Disclaimer: Hellsing le pertenece a Kouta Hirano. Esto es un fanfic sin fines de lucro.

Este fanfic sigue más la línea de los Cross Fire (capitulos extras incluidos en el manga Hellsing) cuando los personajes de Anderson, Heinkel, Yumiko y Maxwell todavía no se volvían tan perversos como en la totalidad del manga Hellsing.


INQUIETUDES CONTENIDAS

Capitulo 1: Preciados Hijos

Por extraño que parezca Maxwell había decidido llevar a Heinkel y Yumiko de vacaciones. Lo que ellas no contaban es que una vez armada sus maletas, tendrían que desempacar los indecorosos trajes de baño sustituyéndolos por sus aburridas túnicas, porque era al Orfanato que gerenciaba Anderson donde su jefe las llevaría para unos días de merecido descanso.

-Otra vez arruinándonos el descanso ese bastardo…- murmura entre colmillos furiosos la monja Heinkel, escondiendo colérica su bañador debajo del colchón de la cama.

-Ah! Quería que un chico guapo me untará bronceador- carraspea enfadada la "gentil" monja Yumiko, mirando fijamente la etiqueta de la crema bronceadora que sostenía -… Mmm ¡Me vale! Me lo voy a llevar y me untare desnuda en medio del jardín-

De pronto, alguien asoma ligeramente la cabeza entre la puerta abierta.

-¿Están lista? Porque es hora de partir, Anderson nos esta esperando- comenta gozoso de la vida el sacerdote Maxwell, cargando un discreto maletín negro.

-¡"$!&/# espérate! - gritan al unísono entre horribles blasfemias las dóciles monjas.

-Pero que humor, encenderé el auto en lo que terminan y allá las espero- responde con desinteresa Maxwell, jalando suavemente la perilla de metal para dejar la puerta cerrada.

Roncando profundamente con hilillos de saliva y el cuello torcido, Maxwell soñaba embelesado con su futuro pontificado.

-¡Despiértese!- grita entercada Heinkel, golpeando bruscamente la ventana del conductor.

-¿Eh, Jesús me llamas?... ¿Otra vez?...- musita efectivamente atontado Maxwell, limpiándose la boca con el hombro – Ah, son ustedes ¿Por qué no suben?-

-¡Porque llevamos media hora paradas como estúpidas, sin que nadie quite los seguros de las puertas!- contesta enardecida Yumiko, azotando impetuosamente su maleta encima del cofre del auto.

-Esta bien, que no es para tanto. Haber les abro el maletero- menciona muy pudiente Maxwell, presionando el llavero y retirando los seguros de las puertas.

Con todo arrebato, Heinkel y Yumiko arrojaron sus maletas contra el vacío de la cajuela. Todavía resentidas, ocuparon de mala gana sus asientos correspondientes. A Maxwell no le importo aquellos berrinches y poniendo música de opera, emprendió el viaje hasta los suburbios de Roma.

En el Orfanato, todos los pequeños habían preparado una recepción de bienvenida por consejo de la anciana Madre María. Aguardando la hora del arribo de sus invitados, Anderson les contaba en el jardín, anécdotas suavizadas sobre sus próximos huéspedes.

-En una ocasión, el Padre Maxwell en su deber moral de proteger la vida, encomendó a las hermanas Heinkel y Yumiko, viajar hasta Gales en Inglaterra para solicitarle disculpas a una organización pagana que se hacía llamar Iglesia del Único Mesías, por insultar al Vaticano y ante todo a nuestra Santidad… - narra mesuradamente Anderson acomodado en una silla, mientras los pequeños lo miraban boquiabiertos desde el pasto completamente absorbidos en la narración.

-¿Heinkel y Yumiko son las mismas Mensajeras del Castigo Divino que eliminaron a Los Fantasma del Comunismo?- pregunta interesada una vocecita de niña, que abrazaba un tierno oso de felpa.

Anderson cabeceo sutilmente afirmando. Todos los niños sonrieron emocionados.

-¿Cómo se llamaba el pagano que la fundo?- pregunta con desbordante curiosidad una criatura de nueve años y rubios caireles, regresando al tema.

-Su nombre era Abraham Banlough, mi niño- responde complacido Anderson, por el admirable interés que mostraban sus pequeñines.

-Por favor Padre, continué- imploran ávidos de detalles los huérfanos, con las piernas cruzadas y sus manos recargadas en las mejillas rosadas.

-Las hermanas Heinkel y Yumiko, gentilmente irrumpieron en la congregación durante una ceremonia, escucharon atentamente sus razones de porque lo habían hecho y ellos quedaron maravillados con su gracia. Convencidos de su buena voluntad, les permitieron conversar con su dirigente- cuenta tranquilamente Anderson sin ningún énfasis –Él reconoció que había obrado mal y por miedo al infierno, se arrepintió. A través de ellas mandó una disculpa escrita a nuestra Santidad y vivió el resto de sus días en el anonimato…-

Los niños estaban muy entusiasmados con el final del apasionante relato.

-¿Se convirtió al catolicismo?- pregunta emocionado un niño de ojos azules, apretando los puños.

-Como toda oveja detrás del pastor Nuestro Señor- responde satisfecho Anderson poniéndose de pie, porque a la lejanía escuchaba un auto acercándose a gran velocidad.

-¡Son maravillosas!- gritan orgullosas las pequeñinas -¿Padre Anderson algún día nosotras podremos ser Mensajeras del Castigo Divino como ellas?-

-Por supuesto, si trabajan constantemente todos los días teniendo a Dios como la prioridad de sus vidas- responde conmovido el Padre Anderson- Niños reúnanse, que nuestros invitados están próximos a llegar-

Apresurados, los huérfanos se levantaron y de una gran bolsa, reunieron confetis entre sus manos. Simultáneamente el portón de la propiedad se abrió, dejando pasar un espectacular vehículo rojo.

-¡Ahhh!- suspiro contento Maxwell – Hogar dulce hogar ¿Acaso no les da gusto volver a sus raíces?-

-Mis raíces están enmohecidas- responde con fastidio Heinkel, encendiendo un cigarrillo.

Maxwell giró los ojos.

-¿Y tu, Yumiko?- pregunta serenamente Maxwell, estacionándose a pocos metros de la majestuosa entrada principal - ¿También te molesta haber venido?-

-Déjeme en paz- responde aburrida Yumiko, abriendo impulsivamente la puerta.

-Que mujeres… ¿A dónde habrán pensado que las llevaría?- se pregunta desconcertado Maxwell, apagando el motor.

Se abrió el maletero y cada quien cargo su equipaje. Con toda hostilidad entre ellos, haciéndose traspiés y empujones, caminaron hacia la entrada y de pronto, fueron atacados con una lluvia de confetis.

-¡Qué demonios!- alcanza a gritar estremecida Heinkel con el cigarrillo en la boca.

-¡Bienvenidos!- gritaron emocionadas las pequeñas de voces de decenas de niños y en tumulto, corrieron peligrosamente hacia ellos para despojarles las maletas.

-¡Aléjense!- grita con histeria Yumiko, intentando golpearlos con su equipaje.

En cambio, Maxwell se dejó consentir y no ofreció resistencia alguna.

Esforzándose, los pequeños admiradores insistieron ferozmente hasta arrancarles violentamente el equipaje.

-¿Por qué?- pregunta confundida Heinkel, atestiguando como esas criaturas, alegremente corrían hacia a dentro, arrastrando con torpeza su maleta y las de sus compañeros.

-Deseo hayan disfrutado la recepción de bienvenida- comenta amablemente Anderson, apareciendo de repente junto a Maxwell.

-Lo mínimo que me merezco- responde con petulancia Maxwell, acomodándose la sotana.

-Pensé que me morderían sino cooperaba- menciona asustada Yumiko, ajustándose los anteojos –¿Esos son los hermosos retoños que tanto presume?-

-Los mismos- contesta orgulloso Anderson, entrecerrando los ojos de felicidad –Por favor, entremos que la Madre María debe tener la mesa servida… Hermana Heinkel, deshágase de ese cigarrillo-

-¡No quiero!- responde cortantemente Heinkel, aspirando hondo de la boquilla para desafiarlo.

Anderson realmente se enojo.

-¡Wolfe Heinkel, deshazte de ese sucio cigarrillo y entrégame íntegramente la cajetilla!- ordena irascible Anderson, extendiendo avivadamente su pesada mano hacia Heinkel.

-¡Soy mayor de edad, puedo fumar marihuana si quiero!- responde enloquecida Heinkel, con ojos llorosos mirando la palma extendida de Anderson.

-Wolfe no voy a ordenarte los mismo dos veces- amenaza abiertamente Anderson, todavía con la mano abierta esperando la cajetilla.

-¡No!- sostiene aguantándose las lágrimas Heinkel, ofreciendo puchero.

Maxwell y Yumiko, se miraban entre sí divertidos con la familiar escena. Anderson arqueó un ceja con disgusto y justo ahí, Heinkel comprendió que tenía las de perder.

Dolida, extrajo de un bolsillo de su sotana la cajetilla y se la dio.

-¡Ya no te quiero!- grita entre sollozos Heinkel, corriendo rumbo a la antigua alcoba que en su niñez compartió con Yumiko.

-¡Heinkel!- menciona exaltada Yumiko, persiguiéndola.

Ambos hombres se quedaron mudos.

-¿Qué habrá de comer?- pregunta finalmente Maxwell, acariciándose el estómago.

-Tu platillo favorito- responde amablemente Anderson, destrozando los cigarrillos.

Continuara…