Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
Advertencia: Esta historia es slash y contendrá lemmon. Si no os gustan este tipo de narraciones, no hace falta que sigáis.
Harry intenta dejar atrás su pasado con el Quidditch. Draco ha atravesado experiencias traumáticas y todavía es buscado y perseguido. Cuando la vida les ponga frente a frente de nuevo, tendrás que aprender a convivir.
CAPITULO XXV
La vida sigue.
Tal como había anticipado Harry en su carta, Dumbledore había sabido muy bien cómo utilizar el pensadero. El mundo mágico se había sacudido hasta los cimientos una vez todo salió a la luz. El Ministro de Magia, ya depuesto de su cargo ante la irrebatible evidencia, daba los últimos coletazos lanzando al aire sus sospechas sobre quien había sido el autor material de todas aquellas muertes, advirtiendo a todo el que quisiera escucharle sobre el peligroso carácter de quien siempre habían querido y respetado como su salvador. Recluido en su mansión bajo la vigilancia de los aurores sobre los que hasta hacía poco él ordenaba, esperaba a que se tomara una decisión sobre su futuro. La sociedad mágica exigía su cabeza y en ese futuro ya se perfilaba una larga y fría estancia en Azkaban. Ya no tenía nada que perder.
Sin embargo, había que reconocerle al Director de Hogwarts su habilidad y sus innatas dotes en el arte de la manipulación. Aunque él prefiriera llamarlo "ligero cambio en el enfoque de hechos que por si mismos podían inducir a error a personas que, por razones obvias, tenían un profundo desconocimiento del entramado del asunto que les ocupaba y a las que había que ayudar a discernir la irrefutable verdad." Por supuesto, nadie estaba dispuesto a llorar a un atajo de mortífagos que, aunque no se expresara en voz muy alta, se merecían la muerte que habían tenido. Y en cuanto a Umbridge... De repente el hasta hacía poco respetado miembro del Wizangamot se había convertido, incluso para los que habían compartido sus ideas, en el villano más odiado en la comunidad mágica junto con los detestables mortífagos. ¿Pues no había conspirado y casi logrado matar al Niño que Vivió tan solo unos minutos después de que el chiquillo acabara de librarles del Señor Oscuro¿Cómo una persona en apariencia respetable había podido ser tan cruel y desalmada? Y no contento con ello casi había logrado matarle otra vez, envenenándole, hacia apenas dos semanas, compinchado con los desalmados seguidores de Aquel Que Jamás Volvería a Ser Nombrado. Cómo había dicho una lacrimógena bruja en una de las tantas opiniones recogidas a pie de calle por las que el El Inquisidor y El Profeta competían¿quién no habría perdido el juicio después de haber sido secuestrado del hospital en el que se encontraba todavía convaleciente y seguramente sometido a Merlín sabe que torturas por aquellos desalmados, para luego enterarse que han estado a punto de matar a su esposo, claramente inocente de cuanto se le acusaba asesinando de paso a su hijo no nato¡Merlín bendito! Después de todo lo que había pasado el pobre chico nadie podía recriminarle que hubiera perdido los nervios. El drama estaba servido. Y las opiniones divididas. La sociedad mágica se fraccionaba entre los que pensaban que Harry había hecho demasiado por ellos como para olvidarlo todo de un plumazo y no darle una segunda oportunidad y los que creían que lo mejor para todos era que se quedara donde quiera que estuviera, a poder ser bien lejos. Una tercera corriente de opinión estaba a favor de recibir nuevamente al salvador del mundo mágico en el seno de la sociedad, pero no sin antes haber asumido un justo castigo. Había muchos atenuantes, desde luego, y tampoco exigirían una pena demasiado dura. Pero nadie podía tomarse la justicia por su mano y pretender salir impune. Aunque este alguien se llamara Harry Potter. No obstante, tal como le había asegurado Dumbledore a un preocupado Remus, la última palabra todavía no estaba dicha. Sólo había que dejar que la agitación provocada por los últimos acontecimientos reposara. Con el tiempo y una vez magos y brujas fueran realmente conscientes de que el peligro de un ataque mortifago no volvería a surgir y que nuevamente la paz y la tranquilidad habían vuelto a la comnidad, no les quedaría más remedio que reconocer quien había sido, una vez más, el autor de dicha hazaña. Y como la naturaleza humana tendía a ser olvidadiza para cuanto no fuera en interés propio, sólo se recordaría que Harry Potter les había librado de la última lacra que sufría la sociedad mágica y todo lo demás se extraviaría en la memoria.
En contrapartida, Draco se había convertido en el irresistible foco de atención de toda publicación que se preciara. Luna había iniciado desde las páginas de El Inquisidor una verdadera campaña de limpieza de imagen del atractivo y embarazado rubio. Para gusto de algunos de sus allegados, dígase Severus Snape, la "loca" directora de la publicación se había pasado un pelín convirtiendo la vida de su ahijado en una novela trágica de tintes Shakesperianos. Gracias a Merlín, Draco seguía de momento en San Mungo y no se enteraba de nada. Todas las acusaciones que pesaban sobre él fueron retiradas y su abogada exigió una compensación y la restitución de sus bienes. Aunque Hermione estaba segura de que eso iba a ser un largo y farragoso proceso.
Draco no podía creer que Harry ya no estaba a su lado. Que tenía que soportar aquel absurdo vacío en que se había convertido su vida, sin otro esperanza que esperar a que algún día se arrepintiera de su determinación y volviera a casa. Le extrañaba y a la vez le odiaba por haber tomado aquella decisión tan a la brava. Comprendía la presión y la tensión bajo la que Harry se encontraba en aquellos momentos. Pero como siempre, había antepuesto el corazón a su maldito e inexistente cerebro de Gryffindor. Harry tendría que haber sabido que él le seguiría hasta el fin del mundo, si era necesario. Él y su hijo. Aunque el pequeño ser que llevaba en sus entrañas se le antojaba demasiado irreal todavía. Inexistente. Sólo vivía en las palabras de cuantos le rodeaban. En los atentos cuidados que recibía en San Mungo. En la mirada triste de Remus que sólo se iluminaba cuando hablaba del que consideraba como un futuro nieto; en la de preocupación de su padrino, que ahora secretamente daba gracias a la ineptitud del Gryffindor con las pociones; o en las de sus amigos, que intentaban animarle diciéndole que ese pequeño milagro le había salvado la vida.
Cuando por fin logró salir del hospital, se trasladó a las habitaciones de Severus y Remus en Hogwarts, bajo la supervisión de Madame Pompfrey, incapaz de volver a una casa llena de recuerdos. El pasar de los días se fue convirtiendo para Draco en una agónica rutina. Obligado a permanecer en un constante estado de reposo, se desesperaba por poder andar dos pasos sin que un temeroso Remus o un inquieto Severus le siguieran a todas partes y él acabara por dejarse caer una vez más en la mecedora de la salita, antes de que alguno de los dos le condujera con sutileza hasta la cama alegando que necesitaba descansar. Su tez, ya de por si pálida, ahora se mostraba tan lívida y demacrada que al final, siguiendo los consejos del medimago, Remus y Severus tomaron la decisión de trasladarle a algún lugar donde pudiera disfrutar de un poco de aire fresco y no tuviera que permanecer encerrado todo el día. No era cuestión de pasearse por los jardines del castillo o por el exterior entre tanto niño atolondrado, descartó Severus. Además de todo el revuelo que el conocimiento de que Draco se encontraba en Hogwarts hubiera ocasionado. La prensa sensacionalista todavía le buscaba para conseguir de sus labios cualquier declaración. En su estado no podía quedarse solo, así que cuando Remus le propuso pasar una temporada en La Madriguera con el matrimonio Weasley, Draco se limitó a encogerse de hombros. Mientras no le llevaran a la casa que había compartido con Harry, lo demás no le importaba. Todavía no estaba preparado para volver allí.
Los Weasleys estuvieron encantados de recibirle en su casa y le acogieron como si de un hijo se tratara. Draco se pasaba horas sentando en la mecedora en el jardín, con la mirada perdida en ninguna parte, entibiando al sol la permanente opresión que atenazaba su pecho, meciendo también pena y tristeza. La otrora bulliciosa casa de los Weasley era ahora un remanso de paz y de silencio. Las escandalosas reuniones de los domingos de la pelirroja tribu se habían limitado para que su huésped pudiera gozar de la tranquilidad que necesitaba.
Durante los casi cuatro primeros meses de su ignorado embarazo, no había sufrido ninguna de las características típicas en ese período. En realidad, aunque podían darse, las náuseas y vómitos no eran tan habituales en los embarazos masculinos y tal vez debido a esa falta de síntomas, difíciles de detectar a veces. Además, su vientre había permanecido plano como una tabla. Solo casi al final de su quinto mes, la barriga parecía haber surgido de golpe, aunque debido a su delgada constitución, no era demasiado prominente. Entre el cuarto y el sexto mes de embarazo, el medimago le había explicado que generalmente no solían presentarse problemas de salud. Y aparte de que él no pudiera hacer esfuerzos, ejercicios violentos, cargar pesos y una larga lista de cosas en las que se incluía no hacer magia para evitar un posible aborto, no tendría que haber más complicaciones. Solía pensar con ironía que podían haberse evitado gastar tanto pergamino con tan solo poner lo que SI podía hacer. Es decir, nada. Según la última revisión, su bebé media ya 25 cm. y lo único que le había llevado a empezar a creer que en realidad estaba allí era que había comenzado a hacerse notar, moviéndose y dando ligeras patadas contra la pared de su vientre. No se lo había dicho a nadie. Lo había guardado para él y atesorado ese momento esperando en el fondo de su corazón poder compartirlo con Harry algún día. Así que había cerrado los ojos y se había concentrado en perseguir con sus manos los pequeños movimientos que notaba, sonriendo para si cuando patadita y mano coincidían en el mismo punto. Ya había pasado un mes sin Harry.
Llegado el sexto mes la Sra. Weasley empezó la producción masiva de gorritos, patucos y jerséis de todos los colores para su bebé y los de Hermione, que para alegría de Ron eran dos, ya que tanto el uno como la otra se había empeñado en no querer saber el sexo de sus respectivos retoños. Su vientre había dado un estirón más y especialmente por las noches, el bebé le obsequiaba con una sesión de movimientos extra, hasta que lograba calmarlo acariciando suavemente su barriga. A veces no podía evitar sentirse algo estúpido mientras frotaba su barriga y le hablaba a alguien que no podía oírle. O eso pensaba. Pero de todas formas lo hacía. A pesar de la movida compañía, su cama estaba más fría y vacía que nunca.
Fleur, por ser la única conocida que hablaba francés, había aceptado viajar al menos una vez al mes a París y traerle noticias de cómo andaban las cosas en el restaurante. A su regreso tras el primer viaje, le había explicado con cierta picardía que su cuñado Charlie había insistido en acompañarla la próxima vez que fuera a París. Para hacerle compañía, había dicho. Pero Fleur sospechaba que había cierta muggle en La Petit Etoile, que había conocido durante el enlace Harry y él en la capital francesa, que tenía más que interesado a su promiscuo cuñado. Después, que Louanne preguntara cada vez con más insistencia cuando Harry o él se dejarían caer por allí se convirtió en una rutina en los informes que Fleur le daba. Aparte del cotilleo habitual de cómo iban las cosas entre Charlie y Marie, una vez que ésta última hubiera dejado su relación con Noah. Draco sólo se tranquilizó cuando Fleur le aseguró que el cocinero, a pesar de todo, seguía al pie del cañón o mejor dicho a pie de cocina y que aquella ruptura no había influido para nada en su trabajo. Es más, parecía que incluso ya había encontrado sustituta para Marie. Draco se prometió a si mismo que tras el nacimiento de su bebé viajaría a Paris para tranquilizar a la Sra. Bouchoir. Aunque todavía no sabía que le diría cuando preguntara por Harry. Hacia ya dos meses que su esposo faltaba de su lado.
A mediados de Octubre Draco seguía todavía con su costumbre de mecerse en el jardín disfrutando del sol de media mañana, abrigado ahora con un grueso jersey que había agrandado convenientemente para que su barriga de siete meses y medio cupiera en él. Estaba demasiado cómodo para moverse, pero como el pequeño no dejara de oprimir donde en esos momentos lo estaba haciendo, tendría que abandonar tan confortable postura y visitar nuevamente el cuarto de baño. Con la entrada a su séptimo mes, Draco había descubierto que para descansar bien por la noche, lo mejor era prescindir de toda bebida en la cena. El cuerpo del bebé y principalmente su cabeza, oprimía ya con fuerza su vejiga, que al no poder distenderse le obligaba a vaciarla a menudo. Paulatinamente el espacio de la matriz creada por la poción de fertilidad iba quedando insuficiente y el bebé ya no podía dar sus vueltas con tanta libertad.
Como casi todas las mañanas, la Sra. Weasley depositó una bandeja con leche y galletas sobre la pequeña mesa de mimbre del jardín.
–Recién horneadas. –dijo con una sonrisa– No comiste mucho durante el desayuno.
Draco alzó la mirada y esbozó una pequeña sonrisa. A Molly a veces le daban miedo aquellos ojos tan hermosamente grises y a la vez tan profundamente vacíos e intensamente tristes. Miedo de que nada pudiera hacerlos revivir nuevamente; ni siquiera el pequeño ser que se gestaba en sus entrañas. Todavía la sorprendía que el joven hubiera aceptado trasladarse a su hogar, cuando se hizo evidente que necesitaba vigilancia y cuidados que Severus y Remus no podían ofrecerle en Hogwarts, ocupados en sus clases y otras actividades relacionadas con la vida docente del castillo. Observó como Draco cogía una galleta con gesto lánguido y le daba un pequeño mordisquito sin mucho entusiasmo.
–Ayer por la noche cuando ya te habías acostado, contactó Severus para recordarte que esta tarde tienes visita con el medimago. –Molly hizo un pequeño gesto de exasperación– Como si nosotros no fuéramos capaces de acordarnos¿verdad? –Draco solo insinuó otra leve sonrisa– Estarán aquí a las cuatro para acompañarte. –el joven asintió en silencio– Bébete la leche, cariño. Él o ella te lo agradecerá.
Draco obedeció y apuró el vaso hasta el fondo, aunque sabía que la necesidad no tardaría en hacerle llegar al cuarto de baño.
–Así me gusta –dijo ella y en un acto inconsciente, la mano tan acostumbrada a acariciar hijos y ahora nietos, mimó la pálida mejilla en un acto tan natural para ella como respirar.
Sin embargo, no esperaba que otra mano, más delgada y más fría retuviera la suya con suavidad y depositara en ella un delicado beso.
–Gracias Molly.
Profundamente conmovida por aquel inesperado gesto, la mujer envolvió al joven en uno de sus típicos abrazos de mama osa, tal como solían llamarlos los gemelos, felizmente saturados de amor materno como el resto de sus hermanos y tal vez por ello, tendentes a olvidar y a no apreciar en su justa medida lo que siempre les había sido dado.
–Sé cuanto le amas, cariño –dijo acariciando el sedoso pelo rubio– y lo que le echas de menos. Pero Harry volverá, estoy segura. Encontraremos la manera de que lo haga. Todos le están buscando.
Draco asintió en silencio, sintiéndose sorprendentemente confortable en el abrazo de la mujer. Por un momento, se preguntó que habría dicho Narcisa de toda aquella situación. O si su padre le habría desheredado del disgusto. No obstante, acabó por concluir que su madre seguramente estaría abrazándole tal como hacia Molly en ese momento. Y se sintió profundamente agradecido por contar, a pesar de todo, con el cariño de todos los que le rodeaban. Incluso Ron buscaba pretextos para dejarse caer por casa de sus padres con más frecuencia de la habitual. Y que casualidad, que siempre llevara en el bolsillo una de aquellas bolsitas de gominolas muggles que, casualmente también siempre acababa de comprar y que por otra de esas casualidades de la vida, ahora Draco se moría por comer a todas horas. Tanto él como Hermione las devoraban.
–¿Qué tal una partida? –le retaba Ron invariablemente después.
–Sabes que vas a perder, Weasley. –contestaba él alzando una ceja como en sus mejores tiempos.
–En tus sueños, Malfoy. Y si acaso me dejara ganar, que no es el caso, tan solo sería por no darte un disgusto en tu estado.
Octubre dio paso a Noviembre y a las primeras nevadas. El vientre de Draco dio un estirón más y entró en su octavo mes. Cuatro meses y su amor seguía perdido Merlín sabía donde, escondiéndose de él y del mundo.
–Tengo tantas ganas de verle ya. –dijo Remus acariciando la abultada barriga, una tarde de sábado en que él y Severus habían ido a visitarle.
Draco se removió con dificultad en la mecedora. En las últimas semanas ya no sabía como sentarse ni como moverse sin experimentar la incómoda sensación de que iba a explotar de un momento a otro. El medimago le había advertido de que debido a las circunstancias que se dieron a principios del embarazo, las mismas que le obligaban a guardar aquel insoportable reposo, el parto se podía adelantar. Draco estaba seguro de que así sería, ya que el bebe que pateaba sin descanso en su interior, parecía cada vez más ansioso por salir. Y aunque reconocía estar algo asustado, deseaba que lo hiciera ya de una vez. Además, Molly con siete partos a cuestas, le había dicho que a pesar de faltarle un mes su barriga estaba ya muy baja, señal inequívoca de no tardaría en nacer.
–Yo también, Remus. –respondió– Poder hacer algo más que ir de la cama a la mecedora y de la mecedora a la cama será un verdadero cambio en mi vida. –dijo con ironía.
–Ese no será el verdadero cambio, créeme. –intervino Severus arrugando la nariz– Cambiar pañales apestosos si lo será.
Draco miró a su padrino con algo de aprensión.
–¿Y no piensan los abuelos honorarios echar una mano? –preguntó esperando que alguien picara el anzuelo.
–¡Por supuesto! –exclamó Remus, entusiasmado.
–Ya lo oíste. Remus piensa ayudar. –dijo Severus, dando por cerrado el asunto.
–Oh, vamos Severus, –intervino Molly con un leve tono de amonestación– no me digas que no te hará ilusión cambiarle los pañales a tu nietecito o nietecita.
El adusto Profesor no sabía en que momento se habían empeñado en convertirle en abuelo, título que él por supuesto no había reclamado. Pero Remus parecía tan ilusionado con esa idea y como sea que ambos podían considerarse lo más cercano a un padre que tanto Draco como Harry tenían, acabó cediendo. Pero todo tenía un límite. Así que alzó ambas cejas en dirección a Molly en una muda pregunta de ¿me has visto bien? Soy Severus Snape, Profesor de Pociones. ¿En qué momento me has confundido con una niñera?
–¿Te has tomado la poción vitamínica? –preguntó evitando ahondar en el tema.
–Si… –respondió Draco con un bostezo.
–¿El compuesto de hierro?
–Mmmmm… si…
–¡Severus Snape¿Acaso dudas de que yo haya cumplido con mis obligaciones? –preguntó la Sra. Weasley empezando a enfadarse.
–No le hagas caso, Molly. –se apresuró a intervenir Remus– Ya sabes como es.
Ella dirigió una mirada molesta a Severus, al tiempo que tapaba con una manta las piernas de un adormecido Draco, que todavía se balanceaba junto al hogareño fuego de la chimenea. Minutos después, Arthur Weasley hizo un gesto a su mujer, para asegurarse de que Draco estaba realmente dormido. Molly asintió.
–¿Qué novedades hay? –preguntó en un susurro dirigiéndose a Remus y Severus.
–Nada de lo que esperábamos. –susurró a su vez Remus, cuyo rostro perdió la expresión de alegría que había mantenido hasta ese momento por Draco– Esta mañana el Profesor Dumbledore nos ha informado de que la pista en la que habíamos puesto tantas esperanzas ha resultado en nada.
–Yo todavía confiaba en que viera nacer a su hijo. –musitó Molly con tristeza.
–Harry jamás pondría en peligro a Draco. Y menos a su hijo. –intervino Severus– Y ahora mismo él piensa que es un peligro para todos nosotros.
–¿Dónde diablos puede haberse metido este muchacho? –siguió susurrando el Sr. Weasley.
–Me temo que no le encontraremos si él no quiere. –sentenció Severus, contemplando con tristeza a su ahijado, que en esos momentos reposaba tranquilo, con las manos cruzas sobre su barriga, en un gesto universal de protección.
Eran las tres y media de la mañana cuando una punzada breve pero intensa en el bajo vientre le despertó vagamente. Veinte minutos después un nuevo y doloroso pinchazo le hizo abrir los ojos y darse cuenta de que tenía el vientre duro como una piedra. Esperó a que pasara y despacio se levantó para dirigirse a la ducha. Quince minutos después apenas acababa de vestirse cuando su vientre volvió a endurecerse de forma dolorosa. Se sentó en la cama y así permaneció durante unos minutos. Después se levantó para acabar de llenar la bolsa de mano que ya tenía medio preparada. Añadió ropa interior y sus utensilios de aseo. Después cogió otra bolsa, casi de igual tamaño y repasó que no hubiera olvidado nada: las primeras mudas para su bebé (incluyendo patucos jerséis y gorritos hechos por Molly) y otras cosas necesarias como pañales, colonia, aquel pequeño cepillo para peinarlo suponiendo que tuviera pelo, ungüento para aplicar con cada cambio de pañal para evitar escoceduras (hecho especialmente por Severus), un par de arrullos y aquel saco con estampado de ositos que le habían regalado Ron y Hermione para abrigar al bebe cuando saliera del hospital. Hermione le había asegurado que era muy práctico ó al menos eso le habían dicho a ella cuando compró el suyo. Una nueva contracción le retuvo en la puerta unos minutos, cuando estaba a punto de salir. Después atravesó el pasillo hasta llegar a la habitación del matrimonio Weasley y llamó suavemente.
–Molly… Molly...
La puerta se abrió en menos tiempo del que Draco había esperado, para dejar paso a una Sra. Weasley en camisón y con los pelos alborotados.
–Cariño¿ya? –preguntó con cara de sobresalto.
–Eso creo.
–¡Arthuuuuurrrrr!
Si el pobre hombre no moría en ese momento de un ataque al corazón, seguramente llegaría a viejo, pensó Draco mientras descendía muy despacio las escaleras, para dirigirse a la chimenea del salón. Apenas quince minutos después Severus y Remus estaban en el salón de los Weasley, y nadie habría podido negar que se habían vestido con bastante prisa a la vista de sus descolocados atuendos. Y a la Sra. Weasley sin duda se le había olvidado peinarse. Draco se hubiera reído si no fuera porque las contracciones eran cada vez más seguidas y un agudo dolor golpeaba contra sus riñones. La impaciencia Gryffindor se estaba haciendo patente.
–¿Tienes el traslador que nos dio el medimago en la última visita? –preguntó Severus, intentando ocultar su nerviosismo.
–Se lo diste a Molly. Recuérdalo. –le dijo Remus con mucha más calma que su pareja– Por si nosotros no podíamos acudir inmediatamente cuando Draco se pusiera de parto.
–¡Merlin! –dijo la aludida con cara de espanto– ¿Dónde lo habré puesto? No recuerdo…
–Yo lo tengo –suspiró Draco que estaba admirando el espectáculo desde su mecedora– Me lo dio para que lo guardara¿se acuerda?
–¡Oh, que estúpida soy! –se reprochó ella.
–¿A que esperamos? –preguntó Severus, a quien la impaciencia siempre le ponía de mal humor.
Remus ayudó a Draco a levantarse de la mecedora. El traslador especial solo estaba preparado para transportar a dos personas, a la parturienta o parturiento, según el caso y a su pareja. Los demás tendrían que llegar a San Mungo por otros medios.
–Remus te acompañará –decidió Severus, sintiendo que necesitaba tranquilizarse antes de llegar al hospital y parecía que Remus tenía la situación mucho mejor controlada que él.
Draco y Remus llegaron sin ningún problema al sector de urgencias del hospital, donde fueron inmediatamente atendidos por una enfermera que les llevó a uno de los boxers de la sala. Tras recostar a Draco en la camilla, les dijo que esperaran; el medimago no tardaría.
–¿Nervioso? –preguntó Remus.
–Asustado. –confesó Draco apretando los dientes por una nueva contracción.
–Va a ser rápido. –le tranquilizó Remus tomando su mano– Ventajas de ser hombre. Una pequeña incisión y sacarán al bebé en un abrir y cerrar de ojos.
–Lo sé…es solo que…
–Él no está aquí y es duro. –acabó Remus por él apartando un mechón de su frente– Sé que todo esto cayó sobre ti como un jarro de agua fría. Y has soportado todos estos meses con paciencia y estoicismo. –el Profesor suspiró, intentando ocultar su tristeza– Pero ahora es cuando tienes que ser realmente fuerte, Draco. Porque tu bebé de momento solo va a tenerte a ti. Y a todos nosotros, por supuesto, pero necesitará lo que sólo tú puedes darle. Y no podrás dárselo si te derrumbas.
–Un Malfoy jamás se derrumba. –afirmó Draco con los diente apretados y a pesar de todo una mirada desafiante.
–¡Por supuesto que no! –corroboró Remus con una sonrisa.
En ese preciso momento entró el medimago acompañado de la enfermera que los había recibido.
–Bien, Draco, parece que tenemos a un pequeño impaciente por salir –le animó con una amplia sonrisa. Y dirigiéndose a Remus. –¿Sería tan amable de salir un momento, por favor? –y en cuanto Remus lo hizo, corrió las cortinas.
Al cabo de diez minutos el medimago volvió a salir.
–Vamos a llevarle a la sala de partos. –informó al licántropo– No creo que haya ningún problema. Pero seguramente el bebé tendrá que permanecer en una incubadora durante unos días. –Remus asintió– Ahora si es tan amable, puede aguardar en la sala de espera de la entrada. Le avisaremos.
–Muy bien, gracias. –se dirigió a la camilla donde Draco ya empezaba a estar algo atontado debido a la poción que la enfermera acababa de darle– Todo irá bien, cariño. –dijo besando su frente– Cuando despiertes tendrás un bebé precioso.
Draco hizo intención de querer sonreír, pero sus ojos se cerraron irremisiblemente.
–¿Qué quiso decir ese medimago del tres al cuarto con "rápido"? –gruñía Severus, paseando arriba y abajo como un león enjaulado, bajo la resignada mirada del resto de ocupantes de la sala de espera.
Aunque león no fuera la palabra más adecuada para él. Remus ya había desistido en intentar que se sentara y se tranquilizara. Habían pasado casi dos horas y en todo ese tiempo la enfermera sólo había salido una vez al principio, para decirles que todo iba según lo previsto. Ante la falta de noticias Hermione, precedida por su ya enorme barriga portadora de gemelos, había recorrido todo el hospital intentando localizar a Neville para que, aunque las cesáreas no fueran su especialidad, se colara en la sala de partos y pudiera darles al menos alguna noticia de lo que allí estaba sucediendo. Sin embargo, fue incapaz de encontrarle. Nadie supo darle razón de donde estaba el Mm. Longbottom. Dos horas y media después el medimago que había atendido a Draco durante todo el embarazo, hacía por fin su aparición en la sala de espera… seguido de Neville. Ramus tuvo que dar un salto de su silla para alcanzar a Severus antes de que atrapara al pobre hombre por su bata de quirófano.
–Todo ha ido bien. –dijo el medimago con una amplia sonrisa que pretendía infundir confianza– Ha tenido una niña sana y preciosa, pero que por su poco peso todavía tendrá que permanecer al menos un par de semanas en la incubadora. Dentro de una hora más o menos podrán verla en la nursery.
–¿Y mi ahijado? –preguntó Severus con voz tensa.
–Draco está bien¿de acuerdo? –habló Neville entonces– Pero todos sabéis que los embarazos masculinos ya son de por si difíciles y las circunstancias que envolvieron a Draco en un principio ha hecho que el suyo sea especialmente delicado. –Severus estaba perforando ya con la mirada a su ex alumno. Pero éste le ignoró por completo– Durante la cesárea, la magia de Draco y como consecuencia sus signos vitales se desestabilizaron… un poco. –Severus maldijo la manía de los matasanos de hablar siempre a medias, sin esclarecer totalmente las cosas– Tardamos un tiempo en poder estabilizarlo nuevamente. Y aunque ahora se encuentra dentro de índices considerados normales, me temo que tardará en recuperarse un poco más de lo previsto. No vamos a permitirle volver a casa hasta estar completamente seguros de que un episodio como éste no va a volver a repetirse.
–¿Podemos verle? –preguntó Remus, que había tomado la mano de Severus y trataba de calmar su temblor.
–Me temo que no, Profesor. Le tendremos bajo vigilancia durante algunas horas, para controlar que todo sigue bien. Podrán verle cuando le traslademos a una habitación. Si todo va bien, mañana por la mañana.
–¿Mañana? –casi gritó Severus.
–Mañana Profesor –dijo Neville con rotundidad.
Y sin añadir una palabra más, ambos medimagos se fueron. Severus estaba convencido de que aquella era una pequeña venganza de su martirizado exalumno.
La primera sensación que tuvo fue la de que le faltaba algo. Sus pensamientos, algo espesos todavía debido al sedante, llegaron a hilvanar que estaba en una cama de hospital. Volvió ligeramente la cabeza para darse cuenta del gota a gota en su mano. Movió su otra mano y de pronto fue consciente de que su enorme barriga había desaparecido. Un jadeo de pánico acompañó el lento movimiento por levantarse. Pero una mano firme le retuvo.
–Shhhh Draco, todo esta bien.
–Padrino… –aunque le alivió ver el familiar rostro a su lado, no redujo su inquietud– … el bebé…
–En una incubadora, todavía tiene que ganar algo de peso. Pero está bien. –Severus sonrió– Remus te hará una descripción sumamente detallada en cuanto vuelva de la nursery, donde parece habarse unido a la plantilla de enfermeras. –dijo Severus con ironía– Creo que las pobres no sabían lo que hacían cuando le dejaron entrar. Les ha hecho volver a la pobre criatura del derecho y del revés, contando deditos y asegurándose de que todo estaba en su sitio. Y lo ha hecho con mucho cuidado, según me consta. –añadió ante la mirada de preocupación de su ahijado.
–¿No crees que te olvidas de algo, padrino? –dijo Draco entrecerrando los ojos, ya un poco más tranquilo.
Severus alzó una ceja, sin comprender.
–Oh, una niña. –dijo cayendo de pronto en su estúpida omisión– Preciosa a decir de todos. Aunque las opiniones están divididas con respecto a quien se parece. –después miró a su ahijado con aire confidencial– Entre tu y yo, Draco y sin ánimo de ofenderte: arrugada como una pasa y tan roja como un pequeño demonio, es imposible saber a quien se parece. Pero no te preocupes. Estoy seguro de que en algún momento eso deberá… mejorar.
Draco no pudo evitar un amago de carcajada, pero inmediatamente la cicatriz todavía tierna de su vientre, le advirtió que no era buena idea.
–¿Cuándo voy a poder verla? –preguntó ansioso.
–En cuanto te dejen levantarte. Dentro de dos o tres días si todo va bien.
–No puedo esperar tanto. –gimió.
–Veré lo que se puede hacer. –le prometió su padrino– Ahora descansa.
¡Merlin¡Estaba harto de descansar!
A la mañana siguiente, Draco consiguió salirse con la suya y engatusar a Neville para que le permitiera ir a la nursery para conocer a su hija. La pequeña tenía ya casi dos días y el medímago se obstinaba en no dejarle levantarse. A media mañana apareció una enfermera, levitando un sillón frente a ella. Le ayudó a sentarse en él y después le condujo hasta la nursery cómodamente sentado. La sala, repleta de cunitas que se mecían solas intentando acallar a alguno de sus escandalosos ocupantes, olía a colonia de bebé. Dos atareadas enfermeras le sonrieron al entrar. Una estaba ocupada cambiando pañales y la otra intentaba darle el biberón a uno de sus enfadados huéspedes, que movía piernas y brazos como aspas de molino. La enfermera que le acompañaba no se detuvo allí, sino que siguió hasta otra pequeña sala donde se encontraban las incubadoras. Sólo dos de ellas estaban ocupadas.
–Le presento a su hija, Sr. Potter –dijo la mujer suavemente.
Y con su varita redujo las patas que sostenían la incubadora para que quedara a la altura de Draco, que debía permanecer sentado.
–Es muy buena. –continuó la enfermera sin poder dejar de sonreír ante la expresión de éxtasis que se les ponía a todos los padres cuando veían por primera vez a sus retoños– Además, es una pequeña tragona. Si sigue así no creo que tenga que permanecer mucho tiempo en la incubadora. Ya ha ganado casi 75 gr. ¿Le gustaría alimentarla? Prácticamente es la hora. –Draco asintió, sin poder apartar la vista del cristal– Bien, iré a preparar el biberón.
La mujer desapareció en dirección a la nursery nuevamente, dejando a Draco solo con su hija. Le parecía increíble que aquel pequeño montoncito de carne hubiera crecido dentro de él. ¿Cómo podía Severus haberla comparado con una pasa? Su hija era absolutamente adorable. Desde la punta de su naricita hasta el último de sus minúsculos deditos. Parecía que no tenía pelo pero, fijándose bien, podía distinguirse una suave pelusilla, casi blanca en su cabeza. La pequeña tenía los puños cerrados y daba pataditas al aire como si fuera una ranita, con aquellas minúsculas piernecitas que surgían a ambos lados del gigantesco pañal. Su rostro empezaba a enrojecer por el enfado, pero, sin embargo, tan solo fue capaz de emitir un ridículo sonido que no llegó ni a sollozo. Al final se metió el puño en la boca y empezó a chuparlo con fruición.
–Oh, bueno, bueno¿ya estamos desesperadas? –preguntó la enfermera apareciendo con dos pequeños biberones, al ver los movimientos frenéticos dentro de la incubadora.
Depositó los biberones sobre una mesa acoplaba a la pared. De pronto Draco sintió que la temperatura de la habitación aumentaba sensiblemente. La enfermera abrió la incubadora y tomó con cuidado a la niña.
–Ven aquí, pequeña impaciente, tu padre quiere conocerte.
Envolvió a la pequeña en un arrullo y no pudo evitar sonreír ante la expresión asustada en el rostro del padre cuando hizo intención de entregarle a la niña.
–Bien, apoye su brazo en el brazo del sillón,… así…sin miedo Sr. Potter, le aseguro que no se le va a caer –depositó a la niña con cuidado en el brazo de su padre–mantenga su cabecita en alto, así, eso es,…todavía no puede sostenerla así que tiene que hacerlo usted por ella¿comprende? Levántela un poco más,.. así.. perfecto. –la enfermera sonrió– relaje el brazo Sr. Potter, si está tan agarrotado dentro de cinco minutos los 2 kg. de su hija le van a parecer diez, créame. –Draco le devolvió una sonrisa algo avergonzada– Muy bien, y ahora… –se dirigió a la mesa para tomar uno de los biberones y se lo entregó a Draco que miró a la enfermera con aire desvalido– …le sugiero que introduzca la tetina en su boca, le aseguro que ella ya sabe que hacer.
Y condujo su mano hasta que el biberón estuvo en la boquita de su hija. Draco sonrió al ver como la pequeña la abría inmediatamente y empezaba a chupar desesperada.
–¿Lo ve? Le dije que era una pequeña tragona. Mantenga siempre el biberón en esa posición, para que la leche baje sin dificultad y la tetina no se quede nunca vacía. De lo contrario su hija iba a tragar aire y luego tendríamos problemas con su barriguita¿de acuerdo?
–De acuerdo. –logró pronunciar Draco, embelesado en la contemplación de su glotona hija.
La enfermera se dirigió a la otra incubadora y sacó al bebé que había en ella para darle también su biberón.
A pesar de los consejos de la enfermera, Draco seguía tenso. Sus ojos eran un constante ir y venir entre el rostro de su hija y la tetina del biberón. Se moría por ver sus ojos, pero la pequeña no los había abierto en ningún momento. Se sentía asustado, triste y feliz, todo al mismo tiempo. Su hija era tan pequeña y tan frágil, tan vulnerable. Era tan diminuta que temía que se le escurriera entre las manos. Le asustaba el solo pensamiento de que algo pudiera pasarle o de que él no fuera capaz de cuidarla como era debido. Él jamás había cuidado niños, ni había estado en contacto con niños pequeños, mucho menos con bebés. No había tenido hermanos que le dieran una ligera idea de lo que podía esperar. Sin embargo, lo que su corazón sintió hacia apenas un rato cuando vio a su hija tras el cristal de la incubadora, fue el sentimiento más profundo que jamás le hubiera embargado. Amaba a Harry con todo su corazón, con cada fibra de su ser, pero supo que por aquella pequeña que apenas conocía daría su último aliento si era necesario. Penosa y dolorosamente, pero estaba llevando adelante su vida sin su pareja, pero si ahora le quitaran a su hija estaba seguro de que enloquecería. Y la amargura de que Harry no estuviera allí para contemplar aquel pequeño tesoro que se estaba durmiendo al calor de su brazo le oprimía fuertemente el pecho, que luchaba al mismo tiempo por henchirse de alegría y orgullo por su pequeña.
–¿Ha terminado, Sr. Potter? –preguntó la enfermera desde su propio sillón.
–Eso creo.
–Colóquela sobre su hombro, de esta forma.
Puso a la niña sobre su hombro, tal como lo estaba haciendo la enfermera con el otro bebé y por primera vez su mejilla rozó la fina piel de aquella otra tan diminuta y Draco sintió que un escalofrío de placer recorría su espalda de arriba abajo. El placer de sentir la tibieza de su niña contra su mejilla. Y aquello disparó todo el torbellino de emociones que había estado intentando guardar dentro de sí. Sus ojos se anegaron y no pudo detener el torrente de silenciosas lágrimas que empezaron a brotar. Se dio cuenta de que necesitaba que salieran, desahogar su corazón de alguna forma. Y no las reprimió.
La enfermera contempló la escena en silencio, conmovida. Todo el mundo conocía la historia. Ella también. El Profeta y otros periódicos habían llenado sus páginas durante semanas, cada uno dando diversas versiones sobre todo lo sucedido. Pero en definitiva, lo que estaba claro era que Draco Malfoy había llevado adelante su embarazo, solo, sin el otro padre que se encontraba todavía en paradero desconocido. Y que esa niña era un pequeño milagro después de todo lo sucedido con el padre gestante. Era una historia de amor hermosa y trágica.
–¿Ya ha pensado un nombre, Sr. Potter?
Draco, perdido en sus pensamientos, se sobresaltó al oír a la enfermera justo a su lado.
–No, la verdad es que no. –dijo intentando borrar las sospechosas huellas en su rostro.
La mujer sonrió.
–Mi bisabuela era rusa, –dijo– Mi familia lleva ya tres generaciones en este maravilloso país, pero a nadie se le ha ocurrido todavía poner a ninguna de sus hijas el nombre de mi bisabuela. Supongo que lo consideran demasiado poco "británico".
Draco sonrió a su vez, entendiendo lo que quería decir.
–¿Y cual era el nombre de su bisabuela? –preguntó, suponiendo que era lo que la mujer estaba esperando que hiciera.
–Nadia.
–Es un bonito nombre –convino Draco.
–Pues todavía le gustará cuando le diga su significado. –Draco arqueó una ceja– Esperanza, Nadia significa esperanza en ruso. –la mujer le dirigió una sonrisa sincera– Y usted no debería perderla.
Una semana después, Draco avanzaba por el corredor que llevaba a la nursery sin necesidad de ningún sillón levitador.
–¡Vaya¡Hoy hemos venido caminando! –dijo la enfermera alegremente– Déjeme decirle que tiene mucho mejor aspecto, Sr. Potter.
–Gracias, Alex. –agradeció con una sonrisa.
La enfermera suspiró. ¿Cómo había podido pensar nadie que ese hombre pudiera ser un asesino?
–Bien Sr. Potter¿estamos preparados para un cambio de pañal?
Draco tomó aire y lo dejó escapar con fuerza.
–Creo que si.
–¡Estupendo! –la enfermera se dirigió con paso decidido hacia unos cajones de un mueble frente a ellos y extrajo un pañal– Primero le enseñaré a hacer de la forma tradicional, es una gran experiencia, créame– Draco se permitió arquear una ceja en dirección a la mujer, dudando que la experiencia fuera todo lo gratificante que la mujer pretendía hacerle creer– Después le enseñaré algunos hechizos de limpieza muy prácticos.
–¿Y no podríamos empezar por los hechizos? –se atrevió a insinuar.
La enfermera se volvió hacia él con exagerada brusquedad y frunció el ceño.
–Los bebes disfrutan del cambio de pañales, Sr. Potter. –respondió algo airada– Les gusta sentirse limpios, pero también tocados y acariciados y ese es un momento perfecto. Y un simple hechizo de limpieza no permite nada de todo eso. Por muy práctico que sea.
–Comprendo… –aunque no acababa de ver que había de malo en un hechizo de limpieza que evitara un apestoso pañal.
Nada iba a impedirle acariciar a su hija hasta el cansancio, necesitara cambio de pañal o no.
–Puede hacerlo sobre sus rodillas –le indicó la enfermera colocando un paño de celulosa en ellas.
Draco colocó cuidadosamente a Nadia sobre sus regazo y desenganchó los adhesivos de ambos lados y abrió el pañal.
–¡Buff! –exclamó arrugando la nariz con repugnancia– ¿Cómo alguien tan pequeño puede hacer algo tan... apestoso?
La enfermera soltó una carcajada y le alargó las toallitas higiénicas.
–¿A qué espera? –preguntó la mujer divertida.
Te quiero mucho, princesa. Pero como me hagas estas cosas muy a menudo, tu y yo no vamos a llevarnos nada bien.
–Pues espere a que le eche la primera pota encima. –dijo la enfermera con sorna observando la cara de reprimido asco del padre– O cuando empiece a quitarle el pañal y se pase el día recogiendo pipis y caquitas por todos los rincones imaginables de su casa. O cuando meta sus manitas dentro del plato de papilla y después las pase encantadoramente por su pelo hasta asegurarse de que ha quedado bien pringado. Le aseguro Sr. Potter que todas esas son también grandes experiencias.
Draco dirigió una asustada mirada gris hacia la enfermera.
–Va a permitirme conectar con su chimenea de vez en cuando ¿verdad? –preguntó muy serio, intentando de momento sobrevivir a su primera experiencia– Solo para que me pueda oír gritar cuando esté muy desesperado y sentirse satisfecha al pensar: yo ya se lo advertí.
La mujer soltó una gran carcajada.
–No es tan malo, Sr. Potter. Piense en todos los momentos maravillosos que le va a dar su hija.
La pequeña Nadia abrió los ojos y miró a su padre, como si en realidad pudiera distinguirlo.
–¿De qué color cree que son sus ojos? –preguntó Draco– ¿Azules?
–Todos los niños cuando nacen tienen los ojos de un color azul oscuro. –dijo la enfermera inclinándose sobre la pequeña para verlos mejor– Pero Nadia los tiene bastante claros. Puede que acaben siendo grises como los suyos... o no. –terminó con una sonrisa– Me temo que habrá que esperar algunas semanas todavía, Sr. Potter.
Draco suspiró resignado.
–Bueno¿y esos hechizos?
Cuando Draco abandonó el hospital tres semanas después, fue por primera vez consciente del revuelo que se había armado fuera cuando se supo del nacimiento de su hija. Protegidos por un iracundo Severus, Remus y Ron, él y Nadia lograron llegar al automóvil donde el Sr. Weasley les esperaba, sorteando flashes y periodistas, para dirigirse a La Madriguera, donde Molly le ayudó con su hija los primeros días. Pero Draco hacía semanas que ya había tomado una decisión, y ese cerco periodístico no hizo más que reafirmarla. No obstante, decidió esperar a que los bebés de Ron y Hermione nacieran antes de decirles a todos que volvía a París. Remus fue el que se lo tomó peor. El licántropo había esperado con gran ilusión el nacimiento de la niña y se había hecho a la idea de que podría disfrutar de ella cada minuto que sus obligaciones le dejaran libre.
–Podéis venir siempre que queráis. –intentó consolarle Draco, contemplando con el corazón algo oprimido con que ternura Remus hacia dormir a su hija– Todos los fines de semana si lo deseáis. Prepararé una habitación de forma permanente para vosotros.
–Vamos, Remus. –trató de colaborar Severus– Al fin y al cabo durante la semana las clases nos impedirían verla. Te prometo que iremos con frecuencia.
Aunque no lo confesara, también a él le partía el corazón la decisión de Draco. Remus asintió tristemente en silencio.
–Tengo que intentar seguir con mi vida, Remus. –dijo Draco suavemente– Y prefiero apartar a Nadia del foco de atención en que nos hemos convertido aquí en Londres. Creo que en París podré llevar una vida más tranquila. Tengo un restaurante donde volcar las energías que me deje esta pequeña tirana. –sonrió acariciando la pequeña mejilla– Debo intentar seguir adelante. Por ella.
–No hables como si le dieras por perdido. –le reprochó el licántropo apenas en un dolorido susurro.
Draco no supo que responder. A veces, el pensamiento de que a Harry podía habérsele ocurrido hacer alguna barbaridad cruzaba por su mente sin poder evitarlo. Pero inmediatamente después se decía que no. Remus tenía en ese momento en sus brazos algo que, según aquella última conversación en el hospital, Harry anhelaba. Tal vez ahora se estuviera auto castigando por haber dado rienda suelta a lo que él mismo hubiera hecho de tener oportunidad. Y seguramente sin los remordimientos que en aquel momento debían estar volviendo loco a Harry. Quería creer, NECESITABA creer que tarde o temprano el deseo de conocer a su hija sería mucho más fuerte que su sentimiento de culpabilidad. Y si para entonces las cosas todavía no estaban lo suficientemente bien para que Harry pudiera quedarse con su familia, ya fuera en Londres o en París, sin temer represalias, él y Nadia le seguirían donde quiera que pudieran sentirse seguros. Y los tres empezarían una nueva vida, no importaba donde. Sin embargo, conociéndole como le conocía, sabía que eso no sucedería pronto.
Después de Navidad Draco volvió solo a París. Muy a su pesar, dejo a Nadia con los Weasley. No es que no se fiara de Molly; sabía que la dejaba en buenas manos. Pero separarse de su pequeña aunque tan solo fuera por unos pocos días le costó Merlín y ayuda. La razón era que no tenía intención de regresar al apartamento que había compartido con Harry durante tantos años y quería buscar una casa con un amplio jardín donde Nadia pudiera jugar cuando creciera. Sabía que con esta decisión le iba a dar un disgusto a Louanne, pero ahora su hija era su prioridad. Así que cuando encontró una hermosa casa a las afueras de París, rodeada del perfecto jardín que él deseaba, vació el apartamento parisino con la inestimable ayuda de Charlie, como no, y después su casa de Epson. Una vez hecho el traslado y acondicionado su nuevo hogar, él y Nadia estuvieron listos para marcharse definitivamente a París.
Dado que sólo la Sra. Bouchoir y su hija sabían de su condición de mago, se vio obligado a implantar en todos los demás un falso recuerdo sobre su apariencia. De forma que todos le recordaran como el rubio de tez pálida que en realidad era y no como Philippe Masson, el moreno de piel más bien bronceada que había sido. Explicar a su ex casera y a Marie todo lo sucedido y que además lo comprendieran, hubiera sido demasiado difícil. Así que ambas tuvieron que conformarse con una versión light de la historia, que aún y así tuvo a la pobre Louanne llorando desconsoladamente durante una tarde entera por su adorado mago moreno. La versión muggle para el resto de personal y conocidos fue que Harry y él se habían separado y que Draco había tenido una niña con una mujer con la que al final tampoco había terminado bien. Él se había quedado con su hija y allí se acababa la historia para preguntones y curiosos.
Ni que decir tiene que la pequeña Nadia se convirtió en la reina de La Petit Etoile. Desde su privilegiado puesto en el seguro rincón de la cocina que Draco había adaptado para ella, la pequeña no podía dar un berrido sin que inmediatamente alguien corriera a darle el chupete, hacerle carantoñas y mimos o comérsela a besos. Semanas y meses avanzaron mucho más rápido de lo que Draco hubiera podido imaginar y entre su hija y el restaurante, agradecía llegar a la noche completamente rendido, sin demasiado tiempo para echar de menos.
Casi sin darse cuenta el calendario se plantó en Noviembre y en el primer cumpleaños de su pequeña. Nadia cumplía un año y hacía exactamente ese tiempo y cinco meses más que Harry se había marchado. El día había sido ajetreado y agotador. Nadia había tenido una maravillosa fiesta de cumpleaños, rodeada de sus abuelos, los Weasley y el matrimonio Longbotton. Pero en la mente y en el corazón de todos había estado presente el gran ausente de aquel primer cumpleaños. Draco se había sentido silenciosamente arropado por todos en una fecha que, a pesar de la alegre fiesta, se le hizo especialmente difícil. A parte de todos los regalos que la pequeña había recibido, había habido dos que habían sido especialmente emotivos. Uno era de parte de Dumbledore. Un pequeña muñequita muggle, que llevaba un sobre prendido en su vestidito. Draco lo tomó dirigiendo una mirada interrogativa a su padrino y a Remus, quienes sonrieron, dándole a entender que ya sabían de que se trataba.
Querida Nadia:
Estoy seguro de que hoy habrás recibido muchos y bonitos regalos. Pero deja que este anciano colabore con uno que sé que, aunque tú no puedas todavía comprenderlo, hará feliz a tu padre.
Junto a esta carta, acompaño una resolución oficial emitida por el Ministerio de Magia y firmada por nuestro nuevo Ministro, en la que se exonera a tu otro padre, Harry Potter, de cualquier cargo que alguna vez pudieran haberle sido imputado como consecuencia de los acontecimientos ocurridos ahora hace más de un año.
¡Feliz cumpleaños, pequeña!
Albus Dumbledore
Director de Hogwarts
–¿Cómo lo ha hecho? –preguntó Draco tras leer, todavía asombrado, el segundo documento.
–Eso mismo pregunté yo. –dijo Remus encogiéndose de hombros– Pero se limitó a sonreír.
–Dumbledore es un hombre de recursos. –aseguró Severus– Aunque no esperes que jamás te cuente como consigue sus objetivos.
Draco asintió en silencio, pensando que escribiría unas líneas de agradecimiento para que su padrino y Remus se las entregaran a su vuelta a Hogwarts.
–Bueno, yo tengo algo más para Nadia. –intervino Hermione con una sonrisa radiante.
Y le extendió otro sobre. Esta vez más grande y grueso. Nadia, desde su regazo, intentaba alcanzarlo, tratando de rasgarlo al igual que el papel de sus anteriores regalos.
Draco extrajo el legajo de papeles de su interior y le dio el sobre a Nadia, que lo estrujó entusiasmada entre sus manitas.
–¿Qué es todo esto? –musitó Draco.
–Las escrituras de Malfoy Manor y de las otras propiedades de tu familia que he conseguido que te devuelvan hasta ahora. –respondió Hermione triunfalmente– Nadia no puede quedarse sin su herencia. Además. –añadió risueña– Estoy en el buen camino para recuperar las joyas de tu madre.
–Realmente no sé que decir...
Miró a Hermione sintiendo que, extrañamente en él, le faltaban las palabras.
–Gracias estaría bien. –insinuó Ron dándole una fuerte palmada en la espalda– Me ha tocado cambiar muchos pañales y dar muchos biberones, por duplicado –recalcó– mientras mi mujercita se entretenía en pelearse con el Ministerio.
–¡Ron! –le regañó Hermione.
Pero Draco sonrió
–Bueno, Weasley, –dijo dirigiéndole al pelirrojo una mirada astuta– tal vez se me ocurra la forma de recompensarte.
Cuando sus invitados se hubieron marchado, por fin la casa quedó en silencio y Nadia dormía ya tranquilamente en su cuna, Draco se acostó con una extraña sensación de amarga felicidad. Sentado en la cama, había desparramado los pergaminos que le había entregado Hermione. Fue repasándolos uno a uno, intentando recordar las propiedades a las que cada cual se refería. Y aquel ejercicio de memoria no hizo más traerle otros recuerdos que ya había enterrado profundamente porque no deseaba rememorarlos. Por una parte se alegraba de que, gracias a la perseverancia de Hermione, la vida le devolviera lo que una vez le había arrebatado y de tener algo realmente suyo que legar a su hija. Especialmente en lo que se refería a las propiedades de su madre, que conservaría para Nadia. Todas las demás, pensó sonriendo, especialmente las que se encontraban en Inglaterra y Escocia, pensaba darles otro destino y devolver con ello lo mucho que había recibido. Sostuvo nuevamente entre sus dedos la carta de Dumbledore y el documento que la acompañaba. Un año y cinco meses después, el Ministerio decidía exonerar a Harry de cualquier culpa. Bastardos, pensó con amargura. E intentó imaginar los malabares que habría llegado a hacer Dumbledore para conseguirlo. Sólo esperaba que Fudge se pudriera en Azkaban el resto de su vida. Un año y cinco meses... Por primera vez se atrevió a admitir que la posibilidad de que Harry no volviera estaba empezando a convertirse en más que una mera probabilidad.
