Capítulo IV: Ofensas y discusiones
Sango suspiró y ambos se pusieron en marcha. Miroku caminaba cada vez más rápido, para alejarse de ella y de Kyrara. Kyrara veía sufrir a su amo, y la pena de la joven, así que se detuvo, resuelta a no avanzar ni un centímetro hasta que alguno de los dos se disculpara con el otro y resolvieran sus problemas, después de todo, alguien tenía que dar el primer paso.
Miroku siguió caminando solo por un trecho, hasta que se dio cuenta de que ni Kyrara ni Sango lo seguían. Vio que los ojos de la joven estaban húmedos, y sintió una punzada de remordimiento. Se les acercó y decidió que acampar allí no sería una mala idea.
Esa noche, se sentaron junto al fuego y Sango fue la primera en hablar.
– No tienes porqué actuar así, Miroku. Si hay algo que te molesta, puedes decírmelo, pero si no confías en mí, no hay nada que pueda hacer. Ya me disculpé por incomodarte, y francamente tu actitud es muy infantil .
– ¿Infantil? Hazme un favor y piensa las cosas antes de decirlas, aquí la chiquilla eres tú¡y nadie más! Ahora, si me disculpas, me voy a dormir ¡Buenas noches!. – vociferó Miroku, dando por terminada la conversación.
Se tapó con una abrigada manta y se dispuso a dormir. Sango estaba furiosa, abrió la boca varias veces para responderle, pero no encontraba las palabras, porque nadie le había hablado así en mucho tiempo. Decidió olvidarlo e irse a dormir, pero después de dar vueltas durante media hora, sacudió a Miroku hasta despertarlo y le dijo a gritos que no volviera a hablarle de ese modo nunca más, si no quería terminar con un ojo morado y varios huesos rotos. Miroku, al oír estas palabras, despertó de inmediato. Sango lo estaba agarrando del cuello de la sotana y lo sacudía violentamente. Él no la había imaginado capaz de reaccionar así, y lo divirtió verla tan enojada, aunque por su propio bien, no se lo dijo. El escándalo despertó a Kyrara, que se limitó a gruñir una o dos veces antes de dormirse otra vez.
Cuando despertó, Sango se encontró sola en el bosque, el fuego estaba apagado y las cosas de Miroku habían desaparecido. Antes de entrar en pánico, juntó sus cosas y lo fue a buscar, rogando por que estuviera bañándose en algún arroyo cercano. Al no encontrarlo, se asustó mucho porque ella no tenía idea de cómo sobrevivir sola en el bosque. No quería llorar, pero no podía evitarlo, el miedo se acumulaba en su corazón y no sabía cómo mantenerse calmada. De repente, escuchó a Miroku gritar su nombre, y siguió el sonido de su voz, que nunca antes le había parecido tan hermosa, hasta donde se encontraban él y Kyrara. Fue corriendo hacia él con lágrimas en los ojos y lo abrazó fuertemente, hasta que Miroku logró quitársela de encima. Ella se calmó y lo miró a los ojos, respiró profundo, y le dio una bofetada.
– Eso es por dejarme aquí sola¡Inconsciente! – exclamó furiosa – Y que ni se te ocurra hacerlo otra vez¡Casi muero del susto!.
Miroku estaba verdaderamente sorprendido, no entendía como esa mujer podía ser tan dulce, y de repente volverse molesta e irritante. Le respondió que había ido a dar un paseo y que se había alterado por nada. Lo que no le dijo fue que él también se había asustado cuando regresó y no la encontró en el campamento. Sango hizo caso omiso de su respuesta y fue a darse un baño, acompañada por Kyrara.
Mientras esperaba que volviera, Miroku se entretuvo imaginándola indefensa, perdida en el medio del bosque, siendo atacada por algún animal salvaje. Le causó gracia al principio, pero cuando se le pasó el enojo, el sólo pensar que algo pudiera lastimarla y que él no estuviera allí para defenderla lo enfureció.
Sango volvió media hora después, y cuando se le acercó, Miroku sintió el olor a jazmín de su cabello. La miró más atentamente y descubrió, para su sorpresa, que Sango era mucho más hermosa que Egao y que ninguna otra mujer que él hubiera conocido. Su larga cabellera, dorada como el sol, estaba recogida en un moño en la nuca, y llevaba un gastado vestido azul marino que acentuaba las curvas de su cuerpo. Miroku contempló su rostro, de rasgos finamente esculpidos y grandes ojos verdes. La joven poseía un aire de misterio que llamaba la atención y una fuerza que se intuía desde lejos. Ella, a su vez, también lo observaba detenidamente. Sintió que se perdía en sus profundos ojos marrones, firmes y agudamente perceptivos, llenos de una sabiduría que el joven no sabía que poseía. El cabello oscuro caía suavemente ondulado desde una frente ancha, y las manos, eran manos de palmas grandes pero no carnosas, los dedos largos pero romos en las puntas, las manos de un hombre que podía combinar la prudencia con la acción impetuosa, aunque raramente, muy raramente, lo demostrara.
Los dos jóvenes se miraron durante largo rato. Ambos se sentían inexplicablemente atraídos el uno por el otro. Sango no podía apartarse, no quería apartarse, y Miroku quería besarla y hacerla suya, y apenas podía controlarse. De repente, como despertando de un profundo y confuso sueño, Sango se apartó sonrojada. Desde la muerte de su marido, no había creído posible sentir lo mismo por otro hombre, aunque con Miroku era diferente, porque si bien no era amor lo que sentía, tampoco era puramente deseo.
Miroku también estaba sorprendido de sus sentimientos. Las heridas que el matrimonio de Egao había provocado aún estaban abiertas, y sabía que involucrarse con alguien tan pronto sólo traería problemas. Aún así, no podía restarle importancia a lo que había sucedido con Sango, porque la joven se había convertido en una muy buena amiga, y por nada en el mudo quería herir sus sentimientos.
Evitaron mirarse directamente a los ojos durante el resto del día, hasta que Miroku no tuvo más remedio que hablar, para decirle a Sango que se quedarían allí un día más, y luego partirían hacia Saga, una aldea no muy lejana que Miroku siempre había querido visitar. Sango murmuró una respuesta inaudible, se dio vuelta y se acostó, aunque sabía que lo sucedido esa mañana la mantendría despierta durante toda la noche. Miroku, por su parte, se durmió enseguida, y con la consciencia limpia, ya que había decidido olvidar el incidente.
El día siguiente, Miroku se levantó descansado, mientras que Sango apenas podía mantenerse en pie. Cuando Miroku quiso saber por qué, Sango le lanzó una mirada asesina y le gritó que se ocupara de sus propios asuntos. Él le respondió, también gritando, que era sólo una niña malcriada y que no se atreviera a darle órdenes. Sango levantó la mano para abofetearlo, pero Miroku fue más rápido y la agarró fuertemente por las muñecas, inmovilizándola frente a él. Sango se enfureció y quiso zafarse, pero notó que Miroku no la soltaba. Lo miró a los ojos y lo que vio la asustó. Miroku la deseaba, pero sólo eso. En su mirada había deseo, no había amor, y Sango no estaba dispuesta a ceder ni un ápice, hasta que él fuera capaz de entregarse en cuerpo y alma. Miroku parecía no haberse percatado, y acercaba su cara cada vez más a la de Sango. No pudiendo contenerse, la besó apasionadamente, Sango tardó en reaccionar, no quería rendirse y dejarse llevar, pero no podía separarse de él, como si estuvieran unidos por lazos invisibles que impedían que ella lo rechazase, que se negara. Miroku no estaba tan desorientado como ella. Sabía que la deseaba, pero había algo más, un sentimiento que no podía definir. "¿Será amor?" pensó, pero enseguida lo descartó, porque nunca había sentido eso por Egao y, sin embargo, la había amado mucho. Al pensar en ella, se detuvo y tomó conciencia de la situación. Se alejó de Sango lo más rápido que pudo, tratando de disculparse, pero comenzó a tartamudear y no se entendió nada de lo que dijo. Sango, por su parte, estaba avergonzada de no haberse separado antes, de haber cedido. El beso no fue lo que la alarmó, porque después de todo no era más que eso, pero sí lo que había despertado. Sintió renacer una sensación que ella creía muerta hace tiempo, incluso antes de encontrarse con Miroku en Fukuoka. El sólo pensarlo la asustó y no le pareció oportuno permitir que Miroku la besara cuando y donde quisiera. Se le acercó con paso decidido, y el joven, que ya veía venir una bofetada, retrocedió lanzándole una mirada atemorizada, como rogándole con los ojos que no lo golpera. Sango lo reconsideró, y se limitó a levantar el puño, amenazante, y jurarle que si se propasaba otra vez con ella, no tendría piedad y una bofetada sería el menor de los males.
Miroku rió, divertido, pero en seguida su semblante se tornó serio, porque si bien él era muy fuerte, Sango también lo era, y si seguía provocándola, más allá de las amenazas, probablemente terminaría con un ojo morado. Sango dio media vuelta, aún enojada, y fue a sentarse junto al arroyo, refunfuñando para sí. Cuando Miroku se disponía a seguirla, Kyrara se interpuso, bloqueándole el camino.
– ¿Qué demonios sucede con todo el mundo! – vociferó, agitando los brazos – Haré lo que me plazca, Kyrara, así que apártate de ahí.
Kyrara gruñó y le mostró los dientes, pero lo dejó pasar de todos modos. Miroku se sentó junto a Sango, y observó el agua correr.
– Me gustas – dijo de pronto.
Sango lo miró sorprendida. Esperó que dijese alguna otra cosa, pero al ver que Miroku callaba, se sonrojó y no supo cómo cortar ese incómodo silencio, que se había apoderado de ellos, pero no quería irse.
– No digas tonterías, – logró balbucear al fin – sabes bien que eso no es verdad. Eres un mentiroso y un atrevido. Como vuelvas a tocarme, lo lamentarás ¡Te lo advierto!.
Miroku se quedó sin palabras, hasta que gruñó y le dijo que se preparase para partir, y que si lo hacía esperar, terminaría sola en medio del bosque. Ella lanzó una carcajada, y regresó al campamento a ordenar sus cosas. Miroku siguió mirando el agua apesadumbrado "¿Por qué no me cree¡Me gusta de verdad¡Bah! Mujeres... ¿Quién las entiende?" pensó, sonriendo amargamente.
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ok, ahora me esperan,. q puse 4 caps en un día y estoy cansada! denme un respiro y lo actualizo!
