Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
Bueno, el o la que entienda algo o mucho de medicina, que disculpe las más que posibles incongruencias de una novata en el tema.
CAPITULO XXII
Falsos Indicios
A pesar de que había tratado de resistirse a aquella absurda somnolencia, Harry había dormido prácticamente durante todo el día. Se había levantado tarde, a la hora de comer, para no comer y acabar tumbado en el sofá donde había vuelto a adormilarse. Draco había andando todo el día por la casa silencioso como un fantasma, intentando no hacer ruido para no molestarle, inquieto, echándole un ojo cada poco rato. Berton había tenido que sustituirle el día anterior a mitad del partido, cuando sus compañeros se dieron cuenta de que su buscador apenas era capaz de dominar su escoba y se la iba a pegar de un momento a otro. Matt se lo había llevado con preocupación a la enfermería, en la que no había tardado en aparecer Draco. Él era un medimago deportivo, le había dicho al rubio, especializado en traumatología. Por supuesto, podía diagnosticar una indigestión y cualquier enfermedad común. Pero empezaba a sospechar que lo que podía aquejar a Harry se escapaba de sus manos. Esperaba tener pronto los resultados de los análisis que le había hecho el día anterior, para poder dirigirle al especialista adecuado lo antes posible. De lo que si estaba seguro era de que Harry Potter, se pusiera como se pusiera, había acabado la temporada ese día, a dos partidos para el final. Le había jurado a Draco por todo lo más sagrado que no iba a permitirle volver a jugar bajo ninguna circunstancia. Y había añadido con un guiño, que no le gustaría estar en su pellejo cuando Harry tuviera la cabeza un poco más centrada y Draco se lo explicara. El rubio dirigió su mirada al reloj encima de la repisa de la chimenea y después a Harry, que seguía durmiendo en el sofá. Eran casi las siete de la tarde, y desde hacía una semana habían quedado esa noche para ir a cenar a casa de Ron y Hermione. No le apetecía despertarle, pero sabía que Harry estaba muy ilusionado con esa cena porque le había dicho que sospechaba que la pareja tenía una sorpresa que darles y que él esperaba ser el padrino.
–¿Estás seguro, Harry? Puedo llamarles y anular la cena. –trató de convencerle– No les importará dejarla para la semana que viene.
Draco observó con preocupación los lentos y fatigados movimientos de su esposo poniéndose los pantalones.
–Estoy bien. Solo cansado. –respondió él, tratando de quitarle importancia.
Aunque esa última semana había sido la peor de todas. Draco tomó su rostro entre las manos y le besó.
–Tenía que haber dejado que siguieras durmiendo. –se reprochó observando la mirada apagada y decaída en sus ojos.
–Y mañana tendrías a un Potter cabreado. –sonrió Harry débilmente.
–Sinceramente, no creo que tengas fuerzas ni para eso. –le respondió él con otro beso– Solo digo que si no te sientes con ánimos podemos quedarnos en casa. Lo comprenderán.
Harry dejó escapar un suspiro de fatiga. Pero acabó de abrocharse la camisa bajo la mirada atenta de Draco. Estaba más delgado. Mucho más delgado.
–Tienen que darnos una noticia, ya lo sabes –reiteró.
Draco suspiró.
–Y tú esperas ser el padrino, lo sé.
–Que quieres, me hace ilusión –se dejó caer en la cama para ponerse los zapatos– Ron me lo prometió. Ambos lo hicieron.
Draco se arrodilló delante de él y le ayudó con el segundo zapato.
–Cenar y volver a casa, Harry –dijo mientras deslizaba los dedos por su cabello, tratando de hacer algo con los cuatro pelos que invariablemente se resistían a ser peinados– Mañana temprano quiero ir a ver a Matt para que me dé los resultados y poder solucionar esto de una vez por todas.
–Temprano a casa, lo prometo. –musitó dejándose mimar en el abrazo de su esposo.
Los futuros papas les recibieron con una alegría nerviosa, felices y con un alto grado de agotadora sensiblería en opinión de Draco, que por supuesto no expresó. Le tenía demasiado aprecio al amistoso entendimiento al que había llegado con el matrimonio Weasley. Los imperecederos amigos de escuela de Harry habían aceptado su relación con más facilidad de la que él había esperado, especialmente de la comadreja. Aunque sólo le nombraba así mentalmente. Algunas viejas costumbres eran difíciles de desterrar.
–Un brindis por la futura mama –propuso muy en su papel de pareja de Harry felizmente aceptada, hacia la mitad de la cena.
Las copas chocaron y todos bebieron. Pensamientos en una línea no muy diferente a la del rubio sentado frente a él, asaltaban la mente de Ron casi al mismo tiempo. Si alguien le hubiera dicho al pelirrojo que un día tal como aquel tendría sentado a su mesa al hurón, brindando por su futuro retoño, le hubiera estampado un buen puñetazo al atrevido iluso por hacer bromas de mal gusto. Pero una vez pasada la sorpresa inicial, Draco no había sido tan difícil de aceptar como había creído en principio. El hecho de que jamás hubiera abrazado las doctrinas de su familia era un gran punto a su favor, desde su punto de vista. Aunque lo más importante, tal como había dicho su mujer, era que Harry se veía absolutamente feliz a su lado. Y cuando por fin Malfoy había abandonado ante ellos esa fría pose de altanera indiferencia y les había dejado ver al verdadero Draco, todo había sido mucho más fácil entre ellos. Ron lo había entendido definitivamente el día de su enlace. Cuando la mirada de Draco a su recién estrenado esposo fue la misma que él había visto en los ojos de Hermione no hacía tanto tiempo. Que todavía veía, gracias a Merlín. Se consideraba por ello un hombre afortunado. Y ahora no le cabía la menor duda de que Harry también lo era.
–Disculpadme.
Harry se levantó de la mesa con el rostro descompuesto, pero detuvo a Draco cuando hizo ademán de querer seguirle.
–No tiene buen aspecto. –le dijo Hermione con expresión preocupada una vez estuvo seguro de que Harry ya no podía oírles.
Él asintió.
–Mañana Matt tendrá los resultados de los análisis que le hizo. –miró al matrimonio con expresión consternada– Todavía no sabe que no acabará la temporada.
–A solo dos partidos... –Ron sabía de la obsesión que tenía Harry por terminar después de cinco años sin jugar y como amigo suyo y aficionado le comprendía perfectamente– Pero después de lo de ayer, es lo mejor. –reconoció– Harry puede ser un poco testarudo a veces.
–Puedo hablar con Neville si quieres –se ofreció Hermione– Estoy segura que para Harry encontrará un hueco mañana mismo.
Entonces Hermione sonrió con expresión algo maliciosa.
–Pasado mañana tengo hora para mi revisión mensual –dijo– Puedo pedirle que me acompañe con la excusa de que Ron está ocupado. Se encontrará en la consulta de Neville antes de que haya podido parpadear dos veces.
–Eres perversa. –admiró Draco con una sincera sonrisa– Te lo agradezco.
Cuando Harry regresó, Draco tuvo la seguridad de que el primer plato y parte del segundo estaban en ese momento en el retrete de los Weasley.
–¿Estás bien? –preguntó.
Harry asintió, pero su aspecto no logró convencer a ninguno de los tres. La conversación siguió durante unos minutos más, con tres pares de ojos pendientes de cada movimiento del moreno de ojos verdes que removía lo que quedaba en su plato, haciendo esfuerzos por disimula el asco que la comida le estaba provocando en esos momentos. Hasta que tuvo que volver a levantarse pidiendo disculpas.
–¿Crees que podrías hablar con Neville para que le vea mañana? Iré a primera hora a buscar los resultados de los análisis. –susurró Draco dirigiéndose a Hermione.
Antes de que ella pudiera contestar, el ruido sordo de un cuerpo contra el suelo hizo que los tres comensales se levantaron al unísono. Ron, que era el que estaba más cerca de la puerta fue el primero en llegar junto a Harry y en sostener su frente mientras su amigo vomitaba sin control sobre la moqueta.
–Llevémosle ahora, Draco. –sugirió Hermione con expresión asustada.
–Sería lo mejor. –apoyó Ron.
–Trae una manta, Ron –le pidió Hermione.
Harry había dejado de vomitar, pero ahora todo su cuerpo era preso de severos escalofríos, que le hacían sacudirse sin control.
–Sshhh, cariño. Ya está, ya está –susurró Draco intentando tranquilizarle.
Ron llegó con la manta y le arropó.
–No perdamos más tiempo Draco –pidió Hermione angustiada.
Sin saber porque, las palabras que su padrino había pronunciado una vez, se abrieron paso con intensidad en la mente de Draco: "Al menor problema o sospecha, llévalo inmediatamente a Hogwarts.". Y si de algo podía presumir el rubio, era de tener buena memoria. Una mano fría y humedecida en sudor cerrándose sobre la suya le distrajo de sus pensamientos.
–¿Dra..co ?–jadeó Harry, que ahora parecía confundido y desorientado.
–Tranquilo amor –pidió Draco mientras tomaba su mano– ¿Puedo utilizar tu chimenea, Ron? Me gustaría que mi padrino pudiera echarle un vistazo primero.
–Por supuesto. –asintió el pelirrojo.
–Harry, amor ¿me escuchas? –él abrió los ojos con pesadez– Estás con Ron, –depositó su mano en la de su amigo– pero yo vuelvo enseguida¿de acuerdo?
Harry asintió y volvió a cerrar los ojos. Draco se dirigió al salón donde estaba la chimenea, esperando que su padrino no estuviera dando una de sus habituales rondas por los corredores de Hogwarts a la caza de alumnos a los que atrapar "in fraganti". Sin embargo, cuando Draco contactó con él, ambos Profesores se encontraban cumpliendo con la fastidiosa tarea de corregir exámenes.
–¿Qué sucede Draco? –preguntó Severus alarmado por la expresión de pánico de su ahijado.
–Es Harry. Necesito que vengas.
A los pocos segundos el Profesor de Pociones, seguido de un preocupado Remus llegaban al hogar de los Weasley a través de su chimenea. Les recibió la nada agradable visión de Harry desmadejado en medio del pasillo en brazos de Ron.
–¿Desde cuando? –preguntó Severus con voz seca.
–Unos minutos. Pero no ha esta estado bien desde hace tiempo, padrino. Ya te lo dije.
–Me dijiste que había tenido una indigestión de campeonato. Por culpa de su malsana inclinación al chocolate. –gruñó con el ceño fruncido.
–Bueno, si... –admitió Draco– ...pero tiene que haber algo más... –añadió con preocupación– ... ha tratado de ocultarlo pero sospecho que su estómago ha estado mal durante todo este tiempo... Esta última semana ha empeorado y ahora...
–Te dije que se veía demasiado pálido. –musitó Remus en dirección a Severus.
Ambos hombres intercambiaron miradas de entendimiento, hecho que no pasó desapercibido para Draco.
–¿Qué sucede? –preguntó éste algo desconcertado.
Remus se levantó y carraspeó antes de hablar. Severus parecía demasiado ocupado examinando a Harry, así que supuso que no le quedaba más remedio que ser él quien afrontara en principio el tema.
–Verás Draco, seguramente no es nada de lo que haya que preocuparse... excesivamente. –Draco enarcó una ceja, dando a entender que dudaba que no pudiera preocuparse– Hace unos tres meses Severus hizo unas pociones por encargo de San Mungo. En realidad era, es todavía, un proyecto experimental.
El más que evidente nerviosismo de Remus, estaba empezando a agudizar la curiosidad de sus tres oyentes. Además, Snape había iniciado una serie de movimientos con su varita, que dejaron atónita a Hermione. Los mismos que había hecho su medimago cuando acudió a su consulta la primera vez, para confirmar su embarazo. ¿En qué diablos estaba pensando Snape?
–Aquella tarde que Harry vino a nuestros aposentos a por tu poción para el dolor... –parecía que el licántropo le costaba encontrar las palabras– ...todos sabemos que Harry es un gran mago Draco, pero que Pociones nunca ha sido lo suyo...
–Maldita sea, Remus, dilo de una vez. –masculló Severus desde el suelo, todavía arrodillado junto a Harry– Confundió las pociones y se llevo la que no debía. Así de simple.
Volvió a inclinarse sobre el joven y buscó su pulso bajo la perspicaz mirada de Hermione, que era la única que no había dejado de observarle, mientras que su marido estaba atento a la conversación entre Remus y Draco.
–Demasiado lento. –musitó como si eso le sorprendiera y alzó los ojos hacia el matrimonio Weasley– ¿Convulsiones?
–Bueno, –dijo Hermione confundida– cuando vomitó le entraron como una especie de escalofríos y le tapamos con la manta...
Ron asintió.
–Acuéstele sobre su espalda, por favor Sr. Weasley.
El pelirrojo obedeció y deposito con cuidado a su amigo en el suelo.
–¿Para qué era la poción? –estaba preguntando Draco en ese momento, impaciente ante los rodeos que el licántropo estaba dando.
–Fertilidad. –respondió por fin Remus.
Draco abrió la boca y volvió a cerrarla. Miró a ambos hombres alternativamente con expresión de incredulidad. Después sacudió la cabeza como intentando asimilar la palabra que acababa de pronunciar Remus. Sencillamente no podía comprenderlo.
–¿Insinúas...? –musitó mirando a Harry.– ¿Pretendes decirme que...?
–Severus pensó que había sido un rotundo fracaso. –se apresuró a aclarar Remus– No funcionó en ninguna de las parejas que se presentaron voluntarias para la muestra...
–¿Y cuando pensabais decírnoslo? –esta vez el tono de Draco fue ligeramente más agresivo. Parecía estar haciendo un serio esfuerzo por controlarse– Harry ha estado todo este tiempo jugando y agotándose en duros entrenamientos. Haciendo magia que en ningún caso, por lo poco que sé del tema, debiera haber hecho. –tragó saliva con fuerza– Y todas esas refriegas con la Orden, ha recibido maldiciones, golpes...
–Cálmate, Draco. –intentó apaciguarle Remus, empezando también a preocuparse– Nunca creímos que pudiera haber sucedido. ¿O acaso piensas que hubiéramos permitido que Harry se arriesgara de esa forma?
Por su parte Severus oía la conversación sin escucharla. Con una mente acostumbrada a la precisión y el análisis, estaba seguro que en toda aquella situación había algo que no encajaba. Había ejecutado el hechizo dos veces y había salido negativo.
–¿Cuándo ha perdido el conocimiento? –preguntó a Hermione, con todos los músculos de su cara en tensión.
–Yo... no lo sé exactamente –respondió atribulada– No hasta que Ud. llegó, creo.
El pulso del joven ahora era rápido y débil. Un leve color azulado empezaba a tintar sus labios. Observó también con atención las uñas de la mano que estaba sosteniendo para comprobar su pulso.
–Harry –llamó suavemente, zarandeándolo levemente– Harry¿puedes oírme?
Severus empezó a sentir la incómoda sensación de que su estómago se estaba llenando de piedras. Grandes y afiladas. La voz de Draco llegaba a sus oídos fría y dolida, y él se encontró deseando con todas sus fuerzas no haber cometido el peor error de su vida.
–Y claro, tampoco se os ocurrió preguntaros si NOSOTROS queríamos hijos. –decía en ese momento Draco en tono enojado– ¿Alguien nos ha oído mencionar alguna vez que quisiéramos tenerlos? Pues yo te lo diré, no, definitivamente NO.
Severus extendió la cabeza de Harry hacia atrás, sujetándola por su barbilla e introdujo dos dedos en su boca, buscando restos de vómito o alguna secreción que estuviera obturando su vía respiratoria.
–Profesor... –murmuró Hermione apenas sin voz, comprendiendo lo que el hombre estaba intentando.
Las miradas de ambos se cruzaron. Hermione no recordaba haber visto jamás el miedo asomar a los ojos del duro Profesor de Pociones. Y sin lugar a dudas eso es lo que había ahora en ellos.
–¡Por Merlín, Draco! –Remus parecía no saber ya que decirle para calmar el enojo del rubio Slytherin– ¡Ser padre tampoco es tan grave!
Sus ojos se dirigieron hacia Severus en busca de ayuda, ya que al fin y al cabo él era el autor material de la dichosa poción y le estaba dejando solo para lidiar con el, a pesar de todo, justificado enfado de su ahijado. Pero Severus tenía en ese momento la vista fija en el tórax de Harry. Esperó cinco segundos y cubrió con su boca la del joven, al tiempo que cerraba su nariz con dos dedos y daba dos soplos de aire seguidos para observar después nuevamente, con el alma en vilo. Inclinó nuevamente su cabeza y dio dos soplos más. Después buscó el pulso carotídeo. No lo encontró. Abrió sus párpados para observar sus pupilas. Dilatadas. Cuando levantó el rostro se encontró con la mirada de Draco, arrodillado a su lado. En sus ojos podía leer el mismo pánico que él mismo sentía en esos momentos.
–Padrino...
–No creo que sea un embarazo por lo que debamos preocuparnos –dijo con voz tensa y hablando con rapidez se dirigió a su pareja– Remus, contacta con San Mungo y pide que nos envíen un equipo de urgencia y que traigan todo lo necesario para una reanimación cardio-respiratoria. Averigua si Longbotton está de guardia y si no lo está, que lo localicen inmediatamente. –después dirigió su mirada hacia Ron y a las grandes manos de éste– Weasley, abra su camisa –ordenó mientras se inclinaba nuevamente sobre Harry para soplar aire en sus pulmones– ¡No la desabotone, Weasley, simplemente desgárrela! –ordenó con los dientes apretados.
El pelirrojo obedeció, nervioso y desgarró la camisa de Harry de un tirón dejando al descubierto su pecho. Hermione se había levantado para dejar espacio a su esposo y se había arrodillado detrás de Draco, abrazándole.
–Bien, Weasley, ahora escúcheme atentamente: hay que mantener sus pulmones llenos de oxígeno y su sangre circulando para que siga llegando oxígeno a su cerebro hasta que los de San Mungo lleguen, así que Ud. hará el masaje cardiaco.
Ron tragó saliva con fuerza mientras el Profesor insuflaba aire nuevamente en los pulmones de Harry.
–Localice el borde de sus costillas y luego encuentre la punta del esternón. Sabe lo que es el esternón¿verdad Weasley?
–Si, señor. –musitó Ron.
Severus observó atentamente los movimientos del pelirrojo, que gracias a Merlín fueron más rápidos y precisos de lo que el mismo esperaba.
–Bien, ahora mida dos dedos arriba del esternón... coloque el talón de su mano en ese punto apoye la otra encima y empiece a comprimir su pecho, quince compresiones Weasley, pare, yo le daré dos insuflaciones y vuelta a empezar¿lo ha entendido?
–Si señor.
–Cuente en voz alta. –Ron le miró nervioso– ¡Ahora Weasley, no dentro de una semana!
–Uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis...
Remus había vuelto del salón donde los Weasley tenían su chimenea.
–Envían un equipo inmediatamente. –dijo sin aliento– Neville está de guardia. Le están localizando.
No volvió a oírse nada más en la habitación aparte de la voz de Ron contando hasta quince, deteniéndose y volviendo a empezar. Draco observaba idiotizado las grandes manos del pelirrojo subiendo y bajando sobre el pecho de su esposo. Como su torax se hinchaba levemente cada vez que Severus insuflaba aire en sus pulmones, pero sin observar ningún signo de que Harry fuera capaz de recuperar la respiración por si mismo. Su mente se movía dentro del caos más absoluto. Esa misma mañana su preocupación era los desordenes de estómago de Harry, aquel cansancio crónico que no le abandonaba y recoger los resultados del análisis; por la noche se llevaba la sorpresa de que podía estar embarazado, aunque todavía seguía sin comprender exactamente el cómo y su inquietud se centraba en los efectos que eso podía tener sobre Harry, más teniendo en cuenta todas las actividades que había llevado a cabo durante todo ese tiempo; y tan solo unos minutos más tarde su único temor era la lucha contra reloj que su padrino y Ron sostenían para lograr mantener a Harry con vida el tiempo suficiente como para que los medimagos de San Mungo llegaran y pudieran atenderle. Sintió la mano de Hermione tomando la suya. Temblaba. Draco la apretó con fuerza, sin despegar los ojos del pecho que se hundía bajo las firmes compresiones de Ron. Gotas de sudor resbalaban por las sienes del pelirrojo, y Draco estaba seguro de que no eran por el calor que allí no hacía. Tras unos minutos, más que contar, Ron jadeaba los números. Pero en su rostro había escrita la firme determinación de no rendirse. Draco se encontró de pronto con el absurdo pensamiento de que no sabía rezar. Lo hubiera hecho si hubiera sabido cómo y a quien, recordando a todas esas vírgenes y santos que Louanne era tan aficionada a nombrar. O a aquel Dios que incluso Harry a veces mencionaba, suponía que por herencia de su educación muggle. Pero él nunca había creído en nadie más que no fuera él mismo y en las pocas personas que amaba. Porque nadie más que él mismo o esas pocas personas le había ayudado. Creía en el poder de la magia. En su bondad cuando era utilizada en bien de sus semejantes y en su oscuridad, cuando una maldición era capaz de arrebatar una vida. Pero esta vez presentía que la magia no iba ayudarle. No iba a ayudar a Harry. Y su desesperación, el miedo helado y profundo que se estaba enraizándose en su alma ante la posibilidad de perder a la persona que amaba por encima de cualquier otra cosa en el mundo, le hizo buscar en lo más recóndito de si mismo la razón que le diera la esperanza, tal vez la fe para creer que una intervención divina, a falta de otra cosa y viniera de donde viniera, pudiera ayudarle. O tal vez fuera que la escena que se desarrollaba ante él y la impotencia que sentía le estaban sorbiendo el juicio.
–Hermione¿tú... – dudo unos momentos– ...sabes rezar?
La respuesta le llegó al cabo de unos segundos, en la voz algo sorprendida de la joven.
–Si, Draco. Sé rezar.
–¿Lo harías por mí... para él?
–No he dejado de hacerlo. –respondió ella con voz entrecortada.
–Gracias.
El zumbido de un portal abriéndose en medio del salón, les alertó de que los medimagos habían llegado. En pocos segundos, Severus y Ron se convirtieron en meros espectadores de la lucha de los recién llegados por arrebatar a su paciente de la muerte. Draco ya no podía ver de Harry más que sus piernas, tapado por los cuerpos de las cinco personas que se inclinaban sobre él en aquel estrecho pasillo y los movimientos espasmódicos que las agitaban cada vez Neville aplicaba una descarga con la varita sobre su pecho.
–Sigues rezando¿verdad? –susurró Draco a Hermione, convulsamente abrazada a él.
Ella se limitó a asentir con la cabeza, reprimiendo un sollozo.
–¡Pulso! –gritó alguien de pronto.
Y como un solo hombre, todos se pusieron en movimiento. En pocos segundos Harry estaba en una camilla, entubado y con un gota a gota en el dorso de su mano. Neville abrió un portal. Sólo se detuvo para decir:
–Vosotros tendréis que venir por la chimenea. Id directamente al ala de urgencias.
Y desaparecieron.
Draco se comía la pequeña sala de espera a grandes zancadas, incapaz de permanecer quieto esperando en una silla, tal como hacían Remus y Hermione. Ron estaba apoyado en la pared, con la vista fija en un punto indefinido. Al llegar, Draco había hablado con Neville unos escasos cinco minutos para responder a las preguntas del medimago. Una hora después Neville había mandado a buscar a Severus para que les asesorara en una cuestión, aunque la enfermera no supo o no quiso especificar cual. Remus rezaba para que no tuviera que ver con la dichosa poción de fertilidad. Desde entonces, ningún médico o enfermera había vuelto a aparecer. Con las horas, la pequeña sala de espera se había ido llenando con más gente: Dumbledore, McGonagall, Charlie, Molly y Arthur Weasley, Luna... Cuando por fin la puerta se abrió para dejar paso a Neville, seguido del Profesor de Pociones el corazón de Draco casi se detuvo, esperando prácticamente sin aliento a que alguno de los dos hablara, sin atreverse a preguntar.
–¿Preferirías que habláramos a solas primero? –le preguntó Neville.
Draco observó los rostros ansiosos a su alrededor y negó con la cabeza lentamente.
–No, no es necesario. –dijo.
Neville le tomó del brazo y le llevó hasta una de las sillas de la sala, para sentarse después junto a él. El medimago esperó a que Severus impusiera un hechizo de silencio en la puerta y otro para cerrarla para que nadie pudiera entrar desde fuera antes de empezar a hablar.
–Hemos logrado estabilizarle. –dijo entonces dirigiéndose a Draco– Controlamos sus signos vitales y hemos monitorizado su función cardiaca, que ya es prácticamente regular. También le hemos suministrado los antídotos pertinentes.
Neville se detuvo unos instantes. No era fácil. Nunca lo era cuando había que decirle a alguien que un ser querido se movía sobre la fina línea que separaba la vida de la muerte, sin muchas garantías de en qué lado caería al final.
–Me gustaría poder decirte que el peligro ha pasado Draco, pero me temo que no es así. Pero si sobrevive a las próximas 24 horas sus probabilidades de recuperación serán bastante altas.
Un penetrante silencio siguió a las palabras del medimago.
–¿Tiene... tiene algo que ver con esa poción? –preguntó al fin, fijando la mirada en su padrino.
–No, –respondió éste suavemente– Harry no esta embarazado ni lo ha estado nunca.
Una expresión de confusión y desconcierto asomó al pálido rostro de Draco.
–Le han envenenado.
Las palabras del Profesor de Pociones cayeron como un jarro de agua fría sobre todos los presentes.
–Con dedalera –dijo Neville– Los síntomas pueden confundirse con un montón de patologías: náuseas, vómitos, dolores de cabeza, visión borrosa, pérdida del apetito, un agotamiento constante, debilidad entre otros. Y por lo que me has contado, Harry ha sufrido la mayor parte de ellos.
Draco asintió lentamente, con aquel nuevo conocimiento intentando abrirse paso en su cerebro. ¡Envenenado¡Harry estaba luchando por su vida porque le habían envenenado!
–Pero¿cómo? –preguntó cuando fue capaz de recuperar el habla.
Sus semillas son muy pequeñas, pueden agregarse a una taza de café, por ejemplo, sin que el que la bebe se dé cuenta. Aunque también es inyectable. –explicó Severus– No podemos estar muy seguros de cómo se lo han suministrado. Pero de lo que no cabe duda es de que lo han hecho poco a poco, en pequeñas dosis. Hasta que el grado de intoxicación en su cuerpo ha sido mortal.
–No querían una muerte repentina, demasiado alarmante. –meditó Dumbledore, hablando por primera vez.
–Eso parece. –confirmó Neville y continuó– Una intoxicación prolongada provoca lo que acabamos de vivir hace unas horas: disminución del pulso, irregularidades en el ritmo del corazón que acaban desembocando irremediablemente en un paro cardio-respiratorio y la muerte. –miró a Draco– Sería interesante tener esos análisis que me dijiste que el medimago de los Cannons le hizo hace unos días. No es que ahora vayan a resolver nada, pero tal vez ayuden en algo a reconstruir los antecedentes.
Draco asintió.
–Sea quien sea ha sido muy cuidadoso. –dijo Remus, todavía digiriendo la terrible noticia.
–La prueba está en que a nadie de los que hemos estado cerca de él se nos ha pasado ni siquiera por la cabeza la posibilidad de que pudieran estar envenenándole. –dijo Severus– Indigestión, agotamiento por el ritmo de vida que estaba llevando, incluso tú y yo pensamos en un posible embarazo. –dijo mirando a Remus, provocando algunas caras de sorpresa– Pero absolutamente ninguno de nosotros adivinó lo que realmente estaba sucediendo.
–Lo que nos lleva a la cuestión principal: cómo y quién. –habló nuevamente el Director de Hogwarts.
–¿Quién? –preguntó Charlie como si la respuesta fuera más que obvia– ¡Harry tiene enemigos, siempre los ha tenido!
–Sin embargo, –dijo Ron, que había permanecido en silencio hasta ese momento– quién ha podido acercarse lo suficientemente a él como para hacerlo. Quiero decir que ha debido tener acceso a lo que comía o bebía.
–Excepto desayuno y cena, Harry ha comido fuera la mayor parte del tiempo. –informó Draco pensativo.
–¿Pero cómo podía adivinar nadie dónde iba a hacerlo o qué iba a comer? –intervino Arthur Weasley– Tienen que haberlo hecho siguiendo algún hábito de Harry, alguna costumbre que él tenga que ahora se nos escapa.
–¡Nadie puede envenenar todas las cervezas de mantequilla de las Tres Escobas, papá! –dijo Charlie con algo de sorna– O de cualquier otro pub.
Un nuevo silencio se extendió por la sala.
–Piensa en ello, Draco. –dijo Severus pasados unos minutos– Tal vez tú tengas la clave sin saberlo. Eres quien mejor le conoce.
Draco dejó escapar el aire con fuerza, sintiéndose psicológicamente agotado. En esos momentos su cerebro ya no era capaz de pensar en nada más que no fuera Harry luchando por seguir con vida. Sintió el cálido apretón en su mano, la que nuevamente le reconfortaba igual que había hecho durante aquellos desesperantes minutos en su casa.
–Sigo rezando. –le susurró Hermione.
Y ella jamás esperó ver una mirada de agradecimiento tan intensa y sincera en esos ojos grises.
–Necesito verle. –rogó Draco mirando ansiosamente a Neville– Por favor.
–Esta bien. Pero sólo tú. –y dijo dirigiéndose al resto– Lo siento, pero los demás tendréis que esperar.
Salieron de la pequeña sala de espera y Draco siguió a Neville por los silenciosos corredores de aquella parte del hospital. Se detuvieron finalmente ante una de las puertas más apartadas, al final de un corredor que no tenía salida. No había ningún número en ella que indicara que aquella fuera una habitación. Neville empujó la puerta con suavidad y dejó pasar a Draco. La habitación está iluminada sólo por luz artificial. No se veía ninguna ventana. La cama estaba en el centro del cuarto, rodeada por lo que a Draco se le antojaron demasiados aparatos que flotaban a su alrededor. Frente a ella, en lugar de pared había una puerta y una cristalera. Desde detrás del cristal una enfermera les saludó con la mano, para después volver a sumergirse en la contemplación de los tres monitores que flotaban a su izquierda. Se acercó despacio a la cama. El cuerpo de Harry era un galimatías de tubos y cables que salían de su boca, de su pecho, de sus manos... El único sonido era el monótono bip del monitor al lado de la cama, marcando su ritmo cardiaco. Sintió la mano del medímago sobre su hombro.
–Harry es fuerte. –Neville titubeó–Como medimago, no puedo ni debo decírtelo. Pero como amigo, te diré que tengo grandes esperanzas de que pueda superarlo. Su magia le ha sostenido hasta ahora. Otro en su lugar ya no estaría aquí¿comprendes?
–¿Puedo quedarme con él? –preguntó Draco.
–Solo si prometes salir cuando yo te lo pida. Pase lo que pase¿de acuerdo? ... ¿Draco?
–De acuerdo. –se conformó él finalmente.
Tan quieto, tan frágil. La única nota de color en aquella cama tan blanca era su pelo negro sobre la almohada, demasiado largo no pudo evitar pensar, delineando sus facciones y haciéndole aparecer todavía más pálido de lo que estaba debido al contraste. Sin embargo, sus labios habían perdido aquel tono azulado que había sido la señal que había alertado a Severus. Ahora apenas tenían color, cerrándose alrededor del tubo que invadía su boca para ayudarle a respirar. Neville hizo aparecer una silla y la colocó junto a la cama.
–Os dejaré solos. –dijo– Volveré dentro de un rato. Si algo sucediera, la enfermera me avisaría enseguida.
Draco asintió en silencio, sin dejar de contemplar la inmóvil figura de su esposo. Tomó su mano. Estaba fría. Muy fría. La encerró entre las suyas, pretendiendo darle calor. Pero las suyas también lo estaban. Frías de miedo y angustia. Frías de rabia e impotencia. ¿Cuántos años hacía que se conocían¿Quince? Llevaban juntos casi siete. Prácticamente la mitad de ellos habían compartido sus vidas contra todo pronóstico. Momentos felices y momentos difíciles. Y habían sido estos últimos los que les habían unido todavía más. Se habían acompañado apoyado, sostenido y amado el uno al otro como nadie pudo pensar jamás que lo harían. Ni siquiera ellos mismos. Ahora sentía un miedo atroz a quedarse solo. A que Harry abandonara su vida envuelto en aquel silencio. Calladamente, sin protestar, sin hacer gala de la terquedad que le había caracterizado durante toda su vida. La que le había impedido que Voldemort le matara. La que le había ayudado a salir adelante. La que le había hecho sobrevivir en aquel incendio. La misma que había convertido la vida de Draco en lo que ahora era. Se preguntó quién sería el que estaba a punto de doblegarle por fin. Quien o quienes eran los que desde la sombra se lo habían estado arrebatando poco a poco, sin que él se diera cuenta. Sin sospechar que estaban apagando su vida despacio, pero sin detenerse.
Las horas pasaron lentas. Draco permanecía quieto, como si se hubiera petrificado en su silla. La mano de Harry todavía entre las suyas, contemplando con la mirada absorta su pecho elevarse y descender mecánicamente. Ningún otro movimiento, ningún indicio de que su esposo fuera a salir de su inconsciencia. Neville había aparecido en la habitación cada hora Y ya habían pasado ocho. Sólo entonces Draco se levantaba y se apartaba para dejarle hacer todas las comprobaciones que el medímago necesitaba. Después desaparecía tan silenciosamente como había entrado, sólo deslizando alguna que otra palabra de ánimo. Todo seguía igual. No había empeorado, lo cual era positivo. Pero el plazo de veinticuatro horas todavía no había concluido. La enfermera había salido un par de veces de su encierro para ofrecerle una taza de café, que él había rechazado amablemente. Tenía el estómago demasiado encogido. Después, sin ser consciente del momento preciso, el sueño le había rendido y se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre la cama. Eran las diez de la mañana. Habían pasado ya trece horas desde que Harry había ingresado en el hospital. Y Draco llevaba ya más de veinticuatro sin dormir. Le despertó el delicioso aroma de café recién hecho y la sonrisa de otra enfermera. Se incorporó sobresaltado, recriminándose el haberse dormido. Sorprendido, comprobó que estaba en un sofá al otro lado de la habitación, cubierto con una delgada manta.
–Tómese el café, Sr. Potter. –le dijo la enfermera– Y coma algo. –señaló una bandeja con bollos flotando a su lado.
Pero la mirada de Draco se dirigió hacia la cama.
–No ha habido cambios. –le informó la mujer.
–¿Qué hora es? –preguntó aceptando esta vez la taza de café.
–Casi las tres de la tarde. –respondió ella haciendo flotar la bandeja de bollos prácticamente delante de sus narices– Vamos Sr. Potter, coma algo. O vamos a tener que inyectarle pociones a Ud. también.
Habían pasado dieciséis horas pensó Draco tomando uno de los bollos. Ocho horas. Harry sólo tenía que superar ocho horas más. Terminó con rapidez el café y el bollo para volver a la silla junto a la cama. Tres horas después, un penetrante zumbido inundó la habitación y a los pocos segundos Neville y otro medimago aparecieron inmediatamente mientras la enfermera salía de su pequeña habitación. Draco fue apartado sin demasiadas contemplaciones. No sabía que estaba pasando y sintió como el corazón empezaba a latirle más deprisa y su estómago se encogía nuevamente.
–Sube un poco la cabecera, Rose. –pidió Neville.
La enfermera agitó su varita y la cabecera de la cama subió un poco.
–Con cuidado Brian. –le oyó decir Draco– ¿Monitor, Rose?
–Recuperándose. –respondió la mujer.
Fue en ese momento cuando Draco se dio cuenta de que le estaban retirando el tubo de la boca.
–Ya está... –la voz de Neville sonaba relajada y tranquila– ... muy bien Harry... así... sigue amigo... ¿monitor, Rose?
–Casi normal.
Mientras el otro medimago inyectaba el líquido de varios frascos en el gota a gota de su paciente, Neville se volvió por fin hacia Draco, quien estaba pálido como un muerto.
–Parece que Harry ha decidido que quiere respirar el solito. Dijo con una amplia sonrisa.
–Eso... es bueno ¿no? –casi tartamudeó Draco.
–Muy bueno, de hecho. –confirmó Neville dándole unos golpecitos en la espalda– Y sería bueno para todos que tú siguieras respirando también.
–Es que... es que pensé...
Neville sonrió nuevamente.
–¿Por qué no sales a airearte un poco? –sugirió.
Pero Draco negó enérgicamente.
–Prefiero quedarme aquí.
El despacho estaba en penumbra. El hombre avanzó cautelosamente, hasta estar seguro de que la persona que buscaba estaba tras su mesa de trabajo.
–Potter está en San Mungo. Mi contacto allí me ha informado de que cuando ingresó anoche estaba en las últimas.
Un suspiro de satisfacción le llegó desde el otro lado de la mesa.
–¿Ha muerto?
–Todavía no.
–¿No aumentaron la dosis esta semana, tal como les ordené?
–Si, pero por lo visto los de urgencias llegaron a tiempo de reanimarle.
Se oyó un fuerte golpe contra la mesa.
–¡Maldita sea!
Y se hizo un incomodo silencio para el recién llegado.
–¿Ya es público que Potter ha ingresado? –preguntó el hombre tras su mesa.
–No. Ni siquiera la mayor parte de personal del hospital lo sabe todavía. Sus amigos han actuado con mucha discreción.
–¿Se puede llegar hasta él para terminar el trabajo?
El joven dudó. Sabía que al otro hombre no le iba a gustar nada su respuesta.
–Ahora es difícil. –dijo– Por lo visto está en un ala restringida del hospital. Los de la maldita Orden montan guardia desde que ingresó. Nadie puede acceder a su habitación sin tropezarse con ellos. Parece ser que sólo su esposo está con él, aparte del personal médico.
–Diles que quiero a Potter muerto, tal como convinimos. –bramó el dueño del despacho– Que ataquen el hospital, que lo quemen o que hagan lo que les dé la gana, pero que Potter no salga vivo de allí. –el hombre se había puesto en pié y el visitante podía ver su cuerpo delineado a contraluz– ¡Amenázales con delatarles si es necesario¡Ya he esperado demasiado tiempo!
El hombre frente a él palideció.
–Son... son Mortífagos, señor. No creo que amenazarles sea una buena idea.
No lo era si quería seguir gozando de buena salud. Que lo hiciera aquel maldito prepotente si tanto le interesaba. Porque él no pensaba hacerlo.
–Habla con Lestrange, Steven. –le ordenó el hombre, sin embargo– Y dile lo que hay.
El mago más joven se retiró del despacho con una leve inclinación y desapareció. Él volvió a sentarse en su sillón. En cuanto Potter hubiera dejado de existir, ya se ocuparía de esos desgraciados. El dinero que les había entregado llevaba un sutil hechizo rastreador. Era una cantidad demasiado elevada para que pudieran gastarla muy deprisa, más teniendo en cuenta sus pocas posibilidades de hacerlo abiertamente. Los aurores caerían sobre ellos sin que les diera tiempo a saber de donde les había venido el golpe. Habría cumplido su venganza contra el incómodo mago y se llevaría el mérito de haber acabado con el azote mortífago. ¿Podía existir satisfacción mayor? De allí a la silla de Ministro de Magia sólo había un paso.
Había sido tan leve, que Draco pensó que habían sido imaginaciones suyas. Observó atentamente el rostro dormido pero no vio ningún cambio. Tenía tantas ganas de verle despertar que hasta el silencio había llegado a un punto que tenía sonido. Llevaba tantas horas allí encerrado, tantas horas mirando su rostro, que sus ojos empezaban a engañarle. Más de una vez le había parecido que sus labios intentaban moverse, como en ese momento y se había levantado esperanzado para acercar su rostro al suyo y comprobar una vez más que había sido un espejismo de su vista cansada y de su ansiedad. Los dedos de su mano se movieron ligeramente. La primera vez Draco había brincado de su silla, alborozado, hasta que Neville le había aclarado que no eran más que pequeños espasmos nerviosos de su cuerpo, completamente normales por otra parte, pero que no tenían nada que ver con que Harry estuviera recuperando la conciencia. Otro leve movimiento en su mano, hizo que Draco la llevara hasta sus labios y la besara. Cerró los ojos mientras la apoyaba contra su mejilla. Estaba cansado. Muy cansado. Tanto como para creer que la punta de uno de esos dedos le acariciaba. Un leve, muy leve gemido le hizo abrir los ojos. Su mirada se clavó en el rostro de su esposo. Esta vez fue un pequeño gruñido, apagado. Pero había sido un gruñido, estaba seguro.
–Harry, amor...
Se levantó de su silla para inclinarse sobre él.
–Harry¿puedes oírme?
Su mano había apretado débilmente la de Draco al sonido de su voz. Esta vez no había sido un espasmo nervioso, estaba seguro.
–Estoy aquí, Harry. Solo tienes que abrir los ojos, amor.
Otro pequeño gruñido, esa vez un poco más audible, hizo que el corazón de Draco diera una voltereta. Los párpados de Harry se movieron lentamente, como si estuvieran haciendo grandes esfuerzos por querer abrirse. La enfermera, que volvía a ser la de la primera noche, había salido de la pequeña habitación acristalada donde controlaba sus monitores y se había acercado a la cama.
–Voy a avisar al Mm. Longbotton –dijo.
A los pocos segundos Neville estaba en la habitación junto al medimago de la vez anterior. Draco se preguntó cuándo habría dormido. No podía haberlo hecho. Cada hora, como un reloj había acudido a examinar a Harry. Y, sin embargo, seguía teniendo aquella expresión calmada y apacible que tanto le tranquilizaba a él. Había juzgado mal a mucha gente mientras estuvo en Hogwarts. Neville examinó cuidadosamente a su paciente.
–Bueno, ha sido un intento. –dijo satisfecho– Pero todavía necesita un poco más de tiempo. ¿Podrías salir ahora, por favor?
Draco asintió y dejó por primera vez de la habitación desde que había entrado en ella. Se apoyó contra la pared, al lado de la puerta. Al final del pasillo le pareció ver un par de figuras que se volvían a mirarle, pero no hizo mucho caso. Estaba demasiado cansado y excitado al mismo tiempo por aquel avance de Harry. Esperaba que no tardara mucho en despertar. Deseaba tanto ver de nuevo sus ojos verdes mirándole, y verle esbozar aquella sonrisa que le derretía. La que lograba que cuando se enojaba con él olvidara la causa. Estaban tardando. Dio unos pasos para apoyarse en la pared de enfrente, cara a la puerta. Dejó escapar el aire con fuerza, impaciente. ¿Qué diablos hacían tanto rato? Volvió el rostro hacia el pasillo y le pareció que una de las figuras al final del todo le saludaba con la mano. Casi 45 minutos después, la puerta de la habitación volvía a abrirse.
–Has pasado aquí tantas horas, –dijo Neville con una sonrisa– que creo que te has ganado a pulso que al primero que vea sea a ti.
Draco le siguió, nervioso.
Ha respondido positivamente a todas las pruebas que le hemos hecho –le susurró Neville– Sólo necesita un pequeño empujoncito.
–¿Qué... que quieres decir? –preguntó.
–Háblale. Tráele definitivamente de vuelta. –dijo Neville con un guiño– Estaré ahí detrás. –señaló la cristalera.
Draco se sentó en la cama y tomó nuevamente la mano de Harry entre las suyas. Ahora que le pedían que le hablara, no sabía que decirle. Tal vez porque todo lo que le venía a la cabeza era demasiado íntimo y personal como para ser escuchado por alguien ajeno a ellos. Y estaba seguro que tras ese cristal se oía todo. El rostro de Harry parecía menos pálido. Y su mano ya no estaba fría. Se inclinó sobre su rostro y le besó. Suavemente. Sintió sus labios resecos y algo agrietados bajo los suyos, pero tibios.
–Te amo, Harry. –dijo– Y te juro que superaremos esto juntos, como hemos hecho siempre...
Volvió a besarle suavemente y después sintió la breve presión en su mano. Cuando acarició su rostro vio claramente como sus párpados intentaban abrirse.
–Un poco más amor,... sólo un poco más.
Ahora la presión en su mano fue algo más prolongada, antes de desaparecer nuevamente. Harry parpadeó, sin acabar de abrir los ojos todavía.
–¿Estás aquí, amor?
Harry hizo un leve gesto, apenas perceptible con la cabeza.
–¿Puedes oírme entonces?
Otro leve movimiento y Draco tragó saliva con fuerza. Los párpados de Harry se movieron nuevamente y esta vez lograron abrirse lentamente, aunque no por entero. Volvió a cerrarlos, como si le pesaran demasiado y el esfuerzo requiriera más energía de la que tenía. Sin embargo, segundos después el parpadeo fue más firme. Y esta vez Draco pudo comprobar que los ojos de su esposo seguían siendo hermosamente verdes.
Cuando la puerta de la pequeña sala de visitas se abrió, los que la ocupaban dieron un respingo y después contuvieron el aliento. Todos sin excepción se dieron cuenta de la más que acusada palidez de Draco y de sus ojos enrojecidos. Nadie dijo nada mientras el joven avanzaba hacia donde estaba sentada Hermione, que tenía un aspecto fatigado. Ella se levantó tras intercambiar una mirada de temor con su marido. Draco se detuvo delante de ella y la tomó por los hombros para después abrazarla.
–Debes haber rezado mucho, –dijo– porque Harry ha sonreído.
