Cap 11
La mañana en el santuario llegó inesperadamente rápido para el santo de Acuario, quien despertó con una insoportable sensación de vacuidad, una que no se relacionaba literalmente al hecho de que el lado izquierdo de su cama se encontrará lleno de ausencia. No, esa punzada en su pecho, la que dolía tanto, estaba creada por saber que el espacio en su lecho, junto a sus brazos, había sido nuevamente despreciado sin la más mínima consideración.
En toda la noche, Saga no había vuelto a su casa, probablemente si es que había dormido algo, regresó a su propio templo.
¿Tanto le extrañaba? ¿Tan insufrible se le hacía el no tener contacto con su hermano? ¿Tan insignificante era su presencia que no podía consolarle? ¿Tan poco valía para él, que ni siquiera podía compartir su espacio personal... su silencio?
Camus sonrió amargamente, mientras se levantaba de la cama y se dirigía al cuarto de baño; tenía que tomar una ducha, la sentía necesitar; quería sentir como la helada agua le recorría el cuerpo encajándosele como miles de agujas en su pálida piel y con cada pinchazo su mente se despejaba, volvía a estar en su amada Siberia junto al enorme glaciar, escuchando las risas de Isaac y Hyoga mientras jugaban en una infantil pelea de nieve.
Quería olvidar la soledad de su casa, el vacío de su cama, el desconsuelo de su corazón.
La toalla que enredó su cuerpo le propició un agradable cambio de temperatura, fue curioso, como aquella sencilla prenda le hizo sentir arropado y protegido. Se sintió valioso para la afelpada fábrica que envolvía su piel y le proporcionaba pequeñas y necesitadas caricias.
-Patético…- murmuró para sí al verse reflejado en el espejo de la habitación, abrazándose a la bata que le cubría. Rencoroso de sí mismo, se deshizo del apresamiento de sus propios brazos y comenzó a buscar sus ropas para ataviarse de ellas y colocarse su armadura.
Entero y orgulloso como siempre abandonó Acuario, caminando con un paso elegante y calmo, manteniéndolo en un ritmo seguro e hipócrita, pues todo aquello que representaba para los demás era precisamente lo que sentía no ser.
Camus no deseaba entrar saludando raquíticamente a los guardias, no deseaba que las puertas del gran salón se abrieran mostrándole a algunos de sus camaradas, no necesitaba escuchar de la infructífera pesquisa del dios y sus marinas, y por sobre todo, detestaba el que se le asignara ser la cabeza del primer batallón de búsqueda para ese día.
Pero Camus, indescifrable como era, simplemente asintió a las palabras del patriarca y se encaminó hacia la salida, sin permitirse un atisbo de inseguridad, sin permitirse mirar al gemelo, sin permitirse respirar.
-Espera caballero de Acuario - llamó el patriarca, deteniendo el paso del francés, quien le dirigió una interrogativa mirada.
-La zona Norte es demasiado extensa y complicada de registrar, no podrás realizar esta tarea tu solo, el Escorpión Milo te acompañará esta vez.
-¿Por qué? – preguntó inalterable acompañando un movimiento de sus cejas, mientras levantaba murmullos entre sus compañeros pues nadie cuestionaba las órdenes de Shion, sin embargo, era de todos conocida la reciente ruptura entre los dorados.
-Es quién mejor conoce el área. – respondió ecuánime el peliverde.
La fría mirada de Acuario no se despegó ni un momento del rostro del pontífice, pero los segundos que duro el silencio entre ambos fue más que suficiente respuesta sobre la incomodidad del acuador, cuyas pupilas titilaron con enfado.
Sin embargo, Camus asintió nuevamente como respuesta, girando sobre sus talones enfiló su caminar hacia la salida, dispuesto a cumplir su misión. Antes de salir completamente, alcanzó a escuchar la voz del gemelo. Esa que se mantuvo ausente segundos antes, esa que pudo intervenir para liberarlo de su tarea o de su acompañante, esa que se clavaba venenosa en sus tímpanos, cuando preguntaba por noticias de su hermano… y que a él, simplemente le regaló silencio.
La puerta del gran salón se cerró tras del maestro de los hielos, y Camus necesitó un momento para tomar aire, mientras apretaba los ojos con fuerza, un momento para acostumbrarse al enorme hueco que sentía dentro del estómago, un momento para aceptar que había llegado el final de su sueño.
Llevaba observándolo quizá una hora, quizá eran solo diez minutos... ¿qué importaba? Lo único que merecía su atención era el relajado rostro de su general marino frente a él, a sólo centímetros del suyo, completamente indefenso al ataque de sus pupilas que invasoras se regodeaban de admirarle con suprema libertad tatuándole un invisible sello de propiedad.
Julián se incorporó sólo un poco más hasta alcanzarle, dejando que su respingada nariz recorriera los ángulos de tan perfecto rostro y se embriagara del aroma que cada poro desprendía.
La sonrisa del naviero, la que indeleble permanecía en sus labios desde hacía varias horas, se ensanchó traviesa al momento en que su dueño se sentaba sobre el regazo de un inconsciente peliazul y comenzaba a asaltarlo con suaves e insinuantes besos sobre su mandíbula. Recorrió su afilada estructura ósea hasta alcanzar el lóbulo de su oreja y sin tardar más, dejó que fuese delineada por su juguetona lengua.
Kanon comenzó a retorcerse, a sufrir mínimos espasmos que erizaron su piel y le hicieron ladear el rostro para que su asaltante continuara con tan sugestiva tortura. El dios rió ante el ofrecimiento y hambriento no hesitó en devorar el largo cuello de su victima, atacándolo con suaves besos que mutaban en instantes en apasionados contactos, los que succionaban la piel hasta dejarla enrojecida, para enseguida volver a ofrecer una tierna consolación, esta vez con las caricias que dejaba su lengua.
Los brazos de Kanon se alzaron par apresar a su torturador contra su pecho y mantenerlo por siempre en su tarea, esa que le robaba contentos y suaves gemidos y aceleraban su pulso; cuando Julián intentó además de su adoración labial, acomodarse entre las piernas del peliazul, fue que Kanon abrió finalmente sus ojos y con un inesperado impulso giró sobre la cama, atrapando el cuerpo del dios entre las sábanas y su piel.
Ahora, intercambiando posiciones el mayor devolvió el trato recibido dejando que su boca se saciara del sabor que Julián poseía en los labios, adueñándose de esa cavidad al derrotar a la protectora lengua que intentó oponer resistencia, pero que como todo el dios, sucumbía ante la experiencia de ese hombre que justo ahora comenzaba a acariciar sus muslos, llevándolos a una nueva posición que le permitiera hacer del contacto entre sus cuerpos demasiado placentero.
Un último beso fue depositado sobre los jadeantes labios del joven naviero luego de ser presa de la irrefrenable pasión que el Dragón Marino sentía por él, esa que lo llevó nuevamente a experimentar el más grande éxtasis drenándolo de toda energía, pero que al mismo tiempo le relajaba hasta adormilarle entre los brazos protectoramente posesivos de Kanon.
-Tengo que volver al Santuario, remediar lo que comencé… – Susurró al oído de Julián, haciendo que el heredero de Poseidón abriera los ojos y levantara el rostro para enfrentarle con una mirada seria en las pupilas.
-No
Kanon enarcó una ceja, sinceramente intrigado ante la seguridad y absoluta falta de negociación que tan simple respuesta le proporcionaba. Pero antes que pudiera replicar, Julián selló sus labios con los propios y se acurrucó mas contra su cuerpo.
-Me está llamando, lo ha hecho desde el primer día – murmuró cansadamente contra el cuello del dios, quien enredó lentamente los dedos entre la azulada melena de Kanon. Sabía que el general tenía razón, había que resolver las diferencias con el Santuario y sin duda ofrecerle una explicación a Saori; eso sería lo apropiado de hacer, sin embargo para Julián, el que Kanon pudiera volver a estar en contacto con su hermano simplemente le hacía querer verter el océano entero sobre el caballero dorado.
Durante mucho tiempo tuvo que soportar sus constantes encuentros en el templo marino, mientras aparentaba ser un indiferente espectador del escenario que compartían en la recámara de Kanon. Cuando no pudo tolerarlo más, decidía partir lejos atendiendo cualquier eventualidad de su empresa para distraerse; pero ahora era diferente, por fin tenía junto a sí un imposible y quería ser egoísta.
-Entonces iremos, no dejaré que ningún caballero dorado ose levantar un solo dedo contra mi general marino…-sentenció el dios asaltando nuevamente los labios del gemelo, quien antes de responder sonrió divertido y orgulloso por ser capaz de despertar los celos del naviero.
El recorrido había resultado extrañamente silencioso, durante las horas que llevaban recorriendo los riscos del límite norte ninguno de los dos caballeros dorados habían hablado más allá de lo necesario. Instrucciones, direcciones y algunas órdenes a los solados que les acompañaban, fuera de eso, nada más; no fue hasta que tomaron un descanso al medio día, que Milo decidió arriesgar la delgada tregua que flotaba entre ambos.
-La plática casual nunca fue tu fuerte… – comentó el griego acercándose hasta el acuador, que permaneció inmutable ante su arribo- bah!… Creo que estamos buscando en el lugar equivocado
Las cejas partidas de Camus se arrugaron cuando el francés giraba ligeramente su rostro y le dirigía una mirada intrigada. Milo se sentó a su lado, cuidando una prudente distancia del otro antes de volver a hablarle.
-En lugar de perder tiempo en estas infructíferas redadas, deberíamos obligar a ese a confesar dónde está.
Al instante, Camus retiró la mirada del Escorpión sumiéndose en sus pensamientos, esos que derivaban nuevamente en cierto peliazul sumamente preocupado por su hermano. Para cualquiera, la actitud del acuariano hubiese sido completamente normal, pero para el experto y conocedor ojo de Milo, el que Camus no fuera capaz de responder significaba demasiado. Le miró analítico y entonces pudo apreciar con mayor claridad las suaves ondas oscuras que se vislumbraban bajo sus ojos y el semblante cansado que portaba.
-¿Las cosas andan mal en el paraíso, ha? – murmuró cínico- déjame adivinar, Adán prefirió a una tentadora serpiente que comer la manzana.
Bien ahora sí estaba seguro que algo sucedía, la completa falta de respuesta le dio pie a seguir, lo mismo que el acercarse un poco más al francés, y lograr divisar como su ceño se fruncía en un gesto de preocupación… no, era más bien molestia. La oportunidad perfecta para el escorpión.
-No tienes por qué sentirte mal, yo te advertí qué pasaría si te interponías entre ambos.- una sonrisa triunfal adornaba sus labios mientras hablaba y hacía que el brillo de sus ojos se intensificara. Camus sintió estar en un dejavu cuando, al percibir un nuevo movimiento en el griego, levantaba por fin el rostro para encararle, encontrándole justo frente a sí, observándolo con esa mirada tan característica suya.
Tembló.
Todo su cuerpo tembló cuando Milo osó acariciar su mentón y buscar un nuevo ángulo entre sus rostros; no pudo evitar sentirse indefenso nuevamente ante él, ni siquiera pudo retirar ese par de dedos de sí. Un escalofrío recorrió su espina cuando el aliento del peliazul rozó sus labios y el aroma de sus cabellos le envolvió; a pesar de su actitud y acciones, Camus no fue capaz de negar el atractivo del griego. No por nada había estado junto a él por tanto tiempo.
-Nunca podrás separarlos… acéptalo y comencemos otra vez.- El susurro seductor de su voz baja, la intensidad de sus pupilas turquesa brillando para él, y ese suave roce entre sus labios, erizó la piel de Camus completamente y le obligó a cerrar los ojos un momento. Milo sonrió nuevamente, se supo vencedor de ese primer asalto, y aunque ardía en deseos por devorar esos sonrosados y temblorosos labios, se obligó a sí mismo a contenerse.
No arruinaría su recién ganado avance.
Tan inesperado como llegó, así de rápido también desapareció el momento entre ellos. Cuando Camus abrió los ojos, no tuvo tiempo de pensar en qué había pasado pues varios de los soldados se acercaban a ellos para informarles sobre algunas actividades sospechosas que recién avistaban.
De un momento a otro, ya se encontraban nuevamente en la búsqueda, aunque el resto del día, Camus no dejaría de pensar en las palabras del Escorpión.
A pesar de las constantes quejas de Scylla, a los generales marinos no se les fue permitido acompañarles de regreso al Santuario, salvo por Krishna y Kanon; quienes fueron los únicos escoltas del dios de los mares. Julián ordenó el regreso de todos al templo marino y especificó, para disgusto de Eo, que evitaran cualquier encuentro con los súbditos atenienses.
Al pie de las escalinatas, desde donde emprenderían su camino hacia el templo principal ya les esperaba el Patriarca acompañado de los caballeros dorados de Libra y Aries, quienes saludaron al joven dios con una sutil reverencia que correspondía a la realizada por los marinos, antes de encaminarse hacia lo templos.
Los precavidos pasos de Acuario no emitieron sonido alguno mientras avanzaba a través del tercer templo. Esa mañana al despertar, se había propuesto no buscar a su guardián; pero ese extraño momento con Milo le despertó una terrible necesidad de verlo.
No fue sorpresa encontrarlo abatido, recostado cansadamente en el sofá de la sala principal, el gesto que sus facciones portaban era sin duda de desaliento y para Camus esa visión le dejó sin aliento. Con similar quietud se acercó hasta el peliazul y tomó asiento a su lado. Saga no necesitó abrir los ojos ni un segundo para saber que él estaba a su lado, y resultó sumamente sencillo alargar su mano y entrelazar sus dedos con los del francés. Tampoco le costó mucho el inclinarse hacia él y descansar su cabeza sobre el hombro de quien correspondía con un suave beso sobre su frente.
-¿Pudiste encontrarlo? – Dos palabras, sólo dos palabras bastaron para que el encanto en el que el francés se sumió por un par de segundos se rompiera y volviera a sentir un millón de clavos, con el nombre "Kanon" grabados en ellos, enterrársele en el pecho sin consideración alguna.
Un resoplo cansado abandonó los labios del acuador mientras cerraba fuertemente los ojos y deslizaba los dedos lejos de aquellos que le habían proporcionado un falso sentido de seguridad. Se levantó con elegancia del sofá, bajo la intrigada mirada del gemelo que esperaba ansioso una respuesta que llegó en un negativo susurro. Camus no volvió la vista cuando comenzó a alejarse del sofá, enfilando sus pasos hacia la salida del templo.
El corazón del gemelo comenzó a acelerarse con inesperada rapidez, sus pupilas estaban clavadas en la espalda del onceavo caballero, titilando temerosas por lo que presenciaban; y su mano, se sentía indescriptiblemente vacía sin la calidez que hasta hace unos segundos había tenido al sostener la de Camus.
-¿a dónde vas? – demandó conocer el mayor, levantándose para caminar hacia el otro, que detuvo sus pasos ante la pregunta, pero continuó mostrándole solo su espalda.
-A mi templo.
-¿Por qué?...- interrogó de nuevo, dándole alcance al rodearlo y plantarse frente a él, para entonces percatarse de la fría mirada en sus ojos y la indiferente expresión que adornaba el rostro del pelilargo; un gesto que solía usar como máscara ante todos los caballeros, pero nunca para él.
Saga sintió el aire enrarecerse de pronto costándole un esfuerzo supremo el respirar y el pasar el nudo en su garganta, una tarea sumamente difícil. Sus ojos esmeralda se clavaron suplicantes en el francés, intentando ver más alla de la fachada que le presentaba, esa que nunca había podido engañarlo, comprobó que aun podía leer dentro de él, pero el ver aquel brillo de dolor en sus ojos no fue algo que deseara identificar.
-Camus…- susurró su nombre, avergonzadamente, agachando un poco la cabeza mientras tomaba su mano, más con un fino movimiento el francés se deshizo del suave contacto. Saga levantó la cara, fijando sus ojos en las azules pupilas de Acuario alcanzando su rostro entre las manos.
-¿qué sucede?
El joven acuador le miró con seriedad, tratando de mantenerse firme frente al mayor, pero irremediablemente dejándose perder en las pupilas del peliazul que le miraban con una intensidad abrumadora y le recordaban con cada respiración quién era y qué representaba para él en su vida. Ladeó la cabeza cerrando los ojos, brindándose a sí mismo un momento de tregua; pero su evasiva acción le trajo en cambio un sutil estremecimiento cuando sentía sobre la mejilla la suave caricia de un delicado beso y su cuerpo ser atrapado fuertemente contra géminis.
-Saga…- susurró Acuario al recibir un beso más, removiéndose entre los brazos que le apresaban tratando de soltarse, no quería ceder el calor del cuerpo del otro, ese que tanto había extrañado durante su ausencia.
-…lo lamento mucho- se disculpó el tercer caballero en un murmullo sobre el oído de Camus, quien al escucharle dejó de forcejear entre sus brazos y en un tímido movimiento giró la cabeza para enfrentar nuevamente al peliazul.
-Sé que he sido un desastre estos días pero… por favor Camus, te necesito…
Saga enterró el rostro en el cuello del menor, quien no pudo resistirse ante las palabras y acciones del otro y por fin respondió el abrazo del peliazul, apegándose a él con ansiedad, buscando entre sus brazos la protección que necesitó desesperadamente cuando recorría los parajes del Santuario.
El gemelo levantó el rostro para dejar un suave beso en la frente de Camus, y regalarle una sonrisa que se vio correspondida completamente. Sí, ese era el pequeño francés al que Saga tanto conocía, había vuelto.
-¿Saga? – el mencionado apretaba con fuerza los brazos de Camus, de quien se había separado repentinamente, su mirada estaba perdida en algún punto perdido y sus labios temblaban indecisos entre curvarse o permanecer incrédulos.
Sin explicación, Saga soltó descuidadamente al acuador y corrió hacia la entrada del tercer templo. Camus sólo tardó un par de segundos en sentir la presencia del dios de los mares arribar al santuario.
No entendía bien que estaba haciendo ahí, completamente estático en el centro del salón… aun le faltaban dos casas para llegar a la suya pero pareciere que sus pies estaban plantados en el piso de mármol del templo del Escorpión. Aun escuchaba resonar en su cabeza los metálicos pasos de Saga correr desesperados hacia el encuentro de su hermano, aun sentía esa opresión asfixiante por ser cruelmente abandonado… otra vez.
Cerró con fuerza los ojos y contuvo la respiración, un escalofrío recorrió su espina erizándole la piel y haciéndole temblar al sentir la espalda chocar contra su pecho y cómo las puntas de sus dedos comenzaban a cosquillearle por los brazos en tenues caricias que terminaron en un envolvente abrazo. Le costó trabajo pasar saliva cuando un lento y húmedo beso fue dejado en su pómulo y aunque una voz en su cabeza gritaba a todo pulmón alejarse, Camus ladeo la cabeza para dejar más espacio a las suaves caricias que los labios de Milo comenzaban a dejar por su cuello.
-Te haré olvidarlo…- le susurró al oído mientras le guiaba a la parte privada del templo.
Camus se sintió miserablemente bajo cuando terminó recostado sobre la cama, siendo sus ropas como poco a poco retiradas, estaba por convertirse en la razón de todos sus problemas con Milo, en aquello que siempre odió: ser su simple amante.
CONTINUARÁ...
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