Capítulo XI: Perdidos en el aire
Sirius tendío la mano a la estirada francesa para ayudarle a bajar del carro, pero la mujer bajó con toda la tranquilidad del mundo sin siquiera acercarse a él.
Remus sacó su varita en posición defensiva i procedió a examinar el lugar. Era una especie de solar industrial a las afueras de algún pueblo muggle.
-A partir de aquí el trayecto tendrá que ser en escoba. –anunció James. –El carro es demasiado llamativo.
-¿Has pensado como vamos a subir a la embajadora a una escoba con la ropa que lleva puesta? –preguntó Sirius mirándola de reojo. Iba ataviada con un traje blanco, con la falda de encaje i muy almidonada, además de la máscara y la capa.
Ante el asombro de los aurors, la mujer empezó a quitarse el vestido por los corchetes, como si lo estuviera desgarrando.
-¿Pero qué hace? –preguntó Sirius con un gallo.
Poco a poco el vestido fue cayendo a trozos sobre el suelo. La embajadora se irguió debajo de su capa, que apenas llegaba a los muslos, y Sirius no tardó en darse cuenta de que debajo llevaba unos pantalones que formaban parte del uniforme de auror francés.
-No he traido mi escoba. Tendré que ir en una de las vuestras. –dijo con voz cansada.
-Iras en la de Padfoot. –sentenció Remus sin dejar tiempo para que el aludido protestara.
La francesa sólo asintió.
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Auque tenía la escoba bien ajustada entre las piernas y las manos bien agarradas al mango de la escoba sentí una sensación de vértigo como si estuviera cayendo en picado.
En realidad es posible que a ratos cayéramos de verdad, pero si no huviera tenido la máscara, mi cara me hubiera hecho pasar un momento muy embarazoso.
Los brazos de la mujer me apretaban suavemente pero con frialdad. Era una situación morbosa. Encima de una escoba voladora, con una mujer que te odia, la fantasía preferida de un masoca.
Al cabo de unas horas de vuelo empecé a percibirla de otra manera. Ahora que llevaba menos ropa parecía menos artificial, y aunque los pantalones eran del uniforme, debajo de la capa sólo llevaba una camisa fina.
El encanto se quebró cuando James nos mandó una hilera de chispas rojas desde el otro lado de el siguiente banco de nubes.
-¡Una emboscada! –gritó Remus, haciéndose oír entre el ruido de la cortante ventolera. –¡Desciende Padfoot!
-¡Moony, no podemos dejar a James ahí! –contesté.
-¡Tú salva a la embajadora, yo me encargaré de James!
Un trueno se escuchó entre las nuves, al tiempo que un rayo verde se iluminaba. Remus aceleró la escoba dirigiéndose cada vez más deprisa hacia el lugar del que provenia la luz.
En sus ojos aterrorizados se reflejó la forma verdosa de una calabera con una asquerosa serpiente saliendo de su boca.
-¡Moony! –grité al verle desaparecer tras las nubes. Tres magos sobre escobas voladoras se dejaron entrever a través del vapor. Seguro que eran más.
-Auror, sube hacia las nubes o no volverás a ver a tus compañeros. –ordenó la embajadora en inglés. No me pareció un buen momento para discutir.
A penas nos acercamos, la mujer sacó dos varitas de sus bolsillos y lanzó un hechizo para disipar el vapor de agua. Había por los menos cuatro mortífagos más de los previstos y estaban a unos treinta metros de nosotros.
Moony huía de sus hechizos, pero no aguantaría mucho tiempo. De vez en cuando, me llegaban los chilliditos agudos de la elfina doméstica que no lo estaba pasando demasiado bien sobre la escoba de Remus.
Me dirigí hacia los mortífagos, que ya estaban a tiro para un hechizo.
-¡Desmaius! –el hechizo salió de mis labios antes de darme cuenta de que, a esa altura, todo el que recibiera un hechizo moriría al caer contra el suelo. Vacilé al ver el cuerpo inerte del mortífago precipitarse al vacío.
-¡Vamos, no es momento para remilgos! –gritó la francesa.
Los seis mortífagos restantes descubrieron nuestra presencia. Lancé otro hechizo que falló el blanco, y me sorprendí al escuchar un hechizo de la voz de la mujer que estaba sentada a mis espaldas.
-IMPERIO
En seguida pude sentir el fluido de la maldición prohivida. Nadie se lo esperaba de un auror, por lo que la maldición alcanzó a dos de los mortífagos antes de que tuvieran tiempo de reaccionar.
-¡Atacad a vuestros compañeros!
Los magos le obedecieron mientras que los cuatro restantes se retiraban entre las nubes sin dejar de atacar a Remus, que estaba indefenso. El peso de la elfina entorpecía los normalmente gráciles movimientos de su escoba. Los mortífagos sabían que Ella no podría mantener el control de la maldición durante mucho tiempo.
Casi pude ver como aquel rayo rojo de muerte se avalanzaba sobre mi compañero. Aceleré la escoba hacia Remus, aunque fuera mi vida por la suya, me interpondría entre él y la maldición. Pero no llegué.
Una explosión de sangre rojiza manchó mi capa. Mis mejillas se llenaron de lágrimas. No quise ver lo que vi en ese momento. La escoba de mi amigo empezó a descender.
-¡Auror! –era la francesa.
Sin pensar me giré gritando un contra hechizo. Una maldición estubo a pundo de darme, pero la devolví con más fuerza. Sólo cuatro de los mortífagos seguían sobre sus escobas, mientras que el resto habían caído y provablemente estaban muertos.
Ella había perdido el control sobre los magos oscuros, que intentaron rodearnos. Mi maldición tiró a uno de ellos de su escoba. El enemigo estaba nervioso por tantas bajas. Atacaron todos a la vez, pero no contaron con que Ella y yo hicieramos el mismo hechizo.
Una burbuja plateada, de doble capa nos envolvió. No aguantaría demasiado, el cansancio no nos permitiría mantenerla. Un rayo de esperanza me iluminó. Detrás de los mortífagos apareció James.
No pudimos contener una esclamacion de terror al ver su cara. Había recibido un hechizo incendio por la espalda, tenía quemaduras de primer grado por toda la cara y el torso. Sólo se aguantaba la mitad de su máscara y en cuanto a la capa, se había deshecho de ella.
La sorpresa de más de los suyos cayendo hizo que los mortífagos se hundieran en la confusión. Momento en el que Ella aprovechó para atacarles. Yo apunte a la última escoba.
-¡Incendio!
La escoba ardiendo no sujetó a su dueño que desapareció entre las nubes. Un destello violeta me sorprendió. No era para mi. Miré a James.
-¡Prongs, aguanta!
James desapareció también entre las nubes sin que yo llegara a tiempo para ayudarle. Entré en el vapor, pero no pude verlo. La humedad se me metía por dentro de la ropa, pero ya no me importaba. Había perdido a mi mejor amigo. Ante mis propios ojos. Había perdido a Remus.
La francesa se apoyó en mi espalda. Pude notar su respiración acompasándose con la mia.
-Lo siento, Auror. –suspiró.
Miré al vacío. Al vacío sucio y gris.
FLASH BACK
-Hola ¿eres de primer año?
Sirius miró al chico que le había preguntado eso. Tendría unos once años y el pelo muy despeinado. En la cara llevaba unas gafas enormes, tras las que se ocultaban dos traviesos ojos color avellana.
Su capa era nueva y bonita, y estaba llena de pins de los equipos de Quidditch de Gran Bretaña. Sirius no pudo evitar sentirse un poco avergonzado de su capa llena de hilos. Esta también era nueva, pero había pasado toda la mañana quitándole los escudos de la familia que su madre había bordado.
-Sí, soy nuevo. Me llamo Sirius. –contestó él por fin.
-Mi nombre es James Potter. –anunció el mismo con mucha seguridad. –¡Mi intención es entrar en Gryffindor y convertirme en el capitán del equipo de Quidditch!
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-Remus Lupin. –anunció la profesora. Sirius no estaba escuchando. -¡Griffindor! – estaba esperando a que le tocara el turno a James. Todavía no le habían nombrado.
Un chico rubio y de bonitos ojos dorados se sentó a su lado.
-¿Cómo te llamas¿Eres de primero?
-¿Qué¡Ah! Sirius Black -contestó Sirius.
-Peter Petigrew. –el sombrero torció el gesto antes de gritar¡Gryffindor!
-James Potter. –dijo la profesora, pero apenas tuvo tiempo de decir el nombre, el sombrero lo tenía muy claro¡Gryffindor!
Los dos chicos se acercaron a nosotros sonriendo. Era el comienzo de una larga amistad.
FIN DEL FLASH BACK
-Puedes llamarme Padfoot. –contestó Sirius.
-Lo siento, Padfoot.
FLASH BACK
-No seas niño Paddy. –murmuró James para picarle. (NA:paddy/rabieta)
-¡Me da igual lo que digas! –gritó Sirius dándole una patada al armario.
Remus sonrió.
-Padfoot. –dijo.
Sirius se volvió.
-¿Qué dices?
-Tú eres Padfoot. –dijo señalándole a él. (NA: padfoot/patas con almohadillas, como las de los perros)
El moreno entornó los ojos.
-Está bien, puedes llamarme Padfoot.
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-Por fin está terminado. –dijo James en voz muy baja, como si tuviera miedo que al decirlo en alto no fuera verdad. –Cada rincón y cada pasillo...
-Cada pasadizo oculto... –murmuró Remus.
-Cada contraseña de cada puerta... –añadió Peter.
-Cada persona... –suspiró Sirius jugando con uno de los papelitos que tenían nombres.
"Lily Evans"
-Sólo falta firmarlo. –James se levantó de la cama donde estaban para coger una pluma mágica de su escritorio. Está bien, una vez escrito ya no se podrá borrar, así que hay que pensarlo...
-Los señores Moony, Wormtail, Padfoot y Prongs... –propuso Peter.
Al cabo de poco, con la letra grande y floreada de James se podían leer en tinta verde las siguientes palabras:
Los señores Moony, Wormtail, Padfoot & Prongs
proveedores de artículos para magos traviesos
están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR
Una lágrima escapó de la mejilla de James mientras pronunciaba estas palabras en voz alta. La veda se había levantado. A partir de ese momento ningún Slytherin menor de quince años estaría seguro en los pasillos.
FIN DEL FLASH BACK
Hacía tanto tiempo que no veía el famoso mapa. Hacía tanto que no veía los ojos de James brillar por la emoción de una idea... Sirius suspiró. Esta vez eran suyas las lágrimas que le caían de los ojos, derramándose por la capa y mezclándose con la sangre de Remus.
-Vámonos. No tardarán en venir más mortífagos para recoger los cadáveres. –dijo Ella.
No le estaba escuchando. Sólo miraba las nubes oscuras que se formaban nuestro alrededor. Miraba al vacío en el que se habían perdido dos de mis mejores amigos.
¿Qué pensaría Peter? Que había sido un cobarde. Padfoot se sintió abandonado a su suerte. Oyó un trueno, pero esta vez no provocado por las horribles marcas mortífagas en el cielo, aunque su resplandor todavía no se había extinguido.
Era un trueno natural, y poco después empezó a llover. Ambos se arrebujaron en su capa.
-Padfoot, tenemos que llegar a Londres.
Sirius asintió. Miró con agonía por última vez las nubes grises mientras el agua le empapaba mordiéndole la piel del frío y empuñó el mango de su escoba.
