Capítulo 2: Se desata el mal
Dos años habían pasado desde aquella noche en que Odín quiso que Athiel y el asesino se juntaran y Athiel había guardado celosamente el secreto, pues sabía por su padre, que los hijos del desierto aún se infiltraban cada cierto tiempo en la catedral, buscando incansablemente el legendario amuleto. El brazalete del halcón nunca dejaba su muñeca y cada vez que alguien le preguntaba por el, ella sólo sonreía y callaba, lo que había dado lugar a varios rumores sobre un anónimo pretendiente. Su hermana mayor, Cyra, solía molestarla con eso
-Vamos, Athiel, no tienes que ocultarlo, si es normal que ya los padres están buscando prometida para sus hijos- le dijo una mañana Cyra
-No es eso, Cyra, y lo sabes- le respondió Athiel con una mirada molesta
-Pues no veo otra razón para que ocultes tan celosamente a quien te regaló tan linda joya-
-Sólo fue una muestra de agradecimiento por un favor que hice- dijo Athiel tomando sus libros y marchando pensativa hacia la catedral a sus clases.
Esa mañana, Athiel se había despertado con un extraño presentimiento, y eso le preocupaba, pues no era común en ella. En sus 12 años sólo una vez se había despertado con la misma sensación, y fue cuando su hermano murió en una escaramuza en la ciudad maldita de Glast Helm.
Como todos los días, Athiel se dirigió a la nave principal de la catedral para hacer sus oraciones antes de las clases, pero se asustó mucho al ver que arrodillado frente al altar mayor había un caballero en gravísimo estado. Sin recordar que no debía hacer ruido, corrió hacia el hombre tirando sus libros sobre una banca. El hombre no se percató de ella, sólo miraba fijamente la estatua de Odín y Freya
-¿Señor?- preguntó Athiel con respeto –No debería estar aquí tan grave-
El hombre la miró profundamente y frunció el ceño
-No hay tiempo para mí, busca al obispo y dale esto- dijo sacando de su bolso un pergamino sellado y manchado con sangre –Mi misión acabó-
-Lo haré señor, pero también buscaré a los sanadores- dijo Athiel inclinando la cabeza con los dedos medio e índice de la mano derecha sobre la frente antes de dar media vuela y salir corriendo de nuevo.
Al salir de la capilla se encontró con el padre Hinno, su profesor
-¡Athiel! Sabes que no debes correr en la catedral- la reprendió
-Lo siento señor, pero en la capilla hay un caballero en gravísimo estado y me pidió que entregara esto al obispo- dijo Athiel mostrándole el pergamino
-¡El sello de Thor! Sólo se usa en caso de emergencia- dijo sin poder evitar el asombro – El obispo está en su oficina, ve lo mas rápido que puedas, pequeña. Yo me encargo del caballero-
-Si señor-
Athiel repitió rápidamente el saludo y volvió a echar a correr hacia la otra punta de la catedral, donde estaban las oficinas y habitaciones de los altos cargos de la orden. La oficina del obispo estaba guardada por dos Cruzados de brillante armadura que cruzaron sus espadas para evitarle la pasada
-¿Qué quieres aquí niñita? Vuelve a tus clases- dijo uno con un ligero tono socarrón
-No puedo, traigo un mensaje con el sello de Thor- dijo Athiel sin amedrentarse
-Jajaja… no bromees con eso, pequeña- dijo el otro, pero se calló al ver el sello con el pergamino
-Entra, su Eminencia te recibirá- dijeron ambos dejándola pasar rápidamente
Athiel respiró un par de veces para calmarse y entró en silencio a la gran oficina. Daba al este y ahora estaba llena de la luz del sol. Frente a ella, detrás de un gran escritorio, el Obispo de la Orden leía unas cartas muy concentrado
-¿Eminencia?- preguntó tímidamente Athiel.
El obispo bajó las cartas y la observó con un par de ojos oscuros como carbones y por un momento a Athiel le pareció ver que tenían reflejos rojos
-¿Quién eres?¿Y que haces aquí jovencita?- preguntó con voz suave, pero autoritaria –Acércate-
-Soy Athiel señor y traigo un mensaje con el sello de Thor- dijo llegando al borde del escritorio y poniendo sobre este el pergamino
El obispo lo vio asombrado y lo tomó para abrirlo. Su asombro pasó a la preocupación en un solo momento y se puso pálido
-¿Cómo llegó este mensaje a tus manos, Athiel?- preguntó rápidamente al ver que estaba intacta y el pergamino con manchas de sangre
-Me fue entregado recién por un caballero que estaba en la nave central de la capilla, Eminencia. Estaba en muy mal estado- respondió abrumada por esos ojos
-¿Lo están atendiendo?-
-Eso creo señor. A la salida me encontré con el padre Hinno, mi maestro, que me dijo que él se iba a encargar de su estado-
-Bien, le avisaste a la persona correcta- dijo el obispo sonriéndole -¿puedes hacerme un favor mas?-
-Sí señor, como mande- dijo Athiel
-Lleva esto al heraldo de la Orden y dile que se avise al consejo, lo quiero reunido al medio día- dijo el obispo escribiendo unas palabras en un pergamino y sellándolo –y por favor, no digas a nadie de esto-
-Sí, señor- respondió Athiel asombrada
Athiel saludó otra vez y salió de la oficina antes de echar a correr de nuevo por la catedral mientras su cerebro trabajaba a toda máquina en que habría dicho el mensaje que el obispo se había preocupado tanto y quería al consejo de la Orden reunido en menos de dos horas, pero mas que nada, porqué quería tanto secreto.
Ese día las clases fueron suspendidas por la reunión de emergencia, pero a diferencia de los otros niños que aprovecharon el día para jugar y hacer travesuras, Athiel se dirigió a la biblioteca de la catedral para buscar por enésima vez información acerca del Amuleto, pues por alguna razón presentía que la súbita llamada al consejo tenía que ver con la extraña cruz.
Pasaron algunas horas, cuando entre las páginas de un gran libro Athiel encontró un viejo pergamino al que el tiempo no había dañado mucho, pues aún podía verse la fecha de escritura, que era de 17 años atrás. Asombrada, Athiel sacó el pergamino a la luz para leerlo mejor:
"Es el fin del octavo mes, llevo seis semanas encerrado en esta tumba y mis fuerzas flaquean, si alguien encuentra esta carta le pido por el gran Osiris, que es justo con sus hijos que continúe mi misión. Mi nombre es Ragabash, miembro del clan de los Asesinos, guardián del Ankh de Plata, la llave de la Esfinge.
Hace 15 años tomé esta misión voluntariamente y en plenitud de mis facultades. En ese entonces, el Ankh estaba segura bajo el altar del divino Horus, señor del Sol Naciente, mas ahora siento que le he fallado a mi clan, pues hace dos meses que la Llave ha desaparecido de su lugar de reposo. Como guardián, rastreé la pista del ladrón hasta los pisos superiores de la Gran Esfinge, donde la encontré junto al cadáver de un miembro de la Orden del Cuervo, sin embargo y a pesar mío, el Ankh había sido partido en varias partes, teniendo yo en este momento el extremo inferior, que he enviado al refugio de mi clan para que quede a salvo del saqueo.
El resto de la cruz parece haber sido enviado a Prontera, con motivos que desconozco y que me temo nunca podré saber. Sólo ruego que los Dioses encuentren un alma joven y fuerte para continuar mi búsqueda y salvar a mi clan y al Desierto, pues sin el Ankh los males de la Esfinge empezarán a volver a la vida y saldrán a cobrar venganza por su encierro.
Pongo mi espíritu a disposición de la Corte de los Muertos, para que me juzguen por mi falta.
Que los Dioses protejan a quien decida tomar mi lugar, y que le colmen de bendiciones y ayuda.
Ragabash, Capitán Asesino
LV Guardián de la Llave de la Esfinge"
Athiel dejó caer el pergamino sobre la mesa, acababa de encontrar una prueba de que el Ankh realmente existe y que había sido robado, al parecer, por un sacerdote. Vigilando que nadie la viera, guardó el pergamino en su bolso y salió hacia su casa, pues ya atardecía.
Aunque se quiso guardar secreto sobre el misterioso mensaje, la información se filtró y al día siguiente se sabía en toda Prontera que la cuidad de Morroc estaba en peligro. Esa tarde, se publicó un edicto que invocando a una antigua ley, ordenaba a cada familia que tuviera entre sus miembros a un monje, sacerdote o Cruzado, presentarse en las puertas del Castillo en un plazo de 20 días para hacer un convoy de ayuda que iría hacia Morroc. En la familia de Athiel, que todos eran sacerdotes o monjes, se decidió que iría Cyra, pues Athiel aun era muy joven y sus padres no podían abandonar sus puestos en la Orden, cosa que tenía a Athiel muy inquieta, no porque creyera incapaz a su hermana, sino que sentía que las cosas no iban a salir bien…
No sabía cuan acertado era ese sentimiento…
Tres días antes de que se cumpliera el plazo de partida del convoy, Athiel estaba sentada en el pórtico de su casa, mirando a su padre meditar, cuando el trote rápido y pesado de un Peco Peco la distrajo.
-¡Padre Hykar! ¡Padre Hykar!- dijo un Caballero desmontando rápidamente frente a su casa y llevando en sus brazos el cuerpo de Cyra
-¡Cyra! ¿Qué sucedió?- preguntó Hykar al ver a su hija inconsciente.
-Fue atrapada por una manada de lobos en el Templo del Bosque. Logró salir, pero se desmayó en el pórtico – dijo el Caballero dejando a la sacerdotisa sobre un sillón
-Athiel, llama a los sanadores, rápido- dijo su padre
Athiel salió corriendo de su casa camino a la catedral y antes de una hora estaba con una sanadora de vuelta. Todos estaban afuera de la pieza de Cyra, esperando que saliera
-¿Cómo está?- preguntó la madre al ver salir a la sanadora
-Está bien, Frida. El desmayo fue por el agotamiento. Pero tiene una pierna fracturada y una contusión en el hombro derecho. Deberá guardar por lo menos una semana de reposo- dijo la mujer sonriente
-¿¡Una semana! Pero la caravana parte en 3 días – dijo Hykar
- Entonces tendrá que ir alguien mas, Cyra no debe moverse-
La sanadora salió de la casa dejando a la familia aliviada porque Cyra estaba bien, pero a la vez preocupada. Hykar y su esposa, Frida fueron a la sala de estar con los Abuelos, mientras que Athiel entraba silenciosamente a la pieza de su hermana y se recostaba junto a ella
-¿Qué vamos a hacer?- preguntó Frida a su marido
-Nosotros no podemos abandonar nuestros puestos… - dijo Hykar preocupado
-Y nosotros ya estamos viejos para ir a la guerra- dijo la abuela dejando la solución en el aire
-¡No! Athiel no puede ir ¡Recién tiene 12 años! – dijo Frida retorciendo sus manos
-Sí, pero es aplicada y ha aprendido bien. Confía un poco mas en mi nieta, hija – dijo el abuelo serio
-Aun así, coincido que es demasiado joven… y demasiado curiosa- dijo Hykar –Hablaré con el obispo para tratar de solucionar esto, pero será mejor que hablemos con ella, por si los Aesir quieren que ella nos represente en la batalla-
Hykar salió y no volvió hasta el anochecer, cuando todos estaban a la mesa. Frida y sus padres lo miraron preguntándole, pero sus ojos se nublaron al ver el serio semblante del sacerdote.
-Padre ¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan serio?- preguntó Athiel preocupada
-Angelito, sabes lo que dice el edicto de la Orden ¿verdad?- preguntó Hykar
-Sí, que cada familia debe enviar a un Cruzado, Monje o Sacerdote para formar la caravana de ayuda-
-Cyra iba a ir por nuestra familia, pero como ya no puede… tendrás que ir tú- dijo Frida mirando a su pequeña hija
-¿Yo? Pero… apenas he aprendido las bendiciones de Agilidad y aun me cuesta la teletransportación- replicó Athiel preocupada
-Lo sé hija. Fui a hablar con el obispo para ver si podíamos hacer algo, pero deberás ir- dijo Hykar tomando la mano de Athiel –Sabemos que eres aplicada y que darás lo mejor de ti-
-Si es la voluntad de los Aesir, que así sea. Iré a Morroc junto con la caravana- dijo Athiel decidida
-Mañana pasaremos por la armería de la catedral para que te equipen, así podrás acostumbrarte- dijo su abuelo sonriente.
-Y no creas que te dejaremos sola- aseguró su abuela con un guiño de ojo.
Al día siguiente, Athiel y su abuelo se presentaron en la armería de la catedral, donde Athiel cambió su maza por una cadena, a la que se le puso un baño de plata para mayor efectividad. También cambió su capucha por una capa corta y le dieron un cinturón para llevar pociones. Ese día y el siguiente Athiel pasó entrenando en las cloacas su nueva arma y practicando sus bendiciones de fuerza, agilidad, así como la maldición de lentitud y su teletransportación.
La mañana del día de la partida, estaba la familia reunida en la pieza de Cyra para despedir a la pequeña viajera.
-Hermanita, lamento que te toque ir en mi lugar, pero sé que los Aesir te protegerán. Lleva esto para que te acuerdes de tu hermana- dijo Cyra pasándole un rosario de mano, que Athiel inmediatamente puso en se muñeca izquierda, pues en la derecha llevaba en brazalete. Sus padres le pasaron un bolso con pociones blancas, amarillas y de concentración, mientras que sus abuelos le dieron un par de aros benditos para dar clarividencia.
Hykar acompañó a Athiel hasta la plaza central, donde se estaba preparando la caravana. Se presentaron ante el capitán Cruzado, que se cuadró ante el sacerdote
-¿Señor?- preguntó respetuoso
-Mi hija viene a integrarse a la caravana- dijo Hykar simplemente
-Lo lamento Padre, pero esta es una caravana de guerra, no estamos para cuidar niños- dijo en un tono que Athiel reconoció como desdeño hacia ella
-Conoce el edicto capitán, mi hija tiene tanto derecho a pertenecer a este grupo como cualquiera de ustedes- dijo Hykar con el tono que correspondía al guardián de las bóvedas de la catedral
-Si, señor. Ven niñita- dijo el cruzado enfurecido. Athiel abrazó a su padre y se fue
-¿Señor?- preguntó cuando estuvo al lado del Cruzado
-Ten, tu Peco, si lo puedes montar- dijo pasándole las riendas de un Peco Peco –Escúchame, serás parte de la caravana, pero tu trabajo será vigilar las fogatas y ayudar a los superiores. No eres digna de entrar en una batalla-
El cruzado se fue, dejando a Athiel sola entre los murmullos de las sacerdotisas y con una montura que no sabía como usar
-Disculpa ¿Necesitas ayuda?- preguntó un joven cruzado de armadura azul
-Ehh… si, señor. Mi montura…- dijo Athiel esperando un reto
-Ven, pon tu pie aquí y monta- dijo el cruzado alcanzándole un estribo - Espérame un segundo-
Al rato volvió montado es un Gran Peco y se puso al lado de Athiel
-Los Pecos no son difíciles de manejar. Vamos, ya están partiendo- sacudió un poco las riendas de su montura y partió a paso calmado, seguido por la acólita -¿Cuál es tu nombre pequeña?-
-Athiel, señor. Muchisimas gracias por la ayuda-
-No es nada Athiel, mi nombre es Randir-
Athiel le sonrió algo tímida al joven cruzado y siguieron la caravana hacia Morroc, hacia la guerra.
