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CAP 5
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Solo el sonido de dos respiraciones se escuchaba, solo la piel en contacto sutil se sentía, sólo deseo se percibía en el aire. Por incontables minutos, eternos para el caballero de los hielos, Saga y él, habían estado en uno de los contactos mas íntimos que jamás habían tenido. Camus sabía perfectamente que quería algo más que sólo rozar esa piel suave, quería algo más que sólo contemplar esas esmeraldas que lo observaban intrigantes.
Quería más.
Y por eso trataba sin mucho éxito que su pulso no se acelerara, peleaba para que su respiración no demostrara su ansiedad y mantenía un duelo con su propio cuerpo para no inclinarse más sobre el dorado de géminis, echándose hacia atrás para un segundo después volver a inclinarse, mientras los escalofríos que le recorrían lo incitaban a terminar de cerrar la distancia entre ellos.
Por su parte, Saga simplemente se dejaba embargar por el aroma que desprendía el caballero, y los estremecimientos que bombardeaban cada extensión de piel que cubría su anatomía, creados por el tenue roce. Instintivamente ladeó el cara siguiendo la dirección de la caricia que Camus justo ahora hacia sobre su mentón, sin despegar ni un segundo sus ojos de los zafiros del joven que lo miraba indeciso y nervioso, pero al mismo tiempo ansioso y con una chispa de pasión que Saga simplemente no conocía en él.
Cuando las bellas facciones del acuador se tronaron un poco más desesperadas y tristes, Saga salió del enajenamiento en el que se encontraba, dejando su propio deleite al admirar al joven francés atrás, para concentrarse ahora en lo que debían ser los confusos pensamientos del otro.
Géminis no sabía qué se había apoderado del francés para llevarlo a actuar de aquella forma con él, pero sabía que debía estar cuestionando sus acciones en este momento, fuese lo que fuese, Camus era un hombre de honor, y seguramente su conciencia y el respeto que tenía por su pareja era lo que en este momento le preocupaba.
El dorado de acuario tuvo que obligarse a cerrar los ojos para así tratar de escapar del hechizo en que esas pupilas verdes lo tenían atrapado. Sí, el quería más, lo admitía, deseaba terminar de inclinarse y posar sus labios sobre los de Saga, sentir el pulso del dorado al recorrer su cuello con lentitud y sentirse envuelto entre sus brazos como hasta hace unos días lo había echo, perderse en su aroma, y experimentar la calidez de su cuerpo, y propinarle demandantes caricias.
Camus quería tocarlo y ser tocado por el mayor.
Pero habían ciertos ojos turqueza que se agolpaban en su mente cuando cada uno de esos pensamientos se presentaban, Milo. A pesar de las diferencias que habían tenido, Milo aun era su pareja, ¿¿a caso no habían acordado empezar de nuevo tan solo unas horas antes? ¿¿ Que hacía él entonces ahí?... anhelando los labios de Saga sobre los propios…
Los ojos de francés se abrieron sobresaltados al sentir un suave toque en su mejilla, ahora era su turno de que los delgados y largos dedos del geminiano recorrieran suavemente tu piel en una tímida caricia, que lo jaló tiernamente del mentón para que Saga depositara un beso dulce en su mejilla, acción que hizo a Camus entrecerrar los ojos y dejar escapar un casi inaudible gemido, sumamente conciente de que movía su rostro para no perder el tenue contacto.
Pero Saga irremediablemente se alejaba de él, mirándolo con suma ternura en esos melancólicos ojos, sonriéndole tiernamente, asegurándole con aquel gesto que le entendía.
-ne t'inquietes pas, petit… tranquille.
Camus sonrió al escucharle, asintiendo levemente con la cabeza y portando un leve sonrojo en sus mejillas, pues aquel hombre lo miraba con tal cariño que él simplemente no sabía como responder.
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Kanon portaba una mueca divertida en el rostro al percatarse de la emoción que recorría a su contraparte, sabía que Saga se encontraba sumamente feliz a pesar de que hacia ya varias horas que Camus se había retirado de la tercera casa y sobre todo, a pesar de que según le contó nada había pasado entre ellos, pero la felicidad de su hermano, al menos para él, era fácilmente perceptible.
Y eso era algo que sin duda deseaba para Saga, que encontrara por fin, la forma de cumplir su sueño. Aun recordaba como si recién hubiese sucedido, la noche en que su hermano, deprimido como nunca lo había visto, le confesaba su entonces, imposible amor por el joven francés. Recordaba como se había derrumbado en sus brazos llorando como un niño pequeño, y recordó como sintió su corazón romperse ante aquella imagen. A pesar de ser solo unos minutos menor que él, para Kanon, Saga siempre sería su hermano mayor, el hombre más fuerte del mundo, el hombre que lo protegía que lo cuidaba y que era inquebrantable.
Fue doloroso ver al hombre detrás de aquella imagen idealizada que tenía del caballero, pero fue de igual forma, el momento exacto en el que él y Saga se conectaron a un nivel que nunca antes habían tenido. Fue esa noche, en la que dejaron atrás rencores y pasados, fue esa noche cuando Kanon ansioso por querer consolar a su hermano, tomo su rostro bañado en lágrimas entre sus manos y sin pensarlo, simplemente se le entregó en un sencillo beso que creció con desmesurada desesperación y que les unió en cuerpo y en alma e incondicionalmente.
Desde entonces, ambos se refugiaban en el otro, muchas veces sólo platicaban, pero siendo honestos, la mayor parte de esos encuentros terminaban en la cama. Y es que el joven santo debía admitir, que Saga era hasta ahora el único hombre que lograba satisfacerlo.
-Tenemos que hablar.
Una voz a las espaldas del peliazul le llamó con evidente advertencia y enfado, el aludido solo giró tres cuartas partes de su rostro para ver a su interlocutor en una rápida mirada, sonrió malévolo y le volvió a dar la espalda.
Esto sería divertido.
-Habla.
-Por tu bien aléjate de Camus, él es mío entiendes.
-¿es una amenaza?
-y si lo fuera ¿qué?... te lo dejé claro esta mañana, no voy a perderlo y menos por ti. Nadie me quita lo que me pertenece.
-¿pertenecer? Hablas de Camus como si fuera tu propiedad Milo… va no sólo eso, lo tratas como si lo fuera… mmmh… me pregunto porque será que lo estas… ¿perdiendo dijiste? –comentó el gemelo con clara mofa en su voz, los ojos del griego de bronceada piel destellaron con furia, mientras llamaba a su poderosa aguja y en menos de un segundo ya lanzaba varias de ellas al hombre frente a él, quien en un rápido movimiento las esquivó avanzando hasta el dorado y lo sujetó del cuello con fuerza, levantándolo con el impulso y estampándolo contra la pared a sus espaldas.
-eres un maldito cobarde al atacarme por la espalda escorpión – sentenció molesto el mayor.
Milo sonrió irónico sujetando entre sus mano el antebrazo que le inmovilizaba a unos centímetros del suelo. Pero antes que su ponzoñosa boca articulara palabra, un poderoso cosmo rodeó el cuerpo del gemelo frente a él, quien desvió un poco la mirada para concentrarse mejor. Milo fue entonces testigo de un dialogo entre el otro y aquella energía.
-Kanon…
-señor…
-ven a la cámara principal hay asuntos que atender…
-enseguida voy mi señor…
Al terminar aquella frase, el cosmo desapareció y las esmeraldas del géminis se fijaron en los extrañados ojos del octavo santo. El alto peliazul le sonrió burlesco.
-Kanon… -le llamó no como pregunta, sino afirmando lo que decía
-Nunca fuiste muy brillante Milo… - repuso el otro -… es por eso que te haré yo una advertencia a ti estúpido… vuelve a tocar a Saga o a intentar lastimarlo en cualquier forma y te aseguro que te arrepentirás de haberme conocido. Ahora lárgate de aquí, no eres bienvenido.
Kanon lo soltó con desdén, mirándolo con la altivez que lo caracterizaba y que lo distinguía de su hermano.
Milo apretó los dientes y los puños con fuerza. Se dio la media vuelta y se encaminó a las escalinatas, mientras pensaba en que este pequeño revés no le desviaría de su meta principal. Deshacerse de Saga en la vida de Camus y lo haría, sacando al acuador de su alcance.
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En el onceavo templo, su guardián recién salía de una larga ducha fría, que había tenido dos efectos en él, primero y el más urgente, hacer que su cuerpo dejara de sentirse tan caliente y tan presionado entre las piernas mientras recordaba la deliciosa sensación de la piel de Saga entre sus dedos. El segundo aclarar su mente precisamente de esos acontecimientos.
El joven santo caminó ensimismado, secando su largo cabello. Se recostó en la cama de sus aposentos privados usando sólo una toalla alrededor de la cintura, cerró sus ojos de inmediato y trató de dormir, pero al permanecer en la oscuridad de sus propios parpados, se encontró asaltado de nuevo por aquellos hipnotizantes ojos verdes.
Camus no pudo evitar sonreír ante el recuerdo e inconcientemente llevó su mano a su rostro, acariciándolo de la misma exacta forma en que Saga lo hizo con él, un contacto muy sencillo, cierto, pero lo suficientemente intenso para dejarlo deseando por más. Así, sumido en su completa inconciencia comenzó a deslizar sus dedos por su cuello, imaginando que esas yemas que le recorrían eran de él, pronto su pecho se encontró alcanzado y explorado por un par de manos que comenzaban a repartir en el cuerpo debajo de ellas, caricias intensas.
La respiración del francés comenzó a acelerarse de nuevo mientras lentamente se recorría cuesta abajo, sintiendo los músculos de su pecho, jugando un poco con sus pezones, mordiéndose un labio para no dejar escapar un gemido. Palpó los bordes que en su torso se formaban, como deseó que los labios bien definidos del tercer santo estuvieran delineándolos con su lengua.
Un ligero obstáculo se atravesó en su exploración, el bulto que formaba la toalla en su cintura en lugar de hacerle reaccionar solo ayudó a incrementar su fantasía. Pensar que eran las manos del dorado las que lentamente deshacían el nudo y abrían la tela dejándolo expuesto para él. El sonido de sus jadeos ya comenzaban a resonar fuera de su mente, ahora los podía escuchar con toda claridad, así como con toda claridad sus manos volvían a la tarea de acariciar la fina piel de sus caderas, bajando por ellas hasta alcanzar cierta distancia en sus muslos para regresar de nuevo.
Ese baile pronto lo llevó a buscar cierta parte de su anatomía que ya pulsaba con fuerza demandando atención de su parte. Sin embargo antes de que pudiera tocarle, se vio interrumpido por otro par de dedos que sujetándolo hizo que sus manos se levantaran hasta la cabeza del acuador.
Camus abrió los ojos asustado, no había sentido la presencia de nadie entrar a su recinto. Aunque debía admitirse sin mucho animo, que se había dejado llevar a tal grado por la sensación que bajo por completo la guardia.
Sus pupilas azules mostraron sorpresa e incomodidad al encontrarse bajo la escrutadora y deseosa mirada del santo de Escorpión, que era acompañada por una sonrisa sádica en sus labios.
Antes que pudiera reaccionar Camus se encontró imposibilitado de pronunciar objeción alguna gracias a que el griego de ojos turquezas se lanzó sobre su boca adueñándose de ella.
A pesar del inicial desconcierto, el francés no tardó en responder el demandante beso que le exigían los expertos labios del griego, mucho menos evitó soltar un pequeño gemido al sentir como su miembro se rozaba con el cuerpo del muchacho que ahora se acomodaba en la cama sobre él y que sujetando sus manos con un solo brazo, comenzaba a acariciarle.
Camus cerró los ojos dejándose llevar por las atenciones que el moreno le estaba regalando, sonriendo entre los besos que recibía.
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-Kanon, pasa y toma asiento por favor – comentó amablemente la joven de largos cabellos al recién llegado general marino.
-Gracias Athena…
El joven avanzó por la habitación hasta llegar al lugar que la representante de Palas le había indicado, justo en frente de ella y del joven Poseidón, quien extrañamente evitaba verlo. Esa acción lo desconcertó un poco.
-¿Sucede algo Señor? – indagó con firmeza el peliazul, obteniendo sólo una rápida mirada por parte del aludido, mientras desdeñaba con la cabeza en cortos movimientos, evadiendo sus ojos de nuevo.
-Tienes forma de comunicarte con los seis generales ¿cierto?
-por supuesto Señor
-coordínate con Sorrento, para que se encargue que todo en el santuario marino quede en perfecto orden sin la presencia de los generales y mándales que se presenten aquí en dos días a partir de hoy.
Kanon asintió suavemente, extrañado por aquella orden. Que podría ser tan importante como para que dejaran el santuario desprotegido.
-¿Puedo saber a que se debe el que sea requerida la presencia de los seis marinas?
-Vamos a celebrar nuestro compromiso, y la tradición marca que mis generales me acompañen y rindan juramento a mi futura esposa.
El silencio se hizo presente en aquella habitación, que de pronto fue para Kanon el lugar mas pequeño del mundo, sintió asfixiarse mientras en su cabeza se repetía una y otra ves esas últimas palabras de Julián.
-Habla con Shion sobre los aposentos donde se instalarán… -comentó la modulada voz de Saori, tratando de romper la tensión –… todos tendrán una habitación en el templo.
-Tú también la tendrás Dragón Marino, y a partir de hoy la ocuparás. No quiero que mi capitán y guardia personal se albergue en algún otro lado. ¿Esta claro?
-¡oh, Julián!… no es necesario que Kanon se quede en el palacio aun, estoy segura que mi dorado apreciaría tener un día mas con su hermano.
Ante las palabras de la joven, el dios de los mares se levantó del sofá en el que se encontraba sin poder esconder un pequeño gruñido. Se dirigió a un ventanal desde donde apreció la tercera casa.
El ceño del peliazul de profundos ojos se arrugó, al pensar en la posibilidad.
-Le agradezco Athena, pero se hará como Poseidón ordena. – se apresuró en contestar el gemelo, quien intentaba no alterar al voluble joven y comenzar alguna discusión que lo hiciera permanecer más tiempo en aquel infernal cuarto.
-Pero Saga…
-No se preocupe mi señora… él entenderá. – concluyó con firmeza el general, sonriéndole a la chica que asentía ante sus palabras.
-Eso es todo por ahora Dragón… retírate.
Kanon hizo una pequeña reverencia ante la joven de cabellos lilas y se giro dedicando una mirada triste, a la espalda del mercante naviero que enfundando en su traje-túnica blanco, permanecía estático frente al ventanal. Sin dignarse a verlo de nuevo. Los segundos se hicieron eternos para el joven general, quien comenzó su andar hacia la puerta sintiendo como con cada respiro se clavaban agujas en su pecho.
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Las caricias se hacían cada vez mas demandantes, se sentían agresivamente dolorosas, y los besos que asaltaban su boca comenzaban a arder sobre sus labios. Camus intentó safarse del agarre que Milo tenía sobre sus muñecas pero le fue imposible, pues aquel, presionó con mas fuerza inmovilizándolo. El acuador partió el contacto de sus bocas quejándose ante el súbito aumento de fuerza.
Por el resto de su vida, Camus se arrepentiría de haber abierto los ojos en ese momento y ver ante sí el deseo insaciable que brillaba en esos ojos turquesa con fuerza aterradora. Con agilidad movió una de sus piernas hasta que hizo contacto con el pecho de Milo, y de un fuerte empujón lo mando hacia atrás, librándose por fin de su agarre. Inmediatamente se recogió para si, hasta pegarse estremecido a la cabecera de la cama.
-¡¿que diablos pasa contigo!
-vamos Cam… yo sé que te gusta – decía mientras se acercaba de nuevo portando una malévola sonrisa
El aquador completamente sobrecogido por el comportamiento de Milo, no reaccionó a tiempo como para evadir ese par de manos que lo apresaban de nuevo por los hombros y que ahora lo arrojaban contra el colchón de nuevo, asaltando su boca sin piedad, mordiendo su labio hasta probar el sabor metálico de su propia sangre.
-¡¡Milo no!
Gritó desesperado mientras se removía, hasta que logró empujar al muchacho lo suficiente para levantarse de prisa e intentar poner distancia entre ambos. No le importaba cómo, sólo quería alejarse del griego, que furioso se incorporaba también dispuesto a cazar a su presa.
Sólo un par de pasos y alcanzaría con su mano la perilla de la puerta, pudo sentir el frío material en sus dedos, mas de pronto un tirón en la base de su nuca lo hizo detenerse en seco, obligándolo a echarse hacia atrás, siguiendo el movimiento que la inercia le mandaba retrocedió marcando una media circunferencia, hasta que se detuvo al chocar con fuerza contra la pared de la habitación.
El impacto fue demasiado fuerte, y desbalanceó a Camus que encontró estabilidad sólo en el piso de mármol que decoraba el lugar, en dónde terminó tras rebotar contra el muro. La cabeza le retumbaba por los golpes que se había propinado, y apretando con fuerza los ojos intentó poner algo de orden en su alterada mente.
No pudo defenderse cuando sus muñecas se vieron de nuevo apresadas por el fuerte agarre al que Milo lo sometía, no pudo evitar sentir que se ahogaría con aquella lengua invasora que exploraba hambrienta y salvaje su boca, no pudo evitar quejarse ante las fuertes rodillas que sin consideración alguna le obligaban a abrir las piernas, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas y que su voz se quebrara.
-¡¡Milo, por favor… detente!
-¡cállate Camus!... eres mío, mío, ¡¡¡sólo mío! te marcaré Camus, y nadie más que yo será capaz de tocarte nunca, ¡¡porque sólo yo soy tu dueño!
-¡¡no me hagas esto Milo!... ¡¡por favor!
-¡¡que te calles!
Sin pensarlo, pues envuelto en su estado de venganza, rabia y deseo Milo no pensaba, abofeteó con fuerza al chico bajo suyo, cuyas lágrimas comenzaban a invadir por completo su rostro. La desesperanza y el dolor, la impotencia y la desilusión se apoderaron del francés sabiéndose incapaz de detener las acciones del otro, cerró con fuerza los ojos, para no presenciar lo que sabía venía a continuación.
No tardó mucho en sentir los dedos del escorpión irrumpir en su entrada sin cuidado alguno, moviéndose dentro de él con rapidez lastimándolo. Sintió también la venenosa lengua del griego recorrer su cuello apretando los puños y obligándose a permanecer en silencio cuando los dientes del otro se enterraron en su piel.
Y después, el agudo e intenso dolor de ser penetrado con salvajismo y arrebato, por un instante Camus sintió que se partiría en dos ante la sensación y todo a su alrededor se escuchó lejano.
Lagrimas volvieron a resurgir de sus ahora apagados ojos, al sentir el feroz vaivén al que su cuerpo estaba siendo sometido, su mente se llenó de preguntas cuya respuesta no encontraría, y que sólo lo lastimaban ¿porqué Milo le hacía esto? ¿Por qué lo ultrajaba de esta humillante forma, ¿a caso no le importaba?...
¿a caso no lo había amado lo suficiente?
En el remolino de oscuridad y dolor en el que se hundía poco a poco, el recuerdo de un par de esmeraldas contemplándolo con un inmenso cariño acudieron a su memoria. Y ahora preso de más lagrimas, luego que Milo se levantara dejándolo en el piso sin ninguna muestra de arrepentimiento, mientras estaba echo un ovillo en el frió mármol, inconscientemente clamaba por el dueño de esos ojos.
Continuará……
Gracias por todos lo reviews, de verdad los aprecio mucho, saludos!
