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CAP 9

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-¿La conseguiste?

-Sí, aquí la tienes - Respondió el caballo marino, bajando su pesada mochila y sacando de ella la encomienda a la que fue enviado al santuario bajo los mares, la entrego a un par de fuertes manos y entonces, junto a sus compañeros presenció con asombro como de entre las envolturas de seda que la cubrían, Kanon extraía una urna de fina cerámica tallada en detalles de oro.

-¿Es eso lo que creo que es? – preguntó escéptico Eo de Scylla enfatizando su intriga al levantar una ceja.

-Sí, lo es – respondió indiferente quien la examinaba detalladamente- La vasija en que estuvo atrapado Poseidón.

-¡Estás loco! Para qué demonios quieres esa cosa! – Intervino Kaysa molesto- ¡Eso es un arma peligrosa, si cayera en las manos de los dorados, seguro la usarían en contra de nuestro señor!

-Gracias señor Obvio, eso ya lo sé – respondió el gemelo irónico- pero esto es lo único que nos asegurará sobrevivir a la furia de Julián.

Los siete generales observaron el mencionado jarrón, cada uno con una idea diferente de qué haría exactamente el gemelo para contener el poder de su dios usando eso, pero todos, seguros que no se atrevería a lastimarlo. Después de todo si había alguien interesado en evitar esta locura, era el general marino.

-Parece que has pensado en todo Dragón, pero existe una duda en mi mente que no me permite estar tranquilo respecto a todo esto. – habló sereno el general del océano indico.

-Habla Krishna.

-¿cómo vas a mesurar la reacción de la diosa virgen? Porque ambos sabemos que habrá una.

La seria mirada esmeralda de Kanon se posó en los oscuros ojos del misterioso marina, esa era una cuestión que por lógica, había ya pasado por su mente y tenía un par de planes armados para contener las posibles acciones que la joven de lacios cabellos lila podría ejecutar.

Sin embargo, era consiente que ella era el elemento desequilibrante en toda esta misión que emprendían, pues realmente no sabía que esperar de una mujer.

-Descuida Krisaor, sabré controlar lo que haga.

-¿y qué puede hacer? Llorará cual damisela en peligro y tendremos que pelear con su séquito de dorados.–respondió cínico el de las seis bestias.

-Yo no quiero pelear con ellos, no me parece que en todo caso tengamos razón en esta batalla si somos los causantes de la ofensa.

-¡demonios Sorrento! Tú siempre de pacifista y aguafiestas; además, temo decirte que no podremos evitar el enfrentamiento. –Scylla espetó harto de esa eterna actitud afable de su compañero.

-Pero…

-¡Basta! Todos sabemos a qué nos vamos a enfrentar -intervino Kanon- Tu Sorrento, supéralo y tú Eo, deja de desear una pelea con ellos.

El general marino, se encaminó hacia un pedestal de mármol en donde colocó la vasija y donde parecía tener todo dispuesto para alguna clase de ritual, se volvió serio hacia sus compañeros y les miró son severidad, indicándoles con sus dagas jade que no aceptaría discusión a su siguiente orden.

-Ahora fuera de aquí que tengo cosas que hacer, prepárense y ocupen sus puestos, tan pronto se levante el sol.

A regañadientes atendieron a la orden del general, murmurando entre algunos de ellos ligeras maldiciones para el peliazul y sus finos modales.

Kanon les ignoró pues más le divertían sus comentarios de lo que le llegaban a molestar; estando a solas, el gemelo de Saga regresó su atención a la urna nuevamente y enserió su rostro.

Era momento de empezar.

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Abrió los ojos con algo de inquietud parpadeando varias veces antes de sentirse completamente despierto¿qué había sido aquella sensación?

Exhaló el aire de sus pulmones con cansancio mientras se removía entre las sábanas y encontraba una nueva posición sobre el almohadón.

Se sentía intranquilo, ese extraño cosquilleo recorriéndole la piel lo había sentido antes, pero no lograba ubicar entre sus recuerdos cuando y porque de tal sensación, talvez se estaba preocupando demasiado, talvez era sólo que estaba nervioso por lo que este nuevo amanecer traía como significado a su vida.

Cerró los ojos nuevamente, no quería pensar en los acontecimientos que se realizarían horas más tarde, prefería volver al reino del Morfeo y perderse en el un poco más; sobretodo si aquel pálido ser le concedía el soñar con un hombre de largos cabellos aguamarina y mirada esmeralda que rondaba en su mente veinticuatro horas al día.

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Era interesante observar el sutil movimiento que debajo de sus párpados, dos hermosas pupilas jade realizaban como inequívoca señal de que su dueño dormía profundamente. En sí, admirar la belleza de sus rasgos maduros y siempre finos le era tan indescriptiblemente satisfactorio como el hecho de saber, que si se inclinaba solo un poco más podría dejar de ser un silente espectador, y sería bendecido por el suave roce de su piel contra sus indignos labios.

La tentación de cumplir aquel deseo venció a la bondadosa intención de dejarle descansar un poco más.

Cediendo ante el impulso, Camus eliminó toda distancia entre sus labios y la mejilla de un inconsciente peliazul, dejó que sus labios vagaran en suaves caricias de casi efímeros contactos por la suave piel de la pálida mejilla de Saga, quien ante el dulce ataque solo lograba suspirar contento, mientras ladeaba inconscientemente su rostro, buscando mas de ese sutil roce.

Camus sonrió y aun más ambicioso fue que se sumergió entre la azul melena de Saga y logró sentir sobre sus labios, el tranquilo palpitar de su pulso contra la piel de un exquisito cuello que se encontraba ahora a su disposición y el cual, no dudo en atender debidamente. Envuelto entre el delicioso aroma que Saga desprendía y un creciente deseo por probar más de aquella piel fue que el menor, dejo su cómoda posición entre los brazos del gemelo y se alzó por sobre él, lo suficiente para acomodar sus piernas al lado de su cadera y sentarse en el regazo de ahora, un semi inconsciente peliazul.

Una nueva ola de besos alcanzaron el mentón de Saga siguiendo su contorno y delineándolo con los cada vez más urgentes contactos; los brazos del gemelo con dormilona torpeza se levantaron de su lánguida posición y no tardaron en encontrar seguro cobijo junto a la cintura de Camus, quien al sentirse sujeto, buscó enfrentar a aquel que tan desconsideradamente había reclamado de entre los dominios del arenero.

Un par de esmeraldas le miraban divertido y una tenue sonrisa de complicidad adornaba los sonrosados labios de Saga, el joven francés se sintió de pronto fuera de lugar, había sucumbido a un profano deseo por aquel hombre sin detenerse a pensar en que aun no estaba al cien por ciento de su capacidad. Sus mejillas se cubrieron de un color grana; un adorable mensaje de lo apenado que estaba por sus acciones, pero sobre todo, de que a pesar de sentir vergüenza de ello, le apetecía continuarlas.

Las finas yemas de los delgados dedos de Saga deslizándose por su mejilla, fue todo el incentivo que necesito para inclinarse nuevamente sobre el peliazul y adueñarse de sus labios en un largo, sensual y profundo beso, que dejó al tercer guardián boqueando por aire completamente extasiado.

Instintivamente Saga abrazó al otro contra su pecho y trató de empujarse para que ambos rodaran sobre la cama, pero Camus presionó su cuerpo contra él y negó con la cabeza.

El movimiento que una de las cejas del peliazul hizo, fue la respuesta que obtuvo Camus a su negativa; más el francés sonrió seductoramente y viajó hasta alcanzar el oído de Saga, en donde susurró un par de palabras que erizaron su piel, estremeciéndolo perceptiblemente para quien ahora se dejaba recostar totalmente contra el mayor, buscando con ello un nuevo acomodo que terminó dejando al menor entre las dispuestas piernas de un cooperativo gemelo.

Un nuevo beso fue demandado y concedido por ambos, entregándose a la pequeña lucha que comenzaban con sus lenguas, dejaron que el tiempo pasara y sus manos imposiblemente quietas, recorrieran sus anatomías con inteligente habilidad, para hacer que la impertinente ropa que cubría sus siluetas fuera una solo una barrera temporal.

Experimentar las corrientes eléctricas que el roce de sus cuerpos desnudos se descargaban mutuamente, era tan placentero como el sentir dos pares de manos recorrer y redescubrir cada curvatura, protuberancia e íntimo rincón que sus anatomías poseían.

Un suave pero perfectamente audible gemido abandonó los labios de Saga al sentirse preso entre los atentos dedos de la mano de Camus, quien parecía estar completamente dedicado a marcar su piel con cada uno del millón de besos que dejaba por su cuello, se deslizaban entre sus hombros o acampaban triunfantes sobre sus pectorales, quienes además, eran asaltados por pequeños y juguetones mordiscos en sus indefensos pezones.

Muy pronto, la entrecortada respiración de Saga era todo lo que lograba escucharse en la habitación principal de la onceava casa, los movimientos que atendían su hombría estaban por conseguir la esencia del peliazul; pero Camus deseaba obtenerla a través de otras atenciones.

Dejo que sus azules ojos se engancharan con las esmeraldas de Saga en una silenciosa petición de que se contuviera un poco más, el otro entendió y como respuesta deslizó sus piernas por la cintura del francés apegándolo contra sí. Sin dejar de mirar al hombre debajo suyo, Camus fue poco a poco adueñándose de él, con cada movimiento de su cadera sentía la calidez se Saga rodearlo completamente, llevando a experimentar el mayor placer que hasta entonces había sentido.

Pero esa sensación que le recorría el cuerpo y le llenaba de una inmensa satisfacción, no provenía de la complacencia física. Camus sabía que era ese profundo sentimiento que Saga le inspiraba, que Saga despertaba, que Saga alimentaba y expandía en todo su ser; lo que ahora arrancaba de sus labios un suave llamado al peliazul y que era ese sentimiento, lo que estaba compartiendo con él.

Saberse amado por ese hombre de eterna melancolía, saberse correspondido por sus protectores brazos, saberse poseedor de la belleza de su corazón, fue lo que le llevó a sincronizarse en un momento con su cuerpo y dentro de su sensual baile y encontrar juntos el acto final.

Se sumergieron en la calidez de un abrazo compartido que les llevó de nuevo a perderse entre el sopor de un delicioso y merecido descanso, olvidado por un momento la tediosa idea de levantarse de la cama; ignorantes de que un par de ojos jade les observaba, con una mirada de añoranza y satisfacción, pues aunque sabía jamás volvería a tener entre sus brazos al de idéntica complexión, no podía evitar sentirse complacido de saberle por fin, al lado del hombre que siempre deseo.

Sólo esperaba que su hermano pudiera entender sus acciones; ahora era su turno de luchar por quien amaba.

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-¿Se siente bien señor?

El de cabellos celestes no contestó, se limitó a asentir con la cabeza ante la preocupada pregunta de su fiel marina de musicales talentos, que le ayudaba a portar sus túnicas sagradas. Por alguna razón, ese día le había costado demasiado el despertar, y al hacerlo se sintió inexplicablemente cansado; levantarse de la cama para comenzar con el ritual de purificación representó una tarea extenuante y ahora, al ataviarse de sus ropajes ceremoniales sentía su cuerpo tan falto de energía como si fuera un simple mortal.

No le encontraba una explicación lógica, sólo podía pensar que no era más que la ansiedad pues en unas cuantas horas más estaría unido a la joven diosa y su vida cambiaría por completo; a partir de hoy debería enterrar en el fondo de su alma ese sentimiento que desobediente de sus ordenes, siempre salía a flote por un hombre de ojos jade, a quien no deseaba ver este día.

-¿señor? –llamó nuevamente el joven general de ojos fresa, claramente preocupado por su dios, que de nuevo se limitaba solo a mirarle sin pronunciar palabra. Sorrento no ignoró el triste brillo que los ojos del naviero desprendieron y noto también su postura la que se apreciaba abatida; estaba conciente de que esta fragilidad que emanaba, era producto de lo que el general planeaba y sintió un latigazo de culpa recorrerlo, pues en otras circunstancias Julián jamás hubiera permitido que ser alguno fuera testigo de su mortificación.

Estuvo tentado a intentar por ultima vez persuadirle de no continuar, a que sus palabras despertaran todas las dudad que sabía el joven tenía con respecto a la unión, Sirena quería a toda costa borrar ese gesto de resignación que los atractivos rasgos de Poseidón poseían, darle una solución… una esperanza.

Pero sabía también, que no podía intervenir. Kanon había dejado en claro que el éxito del operativo dependería en gran medida de que su dios no sospechara nada.

-Krishna nos espera en la antesala. – murmuró suavemente, mientras un autónoma Julián le seguía a través de la habitación, rumbo a lo que sería su enlace nupcial.

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La puesta de sol enmarcaba la lejana torre de reloj, cuyos fuegos sagrados se encendían para dar así inicio a la ceremonia. El atrio principal del templo de Atena estaba bellamente decorado con exquisitos arreglos de rosas y pedestales dorados indicaban el sendero por el que cruzarían los protagonistas del rito y mantenían una suave iluminación gracias a las velas que sostenían. La ancha y larga alfombra color vino se extendía desde los primeros escalones hasta el altar donde aguardaba el sacerdote; justo a los pies de la gran estatua de palas.

A cada lado del camino, se apreciaban las brillantes y pulcras armaduras de los caballeros concurrentes al evento. Del lado derecho se encontraban recios y galantes los doce dorados; un poco detrás de ellos, representantes del rango plateado; los caballeros de bronce se localizaban justo un paso atrás y después de ellos, los más destacados aprendices de cada uno de los niveles.

Del lado izquierdo, se apreciaban a los generales marinos, seguidos por soldados tritones y varias sirenas, quienes no dejaban de sonreír coquetas ha los representantes atenienses. Se podía apreciar también a la joven princesa Fler de Asgard, escoltada por el orgulloso Haggen de Merack y el imponente Bud de Alcor, así como por una pequeña comitiva de nórdicos especialmente enviada para ofrecer sus respetos por la unión de ambos dioses.

EL joven aprendiz del primer caballero, hizo su aparición y avanzó por el pasillo dejando que el humo del incienso dejara una estela en su camino; Shion de Aries siguió al pequeño pelirrojo, venía ataviado en hermosos trajes ceremoniales y portaba un libro dorado entre sus manos, caminó hasta el altar, desde donde dirigiría el enlace.

La celeste melena del regente marino no tardó en aparecer ante la vista de todos los invitados; venía escoltado por dos guerreros femeninos del santuario. Poseidón avanzó con paso tranquilo, su cabeza en alto orgullosa y su rostro indescifrable, y sus ojos fríos fijos al frente, no deseaba mirar a los concurrentes, no deseaba encontrar fingidas miradas de aceptación, aduladoras e hipócritas, pero por sobretodo, no deseaba encontrarse con un par de ojos verdes que sentía clavados sobre sí desde que cruzara el último peldaño.

Cuando la atención de todos los presentes se posó nuevamente en inicio del camino rojo, fue que Julián se permitió la pequeña debilidad de buscar con la mirada el perfil de Kanon, que a solo unos pasos de donde él se encontraba, miraba a las nereidas que acompañaban a la figura de la joven Atena caminar hasta el altar.

El había jurado protegerla y lo hubiera hecho sin dudar; pero elegir entre ella y el señor de los mares era absurdo, pues el gemelo de Saga estaba completa y absolutamente entregado al de oscuros ojos azules.

Los finos dedos de Saori se encontraron con la palma que Julián le ofrecía para descansar ahí su mano y juntos dar los últimos pasos que los llevaban ha estar frente al altar y al pontífice que ahora comenzaba el ritual recitando en griego los primeros versos de una bendición para la pareja.

Cuando ambos inclinaron la cabeza para recibir la corona de laurel consagrado, Kanon percibió el peso de una mirada sobre él, sabía quien era y sin dudar, buscó aquellas esmeraldas para engancharse a ellas por lo que parecieron eternos segundos. Le profesaban tal emoción, comprensión y cariño, que el general peliazul tuvo que tragar duro; sabía que nunca encontraría reproche en esos ojos, pero sabía también, que estaba por poner al dueño de esas pupilas en un nuevo predicamento.

-Generales… es el momento. –Kanon llamó mentalmente a sus compañeros y dio la orden, sin despegar sus ojos de su hermano, recibiendo de aquel un gesto de confusión, pues parecía entender que ese brillo en los ojos de su gemelo era el mismo que hace mucho tiempo atrás, le propuso desafiar a la jovencita de largos cabellos.

En cuestión de segundos los siete generales cambiaron posiciones, Krishna de Krisaor y el Caballo Marino Bian, se colocaban espalda con espalda, el de oscura piel enfrentando a los dorados mientras el de un solo ojo se plantaba frente a los asgardianos, al unísono encendían sus cosmos al máximo y levantaban un muro de contención frente a los perplejos invitados. Que intentaban reaccionar, pero gracias al efecto sorpresa, sus respuestas eran tardías y suprimidas por el combinado efecto de las energías de los marinos.

Con una cínica sonrisa en los labios Eo de Scylla se plantaba retador contra los caballeros de bronce mientras veía a sus bestias atacar ferozmente a los descolocados jovencitos, impidiendo que intervinieran y más personalmente, disfrutando de la sorpresiva apaleada que estaban sufriendo en las fauces de sus bestias. Entre tanto Isaac de Kraken con su faz seria e intimidante y su congelado cosmo, lograba mantener ocupados a los santos de plata que intentaban reagruparse para no sufrir del poderoso aire frío que emanaba sin piedad.

Sorrento de Sirena en un ágil movimiento daba un paso al frente sacando su temida flauta y comenzaba a tocar la melodía de la muerte dedicada exclusivamente para el gran patriarca y su pequeño acompañante, quienes de inmediato se cubrieron los oídos en un vano intento de evitar escuchar las venenosas notas del jovencito. Kaysa de Luenades concentró todo su poder sobre la joven diosa, usando su máxima ilusión para adentrarse a su mente y crear un panorama confuso distrayéndola los minutos necesarios que el general marino necesitaba para cumplir con el plan.

Los oscuros ojos azules de Julián presentaban una anormal dilatación al ser testigo de cómo en cuestión de segundos los generales marina habían convertido su enlace en una batalla campal. Su confusa mirada se posó entonces en el hombre de azules cabellos que se dirigía hacía él, sus felinos ojos esmeralda estaban fijos en su persona y una sonrisa maliciosa se pintaba en sus labios. Julián conocía ese gesto, sabía que transmitía.

-Me temo que esta ceremonia será cancelada Señor.

-¿Qué demonios significa esto Kanon¡Deténganse ahora mismo! –ordenó el de cabellos celestes, intentando elevar su cosmo para obligarlos a desistir pero tan pronto lo hizo, un súbito mareo le azotó. Tomo su cabeza entre las manos, mientras apretaba con fuerza los ojos intentando disipar el vértigo que le atacaba; pero fue lo último de lo que estuvo consciente, no se percató del momento en que su cuerpo desfallecía lánguido y se precipitaba hacia el suelo, tampoco pudo saber que los fuertes brazos de Kanon evitaron que colisionara contra la dura superficie, pues le atajaron con rapidez.

Fue entonces, cuando el gemelo tenía firmemente asegurado al regente entre sus brazos, que dio la orden de retirarse. Con la misma rapidez que iniciaron el asalto, los generales marina y las hordas acuáticas se desvanecieron entre los numerosos portales dimensionales que el Dragón abrió.

Kanon se detuvo un instante, solo para mirar a su aturdido hermano un segundo, le sonrió travieso al ver su gesto correspondido, asintió ligeramente y desapareció junto al regente marino tras cerrarse el portal.

continuará...