Capítulo XII: La playa
Poco después empezó a llover. Ambos se arrebujaron en su capa.
-Padfoot, tenemos que llegar a Londres.
Sirius asintió. Miró con agonía por última vez las nubes grises mientras el agua le empapaba mordiéndole la piel del frío y empuñó el mango de su escoba.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
En ese momento, vi la sombra negra de una capa. Temiendo más enemigos me puse en guardia. Pero... no era posible. No lo creí hasta ver el destello de sus ojos, el cuerpo que sujetaba entre sus brazos. Moony había sobrevivido, y ante mi mirada sorprendida vi la cara maltrecha de mi amigo James, muerto o inconsciente.
-Vamos. Hay que terminar con esto. –dijo simplemente.
Yo estaba demasiado impresionado para contestar. Pronto salí de mi asombro y activé mi escoba.
-La elfina... –preguntó Ella.
-No pude salvarla. –dijo Rem.
La mujer asintió.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
Remus estaba en San Mungo con James. Todavía había esperanza. Pero no lo sabría hasta que la dejara a Ella en el ministerio. Frente a la cabina de teléfonos que era la entrada se detuvo un momento.
Me miró vacilante antes de abrir la puerta. Sus ojos eran verdes... apagados, hundidos en las muescas de la máscara. Por un instante deseé poder ver su cara.
Después ella se giró sin despedirse. Yo también le di la espalda y me marché. Al girar la esquina miré por última vez hacia la cabina, justo a tiempo para captar su perfil desenmascarado durante un segundo. Sorprendido, me encaminé hacia San Mungo.
Llegaría al hospital pronto. De alguna manera, sabía que James se encontraría bien.
Le vi aún inconsciente, pero su cara tenía mucho mejor aspecto. Remus estaba allí, y la señora Potter, como Andrómeda y su revoltosa niña, tan encantadora como siempre.
La habitación de paredes color vainilla daba una impresión un poco triste, más que nada por el cuerpo de James inconsciente en la cama. Todos estábamos expectantes, incluso Nimphadora estaba quieta como un ratón entre los brazos de su madre.
El esperado momento llegó cuando James arrugó la nariz, hizo una mueca y dio a conocer que estaba despierto. Todos sonreímos y hubo algún que otro suspiro de alivio. La señora Potter lloraba de alegría.
-No puedo moverme –protestó.
-Estás sedado –explicó Remus. –Se pasará en un par de horas.
-¿Tú te encuentras bien? –preguntó aún intentando incorporarse.
-Mucho mejor que tú, desde luego. La maldición rebotó contra el propio mortífago, su sangre manchó la capa de Sirius, y el golpe desequilibró mi escoba. Para cuando conseguí dominarla te vi caer hacia el vacío inconsciente. –explicó Remus.
-La embajadora esta...
-...perfectamente. Sirius la protegió de los mortífagos y la llevó hasta el ministerio.
James asintió y volvió a recostarse en la cama. Yo le revolví el pelo con cariño y una sonrisa se dibujó en su cara. La señora Potter no pudo aguantar más y se abalanzó encima del enfermo, abrazándolo y llorando de alegría.
-¡Mi niño! ¡Mi pobrecito niño!
-¡Mamá, me estás matando!
En ese momento una enfermera apareció anunciando que pasada la hora de visitas solo podría permanecer en el hospital una persona con James. Acordamos que sería la señora Potter que no paraba de mirar a su hijo como si todavía no pudiera creerse que hubiera sobrevivido, y los demás volvimos a nuestras respectivas casas.
Recordé a James esa misma mañana doblándome los calzoncillos y sonreí. Ya era tarde cuando pisé la calle. Amparado por las sombras de la noche, caminé hasta mi guarida.
No podía borrar de mi cabeza a la extranjera que había conocido. Recordaba a Lily con melancolía.
El sonido de un gato entre los cubos de basura me sacó de mis abstracciones. Se acercó a mi con confianza y se restregó contra mi pierna. Observé que llevaba un mensaje colgado. Con cuidado lo saqué del collar y lo leí.
El ministerio de magia se complace en anunciarle que debido a las reiteradas muestras de valor se le concede a usted Sirius Black la condecoración Griffindor al coraje y la valía. Se solicita su presencia en el baile que se celebrará en su honor y el del resto de aurors condecorados durante el año.
Un saludo, el ministerio
Sorprendido, miré a mi alrededor, pero el gato había desaparecido. Esa noche apenas pude dormir.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
La noche era cálida en la pequeña mansión cercana a la playa habilitada para la fiesta y los invitados bullían en el salón principal.
El baile había empezado sin más problema. Sirius no tenía ánimo de fiesta en el cuerpo, y eso lo habían notado ya Remus y James. Aún así no perdieron oportunidad de hacer una pequeña escapada en cuanto pudieron.
Sirius se quedó colgado al lado de la mesa de los canapés, con una mirada melancólica que hubiera podido agriar el ponche, de no ser porque un par de ministros hacía ya rato que habían dado cuenta de él.
Se preguntaba que habría sido de la francesa. Le condecoraban por salvarla, tenía que estar allí. Temía no reconocerla sin la máscara. Apenas había sido un instante...
Decidió salir a tomar el aire a la terraza. Cruzó el espacio que había hasta la baranda de mármol, y se apoyó pesadamente en ella. Miró al vacío, luego al cielo. Entonces miró a su espalda.
Hasta entonces no había caído en la mermada figura que se entre escondía sentada en un banco. La mujer llevaba... una mascara. Le dio un vuelco el corazón. Sin duda era ella.
Se acercó tímidamente y medio sonrió.
-¿Nos conocemos? –preguntó ella sorprendida.
-Creo que nos hemos visto antes –contestó él. –Aunque a lo mejor no lo recuerdas.
-Si. Quizá en una vida pasada... –no había ironía en su voz.
-¿Por qué te escondes? –preguntó entonces Sirius.
-No me gusta estar entre tanta gente –esta vez el tono de la voz fue inconfundible. Era Ella.
Sirius se acercó todavía más, incluso se atrevió a sentarse.
-¿Llevas esa máscara siempre?
-No quiero que nadie me reconozca.
-¿Ni siquiera yo? –inquirió él.
-¿Y tú quien eres?
-No lo sé –contestó Sirius bajando la cabeza.
-Oh, eso esta bien. Deberías irte. Tengo un novio celoso que ha ido a buscar bebidas.
-¿En serio? Entonces creo que debería levantar tu máscara y besarte, para que tenga razones para sentirse ofendido.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
Ella me miró a través de los orificios, un tanto tensa. Era evidente que había tomado en serio mis palabras. Intentando no pensar, acerqué mi mano a su cara y levanté muy lentamente la máscara, lo suficiente para dejar al descubierto sus suaves labios. Muy, muy suaves.
Empecé rozándolos lentamente antes de abrir mi boca y deslizar la lengua dentro de la suya despacio tanteando como un ciego sus reacciones. Cerré los ojos y la abracé, sentí como sus manos se aferraban a mi capa impidiéndome alejarme de ella. Tampoco lo hubiera deseado.
Antes de que abriera los ojos, se separó de mi y volvió a colocar la máscara en el lugar que antes había ocupado. Pude ver como temblaba. Sin decir una palabra se levantó y se fue. Su capa blanca creó una onda en la puerta de la terraza.
Intenté seguirla, pero me encontré con James.
-¡Padfoot te estábamos buscando!
-James no lo entiendes esa chica... ¿no la has visto? Llevaba una máscara.
-Sirius, estás desvariando. Nadie ha salido de ahí.
-¡Pero yo la he visto!
-¿Seguro que te encuentras bien? –preguntó Remus desde detrás de James.
-¡Estoy perfectamente! Solo tenía que tomar el aire un rato –contesté.
-De acuerdo. Dentro de poco serán las doce, van a entregar las medallitas –bromeó James. –Mejor que estés a la vista.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
Una campanada, dos, tres, cuatro... diez, once. Doce. Sin mas miramientos me acerqué a la tarima principal del gigantesco salón. Subí los tres escalones y me planté junto a mis compañeros. El ministro de magia empezó su discurso y las luces se atenuaron.
Al final del salón reconocí una figura, la capa blanca y plateada, los bucles dorados que emergían de la capucha como cataratas, los ojos verdes la máscara... A mitad de discurso, salté de la tarima y me abalancé entre la multitud, abriéndome paso entre la gente, anonadada.
Llegué a la zona donde debía estar Ella, pero no estaba allí. La gente me miraba desconcertada. El ministro carraspeó.
-¿Señor Black? ¿Ocurre algo?
Escuché un sonido provinente de una de las salidas laterales y sin pensarlo corrí hacia ella. El ministro se disculpó por mi actitud y prosiguió con su discurso, pero yo seguí hasta el corredor.
Allí, en una esquina dos figuras murmuraban. Una de ellas llevaba una capa blanca. Una máscara del mismo color había caído al suelo a pocos metros de ellos. Dubitativo, me acerqué sin que notaran mi presencia.
-Severus, no puedes estar aquí. Vas a descubrirme. Por favor, vete. Si alguien nos encuentra...
-Te he echado tanto de menos... no me iré sin probar tu boca. No como la última vez. No como en París.
-Tienes que irte. Es necesario. Yo tengo que estar aquí. Están apunto de llamarme.
-¿Podré verte después?
-No lo se. Es posible. Pero nadie puede vernos. Espérame, iré a buscarte. Delante del ministerio, puerta norte.
-Está bien. Pero dame un beso.
tñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñtñt
Ella entreabrió su boca besando por un momento los labios de aquel hombre. Los celos me despedazaron por dentro. Me había escondido en la oscuridad, y observaba la escena intentando contener mis inmaduros sentimientos.
Él pasó corriendo frente a mi, sin reparar en mi presencia y en un instante pude ver confirmadas mis más oscuras sospechas: no era otro que Severus Snape.
Ella también pasó ante mi, pero para entrar en la sala. Corrí de nuevo hacia el salón, y de nuevo se había confundido con la gente. Subí a la tarima, dejando desconcertado al público que observaba la ceremonia.
-Señor Black, tendrá que dar parte de esto –gruñó el ministro.
Yo asentí. La condecoración se inició. Como había oído en el pasillo, la presencia de la embajadora se requirió al mentar nuestras condecoraciones, y todos aplaudieron. Ni siquiera me dedicó una mirada.
Pronto todo terminó. Ella descendió de la tarima antes de que yo pudiera seguir sus pasos. Mis amigos volvieron a cogerme por banda. Sin muchos miramientos, aparté a Remus y huí en pos de aquella mujer que con un beso me había hechizado.
Saliendo a la terraza vi su blanca capa ondear sobre una escoba, sobre la playa que rodeaba aquel paraje secreto de los magos. Llamé a mi escoba y la monté, alzando el vuelo. La velocidad era cada vez más alta. Ella ya se había dado cuenta de que la perseguía y escapaba de mi.
-¡Baja de la escoba! ¡Aterriza por favor, tengo que hablar contigo!
Su escoba cayó en picado por alguna razón hacia la arena, sin permitirme disminuir la velocidad. Choqué contra ella, y rodamos por la arena. La sujeté con firmeza para evitar que corriera, pero ella ya no quería escapar.
Sin perder un segundo, solté su máscara y la arrojé a la arena iluminada por la luna. Me detuve a mirar su rostro. Era mucho mayor que yo. Quizá diez años o más, pero muy atractiva. Sus rasgos eran suaves. Sin previo aviso, se deshizo en llanto entre mis brazos, como una colegiala. No supe que hacer sólo la abracé tiernamente, como hubiera hecho con un bebé recién nacido.
Entonces me di cuenta de que ella estaba cambiando. Había tomado una expresión de dolor, y se contorsionaba mientras yo la seguía sujetando.
-¡No! ¡No! ¡No! –sus gemidos rasgaron la noche.
La luna llena se reflejó en sus ojos mientras cambiaba. ¿Qué extraña mutación estaba sufriendo? Me asusté mucho, pero aún así la seguí sujetando para consolarla en su dolor.
-¡Vete! ¡No quiero que me veas! –gritó.
Pero yo no vacilé un segundo y mi abrazó no se tambaleó.
