Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo lo que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución algunas más que vuestros reviews.

Siento haber tardado tanto en subir el Epílogo aquí. Cuestiones logísticas. Gracias a todos cuantos han seguido esta historia. Besos.

EPILOGO

Hogwarts, curso 2023-2024

Nadia miró a su padre y supo que iba en serio. La estaba expulsando. ¡Su propio padre la estaba expulsando de SU equipo!

–iPero papá... –intentó.

–iProfesor Potter. –la rectificó él– He dicho fuera. Tendrá suerte si vuelve a jugar en lo que le queda de curso.

La mirada de odio concentrado que Nadia dirigió a su padre se clavó en el corazón de Harry como una puñalada. Pero no iba a ceder. No esta vez. Esa pequeña serpiente que tenía por hija iba a aprender la lección mal que le pesara y no le hablara en lo que restaba de curso.

–iY quiero verla en mi despacho sin falta en cuanto acabe el partido. –entonces se dirigió al buscador de Gryffindor– Y usted Sr. Adams, desaparezca de mi vista antes de que le deje un partido más sin jugar.

El chico parpadeo unos instantes y dejando aflorar un sano e inteligente temor desapareció a toda velocidad rumbo al césped. Harry llamó a los dos equipos que acudieron rápidamente, no fuera que el Profesor Potter decidiera expulsar a alguien más.

–iLo siento, pero se han quedado sin buscadores –dijo sin ocultar su enojo– Ahora decidan quienes de cada equipo van a ocupar ese lugar y que los capitanes me lo comuniquen en cinco minutos. –y añadió– Espero que no haya más incidentes en lo que queda de partido.

Mandy le miró con expresión suplicante, pero la mirada de su padre le dejó claro que no estaba dispuesto a arrepentirse de su decisión. Por mucha cara de contrariedad que le pusiera su segunda hija. Harry voló unos metros más allá para que los equipos discutieran los cambios. Supuso que sería Mandy quien ocuparía el puesto del buscador de Gryffindor expulsado. Amanda Potter era una excelente buscadora, sin embargo, jugaba de bateadora, puesto que tampoco se le daba nada mal. Cuando entró en el equipo, Harry había preferido colocarla en ese lugar y eventualmente como sustituta del buscador oficial, Paul Adams de sexto curso, que también era bastante bueno pero sin lugar a dudas no tenía ni el instinto ni los reflejos de una Potter. Sus razones habían sido principalmente dos. La primera, que no quería a sus dos hijas enfrentándose en el mismo puesto. Ya era suficiente que las dos jugaran en equipos contrarios. Y la segunda que no deseaba seguir dando pie al desánimo que corría por Hogwarts referente a que mientras hubiera un Potter en la escuela, las esperanzas de que cualquier alumno de su casa pudiera acceder al puesto de buscador eran bastante escasas. Más teniendo en cuenta que Aaron, que había ingresado ese año, no tardaría en pedir también su oportunidad. Era en días como aquel en los que Harry se arrepentía de haber cedido a las presiones de Severus para que ocupara el puesto de la Sra. Hooch como Profesor de Vuelo y se encargara además de organizar los equipos de las cuatro Casas y de todo lo referente al Quidditch, liberando a los Directores de cada Casa de esa responsabilidad. Con una última ojeada a su hija mayor que ya desaparecía por la puerta de vestidores, sopló el silbato y el partido continuó de nuevo bajo un intenso griterío.

Cuando horas después se apareció en Malfoy Manor, Harry se encerró en el estudio de la zona privada de la mansión y se dejó caer en su sillón, todavía sin poder creer todo lo que Nadia le había soltado en su despacho, durante el transcurso de la acalorada discusión que habían mantenido después del partido. No se podía negar que Nadia era una Malfoy de los pies a la cabeza. Y ese pensamiento le llevó a dirigir la mirada al cuadro de Lucius y Narcisa que presidía la estancia desde encima de la chimenea. Draco se había negado a descolgarlo, aduciendo que al fin y al cabo aquellos eran los verdaderos abuelos de sus hijos y que eso nadie podría cambiarlo. Nadia, Mandy y Aaron tenían derecho a conocerlos y a saber de ellos de sus propios labios antes de que, en un momento u otro, alguien ajeno a la familia les descubriera su pasado. Un pasado que por supuesto ellos suavizaron. Harry se quitó las gafas y restregó sus ojos con cansancio.

–iTe sentirías orgullos de tu nieta. –no pudo evitar decir después en dirección al cuadro, elevando su desenfocada mirada hacia ese punto.

Lucius le devolvió su mirada altiva de siempre y Narcisa sonrió con indulgencia. Harry se alegró de que al menos ahora no pudiera responderle. Draco había acabado hechizando el cuadro para que su padre no pudiera hablar. Al principio de trasladarse a la mansión, el intercambio de palabras, por llamarlas de alguna forma, entre el retrato de su padre y su esposo había sido de todo menos amable. Y cuando esos choques dialécticos entre los dos empezaron a alcanzar niveles épicos, Draco decidió que por el bien de su salud mental tenía que silenciar a uno de los dos. Y por supuesto no iba a ser a Harry.

El moreno se acomodó mejor en su asiento y cerró los ojos, intentando todavía digerir las recriminaciones que su hija le lanzara pocas horas antes. Tenía que reconocer que Draco manejaba a Nadia mucho mejor que él. Su hija cumpliría dieciséis años apenas en dos semanas y Harry tenía la sensación de que, desde el pasado verano, ella había empezado a construir un muro entre los dos, que podía llegar a ser insalvable si no lograba llegar al fondo de lo que incitaba ese comportamiento contra él. No es que Nadia hubiera sido nunca una niña fácil. A su carácter, bastante parecido al de Draco, había que sumarle su propia testarudez. Y una mente brillante, sin lugar a dudas. Una combinación explosiva en demasiados momentos. Sin embargo, hasta el pasado verano nunca había tenido con ella otros problemas que no fueran los típicos de cada tramo de edad. Pero a partir de entonces, su relación había ido empeorando hasta culminar en el episodio de aquella tarde. Contempló la foto de sus hijos que reposaba sobre la mesa camilla, a su lado. Los tres se reían y saludaban y después las dos mayores balanceaban a su hermano menor, que entonces debía tener unos seis años, entre risas y los chillidos nerviosos del pequeño. Mandy todavía llevaba gafas en esa fotografía. Pero antes de entrar en Hogwars el curso pasado, Draco y él habían accedido a cambiarlas por unas lentes de contacto después de soportar las tenaces argumentaciones de su hija mediana durante todo el verano. Amanda era el resultado de aquellas calientes e inolvidables vacaciones en Los Cabos. Harry había disfrutado cada minuto de aquel embarazo, al tiempo que ponía al límite las provisiones de paciencia de Draco. Había desbordado cuidados y atenciones sobre su esposo, hasta el punto de que la frase Potter, solo estoy embarazado, no inválido, se había convertido en una de las más habituales en su hogar a lo largo de los nueve meses menos una semana que duró la feliz espera. Draco a diferencia de la vez anterior, gozó de un embarazo saludable y tranquilo, que en ningún momento le impidió seguir al frente de La Petite Etoile, a pesar y en contra de lo que Harry opinaba al respecto.Y la mañana de un siete de Octubre, desapacible y lluvioso, Amanda Potter-Malfoy vino al mundo en el hospital mágico de la capital francesa. La pequeña había heredado los ojos verdes de Harry y su miopía, aunque no era tan acusada como la de su progenitor. Y la coquetería de su otro padre, sin lugar a dudas. Su pelo, de un castaño muy claro que no llegaba a rubio, era lacio y brillante como el de Draco y Nadia. Harry no podía negar que se sentía orgulloso de que fuera una Gryffindor. Así como con Nadia siempre estuvo seguro de donde la colocaría el Sombrero Seleccionador llegado el momento (¡qué remedio!), el carácter de Mandy distaba mucho de poder acabar en Slytherin. Y como la Gryffindor de gran corazón que era, se había convertido en la perfecta protectora de su hermana mayor, encubriendo delante de sus padres la mayoría de sus deslices y trastadas. Tan Gryffindor como su pequeño Aaron, testarudo defensor de causas perdidas, ya fueran escarabajos agonizantes medio aplastados por una piedra en el jardín o un soufflé despachurrado sin posibilidades de recuperación. El benjamín de la familia había sido una inesperada sorpresa para sus padres. Especialmente para Harry. Dos meses después del nacimiento de Mandy, y tras innumerables noches dedicadas solo a biberones, pañales e intentos de hacer dormir a una llorona y escandalosa bebé con pulmones de acero y de sofocar los infantiles celos de Nadia que volvía a plantarse en su cama una noche si y otra también, Draco tuvo un acceso de desenfrenada pasión pocos días antes de Navidad, una noche que tras cerrar el restaurante y que todo el mundo se hubiera ido a casa, se habían quedado los dos solos en La Petite Etoile. La impoluta mesa de la cocina fue testigo de una de las sesiones de sexo más volcánicas que habían compartido desde hacía tiempo, teniendo en cuenta las obligadas restricciones a las que el embarazo de Draco les había obligado y aquellos dos últimos y agotadores meses desde el nacimiento de Amanda. Lástima que en aquel momento de enajenada lujuria, ninguno de los dos recordara que los efectos de la poción que había tomado Draco se extendían a un año y medio aproximadamente y que una de sus principales cualidades seguía siendo que quien la tomaba podía quedar o dejar en estado a su compañero. Así que tiempo después, Harry se encontró luciendo una hermosa e inesperada barriga para deleite de Severus. El Profesor todavía se revolcaba de risa cada vez que por algún motivo el tema salía a colación. Quería mucho a Harry, después de todos aquellos años ya nadie podía dudarlo. Pero solo recordar la cara que se le había puesto al Gryffindor al enterarse de la noticia, hacía que su alma Slytherin no pudiera dejar de carcajearse hasta la extenuación. Al fin y al cabo las nauseas de Harry, que Draco y el 99,9 de los embarazados con aquella poción no sufrieron, esta vez tenían una causa con un final mucho más feliz. Era Potter después de todo. Y él siempre iba contracorriente. Aarón tenía sus mismos ojos, su mismo pelo, no tan oscuro sino más parecido al de Mandy. Pero igual de indomable y rebelde para desesperación de sus padres. Y así como el pasatiempo favorito de sus dos hijas era el Quidditch, sazonado con grandes dosis de discusiones sobre ropa y chicos, Aaron era un ferviente experimentador culinario. Hasta que descubrió el sublime arte de las pociones de la mano de su abuelo Severus. Desde pequeño habían tenido que tomar precauciones para evitar encontrarle encaramado a una silla intentando abrir alguno de los armarios de la cocina donde su padre guardaba todos los trastos e ingredientes que a él le fascinaban. También el caldero que prudentemente habían decidido instalar en el sótano de la casa, fue una fuente de sustos y sobresaltos. A pesar de todo, con seis años y bajo la supervisión del cocinero oficial, Aaron ya era capaz de preparar una comida decente para su familia, sin recibir ninguna queja del resto de sus miembros cosa que, porque no decirlo, hacía babear de orgullo y satisfacción a papá Draco. Y también algunas pociones sencillas, que alimentaban el optimismo de Severus sobre que lo único que tenía ese niño de Potter era su apariencia física. A Draco le gustaba pensar que al menos uno de sus hijos había heredado su destreza tanto en la cocina como en pociones. Tenía la secreta esperanza de que Aaron continuara con el negocio familiar: los tres restaurantes, el de París y los dos de Londres (muggle y mágico) y ahora la escuela de cocina, gracias a la que Malfoy Manor había sufrido aquella profunda transformación.

La propiedad había permanecido olvidada por años. Pero cuando Draco empezó a darle forma a la idea de la escuela, Harry le recordó que la mansión en la que había crecido tenía las dimensiones y las características adecuadas para convertirla en lo que él deseaba. Y allá estaba, muerta de asco. Nunca se les pasó por la cabeza que aquella inmensa casa pudiera llegar a ser un hogar para ellos. Pero la idea de reconvertir un edificio con un pasado oscuro, demasiado doloroso y triste para Draco, en un lugar completamente nuevo y con un fin tan diferente animó al rubio a sucumbir ante la idea de su esposo. Habían conservado una zona privada, que habían adaptado como vivienda y que habitaban durante el curso escolar de sus hijos. Pero antiguos salones y habitaciones se habían transformados en aulas, comedores y cocinas por las que deambulaban alumnos tanto muggles como magos, éstos últimos previamente advertidos de que cualquier desliz con respecto a su condición significaría su expulsión inmediata. Harry había pasado semanas "limpiando" de cualquier tipo de magia todas y cada una de las estancias de la inmensa mansión antes de poder iniciar las obras que había que realizar. Habían tardado más de un año en terminar toda la remodelación y meses antes de su inauguración, su esposo ya había empezado a recibir un montón de solicitudes. No en vano Draco Malfoy se había convertido en aquellos últimos años en un Chef de renombre internacional.

Apenas veinte minutos después de su llegada a sus habitaciones privadas, Draco entraba en el estudio donde se encontraba su esposo enfundado en su impoluta indumentaria blanca. En más de una ocasión Harry le había dicho que levantara el hechizo de limpieza con que impregnaba sus ropas, ya que era incomprensible que un cocinero no se manchara. Por muy cuidadoso que fuera. Pero lucir manchas no estaba en la naturaleza de Draco.

–Hola cariño. –se inclinó sobre el sillón y le besó.

Después se sentó en sus rodillas, esperando. Harry sintió la cariñosa caricia en su pelo y alzó el rostro. Tenía una mirada dolida en sus hermosos ojos verdes.

–Nadia me mandó una lechuza. –dijo al fin Draco ante el silencio de su esposo.

–Ha tardado poco. –murmuró Harry en tono molesto– Entonces ya sabes lo retorcida que puede llegar a ser tu hija.

–¡Vaya! Ahora es mi hija. –rebatió Draco con algo de sorna– ¿Tan grave ha sido para que la expulsaras?

Harry suspiró con desánimo.

–Intentó tirar al otro buscador de su escoba.

–¡Oh, vamos, Harry! –casi se rió su esposo– Tú y yo hicimos cosas peores...

La mirada de Harry hizo que algunas alarmas sonaran en la cabeza de Draco.

–Quita esa estúpida sonrisa de tu cara, Draco. Pudo hacer que ese chico se matara. –dijo Harry con gravedad– Cuando tu encantadora hija no pudo tirarle, lo intento con un hechizo sacudidor.

Draco alzó una ceja sorprendido.

–¿Desde cuando dejan que los jugadores lleven sus varitas durante el juego?

–Nadie lleva su varita durante el juego. –en este punto el enfado de Harry fue más evidente– Tu hija no necesita varita para llevar a cabo sus travesuras¿no lo sabías?

Draco abrió los ojos desmesuradamente, asombrado y asustado a la vez.

–¡Merlín¿Desde cuando lo sabes? –preguntó.

–Desde que ese chico empezó a sacudirse encima de su escoba hasta casi perder el equilibrio. –respondió él con enojo– ¡Y a ella le pareció divertido!

Harry resopló con impotencia.

–No sé que hacer con ella. –confesó– Hoy me ha puesto al límite. –guardó un pequeño silencio para después continuar– Este verano ya fue difícil. Pero desde que ha empezado el curso... no sé. Parece que está esperando cualquier oportunidad para sacarme de quicio. Juraría que disfruta haciéndolo.

Ahora fue el turno de Draco de dejar escapar un pequeño suspiro. Sabía que Harry tenía razón. El comportamiento de Nadia estaba dejando bastante que desear desde que había empezado el curso. Varios profesores ya se habían quejado de su actitud. Incluido el siempre paciente Remus. Y que no hubiera visitado todavía el despacho de su otro abuelo, ahora Director de Hogwarts, sabía que había sido el mismo Harry quien lo había impedido, todavía esperanzado en lograr que su hija corrigiera su comportamiento. Y que su esposo y su hija mayor habían chocado continuamente aquel verano también había sido más que evidente. Los desacuerdos habían sido continuos en todos los ámbitos. El móvil, por ejemplo. Las facturas de teléfono se habían incrementado de forma desorbitada y ambos habían intentado por todos los medios inculcar un poco de sentido común en la cabeza llena de pajaritos de su hija mayor. Hasta que por fin Harry había agotado su paciencia y se lo había confiscado.

Nadia, tu padre te ha llamado a comer ya tres veces. –le advirtió Harry en tono enojadoTodos estamos en la mesa esperándote.

Nadia siguió hablando por su móvil, haciendo que si con la cabeza, pero sin colgar.

Nadia…

Ella le lanzó una mirada molesta y con un mohín de resignación colgó por fin.

Estaba hablando con Alysha y era privado –le dijo en tono fastidiado.

¡Alysha acaba de marcharse hace media hora! se exasperó su padre– No le veo el punto a que tengas que llamarla cuando habéis estado hablando toda la mañana

Tu nunca le ves el punto a nada, papá. le desafió ella con toda tranquilidad.

Para cuando se quiso dar cuenta, el móvil estaba en la mano de su padre.

El punto es –dijo Harry irritado– que ya puedes ir despidiéndote de esto para el resto del verano.

O la guerra de la hora de llegar a casa…

Creí que te había quedado claro cual era tu hora de volver a casa.

Oh, vamos papá, solo me he pasado diez minutitos. –dijo ella melosa.

Nueve y media Nadia. –le recordó Harry intentando no perder la paciencia nuevamente– Porque estas de vacaciones y como excepción tu padre y yo acordamos dejarte llegar a las nueve y media. ¿Puede mirar por favor que hora es?

Nadia resopló con fastidio.

Diez menos diez. –respondió con desgana.

Había intentando retrasarlo para fingir que su reloj no funcionaba bien sin conseguido. Estaba segura de que alguno de sus padres (y sin dudar apostaba por papá Harry) le había lanzado algún tipo de hechizo para evitar sus manejos.

¿Sabes? –dijo Harry en un tono que no presagiaba nada bueno– Como me doy cuenta de que tienes ciertos problemillas en recordar que las nueve y media es cuando la aguja mayor marca el seis y la pequeña está cerca del diez, voy a darte todo el fin de semana para que repases como iba esto de las horas. Y después volveremos a la antigua hora de llegada de las nueve. –su hija dejó escapar un enojado resoplidoPorque las horas en punto son más fáciles de recordad¿verdad?

¿Y si prometo que no volverá a suceder?

Tuvimos esta misma conversación la semana pasada, Nadia. Y hace dos semanas. Y Creo recordar que un mes atrás también. No pienso volverla a tenerla.

Después habían discutido por el desorden en su habitación (Draco hubiera dado cualquier cosa por no perderse a Harry recriminando a sus hijos el desorden) y Nadia se había defendido diciendo que aquel era SU espacio y que nadie tenía derecho a invadirlo y que allí las cosas estaban como ELLA quería. Por las camisetas ajustadas que dejaban el ombligo al aire y los pantalones demasiado bajos que mostraban el color de su ropa interior. Por la música a todo volumen. O por pasarse el día enclaustrada en su habitación pegada al ordenador o todo el día fuera de casa con sus amigos, pasando de padre y hermanos. Había sido un verano verdaderamente difícil. Draco lo había achacado a cosas propias de adolescentes. Que era la edad, le decía a Harry. Y le recordaba que, aunque él no hubiera podido disfrutar su adolescencia por todas las razones que los dos sobradamente conocían y no querían recordar, no podía impedir que su hija se comportara como lo que era: una adolescente de quince años. A pesar de todo, se había dado cuenta de que Nadia no tenía la misma actitud con él. Sus peticiones eran obedecidas con mucha más facilidad que las de su esposo. Y como él había estado bastante ocupado entre sus restaurantes y la preparación de los cursos que se iniciaban en septiembre, a excepción de las dos semanas en la playa que habían pasado todos juntos, a Harry le había tocado lidiar con sus tres hijos en París prácticamente durante todo el verano. Y Draco reconocía que no había sido tarea fácil.

–Hablaré con ella. –prometió– Averiguaré qué le está pasando. ¿Hay algo más que deba saber?

Harry le miró durante unos instantes y después negó con la cabeza. Pero Draco tuvo la impresión de que todavía se estaba callando algo.

–Sería de gran ayuda saber que es lo que pasa por su testaruda cabecita. –Harry sonrió con amargura– Ya que por lo visto a mi no piensa volver a dirigirme la palabra.

Sábado, 9.00 de la noche, Sala de los Menesteres en Hogwarts.

–Os dije que estarían aquí. –dijo Artie con aire satisfecho.

Nadia, Penie y Alysha volvieron la cabeza desde el sofá donde estaban sentadas. Pennie y Alysha habían estado intentando consolar a Nadia después de la discusión con su padre y se habían encerrado en la Sala de los Menesteres, sin siquiera bajar al Gran Comedor para la cena. La discusión tenía que haber sido terrible, porque Nadia raramente lloraba y esta vez no había parado de hacerlo durante un buen rato. Aunque no habían logrado sacarle demasiado sobre la discusión en sí. Nadia miró a su hermana y primos y resopló con hartura, intentando borrar las huellas de su rostro.

–¿Se puede saber qué hacéis aquí? –preguntó Pennie a su gemelo sin demasiada amabilidad.

–Asamblea de crisis. –respondió él con una sonrisa.

–Hemos pensado que a lo mejor deseas que discutamos las mil y una formas de amargarle la existencia a Paul Adams. –dijo Orlando Weasley esperanzado, dirigiéndose a Nadia– Oliver y yo tenemos algunos trucos que todavía no hemos experimentado.

Su gemelo sonrió con la misma expresión maliciosa que su primo Marcus.

¡Oh, cállate Orl! –le ordenó Mandy molesta– Sólo nos falta que papá eche al resto del equipo de Gryffindor por una de vuestras bromas.

Bueno, Slytherin se lo agradecerá. –intervino Alysha con una mueca burlona.

En tus sueños, guapa. –le respondió Marcus Wealsey con un guiño– La copa, por encima de nuestro cadáver.

¡Oh, por Merlín! –Alysha alzó exageradamente las manos– tanta aglomeración de Gryffindors asfixia.

La puerta de la Sala volvió a abrirse justo en ese momento.

–Aquí está Ravenclaw para suavizar el ambiente. –sonó la voz de Frank Longbotton, al que seguía su hermana Alice.

–¡Los que nos faltaban! –Alysha rodó los ojos y se dejó caer contra el respaldo del sofá en un gesto teatral.

–Oye, serpiente¿tienes algo que decir en contra de Gryffindor o Ravenclaw? –Beth Weasley se había encarado con los brazos en jarras frente a la Slytherin amiga de su prima.

–¡Haya paz! –suplicó Pennie. Y después miró a toda su colección de primos y amigos– Se supone que a esta hora deberíais estar todos en vuestra sala común.

–¡Ya salió doña perfecta! –ironizó su hermano– ¿Acaso no vale lo mismo para ti y estás aquí?

–Te recuerdo que soy Prefecta.

–¡La gran cosa! –contestó Artie con ironía, dándole un codazo a su hermano menor Albert– ¿Nos vas a castigar a todos, hermanita?

La puerta de la sala volvió a abrirse para dejar asomar el tímido rostro de Aaron Potter. Seguido de Juliette Weasley, Claus Weasley y Evan Longbotton.

–¡Hasta los pringados de primero conocen este sitio! –gimió Alysha exasperada– ¿Es que ya no hay respeto por los cursos superiores en esta escuela?

–¡No llames pringado a mi hermano! –Mandy le mandó un cojinazo a la Slytherin, que ésta esquivó hábilmente.

–Esto es un gabinete de crisis Weasley-Potter –le aclaró Artie– Y Longbotton. –añadió después del carraspeo de Frank– Y de sobrar alguien aquí, esa eres tú, maja.

Aaron había logrado llegar hasta su hermana mayor, esquivando Weasleys y Longbottons. Nadia tenía los ojos enrojecidos y una expresión tan triste en su rostro que el niño casi sintió ganas de ponerse a llorar también. Aunque aquel verano su hermana tampoco había sido demasiado agradable con Mandy y con él, no soportaba ver a su hermana de aquella forma. Nadia nunca lloraba. Era fuerte y siempre tenía la palabra justa en la punta de la lengua. Bastante mordaz, la mayoría de las veces. Aaron sentía por ella una ferviente admiración de hermano menor. Además, Nadia siempre le defendía cuando Mandy, que era un poco mandona, trataba de sobrepasarse con él.

Papá no está enfadado de verdad, seguro que no. –le dijo con voz algo insegura en un intento de animarla– Seguro que pronto juegas.

Nadia le dirigió una mirada indescifrable durante unos instantes. Se sentía algo molesta por el inesperado público, cuando lo que quería era estar sola. ¿Por qué tenían que ser todos tan condenadamente Gryffindors? Pero Aaron tenía una expresión tan preocupada y triste en su cara, que no pudo evitar dejar asomar su vena fraternal y sentir ganas de abrazarle.

–Ven aquí, enano. –dijo por fin.

El niño sonrió y abrazó a su hermana, feliz.

–¡Precioso! –se burló Oliver– Pero para lo que nos hemos reunido hoy aquí –continuó con un gesto dramático– es para buscar un justo castigo para nuestro ahora odiado compañero Paul Adams y para nuestro señor tío, Harry Potter, por haber expulsado a nuestra amada prima del equipo, aun incluso reconociendo que ello no favorece los intereses de Gryffindor.

–Pero la familia, es la familia. –añadió Orlando en tono resignado.

–Oye, guapo, que tu señor tío es mi padre –le recordó Mandy frunciendo el ceño, viendo la mirada asustada de Aarón.

–Y mi padrino. –intervino Pennie– Y de lo que se trata es de lograr que readmita a Nadia en el equipo por las buenas. Sin soluciones, ex-tre-mis-tas. –recalcó la última palabra.

–¿Has pensado en disculparte con Paul? –preguntó Beth a Nadia.

–¡Antes muerta! –respondió Nadia con enojo– Ese piojoso gusano no sabe que esto solo acaba de empezar.

–Esa es la vena Malfoy... –susurró Orlando a su primo Albert– ... hay que tener mucho cuidado cuando asoma... No me gustaría estar en el lugar de Paul.

–Si, –asintió Oliver– ... si hacemos caso a las historias que se cuentan sobre tío Draco cuando estaba en Slytherin, ese Adams está perdido.

–Ya no digamos entre tío Harry y tío Draco. –colaboró Artie– Por lo visto andaban todo el día a la greña, hechizándose por los pasillos...

–... parece que se odiaban a muerte. –continuó Oliver– Dicen que en tercer curso, durante una clase de duelo, tío Draco le lanzó un...

–¡Mis padres no peleaban! –gritó de pronto Aaron dándole un empujón al primero de sus primos que alcanzó– ¡Mis padres se quieren!

–¿Veis lo que habéis conseguido? –les reprochó Pennie furiosa.

–Eso pasa por admitir niños en reuniones de mayores. –se burló Alysha con desdén.

–¡Cállate Alysha! –el tono de Nadia había sido tan seco y helado que todas las voces de la sala enmudecieron.

Tiró de Aaron cariñosamente, quien seguía empeñado en arremeter contra el otro gemelo y dirigió una mirada confortadora a Mandy, que también parecía algo trastornada por las palabras de sus primos.

–Y ahora escuchadme todos. –unos fríos ojos grises recorrieron los rostros de todos los presentes– Los problemas que yo tenga con mi padre, son cosa mía. Os agradezco sinceramente vuestro apoyo, pero yo lo resolveré¿de acuerdo? Y en cuanto al imbécil de Adams... –dirigió una mirada maliciosa a sus primos– ... tal vez acepte alguna ayuda. Pero yo decidiré cuando. ¿Queda claro?

–¿Admitirás sugerencias? –preguntó Orlando esperanzado.

Nadia le dirigió una mirada glacial y todos entendieron que había llegado el momento de irse. La Sala de los Menesteres fue vaciándose en silencio en pequeños grupos, para no ser sorprendidos por algún Profesor.

–¿Les acompañas Pennie?

–Por supuesto. –dijo su prima rodeando a Aaron y a Mandy con sus brazos– No te preocupes.

–Eran todo mentiras¿verdad Nadia?

Los ojos de Aaron brillaban con una ligero desasosiego. Tan hermosos y tan verdes como los de su padre Harry. Mandy le dirigió la misma mirada inquieta que su hermano menor. La misma mirada verde. A Nadia se le encogió un poco el estómago antes de contestar.

–Oliver y Orlando son unos bromistas. Y Artie es un cretino. –Pennie apoyó el adjetivo con un contundente movimiento de cabeza– Y siempre están inventando cosas y hablando de más. No tenéis que hacerles el menor caso.

Aquellas palabras parecieron dejar al pequeño Potter más tranquilo. Al igual que a Mandy. Después de que Pennie y sus hermanos se marcharan, Nadia se quedó unos minutos ensimismada en sus pensamientos. También ella había oído historias. Muchas desde que había ingresado en Hogwarts hacía seis años. Y nunca les había dado importancia ni hecho el menor caso. Hasta el pasado verano. Salió por fin de la Sala de los Menesteres y se dirigió con sigilo a su sala común.

Los días siguientes fueron incómodos para los tres hermanos. Para Nadia, porque seguía enfadada con Harry y no se hablaban. Para Mandy y Aaron, porque aunque se solidarizaban con su hermana mayor, les era difícil mostrarse indiferentes con su padre. Especialmente para Aaron, mucho más sensible e impresionable, para quien la presencia de Harry en Hogwarts durante su primer año en la escuela, a pesar de contar con sus hermanas, era un apoyo extra. Ver a su padre Harry continuamente en las clases de vuelo de primero (que él evidentemente no necesitaba), por los pasillos o en el Gran Comedor durante las comidas, le ayudaba a olvidar un poco que su padre Draco no estaba con él. Además, a pesar de las palabras tranquilizadoras de su hermana, la conversación de sus primos todavía rondaba por su cabeza, causándole una incómoda inquietud. Y ganas de volver a patearles.

Por otro lado, había un pobre Gryffindor de sexto curso, cuya vida se había convertido en un pequeño infierno gracias a Sortilegios Weasley y a los avispados herederos de tan prestigiosa firma. La mañana que no se levantaba con el pelo verde, su ropa había sido misteriosamente teñida de ese mismo color. Su libro de Pociones, asignatura que se le atragantaba bastante al pobre chico, había perdido todas sus letras justo el día antes de un difícil examen y había tenido que ir corriendo a la biblioteca para que le prestaran uno. Increíblemente, cuando llegó a su sala común y lo abrió, todas sus hojas estaban en blanco. Se había paseado un día entero con un letrero intermitente que aparecía en su túnica, a la altura de su trasero, con la palabra PATEAME, que oportunamente desaparecía cuando algún Profesor andaba cerca. Durante una semana seguida, el azúcar que ponía en su café con leche de la mañana, se había convertido en sal cuando lo tomaba. Y por más que revisó el azucarero, donde lo que había era azúcar sin lugar a dudas, el mismo que tomaban sus compañeros, no pudo descubrir como llegaba a convertirse en tan asqueroso aditivo para tal bebida cuando hundía la cuchara en él. Y en todas las ocasiones, sus ojos tropezaron después con los de una rubia de ojos grises que le observaba burlona desde la mesa de Slytherin.

La mañana de su cumpleaños Nadia se levantó moderadamente contenta. Mandy y Aaron la esperaban en lo alto de las escaleras que descendían a las mazmorras para desearle feliz cumpleaños. Y la tribu de Weasleys organizó un buen escándalo de felicitaciones tan punto puso el pie en el Gran Comedor. Seguramente nadie en todo Hogwarts se habría quedado sin saber que ese día era su cumpleaños, pensó algo avergonzada. El único momento tenso fue cuando su padre Harry se acercó a la mesa de Slytherin para felicitarla también.

–Feliz cumpleaños, hija. –fue todo lo que dijo.

G –racias papá.

Y Nadia se encontró añorando los besos y los abrazos de su padre, como en todos sus cumpleaños. Pero no los recibió. Apretó los labios con firmeza y volvió a su desayuno. Bien, después de todo, ella seguía enfadada. Podía guardarse sus besos y sus abrazos para Mandy y Aaron. Ella no los necesitaba.

Cuando esa tarde Nadia fue llamada a las habitaciones de sus abuelos, dio un salto de alegría al ver que era su padre Draco quien se encontraba allí. Se lanzó a sus brazos con un irreprimible grito de euforia.

–Feliz cumpleaños, cariño.

–Oh, papá¡cuánto te he echado de menos! –dijo mientras le llenaba de besos.

Draco apenas pudo reprimir una sonrisa ante aquella actitud tan poco Slytherin. Desde que Nadia había crecido, sus demostraciones de cariño habían disminuido. Era lógico, pensó. Pero a él le encantaba que Nadia todavía se colgara de su cuello y le llenara de besos, igual que cuando era pequeña. Acarició el pelo de su hija con ternura. Tenía que reconocer que se parecía mucho a él. Demasiado a veces.

–He decidido traerte personalmente tu regalo de cumpleaños. –dijo sacando de su bolsillo un pequeño paquete.

Nadia lo desenvolvió con impaciencia. Abrió el pequeño estuche para encontrar el hermoso brazalete de oro con un pequeño zafiro engarzado, que había pertenecido a la abuela Narcisa y que había enamorado a Nadia aquel verano cuando lo descubrió.

–¿De veras ahora es mío? –preguntó emocionada.

Draco asintió, sonriendo. Y abrochó la delicada joya en la muñeca de su entusiasmada hija. Nadia se lanzó a su cuello otra vez.

–Gracias papá. –dijo con los ojos brillantes.

Draco acarició la mejilla de su hija. Su niña ya tenía dieciséis años. ¡Merlín¿Por qué el tiempo pasaba tan rápido? Se les escaparía de las manos antes de que pudieran darse cuenta.

–¿Cómo va todo? –preguntó cuando las entusiásticas demostraciones de su hija se calmaron– Creo que tienes muchas cosas que contarme¿no es cierto?

Nadia le dirigió una sonrisa encantadoramente inocente. Pero no por nada era también una Slytherin y sabía de sobras por donde iba su padre.

–Hemos recibido quejas de algunos de tus profesores, Nadia. –le dijo Draco adoptando una actitud más seria– Tus abuelos no están demasiado satisfechos contigo. Y después está ese pequeño asunto con tu padre durante aquel partido de Quidditch. –en este punto su hija perdió la sonrisa. Confirmó que su padre no había venido a verla tan solo para darle su regalo de cumpleaños personalmente– Me gustaría saber qué está pasando.

Nadia se encogió de hombros y no miró a su padre.

–¿No tienes nada que decirme? –insistió Draco. Ella volvió a encogerse de hombros– ¿Es una –especie de rebeldía adolescente¿Tú contra el mundo y el mundo contra ti? –Draco frunció el ceño– Mírame cuando te hablo, por favor.

Nadia alzó los ojos y miró a su padre con fastidio. Había esperado que un Slytherin como él le demostrara su apoyo, dado que su Casa había perdido los dos partidos que habían jugado desde que ella no estaba. No que viniera a echarle un sermón. Después de todo, su otro "padre" ya se había encargado de castigarla sin poder hacer lo que más le gustaba en el mundo: volar. Ahora necesitaba que papá Draco la consolara y comprendiera, no que la reprendiera.

–No fue justo. –se quejó– Cometí una falta. Me expulsó. Punto. ¿No es suficiente¿Por qué no me readmite?

–Creo que aun le debes una disculpa a ese chico. Y otra a tu padre por faltarle al respeto como Profesor y arbitro en ese momento. –le recordó su padre.

–No pienso disculparme con ese cretino. –Draco alzó peligrosamente una ceja y su hija se apresuró a aclarar– ¡Me refiero al Gryffindor!

–Me temo que no te quedará más remedio si quieres que tu padre te permita volver a jugar. –le advirtió.

–Claro –dijo Nadia con retintín– Como si nadie supiera que él fue un Gryffindor también. Y que me odia por estar en Slytherin.

Draco miró a su hija con estupor.

–Tu padre no te odia, Nadia. ¿De donde has sacado esa absurda idea?

–¡No me quiere! –aseguró, sintiéndose de pronto al borde de las lagrimas– Finge hacerlo, pero no es verdad. ¡Ni siquiera estaba cuando yo nací¡Te dejó solo! –acusó.

Draco se tomó unos momentos antes de responder, intentando reponerse de aquel sorpresivo ataque a Harry.

–¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? –preguntó muy serio.

–¿Acaso no es cierto? –ahora las lágrimas rodaban libres por sus mejillas– La verdad es que él no estaba. Que nos dejó solos. Pero si estaba cuando nació Amanda.

–Y a ella si la quiere, claro. –dijo Draco entrecerrando los ojos.

–¡Por supuesto¡Y adora a Aaron¡Se pasa el día jugando con él!

No podía creerlo. ¿Nadia tenía un ataque de celos?

–Aaron tiene once años, Nadia y tu dieciséis. No pretenderás que tu padre se revuelque contigo sobre la alfombra fingiendo una pelea, como hace con él. Yo tampoco lo hago, cariño.

Nadia no respondió. Simplemente apretó los labios en un gesto que le recordó demasiado a él mismo.

–Tu padre te quiere, Nadia. –le aseguró– Y lamento que ya no recuerdes cuando te cargaba a su espalda y corría por el jardín haciendo piruetas mientras tu chillabas entusiasmada. O cuando te montaba en su escoba y te llevaba a volar con él, en contra y a pesar de lo que yo opinaba sobre que una niña de apenas cinco años no tocara de pies en el suelo durante tantas horas, volando de esa forma. –Draco dirigió un dedo acusador en dirección a su hija– Y sé que lo hacíais a mis espaldas, granujas. ¿O es que pensabais que no me enteraba?

–También ha llevado a Mandy y a Aaron. –dijo a pesar de todo Nadia con despecho.

–¡Por supuesto que lo ha hecho! También son sus hijos.

–Tú lo has dicho –dijo la adolescente poniéndose en pie, secándose las lágrimas con rabia– ¡Mírame! Tengo tu pelo, tus ojos, mi piel es tan pálida como la tuya. ¿Qué tengo de él? Yo te lo diré¡nada! –Nadia reprimió un sollozo– ¡Pero mira a Mandy y a Aaron! Al menos tienen sus ojos. Su pelo es más oscuro. ¡Se parecen a él!

Por Merlín, pensó Draco¿qué era aquello¿Una crisis de identidad?

–Si, y a Aaron no hay peine que lo peine, cosa de la que creo tu padre no se siente especialmente orgulloso. –dijo intentando mantener la calma– ¿Qué estás insinuando exactamente, Nadia? –preguntó.

La joven miró a su padre, pero no contestó.

–Ven aquí. –ordenó Draco señalando nuevamente el sofá.

Nadia obedeció y se sentó demostrando que lo hacía con disgusto. Draco tomó la barbilla de su hija y la obligó a mirarle.

–¿No le soltarías a tu padre estas absurdas ideas cuando discutisteis después del partido? Nadia enrojeció y bajó los ojos– ¡Por Merlín Nadia¡No puedo creerlo!

Si no fuera porque no lo había hecho nunca, aquel habría sido uno de esos momentos en que le habría dado a su hija un buen bofetón. Respiró hondo y decidió contar hasta diez, haciendo acopio de la sangre fría de los Malfoy. Después miró a su hija, que se mordía los labios, cabizbaja, repasando las uñas de sus manos con gran interés.

–Primero, –dijo en aquel tono frío y cortante por el que Nadia comprendía siempre cuando su padre estaba verdaderamente enfadado– eres tan hija mía como de tu padre Harry. Y como te atrevas a ponerlo en duda, te sacudiré de tal forma jovencita, que te juro que no volverás a sentarte al menos en un mes.

Nadia miró a su padre con aprensión. Sospechaba que estaba hablando completamente en serio.

–Segundo, tienes más cosas de tu padre de las que puedas llegar a imaginar. Pero por nombrar algunas te diré, que a pesar de que tus hermanos son muy buenos con la escoba y jugando al Quidditch, solo tú has heredado la habilidad de tu padre para volar, su manera de moverse en el aire, la destreza que siempre le diferenció de los demás. A parte de esa otra habilidad con tus manos, que todavía no te has dignado mencionarnos y que tu padre te sorprendió utilizando de forma muy poco ortodoxa.

Nadia enrojeció con más intensidad.

–Tercero, pero no menos importante, tu padre te adora. –Draco suavizó en este punto su tono de voz– Siempre has sido su debilidad y lo sabes. Tal vez sea precisamente porque no pudo verte nacer y se perdió los tres primeros años de tu vida, cosa que nunca ha dejado de lamentar. No te atrevas a dudar jamás del amor que tu padre siente por ti, Nadia. Si no estaba cuando tú naciste fue porque no podía. No porque no te quisiera.

Nadia miró a su padre con los ojos brillantes todavía por las lágrimas, librando en su interior una pequeña batalla.

–Leí la carta. –balbuceó al fin bajando la mirada, avergonzada de reconocer que había leído algo tan privado y al mismo tiempo tan devastador para ella.

Draco palideció al comprender a que carta se estaba refiriendo. Y también comprendió muchas cosas más. Tenía que haber sido a principios de verano, cuando hizo limpieza de trastos viejos y vació los armarios de su habitación de ropa que ni Harry ni él usaban ya. Le había estado enseñando a Nadia viejos recuerdos de su madre, de la abuela Narcisa y entre la infinidad de papeles que Draco guardaba, habían aparecido la carta de Harry y el documento que en su momento el Ministerio de Magia había emitido para exonerarle de aquellos desagradables acontecimientos que llevaba años sin recordar. A pesar de que los había vuelto a guardar inmediatamente, supuso que la tristeza que esos recuerdos le habían causado no debió pasar desapercibida por su hija que, por algo era hija suya y que en algún momento de descuido la curiosidad de Nadia había hecho el resto. Ahora entendía aquel tira y afloja que ella y su esposo habían tenido durante todo el verano.

–Bueno, tal vez ya tengas edad para saber y comprender algunas cosas. –dijo Draco evaluándola. Miró su reloj– Pediremos al elfo de tus abuelos que nos traiga un poco de té. Creo que esto nos va llevar un poco de tiempo.

Entre sorbo y sorbo de té, la vida de Harry Potter y Draco Malfoy fue cuidadosamente desgranada para los atentos oídos de Nadia. Sí, sus padres se habían odiado. Y sí, también habían intentando herirse a la menor ocasión y lo habían conseguido en algunas de ellas. Pero también habían llegado a comprenderse y a amarse profundamente. Nadia se retorció de angustia sólo de pensar en la mano destrozada de su padre; pero la tranquilizó que hubiera sido su otro padre quien le acogiera en su casa y le hubiera ayudado a recuperarla. No pudo evitar reírse con solo imaginar a sus padres inmovilizados uno en cada esquina de la cocina y al abuelo Severus intentando poner paz. O esa divertida cena en la que ni tío Ron ni tía Hermione sospecharon a quien tenían realmente delante. Esbozó una soslayada sonrisa de satisfacción cuando por fin su padre Harry acabó su relación con un jugador de quien su padre Draco no se molestó ni en decirle el nombre y que poco después, en Navidad, le regalara aquel baúl con las cosas de la abuela Narcisa. Su padre Harry tenía ya que querer mucho a su otro padre en ese momento. ¡Y aquella hermosa declaración en la Torre Eiffiel! Ignoraba que su padre Harry pudiera ser tan romántico. Al igual que siguió ignorando los acontecimientos que desembocaron en esa declaración, porque Draco no se los contó.

–Sigue papá. –rogó Nadia acurrucándose entre sus brazos– ¡Esto es mejor que una telenovela!

Draco frunció el ceño.

–No creo que a tu padre Harry le hiciera mucha gracia considerar su vida como una telenovela. Ni a mí tampoco, jovencita.

–Sólo bromeaba... –se excusó ella, temerosa de que la historia se cortara allí.

–En serio Nadia. Tu padre no tuvo una vida fácil. Su infancia no fue feliz. A diferencia de ti y de tus hermanos, de mí mismo, creció sin familia. Sin que nadie se preocupara realmente por él. Sin todo el amor que tú has recibido, hija. Sus tíos no se lo hicieron pasar muy bien por lo que tengo entendido. Aunque él nunca habla de ello. Y en su adolescencia no hubo móviles, ni ordenadores, ni vacaciones, ni siquiera ropa que fuera de su talla. Así que sería todo un detalle de tu parte que dejaras de provocarle con todas tus pequeñas tonterías. Al menos hasta donde tus hormonas adolescentes lo permitan. –acabó enarcando una ceja de forma acusadora.

Nadia meditó que realmente sabía bastante de la infancia y parte de la juventud de su padre Draco. Su rubio padre había accedido a contarle cosas sobre sus abuelos y como era su acomodada vida en la mansión Malfoy. Anécdotas y cosas graciosas, que también las hubo, mientras los Malfoy fueron una familia que podría considerarse normal dejando a parte su tendencia a las artes oscuras. Y se dio cuenta de que de su otro padre no sabía absolutamente nada.

–A papá Harry no le gusta mucho hablar de su pasado¿verdad? –reflexionó Nadia.

–No. –dijo Draco suavemente– Hay demasiadas cosas dolorosas en él.

–¿Por qué se fue?

Draco miró fijamente a su hija durante unos momentos.

–Porque en ese momento creyó que era lo mejor que podía hacer. –dijo al fin– Y no tuvo nada que ver en no quererme a mí o en rechazarte a ti, como te has empeñado en creer durante todo este tiempo. –Draco sonrió– Que se confundiera de poción y tú vinieras en camino sin haberlo deseado, no significa que no te quisiera.

Nadia apretó los labios en un pequeño gesto de hastío. La particular forma en que Nadia fue concebida, formaría parte del folklore de aquella familia para siempre jamás. Estaba convencida. Al abuelo Severus le encantaba recordárselo a su padre Harry cada vez que éste le pedía una poción para algo.

Pero yo te la traeré, Potter. –solía decirle en tono burlón– Todos sabemos lo que pueden ocasionar tus confusiones.

–Cuéntame más cosas de papá. –pidió Nadia tras unos momentos de silencio.

–Si quieres saber más sobre tu padre –le dijo su otro padre tras meditarlo unos momentos– te aconsejo que le pidas primero disculpas. Y después podrás pedirle que te cuente él mismo lo que quieras saber.

Nadia asintió y abrazó a Draco. Se disculparía con papá Harry. Y después le freiría a preguntas. Pero antes, había algo más que tenía que arreglar...

Sus hijos le matarían de llegar a enterarse, pero la tentación era demasiado grande. Abrió el último cajón de su despacho después de pronunciar el poderoso hechizo que lo mantenía cerrado y sacó como otras veces el mapa de los merodeadores para saber que estaban haciendo sus retoños, antes de irse a casa. Mandy se encontraba en la biblioteca y Aaron en su sala común. A primera vista, no había rastro de Nadia. Después de un rápido vistazo la localizó. Torre de Astronomía. Y su corazón dio un vuelco cuando vio el nombre que flotaba al lado del de su hija: Paul Adams. ¡Dios! Aquello no presagiaba nada bueno. Metió apresuradamente el mapa en el cajón y salió como alma que lleva el diablo de su despacho. Se cruzó con varios alumnos que se volvían sorprendidos para ver al Profesor Potter corriendo por los pasillos como si le persiguiera una bludger enloquecida. Cuando llegó al final de la escalera resollaba como un condenado. Sólo espera llegar a tiempo de impedir algún hechizo poco recomendable. No era por su hija por quien temía. Bueno en realidad sí. Temía que según lo que se le ocurriera hacer a su pequeña serpiente, su abuelo no tuviera más remedio que acabar expulsándola. La puerta tenía un hechizo lo suficientemente potente como para impedir curiosos. Y en él identificó fácilmente la magia de Nadia. Nervioso, levantó el hechizo de su hija y abrió la puerta. Pero lo que le sorprendió no era nada de lo que esperaba. Sus gafas resbalaron hasta la punta de su nariz de puro estupor. Y decir que su mandíbula se desencajó hasta lo impensable, era decir poco. Durante unos momentos se quedó con la mano en la manilla de la puerta, estático, incapaz de proferir una palabra. Adams estaba sentado en el suelo, recostado contra la pared y su hija, sentada a horcajadas sobre él, devoraba su boca de una forma demasiado entusiástica como para ser decente. O mucho se equivocaba, o los placenteros gemidos que dejaba escapar el chico se debían al suave balanceo que Nadia ejercía sobre sus caderas, apoyándose con las manos en la pared. Y las manos de Adams estaban debajo de... un momento ¿dónde coño creía ese crío que podía meter las manos?

–Adams, o quita las manos de donde las tiene en este momento, o se verá colgando del aro del campo de Quidditch, sin saber como ha podido llegar hasta allí.

Los dos adolescentes dieron un respingo. Nadia se levantó de un salto, enrojeciendo hasta límites insospechados, acomodando su falda con movimientos rápidos y nerviosos, mientras que Adams perdía todo el color que alguna vez pudo tener en su rostro. Buscó desesperadamente la túnica que había quedado abandonada a su lado para cubrir el vergonzoso bulto que se adivinaba a través de sus pantalones. Todavía puestos y con la cremallera cerrada, para alivio del Profesor Potter. Nadia miró a su padre mordiéndose inquietamente el labio sin saber que esperar. Había planeado una maravillosa disculpa en cuanto se presentara la ocasión y ahora tenía la ligera sospecha de que todo acababa de irse al traste. Su padre todavía la miraba como si no pudiera creérselo.

–Papá, puedo explicarte... –intentó decir.

Su padre alzó peligrosamente una ceja, cortando la débil justificación que había empezado.

–Señor Adams, –dijo Harry en tono seco– espéreme en mi despacho. Usted y yo vamos a tener una pequeña conversación en unos minutos.

–Señor, yo...

–He dicho a mi despacho, señor Adams. Ya me dará allí todas las explicaciones que crea necesarias.

El chico tragó salvia y tras dirigir una mirada de cordero degollado a Nadia, desapareció por la puerta de la torre.

–En cuanto a ti, –Harry miró a su hija con aire severo– será mejor que vuelvas a tu sala común antes de que diga algo de lo que después me arrepienta. Hablaremos mañana, jovencita.

Nadia obedeció en silencio y desapareció por la puerta, tal como había hecho segundos antes Adams. Harry se dio unos minutos para tranquilizarse antes de seguirla. Bien, había llegado el momento de comprobar si la valentía seguía siendo la principal cualidad de Gryffindor. Porque había uno esperando en su despacho al que pensaba ponérselos por corbata.

Un par de horas después, Draco no sabía si reírse o escandalizarse.

–¿Y que te ha respondido? –preguntó.

–¡Que se aman! –bufó Harry– ¿Puedes creértelo¡Que se aman! –repitió con un gesto de exasperación– ¡Si hace un par de semanas se estaban matando!

–Bueno, del odio al amor solo hay un paso. Tú lo sabes. –dijo su esposo entregándole una copa de brandy.

Harry le dirigió una mirada enojada.

–¡Pues entre sus manos y el trasero de mi hija va a haber mucho más que un paso a partir de ahora!

Draco se sentó en el sofá junto a él y le atrajo contra su pecho.

–Cálmate amor. Tenía que suceder un día u otro. –le consoló.

Harry resopló otra vez. Draco sonrió, pensando que el pobre Gryffindor habría necesitado de todo su coraje para enfrentarse a la furia de su esposo.

–Además, si les separas, lo único que conseguirás será que se vean a escondidas. Y entonces no podrás saber donde está poniendo las manos ese chico. –le dijo.

Oh, si, claro que lo sabría. Para eso tenía el mapa, refunfuñó Harry mentalmente.

–¡Eres increíble! –se quejó– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

–Soy realista. –respondió Draco con calma.

–Es mi niña... –dijo Harry.

–Lo sé.

–¡Sólo acaba de cumplir dieciséis! –reiteró.

–También lo sé, amor.

–No quiero perderla. –acabó débilmente.

–Yo tampoco. –Draco suspiró– Pero después será Mandy. Y Aaron. Y tendremos que aceptar a quien nos traigan.

Harry dio un largo trago a su copa.

–Tú si que sabes cómo animarme. –le reprochó.

¡Oh, vamos cariño¿Qué hacías tú a los dieciséis?

–¿A parte de pelearme contigo e intentar sobrevivir a Voldemort?

–Aja...

–Pues... pelearme contigo e intentar sobrevivir a Voldemort. –después puso expresión de estar intentando recordar algo con mucho esfuerzo– ¡No, espera! Los sábados y domingos me hacía una paja. ¡No sabes como esperaba el fin de semana! –acabó con sorna.

Draco suspiró nuevamente. Deslizó sus dedos entre el rebelde pelo de su esposo.

–Habla con Nadia mañana¿de acuerdo? –dijo– Sin perder los estribos.

–Ya...

–No discutáis, por favor, Harry.

–No...

–Escucha lo que tenga que decirte.

–Bien...

–Dale una oportunidad¿de acuerdo?

–De acuerdo...

–¿Me estás siguiendo la corriente como a los tontos, Harry?

–No...

Nadia paseaba nerviosa por la salita, esperando a su padre. Debía haber acabado ya con la clase de vuelo con de los de primero. Estaría a punto de llegar. Aquella mañana durante el desayuno se había acercado a ella para decirle que comerían juntos en las habitaciones de sus abuelos. Y allí estaba ella, sintiéndose como si estuvieran a punto de mandarle una Imperdonable (suponiendo que remotamente pudiera saber cual podía ser esa sensación). Sólo había logrado cruzar dos palabras con Paul, en un cambio de clases, así que tampoco sabía exactamente lo que había pasado entre él y su padre la noche anterior. Pero Paul parecía estar entero, lo cual la tranquilizó. Oyó la puerta abrirse y no pudo evitar sobresaltarse.

–Hola. –saludó su padre.

–Hola papá.

Harry se quitó la túnica de Quidditch y la dejó sobre uno de los sillones.

–¿Tienes hambre? –preguntó Harry sentándose a la mesa que los elfos habían preparado.

Nadia le siguió en silencio y también se sentó. Durante unos minutos comieron sin hablar. Nadia deslizaba soslayadas miradas a su padre, que en apariencia estaba muy tranquilo.

–Tuve una interesante conversación con Adams ayer. –dijo de pronto Harry y el corazón de Nadia se encogió. Especialmente cuando los profundos ojos verdes de su padre se clavaron en ella de forma penetrante– De entre todos sus balbuceos me pareció entender que estáis sentimentalmente involucrados.

Las dos últimas palabras fueron dichas en un tono cercano a la ironía. Nadia asintió, observando atentamente a su padre, intentando adivinar en que momento iba a explotar.

–De hecho, lo de ayer por la tarde fue bastante gráfico. –prosiguió Harry recuperando su tono desprendido, sin mirarla– Y tengo la impresión de que no era la primera vez¿me equivoco?

Nadia negó con la cabeza.

–Salimos desde finales del curso pasado. –reconoció cuando encontró su voz.

Harry alzó los ojos de su plato para mirar fijamente a su hija.

–Entonces lo que vi durante ese partido no era más que ¿una pelea de enamorados? –preguntó con un ligero sarcasmo.

–Si... –volvió a reconocer Nadia, enrojeciendo.

Harry también asintió, con un exagerado gesto de entendimiento.

–Claro, –dijo– lo más lógico cuando uno se pelea con su "enamorado" es intentar tirarle de su escoba, a ver si con un poco de suerte se abre la cabeza.

–Ya le pedí disculpas... –musitó Nadia con voz débil.

–Si, ya vi cuan convincente puede ser mi hija pidiendo disculpas. –dijo él enarcando una ceja.

Siguieron comiendo en silencio. Bueno, más que comer, Nadia removía su plato, intentando encontrar las palabras. Unas que no humillaran demasiado su orgullo. Aunque lo veía un poco difícil.

–Papá... –Harry alzó los ojos y le dirigió una mirada penetrante– ... siento... lo siento, de veras. Tenías razón cuando me expulsaste. Y te pido disculpas.

Ya está. Lo había dicho. Tal como le había prometido a su padre Draco. Y sintió como si se hubiera quitado un gran peso de encima. La mitad de ese peso, en realidad.

–Bien, me alegra de que por fin te hayas dado cuenta. –le dijo Harry.

Sin embargo, el tono de voz del hombre frente a ella todavía no era el de siempre. No era cariñoso ni afectuoso, tal como solía serlo. Cuando no le cabreaba, claro está. Había escuchado poco de ese tono el pasado verano. Su otro padre Draco le había dicho que el Sombrero Seleccionador había querido poner a Harry en Slytherin y que no lo había hecho solo porque él le había rogado que no lo hiciera. Supuso que la parte Slytherin de su padre Harry era la que estaba viendo en ese momento. Bueno¿a quién podía extrañarle que ella misma estuviera en Slytherin?

–Tampoco me siento muy orgullosa de todo lo que te dije después. Supongo que también te debo una disculpa por eso.

Harry retiró su plato y observó a su hija con atención.

–Has estado hablando con tu padre¿verdad?

Ella asintió.

–Papá Draco me contó muchas cosas. –se envalentonó viendo la expresión de curiosidad de Harry– Vuestras peleas, como os encontrasteis después, que finalmente os enamorasteis, como te le declaraste en París... –Nadia no pudo evitar soltar una risita ahogada, producto del nerviosismo más que de otra cosa y Harry frunció el ceño, por lo que su hija rápidamente la reprimió– Leí tu carta este verano –dijo después. Y viendo la expresión de desconcierto de su padre añadió– La que le escribiste a papá Draco cuando te marchaste. Y ese papel del Ministerio también.

De pronto Harry sintió que la comida en su estomago se convertía en pesadas piedras.

–Esa carta fue bastante confusa para mí. –reconoció Nadia, a quien no se le escapó la expresión desencajada que de pronto tenía su padre– Después de oír durante tantos años que el que yo naciera había sido una equivocación de pociones... creí que dejabas a papá Draco por mi culpa. Con buenas palabras para no herirle... pero que le abandonabas al fin y al cabo. Que no me querías. –confesó avergonzada– Aunque ahora ya sé que no fue así.

–¿Y que te contó tu padre sobre todo ello? –quiso saber Harry, intentando dominar aquel desagradable vacío en la boca de su estómago.

–En realidad no mucho. –respondió Nadia– Me dijo que te preguntara a ti.

Harry dejó escapar un profundo suspiro. Así que su querido esposo se deshacía de la pelota y la dejaba sobre su tejado. ¡Perfecto¿Qué coño pensaba Draco que podía contarle a su hija de aquella oscura etapa de su vida?

–Dijo que me contarías lo que creyeras oportuno que supiera. –insistió Nadia anhelante.

Harry miró a su hija y contempló las dos estrellitas plateadas que también eran sus ojos. Y entendió que Nadia necesitaba saber. Que no podría eludir sus preguntas si quería que comprendiera y siguiera confiando en él. Que siguiera siendo su niña. Así que armándose de valor, se levantó y extendió en silencio la mano hacia su hija. Por segunda vez en poco tiempo, Nadia se sentaba en el mismo sofá con uno de sus padres, para conocer el resto de la historia. Un parte mucho menos divertida. Horas después, cuando Severus volvió a su habitación para buscar un libro de su biblioteca privada que necesitaba, encontró a ambos todavía sentados en el sofá. Nadia acurrucada contra el pecho de su padre, llorando silenciosamente. Harry acariciando el sedoso y rubio cabello, con la mirada húmeda. Severus se sentó en el sillón frente a ellos y dirigió a Harry una mirada interrogante. Sin embargo, fue Nadia quien alzando sus hermosos ojos plateados murmuró:

–Gracias por devolverme a mi padre, abuelo.

Severus no volvió a su despacho esa tarde.

La mañana de Navidad siempre era una verdadera algarabía desde bien temprano en casa de la familia Potter-Malfoy. La cama de Harry y Draco era asaltada por sus tres nerviosos y alborozados hijos, hasta lograr que ambos se levantaran y bajaran al salón para abrir los regalos bajo el árbol de Navidad. Puro teatro, sonreía Draco mientras bajaba las escaleras de la mano de su esposo. Porque Harry estaba deseando que llegara ese momento tanto o más que los niños. Pero le encantaba hacerse el remolón y recibir besos y cosquillas que le inspiraran a levantarse. Incluso Nadia se dejó caer a los pies de la cama, con gesto lánguido, como quien no quiere la cosa. Pero acabó envuelta en la guerra familiar, riendo y chillando como la que más, enredada entre sabanas, piernas, brazos y almohadones hasta lograr levantar a sus padres.

Una vez en el salón, empezaba la segunda guerra. La de los papeles, lazos y cajas desparramándose a lo largo y ancho de la estancia y la de los infructuosos intentos de Draco por mantener el orden en su perfecto y pulcro salón. Inútilmente, por supuesto. Harry no era de mucha ayuda. Porque esos momentos se convertía en el cuarto niño de la casa y no hacía más que alborotar todavía más a sus ya muy alborotados hijos.

–¡Este viene a nombre de los tres! –gritó Aaron nervioso, alzando un pequeño paquete, plano y muy delgado– ¿Puedo abrirlo yo¡Dejad que lo abra yo!

Sus hermanas se encogieron de hombros, ya muy ocupadas abriendo sus propios paquetes. Aaron rasgó el papel del flaco paquete con dedos impacientes. Después se quedó mirando su contenido con expresión decepcionada.

–¿Para que queremos un pergamino? –preguntó mirando a sus padres desilusionado.

Draco dirigió a Harry una mirada sorprendida. Éste sonrió. Días atrás, Draco le había dicho que no era justo que privara a sus hijos del Mapa de los Merodeadores. Al fin y al cabo era herencia de su abuelo James y de Remus. Y que sus hijos tenían derecho a "divertirse" también en Hogwarts.

–Al fin te decidiste… –dijo con una sonrisa.

–No sólo es un pergamino, Aaron. –explicó Harry– Sino un mapa. Un mapa de Hogwarts. –sus dos hijas gatearon hasta donde se encontraban sentados Harry y Aaron para observar con curiosidad el vacío pergamino– Lo hicieron vuestro abuelo James, el abuelo Remus, mi padrino Sirius y otra persona que no viene a cuento mencionar.

–¿Para que se supone que sirve? –preguntó Nadia, que había abierto el pergamino que estaba completamente en blanco.

–Sólo sirve si estáis en Hogwarts. –aclaró Harry– Te permite ver todo el castillo y las personas que están en él y donde se encuentran en cada momento. Algo muy útil en ciertos momentos.

Nadia miró a su padre, de repente con un brillo acusador en sus ojos.

–¡Eres un tramposo!

Harry soltó una sonora carcajada.

–Por supuesto, –admitió– los padres siempre jugamos con ventaja. Pero... –y miró a sus tres hijos con un brillo juguetón en sus ojos– Ni una palabra a los abuelos. Especialmente al abuelo Severus.

–¡Y yo que creía que este mapa era producto de la retorcida imaginación de los gemelos! –exclamó Mandy entusiasmada.

–Como la mayor –prosiguió Harry– Nadia será quien lo guarde. Pero es de los tres¿de acuerdo? –recalcó mirando a Nadia.

–Y por lo que más queráis –intervino Draco con expresión dramática– que no caiga en manos de los gemelos. O vuestro abuelo Severus va a estar maldiciéndonos hasta el fin de sus días.

La familia estalló en carcajadas.

–Ha sido un hermoso gesto. –susurró Draco minutos después cuando todos se dirigían a la cocina para desayunar.

–Que te crees tú eso. –susurró Harry a su vez con expresión traviesa– Tengo una copia.

Draco sonrió satisfecho.

–No esperaba menos de ti.

Horas después, la familia Potter al completo colaboraba en la preparación de la comida navideña. Aunque, sin duda, el ayudante más eficiente era Aaron. Tenían invitados a comer. Después de que la relación de Nadia y Paul se hubiera hecho pública en la familia, Draco pensó que si su hija se había ensañado tanto con el pobre Gryffindor durante su riña de enamorados, seguramente quería decir que significaba para ella más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Una característica muy Malfoy, se dijo con cierta diversión. Así que había invitado al chico y a sus padres a comer el día de Navidad. Quería conocerles, saber que tipo de familia eran. En definitiva, para que engañarse, verificar si estaban a la altura de su hija. Concentrado en su asado, era completamente ajeno a las miradas apuradas que de vez en cuando Nadia lanzaba a su padre Harry y como éste le sonreía, tranquilizador. A pesar de todo, a medida que la hora de comer se acercaba, Nadia estaba más nerviosa.

–Oh, papá¿y si se enfada? –gimió Nadia abrazándose a su padre después de seguirle hasta la bodega– ¿Y si los echa a todos de una patada?

–Vamos Nadia... –la calmó Harry– ¿cuándo has visto a tu padre perder los nervios? Un Malfoy jamás pierde la compostura.

O casi nunca, pensó recordando el poco comedimiento que su esposo había demostrado la noche anterior. Desde que tenían a sus hijos, se había acabado el retozar junto al árbol la mañana de Navidad. Así que la costumbre navideña no había tenido más remedio que trasladarse a la privacidad de su habitación. Por su parte, Nadia reconocía para si misma que en eso su padre Harry tenía razón. Papá Draco podía tener la sangre de hielo cuando se lo proponía.

–Pero... ¿y si no le acepta? –siguió inquieta– ¿y si no me deja seguir viéndole?

Harry sonrió nuevamente a su hija.

–Por Dios, Nadia. Tu padre jamás haría eso. No sin una buena razón, al menos. Y no la tiene. Créeme.

Nadia le miró con expresión de no estar muy convencida.

–Yo me ocuparé de tu padre llegado el momento¿de acuerdo? –beso a su hija con ternura y ella le abrazó con absoluta devoción– Tú sólo ocúpate de nuestros invitados. Ponga la cara que ponga tu padre¿de acuerdo?

Nadia asintió y ya un poco más sosegada, siguió a su padre escaleras arriba. Lo que Harry jamás confesaría a su hija, es que a pesar de todo tampoco él las tenía todas consigo. No por nada había hecho desaparecer discretamente la varita de Draco. Así que cuando una hora después sonó el timbre de la entrada, Nadia no fue la única que respiró hondo.

–¡Ha llegado tu novio¡Ha llegado tu novio! –canturrearon los dos pequeños dando saltitos alrededor de su hermana.

–¡Vosotros dos! –advirtió Draco en tono serio– No quiero oír ni una palabra más. El que no se comporte comerá en la cocina.

Mandy y Aaron ahogaron risitas mirando a Nadia, quien sin hacerles el menor caso se dirigía nerviosa hacia la puerta. Harry rodeó la cintura de Draco con su brazo y le atrajo hacía él mientras el rubio dirigía una última mirada de advertencia a sus dos hijos menores.

–Abre Nadia. –dijo Harry suavemente.

El matrimonio Adams y sus dos hijos aparecieron sonrientes tras la puerta, con los abrigos cubiertos de nieve. Paul parecía estar tan nervioso como Nadia.

–Bienvenidos –dijo Harry esbozando una amplia sonrisa, al tiempo que sentía como el cuerpo de su esposo se tensaba a su lado– Pasad, por favor.

Draco tardó apenas dos segundos en reaccionar.

–Neal, cuanto tiempo. –extendió la mano con su perfecta sonrisa Malfoy en los labios.

Neal estrechó su mano vivamente y Draco reconoció en ese apretón el deseo de ocultar una evidente inquietud.

–Creo que no conocíais a Steven –presentó el ahora entrenador de los Chudley Cannos a su esposo.

–Y tú eres Paul, supongo. –Draco estrechó la sudorosa mano del chico, a pesar del frío.

–Si, señor. –balbuceo Paul, buscando con la mirada el apoyo de Nadia, que le sonreía de manera angelical junto a su padre.

–Y este es Andy, el benjamín. –dijo Neal.

El niño, algo menor que Ethan esbozó una sonrisa tímida.

–Tenéis una casa preciosa –admiró Steven mientras se dirigían al comedor, tras desprenderse de los abrigos.

–Gracias.

Y haciendo gala de su exquisita educación, Draco respondió a las preguntas de Steven sobre algunos de los cuadros que colgaban en las paredes del amplio comedor y mantuvieron seguidamente una amigable conversación sobre sus hijos. Veinte minutos después se sentaban a la mesa en un ambiente distendido y amable. Nadia estaba radiante. Cruzó su mirada con la de su padre Harry y éste le guiñó un ojo con complicidad. Al cabo de un rato también Paul parecía haber superado sus nervios y la conversación fluía con naturalidad en la mesa. Neal y Harry hablaban de Quidditch; Steven elogió todos y cada uno de los platos que Draco había preparado y después le habló sobre su aburrido trabajo en el Ministerio, escuchando después con gran interés todo lo referente a la escuela de cocina que Draco había inaugurado hacia apenas dos años. Nadia y Paul mantenían su propia conversación, y Ethan y Andy la suya. La única que parecía algo descolgada era Mandy. Así que Harry no tardó en acudir en su ayuda y la niña estuvo encantada de ser incluida en una conversación adulta sobre Quidditch con nada más y nada menos que el entrenador de su equipo favorito (por supuesto) y con el mejor buscador que éste jamás había tenido. Que, además, era su padre. En un momento determinado, las miradas de Harry y su esposo se cruzaron y Draco le sonrió de forma encantadora. Por un momento, Harry tuvo un déjà vu de otra cena, algunos años atrás, en la que tres de los comensales en esa ocasión eran los mismos que se sentaban a su mesa en ese momento. Y para que el déjà vu fuera completo, llegados los postres, Draco le pidió que le acompañara a la cocina para ayudarle.

–Dime que no lo sabías, Potter. –susurró apenas entraron en la cocina en tono amenazador– O tú y el sofá de la sala os vais a hacer muy amigos en las próximas semanas.

Harry intentó esbozar una de esas sonrisas que sabía que le derretían, para desarmar los ojos gris tormenta que le estaban taladrando sin piedad.

–Cariño, –dijo encogiéndose de hombros, como si no sintiera la oleada de furia que Draco batía sobre él– tú mismo lo dijiste. Tenía que suceder un día u otro. Y después será Mandy. Y Aaron. Y tendremos que aceptar a quien nos traigan.

Draco entrecerró los ojos y le dirigió una mirada airada al sentirse atrapado en sus propias palabras.

–Además, fuiste tú quien se empeñó en invitarles. –le recordó– Así que tienes que darle una oportunidad al chico. Si Nadia se ha enamorado verdaderamente de él, no creo que tu animadversión por su padre la detenga. Lo sabes tan bien como yo.

Draco suspiró con aire derrotado, aceptando por fin el cálido abrazo de Harry.

–Si te sirve de consuelo, yo no relacioné el apellido de Paul con Neal hasta hace apenas un par de semanas. –le dijo– Cuando el propio Paul le mencionó a Nadia que su padre y yo habíamos salido juntos...

–Hicisteis algo más que salir. –refunfuñó Draco, dejándose mimar a pesar de todo entre los brazos de su esposo.

–... pero tú ya les habías invitado, amor. Y no hubiera sido muy correcto desdecirse después.

–No, supongo que no. –admitió Draco. Después levantó su todavía airada mirada plateada y añadió– Pero si ese tipo pone una sola vez la vista en tu trasero, va a tener serias dificultades para encontrar el suyo.

Harry reprimió una carcajada para no herir la susceptibilidad de su esposo.

–Ya deberías saber, que al único que le permito interesarse por mi parte posterior es a ti, mi amor. Y creo que eso a Neal le quedó muy claro hace mucho tiempo. –sonrió Harry, sin poder evitar sentirse halagado por los celos de Draco a pesar de todo.

–Por si acaso. –replicó el rubio con un delicioso fruncir de labios.

–Tontito... –murmuró su esposo.

Y no le dio tiempo a protestar por el cariñoso insulto porque Harry ya estaba reclamando su boca y devorándola con absoluta pasión. El sonido de risas y aplausos les llegó desde el comedor, devolviéndoles al momento presente. Siguieron abrazados sin palabras, ambos con una sonrisa en los labios.

–Te imaginas cuando todos nuestros hijos vengan a vernos en Navidad, con sus parejas, nuestros nietos... –empezó a soñar el moreno en voz alta.

De repente una fuerte palmada en su trasero le devolvió duramente a la realidad.

–¡Hey! –se quejó.

–Deja de elucubrar, Potter. Todavía falta mucho para eso. –Draco enarcó una ceja con expresión coqueta– ¿O es que me has visto ya cara de abuelo?

–Por su puesto que no, amor –se apresuró a asegurar Harry– Tu jamás parecerás un abuelo. Ni siquiera cuando lo seas.

–Mejor no te atrevas ni a insinuarlo –le advirtió Draco con gesto irónico– sino quieres llegar realmente a cierto grado de intimidad con el señor sofá del salón.

Harry sonrió mientras le echaba una glotona ojeada al delicioso pastel de chocolate adornado con motivos navideños y colocaba platos y cucharillas en el carrito. Después de todo el tiempo pasaba muy rápido. Y empezaba a sospechar que en un futuro no muy lejano su adorado rubio tal vez tuviera que enfrentarse al hecho de tener a Neal Adams por consuegro. Después, de ahí a los nietos solo habría un paso...

Pero por favor, que nadie se lo mencione a Draco. El sofá del salón es muy cómodo. Pero creo que a Harry le gustaría seguir durmiendo en su cama, pegadito a su rubio. Con un poco de suerte, hasta que la dentadura postiza acompañe a sus gafas sobre la mesilla de noche.

FIN