Capitulo I: Encuentro y despedida

Athiel tomó rápidamente las cosas que le quedaban sobre la mesa y salió al encuentro de su padre que la esperaba en el dintel de la biblioteca de la catedral, lugar donde la pequeña tomaba sus lecciones para poder ingresar a la Orden del Cuervo, los representantes del gran Odín

-Hola Angelito ¿Cómo te fue hoy?- preguntó el sacerdote abrazando a la niña

-Bien padre, hoy ya pude mejorar mi curación- dijo la acolita sonriente

-Te felicito, pero has salido tarde ¿No que tus clases terminan a la puesta de sol?- preguntó el hombre

-Sí, pero me quedé estudiando sobre el desierto- respondió la niña –Pronto el Padre Hinno nos tomará un examen-

-Me alegra que seas aplicada. Vamos, tu madre nos espera y hoy llegaron tus abuelos-

Al oír la noticia, Athiel abrazó a su padre de felicidad, pues sus abuelos eran monjes que se pasaban viajando alrededor de Midgard y siempre traían grandes historias.

La niña tomó de la mano a su padre y ambos salieron de la biblioteca camino a su hogar. Durante el camino, el sacerdote miró de reojo a su pequeña, que hace tres meses había cumplido los 10 años, la edad de entrada al servicio de la Orden. Athiel era menudita para su edad, tenia el pelo café y alegres ojos oscuros que ahora miraban todo con mucha atención, pues iban por una parte de la catedral que ella no conocía.

-Padre, ¿A dónde vamos?- pregunto elevando sus ojos

-Saldremos por otro lado, hemos tenido noticias de intrusos en la catedral y el Obispo nos pidió discreción- le explicó su padre

-Por eso fuiste a buscarme, porque no querías que anduviera sola- dijo la niña algo molesta

-Eres demasiado lista, Athiel. No es que no confíe en ti, pero me siento mas tranquilo si estás conmigo- le dijo su padre arrodillándose para quedar a su nivel- no sabemos que o a quién están buscando los intrusos-

Athiel soltó un suspiro y abrazó a su padre. De repente un guardia llegó corriendo

-Señor, encontramos al intruso- dijo el joven Cruzado cuadrándose

-¿Lo atraparon?- preguntó el sacerdote

-Lo estamos persiguiendo, pero salió de la catedral, señor- dijo el guardia algo avergonzado

-Athiel, escúchame. Quiero que salgas por la puerta que está al final del pasillo y te vayas directo a casa. Avísale a tu madre que yo estaré con la guardia ¿está bien?- dijo el sacerdote a la niña

-Pero padre…- Athiel sólo atinó a abrazar a su padre

-Tranquila Angelito, estaré bien. Ahora vete-

Padre e hija se separaron y Athiel partió corriendo hacia la puerta que le había indicado su padre, por donde salió al cementerio de Prontera. Luego de unos segundos para ubicarse, Athiel partió hacia su casa en el mayor silencio posible y algo asustada.

Al dar vuelta en una esquina, se quedó helada al ver a unos metros la silueta de un hombre que se ocultaba entre las sombras de una casa. No fue necesario mucho para que entendiera que ese hombre era el intruso al que buscaban los guardias de la catedral. En un primer momento pensó en delatarlo, como todos le habían enseñado que debía hacer en una situación así, pero entonces el hombre… no, joven cruzó su mirada con la de Athiel y en ella, Athiel no vio miedo, sino preocupación y resignación, como si él hubiera visto demasiadas cosas a pesar de verse tan joven

Ambos se quedaron mirando unos segundos, cuando los ruidos de una patrulla los devolvieron a la realidad. Se escondieron de nuevo del grupo que pasaba a toda velocidad por la calle. Cuando volvieron a estar solos, Athiel sólo necesitó un momento para decidir que hacer. Con señas, atrajo la atención del joven y le indicó que la siguiera.

A los pocos segundos, un joven vestido con el traje del desierto estaba a su lado. Athiel lo examinó rápidamente y se fijó que tenía una herida bastante fea. Sin hacer ruido sacó de su bolso un frasco lleno de un líquido amarillo y se lo pasó al joven

-Tómeselo, le dará energías para llegar a un escondite- le dijo al ver la desconfianza asomar por el rostro del joven

Cuando lo hizo, Athiel lo tomó de la mano y lo guió por las calles oscuras y vacías de Prontera hasta llegar a una encrucijada. Al otro lado se veía una gran casona aparentemente abandonada hacia mucho tiempo, pero no pudieron cruzar, ya que se escuchaban voces por las cuatro calles

-Por Freya ¿Por qué tenían que escoger este lugar como punto de reunión?- susurró Athiel buscando un refugio con los ojos.

A medida que los minutos pasaban, las voces se acercaban y Athiel empezaba a asustarse cuando un brazo la rodeó por los hombros y la jaló hacia atrás mientras que otra le tapaba la boca

-Shhh, si no haces ruido no nos descubrirán- escuchó Athiel en el viento cuando las manos la soltaron. Claro que no era necesario decírselo, pues con el susto se había paralizado.

Cuatro patrullas se encontraron frente a ellos y a Athiel le dio una punzada de dolor al ver entre la gente a su padre, que parecía muy preocupado

-¿Novedades?- preguntó un Cruzado que parecía a cargo

-Nada, sólo sabemos que es un miembro del clan de los Asesinos y que intentaba entrar en las bóvedas de la biblioteca- dijo un guardia

-Hemos rastreado toda la zona norte de la ciudad, Señor, pero parece haberse desvanecido- dijo el jefe de otra patrulla sin saber que el que buscaban estaba frente a sus narices, literalmente

-Hombre, no seas estúpido. Ese asesino es tan real como nosotros, no pudo haberse desvanecido- dijo el padre de Athiel –Sigan buscando, amplíen el sector a las zonas este y oeste y vigilen todas las entradas-

Todos se cuadraron y salieron en distintas direcciones, mientras que el capitán cruzado y el padre de Athiel conversaban

-¿Qué buscará un asesino en una biblioteca?- preguntó el sacerdote

-Al parecer buscaba información sobre el Ankh de Plata- dijo el Capitán –Eso contenía la bóveda a la que intentaba entrar-

-¿El amuleto perdido de Sorgat? Sólo es una leyenda- dijo el sacerdote –Jamás existió un Ankh con esos poderes-

-Sólo me remito a los hechos, Hykar- dijo en su defensa el Cruzado

-Lo sé, pero estoy nervioso, esa bóveda posee información confidencial sobre la Guerra de las Ruinas-

-Y además tu pequeña hija está sola- agregó el Cruzado

-Athiel, espero que haya llegado a casa-

Instintivamente, Athiel agachó la cabeza avergonzada y no volvió a subir los ojos hasta que el silencio volvió a reinar

-Pequeña…- dijo el joven

-Venga, podrá refugiarse en la casa- dijo Athiel reaccionando

Ambos llegaron al portal de la casa y el joven abrió la entrada en unos momentos. Una vez adentro, Athiel respiro aliviada y el joven dejó escapar un gemido de dolor.

-Déjeme revisarle esa herida- pidió la niña sacando una botellita blanca –Esto impedirá infecciones y acelerará la curación

El joven se tomó la poción blanca mientras Athiel se concentraba en la herida. Luego de orar unos instantes empezó a pasar las manos a escasos centímetros del joven y una luz empezó a rodear la herida cerrándola lentamente. El joven podía ver las gotas de transpiración que empezaron a bajar por la frente de la niña, fruncida por la concentración. Pasaron dos, tres minutos y la niña se apartó exhausta

-No puedo cerrarla más, esta herida estaba fuera de mi conocimiento- dijo sentándose a descansar –Al menos ya no es grave y con una noche de reposo estará bien-

-¿Por qué lo hiciste?- preguntó el joven

-¿Perdón?- dijo Athiel confundida

-¿Por qué me protegiste y me curaste?- volvió a preguntar el joven –Eres una acólita y se supone que te enseñaron a delatarnos-

-Sí, me lo enseñaron señor, pero algo me dijo que debía ayudarlo. Llámelo instinto o intuición, como quiera- respondió Athiel sinceramente

-Eres muy pequeña, aún no estás corrompida- dijo el joven examinándola con detención -¿Te das cuenta que yo ahora podría matarte y nadie se enteraría?-

-Sí, lo se, pero eso no quita que lo hubiera ayudado- respondió Athiel algo incómoda

-¿Qué quieres preguntar?- dijo el joven ocultando una sonrisa

-Es sobre el Ankh… he leído sobre él, pero siempre que pregunto me responden que es una leyenda- dijo Athiel algo sonrojada

-Sí, los sacerdotes dicen eso. El Ankh de Plata no es una leyenda, es el amuleto que protegía la Esfinge de Morroc. Hace algunos años alguien la robó y desde entonces hemos tratado de recuperarla, pues nosotros solos no podemos contra el mal de la Esfinge...- le respondió el joven

-La momia del Faraón ¿verdad?- preguntó Athiel

-Sí pequeña-

Athiel se puso de pie y miró al asesino con algo de tristeza

-Debo irme, sino empezarán a sospechar de usted. Le dejaré algunas pociones para mañana. Esta casa ha estado abandonada por años, nadie lo buscará aquí- dijo dando la vuelta para salir

-Espera Athiel- dijo el joven sacando de su capa un brazalete de plata con forma de halcón en vuelo –Acepta esto como agradecimiento y como deuda. Si alguna vez necesitas ayuda en el desierto este brazalete te la conseguirá-

-¿Por qué?- preguntó Athiel –pensé que el clan del desierto no hacía regalos-

-Solo los hacemos a quienes encontramos que se los merecen y tú te lo has ganado. Cuando un asesino contrae una deuda de vida, todo el clan lo hace- respondió el joven

-Muchas gracias, lo tendré en cuenta- dijo Athiel tomando el brazalete y guardándolo en su bolso –Ahora debo irme. Que Odín lo proteja-

-Y que Osiris te cubra con su sombra- respondió el asesino viendo ir a su pequeña salvadora

Athiel salió de la casa en silencio y se dirigió a todo correr hacia una de las salidas del cementerio, ahí buscó un rincón y se acurrucó, esperando a que pasara una patrulla.

Rato después Athiel escuchó la voz de su padre y del Cruzado a cargo acercarse y saliendo de su escondite corrió hacia ellos

-¡Athiel! ¿Qué te pasó hija?- preguntó su padre al verla llegar

-El intruso… me encontró camino a casa y me robó algunas pociones, luego me durmió- le mintió Athiel con un poco de remordimiento,

-¿No estás herida?- le dijo su padre examinándola preocupado, pensando que los ojos bajos y la voz temblorosa eran producto del miedo de su hija

-No, estoy bien, sólo asustada-

-¿Viste como era, pequeña?- preguntó el Cruzado

-Sólo vi sus ojos, estaba cubierto por una capa muy gruesa- respondió Athiel

-Por Odín, se nos escapó de nuevo-

-Vámonos a casa Athiel, ya han sido bastantes emociones- dijo el sacerdote

Esa noche, Athiel tuvo problemas para dormirse, pues conocía la magnitud de lo que había hecho y que si la descubrían pagaría no solo con la expulsión de la orden, sino posiblemente también con prisión por traición, pero de una u otra forma, no podía dejar de pensar en el joven asesino que se refugiaba en la casa abandonada, y rogó a los Aesir para que pudiera llevar a buen termino su misión: Encontrar el Ankh de plata.