Se ke soy una tardona... examenes es lo unico ke puedo alegar en mi defensa, pero ni asi... gracias a todos lo ke lo seguis leyendo

Capítulo V: La noche del lobo

-¿Qué es lo que quieres por tu silencio, Snape?

-Bueno... en realidad pensaba decírselo directamente a tu hermano y joderte la vida, pero si estás dispuesto a negociar... –se burló.

-Pon un precio. O lo pondré yo, y te aseguro que no te gustará. –lo amenacé apretando los puños. Me costó mucho autocontrol no partirle la cara.

Podríamos llegar a un acuerdo. –dijo algo tembloroso. –A cambio de este favor, tu me podrías dar cierta información que llevo tiempo persiguiendo... –una torcida sonrisa se desdibujó bajo su larga y ganchuda nariz.

Yo apreté los puños con aire amenazante otra vez, añadiendo un fruncido de labios al estilo McGonagall en esta ocasión. La sonrisa desapareció de su cara.

-¿Qué tengo que decirte?

-Bien... Veo que comprendes, Black. Se trata de tu amiguito, Remus Lupin... sus desapariciones mensuales llenan mi curiosidad... –contestó él con voz empalagosa.

Me puse algo nervioso.Estaba a punto de romper una promesa. Una lucha interna se llevó a cabo en mi mente. Finalmente, ganó el miedo.

-Ve a la casa de los gritos. –contesté, resignado. Tendría que medir lo que le decía a Snape, y nunca se me ha dado muy bien.

-¡Eso ya lo sé! Por un pasadizo de debajo del sauce. Pero ¿cómo pasa por debajo del sauce boxeador? ¿Y por qué?

Tragué saliva. Eso no se lo podía decir de ninguna manera. Por un momento, decidí sacrificar mi secreto por el de Remus. Yo había prometido no decir nada de aquello. Podía negarme a contestar más y enfrentarme a mi madre de una vez por todas...

Entonces se me ocurrió una idea. Podía decirle a Snape cómo pasar bajo el sauce. No decía nada que hubiera prometido no decir, y si Snape iba a la Casa de los Gritos era asunto suyo.

-¿Y bien? No tengo todo el día Black. –apremió.

-Primero firma este chivatus. –dije sacando un pergamino de la punta de su varita.

-Vaya... ¿No confías en mi?

-No. –contesté cortante.

-Está bien... –dijo mientras firmaba.

-Remus irá esta misma noche a la Casa de los Gritos, se puede pasar bajo el sauce boxeador tocándole el nudo de la base con una rama larga. Me niego a decir nada más.

-Es suficiente. –siseó Snape. –Puedes seguir acostándote con esa zorra sangre sucia, por lo que a mi respecta, tu mamaíta no enterará. –silbó con sorna.

Dirigiéndome una mirada de odio salió de la habitación. Yo esperé unos segundos y corrí hacia mi sala común.

Cuando por fin llegué hasta mi habitación y entré en ella cansado, James me dirigió una mirada ofendida. Todavía no me había perdonado lo brusco que había sido esa mañana.

Sin mirarle, me tiré boca abajo en la cama, intentando no sentirme culpable por decirle al cotilla de Snape lo que quería saber. Se lo tenía bien merecido si le pasaba algo.

James debió escuchar mis suspiros, por que se acercó y se sentó en el borde de mi cama. En el fondo era el mejor amigo que uno pueda desear.

Cuando pienso por lo que pasó en esos momentos, siento como una deuda en mi alma que sé que nunca pagaré.

-¿Qué es lo que tus mejores amigos no saben, pero tu peor enemigo conoce? –preguntó.

Me senté en la cama, sin atreverme a mirarle a los ojos. No sabía que decir. No quería mentirle a James, y negarme a decírselo no me parecía bien. Al final decidí confiar en él.

-Prométeme que no se lo dirás a nadie ¿vale?

-¿Quién te has creído que soy? –preguntó haciéndose el enfadado.

-Vale, vale, era por si se te había ocurrido. Bueno, ahí va: -respiré hondo. –Estoy enamorado.

James se quedo de piedra un momento, antes de sonreír.

-¡Pero si eso es estupendo! Deberíamos decírselo a tu club de fans... Se unirían al de Remus, supongo.

-Más bien al tuyo. –dije yo.

-Bueno... –contestó James. –¿Y quién es la conquistadora? –preguntó cambiando de tema.

-Lily Evans. La pelirroja. –anuncié con tono fúnebre.

-¿Qué tiene ella de malo? –preguntó con interés.

-Sangre mestiza. –contesté cayendo a peso sobre la cama y tapándome la cara.

-Tu madre. –dijo James, comprensivo. –Por eso no nos lo dijiste. ¡Y por eso desaparecías tanto, gamberro! –añadió, arrancándome una sonrisa.

De una forma u otra, James siempre me levantaba el ánimo.

-No sé que hacer, James. Ella no puede guardar para siempre el secreto.

James sólo me miró con todo el cariño con el que sólo él podía hacerte descubrir en una mirada.

-No te preocupes, hermano, seguro que todo se arreglará. –suspiró tranquilizante.

Pensé en que si él fuera de verdad mi hermano, mi vida sería estupenda.

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Era de noche, pero todavía no habían dado el toque de queda. James miraba desde la ventana como Remus y la señora Ponfrey iban hacia el sauce boxeador.

Sirius se acercó a la ventana, y se apoyó a su lado. James estaba muy serio.

-¿Te pasa algo, Prongs?

-¿Eh? –preguntó bajando de las nubes. –No, Padfoot, simplemente, no estoy en uno de mis mejores días.

-¿Vas a venir esta noche? –tanteó con cuidado.

-Sirius, llevo tres años bajando al bosque prohibido todas las lunas llenas, ¿en serio se te ocurre algo por lo que no vaya a ir esta noche? –contestó James, molesto.

-Bueno, no. –dijo él algo azorado. –Pero como últimamente estás tan raro... Sobretodo con Remus.

James cerró los ojos y apretó los labios. Significaba que se negaba a contestar. Sin decir nada más, se inclinó sobre la ventana y miró tristemente a Remus, que desaparecía bajo las raíces del sauce.

-Vamos, James, mejor entramos. Vamos a coger frío. –propuso Sirius.

-Está bien... –murmuró James. -¡Ey, espera! –dijo volviendo a inclinarse sobre la ventana.

Sirius miró también, expectante. A lo lejos, en la noche iluminada por la luna llena, una sombra negra se movía en la oscuridad. Aunque el moreno no hubiera podido hacerlo, James reconoció rápidamente quien era.

-¡Es Snape! ¿Qué hace ahí a esas horas?

Sirius se sintió un poco culpable de repente. Aún así, no hizo un solo movimiento. Snape caminó hacia el sauce boxeador. Estaba seguro de que James esperaba que se llevara un ramazo. En el fondo, él también esperaba que Snape saliera por los aires.

Pero eso no fue lo que pasó. Las ramas del árbol se pararon. James tardó un segundo en reaccionar, un segundo, en ver cómo Snape desaparecía bajo las raíces, y como una flecha, salió corriendo hacia el pasillo.

-¡Espera! ¡James! –gritó Sirius.

Pero su amigo ya había salido de la sala común, de camino a arriesgar su vida por Snape.

Corrió tras él. Si esa noche le hubiera pasado algo por su culpa a James, Sirius nunca se lo hubiera perdonado.

Pasó por la sala común, donde estaba sentado Peter esperando a que llegara la hora de marcharse, y bajó por las escaleras antes de salir a la fría noche.

Con la misma rama larga que había utilizado Snape paró el árbol y iluminó el pasadizo con la varita.

Todo estaba delatadoramente silencioso. Sirius iluminó el fondo del pasillo y ahogó un grito. Un golpe retumbó por todo el pasadizo.

Allí estaba Snape tirado en un rincón, temblando, y James estaba bajo un hombre lobo de más de dos metros, que se lanzaba sobre él, mientras intentaba escapar desesperadamente.

-¡Transfórmate, James! –gritó Sirius con todas sus fuerzas, sin atreverse a reaccionar.

Pero él no quería que Snape le dijera a Dumbledore que era un animago. Sirius se quedó clavado en la puerta, sin saber que hacer. Ni siquiera llevaba la varita. Se sintió un cobarde.

Con un último esfuerzo, James cogió del cuello a Snape y lo arrastró hacia la salida, corriendo, mientras que Remus les perseguía.

-¡Muévete, Sirius! –gritó corriendo hacia él.

Sirius salió corriendo y paralizó las ramas del sauce, a tiempo para que James saliera y cerrara la puerta del pasadizo. El golpe de las zarpas de Remus sonó contra la puerta.

James tiró a Snape en el suelo con desprecio. Llevaba todo el cuerpo ensangrentado, pero la luz de la luna sólo iluminaba parcialmente las heridas. Jadeaba de cansancio y dolor. Sirius apartó la mirada de James. Estaba así por su culpa.

-Sirius... –murmuró entrecortadamente. –¿Tienes idea de cómo se enteró este idiota de...?

James no pudo acabar la frase, por que justo en ese momento las ramas empezaron a moverse. Esquivó con rapidez una que iba hacia su cabeza y huyó del sauce boxeador, cansado.

Sirius no tuvo tanta suerte. Estaba al lado del gigantesco tronco del árbol. Corrió entre las oscuras ramas, que le atacaban con fiereza.

En el peor momento, un mechón de pelo oscuro le cayó en los ojos. Al levantar la vista, lo último que pudo ver fue la negra y retorcida rama acercándose a toda velocidad.

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Tardé un rato en enfocar el rostro contraído de James. Sus bonitos ojos color avellana me miraban con cierto cariño.

-¿Ya estás mejor? –preguntó amablemente.

-James... –gemí. –¡Ah!

Al intentar incorporarme un fuerte dolor me quebró los abdominales.

-Por lo que veo, no. –dijo riéndose.

-¿Que ha pasado? –pregunté.

-Sólo que el sauce te partió creo que siete costillas, de la primera bandada, luego aplastó tu espalda con la recaída de la rama, y con otra que andaba cerca, te levantó por los aires justo antes de que consiguiera parar el sauce. –respondió escenificando con las manos.

-Ah, vaya, eso lo explica todo. –murmuré con desgana.

-En realidad, la señora Ponfrey hubiera conseguido curarte bastante bien si no hubieras caído de una altura de tres pisos cuando las ramas pararon. Por un momento pensé que me quedaba sin perro. –bromeó.

-Increíble. ¿Y tú estás bien?

-Bueno, sólo un poco preocupado por ti, pero ya mejor. Remus me pegó un par de zarpazos, pero supe manejarme lo suficientemente bien como para que no me mordiera. –James hablaba con una sonrisa, como si no tuviera ninguna importancia.

-Lo siento, James. –me disculpé.

-¿Por qué? –dijo con cara inocente. –Tú no tienes la culpa de nada. Además, Snape está peor que yo. Le dio un ataque de esquizofrenia. –informó riéndose con ganas.

Yo sólo sonreí.

-Lo mejor... –continuó James, que ya se revolcaba por el suelo. –Lo mejor de todo fue cuando lo intentaron meter en la enfermería... ja, ja, ja, con la varita en la mano... la McGonagall ha acabado con la cabeza de un cerdo monísimo... Tío, te lo perdiste.

-Ya veo. –asentí, mucho más animado.

-Oye, Padfoot. –dijo James más serio. –Si pudieras cubrirme un par de horas, me iría con Peter y Rem un rato. Nuestro licántropo debe andar ya sin orejas.

-No te preocupes, compañero. –le tranquilicé.

James se levantó. Varias cicatrices muy recientes cubrían su cuerpo, y se había cambiado de ropa. Un tiempo después, apareció la señora Ponfrey.

-¿Dónde se ha metido Potter, Black? Le prohibí que se marchara.

-Esto... creo que está en el cuarto de baño. –dije con voz inocente.

-¿En el baño? –preguntó extrañada. –Tengo que darle el cicatrizante.

-Es que... tardará un buen rato. –alegué. –Como un par de horas. Es que James tiene unos intestinos que... eh... son un poco... este... bueno... ya sabe.

La señora Ponfrey levantó una ceja, pero no dijo nada más. Simplemente, me hizo tragar una sustancia desagradable y líquida, que sabía muy mal, y se fue.

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-¡James, que casualidad! –dijo el director llamándole desde el fondo del pasillo.

-Buenas noches, Albus. –saludó James esbozando una sonrisa. El director y él siempre se habían llevado bien.

-Me acabo de enterar que hemos tenido un pequeño accidente con... nuestro peludo amigo.

-Bueno, sí. –admitió James.

-¿Has ido ya a visitar a Sirius?

-Sí, ahora volvía de allí.

-Estupendo. Pues vas a ir visitarle otra vez. Os quiero a Peter y a ti allí en menos de diez minutos. ¿Entendido? Es importante, por el bien de Remus.

James asintió y salió corriendo a buscar a Peter.

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Nunca había visto al director tan serio. Su cara se contraía en miles de pequeñas arrugas y marcas, que le hacían parecer muchos años más viejo.

Por la puerta apareció James algo desconcertado, acompañado de Peter. La señora Ponfrey apareció de detrás de una de las cortinas.

-Señor Potter, ¿ha acabado ya en el cuarto de baño? Espero que no se le haya olvidado tirar de la cadenita. Cuando acabe con todo esto le daré una cosa para la flora intestinal que... –se llevó las puntas de tres dedos a la boca y las besó ruidosamente.

James puso cara de póquer y se acercó a mi cama. Cuando todos estuvimos sentados, corrimos las cortinas y Dumbledore puso un encantamiento contra el sonido.

-Está bien. En este colegio sólo hay siete personas que saben parar las ramas del sauce. –empezó el director. –Una de ellas soy yo. Otra Minerva McGonagall, y la señora Ponfrey, por supuesto. Ninguna de ellas le dijo a Severus este secreto y, desde luego, no fui yo.

-Entonces fue uno de nosotros. –murmuró James, con seriedad. Sus palabras me rasgaron el alma.

Intente luchar contra la sensación de culpa. Snape se lo merecía, se lo merecía, una y mil veces más. Él me lo había pedido. Si no fuera un metomentodo no le habría pasado nada.

-Bien, debido a que Remus no está en estos momentos en condiciones para decir nada, como sabéis, me gustaría que me dierais una idea de como se enteró.

El director me dirigió una mirada penetrante con sus ojos azul claro, como si esperara que yo dijera algo. No podía saber que se lo había dicho yo. Era imposible.

-Podría haberse enterado alguien más, o que lo haya deducido o leído en algún libro. Sólo sé que ninguno de nosotros se lo ha dicho. –nos defendió James. –No pondríamos en peligro la vida de alguien sin un buen motivo. Confío en mis amigos.

-Aún así, se lo hubiera merecido, si le hubiera pasado algo. –dije yo con seguridad. –Es una persona despreciable. –mi odio hacia Snape iba creciendo conforme decía esto.

-¿En serio piensas que alguien merece morir, Sirius? –preguntó Dumbledore.

-Lo merezca o no, no soy yo el encargado de decidirlo. –contesté.

El director asintió con la cabeza, parecía molesto.

-Muy bien. Si insistís en que vosotros no habéis sido, me parece que tendré que preguntarle a Snape. No creo que esté disponible hasta mañana. No os voy a castigar por habérselo dicho. –añadió antes de salir por las cortinas. –Si me lo estáis ocultando por eso...

-Señor director, creo que ha quedado claro que no hemos sido nosotros. –dijo James.

Dumbledore desapareció de nuestra vista. Los tres nos miramos los unos a los otros. Peter, hasta el momento callado, habló:

-¿No habréis sido uno de vosotros dos, verdad?

-Wormtail... –suspiró James.

-No, Prongs, se lo dije yo. –revelé seriamente.

James me miró confundido.

-¿Qué? –dijo, con un gallo.

-Lo que has oído, Prongs.

-Pero... ¿por qué?

-Puedes imaginarte por qué sin que tenga que decírtelo. Lo sabes. –Yo no quería decir nada delante de Peter.

Wormtail estaba alucinando. No entendía nada.

-Claro, él sabía... ¿querías matarle? –preguntó mi amigo, enfadado.

-Él me lo pidió. Fue un intercambio. Firmó un chivatus. Se quedará afónico si intenta decirlo a alguien. –James se tranquilizó.

-¿Te amenazó con decírselo? –yo moví la cabeza de arriba abajo en señal de asentimiento. –La próxima vez iremos entre todos y nos lo comeremos.

-¡Ug, que asco, carne de rata! –bromeé aligerando la tensión.

James sonrió.

-Tienes que decirle a Dumbledore que fuiste tú. Si no, Snape cantará.

-Se lo diré mañana.

En efecto, al día siguiente se lo dije cuando vino a visitarme. No me sorprendió saber que el director había imaginado la historia.

-Eres el único merodeador tan impulsivo como para hacer algo así, Sirius. Remus es demasiado bueno, y James ama su honor demasiado. Peter... simplemente no se atrevería. –dijo, muy serio.

Yo sabía que tenía razón.

-Tendré que convencer a Severus de que no diga nada. –dijo después. –Menuda has armado. James podría haber muerto, Severus podría haber muerto, Remus podría ver descubierto su secreto.

-Lo siento, Albus. –dije tristemente.

-Está bien. Ni siquiera deseo saber la información por la que se lo cambiaste. Él también ha sido un irresponsable.

Su túnica morada pasó entre las cortinas sigilosamente, y no tardé en quedarme dormido otra vez.

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Lily se sentó en la cama, intranquila.

-Sirius... –dijo. El chico aún estaba dormido. –Cómo eres... me gustaría saber que hacías a esas horas bajo el sauce boxeador. Idiota. –suspiró. –No sabes cuanto te quiero... Si te llegara a pasar algo... –dos lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas.

Tomó su mano y la besó. Después, puso la palma en su mejilla y la sujetó en ella. Sirius abrió los ojos.

-Amor... –gimió. –Me duele todo.

-Dentro de nada te curarás. –dijo Lily.

-Sólo si me da un beso una chica tan bonita como tú. –gruñó alegremente.

Lily le dio un beso en la mejilla y se marchó, dejando un profundo olor a rosas frescas entre las cortinas.

-Eso no ha sido un beso. –protestó Sirius. Pero Lily ya no estaba en la enfermería.

Unas camas más a la derecha, tras unas cortinas cerradas y insonorizadas, una conversación entre el director y Severus se llevaba a cabo.

-¡Black me dijo que pasara por debajo del árbol señor director, ese chico es un asesino, algún día lo demostraré!

-¿También te tirarías desde la torre de astronomía si te dijera que se puede ver el décimo planeta si lo haces?

-No, señor. –contestó Snape, enfadado.

-No esperaba menos de ti, Severus. –admitió el director, con cierto sarcasmo. Hizo una pausa, antes de pedirle lo que había ido a pedirle. –Ahora que sabes el mal que padece Lupin, ¿jurarás no decirlo a nadie? Deposito en ti mi confianza. –dijo.

Severus miró a Dumbledore como si le quitara su regalo de cumpleaños, con una tristeza y una desesperación agobiantes. Pero el director siguió mirándole impasible, con dureza. Snape miró a su alrededor con ganas de escapar, pero no pudo.

-De acuerdo, lo juro. –dijo por fin con voz quejumbrosa.

-Está bien, Severus. –le tranquilizó. –La señora Ponfrey dice que esta tarde podrás marcharte. Gracias a James que no te ha pasado nada. Si no llega a estar él allí... no quiero pensarlo.

El chico entrecerró los ojos, molesto. El odiado Potter le había salvado la vida. Le debería aquello durante el resto de sus días. Estaba enfadado, muy enfadado.

En ese momento, juró quitarles a Sirius y a James lo que más amaban, les quitaría todo lo que querían, a los dos. Esa sería su gran venganza.

Yare: gracias por seguir dejandome rr aunke sea una tardona actualizando, eres la mejor. muxos besos

Dru: gracias por esos... tres comentarios... besos a ti tb

Cafeme Phoby:me alegra keos guste,me encanto vuestro fic, os deje un rr cuando lo terminé (ayer) jeje besos

Y FELIZ NAVIDAD A TODOS