capitulo 12

-Comprendo que no estoy en posición ni en injerencia de prohibirles la entrada a este santuario. Atena es la única capaz de hacer tal declaración y ambos sabemos que no lo hará; pero… -

Julián asintió a las palabras de Shion de Aries, cabeza de los ochenta y ocho caballeros atenienses decía con tranquilidad, cuya mirada brillaba sin rencor o molestia en sus enigmáticas pupilas rosáceas. Más la siguiente oración que abandonó sus labios -aunque esperada- le dejó en una difícil posición.

-…me temo que la presencia de vuestros generales, especialmente la del capitán; no será bienvenida entre los habitantes de este lugar por mucho tiempo.

-Entiendo – murmuró el de cabellos celestes, dejando que sus ojos buscaran la figura del Dragón Marino, que permanecía al lado de Krisaor; ambos fuertemente vigilados por la mirada del primer caballero dorado.

Julián sabía que, más que la ganada desconfianza sería la negativa de su entrada en el santuario la que dañaría al general. Aunque Kanon nunca lo mencionaba, él sabía del profundo cariño que tenía por la tierra griega que le vio nacer y dónde se forjó su vida. La añoranza brillaba en sus ojos cada vez que la visitaba, y siempre fue una oportunidad para estrechar aún más la relación con su hermano. Kanon todavía no se perdonaba lo que había pasado entre ellos hacía tanto tiempo.

Los oscuros ojos cobalto del joven dios se llenaron de ternura, de comprensión y respeto por aquel hombre de maduros rasgos, que sabiendo a lo que enfrentaría como consecuencia de sus actos, no dudó en arriesgarlo todo… por él.

Julián enderezó su porte, volviendo el rostro hacia el pontífice de la diosa, ahora era su turno de corresponder un poco a la entrega del marina.

-Antes de partir, debe concluir un asunto…-

Un par de escalones más y la monótona vista de piedra y peldaños que había sido su panorama por muchas casas ya, dejarían de estar ante sus ojos y le mostrarían el lúgubre e imponente templo de la octava constelación.

Arrugó el ceño y apretó con fuerza los puños, deteniendo sus pasos en el empedrado de la explanada sobre la entrada; en dónde le esperaba altivo su guardián.

Sus ojos se encontraron, ambos mirándose con recelo, con furia; recordando una similar situación entre ellos no hacía mucho tiempo atrás, y de la que ambos aún no terminaban de restablecerse por completo. Sin embargo, por igual estaban dispuestos a volver a enfrentarse, la deuda aun no había sido saldada.

-Te tomó mucho tiempo venir a buscarlo géminis. – Sentenció Milo, dejando que su cuerpo se recostara contra un pilar, cruzando los brazos sobre el pecho y mostrando una sarcástica sonrisa en el rostro. Complacido por la dureza que los rasgos de Saga pintaban ante sus palabras.

-Espero que te hayas divertido con Kanon esta noche. Yo lo hice.

-Eso fue despreciable Milo, incluso para ti.

Ladina fue la risa que el griego de ojos zafiro soltó y resonó por todo el perímetro del templo, haciéndole escuchar hueca y superior, erizando la piel del gemelo ante un inexplicable temor que comenzaba a hervir en sus entrañas.

-Saga… en verdad eres un hombre estúpido, muy estúpido. Tuviste el paraíso en las manos y lo dejaste ir.

-Cínico. Tú menos que nadie vendrá a decirme lo valioso que es Camus. ¡Yo lo sé!

-¿Lo sabes? – Saga parpadeó desconcertado. Esa última pregunta fue pronunciada por una voz serena y fría. Llevaba dentro de ella un sutil reproche que destello con intensidad en la cerúlea mirada de Milo. Uno que advertía al santo, que el escorpión hablaba en completa seriedad.

-¿Lo sabes?

Repitió esta vez con amenaza, avanzando con paso lento hacia donde el peliazul se encontraba, deteniéndose a sólo un pie de distancia. Enfrentándolo con toda la agudeza de su mirada

-Mentiroso. Si lo supieras, él no habría venido a mí buscando consuelo entre mis bra…-

Milo no terminó de hablar, Saga le sujetaba del cuello contra el pilar. El inesperado y certero movimiento de géminis, hizo chocar su cabeza contra la columna con intencionada fuerza. El griego tuvo que apretar los ojos ante el golpe seco que se llevó en la espalda y que hizo que todo a su alrededor diera vueltas en una borrosa visión.

-¡Cállate infeliz! Si te atreviste a ponerle un dedo…

-¿Qué harás! –replicó firme el escorpión, aun algo aturdido pero lo suficientemente conciente para responder y sujetar los brazos que apresaban su cuello

-¿Vamos a pelear otra vez por él Saga¿A matarnos para probar que nos importa?

-¿Importarte a ti¡Por favor! Después de todo lo que le hiciste ¿quién podría creerte?- Espetó el mayor, soltándolo con un fuerte empujón contra el frío mármol, haciéndole retumbar nuevamente la cabeza.

Milo tosió un poco, incorporándose con facilidad ahora que el gemelo le dejaba y le miraba con infinito desprecio y superioridad, aprovechando su estatura. Pero el más joven no se intimidó.

-Sé que fui un bastardo con él… jamás lo he negado. Pero yo nunca le mentí, él sabía perfectamente quien era yo y lo que podía esperar de mí. Se arriesgó conmigo y no resultó, pero tu Saga…

El escorpión mostró orgulloso su porte, afiló su sentenciante mirada y levantando un brazo, apuntó con el índice a quien juzgaba, a quien le miraba desconcertado al escuchar la furia de su voz.

-¡Se suponía que tu serías mejor que yo!…¡eras la promesa de un buen amor, un gran amor! Dónde no existirían lágrimas, ni soledad o desesperación…

Incrédulo estaba Saga de lo que escuchaba salir de la boca del griego ¿se atrevía a comparar sus comportamientos¿cómo? Cuando él le había adorado mientras el otro lo presumía, cuando él le apoyaba cuando el otro le restregaba un nuevo amorío, cuando había sido su confidente y soporte por años. Arrugó el rostro molesto.

-No. No espero que entiendas lo que él significa para mi –replicó el otro adelantándose a lo que tuviera que decir el gemelo, respondiendo incluso lo que probablemente estaría pensando el santo. Clavó su mirada en el peliazul, avanzando de nuevo hacia el dorado y sorprendentemente pasándolo de largo, deteniendo un momento su paso para volver a estremecer a Saga con sus palabras y el melancólico tono de voz.

-Daría lo que fuera por tener de vuelta su corazón…- sin decir más, abandono su templo cuesta abajo.

-Kanon – el nombre fue pronunciado como un susurro casi imperceptible igualando los movimientos que realizaba el joven dios mientras avanzaba por el amplio salón principal del pilar del Atlántico Norte, acercándose a el general marina que lo protegía; quien permanecía sentado sobre una barandilla con una pierna flexionada sobre la misma y un brazo descansando sobre ella. Sus ojos esmeralda se perdían en la inmensidad de la nada, fijos en algún indefinido punto pues estaba sumergido en la profundidad de sus recuerdos.

Julián sonrió tenuemente al ver esos ojos cerrarse y su rostro inclinarse en la dirección que una suave caricia dejaba en su mejilla, lo había alcanzado. Kanon permaneció en silencio, más una de sus manos se elevó hasta alcanzar la que amablemente rozaba su piel, entrelazó sus dedos y llevó esa mano hasta sus labios, para depositar un pequeño beso en el enlace de sus falanges.

El muchacho sonrió nuevamente apegándose al otro, pasó un brazo por sus hombros para acoplarse al abrazo que Kanon le regalaba a su cintura, escondiendo la cabeza contra su pecho, refugiándose de aquello que le perturbaba y le tenía en aquel ensimismado estado. El joven dios no necesitaba de su omnipotente poder para saber qué abrumaba el corazón del gemelo, ni tampoco necesitaba de sus finos sentidos para instintivamente corresponder al peliazul sabiendo que lo necesitaba y entonces, deslizar sus dedos por su cabellera en un comprensivo gesto; del mismo modo que inclinaba su cabeza para depositar suaves besos sobre la alborotada melena.

- valió la pena…- murmuró Kanon con una seguridad que sorprendió al regente con sus palabras, pero sobre todo, porque la respuesta del general contestaba a la muda pregunta que él se venía haciendo desde que abandonaron el santuario griego.

Kanon levantó por fin el rostro, encarando al joven, demostrando en su mirada la certeza y veracidad de su anterior sentencia, brillando en sus pupilas la devoción que le tenía, una infinita emoción que no comprendía, que le atemorizaba por su intensidad, pero que hacía a su corazón latir descontrolado; cosquilleaba en su estómago y erizaba su piel con incontables escalofríos.

El de cabellos celestes tragó saliva con dificultad, indeciso de qué hacer ahora; pero no necesitó debatirse sobre sus acciones, Kanon le atrajo hacia él con cuidado y estiró el cuello hasta lograr alcanzar sus labios con los propios.

Todo se desvaneció en ese momento para los dos, sólo el general y su abrazo existió; sólo sus labios rozándose y el calor de su cuerpo se sentían; sólo ese desbordante palpitar en su pecho se escuchaba y entonces Julián se dejó llevar, se aferró a la nuca del mayor con un suave puño y deleitó su tacto acariciando el rostro de ese al que besaba con la misma tranquilidad de una suave oleada y la profundidad del misterioso océano.

Julián se juró a sí mismo, mientras los brazos de Kanon le hacían sentar sobre su regazo, que borraría la tristeza de su cosmo, que le devolvería con creces todo lo que hizo por él; y que, a pesar de su recelo, el dorado de géminis siempre sería bien recibido.

Era una imagen surrealista. Innegablemente bella pero tan irreal.

Camus dormía tranquilamente envuelto entre las sábanas de la cama del escorpión. Su melena azulada se desparramaba cual cascada sobre el lecho en el que descansaba de costado, sujetando infantilmente a un gran y desgastado almohadón. Se le veía tan sereno, tan pacífico y relajado que la fineza de sus facciones se apreciaban etéreas bajo la tenue luz con el que un par de velas bañaba la habitación.

Saga tomó asiento al lado del inerte acuario y dejó que sus ojos vagaran libres ante la visión, deleitándose de los detalles que cada ángulo de aquel jovencito presentaba. Retraídamente alcanzó el flequillo del francés y acomodó cuidadosamente un par de rebeldes cabellos.

Había estado más de diez minutos estático frente al pórtico de Escorpión, meditando las palabras que el mediterráneo había pronunciado antes de abandonarle en la soledad de su templo.

Sí, Camus estaba ahí, era imposible que lo negara, su cosmo aunque débil se percibía perfectamente; lo desconcertante era el reproche que recibió por su tardanza y su nula presunción ante lo que parecía un hecho evidente entre ellos; pero sobretodo, la resignada aceptación de su derrota.

Los labios del gemelo se torcieron sarcásticos, parecía una absurda ironía que fuere ahora el exasperante escorpión quien asumiese su antiguo papel; ese que llevaba al francés a confiarle sus secretos y que extrajera de sus palabras y compañía consuelo. Sí, era absurdo, ahora Milo era el amigo y él quien hacía derretir la mirada de Acuario.

El griego continuó peinando suavemente los sedosos cabellos del francés mientras sus ojos fijos en él, le hacían recordar la última conversación que sostuvo con su hermano hacia sólo un par de horas...

-¿Cómo que no sabes? – cuestionó con extrañeza el gemelo mirando a su hermano con una ceja enarcada y un gesto de sospecha en el rostro.

-Es sólo que…-

-¿Qué? – presionó el menor, entrecerrando los ojos inquisitivamente, como si quisiera penetrar la dura cabeza de su hermano. Suspiró derrotado de ver que el otro desviaba la mirada y bajado ligeramente la cabeza. Meneó la propia con apenas un perceptible movimiento y elevó las manos para colocarlas sobre los hombros del mayor en un reconfortante acto.

-Tonto – sentenció con dulzura en su voz a pesar de la palabra dicha- Si lo pierdes por ese complejo tuyo de padre guardián, yo mismo te patearé ese bello trasero que tienes.

-Estaba preocupado…- murmuró apenado el otro, robando una sonrisa tímida al otro por el sonroje de sus mejillas.

-Sé que lo estabas, has sido una constante jaqueca estos días

-Pudiste responderme – dijo con reproche al menor¿qué acaso no tenía idea de lo sintió por su silencio?

-Sí, pero estaba bastante entretenido con algo más – respondió juguetón y orgulloso, sonriendo a su gemelo con picardía, haciendo que el otro torciera los labios en una media sonrisa.

Ambos gemelos giraron sus rostros ante el llamado del Patriarca, que entraba a la habitación y anunciaba que el tiempo concedido para su pequeño encuentro había terminado y el regente marino estaba por parti.

Se buscaron nuevamente con la mirada, ambos mostrando ante el otro lo profundamente entrañable que eran de la presencia de su contraparte, pero igualmente, sus esmeraldas pupilas bailaban con la emoción de saber al otro feliz y entero. Saga atrajo al menor en un potente abrazo, uno asfixiante y posesivo que robó un bufido complaciente de Kanon. El menor devolvió el abrazo con entrega y humildad, pidiendo con ello un perdón mudo y recibiéndolo de la misma forma.

Un suave roce entre sus labios. Un suspiro melancólico. Un adiós.

Los gemelos se separaron y emprendieron un nuevo camino.

El repentino movimiento bajo sus dedos trajo al peliazul de vuelta a la realidad. Cuando los ojos de Saga se fijaron en el muchacho debajo suyo y le enfocó, se enfrentó a dos gemas azul prusiano anormalmente abiertas, sorprendidas y angustiadas clavadas en él.

Le vio levantarse con infantil torpeza hasta quedar sentado sobre la mullida cama, con la espalda contra la cabecera y las piernas medianamente recogidas hacia sí. Escudriñaba el lugar, reconociéndolo y asimilando como verdadero el espacio en el que ambos se encontraban y que no resultaba lógico ni posible.

Camus volvió los ojos hacia el santo, la extrañeza de su mirada aun no se disipaba por completo pero más que su desconcierto, las interrogantes pupilas del acuador exigían una explicación. Lo último que recordaba era entrar en aquella habitación junto a su dueño, envuelto en sus brazos. ¿Qué hacía entonces Saga en ese lugar y dónde estaba el escorpión?

-Milo…- el peliazul susurró el nombre del santo con suavidad, casi como un suspiro. El entrecejo del gemelo se arrugó un poco al notar la sutil sonrisa que los labios de Camus formaron tras el quedo llamado que pronunció. Como nunca antes el ardor en sus entrañas lo carcomió frenéticamente, apretó sus puños contra la indefensa sábana en un intento por sacar un poco de aquel descontrolado sentimiento. A pesar de las inmensas ganas que sentía de salir de ahí e impactar su puño contra el de ojos turquesa, Saga sabía que debía tranquilizar sus celos y aprovechar esa extraña oportunidad que el mismo objeto de su ira le ofreció para intentar resolver su situación con Camus.

Levantó los ojos nuevamente hacia el acuador y aprovechó el momentáneo ensimismamiento del otro para alcanzar una de sus manos delicadamente, regresando al aquí y al ahora al francés; quien volvió a buscar con la mirada a Géminis.

Cuando sus ojos se encontraron un par de corazones se sincronizaron al instante. Todo fue perdiendo luminosidad y lentamente una suave bruma difuminó el escenario, dejando como únicos habitantes de aquel mágico lugar a dos jóvenes admiradores de la mirada que tenían justo frente a sí.

-Camus…-

El aludido entrecerró los ojos ante el susurro de su nombre y la caricia que su mejilla recibía con timidez. Por los dioses, como adoraba sentir esos largos dedos deslizarse tan sensualmente contra su piel; llenarle de excitantes escalofríos y erizar todos y cada uno de los vellos de su cuerpo.

Sin embargo y en contra de todos sus deseos, Camus de Acuario desvió el rostro para alejarse de aquel hipnótico roce, dejando en el ejecutor del mismo, una terrible sensación de vacío.

-¿Qué haces aquí?

-Podría hacerte la misma pregunta… –murmuró el peliazul ganándose una fría mirada del francés- …pero no necesito formularla porque sé bien la razón, tanto como tú sabes el qué hago yo aquí.

-Creí saberlo… – replicó el otro con templada voz y una acuosa mirada en sus ojos, una llena de decepción que no fue desapercibida por el peliazul y que le encogió el pecho; su hermano tenía razón fue un verdadero tonto.

-Perdóname. –sentencio suplicante- Creí que… perdóname por haberte hecho dudar, por haber sido lo suficientemente estúpido como para no hacerte sentir lo importante que eres para mí…

Camus levantó la mirada, enfocando nuevamente al gemelo; quien disminuía la distancia entre ambos al moverse junto a él, inclinándose ligeramente al sujetar sus mejillas entre las manos, envolviéndolo con su aroma y el calor que desprendía su cercanía; hechizándolo con esos expresivos ojos jade llenos de anhelo.

-…no tengo excusas para lo que hice, para la desconsiderada forma en la que actué y lo lamento tanto Camus. Porque sé que mereces algo más… mucho más de lo que he sido capaz de ofrecerte¡y sería capaz de ofrecerte mi vida si la quisieras!

-Saga…-el acuador se removió nervioso, encogiéndose en si mismo y tratando de girar el rostro para apartarse de la intensa mirada del ojiverde, y las encontradas emociones que el estaban asaltando al tenerle tan cerca. Más el mayor no le permitió alejarse, solo mudó sus manos hacia los hombros del francés y casi cerró la distancia entre ambos cuerpos.

Camus había desviado el rostro, quedando de perfil ante Saga. Dudó un par de segundos antes de inclinarse y dejar un suave beso en el oído del acuador y susurrarle casi inaudiblemente, tres palabras que poco podrían expresar lo que sentía, pero eran las únicas capaces de hacer tangible el latir de su corazón. La mirada de Camus se perdió un instante tras escucharle, o talvez trataba de convencerse que aquel murmullo había sido, de hecho, pronunciado.

Lentamente, Camus volvió el rostro hacia géminis; sus ojos brillaban expectantes e incrédulos, pero al mismo tiempo, el reconocimiento se podía leer en ellos. Una tenue sonrisa se pintó en sus labios y fueron ahora sus manos las que enmarcaron el rostro de Saga, indagó dentro de aquellas posas esmeralda con su propia mirada. Sabía lo que buscaba, sabía que ese destello titilante era real, era cierto y era por sobre todo… para él.

-Me lastimaste…-dijo y Saga asintió apenado- …no vuelvas a hacerlo.

Saga negó con la cabeza antes de cerrar por completo la desquiciante distancia que lo había separado de Camus y de rozar sus labios, de probarlos y sentirlos abrirse para él, de responderle con la misma intensidad y de volver el inicial contacto en un beso profundo e íntimo, gracias al cual terminaron ambos recostados sobre la cama.

-Vamonos a casa…-susurró el mayor tras una serie de pequeños besos sobre el rostro del acuador, quien asintió a las palabras del otro con una sonrisa en los labios, divertido de extrañar ya el peso de Saga sobre sí mismo, cuando éste se incorporaba de la cama. Tomó la mano que se extendía para él y que le ayudaría a levantarse; esa misma mano ahora se deslizaba por su cintura abrazándole al alto dorado que volvía a dejar un tierno beso sobre su sien mientras avanzaban hacia la salida de la habitación.

Justo a la salida del templo, Saga se detuvo extrañando con ello al francés; miró hacia la octava casa y luego al de cabellos lacios.

-¿qué pasó entre ustedes? – cuestionó tranquilamente el mayor. Camus viró su mirada hacia la estructura y sonrió, enfrentando de nuevo los ojos de Saga un instante después.

-Nos volvimos a encontrar.

Camus no dijo nada más, se abrazó al cuerpo de Saga y junto a él emprendió el camino de marmoleados escalones cuesta arriba, ese camino que les llevaría a su templo, donde ambos comenzarían una nueva historia juntos.

FIN


Muchas gracias a todos los que me apoyaron con sus reviews! Espero que les haya gustado este último capítulo; pero si quieren saber qué pasó entre Milo y Camus, después subiré un pequeño drabble de lo que sucedió.

Miles de gracias nuevamente.

Sahel.