Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
Quiero expresar mi especial agradecimiento a Arashi, porque ciertas partes de este capítulo y el siguiente (no os emocionéis, todavía lo tengo a medias), se han construido gracias a la información que ella me ha facilitado. Besitos mi niña y cuida de tu barriguita.
CAPITULO XXI
Lazos familiares poco deseables.
La habitación estaba semi a oscuras. Pero no lo suficiente como para que Draco no pudiera ver las gotitas de sudor resbalando por la sien de Harry y escurrirse por su mejilla. Le apartó el húmedo flequillo para poder mejor la expresión de sus ojos y le besó la punta de la nariz.
–Te amo. Y te amaré más si te cortas el pelo. –murmuró deslizando sus dedos entre las largas y negras hebras.
Harry, todavía dentro de él, escondió el rostro sobre su hombro para ahogar una carcajada. Después le miró con divertida ternura.
–¿Eso es lo más romántico que se te ocurre decir en este momento? –preguntó deslizando su mano por el blanquísimo pecho y acabar pellizcando un pezón.
–¡Ahh¡No hagas eso! –gimió el rubio en el mismo tono en el que solía pedirle, no pares y repite.
Harry se movió a un lado, y se tendió a su lado dejando escapar el aire con fuerza. Cerró los ojos. Estaba exhausto.
–No me digas que estas cansado...
El moreno abrió los ojos y volteó el rostro para encontrar la mirada pícaramente gris que le observaba.
–No me digas que ese lado tan salvaje del que haces gala últimamente, todavía no ha quedado satisfecho...
–Mmmmm...
–¡Draco! –suspiró.
–Hoy me siento especialmente inspirado... –ronroneó el rubio chupando el lóbulo de su oreja.
–¿Sólo hoy? Cariño, esta noche ya te has inspirado dos veces. Y esto –señalo su pene ahora flácido– no es una máquina de producción de orgasmos en cadena. –lo movió entre sus dedos– Y ahora está arrugadito y pequeñito porque está ¿agotadito?
Draco lo examinó con suma atención.
–¿Estás seguro, amor?
Harry suspiró nuevamente, pero miró a su esposo con aire divertido.
–Siento informarte que es sólo un pedazo de carne, cariño. No una prótesis a prueba de Slytherins nimfómanos. –respondió con sarcasmo.
Después entrecerró los ojos y miró a Draco con más atención.
–¿Qué te has tomado¿Alguna poción que ha inventado nuestro gran maestro en pociones¿O es que estás intentando matarme a golpe de polvo para librarte ya de mí?
Esta vez fue Draco quien dejó escapar una sonora carcajada.
–No me negaras que sería una dulce forma de morir... –susurró.
Después, con un movimiento felinamente sensual, se sentó a horcajadas sobre su esposo. Se inclinó sobre él para alcanzar sus labios y lamerlos con lentitud, hasta lograr que la sonrisa de Harry se abriera para atrapar los suyos.
–Devórame... –le retó en tono provocador.
–Draco... mañana... no voy a ver la snitch... ni que vuele delate de mis narices... –trató de esgrimir inútilmente.
A pesar de todo, Draco sintió las familiares manos recorriendo su cuerpo otra vez. Primero lentamente, acariciando su espalda, deteniéndose en su cintura, resbalando hasta sus nalgas donde se entretuvieron mimando cada centímetro de piel, antes de llegar a sus muslos. Amaba esas manos que hacían que su cuerpo vibraba con fuerza bajo el más leve roce, que le daban la caricia que su piel necesitaba, que le transmitían la calidez que su corazón pedía. Se entregó totalmente a la boca que había conseguido que le reclamara nuevamente, la que jamás se cansaría de besar. Cuando se separó de él, vio los ojos que adoraba nuevamente encendidos, la pasión brillando en el fondo de sus verdes pupilas y sonrió.
–Tú eres mi poción, amor. –murmuró mientras empezaba a mordisquear la sensible piel de su cuello.
Harry le estrechó contra su pecho dejando escapar un gruñido de satisfacción y él deseó fundirse en su cuerpo, arropado por la seguridad que le envolvía cada vez que esos brazos le rodeaban, fuertes y firmes.
–Te amo. –le oyó susurrar.
Y Draco sintió una vez más como todo su cuerpo se estremecía baja el sonido de esas dos palabras. Porque cada vez que Harry las pronunciaba era como si el mundo se detuviera y empezara a girar de nuevo solamente para él. Levantó el rostro para buscar su mirada y la encontró como siempre, cargada de amor y de esa ternura que jamás imagino que existiera hasta que la vio en sus ojos, la bebió de sus labios y la recibió en cada uno de sus caricias esa primera vez, hacía ya tanto tiempo. Y seguía estando ahí, porque formaba parte de Harry, como sus hermosos ojos verdes o sus hábiles manos. Se escurrió un poco hacia abajo hasta llegar a su pecho, aspirando a su paso el aroma de su piel caliente, para poder atrapar entre sus labios uno de sus pezones y juguetear con él hasta endurecerlo y así poder morderlo a su antojo, hasta el límite que su dueño le permitiera, que solía ser un gemido algo más subido de tono.
–Draco... –una queja mezcla de dolor y placer– ...pretendo que siga siendo mío...
Él sonrió, con la boca todavía ocupada y dio un último tironcito antes de pasar al otro.
–Sabes que me encanta morderte... –murmuró con entusiasmo contra su piel.
–Si, pero... ¡ahhh!... ¡no seas salvaje!
Sin hacerle el menor caso, Draco siguió serpenteando a través de su estómago a pequeños mordiscos hasta llegar a enredar sus largos y delgados dedos entre los rizos oscuros que rodeaban la exigua virilidad de su esposo.
–Vas a tener que trabajártelo. –le llegó la voz de Harry, algo socarrona.
Draco alzó el rostro. Harry tenía una sonrisa retadora en el suyo.
–¿Qué te apuestas a que vuelves a estar empalmado en menos de lo que cuesta decir Quidditch?
–Mmmm... ¿qué quieres apostar? –preguntó el moreno poniéndose más cómodo si cabe.
–Me traerás el desayuno a la cama durante una semana...
Harry se encogió de hombros. No había problema en eso.
–...desnudo... –añadió el rubio tomando el pene de Harry en su mano, acariciando el glande con el pulgar– ...sólo con ese delantal "tan mono" que me regalaste en Navidad. Porque sé que fuiste tú. –acabó en tono acusador.
Harry ahogó una carcajada. Había encontrado el delantal en cuestión en una tienda londinense, una tarde en que había decidido acompañar a George Weasley en una de sus incursiones al mundo muggle. Era un secreto muy bien guardado, del que él era partícipe, que los gemelos habían inspirado muchas de sus bromas en artículos muggles, convenientemente modificados y "mejorados" con su atrevida y a veces irreverente magia. En esa ocasión, la excursión les llevó a recorrer la mayoría de sex-shops de la ciudad, en una de las cuales Harry había descubierto el gracioso delantal, imaginando inmediatamente como se vería su amado cocinero enfundado en él. Evidentemente no era para que lo utilizara en el restaurante, sino en ocasiones algo más privadas. El delantal tenía estampado un elegante y completo servicio de té: tetera, azucarero, dos tazas con sus correspondientes platitos y cucharillas, sin olvidar la jarrita de leche. Coincidiendo con la boca de ésta última, se había recortado un agujero circular en la tela, junto al cual se veía una flecha que lo señalaba con las siguientes palabras impresas encima de ella: Sírvase Ud. Mismo... Harry había depositado el paquete bajo el árbol de Navidad sin etiqueta, impaciente por ver la cara de Draco cuando lo desenvolviera al día siguiente. Hubiera dado cualquier cosa por haber tenido una cámara con la que poder plasmar la cara de su esposo cuando se dio cuenta del agujero y preguntó con el ceño fruncido:
–¿Para qué se supone que es esto?
Cuando Harry había estallado en carcajadas, Draco le había tirado el delantal a la cara, para después buscar enojado el nombre del remitente en el papel en el que venía envuelto. Al no encontrarlo, le había mirado con aire acusatorio.
–¡Has sido tú, degenerado!
Pero Harry, demasiado ocupado en revolcarse por la alfombra muerto de risa, no había podido responderle.
–Aun que bien podría llevar la firma de un par de Weasleys que conozco... –había continuado elucubrando Draco, mientras observaba contrariado como Harry seguía partiéndose el pecho.
La cuestión fue, que como mandaba la tradición navideña de los Potter-Malfoy, Harry no había tardado en arrastrarle junto al árbol para dar cumplida cuenta de ella y la identidad del remitente de tan pícaro regalo no fue vuelta a tener en cuenta.
–De acuerdo. –aceptó Harry. Y añadió con cierta mofa– Aunque por lo que puedo recordar, ese agujerito se ajustaba más a tu medida que a la mía...
–Potter... –dijo Draco esbozando una dulce sonrisa, una de esas que solían tener mayor peligro– ...te recuerdo que una de tus partes más sensibles está en mis manos ahora...
–Eso ha sonado a amenaza, amor.
–Es precisamente lo que ha sido, cariño. –ratificó antes de introducirse el pene de su esposo en la boca con un guiño.
Succionó suavemente, apretando levemente con los labios, jugueteando con la lengua. Sabía exactamente cuando lamer y cómo, donde presionar y en qué momento o cuando dejar que su lengua le llevara al límite. Conocía cada centímetro de su cuerpo, cómo excitarlo, como provocar cada reacción, como adorarlo hasta desatar el lujurioso desenfreno que les revolcaba a ambos en la más excitante locura. Harry había perdido antes de empezar. Y sabía que él lo sabía. Al mismo tiempo que el tamaño de su juguete crecía, notó como las caderas de Harry empezaban a empujar contra su boca. Satisfecho, siguió estimulándole con la mano para poder alcanzar sus labios y ahogar los crecientes gemidos del moreno devorando su boca. Después deslizó la lengua por su cuello, mordisqueando aquí y allá, besando y lamiendo; en definitiva, volviéndole loco. En tanto su mano se deslizaba lenta y torturadora a lo largo de la ya turgente dureza, se complacía en oír su respiración agitada y sentía sus manos cerradas con fuerza sobre sus nalgas.
–Ya has perdido, Potter. –susurró junto a su oído, disfrutando con la visión de su rostro arrebatado, enrojecido por la excitación.
–Pues... preocúpate de agrandar... un poco ese agujerito... –respondió éste entre jadeos.
–Fanfarrón... –gimió el rubio al tiempo que sentía una de las manos de Harry abandonar su trasero para atrapar su propia masculinidad y empezar a recorrerla con la misma torturadora lentitud con que él lo estaba haciendo en la suya.
Las caricias siguieron durante algunos minutos hasta que inesperadamente Draco detuvo su mano y Harry abrió los ojos contrariado.
–Tómame. –pidió el rubio, sus ojos grises oscurecidos por la excitación y el deseo.
Se deslizó a un lado para tumbarse boca abajo, separando sus largas y firmes piernas, ofreciendo a su pareja una agradable y estimulante visión.
–Mañana no vas a poder sentarte. –sonrió Harry, algo perplejo, ya que no hacía ni media hora que su esposo gemía bajo sus embestidas y había asumido que esta vez era Draco quien quería volver a penetrarle a él.
–Harry... –gimió el rubio con impaciencia.
El moreno se arrodilló entre las piernas de su esposo y acarició sus blancas y suaves nalgas, algo enrojecidas allí donde sus manos habían apretado segundos antes con incontrolada posesión. Las separó para dejar más expuesto el objeto de su deseo y empezó a lamer su parte interna lentamente, hasta llegar con su lengua al punto preciso que hizo que Draco gimiera con fuerza y suplicara, casi histérico, que no se detuviera. Harry obedeció, acariciando la suave piel con las manos mientras su lengua se introducía lentamente en el todavía dilatado pasaje de su esposo, haciendo que éste se estremeciera, erizándose el vello de todo su cuerpo.
–Harry... –sollozó con desesperación, retorciendo las sábanas en sus puños– ¡Dioses... Harry...!
–Lo sé amor... –jadeó él alzándole hasta colocarle de rodillas, sintiendo su propia erección pulsando dolorosamente– fuerte... y ... rápido... –y se introdujo en él de una sola embestida.
Draco entregándose de aquella forma era la visión más maravillosa que Harry podía desear tener ante sus ojos. Su cuerpo delgado y perfecto moviéndose con aquel sensual balanceo hacia delante y hacia atrás, siguiendo el vaivén que él le imprimía; su piel pálida, nívea, con aquel vello tan rubio que parecía inexistente, de una apariencia casi irreal brillando bajo la fina capa de sudor que la cubría; su voz enronquecida, dejando escapar esos gemidos que a su parecer eran el sonido más erótico que garganta humana pudiera emitir, subiendo y bajando su modulación como música de un concierto orquestado por un solo instrumento; y él arrancándole cada nota en el momento preciso, con la intensidad justa, ejecutando la partitura que sabía de memoria porque estaba escrita en sus dedos, dirigiéndole hasta el estallido final con toda la fuerza que la pieza que tocaban exigía. Y cuando Draco gritó esa última nota, empapando la mano de Harry con su esencia, él dirigió el último movimiento para derramarse dentro de la calidez que había envuelto aquella gloriosa sinfonía. Durante unos segundos siguió sosteniendo a Draco, intentando recuperar el resuello antes de abandonar con cuidado esa acogedora parte de la anatomía de su esposo. Pero a pesar de su esmero al hacerlo, no pudo evitar oír como éste dejaba escapar un ahogado quejido mientras se desplomaba sobre el colchón. Harry estaba seguro de que tanta desenfrenada actividad iba a pasarle factura a su amado rubio.
–¿Quieres que pongan un flotador en tu asiento de la tribuna mañana? –susurró, recibiendo a cambio del delicado ofrecimiento un nada cariñoso puñetazo– ¿Eso es un sí, amor?
Un pequeño gruñido fue la única respuesta que recibió mientras se acomodaba entre los brazos de Draco como cada noche, agotado y feliz. Miró el reloj de la mesilla. 2.53 de la mañana. Le quedaban unas escasas cinco horas para dormir y recuperarse antes del partido de...¡hoy! Con un poco de suerte, no vería las pelotas cuadradas... Acarició la mano de Draco que descansaba sobre su cadera mientras era complacidamente consciente de la mejilla reposando sobre su espalda. Su respiración lenta y acompasada le hizo pensar que ya dormía. Por esa razón, cuando ya casi lo había logrado él también, le sorprendió oír su voz susurrando sobre el tranquilo silencio de la habitación, como si solo estuviera expresando un pensamiento en voz alta.
–Todo sería tan perfecto si no fuera...
Harry permaneció callado, en espera de que continuara. Pero no lo hizo.
–¿A qué te refieres? –preguntó al fin, intrigado.
Draco tardó unos segundos en responder.
–A ese maldito bastardo.
Harry sabía de sobras quien era el maldito bastardo. Entrelazó su mano con la de largos y delgados dedos que reposaba sobre su cadera.
–Pero ahora solo lleva una varita. Ese tipo ya va a menos...–dijo tratando de distender el tema.
–No es gracioso, Harry. –una rodilla se clavó contra su muslo con algo de saña.
–No pretendí que lo fuera. Lo siento. –se disculpó.
El silencio volvió a invadir la habitación durante unos minutos. Hasta que la voz de Draco volvió a quebrarlo.
–Ya no son cuatro replegados como pensábamos al principio.
–Lo sé. –admitió él, preguntándose porque su esposo había tenido que sacar el tema justo en ese momento, cuando se sentía tan en paz con el mundo, como siempre sucedía cuando hacían el amor– ¿Qué te preocupa Draco?
Sintió sobre su piel el cálido aire que exhaló su esposo con un profundo suspiro. Nuevamente Draco tardó unos segundos en responder.
–Supongo que nosotros, en cómo pueda afectarnos todo esto finalmente.
–Procuraremos que lo menos posible. –intentó tranquilizarle Harry.
Ahora fue un bufido algo airado el que se deslizó sobre su espalda.
–Claro, por eso a ti te falta tiempo para acudir cada vez que alguien de la maldita Orden aparece en nuestra maldita chimenea. Por eso juegas con tu maldita varita escondida dentro de tu maldita bota durante los partidos. Por esos tenemos que esconder nuestro maldito restaurante, proteger nuestra maldita casa y a nuestra gente...
Harry ya se había dado la vuelta y a pesar de la penumbra, podía ver la plateada furia de sus ojos brillando en la oscuridad.
–Shssss... cálmate, amor. –susurró preocupado– ¿Te sentirías más seguro si volvieras a París?
Harry se arrepintió casi inmediatamente de haber pronunciado esas palabras. La reacción de Draco no se hizo esperar.
–¡Vete a la mierda, Potter! –espetó deshaciéndose de su abrazo de un empujón.
Harry se mordió el labio con rabia. ¿Había sido tan estúpido como para sugerir a Draco que volviera a Paris? Si, lo había sido. Estúpido, estúpido, estúpido. Pero¿cómo evitar no soltar estupideces a las tres y media de la mañana? Se pasó la mano por el desorden que la naturaleza le había dado por pelo, intentando encontrar la manera de enmendar su error. Draco se había levantado de la cama y su perfecta silueta se recortaba contra la tenue luz que entraba por el amplio ventanal de la habitación, inmóvil cual estatua de mármol. Harry decidió que levantar también su culo de la cama era lo mejor que podía hacer en ese momento. Así que con el silencio de sus pies descalzos caminando sobre la mullida alfombra, se acercó a la quieta figura y la abrazó por detrás, rogando por no recibir otro airado empujón.
–Lo siento. –susurró– Lo que en realidad quería decir...
–No lo estropees, Harry. –la rubia cabeza se apoyó sobre su hombro dejando escapar el aire con fuerza– Supongo que estoy nervioso.
En esos momentos el moreno no pudo evitar sentirse como cuando alguien de su equipo cometía una falta y rezaba para que el árbitro no se diera cuenta y que a pesar de las protestas del equipo contrario, lograban salir del aprieto sin amonestación ninguna.
–¿Qué te parece si volvemos a la cama e intentamos dormir un poco? –sugirió aliviado pasados unos minutos– Mañana hablaremos de todo esto con más tranquilidad.
Draco asintió y se dejó llevar dócilmente hasta el lecho. Se apretujó entre sus brazos y al poco rato Harry oyó su respiración acompasada y tranquila, salpicada por algún que otro ronquido. Suspiró resignado. Ahora estaba tan despejado que difícilmente encontraría su sueño esa noche. Deslizó las sedosas hebras doradas entre sus dedos mientras su mente trabajaba sin permitirle el reposo que su cuerpo estaba pidiendo a gritos. Comprendía que Draco estuviera nervioso. No era para menos. Tres meses después del ataque al estadio, los asaltos a diferentes puntos del mundo mágico se habían ido sucedido con demasiada frecuencia como para que magos y brujas pudieran seguir sintiéndose tranquilos. Eran portada de El Profeta día si y día también. Las alarmas empezaban a dispararse en el Ministerio de Magia otra vez. El reducido grupo de Mortífagos que capitaneaba el falso Draco Malfoy antes de que él y Harry se enfrentaran en aquel edificio muggle, al parecer había engrosado sus filas peligrosamente en aquellos últimos años de escasa o casi nula actividad. Como si hubieran estado aprovechando ese tiempo para reagruparse, captar nuevos adeptos, organizarse y prepararse. Lo más enojoso y preocupante era que después de tan larga ausencia, después de que prácticamente se le diera por muerto ante la falta de noticias, el rubio había vuelto. Justo al tiempo que ellos. Como si hubiera estado esperándoles. Como si hubiera adivinado que Draco y él habían regresado. La única novedad era que ahora sólo utilizaba una varita. Algunos de los aurores que ya habían tenido el desagradable placer de enfrentarse a él, le habían comentado a Harry que parecía como si su brazo izquierdo tuviera algún tipo de problema. Una lesión tal vez producto de aquel violento enfrentamiento entre ambos años atrás. Sin embargo, ya había demostrado que ese detalle no le hacía menos peligroso. Por otra parte, las relaciones entre aurores y la Orden podían considerarse dentro de un tono cortés desde que Fallon y Harry, éste último valiéndose de viejos remordimientos del primero, habían establecido una especia de acuerdo de colaboración en el que unos y otros prometieron respetarse dentro de sus distintos ámbitos de acción y mantener un correcto intercambio de información entre ambas organizaciones. Este acuerdo había quedado sutilmente fuera de la previa aprobación del Señor Ministro, que no era santo de la devoción de la Orden y tampoco del Jefe de Aurores. El trato entre ambas organizaciones era incluso cordial siempre y cuando Fallon y Snape no se encontraran en la misma habitación, pensó Harry sin poder evitar esbozar una sonrisa. A pesar de que andaba algo más agotado debido a entrenamientos, partidos y reuniones en Grimmauld Place, Harry no había dejado de acudir a ninguno de las misiones en la que la Orden había requerido su presencia. Desde el ataque al estadio, a Berton no se le había ni pasado por la cabeza cuestionar que Potter le pidiera un día libre para atender "otros asuntos". Las malas lenguas decían que el hombre todavía recordaba el penoso estado en que habían quedado sus calzoncillos esa tarde. Draco se removió entre sus brazos y le pareció oírle musitar algo entre sueños, pero no le entendió. Acarició la rubia cabeza y su esposo se quedó quieto, recuperando la tranquilidad de su sueño. Harry sabía que a Draco le preocupaba que él se empeñara en seguir paseándose con su escoba delante de cientos de personas, de entre las cuales podía surgir la que le enviara el Avada Kedavra definitivo mientras perseguía la snitch. De poco había servido hacerle notar el hecho de que ahora ya no se podía entrar al estadio con varita, sino que había que depositarla en la entrada, en una sección habilitada recientemente para ello y de que la seguridad del recinto deportivo había sido notablemente incrementada. Harry no estaba dispuesto a dejar que un grupo de estúpidos desgraciados trastornara sus vidas hasta el punto de no permitirles seguir con los trabajos que ambos adoraban. Cuando finalmente logró dormirse, ya eran más de las cinco de la mañana.
Severus se removió incómodo en su asiento, extendiendo su mirada impaciente ante él. Rollos de pergaminos amontonados o desenrollados se diseminaban a lo largo de la mesa de la cocina de Grimmauld Place. Según su opinión, aquella reunión tenía que haber acabado casi una hora antes, ya que a partir de ese momento solo se habían dicho tonterías, dando vueltas sobre el mismo punto sin avanzar en lo más mínimo. Una completa pérdida de tiempo. A su lado, Remus observaba a Harry con semblante preocupado. El joven estaba sentado al otro extremo de la mesa, escuchando con aire decididamente aburrido la disertación que Hermione estaba haciendo en aquellos momentos.
–¿No crees que Harry está demasiado pálido?
Severus miró en su dirección, posando sus ojos sobre el joven.
–Tal vez. –concedió.
–Se ve cansado.
–Está cansado, Remus. –bufó el Profesor– Si no baja el ritmo, acabará colapsando. No estaría de más que alguien le recordara que aunque sea un mago poderoso, su cuerpo sigue siendo el de un humano mondo y lirondo.
–¿Mondo y lirondo? –pronunció Remus con diversión– ¿De dónde has sacado esa expresión, Severus?
Snape no respondió, limitándose a hacer un gesto de fastidio.
–¿Y si no es cansancio? –volvió a preguntarse Remus en voz no muy alta, para que solo su pareja pudiera oírle. Tras un ligero titubeo añadió– ¿No crees que debimos advertirles?
–Esa poción era experimental. –dijo Severus en el mismo tono de quien ya ha repetido lo mismo cien veces– Y después de las pruebas y un 99,9 de fracasos, no puede decirse que fuera muy efectiva. Lo único que hicieron esas diez parejas fue follar como conejos. –Remus alzó una ceja– Esta bien, se me fue la mano con el afrodisíaco. –reconoció el Profesor de Pociones en tono jocoso.
Y añadió rozando apenas con sus labios el lóbulo de la oreja de su pareja, con voz profunda e intima:
–Pero yo no voy a necesitar nada de eso para hacerte gemir como un condenado esta noche, Lupin.
Notó complacido el estremecimiento que esas palabras había provocado en el habitualmente tranquilo hombre a su lado, para después seguir hablando como si no hubiera hecho ningún inciso en su conversación.
–Además, me la llevé al día siguiente y faltaba muy poca cantidad. Sólo la que tomó Draco esa noche. –dijo.
–Sin embargo, dijiste que el mago que la tomaba no tenía que ser necesariamente el que habitualmente asumiera el papel sumiso en la relación... que eso era lo que la diferenciaba de las demás pociones de este tipo. Aparte del afrodisíaco –añadió con una mueca burlona Remus– En realidad no sabemos quien de los dos... quiero decir que...
–Entonces ¿por qué no te levantas y le preguntas tú mismo si le gusta dar o que le den? –refunfuñó Severus con un punto de exasperación.
Aquella maldita reunión estaba haciéndole perder su precioso tiempo, cuando él tenía cosas mucho más urgentes que atender. Como desahogar el creciente problema de su entrepierna, nacido del solo recuerdo de Remus jadeando bajo sus embestidas la pasada noche.
–¡No seas grosero! –le amonestó éste, ajeno a tales pensamientos.
Ambos magos permanecieron algunos segundos en silencio, observando con atención a Harry, que se levantaba en ese momento de su asiento para estirarse con pereza.
–De todas formas, tal vez hubiera sido un detalle informarles que ellos también estaban haciendo de conejillos de indias después de todo¿no crees? –insistió Remus.
Severus dejó escapar una risita maliciosa.
–Y que encima Potter hubiera resultado el conejillo de indias preñado hubiera sido un puntazo.
¿Un puntazo? Remus se preguntó qué tipo de libros estaba leyendo Severus últimamente. De pronto unas manos se posaron en los hombros de ambos hombres.
–¿Qué te hace tanta gracia, padrino?
–No quieras saberlo. –dijo éste todavía sin perder la sonrisa.
Draco resopló en su flequillo.
–Después del discurso de Granger, de verdad que agradecería oír algo divertido. –dijo medio sentándose en la mesa, al lado de Remus.
–No creo que te rieras. –dijo éste mandándole una mirada de advertencia a su pareja- Tu padrino tiene un muy especial sentido del humor.
Draco posó una mirada risueña sobre Severus.
–En realidad nos preguntábamos qué estás haciendo con Harry últimamente. –tentó el Profesor de Pociones– Se ve agotado.
–Lo sé. –dijo él con un suspiro de resignación– Hace tiempo que vengo diciéndole que está estirando más el brazo que la manga. Entre entrenamientos, partidos, reuniones y esas escaramuzas a las que se apunta a la menor ocasión... –ahora Draco tenía una expresión enojada en el rostro– ¡Pero es terco como una mula!
–¿Potter¿Terco¡No!
–Estas muy gracioso esta noche, padrino. –dijo su ahijado con sarcasmo– ¿Esa cerveza danesa que ha traído George Weasley, tal vez?
–¿Weasley?
Severus palideció. Nada que viniera de los gemelos podía ser jamás de fiar.
Harry se removió inquieto en la cama. Desde que se había acostado que sentía un fastidioso malestar en su estómago. Parecía que algo le había sentado mal. Apartó con delicadeza el brazo de Draco que reposaba sobre su pecho y respiró hondo, tratando de relajarse. Intentó buscar una postura que le ayudar a aliviar las náuseas que sentía pero en su lugar, tuvo que levantarse corriendo y entrar en el baño casi sin poder contener las arcadas. Lo que fuera que estuviera incordiando, esperaba que se hubiera quedado en el fondo del retrete. Volvió a la cama y se tapo con un ligero escalofrío. Diez minutos después volvía a estar en el baño. Cuando volvió a la cama tenía los músculos del estómago doloridos por los esfuerzos.
–¿Qué pasa? –preguntó la adormilada voz de Draco a su lado.
–Nada, vuelve a dormirte. –susurró.
La tercera vez que visitó el baño Draco apareció en la puerta con mirada soñolienta.
–¿Indispuesto?
Harry tiró de la cadena y se levantó con dificultad.
–Algo debe haberme sentado mal –dijo mientras refrescaba su rostro.
–Acabaste con el pastel de chocolate cuando volvimos¿verdad? –recriminó Draco con un bostezo. Harry asintió con cara de culpabilidad– El chocolate es malo si no se come con mesura. Y tú no la tienes cuando hay chocolate de por medio.
–Por favor, no me lo recuerdes – gimió Harry sintiendo que las arcadas volvían.
Draco le tomó del brazo y le acompañó hasta la cama.
–¿Quieres que te prepare una infusión? –preguntó
Harry negó rotundamente con la cabeza. Estaba seguro de que si algo volvía a entrar en su estómago, volvería a salir.
–Entonces intenta dormir. Mañana te sentirás mejor, ya lo verás.
A la mañana siguiente Harry se levantó tan cansado como si le hubiera estado entrenando ocho horas seguidas sin bajar de su escoba. Tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para salir de la cama y llegar hasta el cuarto de baño. Sin embargo, después de una revigorizarte ducha se sintió mucho mejor. Aunque no tenía demasiado apetito tras la agitada noche pasada, el desayuno estuvo bastante animado, por decirlo de alguna forma, discutiendo con Draco sobre el desorden en sus comidas desde que habían vuelto a Londres y pasaba tan poco tiempo en casa. Después de dejarle en el nuevo local que por fin su esposo había encontrado para abrir su nuevo restaurante, se dirigió al estadio para entrenar con su equipo. Tres horas más tarde y tras una merecida ducha, el dolor de cabeza que apenas se había insinuado tan pronto había puesto un pie en el vestuario, era ya una galopante jaqueca.
–¿Qué te pasa? –preguntó el segundo entrenador.
–Sólo es un fastidioso dolor de cabeza. –respondió intentando enfocar la borrosa imagen de Neal, delineada por un halo de color amarillo.
Se quitó las gafas y se frotó los ojos con fuerza, no exenta de cierta desesperación. Después alzó los lentes a contraluz, como para asegurarse que los cristales estaban limpios, aunque hacía años que tenían un hechizo que impedía que se ensuciaran.
–Se ven limpios¿verdad? –Neal asintió. Harry dejó escapar un bufido de contrariedad– Tal vez deba hacer revisar mi vista.
–Tal vez. –Neal observó con atención al buscador de los Cannons– ¿Quieres que alguien te acompañe a casa? No tienes muy buen aspecto, Harry.
–No, no es necesario. –contestó con más brusquedad de la que pretendía.
Quería evitar a toda costa que él mismo se ofreciera a hacerlo. Verle llegar a casa con Neal sería algo que los destemplados nervios de Draco difícilmente iban a comprender en ese momento.
–Pero te lo agradezco. –dijo suavizando su tono de voz.
Al fin y al cabo Neal y él mantenían una relación cordialmente distante, en la que ambos parecían sentirse bastante cómodos.
Aquella tarde Draco llegó a casa satisfecho. Los electricistas habían acabado esa misma tarde y los pintores podrían empezar al día siguiente. Encontró la luz de la cocina encendida, por lo que supuso que Harry estaba en casa. Se alegró de que hubiera llegado tan temprano, porque tenía muchas cosas que contarle y que discutir con él sobre el nuevo restaurante. No estaba en el comedor, ni en el estudio, por lo que regresó al pie de la escalera para gritar:
–Harry, estoy en casa.
Espero unos segundos y ante la falta de respuesta se decidió a subir. La puerta de su habitación estaba abierta. Vio su cazadora tirada sin ningún cuidado encima de la cama junto con su varita.
–¿Harry?
Un sonido ahogado le llevó hasta el cuarto de baño. Harry estaba arrodillado, inclinado sobre el water, vomitando otra vez.
–Harry... amor...
Sostuvo su frente durante unos interminables minutos, hasta que su esposo pareció haber vaciado todo lo que tenía en el estómago. Empapó una toalla y limpió su boca, refrescando su rostro. Después le ayudó a levantarse para llegar hasta la cama.
–¿Algo ha vuelto a sentarte mal? –preguntó con preocupación– ¿Qué has comido hoy?
–Un par de sándwiches. –musitó Harry con la garganta escocida.
–¿Había mahonesa o algún otro tipo de salsa? –quiso averiguar el rubio.
Harry frunció el ceño, intentando recordar.
–Uno era de atún, creo.
Cerró los ojos y Draco pensó que lo mejor era dejarle descansar. Sacó una manta del armario y cuando le cubrió con ella, Harry le miro con aire somnoliento.
–Sólo cinco minutos. –murmuró.
Draco le quitó las gafas y observó con inquietud las profundas ojeras que en ese momento resaltaban sobre su rostro, inusualmente más pálido. Tal vez todavía estaba empachado del atracón de chocolate de hacía un par de días. O había pescado un virus de estómago, término tan de moda entre los muggles cuando no sabían exactamente como nombrar una enfermedad. ¿Qué cogiste? El médico dijo que un virus. Draco lo había oído un montón de veces desde que se movía en el mundo muggle. Los magos no solían tener ese tipo de problemas. Pero ellos llevaban ya muchos años moviéndose entre muggles. Harry muchos más. Tal vez su inmunidad mágica se había debilitado e incluso él no tardaría en disfrutar de su primer virus gripal, pensó con sarcasmo. Un par de horas después subió a ver como se encontraba, pero Harry seguía profundamente dormido. Así que también él decidió acostarse temprano esa noche.
Cuando Draco despertó a la mañana siguiente y dirigió su aún soñolienta mirada hacia el cuerpo echo un ovillo a su lado, Harry tenía un aspecto tan plácido y relajado que decidió que le dejaría seguir durmiendo un poco más. Se aseó, vistió y bajó a la cocina para preparar el desayuno. Algo ligero para su esposo teniendo en cuenta su desarreglo del día anterior y que esa mañana tenía que jugar. Sin embargo, cuando volvió a la habitación media hora después, encontró a Harry en el baño con fuertes náuseas otra vez. Pero esta vez su estómago estaba vacío.
–¿Quiere que llame a Berton y le diga que no vas a jugar hoy? –preguntó mientras le ayudaba a llegar a la cama otra vez.
–Por favor...
Era el momento de empezar a preocuparse. Harry perdiéndose un partido. Al cabo de media hora de haber llamado, apareció Matt, enviado por el entrenador. La teoría de la indigestión por atracón de chocolate parecía la más plausible. Más teniendo en cuenta que al día siguiente Harry no había tenido ningún cuidado y había comido lo primero que le había venido. El Gryffindor pasó tres días en la cama hecho unos zorros, intentado dominar un estómago que no parecía querer hacerle ningún caso. Hacia el mediodía del cuarto día logró levantarse y llegar hasta la ducha. Sintiéndose algo mejor a pesar de la sensación general de debilidad que entumecía su cuerpo, bajó las escaleras con paso todavía tambaleante, para dirigirse a la cocina.
–Tienes mejor aspecto –le saludó Draco sin perder de vista que Harry se dirigía directamente a la cafetera– Ah, ah, nada de café –le regañó quitándole la taza de las manos.
–¡Por Dios Draco! Ya me siento bien.
–Matt dijo que tenías que hacer dieta. Y eso es lo que vas a hacer.
Harry dirigió una mirada huraña a la olla donde Draco estaba hirviendo verdura, para hacer un caldo vegetal... otra vez.
–¿No has notado que empiezo a tener un cierto color verdáceo? –preguntó con ironía.
–No cariño, lo que tienes es un tono blanco tirando a muerto que no te sienta nada bien –respondió Draco besando su frente y depositando una nueva taza de infusión ante él.
Harry arrugó la nariz.
–¿Te he dicho ya cuanto te odio?
–¿Durante los últimos tres días o nos remontamos un poco más atrás?
Harry puso los ojos en blanco y Draco vio que a pesar de todo tomaba la infusión con lo que a él le pareció una encantadora mueca de asco en el rostro.
Una semana después Harry parecía haber superado la severa indigestión, a pesar de que su cuerpo todavía no le respondía con toda la energía a la que estaba acostumbrado. Matt le obligó a seguir manteniendo una dieta muy estricta bajo la supervisión de Draco. Ni que decir que el chocolate había quedado absolutamente prohibido para frustración del Gryffindor y su esposo, para evitar tentaciones, había hecho desaparecer todo rastro de cualquier cosa que contuviera cacao de su hogar. Para su disgusto, también sus compañeros tenían prohibido darle ninguna de estas tabletas de chocolate con diversos rellenos, supuestamente energéticas y de las que Harry era fanático, bajo amenaza de sanción.
Sin embargo, al pasar de los días, Harry sentía que su condición física no mejoraba, a pesar de no haberse saltado las instrucciones del medimago, (cualquiera lo intentaba teniendo a Draco respirando en su nuca) y del complejo vitamínico que Matt le había recetado al ver su decaimiento. Los entrenamientos de Quidditch parecían más duros que de costumbre; durante los partidos tenía que hacer un verdadero esfuerzo para seguir la snitch y no perderla, principalmente porque su vista seguía insistiendo en darle una visión borrosa en el momento menos oportuno, rodeando los objetos de aquel molesto halo amarillento; hasta un simple duelo de entrenamiento le suponía mucha más concentración y despliegue de energía de la que jamás había necesitado. Incluso Ron estuvo a punto de vapulearle de lo lindo por primera vez en su vida, para satisfacción del pelirrojo. Por su parte, Draco empezaba a estar seriamente preocupado, así que decidió hablar con Matt mientras esperaba a Harry, tras presenciar uno de los peores partidos que jamás le había visto jugar.
–Cuando llego a casa, invariablemente le encuentro o dormido en el sofá o ya en la cama. Jamás le he visto tan cansado, Matt. Harry siempre ha sido vital, lleno de energía. ¡Joder, jamás le he visto enfermo.
El medimago se rascó la barbilla, pensativo. También él se había dado cuenta de que después de más de un mes, la tez de Harry seguía permanentemente pálida y unas oscuras ojeras se habían aposentado definitivamente bajo sus ojos.
–Ha perdido el apetito. –siguió enumerando Draco– Además, no estoy muy seguro de que las náuseas hayan remitido.
Matt alzó una ceja, sorprendido.
–¿Qué te hace pensar eso?
–Porque debe creer que soy idiota y que no me he dado cuenta de que cada vez que va al baño impone un hechizo silenciador. –dijo Draco sin poder evitar mostrarse enojado– Aunque si le preguntas, lo negará.
Matt contempló el semblante preocupado de Draco, Philippe en ese momento.
–Intentaré convencerle para que me deje hacer unos análisis. –dijo.
–¿Intentar? Te prometo que se los harás. –dijo Draco con firmeza– Aunque tengamos que amarrarle a la camilla.
Ajeno a la conspiración médica que se urdía a sus espaldas, Harry trataba de convencerse a si mismo de que aquel permanente cansancio era debido a que estaban casi a finales de temporada, que llevaba a cuestas muchos partidos y que después de tanto tiempo sin jugar su cuerpo le estaba pasando factura. Después de todo ya no tenía veinte años. Además, debía añadir la tensión constante de todas las refriegas en las que participaba con la Orden. Sin mencionar el "pequeño" inconveniente de que su castigado estómago parecía no querer acabar de asentarse. Justamente lo que no deseaba que Draco descubriera. Porque estaba seguro de que era producto de esa tensión nerviosa que había encerrado dentro de él la que castigaba su maltrecho aparato digestivo. Especialmente después de aquel último ataque...
Cuando a través de Ginny había llegado a Grimmauld Place la noticia de que en esos momentos se estaba produciendo un ataque en Little Abbey, que según algunos testigos parecía contar con la presencia del Mortífago Draco Malfoy, nada ni nadie habría podido detener a Harry en ese momento. Severus dio gracias de que el verdadero Draco no se encontrara allí en esos instantes, porque sabía que tampoco habría podido contenerle. Así que un total de doce miembros de la Orden, de los quince que se encontraban en su cuartel general esa tarde, aparecieron en el pequeño pueblo, que al igual que Hogsmeade era habitado solo por magos, con la esperanza de que esta vez la suerte les sonriera.
–Tómatelo con calma, compañero.
Charlie Weasely observó con detenimiento el semblante en tensión de Harry. Sabía, como la mayoría de los magos de la Orden que se encontraban allí en ese momento, lo que significaba para él detener a ese impostor. Y el pelirrojo no dudaba que su amigo haría lo que fuera por lograrlo. Aunque ese "lo que fuera" incluyera alguna temeridad. Razón por la que Remus le había rogado que no le perdiera de vista antes de desaparecer. Y eso es lo que pensaba hacer.
La mitad de Little Abbey estaba en llamas. El segundo de los Weasley no recordaba haber visto este tipo de espectáculo desde los tiempos de Voldemort. Una cruenta lucha entre Mortífagos y aurores estaba teniendo lugar en la calle principal, mientras magos y brujas corrían despavoridos en todas direcciones, intentando escapar del fuego que avanzaba implacable devorando sus casas.
–¿Por qué siempre que ese tipo anda cerca tiene que haber fuego? –masculló Harry para sí.
Pero tampoco el fuego iba a detenerle, a pesar de tener muy presente su última experiencia con aquel ardiente elemento. Sus ojos se entrecerraron por el humo, esforzándose por distinguir entre los combatientes de negra indumentaria una cabellera platinada. Un escaso número de aurores se estaba dedicando a la labor de evacuar a los civiles, entre ellos Ginny, que al localizar a su hermano no dudó en reclamar su ayuda.
–Hay mujeres y niños que todavía no hemos podido sacar de sus casas, gente mayor... echadnos una mano. –rogó.
Tenía el rostro enmascarado por el humo y según pudo notar Charlie con preocupación, parte de su capa de auror había ardido.
–Después llevadlos hacia esa zona –continuó la pelirroja señalando un área alejada del pueblo, donde ya había un montón de gente que los aurores estaban trasladando– y abrid un portal al refugio que el Ministerio ha preparado en Londres.
–Sólo los aurores pueden abrir portales, pecosa. –dijo su hermano con una mueca– So pena de que te impongan una multa y...
Su hermana pequeña le dirigió una mirada impaciente, dándole a entender que no estaba para bromas.
–¿Y desde cuando te ha importado a ti algo lo que diga el Ministerio?
–Desde nunca. –reconoció Charlie con una sonrisa burlona– Vamos, Harry. ¿Harry?
–Algunos prefieren no perder el tiempo, hermanito. –reprochó Ginny enarcando una ceja y señalando hacia la calle principal.
En ese momento Harry se batía junto a Fallon en el centro de la calle. Charlie no pudo evitar pensar que el potente escudo que el moreno era capaz de conjurar les habría ido de perlas para evacuar a los civiles sin peligro. Pero ya no podía sacar a su amigo de la refriega. Así que siguió a su hermana, rogando para que a Harry no se le ocurriera hacer ninguna tontería. O habría un hombre lobo que esperaría la luna llena con impaciencia, sin tomarse la poción matalobos para poder morderle a él el culo.
El jefe de aurores se habría mentido a si mismo si no reconociera que había sentido cierto alivio cuando vio a Harry Potter corriendo hacia ellos, repartiendo hechizos como quien reparte caramelos. Atrás habían quedado los tiempos en que el joven sólo le había inspirado recelo e incomodidad. Incluso agradecía tener a miembros de la Orden del Fénix luchando codo con codo junto a ellos; una ayuda que ya no despreciaba.
–¿Ha visto a Malfoy? –preguntó el moreno tan pronto llegó hasta donde Fallon luchaba, tras abrirse paso hasta allí.
El auror esbozó una mueca que bajo otras circunstancias bien habría podido ser una sonrisa. Sabía que Potter tenía una malsana obsesión con el Mortífago. Aunque él desconocía las verdaderas razones, así que suponía que era debido a lo sucedido años atrás en aquellas oficinas.
–Estaba junto a Lestrange... –jadeó Fallon deshaciéndose de su rival con un contundente hechizo aturdidor– ... algunos de mis hombres... –esquivó un maleficio que pasó rozándole y devolvió un nuevo hechizo aturdidor que su nuevo rival también esquivó– salieron tras ellos. No he vuelto a verlos desde entonces.
–¿Hacia donde se fueron?
El potente hechizo de Harry hizo que el Mortífago saliera despedido unos metros, llevándose por delante a dos compañeros de éste y a un auror.
–Ese era de los nuestros, Potter. –le recriminó Fallon.
El auror se levantó con el rostro dolorido, pero les hizo señas de que estaba bien. Le vieron conjurar unas cuerdas para atar a los Mortífagos abatidos y ambos se olvidaron de él. El Jefe de Aurores se dio cuenta de la mirada que Harry dirigía hacia donde acababa de indicarle que habían desparecido los dos Mortífagos perseguidos por sus hombres.
T–e necesito aquí, Potter. –dijo adivinando las intenciones del joven– Seguramente ya no les encontrarás. Siempre son los primeros en desaparecer.
–Sólo quiero asegurarme. –fue lo único que dijo el Gryffindor antes de empezar a abrirse paso en dirección a la estrecha calle que Fallon había señalado.
Al menos, los edificios de esa parte del pueblo todavía no ardían, pensó Harry con alivio. Recorrió con cautela los primeros metros de la desierta calle. Algunos cubos de basura tumbados y su contenido esparcido por el suelo parecían ser el único indicio de que alguien hubiera pasado a toda prisa y sin cuidado por allí. Siguió avanzando con precaución, prácticamente pegado a la pared, inspeccionando puertas y entradas antes de cruzar delante de ellas. Sus ojos estaban atentos a cualquier movimiento sospechoso. La callejuela no era demasiado larga y prácticamente estaba llegando al final de la misma. Estaba pensando que Fallon probablemente tuviera razón, cuando adivinó el primer cuerpo. La bota del auror sobresalía por detrás de la puerta abierta de un almacén, al otro lado de la calle. La cruzó intentando amortiguar sus pisadas para que no le delataran. Como había esperado el auror estaba muerto. Tan pronto penetró en el almacén tropezó con el siguiente cuerpo. La pierna del tercero asomaba entre unas cajas que se habían desplomado sobre él, seguramente después de ser abatido. Encontró otro doblado sobre la baranda de unas escaleras que Harry no supo donde llevaban ni se entretuvo en averiguar en ese momento. El último pendía con el cuello partido de un viejo ventilador del techo de la pequeña oficina situada al fondo del almacén. Un total de cinco aurores que ya no iban a volver a sus hogares esa noche. Apretó su varita con rabia por la impotencia que sentía ante las muertes de esos hombres; pero también porque las mismas iban a caer irremediablemente sobre Draco.
Encaminaba sus pasos hacia la puerta para dar a Fallon la triste noticia de que contaba con cinco hombres menos, cuando el instinto que le había ayudado a sobrevivir tantas veces hizo que su mano conjurara un escudo, incluso antes de que fuera consciente del maleficio que chocó contra él. Un ágil salto le llevó a aterrizar detrás de uno de los pilones de cajas amontonados a todo lo largo del almacén.
–Eres rápido Potter.
Aunque había sido principalmente la esposa de aquel hombre la que a lo largo de los años había puesto más empeño en matarle, no por ello había dejado de reconocer la profunda y peculiar voz de Rudolph Lestrange.
–Y tú te haces mayor, Lestrange. Demasiados años con el mismo oficio¿no crees?
Una profunda carcajada resonó en el amplio almacén.
–Creí que el tuyo era el Quidditch, Potter. Es menos peligroso que el de auror.
Harry miró hacia la entrada del almacén, sopesando la posibilidad de intentar atrapar al Mortífago y hacerle pagar cierta deuda privada que tenía con él antes de entregarle o salir de allí, dada la temeridad que quedarse podía significar, de la cual daban testimonio cinco cadáveres. Seguramente podía llegar sin demasiados problemas a la puerta conjurando nuevamente un escudo para protegerse. Y de todas formas, quien le interesaba de verdad, parecía no estar allí. Pero ese rufián era quien había destrozado la mano de su esposo haciéndole pasar un infierno...
–Aunque comprendo que necesites dos trabajos, Potter. –continuó Rudolph en tono jocoso– Mantener a un Malfoy tiene que ser difícil. Tienen gustos caros y el paladar exigente.
Harry se quedó helado. No podía haber oído bien.
–El único Malfoy que conozco es el mal nacido que te acompaña. –gritó a su vez.
El eco de otra de las profundas carcajadas del Mortífago resonó en el almacén.
–Estoy hablando de tu esposo, Potter. De mi querido sobrino Draco. –Lestrange soltó una nueva risotada– ¡Quien podía decirme que un día emparentaría con el mismísimo Harry Potter!
El estómago de Harry se había encogido de pronto. Las náuseas desterradas tan sólo un par de semanas antes amenazaban con volver con fuerza. Su mente, de pronto enfebrecida, trataba de comprender cómo había podido llegar al conocimiento de Lestrange que Draco era su esposo. Un sudor frío había empezado a empapar su camisa mientras la varita rodaba nerviosamente en su mano. Pasara lo que pasara, ya no iba a irse de allí.
–¿Sorprendido, Potter? –resonó la voz de Rudolph nuevamente.
–No deberías hacer caso de todo lo que oyes. –logró decir– Me he pasado la vida desmintiendo rumores.
–Y por lo que me han contado, tú tampoco deberías tener conversaciones demasiado privadas con mi sobrino en medio de un concurrido corredor –dijo Lestrange para añadir después con sorna– y llevando tan sólo una toalla, además.
¡El ataque al estadio, pensó intentando recordar quien estaba cerca de ellos cuando había logrado detener a Draco. Hubiera jurado que sólo aurores. Su cabeza empezó a dar vueltas con la posibilidad de que alguno de ellos fuera un traidor. Gateó hacia el siguiente montón de cajas, en dirección a la voz.
–¿Qué te ha dado Draco a cambio de que le protejas, Potter? –preguntó de repente Rudolph, esta vez sin asomo de diversión en su voz.
–Porque supones que tiene que haberme dado algo, Lestrange... –él también se estaba moviendo. Su voz le había llegado desde otra dirección.
–¡Oh, vamos! Estamos hablando de Draco Malfoy. Le conozco desde que mi cuñada, en paz descanse, le parió.
–La gente cambia, Lestrange.
Harry gateó de nuevo hasta llegar casi a la escalera, sintiendo resbalar sus gafas a causa del sudor, hasta la punta de su nariz. Justo allí se acababan las cajas que hasta ese momento le habían protegido. Esperó a que Rudolph hablara nuevamente para poder adivinar su posición, con la desagradable visión del auror muerto colgando de la barandilla ante él. Esta vez la voz sonó más peligrosamente cerca.
–Sabemos que tenéis el libro, Potter.
Harry se tomó unos segundos en responder.
–Ah, si... vuestra famosa paranoia sobre un libro... –maldijo mentalmente a Voldemort y a su capacidad por seguir amargándole la existencia, aun y después de muerto.
–Entrégamelo y os dejaremos en paz. Te doy mi palabra. –prometió Lestrange.
Esta vez fue Harry que no pudo por menos que dejar escapar una carcajada.
–¿Tú palabra¿Desde cuando un mal nacido como tú tiene palabra? –estaba al otro lado de la escalera. Ahora estaba seguro– No tengo ningún libro. Y de tenerlo, puedes estar seguro de que no sería a ti a quien se lo daría.
Harry supuso que de la misma forma que él lo había hecho, Lestrange también debía tenerle situado a él. La voz del Mortífago sonó contrariada cuando habló nuevamente.
–Bien, Potter. Te aseguro que Draco tiene muchas más cosas para romperle además de los dedos de una mano. –amenazó– Sólo es cuestión de tiempo que le encontremos. Y después, tal vez después te lo devolvamos... a pedacitos. ¿Te gustaría?
Él único pensamiento coherente que en esos momentos llenaba el cerebro de Harry era que iba a matar a ese hijo de puta.
–O tal sería mucho más práctico hacer una llamada al Ministerio¿no crees Potter? Rápido y sencillo. –prosiguió.
Tenía que tranquilizarse. No podía precipitarse y perder el control sólo porque se le estuviera nublando el cerebro con deseos homicidas.
–Después de tres meses has tenido tiempo de sobra para hacerlo. –gritó tratando de mantener la calma– Pero los problemas con la familia, se arreglan en familia¿verdad Lestrange?
–Y ahora que tú también formas parte de ella, querido sobrino –ofreció el Mortífago en un tono hasta cordial– tal vez sería el momento de limar asperezas y que ambos volváis al seno familiar. Os recibiremos con los brazos abiertos, si traéis con vosotros lo que deseamos, Potter.
Durante unos segundos aquellas palabras golpearon su cerebro. Jamás había caído en la cuenta de que, tal como había dicho el Mortífago, él era ahora su sobrino político. Y la tarada de Bella su tía. Definitivamente no tenía mucha suerte en lo que a familia se refería.
–¡Vete al infierno, Lestrange! –gritó.
La sombra al otro lado de la escalera se movió casi al mismo tiempo que él y ambos hechizos fueron pronunciados prácticamente al unísono. Las varitas volaron de las manos de ambos contendientes y antes de que Harry pudiera nombrar el hechizo para recuperarla, un cuerpo salió de la oscuridad para estrellar la cabeza contra su estómago, dejándole sin aire y derribándole al suelo. La inmensa mole que era Rudolph Lestrange le aplastó dolorosamente.
–O tal vez sea Draco quien lo entregue gustosamente para poder tenerte a ti de vuelta, entero. –susurró la voz del Mortífago en su oído– ¿Tú que crees, Potter?
Solo necesitaba un poco de aire. Un poco de aire para que su mente pudiera volver a pensar con claridad y el hechizo fuera efectivo. Concentró todas sus energías en conseguir respirar, a pesar de la mano que ahora se cerraba alrededor de su garganta. Lestrange era mucho más pesado y fuerte que él. Lo único que podía hacer era intentar replegar su magia y lanzarla después con todas sus fuerzas hacia fuera, esperando que la onda expansiva que provocaría le librara de la molesta mole que le comprimía contra el suelo.
Lestrange vio como las manos que aferraban sus muñecas intentando apartarlas de su garganta caían al suelo y notó como el cuerpo bajo él se relajaba. Potter estaba cediendo. Esperaría a que la falta de aire le dejara inconsciente y después se lo llevaría con el traslador que guardaba en su bolsillo. Tal vez no fuera lo que tenían planeado, pero estaba seguro de que Bella disfrutaría con aquel inesperado invitado y encontraría la manera de mantener a Potter entretenido mientras Draco decidía si era lo suficientemente importante para él como para entregarles el libro a cambio. Mientras observaba complacido el rostro que luchaba por seguir respirando a pesar de todo, sus ojos tropezaron con la fina cadena que se había enredado en sus manos al cerrarse en la garganta que ahora oprimía, de la que colgaban las letras H&P, trabajadas en oro blanco. Pero lo que en realidad había llamado su atención era una pequeña llave que colgaba de la misma cadena. Y si no hubiera sido por su tamaño, habría jurado que se trataba de una de esas llaves que abrían las cámaras acorazadas de Gringotts. Y de pronto, una violenta y potente fuerza le catapultó lejos de sus recién elaborados planes y de sus pensamientos, para estrellarle contra el montón de cajas a sus espaldas. Se levantó casi inmediatamente, para ver al joven mago intentando hacer lo mismo. Convocó su varita con intención de aturdirle, pero el sonido de voces en la entrada del almacén le hizo cambiar de opinión. Introdujo la mano en el bolsillo interior de su capa y activó el traslador.
–De todas formas no te queda mucho, Potter –murmuró entre dientes antes de desaparecer.
No había podido ocultarle a Draco que se había enfrentado a su tío aquella tarde. Charlie y Tonks le habían reconocido antes de que el Mortífago desapareciera. Pero no le había comentado nada sobre la "familiar" conversación que habían mantenido. Sin embargo, desde ese día siempre había un par de miembros de la Orden que protegían a Draco sin que él se hubiera apercibido todavía de ello. Y Harry esperaba fervientemente que tardara en hacerlo.
Reviews
Ladyelizabethblack.- Siento no haber descrito el enlace. Me lo planteé, pero para serte sincera, no me inspiraba demasiado el tema y preferí solo dar cuatro pinceladas que más o menos indicaran como había sido. Además, la imaginación es una gran alidada¿no? Gracias por leer. Besos.
Snuffle's Girl.- Bueno, prácticamente el final está escrito. Lo que no te voy a desvelar es si es feliz o no. Perdería su encanto. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Mirels.- ¡No sabes cuanta razón tienes! Incluso la felicidad de los ricos también puede durar poco. Y si eras Harry Potter o Draco Malfoy ya ni te cuento... Gracias por seguir leyendo. Besos.
Gata89.- Bueno, pues si te tienta, no te preocupes. Tengo mucho de eso para darte. En cuanto a lo del nacimiento de Draco, en mi fic es el 22 de Septiembre. Tienes razón, cada cual pone lo suyo. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Serendipity.- Que conste que tu comentario me ha hecho reflexionar y ese lemmon del principio lo he añadido después de haberlo leído. Tenías razón. Ya llevaban tiempo demasiado tranquilitos. Tampoco te voy a quitar la razón en lo de que van a pasarlo un poco mal... Por cierto, cn lo de que sé que, como tú, odio los finales tristes¿estás intentando convencerme para que no escriba ninguna barbaridad? Jejejeje... Tu sigue teniendo la tila al alcance de la mano... por si acaso. ¡Ah! Y espero que pronto encuentres ánimos para seguir con tu fic, que lo dejaste en lo más interesante, xDDDD! Besitos.
Audrey-ludlow.- De pervertida nada, tendrías que haber estado en mi cerebro mientras lo escribía. Reconozco que estuve tentada a que la toalla se cayera... xDDD! Si, hija, el mundo es un pañuelo y el pobre de Terry es una muestra de ello. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Arashi and Sorata.- Es cierto, habéis estado tiempo sin dar la cara¡descarados! Pero comprendo a Arashi. Yo empecé el 6º libro un viernes (espero que Rowling no se enteré de que lo conseguí antes de tiempo, jeje) y lo acabé el domingo. Todavía estoy intentando superar ciertas cosas. Si, y el principe mestizo es quien yo pensaba..., pero no lo vamos a revelar¿verdad Arashi? Por si todavía hay almas cándidas que no se han enterado... Por cierto Sorata, si de verdad ya sabéis quien es la persona que suplanta a Draco, mandadme un e-mail. Prometo confirmarlo... o desmentirlo. En fin, ya para terminar, agradecer la inestimable ayuda de Arashi para componer este capítulo y el próximo. Aunque también he utilizado algo de mis conocimientos de primeros auxilios. Hace poco más de un mes hice junto a unos compañeros de trabajo un curso de reanimación cardio-respiratoria, para todo ese rollo de la Prevención de Riesgos... ¡Solo espero no tener que aplicarlo nunca! Porque no estoy muy segura de poder salir airosa en un momento de verdadera necesidad y acordarme de todos los pasos. Sé que en el fondo Dios es bueno y no pondrá a nadie en mis manos... xDDDD! Muchos besos para los dos.
Akatsuki-itachi.- Así que trabajas en un restaurante... Te agradezco que confirmes que no voy del todo desencaminada. Por otra parte, siento decirte que SI les quedan cosas por pasar. Pero por otra parte te alegrará saber que todavía le quedan unos cuantos capítulos a la historia, aunque no tantos como los que llevamos hasta ahora. Gracias por seguir leyendo. Besos.
Alexlee.- Bueno para mí, desde Barcelona, España, el Amazonas SI es el fin del mundo, jejeje. Ya me comentarás que te ha parecido el 6º libro en cuanto vuelvas a Caracas, porque de verdad espero que la Rowling tenga una buena solución para todo en el 7º...
Y si crees saber quien es el falso Draco, te digo lo mismo que a Sorata y Arashi, mándame un e-mail. Prometo responder. Muchas gracias por seguir leyendo. Besitos.
Diabolik.- Tú como siempre tan expresiva, jajaja. Pero al pie del cañón, lo cual se agradece. Besitos.
Canuto-frambueza.- Gracias, gracias, gracias. Espero seguir entusiasmándote de igual forma en los siguientes capítulos. Besos.
Arashi and Sorata.- ¿Vosotros dos otra vez? O no aparecéis o lo hacéis por duplicado...xDDDD! Creo que tienes mucha suerte Arashi, yo me pasé vomitando los cuatro primeros meses y además me puse como un tonelete... No te digo nada para perder luego esos kilos "de más". El que diga que las mujeres embarazadas están adorables miente como un bellaco, xDDD! En fin, pasando a vuestros momentos kodak, debo deciros que coinciden con los míos. Creo, como Arashi, que el lemmon más hermoso que he escrito es el de ese primer encuentro en Navidad. Y escribí con especial sentimiento (confieso que yo misma casi lloro, cosa que no suelo hacer), cuando Draco encuentra a Harry en el cementerio frente a las tumbas de sus padres y su padrino, Sorata. Por cierto, espero que ya os hayáis recuperado del impacto de Otoño Gris, ... porque le sigue Un largo y frío invierno... Besitos otra vez.
Sayuri Hiro.- ¿De verdad crees que soy cruel con Terry? Si acaso el cruel habrá sido su padre. Pobrecitos, con padres así para que quieres enemigos¿verdad? Gracias por leer-Besos.
