Respondiendo a varios reviews: El fic contendra un leve slash en el tercer y ultimo capitulo por mandado del reto, si teneis alguna queja a mis niñas por favor (Aykasha-peke y EugeBlack) que yo no me responsabilizo de nada xD.

La marca que caracteriza a Harry en el fic, la creamos en conjunto las dos lokas de arriba y yo, por lo que si alguien ha leído "Dominus Mors" o "Renovatio" que sepa que no es plagio, es de mutuo acuerdo.

Para ti Patry! Felicidades wapisima!tkm

LIBERADO

Un alma corrompida...

Lentamente, disfrutando de la sensación de caminar descalzo sobre la fría obsidiana negra que era el suelo se desplazó hasta las habitaciones de lord Voldemort.

Las pociones que el lord Oscuro le había dado habían causado milagros en él, era verdad que todavía estaba terriblemente delgado y desgastado físicamente, pero su mente y sus poderes estaban como nuevos.

Con dos golpes secos llamó a la oscura puerta de madera que llevaba al despacho público del lord; pocos segundos después un hombre entrado en los treinta, de pelo azabache y ojos escarlatas abrió, haciendo pasar a su huésped con una cruel sonrisa dibujada en la cara.

-Te noto favorablemente cambiado, Potter –saludó el adulto.

Harry, sonriendo para sus adentros, asintió.

-Y no soy el único –la noche anterior no había tenido tiempo suficiente para fijarse en Voldemort, pero ahora que si lo tenía admiró discretamente el formado cuerpo de su señor.

El sonido de un cuerpo deslizándose por el suelo llamó su atención, Nagini, la poderosa y letal serpiente se acercaba a ellos bailando una sinuosa danza.

-Recordarás a Nagi, supongo –dijo el lord mientras recogía al reptil y lo enredaba en su regazo.

Harry, que no se había perdido un segundo de la escena, asintió nuevamente tomando asiento en una de las confortables butacas que decoraban la sala. Voldemort se colocó enfrente, al otro lado del robusto escritorio sobre el que se amontonaban decenas de papeles.

-Phiros me ha dicho que has osado desafiarme...

No se alteró ni hizo el más mínimo movimiento, tan solo dejó que el mago continuara hablando.

-Me ha dicho que anoche, mientras asediábamos Azkaban te proclamaste como el mejor mago de la historia -el lord hizo una pausa, acarició el cuerpo de su temible mascota y después de tomar una calmada bocanada de aire prosiguió- ¿Es eso cierto? ¿Me desafías incluso antes de someterte a mi servició?

El prófugo se tomó unos segundo para responder. Esa afirmación no era del todo cierta, sí era el mago más grande de todos los tiempos, pero por desgracia para su ego compartía el puesto con alguien más, un alguien que estaba sentado enfrente suya.

-Ya veo... –dijo de nuevo Voldemort antes de volver a sumirse en sus pensamientos.

Harry no lo interrumpió, había aprendido a callarse y a controlarse, a elegir cuidadosamente sus palabras y a estar alerta en cualquier situación. En esos momentos su mente estaba totalmente en blanco, no había sido un descuido el que Voldemort penetrase en su mente hacía unos instantes, él mismo le había dejado libre la entrada, pero bajo estrictas restricciones.

-Tú deseas algo que yo puedo darte tan solo si unimos fuerzas, pero yo no trabajaré contigo, Potter, a menos que me des la garantía de que no me traicionarás –dijo al fin.

El ojiverde ni se inmutó, tan solo ascendió su brazo izquierdo y se remangó la túnica.

-No me importa recibir la marca si con eso consigo lo que quiero, mas no me arrodillaré de nuevo ante ti, una profecía nos señala como iguales y así será -respondió. Una pequeña chispa de ira resplandeció durante un momento en los ojos del lord, pero desapareció casi al instante, para ser remplazada por una nueva sonrisa.

Ese era el único secreto que jamás sabría el heredero de Slytherin, el completo contenido de la profecía. No, Voldemort nunca sabría que tan solo ellos podían acabar el uno con el otro, esa era la única forma que le quedaba para protegerse.

Se aliaría con el Diablo, pero no se sometería a él.

Voldemort lo miraba ahora con aburrimiento y algo de diversión.

-Como quieras –accedió- Pero será mejor que comiences a entrenarte cuanto antes. No saldrás de la fortaleza hasta que te recuperas completamente.

El joven mago sonrió, su primera sonrisa sincera desde que había sido encarcelado, el rostro se le aniñó de repente, y por un segundo Tom Riddle volvió a ver al decidido muchacho que lo enfrentó tras el Torneo de los Tres Magos.

-¿Quién será mi instructor? –preguntó el niño-que-vivió.

-Tengo entendido que trabaste relación con Lucius durante tu estadía en prisión. Cuando termine su castigo se pondrá a tus órdenes, mientras tanto explora la mansión e intenta no meterte en líos, hay gente que aún te guarda rencor.

Con todas las emociones sufridas casi se había olvidado de su rubio amigo, que lo había ayudado en unos de los peores momentos de su vida, así como él le había ayudado también. En verdad lo lamentaba, pero no podía hacer nada.

Se levantó de su asiento y justo cuando abría la puerta para abandonar el despacho, Voldemort lo llamó de nuevo.

-Y Harry... bonitos zapatos –el aludido sonrió y se encogió de hombros inocentemente mientras sobre sus pies descalzos aparecían unas cómodas deportivas negras.

Salió del despacho no sabiendo exactamente adonde ir. Cuando se había despertado, el elfo doméstico de la noche anterior le había explicado como llegar hasta Voldemort pero ahora que ya lo había visto no tenía ni la más remota idea de que hacer.

-Debo reconocer Potter, que si me llegan a decir hace dos años que te encontraría aquí me hubiese reído y con ganas. Pero ahora... no se porqué pero no me sorprende –susurró una fría voz a sus espaldas.

Se giró con parsimonia, saboreando las palabras de su antiguo enemigo. Draco Malfoy, tan arrogante y altivo como siempre se encontraba a unos pocos pasos de él, recostado de forma elegantemente descuidada contra la pared.

-Hola a ti también, Malfoy -saludó.

El ojigris sonrió de medio lado pero no dijo nada, lo observaba calmadamente, evaluándolo.

-Si sigues todo recto y luego bajas las escaleras de caracol llegarás a uno de los salones principales- iba a darse la vuelta para marcharse cuando lo detuvo la imperiosa voz de Potter.

-¡Malfoy! –el moreno le ofrecía la mano, como él mismo se la había ofrecido hacía siete años. Estuvo tentado de aceptarla pero en el último segundo se detuvo y se volteó completamente.

Harry observó como el antiguo Slytherin se alejaba por uno de los corredores y no pudo reprimir un último comentario.

-El orgullo es un lujo caro, Draco. Cuídate de él –el rubio se detuvo pero no se giró, después de un segundo volvió a retomar su marcha, tan altivo y seguro como siempre.

Harry tan solo sonrió y negó divertido. Draco era igual a Lucius, sin duda su amistad sería fuerte y duradera. Ya estaba deseando el día en que los muggles temblaran ante su sola aparición, el Ying y el Yang, los dos ángeles de la muerte.

La Mansión Riddle, antigua residencia del padre y los abuelos de Voldemort, se había convertido en una fortaleza inexpugnable de la que nadie entraba y salía sin permiso expreso del lord. Decorada con un gusto exquisito, la mansión sería el refugio ideal para cualquier amante del arte como lo era, aunque costase creerlo, el señor Tenebroso. En la Biblioteca, dividida en varias secciones, se encontraban las obras maestras de los dos mundos, como las obras completas de Shakespeare y Cervantes (pertenecientes a la parte muggle) o las "Crónicas de Rowena Ravenclaw", detallada autobiografía de la cofundadora de Hogwarts.

Cada mortífago, aun a costa de poseer su propia casa tenía en la mansión unas habitaciones destinadas a él o ella y su familia que contaban con todo lujo de comodidades, así como un elfo doméstico enteramente a su servicio.

Los terrenos de los Riddle se extendían hasta Little Hangleton, lugar donde estaba situada la mansión, y alrededores. Esto incluía más de la mitad del pueblo, el viejo cementerio y una antigua iglesia románica, empleada fundamentalmente para rituales y ceremonias de iniciación.

Harry, que había estado dando vueltas durante horas por las diferentes propiedades se vio sorprendido al escuchar unas risas provenientes de una habitación no muy lejana a él. Se acercó hasta unas dobles puertas y cuando llegó hasta ellas las abrió sin dudar.

Se trataba de una reunión de mortífagos pertenecientes a la alta sociedad, y para su desgracia el primer rostro que identificó fue el de su declarada enemiga: Bellatrix Lestrange, que se había quedado muda al verlo aparecer. El resto de los presentes permanecieron expectantes.

Bella, que durante su último encuentro se veía desastrosa, había ganado peso y fortalecido los músculos, volvía a poseer esas curvas peligrosas y esa temida belleza que antaño había vuelto locos a todos los hombres con los que se había cruzado. Su negra melena volvía a estar brillante y lustrosa, y caía como una cascada sobre su espalda desnuda.

Era hermosa, como lo había sido en su día su padrino, aquel que había muerto bajo las manos misma de su prima, bajo la sangre de sus sangre.

El corazón le empezó a palpitar con furia y los labios se movieron inconscientemente susurrando sin palabras una maldición prohibida que hizo estremecerse a la veterana mortífaga.

Ella era la única mujer presente en ese mundo claramente dominado por hombres y Harry se sorprendió admirando secretamente su determinación y su fuerza de voluntad por tener el valor de enfrentarse a las reglas establecidas.

Aún así, el daño que le había causado la mortífaga era irrevocable, y tarde o temprano pagaría por ello. Sin embargo, mientras tanto era hora de comportarse como era debido.

-Caballeros, señorita... disculpen la interrupción.

Los mortífagos, estupefactos ante la repentina cordialidad del que había sido su más acérrimo enemigo no hicieron otra cosa más que asentir y responder al saludo, al fin y al cabo, lo habían educado para ser los perfectos anfitriones hasta en las más insólitas situaciones.

-Me alegro de verte por aquí, Harry –esa voz... el aludido no pudo evitarlo, sonrió y buscó con la mirada a su interlocutor, que se mantenía culto entre sus compañeros.

Lentamente, los mortífagos se fueron apartando uno a uno, siendo Bellatrix la primera en hacerlo, creando un estrecho pasillo que terminaba en el misterioso conversador, que estaba cómodamente recostado en un sillón con un vaso del mejor whiskey de malta en la mano.

-Hola Lucius –replicó el moreno con una media sonrisa.

Lucius Malfoy, aun a pesar de ir vestido con sus mejores ropas se veía horrible. Tenía marcadas unas profundas ojeras que oscurecían su rostro y estaba terriblemente delgado. El brillo de los ojos destacaba por su ausencia. El perenne desprecio y arrogancia que incluso su hijo había heredado, había desaparecido, dejando paso al cansancio.

Azkaban no perdonaba a nadie.

-El lord me ha dicho que te entrene... –el rubio disimuló un ligero estremecimiento al mencionar a su amo- ...así que cuanto antes empecemos antes acabaremos –apuró su copa y se levantó de un ágil salto. Harry reconoció los efectos de las pociones recuperadoras que el mismo se había tomado.

Con un gesto de cabeza Malfoy despidió al resto de los mortífagos, que reticentes de dejar a su recién recuperado amigo con el chico Potter se mantuvieron en sus sitios.

-Ya habéis oído, señores, cada serpiente a su madriguera –intervino Bellatrix dando una sonora palmada al aire y lanzando una gélida mirada a los presentes, que se apresuraron a obedecer.

Cuando las puertas dobles se cerraron tras la desaparición de Lestrange, Lucius, que había permanecido observando atentamente las reacciones de su ahora pupilo con respecto a la mortífaga, soltó:

-Era su trabajo Harry. No la juzgues por lo que hizo en el pasado, ahora estáis en el mismo bando.

Los labios de Harry se crisparon en una escéptica sonrisa.

-Puede ser –el tono no admitía réplica y el mortífago no insistió más en el tema.

Salieron juntos del salón y se encaminaron hacia las habitaciones del rubio, donde Lucius aseguraba podrían trabajar con la garantía de no ser interrumpidos. Recorrieron tantos corredores y atravesaron tantos pasadizos secretos que Harry, que poseía una excelente memoria creyó que ni en un millón de años podría aprenderse donde quedaba cada sitio.

Caminaban rápido y sin apenas hablar. De vez en cuando Harry preguntaba algo con intención de entablar una conversación pero el otro, no muy dispuesto a la labor contestaba con monosílabos.

Un furtivo lloro captó la atención de los dos prófugos que se miraron entre ellos interrogantemente. Unos pasos por delante de ellos, un pequeño niño de siete u ocho años lloraba desconsolado por la pérdida de su juguete favorito.

No se detuvieron, pero cuando pasaron junto a él aminoraron un poco el paso, incapaces de mantenerse al margen de la situación.

El crío estaba sentado con las piernas cruzadas y las pequeñas manos sobre el rostro, intentando ocultar las lágrimas.

Harry aún a pesar de que el niño lo estaba conmoviendo no hizo siquiera el amago de acercarse a él, en Azkaban se le habían borrado definitivamente los últimos vestigios de humanidad. Lucius, en cambio, acarició cariñosamente la cabeza castaña del pequeño y tras susurrar unas palabras en su oído que Harry no pudo escuchar el muchacho se levantó y corriendo se perdió por un corredor transversal.

Potter sonrió, ganándose una reprimenda del rubio.

-Primera lección Harry: No te rías nunca de las lágrimas de un niño. Todos los dolores son iguales.

El ojiverde sintió una sacudida en el corazón pero asintió quedamente y sin más palabras reanudaron su camino.

Las habitaciones que Malfoy compartía con Narcisa eran confortables y espaciosas, pero claramente no estaban diseñadas para vivir permanentemente sino para ocultase durante tiempos de guerra.

Los muebles eran cómodos y estilosos aún a pesar de ser extremadamente sencillos. Lucius se sentó en un cómodo sofá y animó a Harry a colocarse junto a él.

-Bien... aunque veo que has ganado un gran autocontrol durante estos últimos meses, no tienes todavía el temple necesario para frenar tu magia.

-Eh...

-No me des excusas. Tras nueve meses teniéndote en la celda de al lado te aseguro que conozco perfectamente tus brotes de poder, y el de hace un rato con Bella tampoco me ha pasado desapercibido –interrumpió duramente.

Potter, que durante los últimos tiempos se había vuelto orgulloso como un Slytherin sintió como sus mejillas enrojecían y bajó la cabeza, abochornado. Sabía que Malfoy solo quería ayudarlo, que no lo pretendía humillar, y tal vez fuera esa seguridad lo que había evitado que descargase un cruciatus sobre el mortífago.

-Comenzaremos con lo básico. Meditación: yoga, taichi etc. Cuando tengas pleno control de tus facultades físicas y psíquicas comenzaremos con el verdadero entrenamiento.

Condujo a su alumno hacia una gran alfombra persa en color crudo y lo hizo sentarse en posición de loto.

-Y ahora... olvídate de todo y entra en contacto con tu yo interior... –aunque las palabras sonaban parecidas a las dichas por Trelawney, Lucius ponía tanta pasión y dulzura en ellas que incitaba a obedecerlo, a cerrar los ojos y desprenderse del mundo...

La aterciopelada voz del fugitivo se perdía en la lejanía y mientras, Harry se hundía más y más en su mente sintiendo como a medida que avanzaba se vaciaba de recuerdos, emociones y pensamientos. Se sentía por primera vez en su vida absoluta y completamente libre.

& & &

Los meses pasaron y el entrenamiento al que lo sometía el patriarca de los Malfoy continuaba inexorable. Harry no sabía cual era el límite de duración pero confiaba en que el día no quedara muy lejano.

Voldemort le devolvió su varita (que había rescatado del ministerio poco tiempo después de su encarcelamiento) previamente hechizada para que no se pudieran rastrear ninguno de los encantamientos que salieran de ella.

Tras la meditación, que seguía practicando cada mañana durante varias horas, Harry había aprendido Auto-Defensa muggle y todo tipo de artes marciales. Perfeccionó la oclumancia y legeremancia y después pasaron a los hechizos y encantamientos, subiendo poco a poco el nivel de dificultad y la intensidad del ataque, llegando finalmente a las ansiadas Artes Oscuras.

El continuo repaso de antiguos conocimientos que había efectuado en Azkaban y las clases teóricas que le había impartido el rubio durante su estadía, habían dado excelentes resultados, ya que Harry nada más pensar en una maldición la efectuaba con total perfección. No importaba que maldición le echaran, Harry las contrarrestaba todas con ágiles movimientos de varita y elegantes florituras, como burlándose de sus adversarios mientras a su vez mandaba maldiciones incapaces de bloquear.

Lucius era bueno, si, pero Harry era mejor.

Los mortífagos a los que se había enfrentado, tales como Rodolphus y Rabastan Lestrange, Antonin Dolohov o Augustus Rockwood, hombres temidos en el mundo entero, tras haber sido fácilmente derrotados por el adolescente lo habían llegado a calificar de imparable.

El mismo Voldemort en persona había luchado varias veces contra él, y aunque no se podía decir que había perdido tampoco podía alardear de haber ganado. Tras una cruenta batalla de varias horas, donde las maldiciones y conjuros volaron de un lado a otro sin cesar, ambos magos se habían declarado vencedores en un justo empate.

-Harry... –llamó el rubio mientras su pupilo observaba en una falsa calma la luna llena.

-Lo se, Lucius –contestó el moreno sin girarse.

El rubio, pasándose una mano por el largo cabello, suspiró:

-Ha sido un honor servirle, mi señor. Cuando me necesite, no dude en llamar –Harry se giró justo a tiempo para ver a su amigo inclinarse ante él y luego desaparecerse de sus propias habitaciones.

Una vez solo, Harry se permitió soltar una oscura carcajada y de nuevo mirando hacia la luna murmuró:

-No tienes ni idea de lo que se te viene encima, Dumbledore. Mañana seré marcado de una vez por todas, y una vez lo esté, conocerás el verdadero significado de un reinado de terror.

& & &

Entró en la sala del trono, la habitación en la que había aparecido por primera vez, con pasos firmes y seguros, y sin mirar siquiera a los lados de la sala, donde se agrupaba el Círculo Interno caminó directo a lord Voldemort, que descansaba sobre el frío asiento de mármol negro, con Nagini enroscada alrededor de él.

-Es bello, amo... y oscuro... –silbó la sierpe al verlo llegar.

-Milord... –saludó sin miedo alguno. La mirada escarlata se clavó en él pero Harry no hizo nada para esquivarla, dejó que el heredero de Slytherin continuara haciendo su examen visual mientras él se ocupaba de saludar al reptil, que tampoco lo perdía de vista un segundo- Hola Nagi, me alegra ver que soy de tu agrado.

Voldemort lo miró sorprendido durante un instante, y luego, satisfecho con los cambios que se habían operado en el que se convertiría en unos instantes en su mano derecha, asintió y con la gracilidad de un príncipe se levantó y habló para todos los presentes.

-Hoy supone la Caída definitiva del Reinado de la Luz y la Resurrección de la Oscuridad. Con la unión de Harry Potter a nuestras filas, seremos invencibles... Extiende tu brazo, Potter y demuestra tu lealtad.

Harry hizo lo que le decían sin inmutarse. Su rostro se había convertido en una fría máscara de impasibilidad.

Voldemort extendió la varita, aquella que era gemela de la suya y suavemente la apoyó sobre su antebrazo izquierdo.

Luego un murmullo inteligible, una luz cegadora y dolor. Un dolor tan agudo como la mas sádica de las torturas, como la peor de las picaduras, como el mas poderoso de los cruciatus... Pero Harry, consciente de que era la estrella del espectáculo, apretó los dientes y tal como Lucius le había enseñado vació su mente de todo sentimiento.

Cuando por fin el dolor amainó y pudo observar su marca miró a su señor interrogante. En vez de la usual Marca Tenebrosa, en su brazo se perfilaba el tatuaje de una serpiente negra aprisionando a un fénix envuelto en llamas.

-Sufre al traidor –murmuró Voldemort como toda respuesta, acompañando la escueta frase con un guiño cómplice.

Y Harry comprendió. Voldemort lo ponía a su servicio, pero no lo convertía en mortífago. Con el tatuaje acaba de otorgarle una nueva marca, ahora solo necesitaba un nombre, e igual que el fénix del que se burlaba resurgiría de sus cenizas.

-No encontrarás un nombre que provoque más pavor que el de Harry Potter –dijo Voldemort leyendo sus pensamientos. Aún habiendo perfeccionado al máximo la oclumancia la conexión que mantenía con el lord se había estrechado en los últimos meses lo que les permitía estar en contacto telepáticamente.

Potter asintió, orgulloso. Su venganza se acercaba, y el fin de los que lo habían traicionado también.

-¡Phiros! –uno de los mortífagos, aquel que poseía una capa roja como el fuego, se separó de la fila y se acercó a su señor.

-A sus órdenes, milord –dijo arrodillándose al lado de Harry, que se mantenía de pie, observando con curiosidad y sorpresa al encapuchado. Era la primera vez que lo escuchaba hablar estando plenamente consciente y se había dado cuenta de que la voz no pertenecía a un hombre, sino a una mujer.

-Es hora de que te reveles, Harry ya es completamente de los nuestros –Voldemort le ofreció la mano a la mortífaga para levantarse y mirando de reojo a Harry sonrió.

-Me pregunto como reaccionará...

-Shhh querida, recuerda que nos entiende –Nagini enmudeció y asintió solemnemente ante la mirada cada vez más confusa de Harry.

Las delicadas manos de la mortífaga se deslizaron fuera de los pliegues de la túnica y apartó la pesada capa roja de un tirón.

Harry, estupefacto permaneció callado, analizando la inverosímil situación.

Una Ginevra Molly Weasley de casi diecisiete años, con el cabello rojo fuego suelto sobre los hombros lo miraba de forma retadora. Sus rasgos, antes dulces se habían vuelto duros y el pequeño cuerpecito aniñado poseía ahora todos los atributos de una joven mujer otorgándole una belleza salvaje y peligrosa.

-Hola Ginny. Es bueno verte entre los vivos –dijo finalmente sin emoción alguna.

Ginny o Phiros asintió, pero no llegó a sonreír.

-Mi señor, está todo listo –dijo volviéndose de nuevo al lord.

-Entonces, idos. No Harry, tú quédate. No es tu momento aún, espera la llamada –Voldemort despidió a todos los mortífagos, incluida la pequeña Weasley que desapareció envuelta en llamas, quedándose solo con la compañía de Harry y Nagi, que abandonando el regazo de su señor se paseaba ahora por entre las piernas del prófugo.

-Es tu amante –afirmó.

Riddle sonrió.

-Yo no me puedo permitir amantes, Harry. Simplemente nos acostamos de vez en cuando. Tal vez un día... quieras unirte –invitó con voz sugerente.

Harry no pudo contestar, la marca había empezado a arderle de nuevo furiosamente y tras una mirada al lord comprendió que era hora de marchar, que por fin estaba preparado para abandonar la fortaleza.

Hizo una leve inclinación y se desapareció. Tom sonrió interiormente y lo siguió.

& & &

Aparecieron en una calle en ruinas, llena de heridos y cadáveres. Algunos mortífagos seguían torturando a algún que otro muggle que chillaba desesperado pero eso no fue lo que llamó la atención de Potter y Voldemort, sino el enorme boquete que aparecía en uno de los escaparates en los que a duras penas se podía leer Purge & Dowse S.A.

Harry sintió como su corazón latía con fuerza, pero no de miedo, sino de regocijo.

San Mungo había caído.

Voldemort a su lado, observó orgulloso las reacciones del joven y luego alzando la varita al estrellado cielo invocó:

-¡MORSMORDRE!

La marca tenebrosa quedó suspendida en la noche, iluminándola tétricamente.

Harry, recordando las palabras del heredero "Sufre al traidor", conjuró a su vez:

-¡PÂTIRSTRAIT! –dos rayos salieron despedidos hacia el cielo, uno negro, más oscuro incluso que la noche y otro rojo, que pronto tomaron la forma de un fénix con las alas extendidas que impotente se intentaba librar del agarre mortal de la poderosa sierpe negra veteada de verde.

Las dos marcas se alzaron en el cielo majestuosas, temibles, mortales y sus dueños, a la luz mortecina de un último Avada Kedavra, se desaparecieron.