Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
Gracias por sus amables comentarios a: Serendipity, Seika, ladyelizabethblack, urakih69, alexlee, Snuffle's Girl, audrey-ludlow, Momoko, Mirels, Diabolik, Angel-de-luz y Jade.
Y ya sin mas...
CAPITULO XVII
La ¿disculpa?
Unas horas después era el mismo Remus, quien a pesar de andar ayudándose con su bastón, empujaba a un reacio Harry en dirección al despacho del Director de Hogwarts, seguidos por Severus y Draco, ambos procurando ocultar convenientemente sendas sonrisas ante lo, hasta cierto punto, gracioso de la situación. A pesar de todo, Draco no podía dejar de darle vueltas a las palabras de Harry la noche anterior con cierta inquietud.
–No es justo, Remus. Tenías que habérmelo dicho antes. –se quejaba Harry, haciéndose el remolón.
–¿Y hubieras venido? –preguntaba Remus a su vez.
–¡Por supuesto que no!
–Precisamente por eso no te lo dijimos. –otro suave empujón y Harry estaba delante de la gárgola.
Era sábado y la mayoría de los estudiantes habían ido a Hogsmeade, o estaban en el exterior del castillo disfrutando del hermoso día, así que no había nadie por los corredores a esa hora.
–No tengo ganas de ver a ese viejo estúpido, Remus. –dijo Harry en un último y vano intento de escabullirse de aquella enojosa reunión.
–Ese viejo estúpido te debe una disculpa. –dijo Remus con firmeza– Petit Etoile.
–¡Dios! –exclamó Harry alzando las manos hacia el techo, mientras la gárgola empezaba a moverse.
Durante su adolescencia había tenido que pronunciar las contraseñas más ridículas que jamás mente alguna hubiera podido imaginar cada vez que había tenido que ir al despacho de Dumbledore. Pero aquello era demasiado. ¿Qué estaba intentando demostrarle ahora? Subió pesadamente las escaleras, siguiendo a Remus, que abría la marcha, cuando sintió una mano que tomaba la suya, dándole un pequeño apretón antes de soltarla otra vez. Volvió el rostro hacia Draco, que subía tras él y agradeció la sonrisa de ánimo que le dedicaba. Severus cerraba el pequeño cortejo con cara de pocos amigos. Su relación con Dumbledore nunca había vuelto a ser la misma y aquella reunión también le parecía una estupidez, a no ser que fuera para algo más. Para una simple disculpa no hacia falta tanta ceremonia. Por una vez en su vida, estaba de acuerdo con Harry.
Cuando Remus empujó la puerta del despacho, todos los rostros en su interior se volvieron hacia ella con cierto nerviosismo, pero exhibiendo amplias sonrisas. La más ancha, la del propietario de los pequeños y brillantes ojos azules que tras sus gafas de media luna observaba con satisfecha atención la entrada del joven que seguía a Remus. A pesar del plantón de la noche anterior, el anciano Director seguía confiando en el corazón de su ex alumno. Tal vez demasiado.
–Harry, muchacho...
Aquel tono alegre y desenfadado, como si justo el día anterior hubieran compartido té y caramelos de limón, fue lo que decididamente acabó con el escaso humor de Harry aquella mañana. Conocía a todos y cada uno de los propietarios de las amigables sonrisas que le dirigían pero, como siempre, sentir la atención de todo el mundo sobre su persona le incomodaba. Menos cuando se trataba de un partido de Quidditch, en cuyo caso el público para él no existía. Y aunque en el despacho solo se encontraba el reducido grupo que formaba la cúpula de la Orden, para Harry ya eran demasiados. Sin olvidar el hecho de que él no quería estar allí.
–Buenos dias. –el saludo que cortó el discurso del Director antes de ser iniciado, sonó más bien seco.
Una fría mirada verde barrió la mesa dispuesta para la ocasión, antes de sentarse en el tercero de los cuatro asientos vacíos, seguidos a la cabecera que presidía Dumbledore, declinando de esa forma hacerlo al lado del Director y dejando ese privilegio a un malhumorado Severus.
–Bienvenido, Harry –dijo Dumbledore en tono amable, sin dejar que el gesto le afectara– Te agradecemos sinceramente que hayas accedido a reunirte con nosotros.
Encerrona lo llamaría yo, pensó Harry en su fuero interno.
–No se equivoque, Profesor. Estoy aquí por Remus. Única y exclusivamente porque él me lo ha pedido.
Algunas sonrisas se marchitaron. Pero Severus inclinó la cabeza para esconder la suya, muy viva en su rostro. O mucho se equivocaba, o no iba a ser precisamente el talante Gryffindor de todos somos amigos y nos queremos mucho el que iba a presidir esa reunión. Por otra parte, los Weasleys que junto a Hermione habían disfrutado ya del cálido abrazo de su amigo, miraron a Harry con extrañeza. Poco antes de que el cuarteto llegara, habían estado comentando con el Director y los demás miembros allí presentes que el encuentro con Harry había sido distendido, incluso cariñoso y no podían entender que el joven que ahora estaba allí sentado con el semblante serio y mirada algo hostil, fuera el mismo del día anterior.
–Comprendemos que estés molesto, Harry. –prosiguió Dumbledore sin inmutarse, entrando directamente en materia– No niego que ocultarte algunos detalles fuera un error, mío principalmente, debo reconocerlo –admitió mirando a Remus– pero todo lo que lo hicimos fue por tú bien, y nos gustaría que lo comprendieras.
Primer error, pensó Draco. Las palabras "por tu bien" eran sumamente peligrosas de pronuncia delante de Harry tras todo lo acontecido. Fue el primero en percibirlo, tal vez porque ya conocía a su pareja mejor que a él mismo. A Harry y a lo que su magia era capaz de hacer cuando estaba nervioso o enojado. Y sabía que el moreno en esos momentos estaba ambas cosas a la vez. Se apresuró a colocar la mano sobre su rodilla y a iniciar una relajante caricia que le advertía que no debía dejarse llevar por lo que en aquellos momentos sus instintos le dictaran. Y que Dumbledore entonara el mea culpa no iba a calmarle en absoluto. No era la primera vez.
–Hay una cuestión que me gustaría aclarar, Profesor. –dijo Harry con calma después de mirar intensamente al Director de Hogwarts durante unos instantes. Éste asintió con un gesto de beneplácito– Si creyó que podía dejar en mis manos el destino de tantas vidas¿qué le hizo pensar que no podría manejar la mía?
Hermione entrecerró los ojos y miró atentamente a su amigo. Al parecer Harry no venía tan dispuesto a enterrar el hacha de guerra, como les había hecho creer. La respuesta por parte de Dumbledore no se hizo esperar, sin perder en ningún momento su tono afable.
–Por esa misma razón, Harry. Ya habías tenido que lidiar con demasiadas cosas. Creímos que lo mejor para ti era ignorarlo y dejarte vivir en paz.
Las dos miradas se enfrentaron en medio de un tenso silencio. Si en algún momento alguien había pensado que Harry volvía, a pesar de todo, para agradecer el esfuerzo que habían hecho para protegerle y reconocer que tal vez se había tomado las cosas demasiado a la tremenda, desembocando en la infantil reacción de irse, empezaba a quedar bastante claro que no iba a ser así. Las sonrisas iniciales de bienvenida habían desaparecido del rostro de la mayoría y nadie parecía osar intervenir todavía para interrumpir el tirante diálogo que se había iniciado entre ambos hombres.
–Tuve que lidiar con el hecho de tener a Voldemort detrás de mí durante años y usted pensó que a pesar de todo lo que había tenido que enfrentar hasta entonces, no podría con que el Ministerio quisiera mi cabeza después. Un poco ridículo¿no cree? –acusó Harry, retomando la iniciativa de la conversación en un tono más frío y pausado que a Draco le dio la impresión que no presagiaba nada bueno– Solo era un poco más de lo mismo.
–Te recuerdo, muchacho, que por aquel entonces no estabas atravesando uno de tus mejores momentos y nos tenías muy preocupados. –esgrimió el anciano Director, mirándole por encima de sus gafas.
–Pero hubo otros muchos momentos después¿no es así? –rebatió él– Pero nadie fue capaz de advertirme de lo que estaba pasando. Durante esos tres malditos años nadie dijo una maldita palabra.
Y en este punto, extendió una acusadora mirada a lo largo de la mesa, encontrándose con que la mayoría de las miradas se desviaban de la suya. Harry había vuelto con intención de olvidar, Merlín lo sabía. Sólo es por Remus, se había dicho. Pero Dumbledore le estaba soliviantando más de lo que en un principio se había jurado permitir. ¿No se suponía que todo aquel montaje se debía a una disculpa que él no quería ni necesitaba¡Pues que lo hicieran y le dejaran en paz! Quería acabar con aquella enojosa situación cuanto antes. Le molestaba la cara de desconcierto que tenían sus amigos y ex compañeros de la Orden. Hasta la Profesora McGonagall le observaba como si fuera de otro planeta. Le hubiera gustado decirles que no tenía nada en contra de ninguno en particular, pero que eso no evitaba que se sintiera molesto con ellos como miembros de la Orden. La mano de Draco apretar cada vez con más fuerza sobre su rodilla.
–¿Qué pretendes, partirme la rodilla?–preguntó entre dientes acompañando una mirada furiosa.
–Cálmate Harry. –susurró él a su vez, alzando una ceja en advertencia.
–Creo que estamos olvidando para qué nos hemos reunido aquí, Albus. –intervino Remus, disgustado por el cariz que estaba tomando la conversación.
Empezaba a temer que Harry saltara como aquella fatídica tarde que provocó su marcha. Severus Snape, sin embargo, no se lo estaba pasando del todo mal.
–No Remus, no lo olvido. Pero Harry tiene necesidad de saber¿no es así? –dijo clavando una mirada inquisidora en el joven– Necesita conocer porque sus amigos, las personas que consideraba su familia, incluso sus Profesores le protegieron y velaron por él¿verdad Harry?
Harry dejó escapar un pequeño pero molesto bufido.
–¿Qué pretende dar a entender ahora? –dijo cortante– ¿Qué soy un desagradecido?
–Por supuesto que no. –sonrió Dumbledore con indulgencia.
–¿Sabe lo que creo realmente, Profesor? –el anciano hizo un gesto negativo con la cabeza, dispuesto a permitir que su ex alumno desahogara todo lo que tuviera dentro. Segundo error, pensó Draco por su parte– Creo que usted necesitaba tanto como el Ministerio tenerme vigilado y controlado. Y se valió de MIS amigos, de las personas que yo consideraba MI familia e incluso de MIS Profesores para hacerlo. –y añadió en un tono mucho más suave y frío, casi deslizando las palabras– Creo que usted también tenía miedo, Profesor.
Intencionadamente o no, Harry había conseguido desviar todas las miradas concentradas en él hacia el Director de Hogwarts. Dumbledore permaneció en silencio, enfrentando intensamente su mirada a la de Harry. Snape observaba atentamente, sospechando que ambos estaban desafiando algo más que sus miradas, aunque no habría podido asegurar a ciencia cierta quien era el que invadía y quien el que se defendía. Ninguno de los que allí se encontraban fue ajeno a la cantidad de poder que se estaba desplegando en ese momento en aquella sala. Tras unos angustiosos minutos, en los que Snape había empezado a considerar seriamente la posibilidad de detenerles, fue Dumbledore el primero en hablar, tal vez con un ligero quiebro en su voz.
–Tienes razón –admitió– lo hice. Y tendrás la disculpa que Remus tanto ansia. Pero ya que pareces dispuesto a poner las cartas sobre la mesa, pongamos la baraja entera. ¿Estas de acuerdo?
Harry sostuvo el enfrentamiento con del aciano unos segundos más, antes de dirigir una soslayada mirada a su pareja, pues sabía que una de las cartas que Dumbledore pretendía poner boca arriba era Draco.
–Sabe perfectamente que esa decisión no es mía. –respondió con acidez.
–Lo sé. –afirmó Dumbledore mientras sus ojos se movían imperceptiblemente en dirección a Draco– Espero por supuesto su aprobación. Así como que también valoréis la conveniencia de contar con el apoyo de la Orden en caso necesario.
Un suave murmullo se extendió entre los presentes, ante el desconocimiento de lo que ambos hombres pudieran estar debatiendo. Draco buscó la mirada de Harry, que en esos momentos era tan fría y dura como una de las suyas en sus mejores tiempos. Alzó una ceja en una muda pregunta.
–Ya te dije que esto no resultaría en un mero formalismo. –susurró el moreno bajo la atenta mirada del resto de la mesa, que se esforzaba por oír sus palabras– Debes tomar una decisión.
–¿Opciones? –preguntó Draco en el mismo tono.
–Sinceramente, llegados a este punto no muchas. –y esbozó una leve sonrisa– Pero no te preocupes, amor. No pienso dejarte indefenso a la merced de nadie.
Otro par de ojos dirigieron una mirada glacial al Director de Hogwarts, acompañando un leve asentimiento.
El Director de Hogwarts esbozó una sonrisa satisfecha y anunció:
–Debo informaros que os ha sido impuesto a todos y cada uno de vosotros un hechizo de confidencialidad y que una vez fuera de este despacho nadie podrá hablar de lo que aquí va a ser expuesto, aunque así lo pretendiera.
Draco esbozó una pequeña sonrisa al comprobar las expresiones confundidas en las caras de todos los concurrentes, a excepción de Remus y Severus. En claro contraste con la de no haber roto un plato en su vida de Harry.
–Algo así nunca ha sido necesario, Albus –se quejó Arthur Weaslely– ¿Acaso no confías en nosotros?
–Lo siento Sr. Weasley –se disculpó Harry fríamente– Pero el hechizo lo he impuesto yo. Incluido a nuestro querido Director
Las miradas de todos confluyeron en él, algunas molestas y otras asombradas. Sorprendentemente Harry no tenía ninguna varita en la mano. Y antes de que alguien más pudiera añadir sus comentarios a ese hecho, Dumbledore volvió a tomar la palabra.
–Hay cierta información que la mayoría de vosotros desconocéis y que ha sido celosamente guardada desde que fue descubierta hace algunos años. –empezó Dumbledore con voz pausada– Esta información fue revelada por uno de los Mortífagos de Tom Riddle durante uno de los tantos interrogatorios que durante esa época se llevaron a cabo. –la mención de ese nombre todavía levantó algunos escalofríos a pesar del tiempo transcurrido– Al parecer, el Señor Oscuro quiso cubrirse las espaldas ante la inminencia de lo que iba a suceder. Entregó a uno de sus hombres de más confianza, un objeto que hechizado con magia oscura, iba a ser capaz de canalizar todo su poder y guardarlo en él, en el improbable caso, desde su punto de vista claro está, de que resultara perdedor. Estaba tratando de asegurarse una nueva "resurrección". Ese hombre, tenía que permanecer cerca de él con la única y exclusiva misión de pronunciar las palabras justas en el momento en que Voldemort supuestamente muriera y recoger su poderosa esencia mágica en ese objeto, para ayudarle después a volver. Pero Riddle nunca contó con perder realmente Y menos con ser completamente destruido. Esta vez, gracias a Harry, no quedó nada a lo que su magia pudiera volver. Así que su poder quedó atrapado en ese objeto, a la inútil espera de reencontrarse con su dueño.
Un pesado silencio se extendió por todo el despacho. Se miraban unos a otros, todavía impactados por el conocimiento de que, para desgracia del mundo mágico, algo de Voldemort todavía seguía entre ellos.
–¿Dónde está ahora ese objeto? –preguntó el Sr. Weasley, tan sorprendido como el resto de oyentes por aquella preocupante revelación.
–Todo a su debido tiempo, Arthur. –dijo Dumbledore con una pequeña sonrisa, y continuó– En el momento de su destrucción, cuando todo su poder explosionó, y antes de ser reconducido por su servidor al objeto encantado a tal fin, todos sabemos que una parte de su magia impactó y fue absorbida por la persona que estaba más cerca de él en ese momento: Harry. Como todos sabemos también, pudimos drenar parte de esa magia de su cuerpo, a lo que algunos de los aquí presente ayudamos, pero no toda. La que ha quedado permanentemente mezclada con la suya, absorbida y asimilada por su propia magia.
Harry asintió en silencio. Dumbledore hizo una pequeña pausa, para tomar un poco de té de la taza que tenía frente a él.
–Ese objeto ha sido buscado inútilmente durante años. –continuó– Incluso sabemos ahora, que los servidores de Voldemort que todavía quedan en libertad, han tratado de encontrarlo inútilmente, esperando con ello poder conseguir el poder de su Señor y poder convertirse en un nuevo Señor Oscuro. Pero subestimaron a Tom Riddle si pensaron que permitiría que nadie que no fuera él pudiera gozar de tan inmenso y a la vez peligroso poder. Mucho me temo que el hechizo fue hecho de tal forma que su magia sólo buscará lograr volver a unirse a la esencia del ser que un día la albergó, la alimentó y la hizo crecer.
–Entonces ya no debemos preocuparnos, Albus¿no es cierto? –intervino la Profesora McGonagall, dejando entrever cierto alivio en su voz–Él no puede volver.
Un pequeño murmullo de asentimiento apoyó sus palabras.
–¡Por supuesto que debemos preocuparnos, Minerva! –bufó Snape, incrédulo ante toda la estupidez que le rodeaba. La mirada preocupada de Remus le indicó que él también lo había comprendido– Parte de lo que queda de esa esencia está en Potter¿o es que nadie ha estado escuchando? A no ser que lo que en realidad te alivie Minerva, sea que esa posibilidad quede reducida a una sola persona. –bufó.
La Profesora McGonagall le dirigió una mirada ofendida. El silencio entre los asistentes fue absoluto, mientras la idea se abría paso en sus cerebros.
–Entonces, ese es el motivo de que intentaran matar a Harry –asumió Ron Weasley, mirando a su amigo
Snape suspiró con desespero y Remus puso su mano sobre la de su pareja. La paciencia nunca había sido una de las virtudes de Severus y le era francamente difícil tolerar mentes que no funcionaran tan rápidamente como la suya.
–No, Ron –intervino su mujer acudiendo en su ayuda– Cuando lo intentaron, nadie sabía todavía nada sobre ese objeto¿me equivoco? –preguntó dirigiéndose al Profesor Dumbledore– Lo cual, a mi parecer, pone las cosas todavía peor.
–¡Por fin alguien con cerebro! –murmuró Snape por lo bajo.
–Severus, por favor. –susurró a su vez Remus.
Dumbledore asintió.
–Así es. –dijo el Director– El Ministerio de Magia sabe de la existencia de ese objeto, y ese conocimiento ha sido tratado con la máxima cautela, y la información guardada con el más absoluto secreto en el Dpto. de Misterios. Fudge se encontraba presente en el interrogatorio de Nott, que bajo Verisaterum, reveló la existencia de ese hechizo, como también admitió que todos ignoraban a quien lo había entregado Voldemort en última instancia, seguramente para salvaguardarlo de envidias y evitar rencillas. Lo que si certificamos es que no le había sido entregado a él. Para cuando conseguimos esta información, el Ministerio con sus prisas por acabar con los seguidores de Riddle para tranquilizar a la comunidad mágica, ya había hecho cumplir varias sentencias, (me temo que nuestro Ministro fue demasiado ligero en ese aspecto), por lo que supusimos que ese Mortífago se encontraba entre los que ya habían sido entregados al Beso del Dementor, dejándonos así sin posibilidad de saber donde podría haber escondido ese objeto. Es evidente que los Mortífagos que todavía están en activo, no lo tienen. La última información que se posee a ese respecto es que siguen buscándolo.
Durante unos breves instantes, el silencio reinó en el despacho, solamente interrumpido por los cuchicheos provinentes de los cuadros de los antiguos directores.
–Tal vez si lográramos atrapar a alguno de esos Mortífagos, podría darnos una idea de quien pudo haber sido e intentar averiguar dónde pudo ocultarlo. –dijo Kingsley, sopesando posibilidades.
–Yo tengo un candidato perfecto–le dijo Ron con ironía– Lo difícil es que se deje atrapar, si es que todavía sigue vivo.
Draco no pudo evitar dirigirle una mirada cargada de resentimiento.
–Creo que eso no será necesario, Ron –dijo el Director de Hogwarts– Lo que nos lleva a la segunda parte de esta historia, que implica directamente a algunas de las personas que se encuentran hoy aquí.
Draco se removió incómodo en su asiento, adivinando que iban a entrar en una parte que él no quería recordar. Le había costado años enterrar todos esos recuerdos y ahora el maldito Dumbledore iba a desenterrarlos de una palada delante de personas que jamás habían gozado de su confianza. Se maldijo por no haber hecho caso a su pareja y por haberse dejado convencer por Remus y Severus. Sintió que la mano que todavía permanecía sobre la rodilla de Harry era cariñosamente envuelta en la calidez de las de su compañero. Gesto que no pasó desapercibido por Hermione.
Dumbledore sorbió un poco más de té de su taza, con ademán tranquilo.
–¡Por Merlín, Albus! –le apremió la Profesora McGonagall, sentada a su lado, manifestando la impaciencia y la curiosidad que todos sentían.
El anciano sonrió, y palmeó la mano de su subdirectora.
–No seas impaciente, Minerva. –miró los semblantes anhelantes de todos antes de continuar– Todos recordaréis los extraños sucesos acaecidos en la mansión Malfoy, ocho años atrás. Todo el mundo pensó que Lucius Malfoy se había vuelto loco ante la caída de su Señor y había asesinado a su esposa y a su hijo, pero no fue así. –Dumbledore recorrió los rostros que le miraban expectantes antes de decir– Lucius era el Mortífago que tenía en su poder el objeto que tras la definitiva caía de Tom Riddle, empezó a ser deseado por los demás componentes del círculo interno que habían logrado escapar a las redadas de los aurores.
–¡Malfoy¡Cómo no! – soltó el menor de los Weasley sin poderse reprimir, ganándose con ello una mirada furiosa del Profesor de Pociones.
Hermione le dirigió también una mirada reprobatoria, para después volver a centrar su atención en el joven frente a ella. Todavía se preguntaba que hacía él en la reunión, si no era miembro de la Orden y los asuntos que se estaban discutiendo eran lo suficientemente confidenciales como para no ser escuchados por oídos ajenos a sus miembros. Observó como el pulgar de Harry acariciaba en un gesto tranquilizador la mano que tenía entre las suyas y la tensión en el rostro de Philippe, que a pesar de su mirada inexpresiva, no conseguía disimular. Una idea inverosímil empezaba a abrirse paso con fuerza en la mente de Hermione. Desvió unos momentos su mirada, para seguir prestando atención a las palabras de Dumbledore.
–Por descarte, a los que habían logrado escapar no les costó demasiado adivinarlo. Se presentaron en la mansión Malfoy aquella noche y tras torturar a su hijo, para obligar a Lucius a entregar ese objeto, hubo un cruento enfrentamiento entre el matrimonio Malfoy y los Lestrange, McNair y algunos más. El resultado fue que Narcisa Black fue asesinada por su propia hermana y que Lucius, malherido, no pudo huir a tiempo para escapar de la redada que los aurores ya habían previsto en su mansión para aquella noche y que se produjo mientras esa lucha estaba teniendo lugar. Todos sabemos que posteriormente fue juzgado y la sentencia se cumplió inmediatamente.
Draco supuso que toda esa información le había sido facilitada a Dumbledore por su padrino, tras la visita del Director a Harry, después de que éste pocos días antes le hubiera presentado a sus amigos como su nueva pareja. Harry no se había equivocadoal decirleque cuando Dumbledore se había ido, ya sabía quien era él.
–¿Y su hijo? –preguntó Hermione, clavando sus ojos en Philippe.
Harry acarició con ternura la mano que temblaba ligeramente entre la suyas, aunque el semblante de su dueño permanecía con la misma expresión inmutable, sin que nadie pudiera sospechar hasta que punto revivir tan nítidamente en su mente aquellos hechos le estaba atormentando.
–El joven Malfoy logró escapar, aunque a partir de entonces fue ferozmente buscado y perseguido por sus tíos y McNair, seguros de que debía conocer el lugar donde su padre había escondido el objeto de su deseo. O incluso habérselo llevado con él. Y ellos estaban desesperados por conseguirlo.
–No lo entiendo –dijo Ron– Malfoy estuvo atacando y matando gente junto a ellos durante años. ¿Cómo podían ignorar dónde estaba?
–Porque ese, Ron, no era Draco Malfoy. Nunca lo fue. –dijo Dumbledore, estableciendo un pequeño silencio para dejar que esa idea calara en todos los allí reunidos– El verdadero Draco logró huir durante aproximadamente un par de años de su familia¿me equivoco Severus? –el aludido asintió, molesto por el mal trance que le estaba haciendo pasar a su ahijado– pero finalmente lograron atraparle. Y no dudaron en torturarle de nuevo en un vano intento de sacarle información sobre el paradero de ese objeto. Inútilmente, debo decir porque Draco lo desconocía. A su padre nunca le dio tiempo a decírselo y mucho menos a dárselo.
–¿Le mataron finalmente esos desgraciados? –preguntó la Profesora McGonagall, que a pesar de no haber profesado nunca demasiada simpatía por el Slytherin, se sentía algo abrumada por el terrible y triste destino que apuntaba haber tenido su ex alumno.
Dumbledore se limitó a palmear nuevamente la mano de su subdirectora, sin resolver de momento esa cuestión.
–¿Entonces? –preguntó Kingseley aturdido– ¿A quién estuvimos persiguiendo durante todo ese tiempo?
–Supongo que a alguno de los Lestrange, McNair... vete tú a saber –intervino Harry– Le tuvieron dos veces en sus manos. Pudieron conseguir lo que les hiciera falta para una poción multijugos. Todos sabemos que el pelo no se deteriora.
–Me cuesta creerlo. –bufó Ron.
–Nada difícil viniendo de usted. –atacó Snape con algo de sorna.
Ron le dirigió una mirada desafiante y Remus tuvo que poner todo su empeño en cortar la diatriba que su pareja parecía dispuesto a empezar con el también irascible pelirrojo.
–Diggle, Charlie y yo nos enfrenamos a Malfoy al menos en tres ocasiones. –intervino Bill– Si no era él, podía pasar por su gemelo.
–Era imposible que fuera él, Bill –aseveró Harry.
–¿Y tú como puedes estar tan seguro? –preguntó Hermione que desde hacía unos minutos volvía a observar atentamente el tenso rostro de Philippe quien se empeñaba en mirar hacia ninguna parte.
Harry sonrió a su amiga. Estaba convencido de que Hermione había llegado ya a la conclusión acertada, vistas las miradas con las que no dejaba de obsequiar a un cada vez más molesto Draco.
–Primero porque su mano derecha estaba destrozada, cortesía de su familia y no habría podido sostener una varita ni queriendo. Y segundo porque estaba conmigo, Hermione. Lo ha estado durante los últimos cinco años.
Un murmullo de desconcierto siguió a sus palabras. Pero los ojos de Hermione brillaron de esa forma tan familiar que Harry conocía, cuando su amiga por fin había llegado a una conclusión o probado que tenía razón en algo.
–Muéstrese por favor, Sr. Malfoy –pidió Dumbledore amablemente.
Draco soltó la mano que había estado sosteniendo su ánimo hasta ese momento para sacar la varita de su pantalón y se encaró a su expectante público. Levantó el hechizo. Un murmullo de exclamaciones recorrió la mesa cuando el rostro frío y desafiante de Draco Malfoy apareció ante la concurrencia.
–¿Así está mejor? –preguntó en tono álgido.
–Mucho mejor. Gracias. –respondió Dumbledore, con una pequeña inclinación de cabeza.
Tras el pequeño gritito de la Profesora McGonagall, se produjo un espeso silencio durante algunos segundos. Ron Weasley abrió y cerró la boca varias veces, pero antes de que se decidiera a decir nada, conociéndole, Harry se adelantó.
–Piensa bien lo que vas a decir, Ron. Y antes de que lo digas, quiero que quede bien claro, para ti y para todos los demás que Draco es mi pareja y no voy a admitir ningún tipo de comentario en su contra. Si alguien tiene algún problema con ello, le molesta o sencillamente no puede soportarlo, le invito sin ningún tipo de animadversión a que abandone esta reunión ahora.
Antes de que nadie pudiera reaccionar a sus palabras, el primogénito de la familia Weasley, sentado al lado de Draco, brindó su inesperada ayuda.
–¡Demonios, así que eras tú! –exclamó Bill con una carcajada– Por un momento, cuando nos vimos en París, creí que ibas a obliatearme, chaval.
–Estuviste cerca, Bill. –confesó Draco con un amago de sonrisa y estrechó la mano que éste le tendía.
Las palabras de Bill parecieron romper la tensión del momento y a los pocos minutos, tras la sorpresa inicial, parecía que la presencia de Draco era asumida por todos. Incluso se podía detectar cierto alivio al comprobar, tras la explicación del Director, que Malfoy estaba sano y entero. El único que todavía no había despegado los labios ni para decir esta boca es mía, era Ron.
–Bien –dijo Dumbledore, intentando reconducir la conversación por encima del pequeño jaleo que se había formado– Ahora que todos sabemos quien es quien y afortunadamente lo aceptamos, deberíamos seguir tratando el asunto que nos interesa.
–Si, –afirmó Remus– creo que deberíamos centrar nuestra atención en intentar encontrar ese objeto. No quiero pensar en esa cosa y tú en una misma habitación, Harry. –añadió con preocupación.
Harry tan solo se limitó a sonreírle.
–¿No tienes ni idea de donde pudo esconderlo tu padre? –preguntó Hermione, dirigiéndose por primera vez a la pareja de su amigo, evitando nombrarle por su apellido, pero sin querer concederle todavía el tratamiento más familiar de utilizar su nombre de pila.
–Tal como ha dicho el Profesor Dumbledore, mi padre nunca me lo dijo, Granger –respondió por fin Draco, quien si que no estaba dispuesto a conceder de momento ninguna familiaridad.
–Entonces ¿ese era tu miedo, Albus? –preguntó de pronto Remus en un tono de voz ligeramente alterado– Que ese objeto llegara a manos de Harry y se convirtiera en un nuevo Señor Oscuro. –tras un casi imperceptible titubeo, Dumbledore asintió levemente– ¿Cómo pudiste tan solo pensar que Harry pudiera hacer algo así? –le acusó con coraje.
–Por que tal vez no estaría en su voluntad poderlo evitar. –contestó suavemente el Director.
–Y nos utilizaste a todos para vigilarle, con la excusa de que el chico tenía que ser feliz, vivir su vida y todas esas patrañas con las que nos convenciste.
Remus temblaba de enojo y Severus le observó con cierta inquietud. Aquello no le estaba haciendo ningún bien a la salud de su pareja.
–Cálmate Remus, –rogó Harry también preocupado, posando su mano sobre el brazo tembloroso del hombre– No puede afectarme mientras siga bien guardado. –susurró.
Los ojos miel del licántropo se posaron sobre Harry con una expresión interrogadora y asustada a la vez. ¿Qué le estaba insinuando? El joven se limitó a sonreír otra vez, arrepintiéndose inmediatamente de lo que, sin pensar, acababa de decir
–Creo que todo lo que se ha dicho hoy aquí es lo suficientemente importante como para haber sido dicho hace ya tiempo, Albus. –habló Arthur Weasley, expresando el sentir de la mayoría– A todos nosotros. –recalcó.
–Tienes razón, Arthur. –reconoció– Y seguramente hubiera evitado que Harry tomara esa decisión y yo no me hubiera pasado cinco años sufriendo por si ese objeto llegaba a sus manos sin haber tenido la oportunidad de advertirle o protegerle.
Se levantó de su sillón y caminó con paso cansado hasta donde se encontraba Harry y depositó sus manos sobre los hombros del joven, que se tensó inmediatamente al sentir el contacto.
–Sin embargo, fue hecho con la mejor intención. Debes creerme, Harry. Realmente me asustó y sigue haciéndolo todavía, lo que podría hacerte ese objeto si llegara hasta ti.
–¿Tanto miedo como Fudge, Profesor? –preguntó incómodo ante ese contacto, y con una clara rigidez en su voz.
Aquellas palabras, por lo que llevaban implícito en si mismas, hirieron profundamente al Director de Hogwarts, aunque no dejó entreverlo. Dio unos pequeños golpecitos en el hombro de su ex alumno, que en ningún momento le había mirado y volvió lentamente a su sillón.
–Bien, hemos acordado mostrar todas las cartas, Harry. –dijo con voz cansina– Pero creo que tú todavía escondes una.
–¿Qué le hace pensar eso?
–Oh, reconozco que eres muy hábil –Dumbledore esbozó una franca sonrisa– el Profesor Snape acabó haciendo un buen trabajo contigo. –dejó escapar un pequeño suspiro– No me has dejado verlo, por supuesto. Pero más sabe el diablo por viejo, que por diablo¿no es así el dicho muggle? –acabó, dirigiendo un pequeña sonrisa hacia Hermione.
Ésta asintió sonriendo también, para después mirar a su amigo. Harry tenía ahora los ojos fijos en sus manos apoyadas sobre mesa, al parecer sopesando cuidadosamente si levantar esa carta o no. No confiaba en Dumbledore, ya no. Y aunque podía ver una sincera preocupación en los ojos de todos los demás, solo había una persona en ese despacho en cuyas manos depositaria su vida sin pensarlo y era el dueño de la mano que volvía a estar posada sobre su rodilla. Tantas cosas habían cambiado en aquellos años. Demasiadas, ahora se daba cuenta. A pesar de todo, tenía que reconocer que ninguno de los dos había podido con el pequeño asunto que ahora Dumbledore pretendía que pusiera sobre la mesa. Para ser sincero consigo mismo, todavía no había olvidado la sensación de pánico que experimentó la primera vez que se dio cuenta de lo que el libro podía hacer en él tras haber sufrido su influencia. Y ahora que conocía la historia entera, comprendía en toda su magnitud el peligro que representaba.
–No. –le llegó el susurró de Draco.
Harry tardó unos instantes más en contestar.
–No creo que haya nada más que decir de momento. –dijo al fin, enfrentando de nuevo su mirada a la del Director de Hogwarts.
Éste asintió en silencio, al parecer decepcionado. Pero no insistió.
La reunión había seguido durante algunos minutos, sin que Harry pudiera dejar de pensar que, una vez más, Dumbledore había intentado y en parte conseguido, conducir a todos hasta donde el anciano había pretendido. Después, todos habían ido dejando sus asientos y las conversaciones habían tomado un tono más distendido, la mayoría concentradas en satisfacer su curiosidad con respecto a la vida de los dos jóvenes durante aquellos cinco años. Lo más divertido fue ver la cara de Draco tras recibir un abrazo de la Profesora McGonagall, al parecer sinceramente aliviada de que el Slytherin hubiera sobrevivido a tanta calamidad.
Harry sintió que un mano tiraba de su brazo y le apartaba sin muchas ceremonias de la conversación que mantenía en ese momento con Bill y el Sr. Weasley.
–Te tiraría de las orejas, pero a tu edad no creo que me lo permitieras. –le dijo Remus, con enojo contenido– Así que te sugiero que bajéis a nuestras habitaciones en cuanto esto termine.
Remus estaba enfadado y Harry sospechaba el porqué. Severus, a su lado, no parecía mucho más contento. Quince minutos más tarde, Harry y Draco abandonaban el despacho en dirección a las mazmorras. La voz de Hermione les detuvo cuando llegaban a las escaleras.
–Esta vez no vas a dejarnos fuera, Harry.
Draco, que ya volvía a ser Philippe en previsión de que se cruzaran con algún alumno, dirigió a Harry una mirada molesta. A pesar de la clara oposición que su compañero demostraba ante esa idea, la expresión determinada en el rostro de sus amigos hizo comprender a Harry que si esta vez les apartaba, sería de forma definitiva. Ron y Hermione no iban a aceptar verse nuevamente relegados y rechazados.
–Que conste que seguís bajo el hechizo –advirtió– y que no pienso levantarlo de momento.
–Lo aceptamos. –dijo Ron. Hermione asintió.
Y reanudaron su camino hacia las mazmorras, seguidos del matrimonio Weasley.
–¿Qué te hace pensar que deseo discutir nuestros asuntos con ellos? –murmuró Draco entre dientes, claramente contrariado.
–Que son mis amigos. Y desearía que os llevarais bien.
Draco no dijo nada. Apretó las mandíbulas y se limitó a seguir andando. Sin embargo, al llegar a las habitaciones de su padrino no pudo evitar refunfuñar:
–Traemos comitiva.
Tampoco Snape pareció muy feliz de ver a Hermione y a Ron. A Remus, sin embargo, no pareció importarle. Tenía otras prioridades.
–¿Y bien? –preguntó inmediatamente después de que todos se sentaran.
Harry tomó aire antes de decir:
–Es un libro.
–¿Y cuando esperabais decírnoslo? –continuó en tono enojado.
–Lo siento, Remus. ¿Me creerás si te digo que sinceramente, lo olvidamos?
El licántropo inspiró profundamente preguntándose en que cabeza cabía olvidar mencionar una cosa así. Severus les miró con expresión de ponerles a limpiar calderos a los dos.
–Pensé que habías dicho que no sabías dónde estaba –dijo Hermione a Draco en un tono más bien crítico
–Y no lo sabía, Granger . –le contestó él a la defensiva.
–En realidad fui yo quien la trajo sin saberlo. –aclaró Harry.
Y dio una somera explicación de cómo el libro había llegado a sus manos. De cómo dos o tres años después de su partida, la caja había llamado nuevamente su atención con el traslado de sus cosas y cómo al final había logrado abrirla. Severus dio un respingo en su asiento.
–¿La misma caja labrada que estuvimos intentando abrir ese día?
Draco asintió.
–¿Cómo no nos dimos cuenta? –preguntó estupefacto.
–¿Cómo no se dio cuenta el Ministerio que la tuvo en sus almacenes por más de tres años? –dijo Draco con sarcasmo.
–¿Qué sucedió cuando la abriste, Harry? –preguntó Remus con gravedad.
Harry tardó un poco en responder.
–Justo lo que dijo Dumbledore. Intentó volver a lo único que encontró de lo que él denominó "su esencia". –dijo en el tono más desenfadado que fue capaz, dado que Remus, frente a él, estaba mortalmente pálido– Remus, he dicho que "sólo lo intentó".
–¿Dónde está ahora? –inquirió Severus, que depositó en la mano de Remus una copa de brandy.
–Guardado –respondió esta vez Draco– Bajo todos los hechizos de contención que fui capaz de imponerle, en el fondo del un arcón de mi madre, mágicamente sellado.
–Y supongo que no lo habéis traído con vosotros. – dijo Hermione.
–No Granger, no solemos viajar con él bajo el brazo. –respondió Draco alzando su ceja con ironía. –Sigue en París.
–Creo que deberíamos buscar un sitio más seguro para guardarlo. –afirmó Severus, sirviéndose una copa él también y vaciando la mitad del contenido de un solo trago– ¿Os dais cuenta de lo inconscientes que habéis sido? –estalló después dirigiendo a los dos jóvenes una mirada furibunda.
–¿Y qué querías que hiciésemos? –le contestó su ahijado en el mismo tono– ¿Tirarlo a un contenedor de basura muggle?
–Perder los nervios no va a servirnos de nada. –intentó calmarles Remus, dándole vueltas a la copa entre sus dedos.
–Tal vez deberíamos traerlo a Hogwarts. Aquí podría ser convenientemente guardado y vigilado. –intervino Ron.
–Weasley, –gruñó Draco con cierto retintín– ¿qué no se lo hayamos mencionado a Dumbledore no te sugiere nada?
Ron enrojeció hasta las orejas por unos segundos, pero logró dominarse. Draco por su parte se levantó de su sillón y se dirigió hacia el aparador destilando mal humor.
–¿Vas a seguir en plan tacaño con el brandy? –recriminó a su padrino en un tono algo molesto. Y el mismo se sirvió una copa– ¿Alguien más? –preguntó después con la botella en la mano. Harry no solía beber y Hermione negó con la cabeza. –¿Weasley?
–No me vendría mal. –reconoció el pelirrojo, sorprendido de que Draco Malfoy se aviniera a servirle una copa.
Durante unos momentos, solo se oyó el trajín de Draco en el aparador con la botella y las copas.
–Gringotts. –dijo de pronto Hermione– No hay nada más seguro que ese banco.
–Te recuerdo que en nuestro primer año, abrieron la cámara donde había estado guardada la piedra filosofa con toda impunidad. –rememoró Harry.
–Porque sabían lo que buscaban y a quien pertenecía la cámara. –rebatió su amiga y posando sus ojos en Draco continuó– Pero si alguien como Philippe Masson, un completo desconocido, abriera cuenta en el banco y alquilara una cámara, nadie haría muchas preguntas¿no crees? Sólo sería un mago más confiando sus ahorros a Gringotts.
Remus asintió silenciosamente con la cabeza, y Severus miró de forma penetrante a su ex alumna, considerando que podía haber visto aquella mujer en Weasley. Harry, hundido en su sillón desde que habían llegado, se incorporó un poco y miró a su amiga considerando de nuevo su propuesta.
–Visto así no parece tan mala idea¿no crees Draco?
El aludido se limitó a alzar su copa en dirección a Hermione.
–Lo traeremos en el próximo viaje. –confirmó Harry.
–YO lo traeré, Harry. No pienses ni por un momento que voy a dejar que te acerques a ese libro otra vez. –Draco le dirigió una significativa mirada– Acuérdate de los efectos secundarios…
–¿Efectos secundarios? –preguntó Remus, abriendo mucho los ojos, rogando por no oír algo demasiado grave.
–Pura exageración. –le aseguró Harry con un gesto que pretendía quitarle importancia.
–¿Exageración? –Draco alzando una de sus aristocráticas cejas con expresión guasona– A Harry no le hace falta tener el libro en sus manos para convertir tu vida en un pequeño infierno, Remus –dijo el Slytherin con ironía– Solo con que esté en la misma habitación, y aun dentro de su caja, acabarás discutiendo con él por las cosas más inverosímiles e impensables. O te mandará una maldición si por error has puesto azúcar en su café. Con mucha suerte no acabarás colgando de la lámpara del techo. –terminó mirando con cierto resentimiento a su pareja.
–¿Afecta su carácter de ese modo? –preguntó Remus mirando a Harry de arriba abajo, como si le viera por primera vez. Harry se encogió de hombros.
–No es para tanto. –murmuró.
Draco le atravesó con una mirada acusadora.
–Tú mismo pudiste comprobar cuan irritante puede llegar a ser, si rememoras cierta tarde –dijo el rubio dirigiéndose a Remus nuevamente– Recuerda que Severus y yo estábamos intentando abrir la caja, que permaneció en el salón durante toda la discusión.
Remus asintió lentamente, empezó en ese momento a entender muchas cosas.
–Bien –concluyó Snape tras apurar su copa– creo que ha quedado bastante claro para todos que Harry no puede estar ni tan solo cerca de ese libro, sino queremos acabar en una reñida discusión con él, y eso en el mejor de los casos. –el aludido puso los ojos en blanco– Por lo tanto, cuanto antes podamos traerlo y ponerlo a buen recaudo en Gringotts, mucho mejor.
–Yo puedo acompañarte –se ofreció Ron, no muy seguro de que su oferta fuera bien recibida.
Draco le miró fijamente durante unos segundos y después asintió.
Cuando la conversación derivó después sobre los derechos y obligaciones contractuales de los bancos con respecto a sus clientes y viceversa, y se convirtió en monólogo por parte de Hermione, Ron aprovechó para levantarse y dirigirse al aparador donde seguía Draco, al parecer tan aburrido como él ante la disertación de su mujer, con la intención de tener dos palabritas con el rubio.
–Malfoy…
Draco se volvió lentamente, con la segunda copa de brandy en la mano, dispuesto a enfrentarse al dueño de esa voz, le gustara o no a Harry.
–Weasley...
El pelirrojo le perforó con la mirada, el ceño fruncido hasta lo imposible, con su pecosa cara enrojecida como en aquellas memorables ocasiones en la escuela, cuando Draco lograba sacarle de sus casillas.
–Solo dame tiempo –dijo.
Y extendió su mano en dirección al sorprendido Slytherin.
–El mismo que deberás darme tú a mí. –contestó, aceptándola no sin cierta incredulidad.
El pelirrojo asintió y ambos sellaron sus buenas intenciones con un firme apretón.
–Pero dime una cosa, Malfoy...
El rubio arqueó las cejas pensando que ya tenía que haber previsto que no podía ser tan fácil.
–...¿de verdad te colgó de la lámpara del techo sólo porque pusiste azúcar en su café?
Y la pecosa cara se iluminó con una amplia y satisfecha sonrisa.
Cuando la reunión terminó y el despacho se vació quedando nuevamente en un tranquilo silencio, Dumbledore sintió ese silencio oprimirle el corazón. Muchas veces se había sentido solo a lo largo de su vida por diferentes motivos. La mayor parte de las veces, por no poder y a veces no querer, debía reconocerlo, compartir conocimientos e informaciones demasiado graves o peligrosas para ser aireadas incluso ante los que gozaban de su confianza. Para protegerles, siempre había su lema. La soledad del líder, se había consolado diciéndose cada vez que sentía la necesidad de compartir con alguien el peso de todo lo que cargaban sus hombros. Pero ahora esa soledad pesaba más que nunca. Tal vez fueran los años que empezaban a afectar su carácter y a la determinada voluntad que siempre le había sostenido. Tal vez fueran las palabras de Harry, cuya velada acusación le había golpeado tan dolorosamente. Tal vez su negativa a revelar lo que él estaba seguro que el joven conocía. El sonido de una conexión estableciéndose en su chimenea, hizo que los pequeños y profundos ojos azules del anciano se desviaran en esa dirección. Suspiró con resignación cuando el rostro, nada contento de Cornelius Fudge apareció entre las llamas esmeralda.
–Buenos días Cornelius. –saludó a pesar de todo sin perder su habitual tono amable– ¿Qué puedo hacer por ti?
–Esta aquí¿verdad? –gruñó el Ministro sin molestarse en contestar al saludo.
–¿De quién hablas, querido Cornelius? –preguntó Dumbledore con expresión de no saber a qué se refería.
–¡De Potter, por supuesto! –bufó el Ministro– ¡Vamos Albus¡Sé que llegó ayer¡Y ni tan siquiera se dignó a pasar a saludarme!
–Creo que es una visita privada, Cornelius. –dijo el Director en tono conciliador– Ha venido a ver a sus amigos, eso es todo.
–Sin embargo, si tiene tiempo para saludar al Ministro francés. –prosiguió Fudge con enfado– ¿Sabías que el Sr. Potter estuvo toda una tarde departiendo con mi colega francés¡Toda una tarde! Y yo he tenido que tragarme todas y cada una de sus palabras como un verdadero imbécil cuando me ha llamado. ¡Regodeándose sutilmente de nuestra ineptitud por haber perdido a Potter durante tanto tiempo!
–No será para tanto, Cornelius. –trató de consolarle Dumbledore– Si no hubiera sido por el ataque a su restaurante, tampoco ellos habrían sabido que Harry estaba en su país desde hace cinco años.
–¡Eso no le impide vanagloriarse! –rugió Fudge herido en su amor propio– ¡Incluso le invitaron a comer en su restaurante!
–Estoy seguro de que no les quedó más remedio. –contestó Dumbledore, ya un poco harto del ataque de celos del señor Ministro– Ya sabes que Harry es poco amigo de estas cosas. Prefiere pasar inadvertido.
–¡Pero cinco años, Albus! –el Ministro bufó nuevamente– Si no hubiera sido porque esa maldita Lestrange le reconoció, seguiríamos en la inopia más absoluta con respecto a su paradero. Y que conste que no estoy diciendo que me alegre de lo sucedido. –se apresuró a añadir.
Dumbledore hizo un ligero movimiento de asentimiento, mirando al iracundo Ministro por encima de sus gafas de media luna.
–¿Puedo preguntar como está la investigación de los aurores franceses sobre ese ataque? –inquirió el Director de Hogwarts.
Si tenía que aguantar la pataleta del Ministro, que menos que sacar algo de información a cambio.
–Nada concluyente. –dijo Fudge con desgana– Como siempre, los Lestrange y su séquito se han esfumado sin dejar rastro. ¡Solo faltaría que también tuviera que aguantarle el éxito de su captura al francés! –explotó nuevamente– Entiéndeme Albus, –dijo inmediatamente después– No es que no sea algo que llevo deseando desde hace años. ¡Pero carajo¿Para qué tenemos a nuestros aurores?
El Ministro maldijo en silencio a Fallon, su jefe de aurores.
–Bueno, –dijo al parecer más tranquilo después de su ataque de furia– ahora que Potter esta aquí otra vez, tal vez quiera echar una mano. –dijo en un tono que daba por sentado que así sería.
–No ha venido a quedarse, Cornelius. Ya te he dicho que solo estaba aquí para ver a sus amigos. No creo que se sienta muy dispuesto a meterse en estos berenjenales nuevamente. Olvídate de Harry, Cornelius.
El Ministro entrecerró los ojos y apretó los labios anticipando una nueva explosión. Sin embargo, su tono de voz fue extrañamente calmado cuando habló.
–Convendrás conmigo, Albus, que la repentina marcha de Potter fue extraña. Despareció sin dejar rastro, de forma ilegal si me permites decirlo, ya que ni registró su salida del país ni su entrada en Francia. –Dumbledore suspiró con cansancio– ¿Dónde estuvo durante tanto tiempo¿Qué motivos podía tener para hacerlo?
–Ya discutimos todo esto en su momento, Cornelius. –dijo el Director empezando a tener que hacer verdaderos esfuerzos para no demostrar su creciente enojo con el insidioso Ministro– No puedes utilizar a Harry para resolver los problemas del Ministerio cada vez que éstos se presentan. Él ya hizo lo suyo cuando le correspondía. Y a pesar de ello, alguien –y en este punto clavó una mirada penetrante y acusadora en el Ministro–se lo agradeció intentando matarle. ¿Por qué te extrañas de que buscara algo de paz lejos de aquí¿Le hubieras dejado tranquilo su hubieras sabido donde se encontraba?
–¿Qué insinúas, Albus? –preguntó Fudge entre dientes, visiblemente molesto antes la velada insinuación.
–No insinúo nada, Cornelius. Me limito a señalar un hecho que conoces tan bien como yo. –dijo.
–Acordamos no volver a hablar de este asunto, Albus. –dijo el Ministro en un tono de voz mucho más bajo del habitual– Ya se depuraron las responsabilidades correspondientes.
Dumbledore le dirigió una mirada que daba a entender que lo dudaba mucho, pero no siguió añadiendo leña a ese fuego. Sin embargo, dijo:
–Acordamos también, que el Ministerio no volvería a molestar a Harry con nuevas demandas de ayuda, después de haber estado a punto de perder la vida en ese edificio en llamas. –le recordó a su vez el Director de Hogwarts con una mirada, volviendo a su tono apacible.
–Si, bien… –admitió el Ministro incómodo.
Los dos hombres se miraron durante unos instantes. Dumbledore con una mirada tranquila, pero firme. Fudge sin poder ocultar su contrariedad.
–De todas formas, dile a Potter que espero verle. –dijo con petulancia antes de desaparecer– Por lo menos, me merezco igual trato que el Ministro francés.
Dumbledore cruzó los dedos y apoyó el mentón en sus manos con gesto cansado. Iba a ser difícil conseguir que Harry satisficiera al Ministro. Para empezar, porque no estaba ni seguro de que el joven accediera de buena gana a volver a hablar con él para poder darle su mensaje.
Cuando Cornelius Fudge volvió a su cómodo sillón de Ministro, todavía estaba furioso. El día anterior había quedado como un imbécil delante del periodista y el fotógrafo que él mismo había solicitado a El Profeta, prometiendo una primera página con la noticia del regreso de Potter. Había fracasado miserablemente y sospechaba que el fastidioso Arthur Weasley tenía mucho que ver en ello.
–No te sulfures, querido Cornelius. No tiene caso.
Fudge tamborileó con los dedos nerviosamente sobre la mesa, fijando su mirada en el hombre que vestido con una túnica morada, con la W de color plateado bordada en el lado izquierdo del pecho, estaba sentado frente a él. Ernest Umbridge le sonrió. Conocía a Fudge desde su juventud, cuando tras la escuela ambos eran un par de anhelosos jóvenes que empezaban sus escarceos políticos en el Ministerio. Sabía que lo único que tenía herido el señor Ministro en esos momentos era su enorme ego personal, sobradamente alimentado a lo largo de todos aquellos años. El carisma de Fudge y su ambición, junto a la camaleónica capacidad que tenía para adaptarse a las circunstancias según conviviera, le había ayudado a escalar hasta lo más alto del Ministerio. A él, esa misma ambición y su elaborada elocuencia, junto con su habilidad para interpretar la legislación mágica y aplicarla según su particular forma de entenderla, le había llevado al Wizengamot, del que era uno de sus miembros más antiguos y respetados.
–¡Cada vez me es más difícil soportar a ese entrometido y pedante de Dumbledore! –dijo Fudge a su amigo.
Umbridge se limitó a seguir sonriendo con condescendencia
–Sigue obsesionado con el ataque a Potter. –dijo entre dientes.
Ernest tenía los ojos saltones, enmarcados en la misma cara de sapo que su hermana Dolores. Alguien mal intencionado hubiera dicho que lo único que les diferenciaba era la barba. Con las palabras de Fudge sus ojos brincaron.
–¿Otra vez? Creí que ese asunto ya estaba olvidado.
–¡Ja! Aprovecha para restregármelo por las narices a la menor ocasión. –respondió Fudge molesto.
–De todas formas nunca podrá probar nada. –dijo Umbridge repantigándose en su sillón y esbozó una amplia sonrisa maliciosa– Quien fuera, fue muy cuidadoso.
El ligero nerviosismo que le había asaltado en un principio ya estaba enterrado. Ernest Umbridge era un hombre frío y calculador y no había dejado ningún cabo suelto. Estaba seguro. Aparte del peligro que siempre había considerado que Potter significaba y que al principio sólo él había sido capaz de ver, había odiado al chico con todas sus fuerzas porque le consideraba el principal culpable de todo lo que le había pasado a su hermana y de que ésta se encontrara recluida en San Mungo después de que él y sus amigos la llevaran con engaños al Bosque Prohibido. Dolores jamás lo había superado. Una brillante carrera se había ido al traste y él había perdido a una hermana que le adoraba y apoyaba incondicionalmente en todas y cada una de sus ideas. Después, Ernest había sido como una pequeña hormiguita trabajadora e incansable, sembrando de dudas los cerebros de todos y cada uno de los personajes que pudieran tener alguna influencia en la vida pública del mundo mágico y que a la vez se mostraran todavía inseguros con respecto a Dumbledore y lo que su niño dorado podía hacer. Y para su regocijo, Fudge había sido el más fácil de manipular. Sembrar la duda en su mente predispuesta había sido como darle un caramelo a un niño. Sabía que el Señor Ministro había sentido miedo. Un miedo terrorífico. Y no precisamente por lo que aquel jovencito, si lograba ganar aquel desigual duelo, pudiera hacer después. Sino porque era Dumbledore quien estaba detrás del muchacho. El que le había protegido, guiado después, defendido, entrenado y preparado para poder vencer o al menos intentarlo, al Señor Oscuro. ¿Y qué pasaría con Dumbledore si Potter ganaba¿Qué pretendería? Seguramente la sociedad mágica iba a darle todo el crédito que tal acción merecía. Sin embargo, él era uno de los que había puesto al chico en la palestra, primero con aquel juicio desmesurado a la pretendida falta. Después con todo aquel vertido de insinuaciones sobre la salud mental de Potter y del mismo Dumbledore que El Profeta no se cansó de publicar. Esa era la razón por la que le había sido tan fácil aceptar las insinuaciones de Umbridge discretamente apoyado por la facción más radical del Wizengamot y cerrar los ojos a lo que pretendían hacer. No quiso ver. No quiso saber. Estaba dispuesto a salvar su puesto de Ministro de Magia a cualquier precio. Aún a costa de la vida del salvador del mundo mágico. Porque no iba a permitir que Dumbledore utilizara a Potter como trampolín para conseguir su puesto y dejarle a él en la vergüenza y el olvido.
–Olvídate de Dumbledore, Cornelius. No pudo conseguir pruebas en su momento. Ya no puede hacerlo ahora.
–No sé de que hablas, Ernest. –negó el señor Ministro lanzándole una mirada de enojada advertencia.
–Como quieras. –respondió Umbridge con algo de desprecio en la voz– No hay peor ciego que el que no quiere ver.
–No te ofendas amigo mío. Pero hay asuntos que no deben ser tratados en el Ministerio. Mis oponentes políticos tienen oídos en todas partes.
Umbridge asintió. La nueva oleada de ataques Mortífagos no le estaba haciendo ningún bien al Ministerio. Y menos a Fudge. La oposición estaba utilizando muy hábilmente aquellas nuevas agresiones contra el mundo mágico para desacreditar al Ministro y a sus colaboradores más cercanos. Y él era muy cercano al Ministro. Ahora que Potter había vuelto, pensaba vigilarle muy de cerca. La venganza es un plato que se sirve frío. Y después de tantos años, Ernest consideró que la suya estaba ya congelada. Preparada para clavarse con una daga de hielo a la menor ocasión.
