Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.

Advertencia: Esta historia es slash y contendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.

Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.

CAPITULO XXIII

Las desgracias nunca vienen solas.

Desde su enfrentamiento hacía un par de meses, Rudolph no había dejado de pensar en la pequeña llave que Potter llevaba colgada al cuello. Y en cómo obtenerla. A pesar de haberle sido requisada por el Ministerio, todavía conservaba la llave de su propia cámara. Y en cuanto había regresado al miserable agujero que les servía de guarida, había comprobado que era exactamente igual a la de Potter. Estaba convencido de que la cámara que abría esa llave contenía lo que él llevaba tantos años buscando. Había esta esperando con impaciencia el momento en que Potter cayera, para poder llegar a Draco con más facilidad. Pero después de ese encuentro, la idea de que esa llavecita le podía evitar muchas molestias fue cobrando forma en su mente. No podía estar equivocado. El libro de Voldemort tenía que estar allí. Todos sus planes se estaban ultimando. Ese botarate del Ministerio había menospreciado su inteligencia. Hacer seguir al tipo que utilizaba como contacto no había sido difícil. Un joven sin demasiado coraje, asustadizo y fácilmente amedrentable. Estaba seguro que el desgraciado había estado a punto de mearse en los pantalones cuando había tenido que transmitirles el ultimátum de su jefe. Hacía semanas que conocían la identidad de su mecenas en la sombra. Y aunque en principio le sorprendió que alguien como él se mezclara en asuntos tan turbios, también acabó descubriendo el porqué: un odio exacerbado hacia Potter por razones muy personales y las ansias de colocarse una medalla que le llevara a lo más alto del Ministerio después de entregarles a ellos. También hacía semanas que Rudolph había decidido que el ambicioso personaje conseguiría la mayor parte de lo que deseaba. Justamente la parte que servía a sus propios intereses. Cargarse a Potter siempre había estado fuera de cualquier duda. Pero además, le entregaría el mortífago perfecto, el más deseado, el que calmaría durante un tiempo a la opinión pública mientras ellos, ya con el libro en su poder, seguían adelante con sus plantes. Le entregaría a Draco Malfoy.

24/6/07 13.00 p.m.

Harry estaba incorporado en la cama, a punto de tomar su segunda comida sólida, después de que la primera se hubiera mantenido perfectamente en su estómago.

–Draco¿podrías parar dos segundos, por favor? Te aseguro que recuerdo perfectamente como utilizar una cuchara y mi servilleta está bien, gracias.

Había pasado más de una semana desde que había despertado y la colección de gruñidos y resoplidos que había empezado a obsequiar desde hacia un par de días a todo el que se acercaba a él con intención de ahuecarle la almohada, no lograban más que arrancar una sonrisa mucho más amplia a su esposo.

–Vaya¿nos hemos despertado de mal humor hoy?

Remus cerró la puerta con una sonrisa casi tan ancha como la de Draco. Harry tenía mucho mejor aspecto. Sus mejillas habían recuperado ya el color y por lo poco que había alcanzado a oír, empezaba a dar guerra.

–Tal vez tú puedas hacerle entender que no soy ningún inválido. –bufó Harry.

Remus se limitó a seguir sonriendo, feliz de que el joven estuviera recuperándose con rapidez. Draco le dirigió una mirada que era todo un compendio de paciencia.

–Cállate, Potter. Y come. –le dijo. Después se dirigió a Remus– ¿Alguna novedad?

El licántropo negó con la cabeza.

–No, de momento. –respondió– Pero Hermione está investigando las entradas y salidas de stock de digital del hospital, con la ayuda de Neville y de Severus. Y también a sus proveedores. En eso están echando una mano los gemelos Weaseley. –Remus sonrió– Ya sabéis que están muy bien relacionados.

Draco recordaba haber estudiado algo sobre el digital en sus clases de Pociones. Era una droga elaborada a partir de la digitalina, un glucósido obtenido de la digitalis purpurea, llamada también dedalera. Se utilizaba en pacientes con problemas cardíacos, para regularizar el ritmo del corazón, y era conocido tanto por magos como por muggles. El digital aumentaba la fuerza de contracción y al mismo tiempo, bajaba la frecuencia de los latidos, de manera que el período de relajación entre sístoles era más largo. De ese modo, y a pesar de que trabaja más, el músculo cardíaco descansaba mejor. Sin embargo, la ingestión de algo más que una pequeña cantidad de glucósidos era tóxica tanto para hombres como para los animales. Por esta razón era una sustancia sobre la que el Ministerio ejercía vigilancia.

–Esta droga está controlada por el Ministerio¿no? –dijo.

–Severus me ha dicho que hay que tener un permiso especial para poder tenerla. –confirmó el licántropo– Tampoco todas las boticas tienen permiso para suministrarla. Cuantas lo tienen es lo que está intentando averiguar Arthur en el Ministerio.

Harry apartó la bandeja frente a él. No tenía demasiada hambre y de hecho, la conversación le estaba quitando la poca que le quedaba. Hacía tan sólo tres días que había sabido toda la verdad, ya que hasta ese momento había estado todavía demasiado aturdido. Y desde entonces su cabeza no había parado de dar vueltas a cómo había podido ser tan pardillo como para dejarse envenenar. Evidentemente él no recordaba ni por asomo que en clase de Pociones Snape hubiera hablado alguna vez sobre la dedalera; y lo de digitalina le sonaba ya a chino.

–¿Cómo te sientes hoy? –preguntó Remus sacándole de su ensimismamiento.

–Con ganas de salir de aquí. –suspiró de resignación.

–Paciencia, cariño. –Draco hizo una mueca en dirección a Remus– Hoy ha intentado levantarse, pero las piernas todavía no le sostienen demasiado.

–¡He llegado hasta el baño! –protestó él reivindicando su gran hazaña.

Los otros dos rieron, lo cual enfurruñó más al paciente.

–Debo irme. –dijo Remus revolviendo su pelo cariñosamente– Tengo clase dentro de una hora. Sólo quería ver como estabas. Por cierto, –recordó ya en la puerta– Severus te manda saludos.

Y Draco no pudo evitar aprovechar la ocasión para soltar un comentario algo sarcástico.

–En lugar de mandar tantos saludos, podría aparecer de vez en cuando por aquí. –insinuó.

Remus se limitó a sonreír, comprensivo y a hacer un ademán con la mano antes de desaparecer tras la puerta.

–Tengo la impresión de que me evita. –comentó Draco después, retirando la bandeja de su esposo con una expresión de descontento. No había comido demasiado.

–¿Y eso? –preguntó Harry, pretendiendo no darse cuenta.

–Quizá por la dichosa poción. –respondió él encogiéndose de hombros– Creo que me puse algo... borde.

–Bueno, –dijo Harry recostándose de nuevo sobre la almohada– al fin y al cabo la culpa fue mía.

Draco sonrió.

–Verdaderamente eres un pequeño desastre, amor. –dijo deslizando la mano por su pelo– Gracias a Merlín todo quedó en nada.

Harry le miró con una expresión algo extraña en sus ojos.

–¿Qué te pasa? –preguntó él.

Harry pareció dudar unos momentos antes de responder.

–Ya sé que nunca hemos hablado de esto y mucho menos planeado nada al respecto, pero creo que tal vez... –titubeó– ...tal vez si hubiera sucedido no me hubiera molestado tanto.

Draco se quedó mirando a su esposo, atónito.

–¿Hablas en serio?

Harry se removió algo incómodo entre las sábanas.

–Jamás se me había ocurrido pensar en ello hasta ahora, Draco. –dijo– Pero la idea realmente no me disgusta.

Draco no dijo nada. Tan solo le miró fijamente, como si tratara de averiguar si le estaba tomando el pelo.

–Estoy cansado. –dijo Harry entonces, dando con ello por finalizado el tema– Me gustaría dormir un rato.

–Bien –habló Draco encontrando por fin su voz, en el fondo aliviado– Voy a ver a Matt y a buscar esos análisis que me pidió Neville. También pasaré por casa para recoger ropa limpia. No tardaré más de un par de horas¿de acuerdo?

Su esposo asintió, ya con los ojos cerrados y Draco besó su mejilla. ¡Dioses! Parecía que Harry había hablando completamente en serio.

24/6/07 14.15 p.m.

Las pociones que todavía le suministraban le adormilaban, pero le sumían en un sueño ligero, así que el ruido hueco de la puerta al cerrarse le despertó. Sin embargo, no se movió y permaneció con los ojos cerrados, cómodo en la postura que por fin había encontrado. Tantos días de cama le estaban entumeciendo el cuerpo. Oyó los pasos avanzar hacia él y mientras trataba de recuperar su sueño, pensó que debía ser otra vez Rose, la enfermera, que venía a tomarle la tensión como hacía tropecientas veces al día. De espaldas a la puerta no hubiera podido ver de quien se trataba, aunque hubiera abierto los ojos. Sin embargo, la inesperada y extraña inquietud que le invadió a los pocos segundos hizo que los abriera de repente, mucho antes de sentir la mano deslizándose cuidadosamente por el cuello de su pijama. Harry pegó un pequeño bote en la cama al tiempo que su corazón también pegaba un salto.

–¡Dios, Draco¡No he salido de esta para que me mates tú de un sobresalto!

–Lo siento. –se disculpó Draco– No quería asustarte.

Harry se incorporó ligeramente.

–¿Ya has ido a ver a Matt? –preguntó todavía alterado.

Tenía la sensación de que su esposo apenas acababa de irse.

–No, sólo que he pensado en pasar por Gringotts primero. –dijo el rubio con una sonrisa azorada– He venido a buscar tú llave porque he olvidado la mía.

Harry miró a su esposo, desconcertado en un primer momento.

–Se suponía que no íbamos a quitárnoslas del cuello, Draco. –le reprochó– ¿Dónde la has dejado?

–En casa. –respondió este, algo avergonzado.

Harry volvió a mirar a su esposo con incredulidad. Extendió la mano hacia su camisa abierta, en busca de la cadena con el colgante de su madre que jamás se quitaba. No estaba. Y no es que su cabeza andara demasiado bien aquellos días, pero habría jurado que la camisa de Draco cuando se fue era azul. Ahora era blanca.

–Si has ido a casa a cambiarte de ropa, podías haberla cogido. –le recriminó, mientras su corazón, todavía no demasiado apto para esos trances, empezaba a latir con fuerza.

–¡Oh, esta bien! La he perdido¿contento? –respondió Draco exasperado alzando las manos.

Harry sabía que Draco jamás habría perdido esa llave. Y mucho menos se habría quitado el colgante de su madre. No lo había hecho en diez años desde que ella se lo había puesto al cuello.

–Está bien. –dijo como si estuviera acostumbrado a que una persona tan ordenada y cuidadosa como su esposo fuera perdiendo cosas continuamente– Pero ya que estás aquí, dame un poco de agua, por favor. –señaló la mesa a los pies de la cama, donde se había quedado la jarra después de la comida.

Draco le había dicho que había dejado su varita en el primer cajón de la mesita que tenía al lado de la cama. Se la había traído hacía un par de días. Sin perder de vista a su pretendido esposo, deslizó su mano hacia la mesita y abrió con rapidez el cajón. Pero no lo suficiente. Otra varita alcanzó antes su garganta.

–Dejémonos de juegos, Potter y dame la llave.

Aquellos ojos grises brillaban amenazadores, determinados a conseguir lo que su dueño había venido a buscar.

–Ni lo sueñes. –dijo él, sintiéndose impotente y ridículo, atrapado en pijama y en la cama.

Harry pensó que durante todo el día su habitación parecía la estación de King's Cross con un ir y venir de gente entre enfermeras, medigamos o visitas. ¿Es que ahora no iba a dignarse entrar nadie¡Joder! El mortífago debía estar pensando algo parecido, porqué deslizó una mirada nerviosa hacia la puerta.

–¡Damela! –exigió agarrando la cadena con su otra mano y estirando con fuerza.

Pero lo único que logró fue que la cabeza de Harry diera un fuerte tirón hacia delante y que la cadena se le clavara dolorosamente en la nuca. El rubio suplantador resopló enojado. Debía haber imaginado que Potter haría algo más que colgarse la llave al cuello.

–¿Qué clase de hechizo le has puesto? –preguntó clavando la varita nuevamente en su garganta.

–¿Por qué no lo adivinas?

Pero el mortífago no tenía más tiempo que perder. Alguien podía entrar en cualquier momento y complicarle las cosas.

–¡Stupefy!

Harry se desplomó sobre la almohada y el suplantador de su esposo sacó una caja de cerillas muggle de su bolsillo. Tomó su mano en la suya, aprisionando la cajita entre ambas. A los pocos segundos ambos habían desaparecido.

24/6/07 14.20 p.m.

Draco había ido primero a casa y se había dado una buena ducha. No había podido dejar de darle vueltas a las palabras de Harry. Si hubiera sucedido no le hubiera molestado, que la idea no le disgustaba, había dicho. ¿Realmente Harry podía considerar en serio la idea de tener un hijo? Estaba tan sorprendido como descolocado. Tal vez su esposo ya había estado madurando esa idea anteriormente y no se había atrevido a decírselo. ¡A nadie le entraban ganas de tener hijos de repente¿O si? Quizá se debiera a que Harry jamás había tenido una familia realmente suya. Y que la mención del embarazo le hubiera abierto los ojos a una posibilidad que hasta entonces no había tomado en cuenta. ¿Y él¿Cómo se sentiría él ante una posible paternidad? Aunque de entrada había rechazado de plano aquella idea, en realidad no se había detenido a considerarla seriamente. Desde que en su adolescencia se había dado cuenta de hacia donde iban sus inclinaciones sexuales, siempre creyó que acabaría casado con la mujer que sus padres eligieran, quien engendraría al heredero que continuara con el apellido de su familia. Con un poco de suerte, su esposa habría sido lo suficientemente inteligente y comprensiva como para llegar a un arreglo conveniente para los dos y gozar de un matrimonio mínimamente bien avenido y feliz. Se cambió de ropa y preparó una bolsa con varias mudas para Harry. Todavía tenía para unos cuantos días. Neville había hablado con ellos aquella misma mañana y les había dicho que a pesar de estar recuperándose con rapidez, todavía era demasiado precipitado dejarle ir a casa. Sonrió al recordar la cara de Harry al saber que por lo menos le retendrían en esa cama como mínimo una semana más.

24/6/07 15.15 p.m.

Draco se apareció en la zona específica para ello en el estadio de los Chudley Cannons. Saludó al guarda de la entrada y se dirigió hacia la enfermería esperando encontrar al medimago. Pero la encontró vacía. En el vestuario sólo estaba Terry, el sobrino de Matt.

–Hola Terry –saludó con amable incomodidad. No podía dejar de sentirse culpable cada vez que lo veía– ¿Sabes dónde está tu tío?

El joven negó con la cabeza. Supuso que Matt no podía andar lejos si su sobrino se encontraba allí. Miró su reloj y dejó escapar un resoplido de impaciencia. Le había dicho a Harry que no tardaría más de un par de horas y se había entretenido más de la cuenta en casa. El equipo debía estar entrenando en esos momentos y él no tenía ganas de responder preguntas sobre Harry a un montón de jugadores y a Berton. Mucho menos a ese majadero de aprendiz de entrenador. Esperando que el medimago no tardara mucho en aparecer, se sentó resignado a esperar en uno de los banquillos. Sin otra cosa que hacer, observó a Terry repartiendo las botellas de agua cuidadosamente, depositándolas en el casillero de cada jugador. Cuando llegó al de Harry se detuvo. Draco pensó que en su estupidez, el pobre ni siquiera se habría dado cuenta de que Harry no estaba. Pero en lugar de dejar la botella, empezó a juguetear con ella entre sus manos, mirando a Draco con su sonrisa bobalicona. Después introdujo una mano en su bolsillo y extrajo una pequeña jeringuilla., que hizo rodar entre sus dedos unos segundos. Sin dejar de sonreír a su único espectador, Terry clavó la aguja en el botellín de plástico e inyectó su contenido. Su sonrisa ya no era estúpida. Draco se había puesto en pie, siguiendo estupefacto todos los movimientos de aquellas manos que ya no eran torpes, tan sorprendido y aturdido, que a pesar de lo que sus ojos registraban, su mente se negaba a creer.

–Supongo que te preguntabas cómo lo habíamos hecho. –habló Terry en tono burlón.

La estupidez se había borrado de su rostro. Su voz clara y firme, no dejaba dudas sobre su coeficiente intelectual; ni siquiera tenía nada que ver con la del muchacho que él recordaba durante su reclusión en aquel apartamento años atrás. Le miraba desafiante, divertido al parecer por la reacción de incredulidad de Draco.

–Ha sido tan fácil, que hasta un tarado como yo ha podido hacerlo. –dijo haciendo hincapié en la palabra tarado– La paciencia siempre tiene su recompensa, Malfoy.

Si el hecho de ser reconocido a pesar del hechizo de apariencia le había sorprendido tanto como el conocimiento de cómo habían envenenado a su esposo, Draco no lo dejó entrever. Su mirada estaba atenta a cualquier otro movimiento del joven ante él, seguro de que su varita no podía andar lejos. Su propia mano estaba lista para sacar la suya.

–No ha sido nada fácil volver a encontrarte, Malfoy. Casi te teníamos cuando desapareciste en Londres –chasqueó la lengua– Potter supongo¿no?

Draco todavía tardó uno segundos en hablar, considerando la posibilidad de que Terry no estuviera solo.

–Nunca creísteis que no supiera donde estaba el libro¿verdad? –preguntó con frialdad.

–En realidad, fui el único que mantuvo su fe en ti –respondió Terry con petulancia– No te mentí cuando te dije que tu tío iba a matarte esa misma noche. Pero yo sabía que dejarte ir con vida iba a dar sus frutos, más tarde o más temprano. Y he tenido que aguantar las recriminaciones de Bella durante cinco largos años. –dijo con irritación– Pero ha valido la pena.

–¿Qué es lo que quieres, McNair? –inquirió utilizando con despreció su apellido.

Que se hubiera descubierto ante él no era ningún buen presagio.

–Lo que quería, lo tendré pronto. –respondió Terry con expresión de triunfo– En estos momentos tu querido tío Rudolph está en Gringotts, abriendo la cámara 513. ¿Te suena el número? –inquirió con sarcasmo.

El rostro de Philippe palideció y Draco sintió el primer mordisco del miedo.

–Supongo que acabas de darte cuenta de donde sacamos la llave¿verdad?

–Si le habéis hecho daño... – amenazó Draco con los dientes apretados, con su varita ya en la mano.

–En realidad, casi tuvimos que atar a Bella para que no le acabara con su intempestuosa bienvenida –sonrió Terry– Es una mujer muy impulsiva, ya la conoces. Y como se puso un poco tonto a la hora de darnos la llave...

Draco sintió un fuerte nudo estriñéndose en su estómago. El libro. Tendrían el libro y a Harry. Mala combinación. También empezaba a inquietarle que, a pesar de que él le estaba amenazando con su varita, Terry no parecía tener intención de sacar la suya de donde fuera que la estuviera escondiendo. Draco estaba seguro de que no iba desarmado, pero no acababa de entender porque no se decidía a atacarle. El hijo de McNair le dirigió una mirada de desprecio.

–¿Quién crees que es más poderoso, Malfoy¿El mago que tiene el poder o el mago que es capaz de controlar a ese mago? –soltó una carcajada y le miró despectivamente– Nunca te has dado cuenta de lo que tenías en tus manos¿verdad? De lo que podrías haber conseguido de Potter mientras él babeaba por tu culo.

Draco le miró fijamente, con las mandíbulas apretadas, el gris de sus ojos oscurecido por el odio y un deseo salvaje de venganza.

–¡Eres tú! –dijo de pronto, con la seguridad de que por fin sabía a quien tenía verdaderamente ante él.

Terry sonrió con malicia.

–¡Por supuesto que soy yo¡Siempre he sido yo! Aunque Potter me retiró una temporada cuando destrozó mi hombro en ese edificio. –dijo con mal disimulado rencor– Pero tengo previsto cobrárselo.

–Estas loco si crees que voy a permitirlo. –amenazó Draco incrustándole su varita en la garganta– Entrégame tu varita. Y será mejor que me digas dón...

–Demasiado tarde, Malfoy. –le interrumpió Terry meneando negativamente su cabeza, con una expresión de triunfo en su rostro al ver asomar la primera túnica azul y blanca por la puerta del vestuario.

–¡Suelte esa varita! –gritó alguien.

–¡Expelliarmus! –gritó una segunda voz casi al mismo tiempo.

Draco salió despedido contra la hilera de taquillas a sus espaldas, antes de que tuviera tiempo a reaccionar. Uno de los aurores recogió su varita del suelo y la guardó en su cinto. Terry NcNair volvía a ser un manojo de carne trémula y asustada, acurrucada en el suelo del vestuario, aparentemente con un cerebro casi de encefalograma plano.

–Tranquilo muchacho, ya pasó todo. –el auror miró a su compañero– ¡Hay que ser cabrón para amenazar de esa forma a un retrasado!

Cuando habían recibido el aviso de que Draco Malfoy se encontraba en el estadio de los Chudley Cannons, rápidamente tres escuadrones se habían puesto en marcha hacia allí para verificar la certeza de la información anónima. Los aurores parecían decepcionados de que en lugar de llevarse a un peligroso mortífago, hubieran sorprendido al que parecía un despreciable chulito abusador.

–Este no es Draco Malfoy –dijo con un deje de decepción el jefe del escuadrón, observando el rostro inconsciente de Philippe Masson– pero creo que le conozco.

–Es cierto, –coincidió otro auror– ¿no es el que estaba con Potter durante el ataque, hace un par de meses?

Había llegado el momento. Deslizó la varita hábilmente entre sus dedos y apunto hacia el cuerpo tendido frente a él, sin que el auror que creía estar sosteniendo a un trémulo y asustadizo incapacitado intuyera si quiera las dos palabras que escaparon de sus labios en un leve susurro.

–¡Finite Incantantem!

El hechizo de apariencia cayó ante la mirada asombrada de los cinco hombres, que pasados unos segundos de estupefacción, no tardaron en lanzar al aire todo tipo de exclamaciones de júbilo.

–¡Que alguien busque a Fallon y le diga que le hemos encontrado! –ordenó con expresión de triunfo el jefe de escuadrón– ¡Merlín¡Por fin tenemos a Draco Malfoy!

24/6/07 16.45 p.m.

Hermione había salido de su pequeño despacho del Ministerio a toda prisa, impaciente por llegar a San Mungo y ver como se encontraba su amigo. Aparte de darle cuenta de cómo iba la investigación. Especialmente del último descubrimiento. Hacía un par de días que no podía visitarle por culpa del trabajo y de las pesquisas que junto con todos los miembros de la Orden del Fénix estaban llevando a cabo para descubrir la identidad de los envenenadores de Harry. Ya había terminado, junto con Snape, de revisar las entradas y salidas de digital en San Mungo. No habían encontrado nada sospechoso. Las cantidades que habían salido de la botica particular del hospital, cuadraban perfectamente con las cantidades suministradas a los tres pacientes que durante aquel período habían estado ingresados en el mismo aquejados de dolencias cardíacas. En ese momento estaban investigando a los proveedores de la botica hospitalaria, que eran tres: Bernard's Finest Potions, Oliver's Chemist y Potions and Concoctions, Ltd. Los tres elaboraban digital, tanto para el consumo del hospital, como para suministrar a boticas que tuviera autorización para venderla, pero no para elaborarla. Por su parte, su suegro Arthur Weasley había comprobado que existían diez boticas autorizadas a vender esta droga bajo receta médica: cuatro en Londres, dos en Dublín y tres en Edimburgo. Dumbledore ya había enviado a varios miembros de la Orden a comprobar cuanto digital habían despachado y cuánto quedaba todavía en sus reboticas, así como cual había sido el proveedor que se la había suministrado. Por su parte, Ginny y Diggle habían iniciado una investigación exhaustiva de todos los jugadores y personal del los Chudley Cannons, ayudados por Tonks y Kingsley. Muy especialmente de su segundo entrenador, Neal Adams. Por si acaso al hombre le había quedado algún resquemor que ningún psicomago hubiera sido capaz de curar. Sin embargo, la sorpresa había saltado a última hora de la tarde, cuando Ginny había invadido su despacho como un ciclón para plantar un pergamino encima de su mesa con expresión excitada. Hermione lo había leído sin ver nada especial en principio.

–¿No lo ves? –había dicho su cuñada con impaciencia– ¡Puñeta, Hermione¡Se supone que tú eres la lista de la familia!

Hermione le había dedicado una mirada poco gentil y había vuelto a releer el pergamino en voz alta.

–"Mathew O'Neal, de 61 años. Nacido en Londres, hijo de Steven y Purity O'Neal. El mayor de cinco hermanos, tres varones y dos hembras: Mathew, John, Edward, Elizabeth y Priscilla. Estudió en Hogwarts, seleccionado en Ravenclaw. Más tarde inició estudio de medimagia, especializándose en traumatología y medimagia deportiva. Desde hace quince años, trabaja para los Chudley Cannons. Viudo, desde hace diez años de su esposa Margaret. Sin hijos..."

–Lee más abajo. –le había indicado Ginny con el dedo

–"John O'Neal, fallecido... Edward O'Neal, casado y tiene un negocio de importación de escobas... Elizabeth O'Neal, de casada Elizabeth McNair y Priscilla O'Neal, de casada Taylor, viuda de Tobías Taylor... "

–¡Un poco más abajo, Hermione!

A los pocos segundos Hermione había alzó los ojos para mirar a su cuñada, estupefacta.

–¿Su hermana está casada con McNair¿McNair el mortífago? –había dicho con incredulidad– ¿Está emparentado con ese tipo?

–Si ser su cuñado es estar emparentado, yo diría que lo está tanto como tú y yo lo estamos. Además, el hijo de McNair vive con él. Un chico algo retrasado¿recuerdas? Ese del que Harry ha hablado alguna vez, el que le llena de toallas, botellas de agua y se empeña en recoger sus cosas después de cada partido...

–¡Dios! –había exclamado ella, estrangulando su pluma– ¿Crees que Harry lo sabía?

–No lo sé. Lo que si sé es que ese medimago oportunidad ha tenido¿no te parece? Diggle y Kings van en este momento hacia su casa para interrogarle.

Hermione había recogido sus cosas con rapidez.

–Voy a ver a Harry. Decidme algo en cuanto tengáis alguna noticia.

Cuando enfiló el corredor que llevaba al ala restringida del hospital, supo enseguida que algo no andaba bien. Charlie, Ron y Hestia se encontraban hablando con Dumbledore y Remus delante de la habitación de su esposo. Aceleró el paso, preocupada por si su amigo había tenido una recaída y había empeorado de repente.

–¿Qué sucede? –preguntó acalorada por lasúbita carrera y sintiendo pequeñas palpitaciones.

Al fin y al cabo ella si estaba embarazada.

–Hermione, cariño... –empezó a decir Ron apartándose del grupo junto con Charlie.

¡Oh, Dios! Hermione cariño no era ninguna buena señal. Ron solo lo utilizaban cuando no sabía como enfrentar algún asunto que le preocupaba o no se atrevía a confesar.

–¿Qué le ha pasado a Harry? –preguntó ella a bocajarro.

–Harry ha desaparecido. –respondió Charlie.

Hermione miró a su cuñado con una expresión estúpida en el rostro.

–¿Desaparecido? –repitió.

Cuando la enfermera entró en la habitación hace un par de horas, la cama estaba vacía. –empezó a explicar Ron, sosteniendo temeroso a su mujer por la cintura– Esperó un par de minutos, pensando que podía estar en el baño. Después le llamó y al final abrió la puerta por si le había pasado algo, un desvanecimiento o algo así. Pero en el baño tampoco había nadie Así que llamó a Neville, para preguntar si se habían llevado a Harry a alguna otra parte del hospital para hacerle alguna tipo de prueba. Neville nos avisó enseguida.

–Hemos empezado a registrar el hospital, –dijo Charlie– pero ni rastro.

–¿Y Draco? –preguntó Hermione, empezando a sentirse mareada.

Ron hizo aparecer una silla para que pudiera sentarse.

–¿Estás bien, Hermione? –preguntó Remus acercándose.

Ella le miró, algo pálida.

–¿Y Draco? –volvió a preguntar.

–Cuando se fue, Hestia y yo estábamos de guardia. –habló entonces Charlie– Nos dijo que iba a buscar unas mudas para Harry y de paso a recoger esos análisis que le había pedido Neville. Que no tardaría. Pero todavía no ha regresado.

–Debe estar al caer –intervino Remus– Si ha ido a casa habrá aprovechado para ducharse, cambiarse y arreglar algunas cosas. Y supongo que Matt le habrá entretenido, interesándose por el estado de Harry. No creo que tarde.

–¡Matt! –recordó Hermione de repente.

Y explicó a los allí presentes lo que Ginny había descubierto.

–Me cuesta creer que ese medimago haya tenido algo que ver. –dijo Remus– Él fue quien recompuso la mano de Draco. Podría haberle entregado a su familia en cualquier momento.

–Si, parece improbable. –asintió Dumbledore– Pero no estará de más que hablemos con él.

–Lo que todavía no entiendo –dijo Charlie dando un puñetazo en la pared– es cómo diablos han podido sacarle de la habitación sin que nos diéramos cuenta.

–Probablemente con un traslador. –dijo el Director de Hogwarts.

–¿Si, pero quién? –repitió Charlie.

–A las dos todavía tenía que estar aquí. –repasó nuevamente Hestia– Fue cuando Draco se marchó. Y cuando volvió al poco rato, Harry tenía que estar todavía en la habitación, sino él nos hubiera alertado. Así que sucedió a partir de las dos y cuarto, dos y media.

–¿Volvió? –preguntó Charlie extrañado– Yo no le vi.

–Estabas en el baño. –dijo Hestia– Pero tuviste que verle salir.

–No... –negó Charlie.

–Pensé que lo había hecho mientras la que estaba en el baño era yo.

–No, –volvió a negar Charlie muy serio– nadie ha vuelto a salir de esa habitación desde que Draco se fue a las tres.

–Hestia, –dijo Dumbledore– estás segura de que viste a Draco regresar. A lo mejor estas confundida.

–No, no lo estoy. Le vi. –dijo ella convencida.

Y de pronto se llevó las manos al rostro, ahogando un pequeño grito.

–¡Merlín¡Era Draco!

Los demás la miraron como si se hubiera vuelto loca.

–¡Era Draco! –repitió ella mirando a todos como si lo que estaba diciendo fuera tan obvio que era imposible que no lo entendieran– ¡Merlín¡Merlín! –gimió llevándose las manos al rostro.

–Tranquilízate, Hestia –dijo Dumbledore en tono apacible– Creo que lo que está intentando decirnos es que la persona que regresó era Draco, no Philippe. –habló dirigiéndose a los demás.

–Cuando se fue era Philippe –confirmó Charlie– De eso también estoy seguro.

–Él jamás se muestra en público como Draco, todos lo sabemos. –les recordó Hermione, angustiada.

Hubo un momento de silencio en que tan solo se miraron los unos a los otros, sin que ninguna se atreviera a poner en palabras sus pensamientos.

–¿Insinuáis que quién regresó no era Draco, sino ese mortífago que se hace pasar por él? –preguntó Ron por fin– ¿Qué ese mal nacido se ha llevado a Harry?

Pero las desgracias nunca vienen solas. A veces llegan a pares. Y Ron y los demás magos y brujas allí reunidos estaban a punto de descubrirlo. Diggle y Kings venían hacia ellos por el pasillo, acompañados por un hombre mayor que los seguía con dificultad. Se veía claramente que el pobre hombre iba resoplando.

–¡Es Matt! –exclamó Ron.

Los tres hombres traían cara de circunstancias.

–¡Se lo han llevado! –fue lo primero que el medimago dijo en cuanto llegaron junto a ellos, asiendo el brazo de Remus.

–Si, lo sabemos. –dijo el licántropo, intentando tranquilizarle.

Dumbledore observó el rostro desencajado del medimago. Hizo aparecer otra silla junto a la de Hermione, para que el hombre se sentara.

–¡Merlín, Merlín¡No entiendo cómo ha podido pasar¡Cómo han podido saberlo!

–Siéntese Matt. –dijo Dumbledore amablemente– Y cuéntenos lo que ha pasado.

–Estaba en el campo viendo el entrenamiento y de pronto todo se ha llenado de aurores. Ha bajado corriendo al vestuario porque mi sobrino se encontraba solo allí y no quería que le asustaran. Cuando he llegado, estaba en el suelo, inconsciente...

–¿Y cómo ha llegado Harry hasta el estadio? –exclamó Remus sorprendido.

Harry había hecho tonterías en su vida, pero... Matt le miró con extrañeza.

–¡No¡Estoy hablando de Draco! –dijo nervioso– Los aurores lo han apresado esta tarde en el estadio.

24/6/07 18.00 p.m.

Michael Farrell era un joven inteligente y tenaz. Había cursado la carrera de medimago y había estrenado su recién conseguido título con un empleo no demasiado agradable. Rechazado por la mayoría de estudiantes que habían acabado la carrera igual que él. Pero Michael necesitaba el trabajo y después de todo, aún que no pagaran mucho, era una manera de conseguir experiencia y poder apuntar después hacía su sueño personal: conseguir tener su propia consulta privada.

Como era su obligación, había realizado el examen médico de ingreso de los dos últimos prisioneros llegados a Azkaban aquella misma tarde. Después de las duras críticas recibidas por el Ministerio con respecto al trato que se daba a los presos en la tenebrosa prisión, Fudge había decidido "suavizar" la vida de los convictos en el temido penal y una de las medidas que había tomado era la incorporación de un medimago a la plantilla del personal de Azkaban. La iniciativa había sido bien acogida por la asociación de protestones pro-derechos de magos y brujas, que capitaneaba una bruja regordeta y con fama de no tener pelos en la lengua, Indira Mosh, que para más vergüenza era prima lejana de su mujer y a la que Fudge tenía atravesada como un plato de coles de bruselas. A lo único que se había negado, sin admitir discusión alguna, era a retirar a los pocos dementores que quedaban en Azkaban. No mientras también quedaran Mortífagos que apresar, había dicho.

Michael había revisado con atención los resultados médicos del segundo preso, un hombre joven que había llegado cargado de cadenas y al que los aurores manejaron como si se tratara del mismísimo diablo. Por lo visto era un asesino muy peligroso, que recibiría el Beso del Dementor en pocas horas, al amanecer del día siguiente, por lo que algunos de los aurores se mofaron de la pérdida de tiempo que era realizar cualquier examen médico, como no fuera para extender su certificado de defunción. Siguiendo el protocolo de actuación en aquellas circunstancias, había decidido ir a hablar con el alcaide, Alan Peterson, un hombre rozando casi la jubilación que había pasado media vida entre las frías paredes de Azkaban y que por supuesto no compartía ni aceptaba las ideas de la agitadora prima lejana de la mujer de Fudge. Cuando Michael le había entregado el pergamino de los resultados médicos del preso, Peterson se había limitado a enarcar las cejas, sin lugar a dudas también sorprendido y después, ante la estupefacción del joven, había sacado su varita y lo había quemado.

–Pretendamos que esto nunca ha sucedido, Sr. Farrell. –le había dicho en tono frío– Tengo entendido que realmente aprecia su empleo aquí.

Michael había vuelto a su pequeña enfermería desconcertado, molesto y avergonzado. El tal Malfoy podía ser un asesino despiadado, pero la ley era igual para todos y ésta dejaba claramente especificado que en aquellas circunstancias se establecería un aplazamiento de la sentencia. Le molestaba y le humillaba que el alcaide asumiera que necesitar ese empleo fuera sinónimo de falta de principios. Abrió un cajón de la pequeña mesa que era su escritorio y sacó la copia del informe que Peterson acababa de quemar. La depositó encima de la mesa ante él y Michael inició contra si mismo el primer dilema moral de su carrera.

24/6/07 19.00 p.m

El Director de Hogwarts había tratado inútilmente contactar con el Ministro de Magia, que parecía haber desaparecido del mundo desde que había abandonado su despacho aquella tarde. Su secretaria le había informado de que el Señor Ministro había salido y no había dejado dicho donde podrían localizarle. Sin su autorización los intentos de llegar hasta Azkaban y poder ver a Draco eran infructuosos. Ignoraban en qué estado se encontraba y si era consciente de su situación. El conocimiento de que la ejecución de su sentencia estaba prevista para las siete de la mañana del día siguiente, solo había sido la guinda que coronaba aquel nefasto día. Hermione se había apresurado a exhibir sus credenciales como abogado ante el Wizengamot y a presentar un recurso de aplazamiento de la sentencia en nombre de su defendido, Draco Malfoy. Primero se habían reído. Después lo habían rechazado. Pero si algo era Hermione Granger, era testaruda. Y tras el primer rechazo, había presentado tres recursos más, cada uno con una alegación diferente. Pensaba seguir haciéndolo toda la noche si era necesario. Una representación mínima del Wizengamot tendría que seguir forzosamente reunido mientras los recursos continuaran llegando.

–¿No es esta la que impulsó la ley sobre los elfos domésticos? –susurró una bruja a su compañero con desdén– el mago asintió– Pues por mí puede seguir presentando recursos hasta las siete de la mañana si le da la gana. Nada va a librar a ese mortífago del Beso del Dementor.– resopló la bruja con enojo– Desde que salió esa maldita ley no he sido capaz de encontrar un elfo decente que sirva en mi casa.

El mago a su lado sonrió con malicia, dándole la razón.

–Está sola. ¡Ya se cansará!

24/6/07 21.00 p.m.

Sin embargo, con lo que los aburridos miembros del Wizengamot que Hermione mantenía en vilo con sus recursos no contaban, era que a la joven y embarazada abogada le cayera una inesperada ayuda en la persona de Indira Mosh, que llegó acompañada de su equipo de picapleitos, tal como los llamaba Fudge en sus momentos de más profunda exasperación.

–Aquí estamos, cariño. –le había dicho con un guiño la risueña mujer– Si hay que joder al Ministerio, no encontrarás aliados mejores. Aunque ese tipo sea culpable, va a tener un juicio justo. ¡Cómo manda la ley!

A partir de ese momento, los miembros del Wizengamot se habían dado cuenta de lo larga que iba a ser esa noche.

25/6/07 4.45 a.m.

Severus Snape estaba fuera de sí y Remus había perdido ya toda esperanza de poder controlarle. Dumbledore permanecía sentado tras su mesa, con expresión sería, pero en un estado de aparente calma, era Dumbledore al fin y al cabo, pensó Remus, a la espera de recibir respuesta de alguno de los numerosos mensajes que había enviado al Ministerio. Contempló la expresión constreñida y angustiada del rostro de Severus, mientras le veía medir el despacho del Director de Hogwarts con su incesante ir y venir. Ambos acababan de regresar a la escuela y estaban esperando junto a Dumbledore la visita que se había anunciado a través de Ginny Weasley hacia escasos minutos. El Director tenía la barbilla apoyada sobre sus manos cruzadas y parecía intensamente concentrado en sus pensamientos. Ron le había enviado una lechuza sobre las nueve y media de la noche con la noticia de que Indira Mosh y un equipo de abogados se había unido a Hermione en su lucha contra el Wizengamot, aunque de momento, con escaso resultados. Y que Luna y algunos periodistas de El Inquisidor también estaban allí, más que nada para incordiar e intentar ejercer un poco de presión. Por supuesto los de El Profeta no habían tardado en aparecer y el atrio del Ministerio se había convertido en un circo de periodistas a los que Indira Mosh estaba encantada de facilitar noticias regularmente, convenientemente aderezadas. También Charlie Weasley había enviado un par de lechuzas. La primera para informarles que a última hora de la tarde varios escuadrones de aurores se habían unido a ellos por orden directa de Fallon. La última a las tres de la mañana, solo para decir que seguían sin noticias de Harry, pero que continuaban buscando. Remus sorbió su taza de té, ya frío, intentando dominar el temblor de su mano al sostenerla. No quería. Se negaba a pensar que no pudieran encontrar a Harry o que pudiera aparecer muerto de un momento a otro. Pero lo que, a pesar de todo era seguro, era que Draco moriría dentro de dos horas si los recursos de Hermione no prosperaban o no ocurría un verdadero milagro. El chisporrotear de la chimenea anunció a los tres hombres que la visitaba que esperaban estaba a punto de llegar. Edward Fallon, Jefe de Aurores, salió de la chimenea seguido de Ginny Weasley y Justin Burns. Remus a duras penas pudo evitar que su irascible pareja intentara lanzarse sobre Fallon tan punto el hombre puso un pie en el despacho.

–¡Tenías que detenerle, mal nacido!

–¡Severus¡Contrólate! –exigió Dumbledore con voz firme– No le estás haciendo ningún favor a Draco con esta actitud.

La mirada que ambos hombres se obsequiaron fue de las que se podían describir como de "asesinas". Era evidente el resentimiento que todavía se tenían. A pesar de todo, el auror no perdió su compostura y decidiendo no gastar más tiempo en aquel arrebatado Profesor de Pociones, se dirigió a Dumbledore en el tono oficial que estaba acostumbrado a adoptar.

–La historia que me ha contado Weasley, aparte de que tendrá que ser probada, es bastante rocambolesca. –dijo.

Snape hizo intención de hacer algún comentario, seguramente sarcástico, pero Remus se lo impidió con un gesto contumaz. Ya estaba suficientemente inquieto y preocupado por la desaparición de Harry, y ahora por la detención de Draco como para encima tener que estar pendiente de que Severus no hiciera pedacitos a un auror. ¡Suficiente familia en Azkaban por el momento!

–Sin embargo, siempre me he vanagloriado de ser una persona estricta y respetuosa con la ley, imprescindible creo, para a su vez hacerla cumplir.

Severus bufó ante el discurso, desde el rincón donde Remus le había confinado para prevenir más incidentes.

–Nadie lo pone en duda. –dijo Dumbledore amablemente.

–Por otro lado, tengo una deuda de magos con Potter y también soy hombre de palabra. Así que de momento me siento predispuesto a creer esta... –pareció buscar la palabra adecuada– ...extraña historia y aceptaré que la persona que está en Azkaban es el esposo de Potter y no el mortífago que con tanto ahínco todos hemos buscado.

–¡Bonitas palabras! –rugió Severus desde su rincón– ¡Pero mi ahijado va a ser ejecutado dentro de dos horas!

Sin inmutarse, el auror prosiguió.

–Supongo que ya saben que varios de mis hombres se han unido a los suyos para buscar a Potter. –informó.

–Si, y se lo agradecemos sinceramente, Sr. Fallon. –reiteró Dumbledore, esperando ansiosamente que el auror tuviera algo más que decir que expresar su buena voluntad de colaboración.

–Esto, –continuó Fallon mientras sacaba un pergamino del interior de su túnica y dirigía una mirada desafiante a Severus– ha llegado a mis manos hace un rato. La pobre lechuza por lo visto se ha vuelto loca buscándome durante unas cuantas horas.

Se lo entregó al Director de Hogwarts. Tras leerlo, un destello de furia brilló en la habitualmente imperturbable tranquilidad de los ojos de Albus Dumbledore.

–Creo que habrá que sacar al Ministro de Magia de debajo de la piedra donde se haya escondido. –dijo con voz tranquila a pesar de todo, levantándose de su sillón.

–Ahora mismo se encuentra en su despacho –afirmó Fallon– Vengo de allí en estos momentos.

El Director de Hogwarts le dirigió un asentimiento de reconocimiento, con la seguridad de que en aquellos momentos el Jefe de Aurores se estaba jugando como mínimo el puesto. Remus había tomado el pergamino que Dumbledore acababa de dejar encima de su mesa para saber cual podía ser el motivo de la inusitada furia del Director.

–Esto va en contra de la ley. –balbuceó– Se especifica claramente que en estas circunstancias... –pero en este punto Severus ya se lo había arrancado de las manos.

–¡Hijo de una mantícora! –vociferó Severus apenas terminó de leerlo- ¡Voy a arrancarle la cabeza a ese maldito Ministro!

–¡Cálmese Profesor! –intentó Ginny.

Remus seguía mirando el pergamino que Severus blandía en sus manos, con expresión de incredulidad.

–No perdamos más tiempo. –dijo el auror– Mientras Ud. hace lo que tenga que hacer con el Ministro, nosotros vamos a Azkaban.

–¿Podrá detener la ejecución? –preguntó Remus ansioso, tomando su bastón.

–Lo único que puedo decir es que lo intentaré –respondió recogiendo el pergamino, del cual Dumbledore acababa de hacer un duplicado.

–¿A qué esperamos entonces? –gruñó Severus.

El jefe de aurores se encaró con él.

–Usted no viene. –dijo secamente.

–Intente impedírmelo –le retó Snape.

Los dos hombres se miraron con odio.

–Si quieres acompañarnos tendrás que controlarte –le advirtió Remus suavemente tomándole del brazo– Porque sino seré yo quien te encierre en las mazmorras y tire la llave.

Severus apretó las mandíbulas con fuerza e hizo un imperceptible movimiento de cabeza.

25/6/07 5.00 a.m.

Harry respiraba trabajosamente. Seguía tumbado en el suelo porque no había tenido fuerzas para intentar siquiera sentarse. Aunque el hecho de tener manos y pies fuertemente atados había facilitado bastante el que no pudiera hacerlo. El sótano era frío y el fino pijama que llevaba puesto no ayudaba en mucho a conservar el escaso calor que le quedaba en el cuerpo. Sus pies descalzos estaban helados. Intentó encogerse pero sus músculos, demasiado doloridos, se lo impidieron. No sobreviviría a otro Cruciatus. Y aun que suponía que debía sentirse agradecido, no entendía porque Lestrange había detenido a su mujer antes de que la maldición se convirtiera en algo irremediable. Tragó saliva con dificultad. No creía que el corte que tenía en la garganta fuera muy profundo, pero dolía. Debía haber dejado de sangrar porque ya no sentía el líquido caliente escurriéndose por su cuello y empapar la pechera de su pijama. No tenía ni idea de la hora que era y tampoco si era todavía de día o ya de noche. El sótano estaba a oscuras. Y sabía que era un sótano sólo porque Bella había tenido la atención de encender la única antorcha que lo iluminaba para darle su efusiva bienvenida. Pero estaba seguro de que fuera la hora que fuera, Draco ya habría vuelto del estadio y dado la voz de alarma. A esas alturas estaría buscándole como un loco y rogó por resistir el tiempo suficiente hasta que le encontrara. Creyó perder en conocimiento en un par de ocasiones, pero logró anclarse en el recuerdo de su esposo y permanecer consciente. Tenía la sensación de que si se abandonaba no lograría volver a despertar. Draco le encontraría, tenía que mantener una fe ciega en ello. Empezaba a dolerle el pecho al respirar, así que intentó concentrarse otra vez en su esposo. En su rostro. En su sonrisa. En sus ojos. Aquellas dos brillantes estrellas plateadas que le cortaban la respiración cuando le miraban. No... mejor nada de cortar respiraciones de momento. Que le encandilaban. Si, eso era. Y esas dos pequeñas pecas, justo debajo de su oreja izquierda. Intentó sonreír al recordar lo molesto que se sentía Draco cada vez que le mencionaba que tenía esas dos pequeñas y deliciosas manchitas estropeando su piel perfecta. Recordó también que, sorprendentemente, Philippe tenía las dos mismas pecas en su cuello, justo debajo de la misma oreja. La fachada de Philippe, a pesar de sus intentos, no había podido desprenderse de muchos de los rasgos de la personalidad del rubio Slytherin. Por ejemplo, su manera de mirarle con aquella expresión medio burlona, medio desentendida cada vez que le hablaba. La que escondía la mirada enamorada que solía reservar para sus momentos más íntimos. Y aquel "Potter" que sólo él sabía arrastrar de forma tan especial, tan única cuando se cabreaba. Con aquel deje irónico que jamás había perdido, también tan suyo. ¡Dios! Dolía. El pecho le dolía cada vez más. Profirió un pequeño y ahogado quejido, que resonó casi como un grito en el eco del vacío sótano. Tenía que seguir concentrado en Draco. Apretó con fuerza los párpados, como si con aquel gesto pudiera conseguirlo mejor. Su pelo... suave oro blanco con aroma a camomila que adoraba sentir deslizándose entre sus dedos Y sus manos, de largos y finos dedos, de uñas siempre perfecta y escrupulosamente cortas. Durante unos instantes casi pudo sentirlas acariciando su rostro... enredándose en su propio pelo... Contuvo la respiración unos segundos, esperando a que el dolor pasara nuevamente. Por lo visto aquel breve y único Cruciatus le había causado más daño del que había pensado en principio. Y rezó para que esas manos pudieran liberar pronto las suyas de las cuerdas que las oprimían. Ya apenas las sentía. De pronto el ruido de la puerta abriéndose al final de la escalera hizo que su cuerpo se tensara dolorosamente. La antorcha se prendió y Harry parpadeó intentando proteger sus ojos de aquella repentina invasión de luz. Dos pares de manos le alzaron, sujetándole por debajo de los brazos hasta lograr ponerle de rodillas. La figura alta y robusta detenida frente a él todavía se veía más imponente desde su posición. Tenía algo en sus manos, aunque Harry no podía lograr distinguir claramente que era. Tal vez un pergamino. Rudolph se puso de cuclillas ante él, quedando a su altura y para su sorpresa le colocó sus gafas.

–Me imagino que sin ellas no podrás leer lo que tengo que mostrarte. –dijo con ironía– Y créeme, no quiero perderme tu cara cuando lo hagas.

Ahora Harry pudo reconocer lo que Lestrange estaba blandiendo ante sus ojos. La edición vespertina de El Profeta del día anterior, aunque este último dato le era desconocido. En la portada el rostro de Draco, que encaraba a la cámara con una mirada gélida y firme. Y el titular:

LA DETENCIÓN MÁS ESPERADA DE LA ÚLTIMA DÉCADA.

La carrera como mortífago de Draco Malfoy acabará mañana a las 7.00 a.m. en Azkaban.

Al igual que su padre, ejecutado ahora hace nueve años, el alcaide de Azkaban, Sr. Alan Peterson, ha confirmado que su hijo Draco Malfoy recibirá el Beso del Dementor mañana a las 7.00 a.m. Según fuentes del departamento de aurores, una llamada anónima fue la que les puso sobre aviso de que el peligroso mortífago se encontraba en el estadio de los Chudley Cannons, lugar en el que fue detenido esta tarde ...

Harry no pudo seguir leyendo, intentando desesperadamente que al aire siguiera llegando a sus pulmones. Draco no le encontraría. Le habían encontrado a él.

Gracias a todos los que dejasteis comentarios en los capítulos 22 y 23.