin ellos durante todo ese tiempo y en alguna parte de su corazón, a Hermione le dolía que hubiera sido así. Dirigió entonces la mirada sobre Philippe, sentado a su lado, quien permanecía en silencio. Sólo asintiendo en alguna ocasión a las respuestas que daba Harry a las innumerables preguntas con que le habían estado acribillando. Amable, pero tan frío y distante como le recordaba. Aunque si seguían juntos, algo debía tener para Harry que ella era incapaz de ver. Y se preguntaba qué podía ser.

Harry no les había reprochado nada. Ninguno de ellos había estado demasiado seguro de la reacción de su amigo cuando volvieran a verse. Y de todos, Ron era el que se había sentido más aliviado. En esos momentos mantenían una entusiástica charla sobre Quidditch y repasaban todos los recortes que el pelirrojo había ido guardando desde la carta enviada a través de Hedwig, junto con las clasificaciones y toda la información sobre la marcha de la liga que el pelirrojo guardaba en su despacho. Hablar de Quidditch con Harry le daba la seguridad suficiente para tratar de reencontrarle y convencerse a si mismo que el amigo que había extrañado seguía estando ahí.

A parte de que sabía que cuando estuvieran a solas tendría que enfrentarse al enfado de Harry, por muy buenas que fueran sus razones, lo que incomodaba en ese momento a Draco era la penetrante y poco disimulada mirada que Granger mantenía sobre él. Tenía la sensación de estar siendo cuidadosamente analizado por la sabelotodo amiga de Harry. No tenía demasiado claro el porqué, pero se inclinaba por pensar que no le caía demasiado bien a la joven. Claro que si supiera quien era en realidad podría ser mucho peor. A parte de esa primera cena al principio en casa de Harry, en la que se había mostrado muy amable, entusiasmada de hablar con alguien que pudiera compartir su interés por el arte, su actitud posterior con respecto a él había cambiado. Sospechaba que desde el momento en que Harry le había dado el pasaporte a Neal y le había presentado a él como su nueva pareja. Parecía que a la joven no le había gustado demasiado la manera en que había entrado en la vida de su amigo, entre otras cosas, porque los dos habían sido bastante evasivos en darle explicaciones y Hermione no soportaba no llegar al fondo de las cuestiones que la preocupaban. Y Harry era una cuestión por la que se preocupaba. Que alguien saliera de no se sabía donde y pasara a formar parte de la vida de su amigo de un dia para otro, no era algo que Hermione Granger aceptara fácilmente. No soportas que algo escape a tu control¿eh Granger, pensó Draco devolviéndole una sonrisa tan inocente como fue capaz.

A pesar de la insistencia, declinaron la invitación de quedarse a cenar, tras la opípara merienda que Molly había preparado, prometiendo hacerlo antes de volver a Paris otra vez. Ya era tarde cuando entraron en la chimenea de los Weasley para salir en la de las habitaciones de Severus y Remus. Pero ellos no estaban. Encontraron una nota en la repisa de la chimenea disculpándose por su ausencia. También les decían que ya que se habían perdido la cena en el Gran Comedor, la encontrarían preparada en la sala y que se instalaran en la habitación donde Dobby había dejado su equipaje.

–¿Cuánto tiempo vas a seguir ignorándome? –preguntó Draco por fin, harto de que Harry actuara como si no hubiera nadie más en la habitación.

–Tú pareces haber ignorado todas las razones que expuse para no querer venir aquí. –contestó Harry sin mirarle, mientras dejaba su pijama preparado sobre la almohada.

Draco frunció el ceño ante el hecho de que Harry pensara usar esa prenda para dormir esa noche.

–Creo que Granger me odia –dijo dándose por enterado y sacando también el suyo de la bolsa de viaje.

Harry le miró como si sólo estuviera informándole de algo obvio.

–No más que yo en este momento. –respondió cortante.

–Te mereces una disculpa –Harry alzó una ceja en dirección a él con aire socarrón– Eso es lo que harán mañana.

–No necesito disculpas de nadie. –gruñó.

Conociendo a Dumbledore, dudaba mucho de que fuera solo eso. Después de la breve conversación en el despacho del Sr. Weasley, SABIA que no sería solo eso. Entró en el baño y dejó los enseres de aseo de ambos.

–Tenía que traerte –se disculpó Draco cuando su pareja volvió a la habitación– Remus me lo rogó tan encarecidamente que no supe negarme. Y Severus, bueno –dijo con una sonrisa maliciosa– he descubierto a quien no es capaz de negarle nada mi querido padrino.

Harry abrió la cómoda y prácticamente lanzó la ropa en el interior del cajón.

–¿Puede saberse de que lado estás, Draco? –preguntó con una mirada acusadora.

–Del tuyo, amor. –respondió él con suavidad.

–¡Pues no lo parece! –y cerró el cajón con un golpe seco, haciendo que el mueble cimbrara. –¡No necesitó disculpas¡Lo único que necesito es que me dejen seguir viviendo en paz! Esto no va a resultar en lo que todos pensáis –acabó lamentándose más para si mismo que para Draco.

Después cogió el pijama y entró en el baño. Draco se sentó en la cama y esperó pacientemente a que su pareja saliera. Desde ahí pudo oír como el mal humor de Harry hacía estallar algo y después le escuchó maldecir. Seguidamente oyó como algo más corría la misma suerte. Apoyó la cabeza en su mano con cansancio. Ya casi había olvidado lo que era tener a Harry verdaderamente enfadado. Gracias a Merlín no sucedía muy a menudo. Pero en las contadas ocasiones en que su pareja había estado realmente enojada, siempre había habido algo que reponer en su apartamento. El moreno tardó más de veinte minutos en salir del cuarto de baño, al parecer tratando de calmarse.

–Creo que te has quedado sin loción para después del afeitado, lo siento. –dijo en un tono que hizo dudar a Draco de que en realidad le apenara demasiado.

–No importa, utilizaré la tuya –dijo él quitándole importancia.

–Me temo que no.

Draco le miró con aire reprobatorio.

–¿Has dejado algo entero, cariño? –preguntó con sarcasmo.

–El tubo de pasta de dientes, si quieres saberlo. –respondió Harry en el mismo tono.

–¿No vas a cenar? –inquirió al ver que el moreno se metía en la cama.

–Se me ha quitado el hambre.

Harry se tapó hasta que solo asomaron unos cuantos mechones de pelo negro. Draco suspiró y salió de la habitación. Él sí tenía hambre. La incomodidad no le había dejado comer mucho en casa de los Weasley. Y tal vez mientras cenaba, a Harry se le iría pasando el enfado y podría hablar con él más tarde, sin peligro de que estallaran cosas a su alrededor. Se preguntó dónde estarían su padrino y Remus.

Un par de horas después entró en la silenciosa habitación. Se había entretenido hojeando algunos de los libros de su padrino, esperando que él y Remus aparecieran, pero no lo hicieron, cosa que empezaba a mosquearle un poco. Se puso el pijama (que remedio) y se deslizó bajo las sabanas, tras avivar un poco el fuego de la chimenea. No quería tenerle que dar la razón a Harry. Se acercó con cuidado a su pareja de espaldas a él y le abrazó con precaución. Para su alivio, el moreno no hizo nada para evitarlo.

–¿Duermes? –preguntó en un susurró.

–Evidente que no. –fue la sardónica respuesta.

–¿Sigues enfadado?

Harry tardó uno segundos en responder.

–No, sólo molesto. –dijo al fin.

–¿Conmigo?

¿Hay alguien más en la habitación? –la voz de Harry, a pesar de estar susurrando, sonó algo sarcástica.

Draco odiaba cuando aquella parte tan Slytherin asomaba a la superficie. Íntimamente, pensaba que era el único con derecho a comportarse como tal. Oyó a Harry suspirar al tiempo que añadía:

–Olvídalo. Supongo que estoy nervioso. –reconoció.

–Mi padrino y Remus todavía no han vuelto –dijo Draco tras un breve silencio.

Harry dejó escapar otro suspiro, preguntándose dónde había ido a parar la aplastante lógica de Draco.

–Y no van a hacerlo esta noche. –ante el silencio de su compañero, aclaró– Luna llena.

–¡Oh! –fue lo único que éste dijo, entendiendo de pronto.

Nuevamente el silencio reinó en la habitación. Harry sintió la mano de Draco colándose a hurtadillas bajo la camisa de su pijama y acariciar su estómago. El moreno contuvo una sonrisa. Después de cinco años podía predecir cada uno de sus movimientos.

–No quiero asistir a esa reunión mañana. –susurró con desazón.

–Solo es un mero formalismo. –respondió Draco, sin cejar en sus caricias– Déjalos que alivien sus conciencias dándote esa disculpa, amor. –oyó el bufido contrariado de Harry– Por lo visto fue Remus quien se lo exigió a Dumbledore. Severus me dijo que esto era muy importante para él. No quiere que vuelvas a desaparecer de su vida bajo ningún concepto. Y cree que esa disculpa puede ayudar. También fue Remus quien insistió en que nos quedáramos aquí. Sabía que nadie sería capaz de arrastrarte hasta Hogwarts después para asistir a la reunión de mañana si no te encontrabas ya en Hogwarts.

–Si no fuera porque no quiero disgustar a Remus, te aseguro que ya no estaríamos aquí. –susurró Harry, enfurruñado.

–Hazlo por él entonces. –dijo Draco, al tiempo que deslizaba la mano bajo el pantalón de su pareja, con la sana intención de relajar tensiones.

–Me cuesta creer que Snape se haya tragado la excusa de la disculpa. –dijo el moreno al cabo de unos segundos.

–¿Crees de verdad que Dumbledore pretende algo más o solo estás algo paranoico, cariño? –preguntó mordisqueando su nuca.

–Tu cerebro ha salido hoy de paseo¿verdad amor? –preguntó a su vez Harry, pretendiendo ser tan sarcástico como había sonado.

Draco dio un pequeño resoplido y decidió que lo mejor era detenerse y contar hasta diez, antes de que mandara a Harry a dar una vuelta por el campo de Quidditch en pelota picada.

–Draco…

–¿Mmmmm?

–Ya que lo has empezado, ten al menos la decencia de terminarlo.

–¡Qué difícil eres a veces, Harry! –suspiró el rubio con paciencia, retomando su iniciativa.

–¿Me acompañarás? –preguntó tras unos segundos el moreno, intentando no desconcentrarse de lo que estaba haciendo esa hábil mano en su entrepierna.

–Por supuesto, amor. Pienso tener una soberbia corrida. –y añadió en tono falsamente sumiso– Con tu permiso claro, visto como están las cosas esta noche...

Harry cerró los ojos unos instantes y coincidentemente también pensó que contar hasta diez era una buena idea.

–Me refiero a la reunión, Draco.

Draco sonrió sobre su espalda.

–Y yo al asunto que tengo entre manos.

Harry volvió ligeramente la cabeza para lograr ver el rostro del rubio, dispuesto a decir algo, pero Draco capturó sus labios sin darle opción a pronunciar una sola palabra.

–No. No creo que me dejen. No tengo el honor de ser… miembro... –dijo al tiempo que ejercía un poco más de presión en el de Harry, tras abandonar su boca.

El moreno dejó escapar un pequeño gemido.

–No importa. –jadeó– No creo... que mañana... nadie piense... en llevarme... la contraria.

–Bueno –aceptó Draco bajado el molesto pantalón que le impedía un contacto más agradable con el delicioso trasero de su compañero– Puede ser divertido.

Deslizó su propio pantalón y lo pateó hacia algún lugar al final de la cama, mientras que Harry pensaba que la reunión podría ser de todo, menos divertida.

–Prométeme que te comportarás... –pidió Draco mordiendo el hombro del moreno con pasión– ... que no vas a colgar a Dumbledore del techo ni nada por el estilo.

–¡Aghhh¡Compórtate tú, sádico! –le reprochó– No quiero aparecer mañana lleno de señales.

–No me tientes. –jadeó, al sentir como Harry se acomodaba para facilitarle el trabajo– Solo... por ver la cara... de Granger... valdría... la pena.

–No... seas... idiota –resolló el moreno, empujando hacia atrás sus caderas, logrando que Draco acabara de hundirse completamente en él– ¿Qué... te ha... hecho... Hermione? –Bueno... –echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro de su compañero esbozando una sonrisa maliciosa– aparte de ese genial puñetazo... en tercero...y que por supuesto... te merecías...

–¡Oh, cállate ya, Potter! –gimió Draco– Y estate... a lo que estamos...

Un leve ruido, como de tintineo de cristales que parecía provenir del salón le despertó. A pesar del relajante ejercicio de la noche anterior, había tenido un sueño ligero, al contrario que Draco que en ese momento roncaba algo más que ligeramente, profundamente dormido. Un Malfoy no ronca, le había dicho el rubio muy ofendido, cuando en una ocasión se lo había comentado, después de tenerle en vela más de la mitad de la noche. Ya, había contestado él comprensivo, claro que no roncas, cariño. Sólo respiras algo fuerte... Se levantó y llegó a la sala a tiempo de ver la oscura túnica, supuso que de Snape, desaparecer por la puerta que imaginó era su habitación. Encima de la repisa del aparador donde se alineaban en perfecto orden frascos de diferentes colores y tamaños, había varios de ellos al parecer abandonados allí con algo de desorden y prisa. Dudó unos instantes y al final optó por llamar a la puerta.

–¿Profesor? –no obtuvo respuesta– Profesor Snape, soy Harry...Potter –aclaró.

Ante la falta de respuesta, decidió al fin empujar la puerta y asomar la cabeza.

–Disculpe, Profesor... ¿va todo bien?

A primera vista la habitación parecía vacía. La cama estaba hecha; como era de esperar, nadie había dormido allí esa noche. Entró silenciosamente, con la sensación de estar invadiendo la intimidad de sus habituales ocupantes. Le costó unos minutos darse cuenta de que justo detrás de unas cortinas, ahora descorridas, había una pequeña puerta entreabierta. Se dirigió hacia ella y la empujó con cuidado. Daba a lo que parecía ser una antigua mazmorra, acondicionada con un escaso mobiliario: un sillón, una mesita sobre la que descansaba un libro y una cama individual sólo con el colchón, sobre el que se había depositado una manta doblada. Completaba la espartana decoración una raída alfombra sobre la que en esos momentos descansaba el cuerpo desnudo de Remus Lupin. El Profesor de Pociones estaba arrodillado a su lado, intentando hacerle beber el contenido de un pequeño frasco.

–Vamos, Remus –rogaba la voz de Severus Snape con una suavidad desacostumbrada, mezclada con una inusual angustia– un poco más.

El Profesor de Pociones dejó el frasco vacío en el suelo y acarició con ternura el rostro del hombre entre sus brazos.

–No me dejes todavía, amor. –susurró– No te lo permitiré.

Después tomó uno de los otros frascos que estaban todavía llenos en el suelo, justo a su lado y se lo dio también a beber a Remus.

–¿Puedo hacer algo, Profesor?

Severus volvió la cabeza hacia él, de pie todavía en el umbral de la puerta, sin atreverse a interferir en lo que parecía un momento demasiado íntimo.

–Alcánzame esa manta –pidió, sin embargo, Snape, sin rastro de reproche o sorpresa en su voz.

Harry lo hizo sin perder tiempo y considerándose invitado a colaborar, ayudó a envolver el helado cuerpo de Remus. Su rostro estaba pálido y permanecía con los ojos cerrados, respirando con cansancio. No le gustó la expresión de preocupación que se reflejaba en el rostro de Snape.

–¿Siempre es así? –preguntó, contagiándose de la inquietud de su ex Profesor.

–Ahora sí. –respondió éste con pesar mientras abría los párpados de Remus y observaba sus pupilas con atención.

–Pero la poción matalobos...

Snape negó con la cabeza.

–Sólo ayuda a controlar a la bestia, para que no sea peligrosa. Pero nada puede evitar el dolor y el agotamiento de las transformaciones –acarició de nuevo el rostro de su pareja con un gesto que a Harry le pareció el más hermoso que jamás hubiera visto, dada la persona que lo realizaba– Y Remus está ya muy agotado, Harry. Cada nueva luna llena le consume un poco más. –alzó entonces los ojos hacia su ex alumno con un profundo dolor reflejado en ellos.

Aquella mirada dijo mucho más que cualquier palabra. Durante unos minutos Harry no supo que decir ni como reaccionar. Por años, Remus había desaparecido durante tres días al mes para volver después con un aspecto algo desmejorado y agotado, pero no tardaba en recuperarse. Formaba parte del ciclo que toda persona de su entorno conocía y aceptaba como algo normal y cotidiano. A pesar de que Harry se lo había insinuado en más de una ocasión, especialmente cuando estuvo viviendo en su casa durante una temporada, Remus jamás le había permitido permanecer con él durante sus transformaciones, y verle ahora en ese estado era un verdadero shock para el Gryffindor. Remus era lo más parecido que tenía a un familiar (evidentemente los Dursley no merecían ese apelativo), él único que había seguido a su lado, el último merodeador. Había superado dos guerras y nunca se había dado por vencido en la guerra particular que había significado siempre para él tener que luchar contra la licantropía. Era un superviviente nato. Snape tenía que estar equivocado. Se levantó tras recoger los frascos vacíos y siguió en silencio al Profesor de Pociones que había tomado en brazos a Remus y se dirigía hacia su habitación. Una vez allí, Severus depositó su preciada carga con sumo cuidado en la cama y sin desenvolver la manta de su cuerpo, le arropó.

–No tardará en despertar –dijo, sentándose al borde de la cama, a su lado.

–Remus tiene suerte de contar con usted, Profesor. –dijo Harry sinceramente, sentándose al otro lado.

–No Harry. El afortunado soy yo por tenerle a él. Todavía no comprendo que pudo ver en mi, cómo pudo aceptarme. Le odié durante años... pero él no lo hizo.

Harry sonrió.

–Es Remus. –dijo como si esas dos palabras lo explicaran todo– Además, que me va a contar a mí de acabar con la persona que más odias.

Por primera vez en su vida, el adusto Profesor de Pociones le devolvió una sincera sonrisa y Harry se alegró de haber sorprendido esa parte más humana, íntima y tan escondida de aquel hombre que raramente inspiraba otro sentimiento que no fuera terror (si tenías la mala suerte de ser su alumno y no pertenecer a Slytherin) o aborrecimiento.

–Estoy trabajando en una nueva poción –habló Snape, incómodo ante el silencio que se había hecho después– Llevo casi seis meses con ella, pero no logro dar con la fórmula que evite esto.

–¿Qué está buscando exactamente? –preguntó Harry, sorprendido y al mismo tiempo contento de estar siendo partícipe de lo que sin duda era una confidencia.

–Reducir el dolor, el deterioramiento y el desgaste que sufre el cuerpo al transformarse. –Snape dejó escapar un suspiro de frustración– Trabajo tomando la poción matalobos como punto de partida. –explicó– Si lograra dar con la manera de que la transición de un estado a otro fuera menos rudo y traumático, ralentizando la transformación, haciendo que sucediera de forma paulatina, sin obligar al cuerpo a ese brusco cambio en tan pocos minutos... Si pudiera adormecer el dolor... ¿te das cuenta de lo que eso podría significar?

–Calidad de vida. –afirmó Harry– No tan solo para Remus, sino para todos lo que sufren esta enfermedad.

Snape asintió.

–Estoy cerca, lo sé –y añadió con impotencia– ¡pero hay algo que se me escapa!

–Si alguien puede hacerlo, es usted Profesor. –dijo Harry con total confianza.

–No le hagas caso, es un pesimista –intervino una voz suave y cansada.

El rostro fatigado y pálido de Remus se iluminaba a pesar de todo con una inmensa sonrisa.

–¿Cómo te encuentras? –preguntó Severus inmediatamente, concentrando su atención en él.

–Bien, pero me gustaría poder tener algo de movimiento. ¿Qué habéis hecho¿Amortajarme?

–¿Podrías salir, Harry? –pidió Snape– Me gustaría examinarle con más detenimiento.

Remus puso los ojos en blanco.

–Nos vemos luego, Harry. –dijo esbozando una sonrisa en dirección al joven que le contemplaba con aire preocupado– Si no le dejo hacerlo se pondrá inaguantable.

Harry abandonó la habitación sintiéndose preocupado, pero feliz de comprender que Remus no podía estar en mejores manos.

REVIEWS

Audrey.- Hola Audrey, muchas gracias por seguir leyendo. Tines razón, pronto puede desatarse la tormenta y la calma puede que tarde un poco en llegar. Besos.

Seika.- Si, el porque del libro y porque afecta a Harry se sabrá en el próximo capítulo. De hecho formaba parte de este, pero lo he vuelto a dividir porque mi ordenador es un poco patata y me cuesta mucho subir el texto. Gracias por leer. Besos.

Caroline McManaman.- Si, sé perfectamente como es. Algunas veces habia colgado capítulos desde el trabajo, pero desde que me enteré de que tienen un servidor en el que quedan registradas todas las entradas a internet, y aunque lo hice fuera del horario de trabajo, como que no me apetece que mi jefe se entere por donde me muevo... ya me entiendes. Besos.

Snuffle's Girl.- Todavía no lo tengo muy claro, pero algo haré con esta odiosa mujer. Se lo merece por partida doble. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Serendipity.- Si, a mí también me encanta la sopa de pollo, bueno la sopa en general. ¡Soy sopera hasta en verano! Tengo que darte la razón, debí explicar un poco mejor porque al final no obliatean a Louanne y a su hija. Supongo que le dí tantas vueltas y una vez me decidí, olvidé explicar el porqué. Bueno, supongo que se ha hecho evidente que hasta Draco al final le ha cogido cariño a la buena señora. Muchos besos.

Urakih69.- Bueno, no es que Louanne sea aprovechada, simplemente está fascinada por la magia. ¿No has visto alguana vez la película de Disney "Merlín el Encantador", la escena aquella en que Merlín encanta toda la cocina y los platos y ollas se limpian solos, las fregonas friegan solas...? Bueno en la película la cocina acaba hecha unos ciscos, pero por supuesto Draco tiene mucha más habilidad que todo eso. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Ladyelizabethblack.- Siento decirte que alguna parte de lo que dices en tu comentario y que esperas no suceda, puede convertirse en realidad en algún momento. Lo cual no quiere decir que no tenga solución. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Alexlee.- Gracias Alexandra, anima mucho tener lectoras fieles como tú. Te agradezco mucho que sigas ahí, fiel. Besos.

Hikaru y Kumagoro.- Saludotes también para vosotros y como siempre os agradezco vuestro incondicional apoyo al fic. Besos.

Lain.- No te preocupes, que no pienso abandonar el fic. Lo que tengo es ganas ya de acabarlo porque me está empezando a agobiar un poco. Cuando llevas demasiadas cosas entre manos, ninguna la llevas bien. Gracias por leer. Besos.

Diabolik.- No le voy a dar aire a mi rubito, no te preocupes. A lo mejor a ratos le deje un poco solito, pero nada más. Gracias por seguir leyendo. Besos.

Canuto-Frambueza.- Gracias Canuto. No estás nada, pero que nada equivocado en tus comentarios sobre el libro. De hecho esa parte voy a resolverla en el capítulo siguiente, ya que formaba parte de este, pero se me hizo demasiado largo. Gracias por leer. Besos.

Adarae.- Bueno, a veces volver a empezar está bien. Así no te aburres... Gracias por leer. Besos.