Capítulo III: Sango
Un grupo de aldeanos lo saludó y Miroku reconoció algunos de ellos, viejos amigos de su padre. Pasó la noche en casa de un anciano muy bondadoso, que había conocido a su abuelo mucho tiempo atrás, y que, al enterarse de que Miroku era el nieto de su viejo amigo y que no tenía dónde quedarse, le ofreció de inmediato su casa. Además, pensó Miroku antes de aceptar, nadie allí conocía su pasado, y el hecho de que fuera monje hablaba a su favor.
Una vez que se hubo instalado, buscó un lugar para Kyrara, puesto que la bondad de su anfitrión tenía límite. Le consiguió una vieja cabaña que, aunque bastante descuidada, no tenía goteras ni huecos y podría dormir allí por algunas noches sin problemas. No tenía un plan todavía, sólo sabía con certeza que esa aldea no era el lugar para él, y que no podía quedarse mucho tiempo.
La mañana siguiente, mientras paseaba distraído por la aldea, se le ocurrió visitar a los antiguos amigos de su familia pero, después de reflexionar unos minutos, concluyó que si quería huir de su pasado, esa no era la mejor manera de hacerlo. Se alejó caminando distraídamente, aún sumido en sus pensamientos, y se chocó con una joven aldeana, que también distraída, no lo había visto. La muchacha, que tenía su misma edad, se disculpó y se dispuso a seguir su camino, pero Miroku, que creyó conocerla, la detuvo tomándola del brazo y le preguntó su nombre. Ella respondió que se llamaba Sango, y que jamás en su vida lo había visto, hasta que él, luego de mirarla durante un largo rato, la reconoció. Se presentó, y ella frunció el entrecejo tratando de recordar. De pronto, su semblante se iluminó y lo abrazó con fuerza. Se habían conocido cuando tenían poco más de ocho años, y solían jugar juntos cada vez que sus padres tenían que reunirse. Cuando su padre falleció, Sango se encerró en su cabaña durante días y le costó mucho superarlo. Miroku no quiso incomodarla y dejó las manos quietas, pero no sin antes lanzar miradas lascivas a su trasero.
Feliz de volver a verse, los jóvenes se pusieron de acuerdo para reunirse antes de que Miroku se marchara. Dos días después, acordaron almorzar juntos en el bosque cerca de un arroyo, donde pudiesen hablar tranquilos. Sango llevaba una canasta llena de comida en una mano y en la otra una jarra de agua, y por poco deja caer todo al suelo cuando el joven se le acercó y le dio un fuerte abrazo, esta vez sin poder contenerse, y deslizó una mano por su espalda hasta su trasero, al tiempo que le guiñaba un ojo. Cuando logró separarse, estaba furiosa, sus ojos llameaban y lo hubiera asesinado de no ser por la sorpresa que se llevó al ver un enorme tigre corriendo hacia Miroku.
– ¡Miroku cuidado! – gritó – ¡Agáchate!.
Dicho esto, tomó una daga que llevaba atada al cinto, y se la arrojó. Kyrara se apartó de allí lo más rápido que pudo, pero hubiera salido lastimada de todos modos si Miroku no hubiera intervenido. Con su báculo desvió la daga, que se clavó en un árbol, y conteniendo su ira con gran esfuerzo, se dio vuelta hasta quedar cara a cara con Sango.
– ¡ Por qué demonios has hecho eso? – gritó, diciéndole adiós a sus esfuerzos por tranquilizarse – ¿Acaso eres tonta? Deja, no respondas, es obvio que sí. Kyrara es mía. Somos compañeros desde hace años ¿Y tú quieres matarla? Además¿Crees que no puedo defenderme? Dime, si un tigre gigantesco se abalanzase sobre ti para matarte¿Te quedarías ahí parada, para ver qué se siente?.
No sabía qué lo molestaba más: el hecho de que Sango hubiera querido matar a Kyrara, que después de todo, era la única compañera fiel con quién siempre podría contar, o que hubiera pensado que él necesitaba su ayuda para defenderse.
–¿De verdad me crees tan indefenso, tan estúpido?.
Sango abrió la boca para responder, pero no encontraba las palabras. Estaba perpleja, porque si bien ése era el mismo Miroku que ella recordaba, con su mal carácter y complicada personalidad, no se esperaba esa reacción. Tragó saliva y apoyó las cosas que aún cargaba en el pasto, dispuesta a disculparse, hasta que recordó el atrevimiento del monje unos momentos antes. Avanzó hacia Miroku, se acomodó el vestido y el cabello, y agarrándolo por los hombros, lo empujó de espaldas contra un árbol.
– Mira pervertido, a mi no me tratas así ¿Está claro? Y si necesitas explicaciones, aquí tengo tres: uno¡¿Cómo se supone que yo debo saber que esa cosa no quería matarte! Dos, Mi intención era salvarte la vida, por si lo has olvidado, y no lo sé... tal vez son ideas mías¡Pero me parece que eso cuenta! Tres, no soy ni tu hermana ni tu hija y no te he faltado el respeto, así que o te calmas o te destrozo la cara ¿Cuál eliges? – vociferó a todo pulmón Sango, empujándolo tan fuerte que su silueta estaba quedando marcada en la corteza del árbol.
Esta vez, fue Miroku el que tragó saliva, y muy lentamente tomó las manos de Sango, clavadas en sus hombros, y las alejó de su cara, por las dudas. Había olvidado lo peligrosa que era cuando estaba realmente enojada, y no quería un recordatorio permanente. Le acarició el pelo, y no pudo evitar reír, recordando cómo peleaban cuando eran niños. Se miraron durante un rato, hasta que Kyrara juzgó oportuno intervenir. Lamió la mano de Sango, y Miroku comenzó a reír aún más fuerte, cayendo de rodillas al suelo, hasta que logró calmarse, y se sentaron a comer. Hacía ya mucho tiempo que no se descargaba de esa forma, y se sintió un poco aliviado. Sango siempre conseguía hacerlo reír y disfrutaban de su mutua compañía. Él le contó que había huido de su aldea, pero no le dio muchas explicaciones, y Sango entendió la indirecta. Por su parte, ella le contó que se había casado hacía tres años, pero su esposo había fallecido hacía apenas unos días, y que estaba viviendo en case de la familia de su marido, hasta conseguir una propia. Sin embargo, cambió de tema enseguida, ya que hablar de ello le producía dolor.
Una tarde, decidió ir al mercado, y luego pasar a visitarla. Cuando llegó, vio un montón de gente reunida en la puerta de la casa de Sango. Oía mujeres y hombres gritando, pero no podía ver lo que sucedía. Finalmente, se abrió camino entre la gente, y la escena que vio lo inmovilizó. Una enorme mujer sacaba maletas de la casa, y gritaba cosas horribles a una joven morena, que lloraba arrodillada junto a las maletas. Miroku no sabía quién era, ya que el cabello le cubría el rostro.
Sango estaba lloraba desconsoladamente, sentía las lágrimas en sus mejillas, y recordó que su padre le había enseñado, cuando era muy pequeña, que sólo los débiles lloraban. Sacudió la cabeza, queriendo ahuyentar el recuerdo. "Francamente, no me importa si me ven llorar, ya no me queda nada, y perder mi dignidad también no cambiará las cosas" pensó. En ese momento, se dio cuanta de que sus cosas aún estaban en el suelo y comenzó a recogerlas. La joven se esforzaba por ordenar todo, pero su suegra, Azuza, seguía arrojando su ropa por los aires, vociferando que era una traidora y que había traído desgracia a la familia. Sango no intentaba defenderse, "Razonar con esta mujer es imposible...Tal vez cuando se calle podré explicárselo" pensó, pero sabía que no era así. Esa familia nunca la había querido, y nada de lo que ella dijera podía cambiar eso.
De pronto, reconoció un rostro entre la multitud. Miroku la miraba horrorizado. "Era de esperarse" pensó Sango "que esté sorprendido, después de cómo reaccioné con él en el bosque, seguro lo asombra que me deje tratar así... Si tan sólo supiera que por su culpa estoy metida en este embrollo... ¡Dios mío¿Qué voy a hacer?" .
Él se le acercó, abriéndose paso entre la multitud, y la ayudó a levantarse. Podía sentir como las rodillas de la muchacha temblaban, y se preguntó por qué. Le dijo que lo esperara en casa del anciano y que llevara sus cosas con ella, ya que en ese lugar aparentemente no la apreciaban mucho. Ella asintió y se fue velozmente, cargando sus bolsos con algo de dificultad. Miroku esperó que se alejara lo suficiente, y dio media vuelta para quedar justo en frente de la horrible y enorme mujer que estaba gritándole a Sango.
– ¡Escúcheme bien mujer, porque no lo diré dos veces! – comenzó, utilizando un tono bastante agresivo, reprimiendo las ganas de golpearla – Es usted un grosero e insensible monstruo, y el hecho de haber nacido no implica que deba ir complicándole la vida a los demás ¿Me oye?. – al ver que la mujer le iba a responder, la calló con un gesto de la mano, y agregó, mucho más calmado – Así que como la vea cerca de Sango otra vez, quedará usted estampada en un pared, y espero que entienda que no bromeo.
La mujer se infló aún más, ofendida, y murmuró que sus hijos llegarían pronto y que tendría que vérselas con ellos. Miroku levantó una ceja, divertido por la amenaza de la mujer, y viendo que ésta no pensaba disculparse, se aclaró la garganta y se le acercó aún más.
– Señora, no me obligue a lastimarla, porque no tengo ningún inconveniente en remodelarle la cara a usted y a sus hijos. Ahora¡Quítese de mi camino!
Dicho esto, Miroku se alejó lo más rápido que pudo, porque no tenía ganas de comenzar una pelea con una anciana a menos que fuera necesario. Fue a buscar a Sango, y la encontró en su recámara, desempacando. No sabía si hablar sobre lo sucedido era una buena idea, así que se limitó a abrazarla fuertemente, y garantizarle que todo saldría bien.
Trató de consolarla y cuando se hubo más o menos calmado, le contó entre sollozos que su suegra nunca la había querido en su casa y que le atribuía la muerte de su hijo, y la había encontrado la excusa perfecta para echarla cuando unos aldeanos la vieron sola en medio del bosque con un hombre, y le fueron con el chisme. Ahora no tenía ningún lugar adonde ir. Miroku le preguntó cuándo había fallecido su esposo y si no tenía familia con quién quedarse, pero ella meneó lentamente la cabeza y le dijo que su marido había muerto pocos días atrás y que toda su familia se había mudado a otra aldea, cuyo nombre no podía recordar, porque no estaban de acuerdo con su matrimonio y habían perdido todo contacto. Conmovido por su triste historia, le ofreció que se quedara con él en casa del amable anciano, hasta que encontrase un lugar adonde ir.
Ella aceptó gustosa y una enorme sonrisa iluminó su rostro; era la primera vez que sonreía así desde la muerte de su esposo. Miroku la acompañó a recoger sus cosas y la ayudó a instalarse. Sango estaba muy agradecida, pero aún no sabía qué hacer con su vida. Miroku y ella pasaban horas buscando una solución, hasta que Sango le preguntó si lo podía acompañar. No le preocupaba viajar sola con él, porque Miroku era un monje y no se aprovecharía de ella... Aunque comenzaba a tener sus dudas. Él argumentó que ella ni siquiera sabía hacia dónde se dirigía, pero no consiguió disuadirla. Ante su testarudez e insistencia, finalmente cedió y le permitió acompañarlo.
Emprendieron el viaje al día siguiente, y Miroku encontró en Sango una excelente compañera; le hacía reír y él a ella. Al cabo de una semana, se conocían más que nadie. Con el pasar de cada día, Miroku deseaba que ese viaje no terminara nunca, y que estuviesen solos por siempre, si bien sabía que eso no era posible.
Una mañana, mientras Sango se bañaba en un río que Kyrara había descubierto pocas horas antes, y él esperaba sentado de espaldas a ella que terminase y se vistiera, tentado de espiarla, comenzaron a hablar de sus padres y su hogar. Ella sabía que él había huido de su casa, pero no por qué, y lo tomó por sorpresa que se lo preguntara. Lo invadió un remolino de sensaciones, angustia, odio y temor, se alteró mucho pero intentó calmarse para no asustarla, aunque su voz reflejaba el dolor que le causaba recordar.
–Me... marché de casa hace mucho tiempo – balbuceó torpemente, aún sin darse vuelta – y de todos modos no es algo que te incumba Sango.
Ella se ruborizó y Kyrara gruñó ligeramente, porque notaba la tensión en el ambiente. Sango se vistió rápidamente y se le acercó con la mirada baja.
– No quise incomodarte Miroku... Lo lamento mucho. – susurró – Pero no deberías cargar con todo eso tú solo ¿No te sentirías mejor si lo compartieras con alguien? Yo ya te conté mi historia y... Y compartirla contigo me alivió mucho.
– Yo era otra persona cuando escapé, una mala persona. No respetaba a mis padres y prácticamente destrocé la reputación de mi tribu. Ahora he madurado, pero no estoy listo para hablar sobre mi pasado.
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ok, leannnn! con el tiempo mejora, se los juro! (cara de escritora desesperada) ok, lo admito, no soy j.k.rowling, pero trato!
