Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
CAPITULO XXIV
El beso del dementor
25/6/07 5.30 a.m.
No sabía cuanto tiempo había permanecido aislado en aquella oscura, húmeda y maloliente celda. Había pedido a gritos un abogado hasta quedarse afónico.
Y proclamar su inocencia había sido algo completamente inútil. Lo único que había conseguido fue un sonoro coro de carcajadas. Sentado en el frío suelo, con las muñecas encadenadas por encima de su cabeza, no podía dejar de pensar en su conversación con Terry McNair. Esperaba fervientemente que Harry todavía siguiera vivo y que sus amigos fueran capaces de encontrarle antes de que fuera demasiado tarde. Su esposo estaba demasiado débil todavía y su magia aun oscilaba como un columpio en el patio de un colegio. Sólo pensar lo que las ansias de venganza largamente reprimidas de su desequilibrada tía podían hacerle le volvía loco de angustia. Ya no quería ni imaginar al animal de su tío abriendo el libro en presencia de Harry. Recordaba perfectamente la reacción de su esposo cuando había entrado en contacto directo con aquel endemoniado objeto. Maldijo en voz alta y recitó un rosario de insultos e improperios dignos del antro más rastrero del callejón Knocturn, mientras tiraba por centésima vez de las cadenas que le sujetaban. Una patada de rabia y frustración contra el suelo acabó con el inútil intento. Desde que le habían encerrado, su ánimo había subido y bajado como una vagoneta de la montaña rusa en la feria mágica. Tan pronto se decía que su padrino jamás le dejaría a su suerte en aquella mazmorra, como se preguntaba con desánimo si estarían efectivamente intentando hacer algo por él. Si es que en realidad había algo que hacer. Porque, tal como se habían encargado jocosamente de recordarle, el Wizengamot ya hacía años le había condenado recurriendo a una de las antiguas leyes promulgadas durante la primera guerra. Y sólo estaba allí a la espera de que la sentencia se cumpliera. Alzó con desaliento sus apagados ojos grises en dirección a la entrada de la mazmorra. Sabía lo que le esperaba cuando la puerta frente a él volviera a abrirse.
25/6/07 6.00 a.m.
Dumbledore cruzó con paso decidido y silencioso el desierto corredor que separaba el ascensor de las dependencias del Ministro de Magia. Abrió la puerta de la antesala sin llamar. Eran las seis de la mañana y la secretaria del Ministro y ex alumna suya, Susan Bones, todavía no había llegado. Se detuvo, sin embargo, ante la puerta que daba acceso al despacho del Ministro y si dio un corto y leve golpe en ella para seguidamente abrirla, sin esperar a que nadie le diera paso.
Cornelius Fudge, sentado tras la mesa de su imponente escritorio, volvió la cabeza al oír abrirse la puerta de forma inclemente, para dirigir una mirada molesta al inoportuno visitante. Tras pasar la mayor parte de la noche en vela, después de que su secretaria le avisara de la que se estaba montando en el atrio del Ministerio y de que el Wizengamot todavía no había podido disolverse a causa de los continuos recursos que llegaban cada media hora sobre el caso Draco Malfoy, el Señor Ministro no se encontraba de su mejor humor. Al darse cuenta de quien era el que había entrado de forma tan intempestiva en su despacho, no pudo evitar sentir un pequeño sobresalto. Cada vez que se encontraba frente a él tenía la impresión de que iba a ser examinado y suspendido, cualquiera que fuera el asunto que tratasen. Y su presencia allí en ese momento estaba seguro que no venía más que a complicarle un poco más las cosas. Ernest Umbridge, por su parte, se limitó a mirar a Albus Dumbledore con indiferencia, mientras los ojos de los demás componentes de aquella apresurada reunión se posaban más bien con temeroso respeto sobre la figura del Director de Hogwarts. Ninguno de ellos había dormido aquella noche.
–¿Qué se te ofrece tan temprano, querido Albus, que tal parece no puede esperar? –preguntó el Ministro con una falsa sonrisa de amabilidad.
–Me alegra encontrar a tantos miembros del Wizengamot aquí reunidos, Cornelius. –dijo Dumbledore en un tono amable que nada tenía que ver con la expresión terriblemente iracunda de su cara– Porque tal vez alguno de ellos podrá informarme si la ley con respecto a estas particulares circunstancias ha variado sin que me haya sido notificado. Y créeme que los pergaminos referentes a cualquier cambio en nuestra legislación siempre llegan puntualmente a mis manos.
Y extendió hacia el Ministro el pergamino que acababa de sacar del interior de su túnica, para después hacer aparecer una silla y sentarse en actitud relajada. Cornelius Fudge, palideció. Pasó el pergamino a Umbridge y éste lo tendió despectivamente al mago que se sentaba a su lado sin dignarse prestarle atención. Después miró a Dumbledore con expresión disciplente.
–¿Alguna estratagema de esa incordiante exalumna tuya? –preguntó– ¿O de la loca de Mosh, tal vez?
El Director de Hogwarts tampoco le prestó atención. Seguía con la vista clavada en Fudge, esperando una respuesta.
–¿Cornelius? –acució.
El Ministro titubeó unos instantes, mirando insistentemente a Umbridge como esperando a que éste le sacara del atolladero. Cuando el alcaide de Azkaban le había llamado vía chimenea para darle cuenta de su actuación, no había tenido el menor remordimiento en felicitarle, respaldado por el mago sentado frente a él que, sin embargo, en ese momento se dedicaba a mirar los cuadros colgados en la pared tras su escritorio con sumo interés.
–Er... esto... esto es un tanto irregular, Albus. –dijo por fin.
–Reconozco que no es una situación corriente, Cornelius. –admitió Dumbledore– Pero no por ello imposible. La Sra. Weasley estará presentando en este momento la solicitud de aplazamiento de la sentencia basándose en este hecho. –y esta vez si miró a Ernest Umbridge– El Wizengamot no la puede rechazar.
Umbridge le devolvió la mirada.
–¿Y qué interés puede tener el Director de Hogwarts en hacer valer los derechos de un miserable asesino de forma tan... insistente?
–Porque el Sr. Malfoy no es culpable de ninguno de los cargos de los que se le acusa. –respondió Dumbledore con tranquilidad.
Un murmullo de exclamaciones y ahogadas carcajadas se extendió por el despacho.
–¡No puedes estar hablando en serio! –exclamó Fudge, mirándole como si se hubiera vuelto loco de repente.
Pero el rostro serio y calmado del Director de Hogwarts no dejaba lugar a dudas.
–Habrá tiempo para demostrarlo. –afirmó– Créeme cuando te digo, Cornelius, que la persona que en estos momentos está en Azkaban no es la misma que ha cometido todos esos desgraciados crímenes.
–¿Y por qué no ha recurrido antes a las autoridades? –intervino Umbridge de buen humor.
Dumbledore le obsequió con una pequeña y paciente sonrisa.
–Tal vez porque nadie le hubiera creído y hubiera acabado en la misma situación en la que se encuentra ahora mismo.
–¿Y qué ha cambiado para que pienses que puedes convencernos ahora? –insistió Umbridge esbozando una amplia sonrisa– A no ser que los malintencionados rumores que corrían hace apenas unos minutos por el atrio sean ciertos...
Esta vez el Director de Hogwarts le miró, completamente ajeno a lo que Ernest pretendía insinuar.
–Querido Albus¿acaso ignorabas que Draco Malfoy es el esposo de Harry Potter, tu... "protegido"? O por lo menos lo es Philippe Masson. Y según los aurores que le detuvieron, son la misma persona. Lo cual no ha hecho más que confirmar mis sospechas.
Umbridge se acomodó mejor en su silla, y entrelazó las manos sobre su amplia barriga, disfrutando de la reacción que sus palabras habían provocado. Principalmente en Fudge.
–Ahora estoy más que seguro que mientras Malfoy actuaba preparándole el camino, –continuó– Potter le dirigía desde la sombra, haciéndonos creer a todos cuánto le gustaba jugar al Quidditch, cuando en realidad sólo esperaba el momento oportuno para demostrarnos sus verdaderas intenciones. –acabó dirigiendo su mirada sobre un ya nuevamente confiado Fudge.
Hubo un murmullo de aceptación entre los demás magos y brujas reunidos en el despacho.
–Pretendiendo lo que siempre hemos temido... –afirmó Fudge sin dudar. Después habló en dirección a Dumbledore, entrecerrando sus ojos maliciosamente – Curioso. No me negarás que es bastante sospechoso que todo haya vuelto a iniciarse nuevamente cuando Potter ha regresado de París, Albus.
–Lo que es realmente curioso –dijo el Director de Hogwarts con calma, sin mirar a nadie en particular– es la manera que tienen algunas personas de evidenciar sus propias acciones mientras intentan hacerlas recaer en los demás. –después miró directamente a Umbridge– ¿Conoces aquella ley que dice que por cada acción hay una igual y opuesta reacción?
Umbridge le menospreció con la mirada.
–Algunas reacciones tardan un tiempo en alcanzarnos, Ernest. –continuó sin afectarse– pero acaban haciéndolo.
Se levantó de su asiento y dirigió una mirada implacable a todos los demás desconcertados presentes para acabar posándola por encima de sus gafas en el Ministro de Magia.
–Querido Cornelius –dijo, de repente con un irreprimible brillo burlón en sus pequeños ojos azules– Si realmente temes tanto a Harry, te aconsejo que cuando vuelva encuentre a su inocente esposo vivo y en perfectas condiciones...
–¿Có... cómo te atreves? –apenas balbuceó Fudge, al tiempo que su rostro empezaba a desencajarse.
–... buenos días caballeros. Señoras.
Con una leve inclinación de cabeza, el Director de Hogwarts atravesó la puerta del despacho. Eran las 6.35 de la mañana.
25/6/07 6.40 a.m.
El mismo guarda de dientes desagradablemente amarillentos que le había encadenado a la pared de la celda, descolgó los grilletes y le obligó a levantarse, mientras su compañero colocaba un nuevo par de grilletes en sus tobillos.
–¡Tengo derecho a un abogado! –exigió Draco nuevamente.
Un golpe se descargo en su estómago, duro y contundente, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. El mismo guarda que le había golpeado se inclinó para levantarle, no sin antes decir:
–Mi hijo era auror, Malfoy. –le agarró del cuello y tiró de él con brusquedad– y ahora está muerto.
Draco, todavía doblado, fue obligado a caminar hacia la puerta.
–Hace tiempo perdiste tus derechos, Malfoy –habló el alcaide con sorna, impasible ante el empleo de los puños por parte de sus subalternos –Hace tiempo también que fuiste juzgado y sentenciado. Por el Wizengamot en pleno. Y nunca vi un acuerdo más unánime, créeme.
Un coro de risas sarcásticas acompañó las palabras del alcaide de Azkabán. Draco le miró con ira, intentando todavía recuperar su respiración. Comprendió que estaba perdido. Que no iba a tener ninguna oportunidad. Le sacaron de la celda y le arrastraron sin contemplaciones por un interminable corredor. Minutos después se detenían ante una herrumbrosa puerta de hierro. Uno de los guardas la abrió y le empujaron al interior de una celda completamente vacía, a excepción de un poste de madera casi en el centro de la misma del que colgaban unas cadenas mucho más cortas de las que llevaba en ese momento. El ambiente del no muy amplio recinto era gélido. Draco dirigió una mirada fría y altiva a los dos hombres que le empujaron nuevamente para llevarle hacia el poste y encadenarle, procurando que no sospecharan el terror que se estaba abriendo paso en sus entrañas. Los grilletes se cerraron dolorosamente en sus muñecas y tobillos, dejándole completamente inmovilizado, listo para recibir su sentencia sin poder presentar la menor resistencia.
–Draco Malfoy, –leyó el alcaide de Azkaban con voz firme– Se te acusa de crímenes contra la comunidad mágica. Entre ellos del asesinato de 32 aurores y 19 civiles, utilizando Maldiciones Imperdonables, con los agravantes de ensañamiento y tortura. Se te ha juzgado y encontrado culpable de todos ellos. Por lo tanto, se te condena al Beso del Dementor en sentencia irrevocable. Que los dioses se apiaden de tu alma.
–Por fin, rata inmunda –dijo el de los dientes amarillos y asquerosos– Por fin te tenemos donde los de tu calaña deben estar.
Y le dirigió una sonrisa de triunfo. Draco le devolvió una mirada desafiante. Por poco tiempo, porque inesperadamente un trozo de tela cegó sus ojos. Estaban poniéndole una venda. Intentó mover la cabeza para evitarlo, pero el otro hombre se la sujetó con fuerza para que su compañero pudiera atarla, estriñendo el nudo con fuerza.
–Preferiría ver tu expresión de terror cuando te den el beso, bastardo. Pero la ley nos obliga a vendar los ojos al condenado desde que tenemos público. –dijo una de las voces con pesar.
Draco se sintió desfallecer. Estaba seguro de que sus piernas no le sostendrían por mucho tiempo. Había escapado a su destino durante casi nueve años, pero ahora le había alcanzado con toda su crudeza e irremediable final. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo y el sudor frío que ahora empapaba su ropa la pega desagradablemente a su piel. Intentar mantenerse firme y sereno era cada vez más difícil. Más cuando hacía un buen rato luchaba contra las arcadas que le sobrevenían cada vez con más fuerza, llevando un amargo sabor a bilis a su boca. Oyó el rumor de pasos y una puerta cerrarse. Entonces supo que le habían dejado solo para enfrentar su suerte. Era evidente que nadie iba a quedarse en una habitación en la que pronto haría su entrada un dementor hambriento, sediento de almas, no importaba de quien.
25/6/07 6.48 a.m.
–Queremos ver al alcaide –exigió Fallon el guarda del mostrador de admisiones.
–Lo siento, señor. –dijo éste reconociendo al Jefe de Aurores– Va a ejecutarse una sentencia en estos momentos, y como bien sabe, debe contar con su presencia. Tendrá que esperar a que termine. No creo que tarde.
–Necesitamos hablar con él con urgencia sobre el caso Malfoy –insistió Fallon.
El hombre sonrió, y ese fue su primer error. El segundo fue decir:
–Demasiado tarde señor. Esa es precisamente la sentencia que se va a ejecutar.
Sorpresivamente, el guarda se vio alzado y zarandeado por encima del mostrador.
–Entonces, deberíamos darnos prisa¿no crees? –dijo el auror entre dientes.
El guarda parpadeó confuso, sin comprender lo que podía haber llevado al siempre controlado Jefe de Aurores a sacudirle de esa forma. Sin embargo, la mirada amenazadora y un punto salvaje del hombre que vestía completamente de negro, justo a su lado, le advirtió que ser zarandeado no sería lo peor que podía pasarle en esos momentos. Nervioso, agitó su varita pronunciando el hechizo que abría la puerta de acceso al interior de la prisión, sellada mágicamente y respiró tranquilo cuando vio a los tres hombres y a la mujer desaparecer a toda prisa tras ella. ¡Por Merlín, qué manera de empezar el día!
25/6/07 6.55 a.m.
El reducido grupo se encontraba cómodamente sentado tras el cristal en que mágicamente se había transmutado una parte de la pared de la celda, para permitirles ver la ejecución en directo. Aquel variopinto público estaba conformado por el alcaide, dos guardas de la prisión, dos periodistas, dos civiles y dos representantes del Ministerio, que darían fe de que la sentencia se había llevado a cabo y firmarían los papeles oficiales, dando por terminado aquel enojoso asunto.
–Clavadito a su padre¿verdad? –susurró uno de los periodistas a su compañero cuando el reo hizo su entrada en la celda.
–Por desgracia para él, en todo. –respondió el otro con sarcasmo– ¿Estuviste en su ejecución también?
El hombre negó con la cabeza.
–Estoy sustituyendo a un compañero que ha enfermado. No es que haya saltado de alegría cuando me han dicho que tenía que venir hoy aquí. –miró nerviosamente hacia el cristal– Pero no me ha quedado más remedio.
Permanecieron unos segundos en silencio, mirando al joven inmóvil al otro lado del cristal, que a pesar de estar esperando aquel estremecedor final, aparentemente parecía más tranquilo y firme que ellos mismos.
–Orgullo Malfoy hasta el final –dijo el segundo periodista– Igual que su padre. Ni se inmutó.
Su compañero iba a contestar algo, pero ambos se quedaron congelados sin poder apartar la vista del cristal. La bruja que estaba sentada detrás de ellos, emitió un pequeño chillido. La aparición del dementor en la celda hizo que a todos y cada uno de los espectadores de la pequeña sala se les encogiera el estómago y les fuera mucho más difícil tragar saliva. Sólo en ese momento el joven al otro lado pareció reaccionar y mostrar un ligero estremecimiento.
25/6/7 7.00 a.m.
Los ahora helados grilletes congelaban su piel, quemándola. Un jadeo entrecortado escapó de su garganta, al sentir aquel frío mortal penetrar su cuerpo, agarrotándolo, oprimiendo su pecho y estrangulando su garganta. El aire se había vuelto tan pesado que era difícil de respirar. De seguro hubiera caído de bruces al suelo si no hubiera estado tan firmemente sujeto. En su mente se arremolinaron todos los recuerdos desagradables de su vida, enloqueciendo sus últimos momentos: la muerte de sus padres, la noche en el calabozo de su mansión, la indigencia que acompañó su constante huída; su tortura a manos de sus tíos; el miedo y la soledad de aquellos años; Harry en aquel edificio en llamas; Severus y Ron intentando arrancarle de las garras de la muerte hacia apenas una semana. Sacudió su cabeza con fuerza, en un vano intento de apartar todos aquellos pensamientos negativos de su mente. Era inútil. Sabía que aquella rememoración formaba parte de la tortura de su final. Notó las heladas lágrimas descender lentamente por sus mejillas, con una sensación irreal, como si no fueran suyas. Sin embargo, las sentía brotar de sus ojos bajo la venda y morir en ella, sin ser realmente consciente de haberlas derramado. Amargas representantes de la profunda tristeza que le invadía, de su impotencia y su desamparo. El aliento putrefacto del dementor llenó sus fosas nasales de pronto, sorprendiéndole y todo su cuerpo se estremeció por el pánico ante la evidente cercanía y lo que ello significaba. No quería morir. No estaba preparado para morir. Pero¿quién lo estaba, se dijo, logrando hilvanar el último pensamiento coherente. Jadeó de terror al sentir las frías garras que tomaban su rostro con una extraña delicadeza, levantándolo sin resistencia alguna. Su mente se nubló y la sensación de empezar a caer en un profundo vacío empezó a invadirle cada vez con más intensidad. Una insólita pesadez envolvió todo su cuerpo, mientras su mente se apagaba, extrañamente sin dolor pero con una profunda angustia. Profunda y desgarradora.
25/6/07 7.02 a.m.
El golpe seco de la puerta al cerrarse, reverberó en la pequeña sala e hizo que los espectadores absortos en la macabra escena saltaran de sus asientos sobresaltados.
–Peterson –gruñó Fallon tendiéndole la misma hoja de pergamino que antes había enseñado a los presentes en el despacho de Dumbledore– ¿tenía conocimiento de esto?
El alcaide palideció ligeramente.
–No sabe donde se está metiendo, Fallon –susurró apenas, para que solo éste le oyera– Son ordenes directas del Ministro.
–Quiero creer que el Ministro desconocía esta circunstancia. –respondió el auror en el mismo tono, mirando de reojo a los dos periodistas que intentaban por todos los medios oír la conversación– Porque si la desconocía, deberé asumir que la responsabilidad de esta decisión es suya.
El alcaide pareció meditar la respuesta. Los dos hombres del Ministerio le miraban con cara de pocos amigos. Estaban allí para dar cuenta al Ministro de que la sentencia se había cumplido sin problemas. Más nervioso de lo que deseaba mostrarse, el alcaide retorció sus manos en un gesto inconsciente, que no pasó desapercibido por Fallon y los dos atentos representantes de la prensa. Perdió unos instantes su mirada en los hechos que ocurrían al otro lado del cristal, para ver como dos aurores y dos hombres más hacían desaparecer al dementor con sus Patronus. Iba a tener serios problemas con los otros dementores que quedaban en Azkaban cuando se enteraran de ese hecho. Frunció el ceño, molesto por aquel inesperado inconveniente.
–Yo obedezco ordenes, igual que usted –dijo al fin.
No estaba dispuesto y nunca mejor dicho, a cargar con el muerto. La ansiada jubilación no quedaba tan lejos. Las miradas de los dos hombres se enfrentaron, diciendo más de lo que sus bocas podían, dado que tenían demasiados espectadores pendientes de ellos.
–Si todavía está ... en condiciones, haré que lo trasladen a una celda. –concedió, no viendo otra alternativa– Pero el Ministerio tiene la última palabra.
Fallon dirigió una mirada a la habitación continua y observó que el cuerpo de Malfoy yacía ahora en el suelo y como los dos Profesores y sus aurores intentaban reanimarlo. Burns levantó la cabeza y miró hacia él. Hizo un gesto de asentimiento.
–Lo está. – confirmó Fallon – Haga los arreglos necesarios.
25/6/07 9.00 a.m.
Cuando Draco abrió los ojos, se encontró en la enfermería de la prisión bajo la atenta y preocupada mirada de ambos Profesores. Parpadeó un par de veces, hasta lograr comprender que todavía seguía en el mundo. Se sentía débil, como si las fuerzas hubieran abandonado su cuerpo por completo y sólo fuera una masa de músculos inertes incapaces de realizar el más leve movimiento. Tenía frío. Pero no era tan solo un frío físico. Era también su alma la que estaba helada. Congelada todavía por un terror tan profundo, que estaba seguro no podría olvidar en lo que le quedara de vida. Porque¿seguía vivo? Una mano cálida apartó un mechón de pelo de su frente, para asegurarse de que realmente sus ojos habían intentado abrirse, aunque ahora volvieran a estar cerrados.
–¿Cómo te encuentras?
Reaccionó al reconocer la voz de su padrino y por un momento creyó que todo había sido producto de una terrible pesadilla. Pero los tres aurores frente a él le recordaron que no había sido así. Remus le sonreía cálidamente desde el otro lado.
–Tienen a Harry –murmuró entonces, tratando de que la enfermería dejara de dar vueltas a su alrededor.
–¿Quiénes? –preguntó Remus suavemente.
Draco se dio cuenta de que en el dorso de su mano derecha sobresalía un estrecho tubo que le estaba suministrando algún tipo de solución, por vía intravenosa. ¿Desde cuando en Azkaban se preocupaban por la salud de alguien?
–Mis tíos... –continuó con esfuerzo– El hijo de McNair... él era quien... me suplantaba...
–Deberían dejarle descansar. –intervino Michael Farrell, el medimago de la prisión, viendo con preocupación la agitación que empezaba a invadir a su paciente.
–Padrino... –dijo Draco apenas en un susurro, lo que hizo que tanto Severus como Remus se inclinaran para oírle mejor– el libro... tienen el... libro...
Ambos hombres se miraron con expresión de alarma.
–Se llevaron... a Harry... por la... llave...
–Hablo en serio cuando digo que deberían dejarle descansar. –intentó hacerles comprender nuevamente el medimago.
Pero el joven agarró desesperadamente el brazo de Severus.
–Le matarán... Bella... le matará...
–Le estamos buscando. –intentó tranquilizarle su padrino– y le encontraremos, ya lo verás.
–Debe calmarse, Sr. Malfoy. –dijo el medimago, inyectando el contenido de una jeringuilla en su gota a gota, dispuesto a acabar con la conversación que estaba trastornando tanto a su paciente– En su estado no es bueno alterarse de esa forma.
A los pocos segundos Draco sentía como su cuerpo se relajaba e inmediatamente cayó dormido. En ese momento la puerta de la enfermería se abrió bruscamente para dejar paso al alcaide, seguido de dos guardas. Dirigió a todos los presentes una mirada de resentimiento. Especialmente al irreflexivo medimago que ya podía ir diciéndole adiós a su empleo.
–La orden de aplazamiento ha llegado. –dijo blandiendo de mala gaita el pergamino firmado por el mismísimo Ministro de Magia. Después miró con mal disimulado desprecio a la camilla donde Draco yacía dormido– La sentencia no se ejecutará hasta que la criatura haya nacido. ¡Llévenselo a la celda! –ordenó a los dos guardas.
Cuando éstos hicieron intención de acercarse a la camilla, los tres aurores les impidieron el paso. Fallon iba hablar, pero se dio cuenta de que el Profesor de Pociones avanzaba con talante amenazador hacia el incauto alcaide. El auror se cruzó de brazos y pensó que sería divertido ver el espectáculo del que, por una vez, él no formaría parte.
–La sentencia no se ejecutará. Punto. –dijo Severus con una de sus mejores miradas de exmortífago cabreado– Y si se atreve a sacar a mi ahijado de esta enfermería, le aseguro que se arrepentirá de haber nacido todos y cada uno de los días que le resten de vida.
Remus le apartó suavemente, para poder situarse delante de Peterson y mirarle directamente a los ojos.
–Lo que mi compañero quiere decir –intervino con su voz amable y tranquila– es que si se atreve a ponerle una sola mano encima, le meteré este bastón por el culo de tal forma que a mi lado Vlad El Empalador podrá considerarse un cándido novato.
Y remató su pequeño discurso con una sonrisa encantadora.
–Remus, amor, –susurró Severus tratando todavía de sobreponerse a las palabras de su pareja– creo que el señor ya lo había entendido.
–Por si acaso le había quedado alguna pequeña duda, cariño. –susurró a su vez él.
Peterson había clavado sus ojos en Fallon demandando con una mirada airada su intervención ante aquel atropello. Pero éste se hizo el desentendido y murmuro en voz baja a Ginny, quien estaba haciendo un gran esfuerzo por mantenerse seria:
–¿Y dices que estos dos son Profesores en Hogwarts...?
Ginny asintió, ocultando una sonrisa. Y ya irguiéndose, el auror adoptó su habitual voz de mando para ordenar:
–Weasley, Ud. se quedará aquí de guardia, custodiando al prisionero. A partir de ahora el Sr. Malfoy queda bajo la vigilancia de los aurores del Ministerio, Peterson. Hasta que llegue la orden de traslado al hospital. No quiero problemas. Así que sólo limítese a no entrar de momento en esta enfermería.
–Está interfiriendo en mis funciones, Fallon. –le advirtió el alcaide con rabia contenida.
El auror se acercó despacio al rubicundo hombre, hasta quedar a un escaso paso de él, de forma que nadie más pudiera oírle.
–Sus funciones no son encerrar en una celda a alguien que puede perder a su hijo de un momento a otro, Peterson. Así que no me toque los cojones y tengamos la fiesta en paz.
25/6/07 21.00 p.m.
Un reverenciado silencio inundó la destartalada habitación donde los últimos mortifagos leales a Voldemort se habían reunido. Los supervivientes a la guerra. Sus herederos. Los ojos de todos estaban posados sobre la caja de madera labrada que descansaba encima de la mesa cubierta con un mantel negro. Dos velas del mismo oscuro color quemaban a ambos extremos de la misma. Habían tardado casi un día en deshacer todos los conjuros que Draco había impuesto en ella. Y ahora había llegado el momento. Rudolph Lastrange extrajo con veneración el pequeño libro de tapas negras y lo depositó encima de la mesa con sumo cuidado. Extendió una mirada a su alrededor y fue consciente de las respiraciones contenidas. De los cuerpos rígidos y rostros tensos, expectantes. Miró a Bella. Esta le sonrió como pocas veces recordaba, casi con un destello de orgullo en sus ojos. Los demás le miraron con respeto. Jamás había habido dudas sobre quien asumiría el papel protagonista en la conquista de lo que Voldemort había dejado a medias. Y si alguno la había tenido, hacia tiempo que estaba viendo crecer el césped desde abajo. Terminaría lo que su Señor no había podido por culpa de Potter, pensó. Y bien que lo iba a pagar el desdichado. Rudolph se concentró en el libro. Desconocía el tipo de conjuro que Voldemort había realizado para contener su magia en aquel objeto. No sabía realmente lo que esperaba. Un torrente de magia oscura saliendo del libro en cuanto lo tocara o abriera; tal vez un conjuro escrito en su interior para liberar el poder de su antiguo amo; incluso que fuera un traslador que le llevara directamente hasta otro lugar donde encontraría la fuente de ese poder. Las habilidades de Voldemort habían sido múltiples y cabía esperar cualquier cosa. Posó una mano algo trémula sobre la tapa y esperó unos segundos. Nada. Después lo abrió casi con religiosa adoración y comenzó a pasar lentamente sus páginas. En blanco, todas en blanco. Agitó su varita susurrando un Revelatio, esperando ver aparecer la escritura gótica y pulcra de Voldemort en alguna de ellas. Pero todas siguieron, vacías de cualquier contenido. Sin desesperar, intentó varios conjuros y hechizos que le ayudaran a descubrir donde se escondía la clave para liberar la fuerza mágica que sabía que el libro guardaba. El poder que él deseaba. El que consideraba le pertenecía y le había sido negado durante tantos años. Tras horas de infructuosos intentos, decidió que había llegado el momento de echar mano de un último recurso.
–¡Traedme a Potter!
25/6/07 23.00 p.m.
Harry apenas había sido consciente de que le habían arrastrado escaleras arriba y habían continuado remolcándole hasta la habitación donde Rudolph Lestrange esperaba con impaciencia. Tras la noticia de la inmediata muerte de Draco se había desmoronado, deseando ahogarse en aquella respiración difícil a la que horas antes trataba de sobrevivir. De hecho, ya no estaba muy lejos de conseguirlo, aunque su magia no le ayudara, errática y voluble, resistiéndose a obedecerle. Porque sin Draco ya nada tenía sentido. Un cubo de agua helada se derramó sobre él, sacudiendo su cuerpo y su perdida conciencia. Después un violento tirón en su pelo, ahora mojado, le obligó a levantar la cabeza. Seguidamente percibió la voz profunda de Lestrange hablándole, sin ser aun capaz de entender lo que le decía.
–¿Qué le has hecho al libro, Potter?
Harry abrió los ojos y le miró a través de los cristales perlados de gotitas de agua de sus gafas. La palabra "libro" habría cruzado su cerebro como un relámpago, despertándole del embotamiento en que tenía sumergidos sus sentidos.
–El libro, Potter. –repitió Lestrange, esta vez con un poco más de apremio.
Un jodete cabrón escapó de su boca demasiado débil para ser oído. Pero el perceptible movimiento de sus labios hizo que Rudolph abandonara su puesto detrás de la mesa para acercarse a él e intentar oírle.
–¿Qué has dicho, Potter?
Esta vez Harry vocalizó con la suficiente energía como para que Rudolph comprendiera y Bella le reventara el labio de un puñetazo.
–No la provoques, Potter. –le advirtió de mal talante, deteniendo esta vez la mano de su mujer– No voy a dejar que acabe contigo hasta obtener las respuestas que necesito.
Harry esbozó apenas media sonrisa en dirección a Bella, seguro de que no tendría el menor problema para desatar el mal carácter de la Mortífaga, lo suficiente como para que acabara mandándole un Avada antes de que su marido pudiera detenerla. Antes de que aquel maldito hormigueo recorriendo todo su cuerpo acabara en algo más que en el desagradable cosquilleo que recorría su piel. Rudolph se había levantado y vuelto tras la mesa. Cogió el libro con cuidado y lo sostuvo entre sus manos.
–¿Vas a decirme por qué no funciona, Potter? –preguntó– ¿Pusiste algún encantamiento en él?
Harry estuvo tentado a soltar una carcajada desquiciada. A mofarse de todos los allí presentes diciéndoles que podían esperar sentados; que sus ansiados sueños de poder eran tan vanos como esperar que un auror estrechara su mano; que su amado Señor les había despreciado hasta tal punto, que jamás les había considerado ni merecedores ni capaces de controlar su poderosa magia; que ni en su muerte había previsto ceder el relevo a los orgullosos sangre pura que le habían servido, a los que un sangre mezclada como había sido Voldemort, había dirigidos y manejado a su antojo, obligándoles a luchar, morir o a tener que huir por él, para acabar por obtener nada.
Sin embargo, permaneció en silencio. Y el rápido destello de temor que cruzó sus ojos ante la visión del libro en manos del mortífago, no pasó desapercibido por Rudolph. Éste avanzó unos pasos hacía el joven que los dos McNair sostenían arrodillado en el suelo y se dio cuenta del inconsciente movimiento de retroceso que su cuerpo había intentado iniciar, frustrado por el firme agarre al que sus hombres le tenían sometido.
–¿Qué es lo que te asusta, Potter? –preguntó algo sorprendido.
Harry no contestó, pero sus ojos siguieron entornados en la tapa negra que Rudolph acariciaba. Y el mortífago de pronto creyó comprender. Sonrió satisfecho. Potter ERA el detonador, la clave que abría la puerta cerrada que ahora mismo era el objeto que tenía en sus manos. Y el mal nacido lo sabía. Tantas horas intentando hechizos y conjuros y la llave que le llevaría a la gloria había estado en su sótano todo el tiempo.
–Así que eres tú. –Rudolph torció una sonrisa– Tú, quien me va a entregar el legado de mi Señor.
–No, te equivocas… –negó Harry, intentando inútilmente retroceder ante la proximidad de lo que Lestrange tenía en sus manos.
Rudolph percibió con excitación que ante la cercanía de Potter el libro había empezado a vibrar levemente y que a medida que la proximidad entre ambos disminuía el temblor se hacía más intenso.
–¿Qué tienes que hacer? –inquirió Lestrange, cada vez más ansioso– ¿Tocarlo?
–Apártalo… –dijo Harry con voz ronca– …no sabes cuan equivocado estás…
Sintió como sus manos eran desatadas y McNair padre agarraba con fuerza su muñeca izquierda para llevar su mano hasta el libro que Rudolph sostenía ante él. Su brazo agarrotado después de casi tres días de permanecer inmovilizado, no tuvo vigor para mantener el débil forcejeo que intentó bajo las burlescas miradas de sus captores. Un NO desgarrado escapó de su garganta al tiempo que su piel entraba en contacto con la suave superficie de la negra tapa. El hormigueo cesó de inmediato para dejar paso a la suave corriente que a través de su mano y siguiendo por su brazo irrumpía en su cuerpo, reconstituyéndolo, energizándolo. La magia que le invadía estaba resucitando la suya, llamándola y exigiéndola al mismo tiempo. Y ésta acudía con renovada fuerza, atraída como los polos opuestos de un imán, a la vez deseosa y temerosa de ese encuentro. Como en la anterior ocasión, tuvo la sensación de que una parte perdida hacía mucho tiempo volvía a él, recomponiendo y completando los fragmentos rotos de un todo que ya conocía. Sin embargo, esta vez nadie la detuvo. Se abrió paso dentro de él, pujando sus entrañas y retorciéndolas; secando sentimientos y drenando emociones; vaciando su corazón con tal fuerza que su pecho se abrasó en fuego y gritó consumido por la hoguera que quemaba amor, esperanza o piedad. Su garganta desgarró la locura de la herejía que se apoderaba de sus sentidos y deshacía el último rastro de cordura que pudiera recordarle a si mismo.
Con aquel último grito, Harry Potter se había desplomado contra el suelo, como si un rayo le hubiera fulminado, en tanto el libro difuminaba sus contornos hasta convertirse en una visión transparente que segundos después se disolvió en el aire, dejando tras sí un fuerte rastro a magia oscura. Los presentes en la habitación contemplaron el cuerpo jadeante de su enemigo, intentando entender lo que acababa de suceder. Mejor dicho, por qué había sucedido, dado que todos habían comprendido a quien había ido a parar la poderosa magia que una vez fue la de su Señor.
26/6/07 09.00 a.m.
Hermione estaba agotada. Tras la presentación de la petición de aplazamiento y su posterior aprobación, su marido la había sacado prácticamente a rastras del Ministerio y la había obligado a comer algo y después a acostarse. Había dormido casi doce horas seguidas y despertó sintiéndose culpable por ello. Se dio una ducha y bajó a la cocina, donde se encontró con una reunión de la Orden en pleno apogeo.
–¿Por qué no me has despertado? –preguntó molesta a su marido.
–Porque necesitabas dormir, cariño. –respondió Ron besándola.
Y se levantó para servirle el desayuno.
–¿Cómo está Draco? –preguntó dirigiéndose a Remus, sentado frente a ella.
–En San Mungo desde ayer a última hora de la tarde. –respondió el licántropo con voz apagada– Severus ha pasado allí la noche. No creo que tarde en volver.
Hermione contempló el rostro demacrado y cansado de Remus, también con la clara huella de la falta de sueño marcada en él, como en la de la mayoría de los presentes.
–¿Me disculpas?
Remus se levantó apoyándose en su bastón y caminó con paso lento hacia la puerta de la cocina. Subió las escaleras con intención de sentarse un rato a solas en la pequeña salita del primer piso y tranquilizarse. Pero la llegada de Severus desbarató sus planes.
–¿Cómo está Draco? –preguntó de inmediato.
–Bien, –respondió Severus abrazándole– aunque creo que todavía le es difícil aceptar la idea de que está en estado.
–¿Cómo se lo ha tomado?
Severus suspiró, no muy seguro.
–No lo sé. –dijo– Creo que aun no es realmente consciente de la situación. Todavía está en estado de shock.
Remus hizo ademán de desprenderse de los brazos de su pareja, pero Severus le retuvo.
–Y tú¿cómo estás? –le preguntó, presintiendo que Remus estaba a punto de desmoronarse.
Él tan solo apoyó la cabeza en el hombro del Profesor de Pociones con desánimo, dejándose abrazar nuevamente. Las últimas horas habían sido demasiado intensas y angustiosas, volcados en tratar de evitar a toda costa la inmediata ejecución de Draco. Y aunque la profunda preocupación por él subyacía tanto en su mente como en su corazón, por unas horas Harry había quedado relegado a un segundo plano. Ahora la ausencia del joven volvía a golpearle con toda su crudeza.
–Le encontraremos. –susurró Severus.
Remus alzó el rostro para mirarle con amargura.
–Los dos llevamos demasiados años en esto, –dijo con voz ahogada– como para no imaginar lo que a estas alturas deben haber hecho con Harry.
Severus apretó las mandíbulas con fuerza, buscando argumentos para poder contradecirle. No quería darle la razón. Aunque en el fondo de su corazón sabía que era bastante difícil que en manos de los Lestrange y en su estado, Harry continuara todavía con vida.
–Debemos mantener la esperanza. –dijo al fin. Y añadió intentando sonar sarcástico– Potter suele ser la excepción que desafía todas las reglas.
Remus siguió mirándole con un intenso dolor en el fondo de sus ojos.
–Al menos Draco ha podido sobrevivir a esta demencial pesadilla. –murmuró.
Severus le abrazó con más fuerza y besó su frente con ternura.
–Vamos, –dijo– veamos que novedades nos cuenta ahí abajo.
Y los dos descendieron las escaleras hacia la cocina, estrechamente abrazados. Cuando entraron, uno de los gemelos, Severus no habría podido asegurar cual porque nunca había podido distinguirles, estaba haciendo una exposición que mantenía a todo el mundo en un atento silencio.
–…así que cuando investigamos Potions and
Concoctions, Ltd. y nos encontramos con tantas dificultades y entorpecimientos…
–… no hizo más que despertar nuestra ya innata curiosidad –continuó George– y al final nos encontramos con que la empresas es propiedad de una vieja conocida nuestra…
–…en realidad socia mayoritaria –le corrigió su gemelo.
–¿Quién? –casi gritó Ron al fin perdiendo la paciencia con sus hermanos.
–Nuestra querida inquisidora, Dolores Umbridge. –respondió Fred en tono triunfal.
–Pero –siguió George– como la pobre mujer quedó como quedó tras su desafortunada visita al Bosque Prohibido… –y en esto dirigió una mirada de complicidad a su cuñada.
–… es su hermano Ernest quien desde entonces lleva los asuntos del negocio.
–Interesante. –dijo Dumbledore desde su presidencia en la mesa– ¿Por casualidad hay algún pequeño descuido en alguna de las partidas que han suministrado?
–Por casualidad, lo hay. –respondió Fred con una amplia sonrisa.
–Unos cuantos miligramos que se perdieron en el camino desde el laboratorio de Potions and Conconctions, Ltd. hasta las cinco boticas que habitualmente suministran entre Edimburgo y Dublín. –concluyó George con gesto satisfecho.
–Buen trabajo muchachos. –agradeció Dumbledore. Después se dirigió a Kingsley Shacklebolt– ¿Qué hay del sobrino del medimago?
–En paradero desconocido. –dijo el corpulento mago– Hemos registrado su habitación pero no hemos encontrado nada significativo. Sin embargo, hemos descubierto que nuestro amigo Matt acostumbra a recetarse a si mismo una copita de brandy, generalmente después de las comidas y especialmente cuando se entretiene leyendo antes de acostarse. –hubo algunas sonrisas– Y que su botella de brandy estaba convenientemente mezclada con una generosas dosis de poción para dormir. Aunque Matt no descarta la posibilidad de que se la suministrara por algún otro medio en alguna ocasión que a su sobrino le interesara.
–Eso explicaría porque las apariciones del doble del Sr. Malfoy eran tan rápidas y siempre desaparecía antes de que los demás mortífagos terminaran con su ataque.
Severus inclinó su cuerpo hacia delante para ver al hombre que acababa de hablar y de cuya presencia no se había dado cuenta hasta ese momento. ¿Qué coño hacía Fallon allí?
–Hemos comprobado que cuando se dieron los ataques en los que él apareció, no había partido ni entrenamiento de los Chudley Cannons. –continuó el auror– Al ir a vivir con su tío, tuvo forzosamente que restringir sus apariciones en público.
–Era la coartada perfecta. –admitió Arthur Weasley– Nadie iba a pensar que un pobre retrasado pudiera suplantar a Draco.
–Pero ¿por qué? –se preguntó Ron– ¿Por qué fue a vivir con él si sabía que eso iba a limitar su libertad de acción?
–Porque tenía el hombro destrozado. No podía acudir a ningún medimago o a San Mungo a riesgo de que le preguntaran cómo y quién le había herido de forma tan contundente. –respondió Fallon– Y su tío es traumatólogo. No haría preguntas. Y más si fingía haber sido vapuleado a maleficios por su padre, ya que Matt y su hermana no se hablaban desde que esta había contraído matrimonio con McNair, que por aquel entonces ya había dado muestras de hacia donde iban sus inclinaciones.
–¿Hay manera de relacionar a Terry McNair con Umbridge y por ende con los demás mortífagos? –quiso saber Hermione, que no había dejado de tomar notas durante toda la conversación– Y lo más importante¿cómo nos llevará todo esto hasta Harry?
De pronto, la puerta de la cocina se abrió de forma intempestiva para dejar paso a Hestia Jones. Todos los rostros se volvieron hacia ella, para encontrarse con el rostro todavía desencajado de la auror.
–McNair… –dijo con expresión de horror– …ha aparecido muerto esta mañana en el Ministerio.
McNair padre había aparecido en el atrio del Ministerio, con sus manos atadas colgando de los dorados revestimientos de una de las chimeneas que formaban parte de la larga hilera que se extendía a ambos lados del vestíbulo. El madrugador y desafortunado mago que había salido por esa chimenea y se había topado con él, había sufrido un susto de infarto y habían tenido que llevárselo a San Mungo con ahogos y fuertes palpitaciones. A primera vista parecía que el mortífago había hallado la muerte a latigazos. No había parte de su cuerpo que hubiera escapado a la mordida del látigo, a excepción de su rostro. Había sido azotado de forma implacable, una y otra vez, desollándole, dejando su cuerpo convertido en una masa de carne informe y sanguinolenta.
–Creo que podemos asumir que Harry está vivo. –dijo Dumbledore con semblante grave.
–Y de muy mala leche, además. –corroboró Charlie con preocupación.
Un pesado silencio se extendió por la cocina de Grimmauld Place.
–Harry jamás hubiera hecho algo así… –musitó Remus dirigiendo a Severus una mirada rota– …esto solo… solo tiene una explicación…
Severus asintió en silencio. Parecía que su peor pesadilla se había confirmado.
27/6/07 08.00 a.m.
El cuerpo retorcido deBellatrix Lestrange fue encontrado al día siguiente junto a la fuente del atrio. Magos y brujas huyeron despavoridos en todas direcciones, alejándose tanto como podían de aquel macabro hallazgo. Ningún piadoso Avada Kedavra había acabado con la vida de la mortífaga. Había muerto bajo los potentes Cruciatus que retorcieron y destrozaron su cuerpo en una lenta e interminable agonía. Extrañamente, la única herida que no encajaba en todo aquel amasijo de huesos rotos y carne desgarrada era un corte largo y limpio en su costado izquierdo, hecho a cuchillo.
La agitación en el Ministerio era tremenda. Nadie entendía como el autor de aquellos horribles asesinatos había podido entrar en el Ministerio y dejar los dos cuerpos sin haber podido ser sorprendido. Decir que a Fudge y a alguno más no les llegaba la camisa al cuello, hubiera sido decir poco. Se extremaron las medidas de vigilancia. Permisos y vacaciones fueron suspendidos en la unidad de aurores. La Orden del Fénix por su parte, aunaba esfuerzos con aurores de confianza de Fallon, para encontrar a Harry. Pero Harry parecía haberse hecho aire.
28/6/07 8.00 p.m.
La nueva víctima apareció en un escenario diferente, pero significativo. Rudolph Lestrange fue encontrado en el despacho particular de Ernest Umbridge, atado a una de sus elegantes sillas. Tenía todos y cada uno de los dedos de ambas manos rotos, partidos en varios trocitos. La muerte le había sobrevenido cuando le habían roto también el cuello. Desde ese momento, Umbridge se había encerrado en su mansión y no había vuelto a salir.
–Está vengando a Draco. –aseguró Severus sobre el sepulcral silencio de los demás miembros de la Orden reunidos en el despacho del Director de Hogwarts– Fue McNair quien le azotó en la mazmorra de Malfoy Manor, Rudolph quien le rompió los dedos de la mano y Bella la que le hirió en el costado cuando atacaron La Petite Etoile.
–Creo que la única información que ahora mismo Harry no maneja es que Draco sigue vivo. –dijo Dumbledore– Aunque me atrevería a decir que, a pesar de todo, sabe mucho más de lo que nosotros mismos conocemos ahora. Que Lestrange haya aparecido en el despacho de Umbridge solo puede significar que él ya ha establecido el vínculo que nosotros buscamos entre éste y Terry McNair. De hecho, no ha dejado lugar a dudas de que el cabecilla era Rudolph.
–Entonces habrá que hacerle saber de alguna forma que Draco sigue vivo. –intervino con inquietud Remus– O esta pesadilla no acabará hasta que él considere que todos los que tienen que pagar lo hayan hecho.
–Hay que detenerle. –dijo el Director de Hogwarts con pesar– Antes de que llegue más lejos.
Y por más lejos todos entendieron que se refería al Ministro de Magia, como primer responsable de la orden de ejecución de su esposo.
29/6/07 06.00 p.m.
El todavía desconocido ejecutor, para cualquier que no perteneciera a la Orden, había demostrado nuevamente su pericia en esquivar protecciones y dejar a sus víctimas en los sitios más insospechados. Terry McNair fue encontrado a las afueras de Azkaban, entre las rocas que rodeaban la inaccesible isla. Había sido pasto de los dementores que quedaban en el penal. No iba a ser el único ese día.
29/6/07 19.00 p.m.
Umbridge, sentado tras la mesa del estudio de su mansión, miraba con sus ojos saltones desmesuradamente abiertos, ya sin ver. Tenía la túnica abierta y sus manos estaba todavía fuertemente convulsionadas sobre su camisa, como si hubiera intentado arrancársela buscando liberarse de alguna opresión en su pecho. El primer diagnostico del medimago que examinó el cuerpo fue que había sufrido una parada cardio-respiratoria. Nada demasiado extraño tal vez, teniendo en cuenta su exceso de peso, y su tensión siempre por los aires producto de los continuos excesos culinarios del fino paladar del Sr. Umbridge. Los restos de una opípara y nada recomendable comida descansaban todavía sobre la mesa, frente a él. En aquel momento todavía nadie fue capaz de adivinar que lo que había matado a Ernest Umbridge había sido un empacho de digital.
30/6/07 4.00 a.m.
Un suave suspiro escapó de los entreabiertos labios de Draco. La mano apartó con cuidado el mechón de pelo que cubría sus ojos y otros ojos contemplaron la paz de su sueño, inducido por las pociones tranquilizantes. Esa misma mano deslizó la sábana de su cuerpo y la posó sobre su vientre, notando apenas que había dejado de ser plano. Volvió a cubrirle y fue arropado con ternura. Entre el sueño y la vigilia, Draco sintió una calidez conocida tomando su mano, más delgada y más pálida, y cómo su palma era besada y llevada después hasta una mejilla algo rasposa por la barba de varios días y extrañamente humedecida. Aun dormido pronunció el nombre que fue acallado con un dulce beso en sus labios, que se movieron ansiosos por seguir sintiendo la ansiada y añorada caricia. Sin embargo, la familiar calidez que hasta entonces había sentido a su lado, desapareció tan de repente como había venido. Y él se sumergió entonces en un sueño inquieto del que despertó al poco tiempo. Sobre la mesa al final de la cama, un pensadero y un pergamino que había sido apresuradamente escrito, serían la única prueba de que la presencia de Harry a su lado no había sido tan solo un delirio de su mente.
Dos horas después, Severus y Remus habían acudido apresuradamente al llamado de Neville, éste último alertado por el medimago que atendía el delicado embarazo de Draco. Preocupados, Hermione y Ron les habían seguido.
Draco seguía en la misma posición en que la enfermera le había encontrado esa mañana, sentado en la cama, estrujando entre sus manos un pergamino que nadie había sido capaz de hacerle soltar. Su rostro seguía bañándose en lágrimas silenciosas, con la mirada perdida en algún punto de la habitación, ausente.
–Draco¿qué ha pasado? –preguntó Severus suavemente, intentando acostarle, a lo que el joven se resistió.
Sin embargo, la voz del Profesor de Pociones logró captar su mirada y el corazón de Severus tembló al ver la profundidad del dolor que los ojos de su ahijado reflejaban.
–Draco –intentó Hermione con dulzura– vas a enfriarte, deberías acostarte.
Dócilmente, el Slytherin se dejó abrazar por la joven, apoyando cansinamente la cabeza en su hombro.
–¿Puedo? –preguntó Severus.
Y por fin Draco soltó el arrugado pergamino de su mano. Después de que el otro medimago y la enfermera abandonaran la habitación, Severus procedió a leerlo.
Amor mío:
Verte ha sido para mí como nacer de nuevo. Yaces aquí dormido, reposando en calma y no bajo la fría tierra como había supuesto hasta este momento. Mientras velo tu sueño estos escasos momentos en que puedo estar contigo, me doy cuenta de hasta donde me ha llevado el dolor, la desesperación y el odio que nació en mi al creer que te había perdido para siempre. Que al fin te habían arrebatado de mi lado de la peor de las maneras. Me volví loco, Draco. Y me cobré cinco vidas a cambio de la tuya. Reuní todo el dolor y el sufrimiento que alguna vez habías padecido y lo devolví corregido y aumentado a todos y cada uno de los que te lo habían inflingido, ciego de ira y sediento de venganza. Y aunque ahora me horrorice lo que hice, no logro encontrar arrepentimiento en ello. Porque todas y cada una de esos seres a los que me niego a llamar personas, aunque supongo que tampoco yo ahora puedo merecer ese nombre, destrozaron una gran parte de tu vida y también de la mía. Y ellos mismos arrebataron y destrozaron muchas otras que ahora han cobrado justa venganza con las suyas. No estoy intentando justificar lo injustificable, amor. Sencillamente con tu pérdida llegué a límite de lo que mi paciencia, mi coraje y mi cordura podían soportar. Y la magia que ahora palpita dentro de mí ayudó bastante, no lo dudes. Porque ha helado la sangre en mis venas y secado mi corazón. Ni uno de sus gritos hizo mella en mi alma; ni una de sus suplicas me desvió del final que tracé para cada uno de ellos. ¿De qué otra manera podría haberlo llevado a cabo, sino?
Sin embargo, esta tarde he descubierto que estabas vivo, amor mío. Y mi alma ha renacido. Umbridge ha sido una inagotable fuente de información. Al igual que todos los demás. Sólo tendrás que entregar el pensadero que he dejado a los pies de tu cama y nadie jamás volverá a molestarte con falsas acusaciones ni tendrás que volver a temer por tu vida. Ni por la de nuestro futuro hijo o hija. En él he depositado todos los pensamientos que esos miserables guardaban en su memoria, que convenientemente encadenados, reconstruyen la parte más dolorosa de nuestras vidas. La que agonizó tu existencia durante tanto tiempo y que también estuvo a punto de acabar con la mía en más de una ocasión. Entrégaselo al Profesor Dumbledore. Él sabrá que hacer.
Como habrás imaginado, Fudge era el siguiente en mi lista. El último en realidad. Mal que le pese, tendrá que dar gracias al pequeño ser que llevas en tu vientre, cuya existencia tan cruelmente quiso obviar. Porque ha sido él quien me ha detenido y me ha hecho reconsiderar que tú y mi hijo no os merecéis que siga deshonrándoos con una muerte más. Suficiente pagará cuando todo lo que está recogido en el pensadero salga a la luz. Aunque confieso que he tenido que hacer un verdadero acopio de voluntad para no correr al Ministerio y estrangular a ese miserable con mis propias manos por haber pretendido acabar también con nuestro bebé.
Sé que desde el principio has sabido que esto era una despedida. Y realmente lo es. Soy consciente de que te juré no separarme jamás de ti y que con ello falto a mi palabra. Pero tampoco jamás creí poder convertirme en el ser abominable que ahora mismo siento que soy. Y no quiero a alguien como yo junto a nuestro hijo. Te amo, Draco. Te amo como jamás he amado a nadie ni podré volver a amar. Sé que lo sabes. Y por eso no llenaré tu vida de más sufrimiento. Con el dolor de ser el esposo de un asesino. Con la angustia de compartir tu vida con alguien al que pueden enviar a Azkaban en cualquier momento o que vuelva a matar por defenderse. Porque cuando actué como lo hice, creí que estaba solo y mi propia vida realmente no me importaba demasiado. Pero ahora la tuya a mi lado ya no sería vida, amor. Debes pensar en nuestro hijo y en lo que es mejor para él o ella. Y lo mejor que yo puedo hacer por vosotros es salir de las vuestras. Nuestra situación económica es desahogada, así que no sufro por dejarte falto de medios. Utiliza nuestros bienes como quieras y consideres oportuno. Tampoco te dejo solo, porque sé que tu padrino cuidará de ti, al igual que Remus y que tendrás el apoyo de nuestros amigos.
Rehaz tu vida, amor. Seguramente ahora te parecerá imposible. Pero quizá con el tiempo necesites a alguien a tu lado. Y nuestro hijo otro padre. Uno del que pueda sentirse orgulloso. Lo único que te pido amor mío, es que sigas guardando un pequeño rinconcito de tu corazón para mí. Un pequeño trocito que de vez en cuando te recuerde cuanto os amo a ti y a nuestro hijo y que vosotros siempre estaréis en el mío.
Os ama,
Harry
Respondiendo a la pregunta de alguna de vosotras de si voy a publicar en alguna otra página donde se puedan responder comentarios, os diré que todas mis historias están también publicadas www-slasheaven-com(sustituid los guiones por puntos) en donde el autor/a puede responder cómodamente a los lectores/as sin ningún problema. Y gracias por los que habéis dejado aquí. Besos. Livia.
