Disclaimer: Por supuesto nada de esto me pertenece y solo escribo para divertirme.
Holaaa! Este fic es un reto que me propusieron EugeBlack y Aykasha-peke así que lógicamente, está dedicado a ellas. Muchos besos wapas. Contará de tres capítulos y bueno, decirme que opináis. Besos a todos,
NorixBlack.
"WELCOME TO THE DARKNESS"
TRACIONADO
Una vida destruida...
Se sentía extrañamente ligero, como si flotase y lo que le estaba pasando le estuviese ocurriendo a otro.
Sentenciado de por vida en Azkaban y con la amenaza de un futuro beso de dementor si descubrían un posible complot de fuga o desobedecía a los guardianes su calidad de vida era ínfima.
Absolutamente genial –pensó con furia mal contenida mientras recorría con paso vacilante el estrecho corredor que le conduciría a la que sería su residencia durante el resto de su vida. Iba custodiado por dos aurores del ministerio y cuatro dementores, los hombres lanzaban miradas inquietas a los repulsivos seres que los acompañaban pero no se atrevían a objetar nada.
El muchacho, que no contaría más de dieciséis años rodó los ojos y los ignoró a ambos. No se arrepentía de lo que había hecho y no consideraba justo el castigo ejercido en comparación a la falta cometida.
Los dementores se detuvieron y con un dedo putrefacto señalaron una puerta con barrotes oxidados por los que se paseaban chispas de magia. Uno de los aurores, el que parecía más experimentado sacó la varita y murmuró unas cuantas palabras, que provocaron que la puerta se abriera con un sonido chirriante. Empujaron al chico a la celda y volvieron a cerrar la puerta.
El auror que había abierto la puerta sonrió malignamente y movió ligeramente la mano, en señal de despedida, acabando finalmente con la extremidad quieta y el dedo corazón extendido en dirección al preso. El otro auror tan solo lo miró de soslayo y luego retiró la mirada.
Los dementores se alejaron, seguidos por los miembros del Ministerio y por fin el joven se quedó solo en la más profunda de las oscuridades.
Entornó los ojos, intentando vislumbrar algo, pero pronto se rindió. Estaba muy cansado, mañana ya idearía un plan para poder salir de allí, ahora solo quería... -bostezó- Dormir.
Era sorprendente que alguien que acaba de ser condenado a la perpetua en Azkaban, pudiese dormir tan tranquilamente con la presencia de los dementores junto a su puerta. Pero ya hacía mucho tiempo que ese niño que se había convertido en hombre demasiado rápidamente había perdido toda esperanza, y tal solo albergaba un pequeño sueño en su interior, el mismo que había hecho que el indomable Sirius Black saliese de allí: Venganza.
Se dejó caer sobre el catre y abandonó el mundo real, para internarse en aquel donde Morfeo era el máximo gobernante.
Lo despertó el ruido de una escudilla metálica al chocar contra el suelo de piedra, se levantó tambaleándose y recogió su comida. El dementor permaneció unos instantes más junto a su celda, provocándole un escalofrió al joven, que se sentó en la esquina más alejada de la puerta y comenzó a comer la sosa comida con las manos, pues sus guardianes no se habían dignado a entregarle tenedores.
-Me siento como un perro -dijo en voz alta. El preso de la celda contigua murmuró algo en su intranquilo sueño y se dio la vuelta.
Cuando terminó de comer empezó a pasear por la celda de un lado para otro, incapaz de permanecer quieto un solo instante. La idea de pasarse allí el resto de su vida lo volvía loco de coraje.
¿Quiénes se creían ellos para encerrarle como un animal? Lo pagarían muy caro.
Algo en la sucia pared llamó su atención. Se detuvo y abrió los ojos sorprendido, era imposible, debía de ser una ilusión, no podían ser tan mezquinos... Con lentos pasos se deslizó hasta el muro que había llamado su atención, pasó una pálida mano por la superficie y se derrumbó. Era real.
Alzó la cabeza, e igual que un lobo que aúlla a la luna llena, Harry Potter emitió un desgarrador grito que acabó convertido en un triste sollozo.
Allí, en esa misma pared, que momentos antes había tocado el-niño-que-había-vivido estaban gravados los nombres de Padfoot, Prongs, Moony, Lily y Harry.
El prisionero dejó que las lágrimas recorrieran su cara durante varios minutos más, pero cuando abrió los ojos de nuevo estos se habían oscurecido al máximo y su respiración estaba peligrosamente calmada.
Harry Potter había dejado de estar enfadado, ahora estaba absolutamente furioso. ¿Cómo se atrevían a encerrarlo en la misma celda en donde su padrino se había podrido por trece años? Mejor todavía, ¿Cómo se atrevían a mandarlo a él a Azkaban? El odio se deslizó entre la magia accidental del muchacho, que se vio rodeado por un viento que alborotaba aún más sus cabellos. Pero antes de que alguien pudiera notar su despliegue de magia sin varita, que por muy fuerte que fuera no le serviría para salir de allí, se detuvo. Con una sola infracción los dementores tenían permiso para darle el beso, y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir.
Ya más calmado siguió inspeccionando la celda, buscando más recuerdos de su padrino, pero era difícil pues la sala estaba en penumbra y tan solo la zona de los nombres que había descubierto antes estaba levemente iluminada. No tardó demasiado tiempo en encontrar otro puñado de letras. Entre los nombres destacaban el de Petigrew tachado varias veces y el de Snivellus.
Crujió los nudillos al ver el último de ellos, Severus Snape era la causa por la que se encontraba en ese antro. Los dementores le trajeron a la memoria sus últimas palabras con el profesor pero las desechó de su mente y siguió leyendo los gravados que Sirius había hecho durante su larga estancia allí.
Se quedó un rato observando la sencilla frase de: Yo soy Sirius Black, y no pudo evitar que una solitaria lágrima volviera a escurrírsele por la mejilla.
La muerte de su padrino había sido el detonante de un cambió radical en su vida. Pasó de ser tímido a ser completamente introvertido, no hablaba a menos que le preguntaran y eso tampoco sucedía a menudo pues sus amigos en vez de ayudarle habían preferido darle "espacio", lo que no era más que una excusa para decir que estaba hartos de él. Ese verano, Ginny, la hermana pequeña de Ron, había desaparecido después de un ataque mortífago en la Madriguera, y desde entonces no se sabía nada más de ella. Harry siempre supo que Ron lo culpaba por no haberlo podido evitar. ¿Pero que se creía él? ¿Qué movía los hilos del destino? Si así fuera se abría designado uno bastante mejor para él... Hermione también se había alejado de él, e incluso evitaba su mirada.
Harry se refugió en los libros, y memorizó cada tomo que se puso a su alcance. Pronto no le quedó más que leer, y un día se internó en la antigua biblioteca de los Black, ahora propiedad suya y comenzó su aprendizaje en las Artes Oscuras.
Cuando regresó al colegio ya no era el mismo que el año anterior. La magia negra se había introducido en su interior, dándole fuerza, agilidad mental y sobretodo, poder. Su cuerpo se había desarrollado como a cualquier otro chico de su edad y sus facciones se afilaron. Sus prendas se constituyeron a base de negro y rojo sangre, todo de una excelente calidad. Y ahí fue cuando Ron le dio la espalda por completo. La envidia y los celos que siempre había guardado en su interior estallaron al ver que su amigo, era más poderoso, más inteligente, más famoso, más rico y más atractivo que él.
Incluso Malfoy había dejado de molestarlo, se había encontrado muchas veces con él en la biblioteca y habían hecho un silencioso acuerdo de paz. Cuando se cruzaban por lo pasillos, el rubio inclinaba levemente la cabeza en señal de saludo pero no pronunciaba palabra. A Ron y a Hermione según había oído, les seguía insultando, pero el nunca vio como lo hacía ya que nunca estaba con ellos.
Una noche, volviendo de la Sección Prohibida bajo su capa invisible vio a Snape meterse en una antigua aula en desuso. Sacando al Gryffindor que ocultamente aun portaba lo siguió, el profesor hablaba con alguien por la chimenea, visiblemente excitado. Cuando se apartó un segundo, Harry pudo ver quien era el otro interlocutor, cayéndose casi del susto. La cabeza de una Bellatrix Lestrange igual de emocionada que su acompañante se suspendía entre las llamas.
-Phiros dice que se ocupará de dirigir el asalto, el lord Oscuro nos esperara en la Mansión. Necesito que distraigas al viejo durante el ataque, si se entera estamos perdidos –dijo la mujer.
-No te preocupes, Dumbledore confía ciegamente en mi. Será mejor que te vallas Bella –la despidió Snape dándose la vuelta.
Harry recordaba como había temblado de impotencia por la traición cometida e impulsivamente se arrancó la capa de un tirón, quedando visible ante su profesor.
-¡TRAIDOR! –bramó, apuntándole con la varita. Snape con toda su sangre fría tan solo tuvo la decencia de mostrarse sorprendido, pero no pareció en absoluto preocupado.
-Valla Potter, siempre husmeando, igual que tu padre, tienes que comprender que eso te tendría que llevar alguna vez a un sitio que no te gustase –respondió el adulto, disfrutando de la reacción que sus palabras estaban provocando en su alumno.
Harry se agitó aun más.
-¡SIEMPRE ESTUVO DE SU LADO!
Los gritos habían atraído a los prefectos y a los profesores que estaban haciendo la ronda. Incluso el director había bajado a comprobar que pasaba. McGonaggal llamó a la puerta con fuerza, exigiendo que se abriese inmediatamente.
Snape, comprendiendo que los que estaban fuera escucharían las palabras que se dijeran dentro, sonrió y dijo:
-¡Potter! ¿Te has vuelto loco? ¿Qué crees que estas haciendo? Baja esa varita ahora y nadie resultará herido.
Los gritos de fuera se acallaron para poder oír mejor.
-¡CÁLLLESE! ¡USTED ES UNA ESCORIA! ¡NO MERECE VIVIR!
-Potter, por una vez en tu vida deja de decir tonterías y ¡baja ya esa maldita varita! –mientras tanto Snape deslizó su varita entre los dedos y en voz baja murmuró:
-Obliviate.
Harry reaccionó inmediatamente y lanzó el único maleficio que se le ocurrió que podría detener al rayo blanco.
-¡Avada Kedavra!
El chorro de luz verde avanzó inexorable hasta el profesor, destruyendo el hechizo del otro a su paso y deteniéndose solamente cuando alcanzo por fin, a su victima. El cadáver cayó al suelo con un golpe sordo y la puerta del aula se abrió, descubriéndoles a los recién llegados un tétrico escenario.
-Minerva por favor, llama a Cornelius, dile que avise a los dementores. Pronto tendrán uno nuevo -ordenó Dumbledore con voz imperativa.
-Profesor... no es lo que parece... tiene que comprender... –intentó defenderse el ojiverde.
-Yo lo único que comprendo Harry, es que acabas de matar a un profesor a sangre fría, y que eso te supondrá como mínimo la perpetua en Azkaban
Los ojos del director eran fríos como el hielo, y mostraban que no creía una palabra de lo que el joven decía.
-Pero... usted no sabe...
-¡CIERRA LA BOCA, ASESINO! ¡MATASTE A SNAPE, AL IGUAL QUE MATASTE A MI HERMANA! –chilló su ex amigo desde el marco de la puerta. Hermione lloraba, pero su rostro era duro y su barbilla estaba alzada. Tampoco ella le creía.
-¡Yo no mate a tu hermana Ron! Y a Snape fue porque... –pero se calló al ver las frías miradas con las que todos le obsequiaban. Caras de asco, de decepción, de odio... Potter cerró los ojos y desconectó del mundo. Tarde o temprano la verdad se sabría, y él no estaría allí dispuesto a perdonar a aquellos que lo habían fallado.
El recordar sus últimos instantes de libertad le habían traído a la mente algo para pensar. Phiros era el nombre de uno de los mortífagos más peligrosos de Voldemort, llamado así por que sitio al que iba, sitio que acaba incendiado, y al contrario que sus compañeros, su túnica era de un color rojo oscuro.
No estaría mal conocerlo, hay que reconocer que tiene estilo –pensó.
Y soñando con fuego, se durmió.
Tuvo feroces sueños y pesadillas que harían temblar hasta al más valiente, pero Harry se obligó a dormir, esa noche y todas las que la siguieron.
Su día debía estar estructurado o si no acabaría por volverse loco. Cuando le traían el desayuno, se levantaba, comía y se ponía a hacer flexiones, aunque no duraba demasiado tiempo debido a que los dementores le arrebataban el preciado aliento. Luego intentaba rallar algo en la dura piedra, pero no encontraba nada lo suficientemente duro, ¿cómo diablos lo había hecho Sirius, comía de nuevo y llegaba el momento más importante del día, el repasar mentalmente todos los conocimientos aprendidos durante el último año y formar poco a poco un plan de escape que lo llevase lejos de allí. No podía ser solo un intento, pues entonces ya no habría posibilidad de un segundo, tenía que ser perfecto.
Y con ese plan diario, las semanas y los meses pasaron, fortaleciendo al joven prisionero psíquicamente y debilitándolo físicamente, pronto quedaría reducido a un puñado de piel y huesos. Pero eso no le impedía seguir diseñando la manera de escapar de allí, ¡maldita sea! ¿Por qué no se había convertido en animago?
Pero ese era un pensamiento que no lo llevaba a ninguna parte, tan solo a alimentar a los dementores con su culpa.
-Que aburrimiento –soltó después de un rato mirando al techo. Estaba tumbado en la cama, con los brazos por detrás de la cabeza contando las infinitas manchas de humedad que había, pero eso ya lo había hecho demasiadas veces, necesitaba encontrar otro entretenimiento.
-Es lo que tiene estar aquí -interrumpió una voz rasposa, como si la persona llevara mucho tiempo sin hablar.
Harry dio un brinco, sobresaltado. Hacía demasiado que no oía la voz de nadie que no fueran sus padres a causa de los dementores, y la verdad es que era un alivio escuchar a alguien vivo.
-¿Quién eres? –preguntó de nuevo la voz. Harry pegó la oreja a la pared, del otro lado se oía una respiración entrecortada que esperaba la respuesta a su pregunta.
-Harry Potter –contestó finalmente.
El prisionero de al lado soltó un silbido.
-Valla valla Potter, siempre nos encontramos en las situaciones más extrañas ¿no crees?
-¿Me conoces? ¿Quién eres? ¡Habla! –exigió.
-¿Quien voy a ser, Potter? Pues Lucius Malfoy, para entretenerle a usted durante su estadía en la maravillosa isla paradisíaca de Azkaban –replicó el otro con una risita que acabó en un fuerte ataque de tos.
Harry se quedó paralizado. ¿Tenía como compañero de celda a Lucius Malfoy?
-Que suerte la mía –murmuró.
-Pues la verdad es que si. Hablar conmigo evitará que te vuelvas loco, aunque igual ya estás loco y sigues pensando que estas cuerdo o igual...
-O igual yo soy el único cuerdo en un mundo de locos –acabó Potter.
-Exacto –aplaudió el mortífago- Veo que aun puedes pensar, eso es bueno. Y dime Harry, puedo llamarte Harry ¿no? Si, supongo que sí, entre presos hay confianza, ¿Qué hace el niño dorado aquí?
Al ojiverde le daba igual como le llamase mientras le llamase, por muy fastidiosa que hubiera considerado antes la presencia de Lucius, ahora la agradecía tanto como su cuerpo agradecería un buen baño.
-Maté a Snape cuando descubrí que era un espía –dijo sin inmutarse. Malfoy soltó una risita y su compañero empezó a preguntase sobre la salud mental del rubio.
-Mejor. No me caía bien. Demasiado cercano al Lord –después de esto, el silencio volvió a mediar entre los viejos enemigos.
Harry cerró los ojos y se imaginó lejos de aquella cárcel maldita.
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Los meses siguieron pasando y su relación con Lucius Malfoy se hizo cada vez más estrecha. Charlaban sobre cualquier tema que se les ocurría, Harry le había contado sobre los continuos ataques de Voldemort y sobre lo dicho por Snape aquella noche, y Lucius su iniciación como mortífago y algún que otra misión que había tenido que cumplir. Pero cuando los dementores se iban a hacer la ronda el rubio le enseñaba nuevos hechizos y maldiciones, le explicaba la teoría con tal detalle que cuando consiguiese una varita estaba seguro de poder realizarlos perfectos.
-La magia negra es el poder absoluto. Si la dominas, dominarás la tierra y el cielo, la vida y la muerte, serás un dios. Tanto los ángeles como los demonios se doblegarán ante ti. Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgarán a tus órdenes... Porque la magia negra lo es todo, Harry.
Potter escuchaba a Lucius embelesado, fascinado por sus palabras. Su arrogancia y su vanidad, a si como su ambición habían crecido hasta límites insospechables, alimentadas por el fanatismo de Malfoy al hablar sobre su Lord, las artes Oscuras y todo lo prohibido en general. Día a día se convencía de que su lugar estaba junto a Voldemort, lejos de Dumbledore y todo aquello que en otra vida había amado tanto. Pero eso se había acabado. Lucius lo había cautivado al hablar de la belleza de la Causa y sabía que si Voldemort le ofrecía un lugar en sus filas no rechazaría la oportunidad, pues tan solo el heredero de Slytherin podía propiciarle aquello que ansiaba su corazón: poder y venganza, y aunque tuviese que vender su alma al diablo, lo conseguiría.
Solía obligar a Lucius a contarle historias sobre Voldemort y a repetirlas una y otra vez hasta que se las aprendía de memoria.
Una noche, después de una dura lección, Lucius permaneció pensativo unos instantes. Dándole vueltas a algo que llevaba rondando por su cabeza demasiado tiempo.
-¿Por qué no aceptaste la mano de mi hijo, Harry?
La voz de su compañero lo sacó de su ensimismamiento. Esbozó una media sonrisa al recordar aquel episodio que no había sido más que una de tantas casualidades que lo llevaron por el traicionero camino de Dumbledore.
-Porque aún no había llegado la hora de que me cayera la venda de los ojos.
El mortífago permaneció callado unos segundos, luego volvió a retomar la conversación.
-La próxima vez que lo veas ofrécesela tú.
-Me rechazará.
-Lo se –replicó inmediatamente- Pero se acabará creando un vínculo entre vosotros, lo presiento...
Harry dejó que hablase sin escucharlo realmente. Últimamente estaba perdiendo la capacidad de concentrarse, atribuyéndolo al poder putrefacto de los dementores.
-Mi señor va a venir a buscarme –dijo Lucius feliz, cambiando de tema bruscamente.
-A Voldemort le das igual, fracasaste en tu misión Malfoy, en el caso de que venga a buscarte, ¿crees que te recibirá de rositas? –dijo con maldad. Su alma se volvía más oscura a medida que pasaba más tiempo en ese antro y el deseo de dañar, incluso a aquel que lo ayudaba a mantenerse vivo, le corroía la sangre.
-Más vale una muerte lenta, que estar muerto en vida. No temo el sufrimiento, Harry
Potter cabeceó en señal de asentimiento, aunque el otro no podía verlo. También él lo prefería, pero no tendrían esa suerte y no valía la pena pensar en eso. Si conseguían salir lo tendrían que hacer por su propia cuenta. Voldemort no se arriesgaría en un nuevo ataque a la prisión, pues desde la última fuga masiva, hacía ya dos años los hechizos de protección habían aumentado aún más. Su conversación se vio interrumpida por la llegada de la cena.
-Esto es asqueroso. Deberían tener un libro de reclamaciones, ni cubiertos ponen ya en este sitio.
Lucius soltó una seca carcajada al escucharlo.
-¿Sabías que la razón de que no los halla es tu querido padrino? Desde su fuga se come con la mano. Se dice que Sirius utilizó los cuchillos, previamente hechizados para que no cortaran carne viva para gravar en esa misma celda que ocupas tu ahora algo que nunca le hizo olvidar quien era.
-Tú no estabas en Azkaban cuando Sirius escapó, ¿como puedes saberlo? –Harry no dudaba de lo que hubiera dicho Malfoy fuera cierto, no tenía porque mentirle.
-Bellatrix Lestrange.
La magia del adolescente se disparó al escuchar ese nombre de labios del mortífago y el odio abrumó sus sentidos.
Apoyó una mano en la pared, encontrando un punto de apoyo en la fría piedra. Las chispas se deslizaron de su mano al negro muro provocando que Lucius, que estaba recostado en este desde el otro lado soltase un grito de dolor.
-No se odia mientras se menosprecia, Potter. No se odia más que a un igual o a un superior. Piénsalo.
La ronca voz del adulto resonó en sus oídos al mismo tiempo que la de su padre. Los dementores volvían a sus posiciones.
Es él...
Pero la frase dicha por Lucius le taladraba el cerebro, él era superior a Lestrange, por lo que no podía odiarla, tan solo aplastarla cuando llegase el momento. Pero ese era un pensamiento agradable y los dementores no tardaron en arrebatárselo, provocando que la demencia volviese a él.
Coge a Harry y vete...
De repente, una extraña sensación, ya casi olvidada se apoderó de el, y en el mismo momento la cicatriz empezó a arderle.
Felicidad.
Voldemort estaba feliz. Y si Voldemort estaba feliz, Dumbledore sufría. Y como el sentimiento no le pertenecía a él los guardianes de Azkaban no podían absorberla, pues tan solo se trataba de una proyección mental.
Corre Lily...
Sus poderes estaban fuera de control ante la mezcla de emociones, los dementores acababan con él inexorablemente, la razón se le escapaba de las manos, si sobrevivía acabaría loco. Loco, como todos los que le rodeaban.
El suelo comenzó a temblar y el catre de hierro, que estaba anclado al suelo se desprendió de pronto y saltó contra el techo. Se pegó a una esquina de la pared y se acurrucó allí, pasándose los brazos alrededor de las rodillas flexionadas.
-Ya están aquí muchacho. Déjate llevar por el calor de lo oscuro Harry, acepta tu oscuridad y deja que las sombras te posean... acepta renacer.
Rió. Una risa macabra que lo hacía levitar en el aire aunque él no lo percibiese. Al mismo tiempo que la puerta de su celda se abría con un chirrido y de la nada aparecía una gran llamarada de fuego. Bajó los párpados, tanto tiempo acostumbrado a la oscuridad que la luminosidad de las llamas lo dañaba.
Entre las lenguas de fuego avanzaba un encapuchado en rojo.
-Phiros.
El mortífago permaneció quieto unos segundos, mientras las ascuas continuaban lamiendo su, al parecer, ignífuga túnica. Apreció la demacrada figura que levitaba ante él como si del mismismo ángel caído se tratase. El pelo negro y rebelde, caía suelto y sucio sobre los hombros, la camisa yacía olvidada en un rincón, lo que permitía ver al recién llegado el delgado torso desnudo del prisionero. Los ojos, de nuevo abiertos, resplandecían como esmeraldas fundidas ante el calor de las llamas. Era una imagen espectral. Sonrió, oculto bajo la roja capucha y respondió al saludo.
-Harry Potter.
Varios mortífagos pasaron por el pasillo y se detuvieron en la celda de Malfoy, para proceder a liberarlo a él también.
-Una sola oportunidad –susurró el encapuchado- ¿Quién es el hechicero más grande de todos los tiempos?
Harry descendió, y con suavidad posó sus pies descalzos sobre el suelo. La magia aún lo dominaba.
–Yo –Phiros se quedó estupefacto. Jamás se hubiera esperado esa respuesta. En su opinión solo había dos posibles contestaciones a esa pregunta: lord Voldemort o Albus Dumbledore.
La réplica de Potter no era ni correcta ni equivocada, así que decidió que su señor determinase la conclusión.
Harry vio como el mortífago titubeaba y después le lanzaba algo que atrapó entre las manos por puro reflejo. En cuanto lo tocó una multitud de brillantes colores se cernió alrededor de él, mientras notaba que su poder volvía a descender hasta los niveles normales.
Un minuto después los colores habían desaparecido y caía de rodillas ante un gran trono de mármol negro.
Sabiendo a quien se encontraría allí sentado alzó la cabeza con cautela pero sin sumisión.
-Salve Lord Voldemort, heredero de Slytherin y mi libertador. Estoy en deuda con vos, señor –la voz que salió de su garganta era una completamente distinta a la que tenía en Azkaban, raposa y áspera, esta era clara y transparente y el tono de voz se le había agravado. Su magia se había liberado.
Encontró sus propios ojos con los rojizos que lo observaban divertidos y sonrió el también mientras revisaba sus barreras mentales. Tenía ciertos secretos que no le convenía que el lord supiera.
-Salve Harry Potter, la deuda quedará saldada. Y ahora, álzate junto a mí y venga la injuria cometida.
Obedeciendo, se levantó con cuidado, pero a medio caminó se derrumbó, las fuerzas se le habían agotado por completo. Voldemort se levantó para agarrarlo y paró su caída.
-¡Elfo!
Un elfo doméstico se apareció con un chasquido y dirigió temblorosas miradas al señor Tenebroso.
-Que coma cuanto quiera, que se bañe y que se vista. Luego dale una poción recuperadora y otra para dormir sin sueños.
-Sss... si señor. Cc... como el amo diga.
Cuando vio ante si todo tipo de manjares y una multitud de elfos que se peleaban por atenderlo, supo que la hora de la venganza había llegado. Bebió con avidez de un vaso de agua fría y cristalina, mientras que un único y reconfortante pensamiento ocupaba su mente.
Era libre...
