Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contrendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
Siento no haber podido actualizar antes, pero estoy hasta las cejas de trabajo. Gracias por sus amables comentarios a: Mirels, Snuffle's Girl, audrey-ludlow y Diabolik. Prometo contestar personalmente la próxima vez.
Y ya sin más..
CAPITULO XVIII
Desencuentros
Harry y Draco se habían quedado casi tres semanas en Inglaterra. Y después de tres noches en Hogwarts, el moreno se había salido con la suya y había arrastrado al rubio quieras que no a casa de los Weasley. Aunque a decir verdad, después de todo lo acontecido éste no había rechistado demasiado. Sorprendentemente, había acabado congeniando con la Sra. Weasley más de lo que estaba dispuesto a admitir. O al menos eso parecía indicar el mano a mano en la cocina en que los dos se habían enfrascado. Fueron tres semanas de intensa búsqueda, en la que todas las casas que visitaron eran rechazadas una tras otra porque ninguna tenía una cocina a la altura de las expectativas de Draco. Aunque Harry no acababa de entender tanto empeño si al fin y al cabo casi nunca cocinaba en casa. Si no comían en el restaurante, se traían la comida hecha de allí. Bien era cierto que tal vez si tuviera que hacerlo en Inglaterra, al menos hasta que el proyecto del nuevo restaurante, aplazado de momento, pudiera realizarse. Acabaron alquilaron una casa en Epson, en el condado de Surrey, tras asegurarse de que en esa zona no había magos. Después, regresaron a París. Eso si. Tras extender una invitación formal al Señor Ministro de Magia inglés para que se pasara cuando quisiera por La Petite Etoile.
Era Lunes y Harry remoloneaba en la cama. Draco debía estar en la ducha, porque se oía el agua correr. Se estiró con pereza, dudando entre levantarse e ir a hacerle compañía o seguir cómodamente despatarrado entre las tibias sábanas. ¡Y es que se estaba tan bien! No, la ducha esperaría. Desde que habían decidido cerrar el restaurante los lunes, sin lugar a dudas de los dos Harry era quien más lo agradecía. No tener que levantarse a las seis de la mañana era una bendición. Draco sencillamente abría los ojos y ya estaba en pie. Él necesitaba un pequeño proceso de adaptación antes de lograr poner los pies en el suelo y entrar otra vez en el mundo. Estaba ya medio adormecido otra vez, cuando unos golpecitos en el cristal del balcón le hicieron entreabrir los ojos con soñolencia. Volvió el rostro en esa dirección, pero más allá de la cama todo se veía mucho más borroso. Así que movió la mano lentamente hacia la mesilla y palpó en busca de sus gafas. Se incorporó con pereza y enfocó por fin la vista hacia el balcón. Una lechuza parda revoloteaba impaciente tras los cristales. Se levantó intrigado, porque no la reconoció como perteneciente a ninguna de sus amistades. Tan pronto abrió la puerta del balcón, la lechuza entró como un rayo y airada por la espera, aleteó por la habitación durante unos minutos, para acabar posándose sobre la cómoda y extender la pata con un agudo ulular.
–Bueno, bueno, no hay porque ponerse así. –gruñó él.
Draco asomó la cabeza desde el cuarto de baño.
–¿Con quien hablas? –preguntó.
En ese momento vio el ave que salía por el abierto balcón y a Harry plantado en medio de la habitación, con un sobre en la mano y su boca abriéndose en un gran bostezo.
–¿De quién es? –preguntó.
El moreno se encogió de hombros le dio la vuelta al sobre para ver el remitente, sin poder reprimir otro bostezo. Alzó las cejas con sorpresa y miró a Draco con expresión incrédula mientras empezaba a abrirlo con presteza.
–¿Y bien? –volvió a preguntar el rubio.
Ante la falta de respuesta se acercó con curiosidad y empezó a leer por encima del hombro de su pareja. A los pocos segundos arrugó el ceño y volvió al cuarto de baño, consciente de los cambios que esa carta podía traer a sus vidas, dependiendo de lo que Harry decidiera. El moreno no tardó en aparecer en el umbral de la puerta del baño, ya completamente despierto, con la carta todavía en la mano.
–¿Qué vas a hacer? –preguntó Draco, que continuó afeitándose, escrutando el rostro su compañero a través del espejo todavía ligeramente empañado.
–Cumpliré veintiséis dentro de dos semanas, Draco.
–¿Y?
–¿No crees que estoy mayor ya para jugar?
Deseo decirle que si, que a los veintiséis un jugador de Quidditch ya está pensando en retirarse. Los buenos podían aguantar hasta los treinta, pero eran los menos. Además, él llevaba más de cinco años sin jugar. No estaba en forma. Y seguramente en esos momentos habría buscadores mucho más jóvenes y rápidos que él. Que era mejor que ni lo intentara para evitarse la vergüenza de descubrir, demasiado tarde, que su tiempo ya había pasado.
–No digas estupideces. –fue lo que respondió, sin embargo, en un tono más seco del que pretendía. E intentó arreglarlo añadiendo– Quien tuvo, retuvo ¿no?
Por la expresión desconcertada de Harry a sus espaldas entendió que no lo había resuelto demasiado bien.
–¿Crees que debería intentarlo entonces? –oyó que le preguntaba.
–¿Te apetece?
–En realidad no lo sé. –contestó Harry mirando otra vez la carta que tenía en la mano, como si ésta pudiera darle la respuesta.
–Entonces para qué preguntas. –Draco abandonó el baño y empezó a vestirse– ¿Salimos a desayunar o preparo algo?
Harry le miraba fijamente, los brazos caídos a lo largo de su cuerpo en una postura de desencanto y una expresión algo dolida en el rostro.
–¿Te apetece preparar el desayuno? –preguntó a su vez.
–No demasiado. –confesó el rubio que estaba atando los cordones de su deportiva y levantó el rostro hacia él con una mueca risueña.
–Entonces¿para qué preguntas? –fue la respuesta algo cortante.
Y Harry cerró la puerta del baño con un poco más de ímpetu del habitual. A los pocos segundos se oyó el agua de la ducha. Draco se incorporó y deslizó los dedos entre los todavía húmedos cabellos y dejó escapar un suspiro. Había metido la pata y lo sabía. Pero no había podido evitar sentir aquella oleada de rechazo en su interior ante la posibilidad de que Harry volviera a jugar. De que se marchara, dejándole solo en París ahora que la probabilidad de abrir el restaurante en Londres tal como habían planeado, era bastante remota. Igual que remota era la posibilidad de que pudiera impedírselo si así lo decidía. Porque las ansias y el placer de volar y jugar para Harry eran tan fuertes como las suyas por encerrarse en su cocina y crear un nuevo plato, combinando ingredientes, mezclando sabores. Y las había estado reprimiendo durante mucho tiempo. Por él. Entonces¿por qué no era capaz de aceptar que pudiera volver a jugar, sabiendo lo feliz que eso le haría? De todos modos, tendría que pasar antes esa prueba que se mencionaba en la carta que le había enviado su antiguo equipo. Claro que existía la posibilidad de que su pareja no la superara. Draco bufó. Para que mentirse. No, a pesar del tiempo que Harry llevaba sin jugar, había sido y estaba convencido de que todavía era demasiado bueno para que un concienzudo entrenamiento no le pusiera en la forma que necesitaba para empezar a jugar otra vez. En el fondo de su corazón y no por ello dejaba de sentirse orgulloso, sabía que Harry formaba parte de ese pequeño elenco que llegaría a los treinta en plena forma, capaz aún de batir a cualquier jovencito que se le pusiera por delante. Se odió por no ser capaz de aceptarlo y concederle esa oportunidad. Pero lo cierto era que no quería ni pensar en despertar una mañana y que Harry no lo hiciera junto a él. La puerta del baño se abrió, dejando paso a la figura un tanto taciturna del Gryffindor, envueltas sus caderas en la toalla de baño. Se dirigió a la cómoda sin mirarle y extrajo ropa limpia. Pequeñas gotitas caían de su pelo resbalando perezosas por su espalda y la piel húmeda brilló bajo el reflejo de los rayos de sol que empezaban a entrar a esa hora a través del balcón. Draco sintió un deseo irrefrenable de lamer todas y cada una de esas gotas; de llevarle hasta la cama y arrancarle la toalla que ocultaba parte de su cuerpo y devorarle a él, olvidando el desayuno. Sin embargo, parecía que ese iba a ser un día de deseos reprimidos, así que tan solo preguntó:
–¿Vamos a esa granja que hay dos calles más abajo? Me gustan los croissants que sirven allí.
–Por mí está bien. –respondió Harry con un ligero encogimiento de hombros.
Y empezó a vestirse, ignorando la lujuriosa mirada en los ojos de Draco. Durante el desayuno, fue el rubio quien llevó el peso de toda la conversación porque Harry parecía ausente y sólo se limitaba a responderle con monosílabos. La mañana era soleada y hermosa y cuando sugirió dar un paseo Harry asintió enseguida, al parecer contento con la idea. De hecho hacia mucho tiempo que no paseaban. Habían perdido esa agradable costumbre adquirida en sus primeros meses en París, cuando se habían pateado toda la ciudad y alrededores para que Harry la conociera. Y a medida que sus vidas habían ido adquiriendo obligaciones y habían sido atadas a horarios y compromisos, habían llegado a un punto en que Draco ya no recordaba cuando habían dejado de hacerlo. Caminaron en silencio, uno junto al otro, para cualquiera que les viera sin otro signo visible que delatara que lo que pudiera unirles fuera nada más que una simple amistad. Era delicioso pasear por Paris a media mañana, cuando la mayoría de la gente está trabajando y los lugares públicos no estaban tan colapsados como un sábado o un domingo. Aunque pronto descubrieron, con algo de fastidio, que no habían contado con los turistas. A mediados de Julio y aunque fuera lunes, los veraneantes suplían el bullicio de los habitantes de París en fin de semana. El Parc Du Champs de Mars, frente al que se alzaba la Torre Eiffiel estaba a rebosar. Alzaron los ojos ante la imponente torre de hierro que se erguía ante ellos, y Draco no pudo dejar de pensar una vez más que los muggles eran sorprendentes.
–¿Te gustaría subir? –preguntó.
Harry observó las largas colas de turistas en cada una de las taquillas a los pies de la torre y después a Draco.
–Te recuerdo que odias hacer cola.
El rubio se encogió de hombros.
–Tenemos tiempo. Además, –añadió con una sonrisa picarona– será divertido recordar lo que hicimos la última vez que estuvimos ahí arriba.
Harry sonrió por primera vez aquella mañana de forma espontánea.
–¿Recordar que se nos heló el culo y estuvimos a punto de pescar una pulmonía? –preguntó.
Draco se rió pero tuvo que admitirlo.
–Tienes razón, creo que esa noche se me puso tiesa del frío más que de otra cosa.
–Vaya hombre, gracias.
–No hay de que. –respondió él en tono burlón– ¿Subimos, pues?
Harry asintió y se dejó arrastrar por un extrañamente entusiasmado Draco hasta la cola que parecía menos larga. Hacia mucho tiempo que no hacían nada juntos. Es decir, nada que no fuera permanecer encerrados en el restaurante y todo lo que ello conllevaba. Cuando tenían algo de tiempo libre estaban tan cansados que fuera lo que fuera lo que tuvieran planeado siempre moría en la cama, o en la comodidad del sofá, incapaces de hacer otra cosa que no fuera dormir o pasar las horas muertas tumbados, tragando películas o cualquier otro programa que echaran por televisión. Aunque siempre podían distraerse con un ataque Mortífago que les sacara de la monotonía, Merlín no lo permitiera. Ya no hacían tonterías como la de volar en plena noche hasta la Torre Eiffiel, colarse en el último piso y hacer el amor como dos posesos con París a sus pies. Aunque se les estuviera helando el culo y eyacularan carámbanos. Sorprendentemente Draco no se quejó ni una vez durante la más de hora y media que les costó ascender hasta el último piso. Recordaron la primera ocasión que Harry había subido, después de insistir e insistir, a lo que el rubio al final había accedido cuando sus argumentos de visitarla de noche y sin colas habían sucumbido ante unos elocuentes ojos verdes. Rememoraron anécdotas de esos primeros días, cuando todo era nuevo para Harry, bromearon, rieron y finalmente contemplaron París en todo su esplendor. Fue en ese momento cuando Draco tuvo miedo. Miedo de que la felicidad que sentía se acabara; de que no hubiera más subidas a la torre de hierro ni más anécdotas; miedo a que una nueva etapa de su vida se estuviera cerrando inexorablemente sin que él pudiera hacer nada para evitarlo; miedo a que Harry no estuviera en la próxima. Esa inquietud subyacía en su corazón desde que Bill Weasley había aparecido hacía aproximadamente seis meses. Y obedeciendo a un impulso muy poco habitual en él no estando en privado, tomó el rostro de Harry entre sus manos y le besó. Fue breve, pero intenso y cuando se separó de él, el moreno le miraba desconcertado. Y no era el único. En aquellos escasos segundos Draco había conseguido levantar murmullos a su alrededor y que miradas asqueadas, confusas o divertidas se posaran sobre ellos.
–Bueno, ya has logrado que todos nos miren¿contento? –susurró Harry por lo bajo, incómodo por convertirse en el centro de atención en aquel lugar tan estrecho, que no brindaba la posibilidad de desaparecer discretamente hacia ningún lado.
–Si. –respondió él sin asomo de vergüenza– Y me importa un bledo si no les gusta que bese a mi pareja.
Harry le dirigió una mirada entre molesta y sorprendida.
–Son muggles, Philippe. Y no todos aceptan de buen grado una relación como la nuestra.
–Es su problema. –respondió él con una sonrisa altanera– Me pregunto cuántos de los que nos están mirando horrorizados desearían reunir el valor suficiente para poder hacer lo mismo. –e hizo intención de acercar su rostro al de Harry otra vez.
Sin embargo, éste le detuvo. Tal vez a Draco no le importara, pero él no estaba dispuesto a dar ninguna clase de espectáculo desde lo alto de la Torre Eiffiel... con público.
–¿Por qué no te preguntas si YO me siento cómodo con esto?
Draco parpadeó unos segundos, mordido en su amor propio, para después adoptar una expresión fría y distante.
–Muy bien. Disculpa si te he molestado.
–No es cuestión de si me molesta o no Philippe, –siguió susurrando Harry algo fastidiado porque aquel rato tan agradable que estaban pasando se hubiera ido al traste– sino de no llamar la atención.
Pero el momento mágico ya se había roto. Draco no volvió a abrir la boca, al parecer ofendido por la reacción de Harry y éste sumó al desencanto por la indiferencia que había mostrado el rubio aquella mañana con respecto a la carta que había recibido, el enojo por la ridícula actitud que Draco estaba adoptando. Volvieron también en silencio a su apartamento y una vez allí, Draco se excusó diciendo que tenía cosas que preparar para el día siguiente y se largó al restaurante sin muchas más explicaciones. Harry comió y pasó el resto de la tarde solo, contemplando las vitrinas que guardaban sus objetos más preciados, intentando tomar una decisión. Durante los días siguientes, trató de sacar el tema en más de una ocasión, pero cada vez que lo intentó se encontró con una barrera infranqueable que no le permitía seguir adelante con la conversación: cuando Draco no estaba demasiado ocupado, no era el momento porque no estaban solos y cuando lo estaban, era demasiado tarde y se sentía demasiado cansado para discutir decisiones a las dos de la mañana. El hecho fue, que llegó el fin del plazo que el Gryffindor tenía para responder a su antiguo equipo y Harry se encontró sin saber qué hacer. Estaba dolido con Draco por su absurda actitud y de escuchar "mañana hablaremos, te lo prometo", cada vez que le recordaba que tenía que responder antes del lunes siguiente. Además, después de aquella mañana en la Torre Eiffiel, parecía haberse instalado un muro invisible en su cama que les mantenía a cada uno en su lado del colchón, evitando siquiera rozarse. Al parecer Draco todavía seguía dolido por su rechazo y Harry no estaba dispuesto a disculparse por lo que le parecía una actitud sumamente infantil por parte Draco.
Cuando el domingo por la noche Draco salió de la ducha, encontró a Harry preparando su bolsa de viaje y de pronto sintió como si le hubieran llenado de piedras el estómago. No dijo nada, se limitó a observarle esperando que el moreno diera alguna explicación. Cuando cerró la bolsa Harry le miró, cansado de sentirse silenciosamente vigilado y se enfrentó a la oscurecida mirada gris.
–Me hubiera gustado poder discutir esto contigo, –dijo– pero no me has dado oportunidad.
El rubio permeneció en silencio, siguiendo con expresión dolida cómo se ponía el pijama. Harry dejó escapar un suspiro mezcla de impotencia y enojo.
–No se acaba el mundo, Draco. Solo es una maldita prueba que tal vez ni tan siquiera pase.
–Bien. No seré yo quien te lo impida. –trató de que su voz sonara lo más indiferente posible, mientras se deslizaba entre las sábanas para dormir.
Harry se sentó en su lado de la cama, se quitó las gafas y las dejó encima de la mesilla. Frotó sus ojos con cansancio.
–¿Todavía sigues enfadado por lo de la otra mañana? –preguntó.
–Por supuesto que no. –respondió el rubio con sarcasmo– Me encanta que me rechacen. Especialmente en público. ¿No lo habías notado?
–¿Sabes que creo? –dijo Harry en tono dolido– Que sólo has encontrado una excusa para hacerme sentir mal.
Y apagó la luz colocándose, como ya era habitual en las últimas noches, de espaldas a Draco, sin poder ver la mirada abatida que se cernió sobre él.
Harry volvía a jugar oficialmente con los Chudley Cannons un mes después y Draco se vino abajo. Desde el ataque a La Petite Etoile, se había sentido ¿cómo decirlo? Vulnerable. Si, demasiado vulnerable para su gusto. El hecho de que ahora algunos miembros de la Orden del Fénix conocieran su verdadera identidad le incomodaba, con la ingrata sensación de que su intimidad había sido asaltada. La complicidad que Harry y él habían compartido durante tanto tiempo, se veía invadida por demasiada gente en la que él todavía no confiaba. No se le habían escapado las miradas recelosas que había recibido. Aunque después del pequeño discurso de Harry en aquella reunión en Hogwarts, nadie se había atrevido a decir nada. Incluso tenía que admitir los probos esfuerzos de Weasley y Granger por congeniar con él. Más de los que él mismo hacía, tenía que reconocerlo. Odiaba admitir que la retomada relación de Harry con sus amigos le había puesto un punto celosillo, hecho que por supuesto negaría, y la absurda impresión de haber perdido la exclusiva. Harry tenía nuevamente a un montón de gente dispuesta a ayudarle. Gente que a pesar de los años transcurridos, le quería. Él sólo tenía a Harry. Y a Severus, por supuesto, junto con Remus. Pero no se sentía aceptado por nadie más. Sólo soportado porque no quedaba más remedio. Los primeros días Harry había estado algo tenso con todo el mundo. Especialmente después de esa reunión. Pero no había tardado en limar asperezas y volver a la familiaridad de antaño. Especialmente con la familia Weasley. Con el único con el que no se había sentido todavía demasiado dispuesto a transigir era Dumbledore. Cuando regresaron a París, Draco creyó que todo volvía a la normalidad, que su vida estaba otra vez en su sitio. Hasta que había llegado la dichosa carta y lo había estropeado todo. Si en algún momento mantuvo la esperanza de que Harry declinara aquella oferta, él mismo la había escurrido por el desagüe con su aparente falta de interés. Había tirado de la cuerda hasta romperla, lo sabía. Y Harry había vuelto a Londres sin contar con su opinión. Más bien, contando con su falta de opinión. Se maldijo por dejarle marchar, por el orgullo que le impidió detenerle. Por no querer confesarle la angustia que sentía, ahora comprendía que desde hacia demasiado tiempo. Hasta el último momento confió en que tan solo fuera un gesto del moreno para castigarle por su apática indiferencia. Después, cuando volvió y le dijo que le habían admitido y él había aceptado, había surgido la fenomenal bronca. Él mismo la había provocado buscando descargar su impotencia, herirle con la misma fuerza con la que le amaba, con la misma intensidad que su miedo. Y Harry había entrado al trapo sin necesitar invitación, dolido por su desinterés y falta de apoyo. Había sido una riña demoledora. Mucho peor, aún. Porque ahora no eran dardos tirados con más o menos puntería por colegiales que peleaban en los pasillos de la escuela. Ahora eran dos adultos que se conocían lo suficiente para saber exactamente donde estaba la llaga y hundir el dedo en ella hasta lo más profundo. Y eso era exactamente lo que habían hecho.
Volver a volar había sido estupendo. Sentirse otra vez en comunión con su escoba y con el aire. Con él mismo. Comprobar que podía seguir haciéndolo. Que la snitch amaba su mano. Durante el día Harry se agotaba en el campo de Quidditch, esforzándose por recuperar su antigua forma física. No es que estuviera mal. Pero Berton le había dicho que tenía que perder algunos kilos para que su escoba "volara más ligera". Así que su entrenamiento era algo más duro que el de los demás. Pero por las noches le esperaba una casa vacía. Y no tan solo porque desde que la habían alquilado no les había dado tiempo a arreglarla y en ese momento era todo menos acogedora. Sino porque la persona que podía llenarla no estaba allí. Perdido en la soledad de su cama se preguntaba si al testarudo rubio le estaría pasando lo mismo. Se dormía y despertaba pensando en él, dándole vueltas a la tremenda discusión que habían tenido, sin entender todavía como habían podido llegar a ese punto. Tres semanas después el sentimiento de culpa era tan intenso que se había decidido a llamarle, pero Draco no se había puesto al teléfono. Una compungida Louanne le había dicho que no podía dejar lo que estaba haciendo en ese momento y Harry había colgado con el nudo que envolvía su corazón un poco más apretado. Había vuelto a intentarlo durante los siguientes días, a diferentes horas, con el mismo resultado. Draco siempre estaba haciendo algo que no podía dejar en el preciso momento en que él llamaba. Al final, molesto y herido, había reducido sus llamadas a una vez a la semana para hablar con Louanne ó Marie sólo para saber como andaba todo.
Remus y Severus al principio se habían limitado sólo a observar, todavía no muy seguros de lo que estaba pasando. Pero las evasivas de Harry sobre cualquier comentario o pregunta relacionada con Draco y el hecho de que éste no hubiera hecho acto de presencia después de todo un mes, eran la evidencia que necesitaban para confirmar que algo no iba bien. En esos momentos Harry acudía con regularidad a Hogwarts porque Severus le había sugerido que sería bueno que volviera a entrenarse. Los acontecimientos fuera de su mundo personal se estaba precipitando de forma alarmante. Por si acaso, le había dicho. El Gryffindor había estado de acuerdo. Así que ambos bajaban cada domingo por la noche a la cámara de los secretos, donde podían practicar sin ser molestados y sin peligro para nadie. Muchas veces contaban con la presencia de Remus como espectador. Pronto quedó claro que lo mejor era estar lejos de Harry cuando éste no tardó en recuperar el tiempo perdido y su innata habilidad y Severus preferió apartarse y dejarle el campo libre después de que un simple Stupefy le hubiera dejado inconsciente durante algunas horas. Tal vez los chicos solo estaban pasando una pequeña crisis. Algo normal en cualquier pareja. Pero de lo que no cabía duda era que la magia de Harry estaba "algo cabreada".
Otra de las cosas que Harry había tenido que asimilar, había sido el inesperado encuentro que se había producido el primer día que había acudido oficialmente a su primer entrenamiento. Se dirigía hacia el vestuario, cuando la persona que vio venir por el otro extremo del pasillo le hizo detenerse con una exclamación de estupor.
–Neal…
–Hola Harry.
Durante unos segundos permanecieron uno frente al otro como dos pasmadotes, sin saber que decirse.
–Me dijeron que volvías a jugar. –habló Neal por fin.
–Er... si. –dijo Harry sintiéndose algo estúpido– ¿Y tú?
–Me incorporé ayer. –explicó– Como segundo de Berton.
–Oh, así que ayudante de entrenador...
Neal sonrió por primera vez.
–Si, me retiré hace un par de años. No todos tenemos tanta suerte como tú. Y él último ayudante que tuvo Berton no ha querido renovar. –hizo una mueca– Adivina porque…
Una sincera sonrisa iluminó entonces el rostro de Harry y Neal sintió que la tensión de su cuerpo se aflojaba un poco. Había deseado y temido volver a verle desde que supo que el club había conseguido volver a fichar a su ex pareja. Había estado nervioso, imaginando todos los posibles escenarios en que podía producirse ese encuentro. Tratando de adivinar cuál sería la reacción de Harry. Y la suya propia.
–Bueno, al menos tú ya estás entrenado a aguantarle…–dijo Harry. Y sin saber cómo continuar aquella conversación miró su reloj– Llego tarde.
P–ues ten cuidado, Potter. Porque ahora puedo hacerte dar vueltas por el campo hasta que acabes con la lengua colgando. –amenazó con una sonrisa.
–No serías capaz… –Harry le devolvió una sonrisa inocente, pero sus ojos chispeaban con algo de burla, ya que en sus tiempos Neal había dado más vueltas al campo de las que ambos podían recordar.
Neal soltó una pequeña carcajada.
–Está bien, esta bien… –después su voz sonó algo nerviosa– Oye... tal vez podríamos comer juntos un día de estos... hablar...
–Porque no. –respondió Harry con un ligero encogimiento de hombros, a pesar de todo no muy seguro de desearlo.
Y ambos reanudaban camino hacia los vestuarios con una extraña sensación en la boca del estómago.
Dos semanas después, tras el primer partido de la temporada y la primera victoria, Neal aprovechó la euforia de Harry para invitarlo a cenar y celebrarlo. Durante dos horas habían aparcado los rencores de su dolorosa despedida años atrás y se habían contado la vida y milagros de los años que siguieron. Especialmente Neal después de la segunda botella de vino. Harry, más sereno ya que casi no lo había probado, se había mostrado más reticente a dar demasiados detalles de la suya a pesar de la insistencia de su ex.
–Así que sigues con el francés...
Harry asintió.
–¿Y tú? –preguntó a su vez.
–Steve. Llevamos tres años. Trabaja en el Ministerio.
–¿Un burócrata? –preguntó Harry con sorprendida ironía.
–¿Un cocinero? –se la devolvió Neal con alcohólico sarcasmo.
Ambos rieron.
T–al vez podamos salir algún dia los cuatro juntos. –sugirió Neal con una carcajada, a pesar de todo, incapaz de imaginar la situación.
–Si, tal vez...
De pronto Harry pareció incómodo. Neal conocía de sobras aquella sonrisa nerviosa de aquí no pasa nada que asomaba a sus labios cuando algo no andaba bien. Justo la que en ese momento esbozaba.
–Philippe sigue en París. Tal vez más adelante. –aclaró.
El ex bateador sintió que el corazón le daba un vuelco. El mismo que le había dado cuando le había visto venir por el corredor, camino de los vestuarios. ¡Harry estaba solo¿Quién podía ser tan insensato como para dejar a aquel moreno de ojos seductores y cuerpo de dios griego solo en Inglaterra? Ese francés estaba demostrando no tener demasiado sentido común. Tal ver fuera todavía demasiado arriesgado asegurar que las cosas no andaban demasiado bien entre aquella pareja. Pero por Merlín que lo averiguaría. Harry no era un hombre fácil de olvidar. Y tal vez el destino le estaba poniendo delante una segunda oportunidad. La de poder recuperar a Harry. El rostro del moreno se había ensombrecido y apartado la mirada de la suya, pero él siguió manteniéndola con insistencia, tratando de adivinar qué habría hecho el francés para entristecer de esa forma aquellos hermosos ojos verdes.
–¿Necesitas hablar? –preguntó.
Harry negó con un movimiento contundente de cabeza. Neal no pudo evitar mostrar una mueca de fastidio.
–Tan reservado como siempre¿verdad? –volvió a llenar ambas copas de vino– ¿Sabes? Mientras estuvimos juntos, siempre tuve la sensación de que había una parte de ti que jamás pude alcanzar, a la que jamás me dejaste llegar.
Harry fingió no haberle oído.
–¿Quieres emborracharme? –preguntó intentando desviar la atención de Neal de un tema que no le interesaba en absoluto remover.
Los ojos achispados de su ex compañero sonrieron con picardía.
–¿Serviría eso para desatar tu lengua?
–Creo que ya has bebido demasiado. –le dijo Harry apartando la botella de su mano.
Hizo un gesto al camarero para pedir la cuenta.
–Te acompañaré a casa.
–¡No seas ridículo! –contestó Neal irritado– Se necesita algo más que un poco de vino para que yo no sea capaz de llegar a mi casa.
Harry le miró no muy convencido.
–¿Podrás aparecerte? –inquirió.
Neal puso los ojos en blanco y dejó escapar un bufido molesto.
–No creo que fuera muy agradable para Steve que solo llegara la mitad de tu cuerpo. –insistió Harry sin hacerle caso.
Neal soltó una carcajada.
–Depende de la mitad que llegara. –dijo tambaleándose ligeramente al levantarse.
Harry rió, meneando la cabeza.
–Creo que si voy a acompañarte. –dijo.
Neal se encogió de hombros.
–Haz lo que quieras. Siempre te saliste con la tuya...
Al correr de los días para Neal quedó cada vez más claro que Harry y el francés no estaban en su mejor momento. Tratando de que no se hiciera demasiado evidente, fue introduciéndose en la vida de su ex pareja poco a poco. O al menos hasta donde éste le dejaba, porque no respondió a ninguna de sus veladas insinuaciones. Charlaban, comían juntos de vez en cuando y salían a tomar una copa cuando lograba convencerle, aunque siempre en compañía de otros miembros del equipo. Nunca solos. Además, Harry andaba pendiente a todas horas de este pequeño teléfono muggle que siempre llevaba en su bolsa o en algún bolsillo de su atuendo, cosa que no dejaba de exasperarle. Y aquel alejamiento que Neal sospechaba fue más que manifiesto por la breve pero acalorada conversación que sorprendió una tarde de domingo en el vestuario, en plena celebración de la sexta victoria consecutiva del equipo en dos meses. Conversación que no pudo entender por desarrollarse íntegramente en francés. Pero tampoco hizo falta.
–Louanne, por favor, necesito hablar con él.
La respuesta no debió ser la que Harry esperaba o deseaba, porque frunció el ceño y descargó un manotazo de frustración sobre la pared del rincón del alborotado vestuario donde se encontraba, esforzándose por oír lo que al otro lado de la línea le decían.
–¡Por todos sus santos, Louanne¡Dígale que deje la maldita bechamel y se ponga al teléfono! –tras escuchar la respuesta, explotó– ¡Me importa una mierda si se le quema, quedan grumos o sale volando! –se volvió de espaldas y apoyó la frente en la pared mientras seguía escuchando lo que su interlocutor le decía– Si, ya lo sé. Sé que no es culpa suya y que usted hace lo que puede. –Harry dejó escapar un suspiro de resignación– Está bien, pero dígale que no pienso volver a llamar. Ya sabe mi número. –y a los pocos segundos– No, Louanne, no me haga esto. –paso la mano por su pelo con gesto nervioso– No me llore, por favor…–ahora Harry parecía desesperado– … si, ya imagino que está intratable… pero… Louanne, serénese se lo ruego…no, no voy a volver de momento, no puedo…lo sé Louanne, lo sé… yo también la quiero… besos a Marie de mi parte… claro, lo haré… adiós.
Después Harry se quedó mirando el teléfono en su mano, como si tuviera ganas de estamparlo contra la pared. Neal consideró si sería prudente acercarse a él entonces o esperar a que se tranquilizara. De todas formas en ese momento estaba demasiado ocupado intentando contener la desbordada alegría de algunos jugadores y en tratar de requisar varias botellas de firewhisky que habían empezado a correr, salidas no se sabía de donde. Se notaba que aquel vestuario no estaba acostumbrado a ganar desde hacia mucho tiempo.
–¡Si averiguo quién ha traído esto, no vuelve a jugar en lo que queda de temporada! –gritó desesperado, sosteniendo varias de las botellas confiscadas. Como Berton se enterara se le iba a caer el pelo– ¡A la ducha todo el mundo!
Harry se había quedado sentado en el banco, frente a su taquilla con cara de que el mundo se estaba hundiendo bajo sus pies, ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor.
–¡Hey, Potter¡Alegra esa cara, hombre! –le dijo uno de sus compañeros y le paso la botella de firewhisky que llevaba escondida tras su espalda– ¡Que este año vamos los primeros y no por la cola!
Harry la contemplo durante unos instantes y después se llevó la botella a los labios. No fue hasta un buen rato después, en el que Neal trajinó arriba y abajo vigilando y empujando a animados jugadores en dirección a las duchas, cuando se dio cuenta de que el buscador del equipo seguía todavía en su rincón, sorprendentemente con una botella en la mano.
–¡Oh mierda¿Tú también Potter? –gimió con un gesto de exasperación.
Neal nunca le había visto pasar de otra cosa que no fuera cerveza de mantequilla o de un par de copas de vino en la comida. Así que el lingotazo que acababa de verle endiñarse no podía hacerle ningún bien. Y por lo que pudo observar, ya no era el primero. Se acercó a él y le arrebató la botella de la mano.
–Harry… –él le miró con los ojos extraviados– …será mejor que vayas a ducharte.
Harry siguió mirándole como si no le viera, pero inició un lento movimiento para sacarse la camiseta de Quidditch. Sin embargo, lo único que logró fue armarse un lío de brazos y mangas y que sus gafas salieran volando de su nariz en su torpe intento de sacarse la camiseta por la cabeza.
–¡Dioses, Harry¡Estas como una cuba!
Neal deshizo el lío que su ex compañero se había armado y después recogió las gafas del suelo. Cuando se volvió, Harry estaba tumbado sobre el banco, una pierna a cada lado, intentando desabrocharse los pantalones.
–¿Necesitas ayuda, Potter? –preguntó Davis, uno de los bateadores con una carcajada, al dirigirse hacia la salida. Harry levantó la mano e hizo con su dedo un gesto poco halagador– ¡Joder, Potter¡Que mal beber tienes!
Y se alejó riendo, junto a otro compañero. Harry intentó incorporarse pero desistió inmediatamente.
–Neal…
–¿Qué?
–… deja de moverte… me estás mareando… –y volvió a tumbarse sobre el banco.
–¿Se te está escapando el vestuario de las manos, Neal?
El aludido se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con Matt, que tras echar un vistazo a Harry, no tenía una expresión demasiado contenta en el rostro. Neal emitió un pequeño bufido. Como averiguara al responsable de aquella juerga etílica, iba a sacar los higados dando vueltas al campo. Sin escoba.
–Será mejor que le metas en la ducha. –dijo el medimago con el ceño fruncido y volvió a su enfermería.
Neal contemplo a su desmadejado ex compañero sobre el banco, rogando para que a Berton no se le ocurriera volver.
–Anda, deja que te ayude.
–No… yo puedo… –Harry intentó apartarle– en cuanto todo se quede… quieto…
Sin hacerle el menor caso, Neal empezó a quitarle las rodilleras, botas, calcetines y pantalones, hasta dejarle solo en ropa interior.
–Vamos chico, una buena ducha y como nuevo. –tiró de él hasta lograr levantarle y recargar su peso sobre su cuerpo, dirigiendo hacia las duchas sus pasos torpes– Y yo voy a necesitar otra –murmuró para si –muy fría. –suspiró.
Podía sentir la piel caliente de Harry bajo sus manos, su aroma característico mezclado con sudor y alcohol, el roce de algunos mechones de pelo negro y alborotado en su mejilla. Demasiados recuerdos… Para cuando llegaron a la zona de duchas, Neal ya tenía un imperioso tirón en su entrepierna. Gracias a Merlín, ya no había nadie más. Le apoyó contra la pared justo un momento para abrir el agua, cuando Harry ya se había escurrido pared abajo hasta quedarse sentado en el suelo. El agua empezó a caer sobre su cabeza y el moreno dio un respingo, abriendo los ojos sobresaltado. El ex bateador le tendió la mano y le levantó de un tirón. Harry se tambaleó y se apoyó en él para no caer otra vez. Al sostener a Harry entre su cuerpo y la pared, Neal perdió todo atisbo del poco dominio que le quedaba. Tentó sus labios sobre la piel mojada de su cuello, depositando un primer beso, apenas rozándola. Después dejó descansar su cabeza sobre el hombro del joven que tenía firmemente sostenido entre sus brazos, cerró los ojos y contuvo la respiración, esperando nerviosamente alguna reacción. Tal vez un empujón o un simple no. Sin embargo, no hubo ninguna. Entonces dejo que sus manos recorrieran lentamente la espalda de Harry, complaciéndose en acariciar cada centímetro de piel, mientras sus labios llenaban de pequeños y suaves besos nuevamente su cuello. Oyó el tenue gemido del moreno y su corazón se envalentonó de nuevo. Harry se abandonaba a sus caricias sin ningún reparo. Neal, deslizó sus manos ansiosas para introducirlas bajo el slip que él todavía llevaba puesto y poder así deleitarse acariciando las duras nalgas del moreno que en ese momento dejó escapar un audible suspiro de satisfacción. El ex bateador se quitó como pudo la empapada camisa, deseando sentir su piel desnuda contra la de él y después buscó su boca con impaciencia. Deslizó la lengua entre sus labios, lamiendo y mordiendo levemente hasta que éstos se abrieron y se dejaron invadir por el hambriento asalto de los suyos. La respiración de Harry empezaba a ser tan agitada como la suya propia y sus manos se aferraban con fuerza sobre sus brazos, intentando sostenerse. Neal contempló extasiado su rostro arrebolado en una expresión de placer, los ojos cerrados y sus labios entreabiertos inhalando y exhalando aire con rapidez. Durante unos segundos se preguntó si Harry realmente era consciente de lo que estaba pasando. Pero solo fue durante unos segundos, porque Neal tenía la mente nublada por un deseo intenso e irreprimible y el apremio que sentía por tenerle otra vez era demasiado fuerte como para detenerse en más consideraciones. Además, Harry no le estaba poniendo ningún impedimento y el se apegó a ese pensamiento para acallar la voz de su, a pesar de todo, inquieta conciencia. Se deshizo de su propio pantalón y ropa interior y deslizó con dificultad la de Harry, que mojada, se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Cuando sus erecciones se rozaron por fin libremente Neal sintió una descarga que recorrió su espina dorsal de arriba abajo, erizando toda su piel. Harry gemía y jadeaba bajos sus caricias, balbuceando incoherencias que no era capaz de entender. Cuando sus labios se apoderaron de uno de sus pezones, todo su cuerpo se arqueó con un profundo gemido de placer. Harry estaba demasiado bebido como para ejercer algún control sobre su cuerpo. Solo quería dejarse llevar y disfrutar de todas las sensaciones que en aquel momento sentía, del olvidado placer que esas manos les estaban prodigando. Del recuerdo de los labios que le invadían, devolviendo un antiguo sabor a su boca. Del cuerpo que se pegaba al suyo, reconociéndolo, haciendo revivir sobre su piel caricias extraviadas en el tiempo. No podía pensar, solo dejarse inundar por una intensa sensación de placer. Sintió que era volteado con algo de brusquedad, lo que le provocó una desagradable sensación de mareo al sentir que la cabeza se le iba por un momento. Sin embargo, los fuertes brazos que le sostenían no le abandonaron, sujetándole fuertemente por la cintura, mientras sus manos tanteaban hasta encontrar la pared a través del chorro de agua que seguía cayendo sobre ellos. Ambos eran más o menos de la misma altura, así que esa posición siempre había sido cómoda para los dos. Un gemido ahogado escapó de los labios de Harry al sentirse invadido por la dureza que se abría camino entre sus nalgas, que Neal se apresuró a calmar con besos y caricias. Tomó la erección del moreno en su mano, mientras las de Harry dejaban la pared y se asían al brazo que le mantenía pegado a él. Un sensual y lento vaivén inició la danza de los dos amantes, movimientos trenzados en una harmonía perfecta, siguiendo las notas de una canción ya conocida por ambos. Embestidas lentas y acompasadas, profundas, buscando el punto con el que el amante vibraría. Respiraciones aunadas por la misma embriaguez que guiaba sus sentidos. Palabras roncas, apenas pronunciadas que se perdían bajo el susurro del agua que caía sobre ambos. Besos ardientes quemando sus labios, haciendo latir sus corazones al compás de su deseo. Y después, cuando los cuerpos exigieron un ritmo más trepidante, ambas bocas buscaron acallar gemidos que escapaban irreprimibles, perdiéndose en una furiosa pugna por rendir al otro. Y por fin, locura de placer desatado corriendo por sus venas hacia el estallido del éxtasis que les golpeó llevándose su último vestigio de cordura. Jadeante, Neal se dejó caer incapaz de sostenerse y de seguir sosteniendo a Harry. Una vez en el suelo, cerró los ojos, intentando recuperar su respiración, sintiendo el cuerpo entre sus brazos flácido, rendido a un profundo sopor consecuencia del alcohol ingerido y de la liberadora descarga de segundos antes. Después contempló su rostro ahora tranquilo y relajado. Besó sus labios dormidos, sin poder evitar que una pequeña punzada atravesara su corazón. Sabía que no había sido su nombre el que Harry había gemido en el último momento. Aunque juraría que tampoco había sido el de Philippe.
