Antes de empezar con este capi, tan sólo decir una cosilla. Me comentasteis que aclarara los personajes inventados (o míos, como prefiráis) de los de la serie y tal… ya lo dije, pero se me olvido comentar que el nombre de Mekare lo saqué de "Crónicas Vampiricas", es una de las gemelas pelirrojas.
No se me ocurrió ponerlo antes porqué, sinceramente, en este contexto, Mekare me pertenece, ya que este fic no tiene nada que ver con "Crónicas Vampiricas". Siento si a alguno le he liado.
Espero que os guste… Y DEJAD REVIEWS!
¿A… a qué te refieres con eso de poderes? –Maya intentó ganar tiempo haciéndose la loca, pero Zeros no picó, y con una sonrisa divertida la contestó en tono de burla.
Oh, vamos, no me digas que no fuiste tú la que hizo estallar esa taza en la cafetería.
Maya se mordió el labio inferior mientras pensaba la respuesta¿acaso no había sido ella quien pensó que ojala ese vaso desapareciera y con él, Diego? Alzó la vista a los ojos cerrados de Zeros, que la miraba con una expresión divertida, y en ese momento, se dio cuenta de que el demonio sabía más de sobre su persona que ella misma. Giró sobre sus talones y se fue a un armario que había en la sala, lo abrió esperando encontrar ropa decente, pero en cambio solo había trajes antiguos, como el que ahora llevaba Zeros.
¿Dónde está mi ropa?
Como ya sabrás, no estás en tu mundo, así que aquí, no puedes llevar la ropa que traías.- Zeros se acercó al armario y empezó a hurgar en él bajo la atenta mirada de Maya- ¿Qué te parece esto?
La joven miró con algo de descontento la ropa que le enseñaba. Mal, lo que se dice mal, no estaba, pero no era para tirar cohetes. La enseñó una especie de camisola verde con unos pantalones piratas que apenas le llegaban a las rodillas. También tenía unas botas negras, un cinturón verde oscuro y una capa negra. Maya se iba a quejar porque, en comparación con aquello, su ropa estaba muy bien, pero Zeros se despidió rápidamente dejándola sola.
Estaré fuera por si me necesitas para algo. – Y cerró la puerta.
Genial… ahora no sólo estoy confundida, si que además me voy de carnavales.
Chascando la lengua, la joven se vistió lo más rápido que pudo, y cuando acabó, comenzó a hacerse preguntas a cerca de todo ese royo de los poderes. Daba mil vueltas a las preguntas, pero todas las respuestas lógicas se iban al traste por algún lado u otro.
Cansada, Maya decidió salir a buscar al demonio. Abrió la puerta y salió al pasillo. Al principio, la joven se sorprendió al ver todo tan sumamente decorado con objetos valiosos e innumerables obras de arte que representaba a personas de todas las clases y épocas, que parecían tener sus ojos clavábamos en ella. Andaba sin perder detalle de ninguna cosa hasta que se paró ante un cuadro que hizo temblar el corazón de la pelinegra.
El cuadro, en sí, era un cuadro normal y corriente, pintado al óleo. En el lienzo había retratado un joven de tal vez veinti pocos años, que miraba a la luna que estaba representada detrás de él. En ese momento, Maya tuvo un mareo y empezó a ver algo parecido a una película.
Estaba en una sala oscura y calida a la vez, alumbrada por velas y al fondo algún que otro farolillo que iluminaba la puerta, la única vía de salida y entrada de la sala… exceptuando las que estaban escondidas, porque ¿qué era un castillo sin sus pasadizos y puertas ocultas?
Allí, arrodillado ante el trono, estaba un drow o un elfo oscuro, luchadores por naturalezas y fieles a su señora. Parecía que había acabado de hablar y que esperaba, observando al trono con sus ojos rojos, una seña para irse.
Y la misma apareció instantes después, como una mano alzada, despidiéndole. El drow se inclinó y salió por la ya citada puerta.
La figura del trono se quedó sin moverse hasta pasados unos segundos, en los que se quitó los zapatos y acomodó sus piernas en el reposabrazos.
Traman algo –susurró una segunda persona, saliendo de entre las sombras, era un joven de piel pedrusca, una quimera.
Ya lo sé –suspiró la joven mientras se tocaba el pelo, rizándose aun más su cabello negro con el dedo.
El joven no dijo nada y se limitó a observar por la ventana el paisaje que ofrecía la Isla en la que se situaba el palacio, pero al instante notó como alguien le pasaba los abrazos por el cuello, apoyando la cabeza en su espalda. El chico de volvió para chocar con los ojos ámbar, por no decir dorados, de la joven que había estado sentada en el trono. Ella le sonreía mientras él la cogía de la cintura.
¿Y qué vamos a hacer? –preguntó el joven.
Esperar –sentenció la pelinegra- no olvides nunca, Deray, que lo que tenga que pasar pasará… todo está predestinado.
La joven le miró sonriéndole, mostrando sus dientes que se asemejaban a perlas. Sin poderlo evitar, Deray se aproximó a ella y la besó como si fuera la primera vez… tal vez ignorando las otras miles de veces que lo había hecho. Cuando se separaron, él la abrazó y susurró en voz baja.
Mekare, Mekare… mi maya…
Maya abrió los ojos asustada, seguía ante el cuadro, pero no en el suelo como se esperaba, sino sujeta por cierto demonio que la miraba algo confuso.
El… el chico del cuadro –Zeros la miró sin comprender, pero Maya se separó de él y le mostró el cuadro que ella había visto momentos antes.
¿Qué le pasa? –preguntó inocentemente él demonio, como si no entendiera nada.
�¡Él¡Él chico del cuadro¡Es Deray! –gritó Maya empezando a perder los pocos nervios que la quedaban.
El silencio inundó el pasillo. Maya miraba a Zeros, que observaba el cuadro con fingido interés. Él ya se suponía quien era Deray. Desde el primer momento que había viso a la quimera, le había reconocido.
Igual que a la chica.
No por un sexto sentido demoníaco ni ninguna tontería de ese estilo, sólo era que ya les había visto, en un retrato que guardaba celosamente Zellas en sus habitaciones más ocultas y privadas.
En él había representados dos jóvenes en primer plano, y tras ellos, una sala de un castillo. En el que ahora estaban. Zeros hubiera pasado de largo de no haber sido por los dos que posaban.
La joven se hallaba en primer plano, sentada ladeada en un trono de granito, con la vista fija en un punto a la derecha del marco, fuera de este. Sus labios sostenían una sonrisa divertida y con un cierto atisbo de maldad.
Una de sus manos estaba puesta sobre su cuello, descansando sobre un colgante que el pintor no había podido captar. Tan sólo un resplandor azulado del mismo. La otra, se encontraba alzada en el respaldo del trono, bajo la mano de él.
El chico se encontraba tras ella y el trono, mirando al frente, pensando en cualquier cosa. A diferencia de ella, su sonrisa se mantenía fría, y su mirada, calculadora. Con una mano apoyada sobra la de la chica, y la otra, en los rizos de ella, acariciándolos distraídamente.
Así fue como los vio por primera vez Zeros, para más tarde encontrarse con sus tocayos reales.
¿Qué sabes?
La voz de Maya logró sacar al demonio de sus recuerdos, devolviéndole a la realidad, ante la joven que le observaba sería desde sus dorados ojos, y con, tal vez, un deje de miedo justo al fondo de ellos.
Lo que sé, te será revelado en su momento.
No lo quiero saber luego sino ahora.- Por un momento, los ojos de Maya perdieron el miedo, y donde antes eran calurosos, se teñían fríos en ese instante.
Me temo, que eso me va a ser imposible.-Respondió Zeros, un tanto sorprendido por la joven pelinegra.
Maya le iba a responder que sinceramente le importaba una mierda lo que el temiera o dejara de temer, que lo que a ella verdaderamente la inquietaba y la quitaba el sueño, era Él, Deray.
Se lo hubiera dicho muy gustosa, pero sintió un escalofrío recorriéndola la columna, de arriba abajo, haciéndola jadear… esto mismo ya lo sintió en otro momento, la sensación de que algo iba mal… muy mal.
Nos han encontrado –murmuró Zeros, abriendo sus ojos violetas-, no pensé que fueran a tardar tan poco tiempo.
¿Qué me estás contando? –Maya miró al demonio que observaba, concentrado, el final del pasillo.
Era un pasillo largo y repleto de cuadros con imágenes que parecían tener vida propia, que representaban guerras sangrientas y escenas oscuras que sólo unos pocos son capaces de recordar, entre ellos los drows y los gitanos. Los primeros porque viven dúrate siglos y milenios, y los segundos porque el boca a boca es su modo de vida, y la historia nunca se perderá con ellos… tan sólo se cambiará al gusto del oyente.
La joven no apartaba la mirada del pasillo, que estaba completamente vacío, hasta que la luz de desprendía su continuación reflejó una figura, que se acercaba lentamente.
Con un rápido movimiento, Zeros agarró a Maya de la muñeca y la puso tras él, gesto que hizo a la joven pensar acerca de lo machista que era el mundo… Pero una figura la hizo volver su atención al final del pasillo, donde una mujer les miraba altiva y socarrona.
Así que ahora te dedicas a esto, a rescatar a damiselas en peligro. –La mujer rió ante su propio chiste, mientras Zeros aparentaba mirarla indiferente, de no ser porque había aumentado la presión en la muñeca de la joven pelinegra.
Te salvaría a ti, pero no cumples las características de damisela, Sherra.
La sonrisa del rostro de la chica se congelo, transformándose lentamente en una mueca de fastidio y de asco, que dedicaba enteramente al demonio del pelo violeta.
Entrégamela. –Demandó ella.
Creo que la señorita no se quiere ir contigo.
No me importa. –Gruñó Sherra, mirando desafiante al demonio.- Yo sólo cumplo con lo que se me manda.
"Que poca personalidad" pensó Maya, todavía cogida por la mano de Zeros, que seguía fuertemente apretada sobre su muñeca.
Me encantaría quedarme discutiendo contigo –sonrió el demonio a la mujer-, pero tenemos cosas importantes que hacer, así que…
Zeros no pudo continuar porque ella, sabría Dios como, había aparecido ante él y de un puñetazo, le había incrustado contra la pared. Maya abrió la boca sorprendida, y a la vez asustada, mientras veía una sonrisa macabra prendida de la boca de aquella mujer.
Se estaba empezando a acercar a la pelinegra, pero (Dios también sabría como) Zeros estaba entre ellas y la dio con su báculo en la boca del estomago. Sherra se repuso rápidamente y secó una espada (de a saber donde) y comenzó una furiosa lucha contra zeros.
Por su parte, Maya observaba asustada la pelea entre ambos demonios, sin intervenir y sin hacerse notar, y habría seguido así, sin hacer nada, si algo no hubiera pasado.
Parecía que a Zeros le iba todo muy bien, y todos los golpes de la joven los esquivaba con gran maestría y una sonrisa burlona. A Maya le daba la sensación de que estaba muy seguro de sí mismo, demasiado… tal vez fuera por eso por lo que no paró esa estocada que se le clavó en el brazo, haciéndole gemir.
En ese momento algo cambió dentro de Maya. Ya fuera por la rabia de ve como un golpe tan estúpido había herido al demonio, o por el hecho de que la tal Sherra se carcajeaba como una loca, algo logró sacar a la superficie algo que Maya tenía muy guardado… o tal vez alguien que estaba muy bien oculto.
La mujer observaba con una placentera sonrisa a Zeros Metallium, el que se decía ser invencible, en el suelo, con cara de dolor. Se estaba regocijando en la miseria del otro, cuando cayó en la joven pelinegra, que tenía su mirada fija en el suelo. Lentamente, Maya levantó la mano, y murmurando palabras que fueron olvidadas siglos atrás, de su mano salió una bola de fuego, que dio de pleno en el pecho de Sherra y la mandó al final del pasillo, dejándola inconsciente.
Después, Maya se agachó sobre el demonio y susurró otras palabras que llegaron a los oídos de Zeros. Se puso rígido. No porque su brazo sanara, sino por algo más profundo… esas palabras… ya las había oído de otos labios. Cuando acabó, la joven pelinegra cayó desmayada sobre él.
Supongo que ha llegado el momento de ver a una vieja amiga. –Se dijo Zeros a sí mismo antes de coger a Maya entre sus brazos y desaparecer de en la nada.
