En el s. III después de Cristo, el Imperio romano, se extendía de costa a costa por toda Europa, dominando la Galia, Hispania, Italia o Britania. Ansiando aún más conquistas, ambicionando más tierras y deseando más oro, más pueblos leales y completamente sometidos a Roma, los romanos emprendieron una campaña contra los afamados guerreros sarmatas del Este, reconocidos por su habilidad como jinetes y por sus aguerridas campañas bélicas. Miles de hombre perecieron en dicha conquista. Al amanecer del cuarto día de batalla, los pocos supervivientes, eran jinetes de la legendaria, aunque muy diezmada caballería sarmata, orgullo de su nación. Impresionados por su valor, los romanos les perdonaron la vida y sellaron un pacto con ellos. A cambio de dicho pacto, se incorporaron al grueso del ejército romano, aunque más les habría valido morir aquel día.
El pacto, tenía dos cláusulas y en la segunda de ellas, se estipulaba que, no sólo ellos servirían a Roma, también y sus hijos y los hijos de sus hijos y así, hasta el fin del mundo, o la destrucción de Roma.
Año 452 Después de Cristo
En una remota pradera de Sarmatia
Un joven, galopaba a toda velocidad, intentando llegar lo antes posible a su destino, la aldea de su padre.
Al llegar, desmonto y le dijo:
-Otô-san, ya están aquí.
Su padre, Akira Kiyosato, le dijo:
-Enishi, hijo mío, ha llegado el momento.
En ese instante, detrás de la colina, cubierta por la niebla, aparecieron unos jinetes, que portaban un estandarte romano.
Al situarse a la altura de los aldeanos, ellos pudieron ver que tan sólo iban 2 romanos, el resto eran adolescentes sarmatas, como Enishi, seguramente tendrían los mismos trece años que él. Enishi se subió a su montura y observó a su padre, quien, acariciando la crin del caballo, le dijo:
-Hijo mío, dice una leyenda, que todo caballero muerto, regresa a nuestro mundo convertido en caballo y poseyendo una amplia visión del futuro. El sabe lo que te espera y te protegerá.
En ese momento, pequeñas lágrimas asomaron en los ojos de su padre.
-Enishi! Enishi!- gritaba una joven morena, que irradiaba felicidad, saliendo de una cabaña y dirigiéndose hacia él.
Al llegar a donde él estaba, le dijo:
-Toma, Enishi- extendió la mano, mostrándole un amuleto, en el que se podía observar la faz de un tigre- te traerá suerte.
Enishi lo recogió con sumo cuidado y le dijo, sonriendo, a su pequeña hermana
-Muchas gracias, Tomoe, es precioso- tras ello, mirando al resto de su familia, añadió con un semblante más serio- No temáis, os juro que volveré.
Dio un pequeño tirón a las riendas del caballo y éste dio la vuelta y, lentamente, se dirigió hacia donde los otros le esperaban.
Al llegar hasta ellos, le preguntó al oficial romano:
-¿Cuánto estaremos fuera?
El otro, serio, le respondió:
-Quince años, sin contar el tiempo que tardemos en llegar hasta vuestro destino.
A Enishi le apareció una sombra de pena en el rostro, cuando su padre gritó:
-ENISHI!- éste se giró. Su padre, golpeó ligeramente su corazón en dos ocasiones con el puño derecho y, alzándolo, exclamó- HONOOOOOOR!
El resto de la aldea imitó al jefe del poblado
Los acompañantes del joven respondieron al saludo, imitándolo, como correspondía, pero Enishi no lo hizo, tan sólo se golpeó ligeramente el pecho y levantó el brazo.
Al bajarlo, dirigió una mirada rápida a su padre, quien estaba abrazando a su madre e inmediatamente bajó la vista y, poco después, la dirigió al frente, encaminándose hacia sus compañeros.
El lugar al que se dirigían era Britania, aunque, mejor dicho sería la mitad sur de la misma, pues estaba dividida por un inmenso muro de 118 Km, construido entre finales del s. 0 y principios del s. I, para separar a los rebeldes autóctonos de los colonos romanos. Dicho muro, era conocido como el "Muro de Adriano", pues fue ese emperador, nacido en Itálica, quien lo mandó construir. Así que, al igual que sus antepasados, se dirigieron a esa zona llena de demonios y muerte, donde se jugarían la vida desde el año siguiente, cuando ya hubieran aprendido los estilos de lucha britanos y serían dirigidos por un paladín romano, que no compartía absolutamente nada con sus antecesor, ya que el paladín a quien servirían, Himura Kenshin, era un adolescente como ellos, criado por el reconocido Hiko Seijuro, el paladín y senador romano, que se casó con una britana y mantuvo a toda Britania en paz, con la ayuda de sus valientes compañeros y amigos sarmatas.
Mientras tanto, en un lago de Britania, un joven pelirrojo, de unos 13 años, bajaba feliz una colina que le llevaría hasta su madre, que estaba lavando tranquilamente la ropa.
-Oka-san, Oka-san, ya he terminado!
Le enseñó a la mujer una pieza de barro, aún manchada, a lo que ella, sonriendo, respondió:
-Es precioso, hijo. Lávalo para que quede mejor.
El joven lo metió en el agua y comenzó a frotarlo con sus dedos rápidamente, ante la atenta y divertida mirada de su madre. Al sacarla, se pudo contemplar una especie de moneda de barro, en la que se veía una imagen de un hombre joven y dos palabras, una en cada lateral KATSURA, en una y en la otra KOGORO.
-Mire, madre- le dijo al levantarse.
Pero ella ya se había ido y agitaba la mano a lo lejos, pidiéndole que se reuniera con ella. Miró tras él y allí estaba Katsura, junto a él y con su caballo bien agarrado por la riendas.
-Katsura- dijo al levantarse y girarse, extendiendo la moneda hacia el hombre- para ti.
El hombre la cogió y sonrió al contemplarla.
-Muy bien, Kenshin- le dijo, mientras le devolvía la moneda- quédatela. Entrégamela cuando vengas a Roma.
Katsura montó en su caballo, mientras Kenshin seguía contemplando la moneda.
Observaron la colina por la que Kenshin había bajado y vieron como unos caballos pasaban frente a ellos. Katsura bajó, colocó sus manos sobre los hombros de Kenshin y le dijo:
-Mira, jóvenes caballeros. Fíjate bien, pues, algún día, si así lo decides, podrías llegar a comandarlos, cuando tomes las riendas del increíble dominio de tu padre y sirvas a Roma con tu alma y tu arma, al igual que tu padre, antes que tú. Pero has de saber que dicho cargo conlleva una responsabilidad sagrada y ancestral- se arrodilló frente al joven, aún con las manos sobre sus hombros y le dijo- Has de protegerles, defenderles y apreciar su vida como tu mayor tesoro, pues ellos, eso mismo harán contigo, Kenshin y, si perecen en un combate, ello no será una razón para morir, sino una para vivir, no sólo por ti, son también por ellos. Vosotros seríais caballeros y seríais parte de esos pocos, que se sacrifican por el resto para defender su libertad, pues el mundo ni es ni será un lugar perfecto y son los caballeros los que han de luchar por que los demás no sufran.
Katsura se levantó y se dirigió hacia su caballo, montó y subió a Kenshin tras él y lo llevó hasta el asentamiento romano, donde Kenshin descansó, para conocer, al día siguiente, a sus compañeros.
Notas del Autor: Muy buenas. Vale, tengo dos fics de Conan, dos de Kenshin y uno de Sin Rastro sin terminar, pero no me he podido resistir a subirlo y, a partir del 21 intenatré actualizar todos y cada uno de mis fics.
Este, en particular, está ligeramente inspirado en la película "El Rey Arturo" y llevaba un tiempo deseando publicarlo, pero no me decidía y ahora, al ver el fic de Arcasdre, he pensado "Vamos a hacerle la competencia" Jaja. Ahoa en serio, lo he publicado en cuanto lo he acabado.
Esperando reviews y deseando que os cuidéis y tengáis solidaridad, justicia y libertad
se despide
michel 8 8 8
