Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.
CAPITULO XXVII
Familia.
Cuando Draco despertó no estaba en los añorados brazos de Harry, sino Nadia en los suyos. Unos pequeños ojos grises le miraban con aire travieso.
–Has vuelto a serpentear hasta mi cama¿verdad bribonzuela? –dijo besando a su hija.
Nadia se limitó a mirarle con aire de haber sido atrapada en una travesura, ahora de rodillas sobre el colchón, dando pequeños saltitos.
–¿Dónde está papá, cariño? –preguntó.
–Aquí. –respondió señalándole divertida.
–Papá Harry. –aclaró Draco acariciando suavemente la mejilla de su hija.
–Yo no sé. –y después gritó risueña– ¡Coquillas!
Y se sentó de un salto sobre el estómago de su padre, dejando a Draco sin respiración durante unos segundos.
–Nadia, amor¿cuántas veces te he dicho que no hagas eso? –resopló.
Pero la pequeña ya se había lanzado entusiasmada a hacer "coquillas" a su padre, esperando que éste hiciera lo mismo y acabara, como siempre, comiéndose su barriguita a sonoros besos, cosa que le provocaba grandes carcajadas y la hacía chillar de gusto. Draco siguió el juego durante un rato, con su mente en otra parte, preguntándose dónde estaba su esposo y en que momento habría aparecido Nadia en su cama.
–Hora de bajar a desayunar. –dijo al fin.
–¡Más! –gritó Nadia, no muy dispuesta a abandonar el juego todavía.
–Nadia, hora de desayunar. –repitió su padre, esta vez más serio.
La niña le miró enfurruñada cuando su padre se levantó y la cogió en brazos para después salir de la habitación y bajar a la planta baja en dirección a la cocina. Harry estaba allí.
–Buenos días, dormilones. –saludó con una amplia sonrisa al verlos.
–Buenos días, amor. –Draco besó a su esposo en los labios– ¿No vas a darle un beso a papá? –preguntó después dirigiéndose a su hija, todavía en sus brazos.
Nadia se volvió de espaldas, agarrándose al cuello de Draco. Harry miró a su esposo, tratando de decirle con la mirada que no importaba y después depositó un beso en la rubia cabecita de su hija.
–He hecho café y tostadas –dijo cambiando de tema– Pero no sé que come la niña. –reconoció un poco perdido.
–Un gran tazón de leche con cereales¿verdad amor? –respondió Draco, dirigiéndose a uno de los armarios de la cocina.
–Muy bien. –dijo Harry tratando de pasar por alto la mirada hostil de Nadia cuando se dirigió a su hija– Mañana prepararé tu desayuno también.
–Tú no. –dijo ella todavía enfurruñada, sospechando que las prisas de su padre por acabar con la diversión habían sido por culpa de ese hombre.
Las siguientes semanas no fueron mucho mejores. Durante aquellos días, un montón de personas habían pasado por su casa. Y para su disgusto, no había habido ni una sola de esas personas que no se hubiera mostrado contenta de ver y abrazar al que todos se empeñaban en decirle que era su otro padre. Lo peor había sido cuando una semana después de su llegada, habían ido los tres al restaurante y Louanne se había pasado casi una hora llorando en brazos de Harry, dándole besos y acariciando su calvorota oscurecida ya por el naciente pelo, sin parar de decir que parecía que hubiera vuelto de la mili. Y casi ni le había hecho ningún caso a ella. Nadia estaba muy ofendida porque Louanne también era SUYA y Harry había acaparado todo su interés. Draco había dejado el restaurante en manos de Noah hasta nuevo aviso. En esos momentos su familia necesitaba de toda su atención. Tenía mucho que recuperar con Harry. Y una rubita testaruda empeñada en ponerle las cosas difíciles. Nadia le reclamaba continuamente y no podía acercarse a su esposo sin que a la niña en ese preciso momento le entraran ganas de hacer pis (justo el pasado verano le había quitado el pañal), tuviera hambre, llorara porque acabara de hacerse, según ella, mucha pupa ó sencillamente se instalara en su regazo en cuanto percibía un acercamiento entre los dos. La cama del matrimonio se había convertido en una cama para tres. No había noche en que Nadia no apareciera. Harry sencillamente se retiraba y dejaba paso a la niña para que se acomodara junto a Draco. Al cabo de unos minutos, el rubio le oía levantarse y entrar en el baño para ducharse. Después se vestía y salía de la habitación en silencio, procurando no despertar a su familia. Draco se había dado cuenta que desde su vuelta, Harry dormía muy pocas horas, dos o tres a lo sumo. Le preocupaba que fuera por culpa de su hija. Pero Harry le tranquilizó diciéndole que había sido así desde que se había ido. No había vuelto a dormir una noche entera. Se dormía muy tarde y se despertaba muy temprano. Parecía que su cuerpo no necesitaba más. Pero aquella confesión no hizo más que dejarle más preocupado, preguntándose si tendría que consultar, tal vez con Neville, si aquello era normal. También cayó en la cuenta de que no había visto a Harry hacer ningún tipo de magia durante todo aquel tiempo. Lo único que sostenía su ánimo, era que su esposo estaba afrontando toda la situación con mucha calma y hacía un gran despliegue de paciencia cada vez que Nadia le rechazaba con el ya fastidioso "tú no". Por otro lado, estaba el hecho de que Draco deseaba a Harry con toda su alma. Pero no había habido ningún tipo de intimidad entre ellos desde que su esposo había vuelto. En ese sentido, su pequeña hija ere un gran escollo que salvar, empeñada en dormir con él cada noche. Al principio, Draco había tratado de devolverla a su cama cuando la pequeña se quedaba dormida. Pero a los pocos minutos aparecía otra vez, esta vez llorando desconsoladamente y ninguno de los dos se había sentido con ánimos de devolverla a su habitación en los días siguientes. Remus y Severus se habían ofrecido a llevarse la niña unos días con ellos. Aunque fuera solo un fin de semana, aprovechando que no tenían clases. Incluso Molly les había hecho la misma sugerencia. Pero para desolación de Draco, Harry lo había rechazado amablemente, diciendo que aunque se llevaran a Nadia, cuando volviera el problema seguiría estando allí. Severus estuvo de acuerdo con la lógica de su exposición, dándole la razón a Harry, tal vez por primera vez en su vida. Sólo Remus y Molly entendieron la desesperación de Draco por estar a solas con su esposo, pero no dijeron nada, limitándose a sonreír al rubio con comprensión. Draco no acababa de entender aquellas negativas de Harry. Rehusaba un simple hechizo que hubiera ayudado a hacer crecer su pelo; rechazaba la oportunidad que les ofrecían de estar solos durante un par de días y recuperar su intimidad. Se preguntaba qué pasaba con su esposo.
Estaban casi a finales de Noviembre, y el cumpleaños de Nadia se acercaba. Como cada año desde su nacimiento, Draco empezó a organizar la fiesta de cumpleaños de la pequeña, a la que asistirían familia y amigos. Unos dias antes dejaron a Nadia con Louanne y se acercaron hasta el Boulevard Ensorcelé para adquirir algunos regalos. Harry se empeñó en comprarle a Nadia una pequeña escoba, que de hecho no se elevaba ni medio metro del suelo, pero que a Draco ya le parecía demasiado.
–Nadia es todavía muy pequeña, Harry. –intentó hacerle desistir.
–¿No tenías tú una escoba a su edad? –preguntó su esposo, conociendo ya la respuesta.
–Bueno... si. –no tuvo más remedio que reconocer Draco.
–Y cuando te cargabas los elfos de tu mansión con ese patinete que te regaló tu tía, no eras mucho mayor que ella...
–Vale, vale. –admitió por fin Draco– ¡Pero ni se te ocurra comprarle un patinete!
Harry sonrió con ironía.
–Ese será un regalo perfecto para Navidad, cariño. –Draco arqueó una ceja amenazadoramente– Al fin y al cabo nosotros no tenemos elfos que corran peligro de extinción¿verdad?
Aquel 24 de noviembre por la mañana Nadia se levantó tan emocionada que ni siquiera la presencia de Harry parecía molestarla. Era consciente de que ese día era su cumpleaños y que coincidiera en domingo había oído decir a su papá que era perfecto para todos. Desayunó con tantas prisas, esperando ya impaciente la llegada de sus invitados, que ni se dio cuenta de que las dos últimas cucharadas de leche con cereales se las había dado Harry. Después subió con Draco a su habitación para que la bañara y después la vistiera con el vestido nuevo que le habían regalado aquella mañana. Estaba tan emocionada que cuando bajaron y Draco le dijo que fuera a enseñárselo a su otro padre, Nadia salió corriendo al jardín en su busca.
–¿Toi guapa? –preguntó con sus pequeños ojos grises brillando nerviosos.
Harry estaba colgando farolillos en el jardín y volvió el rostro sorprendido de que la pregunta fuera dirigida a él. Sonrió ante la coqueta pose de su hija que alisaba invisibles arrugas de la falda de su vestido con el mismo gesto que solía hacerlo alguien que él conocía muy bien.
–Estas preciosa, cariño. –le dijo.
Nadia salió corriendo otra vez en dirección al interior de la casa.
–Toi peciosa. –informó a su otro padre, que ya trasteaba en la cocina.
–Por supuesto, mi vida. Eres una niña preciosa. Y por eso, –dijo inclinándose sobre la rubia cabecita para depositar en ella un beso– quiero que hoy te portes muy, pero que muy bien con papá Harry.
La niña frunció el ceño. Draco se puso en cuclillas frente a ella.
–Sabes que yo te quiero mucho¿verdad? –Nadia asintió. Sabía que su papá la adoraba, y como mandaba el código no escrito de los niños, era una experta en aprovecharse de ello– Pues papá Harry te quiere tanto como yo. Tanto que ha puesto un encantamiento en el jardín para que no haga frío y lo está arreglando para que quede muy bonito para tu fiesta. Ha hecho magia única y exclusivamente para ti¿lo entiendes, hija? Y también te ha comprado un precioso regalo. Así que hoy, no le vas a poner triste con eso del "tú no"¿de acuerdo?
Nadia asintió poniendo carita de ángel. Draco suspiró. Al menos lo había intentado. Aunque sus amigos ya sabían que estaban teniendo problemas con Nadia, no quería que Harry se viera avergonzado por el rechazo de su hija delante de todos. No hoy. Deseaba un día tranquilo y feliz para todos. Especialmente para las dos personas que más quería en el mundo. Así que templó sus nervios y siguió con su trabajo. Hacia el mediodía empezaron a llegar sus invitados, todos cargados con paquetes envueltos en papel de brillantes colores y grandes lazos. Nadia daba saltitos entusiasmada, profiriendo chillidos de excitación cada vez que sonaba el timbre, para salir corriendo hacia la puerta para ver quien era. Draco hacía tiempo que había decidido que viviendo en un barrio muggle era lo más adecuado. A parte de que las posibilidades de aparecerse en su hogar estaban restringidas a él mismo, Severus y Remus. Y a hora su esposo, por supuesto.
–¡Tío Harry! –gritó alguien.
Harry se dio la vuelta sorprendido, para ver a una niña rubia con el uniforme de Hogwarts corriendo hacia él como una tromba para lanzarse a sus brazos.
–¿Es que ya no me conoces? –preguntó la niña riendo.
–¿Jackie? –exclamó incrédulo, separándola de él para poder verla mejor– ¡Merlín¿Ya estás en Hogwarts?
–Ingresé este año. –respondió ella orgullosa– Soy una Gryffindor, como tú. –dijo dando una vuelta sobre si misma para que pudiera ver bien el uniforme.
–Creo que me siento viejo de pronto. –dijo Harry estrechando la mano de Bill y besando a Fleur.
–Imagina como me siento yo. –dijo Bill con una mueca– Por cierto, creo que no conoces a la benjamina.
Otra pequeña rubia, de no más de dos años asomó la cabeza por detrás de las piernas de su madre.
–¡Vaya¿Y tú quien eres? –Harry se agachó hasta quedar a la altura de la pequeña.
–Saluda a tío Harry, Beth. –pidió Fleur a su hija.
La niña dio dos pasitos hacía Harry y depositó un beso en su mejilla. Él la izó, tomándola en brazos.
–Tienes una hermanita encantadora. –dijo dirigiéndose a Jackie.
–¡Bah! A ratos. –contestó ésta– Oye, no sabía yo que fueras tan famoso. –dijo yendo al tema que le interesaba– Nunca me dijiste que salías en los libros de historia.
–¿De veras? –dijo él con fingida sorpresa.
–No veas lo que fardo cuando les digo que eres mi tío. Bueno, ya me entiendes. Como si lo fueras. –Jackie le miró con admiración– ¡Menos mal que el Profesor Lupin accedió a dejarme salir para venir¡Mañana se van a morir de la envidia cuando lo cuente!
Harry soltó una carcajada y se dirigió con las dos niñas hacia una de las mesas con refrescos. Dos ojitos grises no se habían perdido detalle de aquella escena y por su expresión, no se sentían muy complacidos. Aunque no entendía porque su prima Jackie se sentía tan contenta de ver a su otro padre, lo que no le había gustado nada, era que éste sostuviera a su hermana Beth en brazos. Sin embargo, el sonido del timbre distrajo otra vez su atención y salió corriendo en dirección a la puerta de entrada. La llegada de Ron y Hermione con los gemelos alegró a Nadia con la perspectiva de divertirse con sus dos primos.
–¿Cómo va todo? –preguntó Hermione entrando directamente en la cocina para saludar a Draco.
–Bueno, estamos en ello. –respondió el rubio con un suspiro– Sólo espero que hoy Nadia no monte ninguna escena. Hola preciosa –dijo besando a Pennie que estaba en brazos de su madre.
–Hoy todo irá bien, ya lo verás. –le animó Molly que junto con Louanne le estaban ayudando a preparar las últimas bandejas.
–Merlín la oiga, Molly. ¿Y mi ahijado? –preguntó dirigiéndose a Hermione.
Salió corriendo con Nadia justo entrar.
–No les pierdas de vista. –dijo él alzando una ceja.
Hermione le dio un cariñoso beso.
–No te preocupes. –y añadió con una sonrisa maliciosa– Voy a saludar al pelón.
Hermione salió al jardín, donde ya había una gran animación. Nadia y Arthur corrían persiguiéndose el uno al otro, animados por Remus, y no tardaron en llevarse por delante a Beth, que intentaba seguirles sin conseguirlo y que acabó consolándose con Frank, un niño de aspecto tranquilo y bonachón como su padre, Neville y de mirada soñadora como su madre, Luna. Severus contemplaba la escena con cara de pocos amigos, temiendo ya el momento en que toda aquella pequeña marabunta aterrizara en Hogwarts. Jackie seguía pegada a Harry, contándole sus grandes experiencias por el momento en la escuela y él la escuchaba complacido, perdiéndose en sus propios recuerdos. Charlie y Marie estaban sentados en un rincón del jardín con el pequeño Alain, que estaba tomando su biberón. Fred y Angelina por su parte, lidiaban con sus escandalosos gemelos, Oliver y Orlando, que ya tenían a sus padres de papilla hasta la raíz del pelo. Su tío George parecía estar pasándoselo en grande con los apuros de su hermano y tanto él como su pareja, un danés llamado Ole que había conocido durante una convención de artículos de broma en Londres, no paraban de hacer muecas y piruetas a sus sobrinos, cosa que tenía bastante cabreada a su cuñada. Ole lucía ya una prominente barriga de seis meses y Angelina sonreía maliciosa, esperando pacientemente el momento en que a los dos se les acabarían las ganas de bromear. Percy y Penélope habían disculpado su ausencia. Percy Jr. tenía anginas. Pero la gran sorpresa para Harry fue Ginny. La única que todavía no había visto desde su regreso por motivos de trabajo. Y la sorpresa fue que llegó acompañada de Fallon, con el que entonces supo que vivía desde hacía dos años.
–Así que te has ligado al jefe¿eh? –dijo con una sonrisa pícara, aunque conociendo el serio carácter del jefe de aurores, no le extrañó que no le dijera nada cuando le vio en el Ministerio nada más llegar a Londres hacía unas semanas.
–Ya ves. Buscaba un ascenso y fui a lo práctico. –su pareja le dirigió una mirada reprobatoria– Es broma, amor. Es broma.
–¿Podemos hablar un segundo? –preguntó Fallon tomándole del brazo y llevándole a cierta distancia de la algarabía que reinaba a su alrededor.
Ginny le dio un beso en la mejilla y se retiró para saludar al resto de la familia. Harry supuso que la pelirroja ya sabía lo que su pareja iba a decirle.
–¿Qué sucede? –preguntó Harry preparándose para cualquier cosa.
–Creo que conoces a Pierre Bourgeot, mi homónimo francés. –dijo Fallon.
Harry suspiró con cansancio.
–¿El Ministerio francés está nervioso? –inquirió.
–Digamos que si un día de estos se le ocurriera hacerte una visita, quiero saberlo. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos vía chimenea. –reconoció– Y ya le he advertido que si se atreve a poner un pie en esta casa, el asunto dejará de ser oficial para convertirse en personal. –Fallon sonrió, casi como si deseara que el francés diera ese paso en falso– Tú solo avísame¿de acuerdo?
–De acuerdo. –asintió Harry– Gracias Edward.
El jefe de aurores se retiró con una sonrisa poco habitual en su serio rostro. Harry se quedó unos instantes ahí de pie, para después dirigirse con paso lento hacia donde estaban las mesas con el buffet que Draco había preparado, mirando a su alrededor con un sentimiento de plenitud. Su familia y amigos parecía que se habían propuesto repoblar el mundo. El jardín era una mezcla de chillidos infantiles y gritos adultos, ya algo histéricos intentando controlar niños fuera de todo control.
–¿Asustado?
La voz de Hermione distrajo su atención de todo aquel barullo.
–¿Dónde te habías metido? –preguntó él dándole un beso.
–En la cocina, con Draco.
Su amiga se sentó junto a él, mientras observaba como su marido intentaba quitarle a Artie de la mano una pequeña rama que había arrancado y había intentado meter en el ojo de Nadia. Pero ésta se había defendido dándole un tortazo. Ahora Artie lloraba inconsolable. Hermione suspiró.
–Y esto irá a peor...
–Crecerán y se calmarán. –la consoló Harry, no muy seguro a pesar de todo.
–No, me refiero a que el año que viene habrá uno más berreando. –dijo su amiga.
Harry la miró.
–¿Estas...?
Ella asintió con una sonrisa mientras Harry la abrazaba.
–A Ron le gustaría tener un equipo de Quidditch, pero ya le he advertido que como lo intente se la corto.
Harry soltó una carcajada. Pennie, sentada en el regazo de su madre, le tendió los bracitos y él la tomó para sentarla en sus propias rodillas.
–Dejemos a mamá descansar un rato. –dijo mientras su ahijada se repantigaba cómodamente en su regazo– Es una niña adorable.
Y no pudo evitar pensar que no había conseguido tener a Nadia en sus rodillas más de tres segundos.
–Si, –suspiró Hermione– gracias a Dios sólo hay un Arthur. –después acarició su barriga– Sólo espero que éste se parezca a ella.
–¿Y Nadia? –preguntó Draco depositando la última bandeja en la mesa tras ellos.
–Peleando con Artie. –suspiró Hermione.
Draco miró en la dirección en que ella señalaba para ver a su hija avanzar hacia ellos con paso decidido. Tras ella Artie, todavía llorando, de la mano de su padre. La pequeña se plantó delante de Harry con cara de pocos amigos, alzando su pequeña ceja en un gesto tan típico de Draco, que el moreno no pudo menos que pensar que debía estar incluido en los genes de la familia Malfoy para transmitirse de generación en generación.
–Papá mío. –dijo Nadia dando un empujón a una desprevenida Pennie para sorpresa de todos.
Harry tuvo que agarrar a la pequeña pelirroja para que no cayera de sus rodillas.
–¿Se puede saber que haces? –la riñó Draco, tan sorprendido como el que más por aquella inesperada actuación de su hija.
–¡Tú fuera! –repitió intentando empujar a Pennie nuevamente.
–Nadia¿qué clase de comportamiento es este? –le reprochó Draco muy serio– Si Pennie llega a caerse podrías haberle hecho mucho daño.
Hermione cogió en brazos a Pennie, quien había empezado a sollozar tras los empujones de su prima. Nadia aprovechó el momento para agarrarse a los pantalones de su padre e intentar subirse a sus rodillas sin mucho éxito. Harry y Draco se miraron. Harry al fin izó a su hija y la sentó en su regazo.
–¡Papá mío! –repitió entonces ella con aire enfadado en dirección a su prima, que todavía sollozaba– ¡Tú tenes tuyo!
–Muy bien jovencita... –empezó a decir Draco enojado por aquel comportamiento.
Pero Hermione, levantándose le tomó del brazo y susurró a su oído.
–No la riñas ahora. ¿No ves que está reclamando a su padre?
Y se alejó junto a su marido y a sus hijos, dejando a Draco contemplando a su hija, medio enfadado, medio sorprendido. Nadia tenía los brazos cruzados en un gesto enfurruñado, los labios apretados, convertidos apenas en una pequeña línea en su rostro. Sus ojitos grises destellaban todavía furiosos.
–No hay que decir a quien se parece. –dijo su esposo con una sonrisa.
–Harry, esto no es gracioso. –recriminó él.
–Porque no vas a ver si Pennie sigue bien. –sugirió Harry– Creo que Nadia y yo vamos a tener una pequeña conversación ahora.
Draco asintió y se alejó, todavía no muy seguro. Nadia jamás se había comportado como esa tarde. Cuando padre e hija se quedaron solos, Harry alzó a su hija para voltearla y sentarla cara a él.
–Bien jovencita, menudo carácter. –la niña le miró expectante, sin saber que esperar– Lo que has hecho no está bien. Lo sabes ¿verdad?
Ella asintió. Volvió el rostro para ver como papa Draco se alejaba y darse cuenta de que por primera estaba a solas con su otro padre. Ahora ya no sabía si era exactamente eso lo que quería. La voz de su progenitor la hizo volver la carita hacia él otra vez.
–Porque tú muchas veces te has subido al regazo de tío Ron o de tía Hermione¿verdad? –la niña asintió– ¿Te gustaría que Pennie o Artie viniera y te empujaran para tirarte al suelo? –Nadia negó con la cabeza– Entonces tú tampoco debes hacerlo.
El labio de Nadia empezó a temblar y sus ojitos a llenarse de pequeñas lágrimas que todavía no caían. Harry empezó a asustarse. No estaba preparado para manejar lágrimas. Lo único que le faltaba para estrellar más aquella inexistente relación padre/hija era hacerla llorar.
–Tu no teres a mi. –le acusó Nadia con un pequeño sollozo.
Gruesos lagrimones empezaron a caer por su rostro y Harry entró en pánico.
–¡Claro que te quiero, amor! –respondió con apuro.
–Tu teres Jackie, Beth y Pennie. No mi.
Harry observó a su hija con detenimiento. ¿Había estado vigilándole?
–Papá te quiere con todo su corazón, Nadia. –dijo abrazándola, sintiendo las pequeñas sacudidas del cuerpecito pegado contra él– ¿Me quieres tú a mí? –preguntó vacilante.
La niña dejo de llorar durante unos momentos, como si estuviera pensando su respuesta.
–No sé. –le llegó la apagada vocecita al cabo de unos interminables segundos junto un pequeño encogimiento de hombros.
–Bueno... –suspiró él sin saber realmente que decir.
Estaba estrujándose el cerebro para encontrar una salida airosa para no acabar de hundir todavía más su ya maltrecha autoestima como padre, cuando de pronto recordó algo.
–¿Sabes? Creo que voy a enseñarte una cosa que nunca he enseñado ni a Jackie, ni a Beth, ni a Pennie. Una cosa que yo quiero mucho y que solo enseñaría a una persona que también quiera mucho. Como tú. Así que tu serás la primera en verlo.
Nadia despegó el rostro de su pecho, con los ojitos brillantes de curiosidad.
–¿Qué es? –preguntó.
–¿Has visto alguna vez una escoba voladora? –la niña denegó con la cabeza– Entonces¿no has volado nunca en una? –preguntó con fingida sorpresa– Nadia volvió a negar con su cabecita, empezando a sospechar que eso de volar tenía que ser algo muy especial, porque en los ojos de su padre brillaba una contenida agitación– Entonces tenemos que ponerle remedio enseguida.
Harry se levantó con su hija en brazos, y ambos entraron en la casa bajo la atenta mirada de Draco. Y aunque se moría por seguirlos, no se movió.
Padre e hija llegaron a la habitación del matrimonio y Harry depositó a la pequeña en el suelo. Abrió uno de los armarios empotrados, donde hacía apenas una semana había descubierto que Draco había guardado su escoba cuidadosamente envuelta para que no se estropeara y la sacó. La desenvolvió y la mostró a su expectante hija.
–Esta es mi escoba –dijo– Una de las cosas que más quiero. Aunque no tanto como a ti y a papá Draco, por supuesto –se apresuró a añadir– ¿Quieres ver como vuela?
Nadia asintió, con los ojos muy abiertos, sin perderse detalle. Harry montó en la escoba, sintiendo una reencontrada emoción, dio una pequeña patada en el suelo y la escoba se elevó un poco, lo justo para que sus pies no lo tocaran. La niña dejó escapar una exclamación de entusiasmo.
–¿Quieres subir? –preguntó Harry tendiéndole la mano.
Nadia no se lo pensó dos veces y se agarró a la mano de su padre, que la izó con facilidad para sentarla delante de él.
–Tienes que agarrarte muy fuerte al mango. –le explicó mientras colocaba sus manitas, sin dejar de sujetar su cuerpo con uno de sus brazos– Así, muy bien. ¿Estás preparada para pasear?
La rubia cabeza se movió arriba y abajo con fuerza. Su padre sonrió. La escoba empezó a avanzar lentamente por la habitación. Harry podía sentir como Nadia contenía la respiración y sus manos se cerraban convulsas en el mango.
–Tranquila, no te vas a caer. Papá te tiene bien sujeta.
Por lo que no esperaba fueron las palabras que su hija pronunció a continuación.
–¡Más de pisa!
Harry soltó una carcajada e hizo que la escoba avanzara un poco más rápido. Después de varias vueltas alrededor de la habitación, esquivando muebles, descendieron.
¡Más! –gritó Nadia entusiasmada– ¡Papá tero más!
Y Harry pensó que después de haber oído a su hija llamarle papá por primera vez, Nadia podría pedirle lo que quisiera. En ese momento la subiría hasta la luna si se lo pidiera.
–Y ahora, tu segunda sorpresa. –le dijo.
Convocó el paquete que aguardaba junto a los demás en el salón, esperando ser abiertos después de soplar las velas del pastel.
–Este es un regalo de cumpleaños muy especial. –dijo a su hija, que miró el paquete nerviosa, apoyándose ahora en una piernecita ahora en la otra. Sus ganas de hacer pis podían esperar– Supongo que es lo que me hubiera gustado recibir a mí en alguno de mis cumpleaños... si hubiera sabido que era un mago. –terminó para sí mismo–Ábrelo, cariño.
Nadia no se lo hizo repetir dos veces y destrozó el papel con toda rapidez que sus manos le permitían. Una exclamación de alegría acompañó al descubrimiento de la pequeña escoba. Una reproducción exacta de la de su padre. Rápidamente pasó una piernecita al otro lado de la escoba y sujeto el mango con fuerza con las dos manos. Tras unos segundos, miró a su padre con decepción.
–No sube.
Harry pronunció el sencillo hechizo que activaría la escoba durante tres minutos y ésta se elevó lentamente, hasta dejar las piernas de Nadia colgando a pocos centímetros del suelo y después empezó a avanzar lentamente. Aunque la sujetó al principio, temiendo que pudiera caerse, su hija ni siquiera se tambaleó, más tiesa que el palo de su escoba, sus ojos brillando de entusiasmo y una amplia sonrisa de felicidad en su rostro.
–¡Más depisa¡Más depisa! –exigió a los pocos segundos Nadia, moviendo su cuerpo hacia delante y hacia atrás como queriendo impulsarse, sin perder el equilibrio en ningún momento.
–¡Dios, hija! No hay duda de que tienes futuro en esto. –exclamó Harry maravillado.
Pasados los tres minutos, la escoba descendió lentamente hasta depositar a la pequeña bruja en el suelo.
–¡Más, papá, más!
¡Cómo iba a negarse!
–¿Quieres volar con papá? –preguntó tan entusiasmado como su hija.
–¡Si¡Sí!
Nadia empezó a dar saltitos por la habitación mientras Harry volvía al armario y sacaba el contenido de una bolsa. Cogió la escoba de Nadia y con un anclaje la unió a la suya, de forma que las dos escobas quedaron firmemente sujetas la una a la otra, con la distancia justa para no entorpecer las piernas del adulto.
–No vas a hacer, lo que pienso que vas a hacer¿verdad?
Padre e hija se volvieron sobresaltados, con la sensación de haber sido pescados en plena fechoría. Draco estaba en la puerta, con los brazos cruzados, dirigiendo a su esposo una mirada seria.
–Oh, vamos Draco, vamos a volar muy bajito. –prometió Harry mientras colocaba un arnés a su excitada hija y ataba el extremo de la correa que salía de él a su cintura– Lo justo para que mis pies no toquen el suelo, lo juro.
–¿Cuándo compraste todo esto? –le preguntó Draco, entrecerrando los ojos en un gesto de desconfianza.
–Cuando tú no mirabas, amor. –contestó él con un guiño.
–¡Voy a volar! –seguía chillando Nadia entusiasmada, esta vez saltando sobre los pies de su otro padre.
–Es muy pequeña, Harry. –intentó convencerle Draco, sin hacer caso de los pisotones de su hija.
–Lo lleva en la sangre, créeme. –dijo Harry, mientras abría el balcón.
–Harry, no pensarás salir por ahí...
Pero los ojos verdes de su esposa tenían un brillo poco tranquilizador.
–Vete preparando el pastel –le dijo Harry con una sonrisa– y diles a los invitados que la homenajeada aterrizará en pocos minutos. Sube a tu escoba Nadia.
La pequeña obedeció al instante, agarró firmemente el mango y dirigió a su otro padre una mirada de emoción.
–Harry, no te atrevas a hacerlo... –le advirtió Draco– Harry, no... ¡HARRY!
Impotente, observó como padre e hija salían por el balcón del dormitorio. Con el alma en vilo contempló a su pequeña hija, en perfecto equilibrio sobre su escoba, y oyó su risa nerviosa, y sus excitados chillidos cuando Harry empezó a descender lentamente hacia el jardín. Tuvo que reconocer que Nadia SI, había heredado algo de su esposo. ¿Qué niños de tres años podía aguantarse tan firme sobre una escoba sin siquiera tambalearse, y sin asomo de miedo por la altura? De todas formas, eso no iba a evitar que estrangulara a Harry en cuanto pusiera un pie en el suelo. Salió de la habitación zumbando y bajó a toda velocidad las escaleras. Entró en la cocina, en busca del pastel, pero ya no estaba, así que supuso que Molly o Louanne ya lo habían sacado al jardín.
Cuando Ron vio a Draco avanzar con aquella expresión tan Malfoy en su rostro, aquella que había conocido durante siete años de apártate de mi camino comadreja y, además con un cuchillo en la mano, no tuvo duda de que alguien estaba en problemas.
–Supongo que es para el pastel. –dijo en cuanto el rubio llegó a su lado, refiriéndose al cuchillo.
–Por supuesto. –respondió fríamente Draco.
De pronto se sentía invadido por una rabia que no sabía explicar. Tal vez era la tensión acumulada durante tantos días. La frustración de no conseguir que su hija aceptara a Harry y batallar con la testarudez de Nadia a todas horas, sin lograr que llegaran a ser la familia que él tanto deseaba. Quizás fuera el hermetismo de su esposo, que sólo le había dado cuatro pinceladas sobre su vida durante los tres últimos años cuando él, contrariamente a su carácter más frío y reservado, se había quedado sin saliva después de hablar durante horas sobre todo lo que había pasado, especialmente de la pequeña. Había respetado el silencio de Harry en un principio. Pero ahora empezaba a estar harto. Cansado de que Harry no hiciera ningún gesto por acercarse a él de forma más íntima que no fuera un abrazo o un beso. Aunque reconocía que Nadia siempre se las arreglaba para acabar en medio de los dos. Y definitivamente no se había pasado casi cinco meses sin mover un músculo, parido a su hija, aprendido a cambiar pañales, preparar biberones, aguantar berreos a horas intempestivas de la noche cuando sus dientecitos apretaban, acostumbrado a comprar vestiditos y demás cosas inherentes a una niña bajo la condescendiente mirada de dependientas estúpidas, a hacer colitas y poner lazos, a estar pendiente de que su hija no cogiera cualquier cosa del suelo y se la tragara, a perseguirla con el orinal con toda la paciencia de la que fue capaz, que fue mucha, para que aprendiera a hacer sus cositas donde debía, a deslomarse los riñones sujetándola cuando empezó a dar sus primeros pasos, a enseñarla con mucha dedicación para que fuera respetuosa y educada y todo para que ¡AHORA ESA NIÑA ACABARA CAYÉNDOSE DE UNA ESCOBA A MERLÍN SABER CUANTOS METROS DE ALTURA, PORQUE A SU OTRO PADRE DEBÍA HABERSELE ESCURRIDO EL CEREBRO EN UNA DE SUS SESIONES MATINALES DE RELAJACIÓN! Draco respiró hondo dirigió una soslayada mirada a su alrededor. No estaba muy seguro de no haber dicho la última parte en voz alta.
–¿Qué cuello piensas rebanar? –oyó que le preguntaba Hermione con tranquilidad.
–El de ese Potter –respondió él entre dientes.
–¡Merlín bendito! –exclamó Remus a los pocos segundos.
Severus se limitó a poner los ojos en blanco y a murmurar algo sobre la ausencia de cerebro de Gryffindor en general, ganándose con ello una mirada poco amigable de los que estaban a su alrededor, incluido Remus. Sin embargo, la llegada de padre e hija fue sonoramente aplaudida por el resto de los invitados. Especialmente por los más pequeños. Finalmente, Draco decidió dejar el cuchillo en manos de Louanne, ya que él, más que cortar porciones, las estaba destrozando con bastante empeño.
Horas después, cuando Harry entró en la cocina, después de haber bañado y acostado a Nadia por primera vez en su vida, era el hombre más feliz del mundo. Se sentía orgulloso de si mismo, porque después de todo se las había apañado bastante bien. Aunque tras haber pasado por su propia habitación a cambiarse de ropa no estaba muy seguro de poder decir que Nadia era la única que había tomado un baño. Draco agitaba furiosamente su varita, mientras colocaba los últimos platos en el escurridor.
–Dijiste que justo para que tus pies no tocaran el suelo. –le increpó en tono amenazador tan pronto le oyó entrar– Creo que nuestro balcón no está precisamente a esa distancia.
–Tienes razón, amor. –respondió Harry alegremente, sin parar cuenta de que los platos entrechocaban con demasiada brusquedad– Mis pies justo no lo tocaban.
En ese momento, Draco se volvió hacia él y Harry bajó bruscamente de su nube para comprender que la mirada de su esposo no auguraba nada bueno.
–Tal vez a ti te parezca gracioso, pero yo no me estoy riendo. –prosiguió el rubio sin asomo de ironía en su voz– Podía haberse caído.
–Estaba bien sujeta, Draco. –le aseguró él, tratando de quitar hierro al tema.
–No tenías derecho a exponerla de esa forma. –le reprochó, sin embargo, su esposo.
–También es mi hija. –intentó defenderse él– Y te aseguro que yo no…
–¿Ah si? –le interrumpió Draco perdiendo por fin el control que había estado tratando de mantener–Y donde estabas¿eh¿dónde estabas cuando nació¿dónde estabas cuando enfermó y me pasé dos días muerto de angustia¿Dónde cuando sus dientes la hacían llorar toda la noche y me las pasé con ella en brazos arriba y abajo de la habitación sin dormir?
Harry extendió su mano con intención de tranquilizarle, empezando a preocuparse, pero Draco la apartó de un fuerte manotazo.
–¿Por qué te fuiste sin mí, maldita sea¿Por qué? –gritó ya fuera de si– ¿Sabes lo que ha sido todo este tiempo sin saber de ti, ignorando si estabas vivo o muerto¿Intentando convencerme de que no harías una estupidez? –los ojos de Draco destellaban furia y dolor– ¿Hablarle cada a día a Nadia de un padre del que no tenía ni idea si podría conocer algún día?
Draco sabía que le estaba haciendo daño, podía verlo en sus ojos, pero no podía detenerse. Después de dos meses, ver a su hija salir por ese balcón a pesar de su opinión en contra había actuado de detonante para hacer explotar la frágil estabilidad en la que se movía su vida desde que Harry había regresado. En realidad, en la que se había movido desde que él se había ido. En ese preciso momento no le importaba herirle Necesitaba desahogarse, sacar su propio dolor y su propia rabia.
–Y ahora que estas aquí me rehuyes... –le acusó.
–Yo no te rehuyo, Draco. –dijo Harry apenas sin voz.
–¿Ah no¡Pues dime que te pasa entonces! –volvió a reprocharle alzando nuevamente la voz– Severus y Remus se ofrecen a quedarse a la niña un fin de semana para que podamos tener un poco de intimidad, incluso Molly lo hizo¡pero el señor declina el ofrecimiento sin contar con nadie más!
Harry miró a su esposo con expresión consternada, castigado por el dolor que encerraba cada una de esas palabras.
–Después de dos meses lo único que sé de ti es que has estado en un monasterio en china y que te has rapado el pelo como un maldito monje. –dijo con sarcasmo– Y que por culpa de eso a tu hija le cuesta reconocerte. Pero te niegas a hacer un sencillo hechizo para hacerlo crecer.
Draco hizo un gesto de exasperación con las manos y miró a su esposo con incomprensión.
–Dime Harry¿hubieras vuelto si Severus no va a por ti? –preguntó de repente, en un tono tan helado que a Harry se le heló también el alma.
Sintió sus ojos como dos aceros clavándose en su corazón. Más cuando se dio cuenta de que no tenía una respuesta a esa pregunta.
–No, no me respondas. –le dijo Draco con amargor– Creo que no quiero saberlo.
Y dando un sonoro portazo salió de la cocina. Harry se quedó de pie junto a la mesa, mirando fijamente la puerta por la que su esposo había desaparecido sin saber todavía muy bien qué era lo que había pasado. Durante unas horas había logrado alcanzar el último reducto de felicidad que se le escapaba y de pronto todo se desmoronaba bajo una explosión de reproches. Se sentó y apoyando los codos en la mesa escondió el rostro entre las manos, sintiéndose miserable.
Al día siguiente Draco despertó muy temprano, con un intenso sentimiento de culpabilidad. La noche anterior no había parado de dar vueltas en la cama, esperando a que Harry subiera a la habitación para poder disculparse por su intempestivo estallido y tratar de explicarle como se sentía. Aunque estaba seguro de que Harry ya lo había captado. Pero su esposo no había aparecido. Cuando salía de la ducha encontró la carita soñolienta de Nadia mirándole desde la puerta de la habitación. La tomó en brazos y la llevó a su habitación para volver a acostarla, esperando que la niña durmiera un par de horas más. Quería tiempo para poder mantener una conversación algo más tranquila con Harry. Después bajó a la cocina. Harry no estaba allí, pero el café estaba hecho de no hacía mucho. Se sirvió una taza y le buscó en el salón y en el estudio después. Finalmente tuvo que admitir, que a pesar del frío, Harry estaría en el jardín
Efectivamente. Harry estaba sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, muy quieto. Avanzó sobre la húmeda hierba, pensando que tal vez debiera pedirle que le enseñara también a él a relajarse de esa forma. El aire de noviembre era helado a las seis de la mañana y Draco se arrebujó en su jersey y envolvió con un pequeño escalofrío sus manos en la taza de café caliente.
–Lo siento. –se disculpó sentándose a su lado.
Harry no hizo ningún movimiento, pero abrió los ojos.
–Yo nunca haría nada que pudiera dañar a Nadia, Draco. –dijo al cabo de unos segundos con la vista fija en el horizonte.
–Lo sé. –murmuró Draco.
–Ella fue precisamente el motivo de que no te llevara conmigo. Jamás hubiera hecho nada que pudiera poner en peligro tu embarazo. –guardó un pequeño silencio– Ni yo mismo sabía que iba a hacer con mi vida a partir de ese momento. Estaba asustado. –confesó– Aterrorizado de haberme convertido en lo que más odiaba. No quería que mi futuro hijo se avergonzara de mí. Ni que tú tuvieras más problemas cuando todo estaba a punto de solucionarse para ti. Después de tantos años merecías que se supiera la verdad.
Harry no le miraba y Draco rogó silenciosamente para que lo hiciera. Tan solo una mirada, solo una.
–Hablaré de esto por primera y última vez, Draco. –dijo siguiendo con el tono impersonal que había adoptado desde el principio– Porque quiero enterrarlo y olvidarlo y dejar de sentirme eternamente culpable por todas las cosas que han sucedido en mi vida.
Draco recordó entonces que Harry jamás le había explicado cómo había matado a Voldemort ni nada referente a lo sucedido durante aquella lucha.
–Te lo hubiera contado en un momento u otro. –aseguró Harry– Sólo esperaba encontrar el ánimo necesario y el momento para hacerlo, pero supongo que este es tan bueno como otro cualquiera.
–No lo hagas si crees que todavía no puedes. –le dijo él sintiéndose culpable.
Pero Harry siguió adelante, como si no le hubiera oído, fijo en su determinación.
–Lo sentía dentro de mí¿sabes? –prosiguió, en un tono tan bajo e íntimo que Draco tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para oírle– Quemándome, abriéndose paso donde hasta entonces probablemente había estado todo lo bueno que podía haber en mí. Un fuego que abrasaba mi corazón y helaba mi alma.
Otro pequeño silencio antes de que Harry, aun sin mirarle, continuara.
–Tu mejor que nadie deberías haberlo comprendido, ya que tuviste oportunidad de comprobarlo aun y cuando el maldito libro estaba dentro de su caja. –y sus palabras sonaron para Draco a dolido reproche.
El sol apenas empezaba a asomar en el horizonte y parte del jardín comenzaba a colorearse bajo sus rayos. Harry cerró los ojos e inspiró profundamente.
–Les maté sin ningún remordimiento. Es más, disfruté de cada segundo, deleitándome en planear cómo acabaría con el siguiente. Fueron muñecos en mis manos, Draco. No tuvieron la menor oportunidad. Aunque me contentaba a mí mismo pensando que tampoco ellos habían dado jamás ninguna oportunidad a nadie. Así que concentré toda mi rabia y mi odio en hacer que sus últimos momentos fueran los peores de su vida. Y créeme que lo fueron.
Comparado con la tranquilidad y la facilidad con que Harry parecían encontrar las palabras, Draco estaba tenso y encogido sobre si mismo, aterido de frío y pena.
–Cuando leí la mente de Umbridge y supe que estabas vivo… –Harry negó con la cabeza, como queriendo apartar viejos fantasmas– Aquella pequeña vocecita que había estado clamando desde el rincón de mi mente donde yo la había apartado, surgió con más fuerza, gritándome furiosa lo que había hecho. Después, cuando te vi en el hospital, comprendí que ni tú ni el bebé sobreviviríais si intentaba llevaros conmigo. Además, me sentía todavía tan lleno de rencor y de rabia, que no estaba seguro de poder controlar ese mar de magia oscura que sentía correr por mis venas. –ahora hablaba con la voz tan tensa, que parecía ir a quebrarse en cualquier momento– Tenía miedo de que los aurores de Fallon o la propia Orden intentaran detenerme y acabara haciendo daño a alguien que fuera importante para mí. Así que decidí que lo mejor para todo el mundo era que yo me alejara de todos vosotros y desapareciera.
El café se había enfriado y la taza estaba tan helada como sus manos. Draco la dejó en la hierba y culeó para sentarse un poco más cerca de su esposo.
–Wang me dijo una vez que el bien el y el mal están en todos nosotros. –siguió hablando Harry, ajeno a ese movimiento– Que todos somos tan bondadosos o tan malvados como decidimos llegar a ser. Dejarse guiar por uno u otro lado solo depende de uno mismo. En nuestras manos están las armas o el poder en su caso, para utilizarlo según nuestros insititos. Sólo tenemos que elegir que deseamos hacer con él. Ya sabes, el famoso libre albedrío. –dejó escapar el aire con fuerza y una pequeña nube de vapor blanco salió de su boca– Me costó mucho tiempo comprenderlo y todavía más aceptarlo.
El sol iluminaba ya completamente el jardín y Harry entrecerró los ojos al recibirlo directamente sobre ellos.
–Me había propuesto no volver a hacer magia. –continuó– Impedir a toda costa que nada de Voldemort pudiera salir de mí, que pudiera volver a dañar a nadie... –Harry hizo un gesto de aflicción– ... rompí mi varita. Y la lancé al mar durante el viaje.
Draco no pudo evitar proferir entonces una exclamación de sorpresa ante aquella inesperada confesión. Ni siquiera se había dado cuenta de que no la tenía cuando Harry había realizado todos los encantamientos en el jardín para el cumpleaños de Nadia.
–En realidad, no me hace falta. –dijo– Ya había hecho magia sin varita, tú lo sabes. Pero ahora no la necesito. Simplemente.
Harry sintió los brazos de Draco rodearle y se dejó arrastrar hasta su pecho.
–He pasado mucho tiempo intentando dominar una fuerza que parecía indominable, Draco. Semanas y meses transcurrían tan lentamente que parecía que jamás lo conseguiría. Romper mi varita no sirvió de nada. –reconoció con cierta amargura– Aunque creo que en el Ministerio se alegraron de que ahora no tuviera ninguna. –añadió con sarcasmo.
–Imbéciles –murmuró Draco.
Tras otro breve silencio, Harry volvió a hablar.
–Ayer me preguntaste si hubiera vuelto si Severus no hubiera ido a buscarme...
Volvió el rostro y Draco pudo por fin enfrentar su mirada oscurecida por la incertidumbre.
–... no lo sé Draco. No puedo responderte.
–Ayer perdí los nervios –reconoció su esposo– Olvida todo lo que te dije. Por favor. –rogó abrazándole con fuerza.
Harry negó con la cabeza.
–No, debí recordar que tu también tenías tu parte de calvario en todo esto y que necesitabas respuestas. –admitió– Al fin y al cabo te dejé solo con todo lo que se te venía encima. Un hijo que no habías deseado y mi ausencia.
–Nadia es lo mejor que me ha pasado en la vida, Harry. –susurró él junto a su oído– Ni un solo instante me he arrepentido de haberla tenido.
Harry se acurrucó entre sus brazos, tratando de recuperar una seguridad que no había dejado de tambalearse desde que había regresado, a pesar de su compuesta imagen de tranquilidad. El rechazo de Nadia le había hecho sentir la mayor parte del tiempo como un intruso invadiendo una familia que no le necesitaba para seguir adelante. Como una pieza que no encajaba en el puzzle, porque no pertenecía a la misma caja.
–Te necesito. –susurró sintiendo la suave caricia de los labios de Draco sobre su sien– Trato de encontrar mi lugar, pero es más difícil de lo que creía. –confesó.
Draco le estrechó entre sus brazos con ternura.
–Amor, ya estás en tu lugar. –dijo– Con tu esposo y con tu hija.
–Suena bien... –Harry cerró los ojos, mientras sus labios sonreían.
Permanecieron largo rato abrazados, hasta que Draco sintió la flojedad del otro cuerpo y adivinó que Harry se estaba quedando dormido.
–Levanta, amor, –dijo zarandeándole levemente– o vamos a acabar pescando una pulmonía los dos.
Cuando Harry despertó horas más tarde, Nadia estaba sentada cómodamente sobre su estómago, contemplándole con una sonrisa traviesa. La pequeña escoba a su lado, sobre las sábanas revueltas.
–¿Tas depieto?
Harry parpadeó, intentando enfocar el peso que había subido hasta su pecho y la carita que se inclinaba con impaciencia sobre la suya.
–Casi he tenido que atarla para que no subiera a despertarte en toda la mañana –dijo la voz de Draco desde el fondo de la habitación– Pero ya es la hora de comer, dormilón.
Harry extendió la mano hacia la mesilla, buscando sus gafas y por fin pudo ver con claridad la radiante expresión de su hija cuando por fin estuvo segura de que realmente estaba despierto.
–Tero volar. –le informó inmediatamente cogiendo la escoba de encima de la cama– Papá no sabe.
Lo primero que había hecho Nadia aquella mañana había sido coger su escoba y subirse a ella, intentando que se elevara. Disgustada al ver que no se movía, había corrido en busca de ayuda a su padre. Pero Draco le había dicho que sólo papá Harry podía hacerla volar y que tendría que esperar a que despertara. A partir de ese momento Draco había procurado no perderla de vista, aunque la había pescado en tres ocasiones a media escalera, intentando llegar a la habitación de sus padres para despertar a su otro progenitor.
–Así que papá Draco no la puede hacer volar¿eh? –Harry entrecerró los ojos, dirigiendo a su esposo una mirada de complicidad.
Nadia negó rotundamente con la cabeza, esperando que su otro padre comprendiera que era imprescindible que se levantara de la cama para que ella pudiera montar en su escoba cuanto antes.
–Después de comer. –dijo Harry cogiendo hija y escoba en brazos para bajar a la cocina.
–¿Pometes? –preguntó ella ansiosa.
Palabra de mago.
Por la tarde, tras encantar el jardín contra miradas curiosas, padre e hija volaron. Y Harry casi se cayó de su escoba cuando vio a Nadia aparecer con la equipación completa de los Chudley Cannons.
El equipo se lo regaló cuando nació. –dijo Draco observando divertido el embobamiento de su esposo con su hija– Pero no se lo había puesto nunca. Aunque, si no recuerdo mal, tiene un hechizo para que pueda utilizarlo hasta que cumpla los seis años, creo.
Aquella fue la mejor semana que Harry podía recordar en mucho tiempo. Habían ido al zoo, paseado por París, subido a la Torre Eiffiel por supuesto, aunque Nadia se había quedado dormida a mitad de camino, tan abrigada dentro de su abrigo, gorro y bufanda, que apenas se le veía la carita. Y sus padres habían aprovechado la ocasión para besarse con la misma pasión que años atrás en aquel mismo lugar, cuando nada hacía sospechar que volverían cargando al tercer miembro de la familia. También habían visitado aquel parque temático que estaba cerca de París, Disneyland y Nadia había estado tan excitada durante todo el día, entre atracciones y muñecos vivientes que cuando regresaron a casa a última hora de la tarde estaba completamente agotada y dormida. Apenas lograron que se mantuviera despierta para cenar, así que decidieron acostarla y cenar ellos dos tranquilamente.
Horas más tarde, Harry entró en su habitación después de haber ido a echar un vistazo a su hija y comprobar que seguía plácidamente dormida. Draco estaba de pie en el balcón fumando un cigarrillo, dejándose abrazar por el frío nocturno. No había nubes que enturbiaran el manto estrellado que titilaba sobre su cabeza. La luna se asomaba clara e íntima tras los árboles del jardín, inundándolo de luces y sombras, desparramando un brillo tenue y mágico sobre la amplia balaustrada de piedra en la que Draco se apoyaba. Su pelo brillaba blanco, reflejando el sutil fulgor que le envolvía, mientras el humo que sus labios desprendían se engarabitaba en la leve y gélida brisa, confundiéndose con el vapor de su propio aliento. Harry se acercó con paso callado, deleitándose en la visión de la quieta figura que solo acompasaba su mano en el lento movimiento de llevar el cigarrillo hasta su boca. Se inclinó sobre él para envolverle con sus brazos y adivinar bajo el grueso jersey el cuerpo pálido y templado que había llenado sus noches largas de sueños despiertos, cuando su mente era incapaz de apagar la luz de su conciencia más que unas pocas horas. Un suspiro apenas insinuado escapó hacia el jardín pintado de claroscuro y silencio.
–Te vas a helar. –susurró.
El tono bajo y profundo en que esas palabras fueron pronunciadas recorrieron el cuerpo de Draco, hasta entonces relajado, de arriba abajo como una pequeña descarga. El cigarrillo fue desvanecido de sus dedos y él exhaló la última bocanada de humo, lanzando al aire el anhelo que había abrigado bajo su disfraz de muda paciencia durante todas aquellas semanas. Los labios en su mejilla quemaron como fuego sobre su helada piel, despertando en sus entrañas el ansia que había adormecido en espera de que Harry la reclamara. Irguió el cuerpo y tembló el alma, abandonándose a la sensación de la húmeda caricia que su esposo extendía sin prisa por su rostro. Buscó a tientas sus manos, con la imperiosa necesidad de tocarlas y que le tocaran., apretándolas contra su cuerpo para llenarlas de las silenciosas y ardientes promesas que también guardaba en las suyas, adormecidas en las espera de poder rozar otra vez el cuerpo contra el que el suyo ahora se apoyaba. Retuvo el aire al sentirlas recorrerle, aún sobre su ropa, sintiendo el ahogo de las prendas de las que, a pesar del frío, deseaba desprenderse cuanto antes. Se dio ágilmente la vuelta para buscar la boca de su esposo y sintió inmediatamente sus labios en la comisura de los suyos, acariciándolos suavemente, apenas sin presionar sobre ellos. Se sintió morir en la dulzura de aquel beso e inconscientemente buscó enredar sus dedos entre los rebeldes mechones que una vez más añoró. En su lugar, apoyó sus manos sobre la desnuda y delgada nuca, para hundirse todavía más en la cálida humedad que le devoraba con lentitud y a conciencia. Parecía que Harry quería ir despacio, pero Draco no estaba muy seguro de poder seguir manteniendo su autocontrol por mucho tiempo. Le empujó suavemente hacia la acogedora penumbra de la habitación para conducirle a besos hacia la cama. Oyó las puertas del balcón cerrarse, y la idea de que Harry había vuelto a hacer magia una vez más cruzó su mente enturbiada de deseo. Sus pasos fueron bruscamente detenidos cuando las piernas de Harry chocaron contra la cama, se tambaleó y cayó sentado sobre el colchón. Draco se sentó a horcajadas sobre su regazo para arrebatarle jersey y camisa, de la que pocos botones escaparon indemnes a la impaciencia de sus manos. Sus propias prendas volaron de su cuerpo por la misma ansiedad de otras manos y ambos se enroscaron sobre el lecho con hambre de piel y sed de labios. Ondularon envueltos en aquella tenuidad perfecta, alumbrados tan solo por el despertar de sus sentidos, amaneciendo sensaciones adormecidas, rememorando expresiones y gestos difuminados en la memoria. Bocas rendidas jadeando palabras inacabadas, acalladas por férvidos besos que hablaban de sentimientos guardados durante largo tiempo. Cada nuevo roce explotaba emociones y derramaba pasión, desbordando corazones embravecidos de ansia y deseo. Temblaron la excitación de la humedad tibia ensalivando la piel y esculpieron sus cuerpos a dentelladas, reconociendo olores y estremecimientos. Revolcaron sus ganas extendiendo ternura, desperdigando caricias ávidas por dar y recibir placer. Y mientras las caderas danzaban ardiendo su carne dura y caliente, turgente contra sus vientres, se derramaron uno sobre el otro, obsequiándose con el estallido mutuo que culminaba su reencuentro. El primero de esa noche.
Draco bajó las escaleras despacio, incómodamente consciente de las molestas punzadas que cada paso repercutía en cierta parte de su cuerpo. Un apagado murmullo de voces le llegó desde la cocina al atravesar el salón. En un principio se había sobresaltado al encontrar la cama de Nadia vacía, para recordar seguidamente que Severus y Remus iban a pasar ese fin de semana con ellos. Tal como había supuesto después, los tres estaban en la cocina desayunando. Nadia bajó de su silla rápidamente para correr hacia su padre. Draco se inclinó hacia ella para cogerla en brazos y dejó escapar un pequeño gruñido.
–¿Una noche salvaje? –preguntó Severus sin apartar la vista del periódico muggle que estaba leyendo con curiosidad.
Remus le alcanzó a Draco una taza de café mientras dirigía a su pareja una mirada de advertencia.
–¿Harry baja ahora? –preguntó disponiendo otra taza.
–Sigue durmiendo. –respondió Draco ignorando a su padrino– Y no pienso despertarle. No le había visto dormir una noche entera desde que regresó.
Remus miró a Severus con gesto ceñudo antes de que éste hiciera el comentario que ya tenía en la punta de la lengua. Nadia saltó sobre las rodillas de su padre y Draco la izó inmediatamente para colocarla en su silla.
–Tu padre no está para bromas esta mañana, Nadia. –no pudo reprimirse esta vez Severus en tono burlón.
Al menos él podía andar, pensó Draco con ironía, cosa que no estaba muy seguro que consiguiera el "bello durmiente" de arriba después del repaso que le había dado. Tal vez debieran haberse moderado un poco más, teniendo en cuenta que ambos llevaban el cartel de "fuera de uso" colgado en sus traseros desde hacía tiempo. Nadia estaba intentando subirse a sus rodillas otra vez, haciendo pucheros para llamar su atención. Draco suspiró y dejó que su hija se instalara en su regazo, procurando mantenerla al filo de sus rodillas. Media hora más tarde, su otro padre aparecía en la cocina todavía con cara de sueño.
–¡Ah, Harry! –entonó Severus con aire risueño– Precisamente ahora hablábamos de un paseo en escoba¿qué te parece?
Nadia chilló entusiasmada, Harry puso gesto de dolor tan solo de imaginarlo, Remus resopló con aire amenazador y Draco dirigió a su padrino una mirada asesina. Severus miró a todos con una poco habitual y amplia sonrisa en sus labios, casi dejando traslucir lo que sentía por todas y cada una de las personas que se encontraban allí en ese momento. Su familia. Volvió a su periódico, pensando que aquel iba a ser un fin de semana bastante divertido.
Se acercaba Navidad y el primer aniversario de su enlace que iban a poder celebrar juntos. El 23 de Diciembre se cumplirían cuatro años y no habían tenido oportunidad de celebrar siquiera el primero. Así que Draco lo tenía ya todo planeado. Una parte de dicho plan contaba con la complicidad de Severus, que le había mirado de arriba a bajo después de pedirle lo que necesitaba. ¿Estás seguro?, le había preguntado y Draco se había limitado a asentir con una sonrisa. Tu sabrás lo que haces, le había dicho su padrino con un encogimiento de hombros. Y dos días después le había entregado lo que le había solicitado. Iban a pasar las fiestas navideñas en casa de los patriarcas Weasley. Pero no en La Madriguera, sino en la mansión que Draco les había regalado después de recibir de vuelta la mayoría de sus propiedades, elfos domésticos incluidos. A excepción de las tres que se había quedado, herencia de su madre, y Malfoy Manor, había repartido el resto de propiedades entre los miembros de la familia Weasley, Neville y Matt. Había habido protestas al principio. Pero cada uno había recibido las escrituras de la propiedad ya a su nombre, así que Draco les dijo que si no las querían, que las vendieran, alquilaran o hicieran lo que les diera la gana con ellas. Ya no eran suyas y no pensaba admitir discrepancias sobre ese punto. Pasado el día de Navidad, Nadia se quedaría con Ron y Hermione y ellos dos desaparecerían durante tres maravillosas semanas (bueno, tal vez dos si añoraban mucho a su hija) con destino desconocido, incluso para Harry, que todavía ignoraba que ese iba a ser su regalo de Navidad y de aniversario.
Así que el veintiséis de diciembre Harry se encontró con la maleta hecha y subiendo a un avión con rumbo a Los Cabos, México. Draco había elegido un hotel con aspecto de hacienda mejicana, con un ambiente íntimo que exhortaba al romance. Estaba ubicado frente al mar y desde su habitación se ofrecía una vista inigualable de arena inmaculadamente blanca y mar color turquesa. Alquilaron un coche y dedicaron algunos días a recorrer la zona, desde San José, un pueblo tradicional y tranquilo con construcciones de adobe, su plaza y su iglesia, edificada en el lugar original donde se había ubicado la primitiva misión, hasta San Lucas, con más actividad tanto de día como de noche. Otros, tomaron el sol en sus espectaculares playas hasta que Draco acabó rojo como una gamba y acogió con entusiasmo la idea de aprender a bucear bajo las azules y cristalinas aguas, para librar su ya castigada y habitualmente pálida piel de una más que probable quemadura solar, a pesar de embadurnarse cada día con protección factor 60. Tampoco faltó una tournée gastronómica por los restaurantes y bares de la zona, en los que Draco desató su vena profesional y Harry tuvo que sujetar sus ganas de entrar a hablar con el cocinero del establecimiento de turno para satisfacer su curiosidad sobre los platos locales. También se atrevieron a alquilar una panga, una lancha muy fácil de manejar, con la que Harry descubrió que no se le daba nada mal la conducción de este tipo de vehículos y que ponerla a toda velocidad le excitaba hasta tal punto que Draco decidió que habría panga hasta el fin de sus vacaciones. Por nada del mundo pensaba reprimirle a su esposo las desaforadas ganas de hacerle el amor que le entraban cuando una vez ya mar adentro, paraba el motor y le dirigía esa mirada depredadora que le endurecía en pocos segundos. Y aunque ese se convirtió en el lugar favorito donde desatar su pasión, no fue el único. Como si en vez de treinta tuvieran veinte años, desahogaban su reencontrada lujuria donde les pillaba: en la cama, en el jacuzzi, en la playa o en los servicios del bar estilo mexicano del hotel después de unos cuantos tequilas. La causa lo merecía. Harry se había quedado algo sorprendido al principio, cuando durante la cena del segundo día, Draco le había soltado lo que había estado dando rondando por su cabeza desde hacía días.
–No querré saber lo que subirá la factura del móvil cuando regresemos. –había soltado Harry con sorna cuando Draco colgó el aparatito después de que ambos hubieran babeado con su hija durante un buen rato.
Draco se le había quedado mirando con una ligera sonrisa en los labios.
–No disimules, Potter. La echas de menos tanto como yo. –él había asentido con otra sonrisa– ¿Sabes? –había continuado Draco sin dejar de envolverle con una estudiada y calculada mirada plateada– Creo que lo que Nadia necesita es un hermano o una hermana. Tú y yo crecimos solos. No quiero que a nuestra hija le pase lo mismo.
A Harry se le había caído el tenedor de la mano y había mirado a su esposo con expresión aturdida. No le cabía duda de que Draco jamás se había arrepentido de haber tenido a su hija. Pero había asumido que repetir la experiencia no entraba dentro de sus planes de por vida.
–Verás, –había proseguido Draco, sin embargo– hubo un momento en que creí que tal vez no regresaras y que Nadia tendría que conformarse con un solo padre, que aunque era menos de lo que yo había disfrutado, también era más de lo que tú habías tenido. Y que al igual que ambos, jamás podría saber lo que era tener un hermano con quien pelearse o compincharse. Pero cuando regresaste, –buscó la mano de Harry, desmayada sobre la mesa– y por fin fuimos una familia, empecé a acariciar la idea de que si tú también lo deseabas, Nadia pudiera crecer sin sentirse tan sola, como tu y yo nos sentimos en algún momento.
–En muchos momentos… –había murmurado Harry sin apartar la mirada de su esposo– ¿Pero estás… estás seguro Draco? –preguntó después sintiendo que después de Nadia, ese sería sin lugar a dudas el segundo mejor regalo que podría recibir en la vida.
–Como que tengo la poción arriba en mi neceser, esperando a que tú te decidas. –le había contestado él en tono provocador, alzando la platinada ceja como tan solo un Malfoy podía hacerlo– Además, no fue tan malo… Mmmm… solo espero que Molly no haya tirado esa mecedora tan cómoda… –había acabado con un teatral suspiro.
–Y si la ha tirado, te compraré las mecedoras que hagan falta. –le había respondido su esposo con los ojos brillantes de ilusión.
Las tres semanas pasaron más deprisa de lo que hubieran deseado. Las maletas estaban abiertas sobre la cama y Draco, más meticuloso y ordenado que su esposo, estaba volviendo a poner con paciencia todo lo que Harry había metido de forma más bien apresurada en la suya.
–¿Cómo crees que van a quedar estos pantalones de lino? –refunfuñó– Y la camisa¡por Merlín Harry, es seda!
–¿No hay que lavarla de todas formas? –fue la desafortunada respuesta del moreno, que salía de la ducha para encontrarse con sus esfuerzos desparramados otra vez por encima de la cama.
Draco le dirigió una mirada poco halagüeña.
–Como vas a enseñar a tus hijos a ser ordenados si tu mismo eres un desastre. –le recriminó.
Harry esbozó una sonrisa angelical y se acercó a su esposo para quitarle la arrugada camisa de las manos.
–Pero tengo otras virtudes… Además, –dijo empezando a besar el todavía enrojecido cuello– ¿quién se dedica a arrancar los botones de mis camisas?
–Es que eres muy lento amor… –respondió él, dispuesto a no dejarse rendir tan fácilmente.
–Nunca me ha parecido que eso fuera un problema… –ronroneó Harry mientras seguía ensalivando su garganta y sus manos empezaban a masajear el trasero de su esposo con exagerada lentitud.
Su muslo derecho restregó con un estudiado movimiento la entrepierna de Draco, quien ahogó un gemido pero hizo poco menos que nada por tratar de detenerle.
–Esto no va a redimirte de tu poca gracia haciendo maletas… –le dijo en un último intento por seguir manteniendo su propósito de hacerse el enfadado– … Mmmm….
–¿Decías? –los verdes ojos tenían un brillo malicioso mientras empezaba a desabrochar la camisa de Draco sin dejar de rozar sutilmente su entrepierna.
–Que acabes… de una vez… con… los puñeteros… botones…
Un empujón algo brusco le hizo caer sobre la cama, dejándole algo desmadejado con las piernas colgando. Pero antes de que pudiera quejarse, su esposo estaba sobre él delineando con la lengua uno de sus pezones, atrapándolo con sus labios y tirando suavemente. Harry oyó la respiración más rápida que soplaba contra su cabeza y lamió lentamente atravesando el inhabitualmente sonrosado pecho hasta el otro pezón para dedicarle también unos cuantos mimos a lamidas y ligeros tirones. Draco retorcía la colcha entre sus manos, ya fuertemente excitado, mientras sentía la lengua descender lentamente por su estómago, hasta llegar al ombligo y las manos de su esposo desabrochando su pantalón para deslizarlo después por sus largas piernas. Harry sonrió ante la abultada protuberancia que modelaba la suave tela del slip y el movimiento de cadera que acompañó a la muda petición de que se lo bajara ya de una vez.
–¿Impaciente, mi amor?
Draco dejó escapar un resoplido de ansiedad mientras sin poder evitar dirigir a su esposo una mirada suplicante. Aunque se guardó muy bien de decir nada. No iba a darle el gusto. Harry hizo desaparecer por fin la última prenda de su cuerpo y la erección de Draco quedó al aire, orgullosamente erguida ante sus ojos, mientras él intentaba mantener la suya bajo control, todavía debajo de la toalla.. Se arrodillo frente a la cama, entre las piernas de su esposo y colocó una en cada uno de sus hombros, al tiempo que le oía exhalar un suspiro de anticipación. Sin embargo, Harry se dedico a acariciar sus nalgas y sus muslos con movimientos lentos y torturadores, deleitándose en la suavidad de la piel bajo sus manos, disfrutando del estado de puro delirio al que estaba conduciendo a su amado rubio. Draco jadeó con fuerza al sentir los labios paseando alternativamente por sus ingles, saboreando aquel pliegue tan sensible de piel y un escalofrío de profundo placer recorrió todo su cuerpo. Seguidamente una sensación cálida y húmeda envolvió sus testículos acelerando su excitación y no pudo evitar que sus puños golpearon contra el colchón con un acuciante gemido intentando descargar la tensión acumulada en esa parte de su cuerpo. Cuando Draco descolgó las piernas de sus hombros para cerrarlas entorno a él, Harry se sintió deliciosamente atrapado entre las suaves nalgas que rozaban su pecho y los firmes muslos que se apretaban contra su cintura. Por fin dejó viajar su mano harta la enhiesta dureza de su esposo para recorrerla de arriba abajo y lamer las primeras gotas de la esencia de su deseo. Draco se arqueó de tal forma que por un momento temió que se hubiera roto la espalda. Sin embargo, un desesperado no pares le animó a introducir la palpitante erección en su boca e iniciar con sus labios el excitante juego que le estaba llevando también a él mismo al límite de su propia resistencia. Sintió las manos cerrarse sobre sus todavía húmedos mechones, que ya empezaban a tener la longitud suficiente para recibir un buen tirón de los dedos que se aferraban a ellos y empujarle con frenesí demandando un movimiento cada vez más enérgico. La voz de Draco se convirtió en un balbuceo incomprensible, exhalado entre gemidos y jadeos hasta llegar a un grito bronco cuando sintió las manos de su esposo separar sus nalgas e introducir la lengua en su intimidad más profunda. Harry dilató la placentera entrada sin demasiado esfuerzo, no viendo el momento de poder hundirse ya en ella. Se levantó con las rodillas algo doloridas y arrancó la toalla que todavía envolvía sus caderas para dejar a la vista su propia excitación. Los ojos de Draco tenían aquel brillo plateado que hechizaba sus sentidos y el rostro arrebatado en un puro éxtasis. Se acomodó entre sus piernas y le penetró con la misma urgencia con que fue recibido. Draco posó las manos en su nuca para atraerle hasta su boca y devorarle en un beso profundo cargado de deseo y de pasión. De entrega. Después buscó la mirada que había esperado sentir sobre él durante tanto tiempo; la que en esos momentos Harry tenía en sus ojos, brindándole con ella hasta el último rincón de su alma; rindiéndole todo el amor que su inmenso corazón guardaba. Harry era suyo, solo suyo. Un intenso sentimiento de posesión y de pertenecer a la vez, le hizo alzar las caderas con más fuerza, buscando que las cada vez más firmes y rápidas embestidas de su esposo se hundieran más profundamente en él y llenaran sus entrañas de vida. El frenético roce del cuerpo de Harry sobre el suyo acabó por diluir cualquier resto de pensamiento coherente y agarrándose con fuerza a su espalda, cuerpo y sentidos estallaron en un torbellino de placer intenso y devastador. Harry jadeó con fuerza al sentirle estremecerse con violencia bajo él, intentando pasar por alto la boca que mordía incontrolada y dolorosamente su hombro y se dejó ir, sacudido por su propio clímax para inundar a Draco con el licor de su liberación.
Minutos después Draco dejaba escapar un inconfundible suspiro de satisfacción, estirándose como un gato sobre la cama. Volvió el rostro hacia su esposo que le contemplaba con una sonrisa radiante y esa particular expresión de adoración en su rostro.
–¿Crees que lo habremos conseguido por fin? –le preguntó.
–Bueno, –respondió Harry acariciando tiernamente su vientre– no habrá sido por falta de empeño.
Draco sonrió, pero negó con la cabeza. Giró sobre si mismo para colocarse sobre Harry y perder su ya reposada mirada en la de su esposo. Sus hermosos ojos verdes se veían ahora tan claros, tan limpios, libres de las sombras que los habían oscurecido durante tanto tiempo.
–Me refiero a vivir, Harry. –aclaró– Olvidar el dolor y el miedo. Dejar todo atrás y que nos dejen seguir adelante en paz. –la mirada de su esposo destelló comprensión– Quiero una oportunidad para vivir. –continuó– Contigo. Vivir para poder amarte y que me ames; tener el tiempo suficiente para ver crecer a nuestros hijos; encontrar por fin nuestro camino libre de amenazas y presiones y poder contemplar juntos tantos amaneceres como nos sea posible. –suspiró con añoranza– Recuperar Paris como era al principio¿recuerdas? Cuando sentíamos que toda una vida se extendía frente a nosotros...
–Y sigue estando frente a nosotros, Draco. –dijo Harry abrazándole con fuerza– Ya no queda nada que nos impida disfrutarla. Ahora sólo hay que vivir, amor.
–Solo vivir... –murmuró Draco.
Y besó con toda su alma al hombre que el destino había hecho bajar las escaleras de aquel sótano diez años atrás, para darle una nueva vida y enseñarle a vivirla.
