«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»
Título original: The Snow Raven, Chapter 2
Autor: Krista Perry - kperry©aros..net
Traducción: Miguel García - garcia.m©gmx..net
«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»
Advertencia: Hay MUCHAS revelaciones de lo ocurrido en el pasaje
Venganza del manga, y en los OAV (aunque tiendo a usar el manga
como fuente principal).
~ o ~
El Cuervo de Nieve, Capítulo 2
un Fanfic basado en Rurouni Kenshin
escrito por Krista Perry
traducción de Miguel García
~ o ~
Anciana, por el invierno tocada,
rememora una Muerte no tan fría;
con ojos de un cálido violeta.
(Del diario privado de Yukishiro Tomoe)
«««»»»
Sol...
Calidez contra mi cara, rojo brillante a través de mis párpados...
Rojo...
El repentino, oscuro recuerdo de sangre. De lluvia. De caer... en las
profundidades de ojos perdidos, de color ámbar.
Al levantarse de mi mente la niebla del sueño, el corazón se me acelera
de sorpresa.
Estoy viva.
El chico... ¿no me mató?
Pestañeo contra la luz del amanecer que se filtra por una ventana de
papel de arroz, y descubro que estoy en un entorno desconocido. Un
cuarto extraño. Un suave futon debajo mío, una colcha puesta sobre mí.
Y él está sentado allí. Apoyado contra el marco de la ventana, con los
hombros encorvados, una mano descansando ligera sobre su rodilla
doblada. Su cabeza está levemente agachada; su pelo ardiente,
iluminado por el brillo de la mañana, cuelga sobre sus ojos cerrados.
Una respiración larga, lenta, casi un suspiro, susurra entre sus labios
abiertos apenas.
Durmiendo.
Extraño, cómo nunca se me ocurrió que un hitokiri pudiera dormir,
como cualquier persona normal...
Y dormido, es tan... distinto. La disposición dura de su quijada se ha
ablandado, la fría ira que revestía su cara en medio de la batalla se ha
hecho más suave.
En silencio, con cuidado, me incorporo, esperando en parte que se
despierte de un salto con mi movimiento. Pero ni siquiera se mueve.
Y al mirarlo más detenidamente... Lo caído de sus hombros habla
de un profundo cansancio; un agotamiento dentro de él que me
sorprende. Porque no vi ni traza de fatiga semejante anoche, cuando...
... cuando mató a ese hombre. Cuando hizo que la sangre lloviera
sobre la noche.
Su espada yace, envainada, a apenas una mano de distancia.
Y está dormido.
Vulnerable.
Es mi enemigo. El que mató a mi amado.
Si tuviera mi tanto en la mano en este momento, podría...
Podría...
Nada... No podría hacer nada.
Porque la vista de él, tan apacible ahora después de la violencia de
la noche previa, me hace temblar el alma con un extraño dolor...
Casi como...
Ah... No entiendo.
¿Qué debo hacer ahora?
Acércate a él, había dicho el anciano. Encuentra su debilidad. Luego ven
a decírnosla. Cobraremos tu venganza por ti. No necesitas manchar tus
lindas manitos con la sangre de ese asesino asqueroso.
Las palabras hacen eco en mi mente, y me aferro a ellas, esforzándome
por renovar el sentido de mi propósito.
Mi propósito, que me fue quitado tan inesperadamente por el sonido de
la voz de este joven, por la mirada yerma y atormentada de sus ojos.
Bueno. Estoy cerca de él ahora. La oportunidad ha caído en mis brazos
expectantes, y aún así, ahora, me descubro renuente a aprovecharla.
Porque, en lugar de matarme, me ha traído aquí.
Ni siquiera estoy segura de dónde es "aquí". ¿Su casa?
¿Por qué me trajo aquí? Lo vi matar. Debe entender que sé que es
el hitokiri del Ishin Shishi. Y en estos tiempos peligrosos, donde una
palabra traidora al oído equivocado puede costar vidas, incluso si optó
por no matarme, habría sido más inteligente, más seguro para él,
dejarme allí donde me desmayé en la calle empapada de sangre. De
seguro él lo sabe.
¿Por qué, entonces...?
Noto que hay libros esparcidos sobre el piso, y en una mesilla junto a
donde él está sentado, inmóvil. Un libro sobre la mesa yace abierto
boca abajo para marcar la página.
A él... ¿le gusta leer?
¿Qué hace un hitokiri, cuando no está matando?
Me deslizo de debajo de la colcha y, con el mayor silencio posible,
doblo la colcha y el futon, apilándolos ordenadamente en el rincón.
Recojo los libros del piso y los pongo en una pila recta junto a la mesa.
Él duerme incluso ahora.
Me alegra. No quiero estar en su cuarto cuando despierte. Y quiero
averiguar más acerca de dónde estoy sin tener que preocuparme por
él.
Por que él intervenga, quiero decir...
Dándole una última y larga mirada, abro la puerta corrediza y salgo
a un largo pasillo, mirando mi entorno, preguntándome qué debo
hacer a continuación. Humm... Demasiado grande para ser una casa.
¿Una posada, entonces?
—De modo que has salido por fin —dice una voz, baja y tirante, y me
doy vuelta, sobresaltada, para encontrarme mirando hacia abajo, a una
pequeña y delgada anciana de cabello gris, que me mira con agrio gesto
de disconformidad. Estira la mano por detrás de mí para cerrar la puerta
corrediza, pero luego se detiene al notar el futon doblado y al joven. Que
sigue durmiendo apaciblemente.
Cuando vuelve a poner la mirada en mí, tiene los ojos todavía severos,
pero suavizados por el asombro.
—Ven, niña —dice en voz queda, cerrando la puerta—. Tú y yo tenemos
que hablar.
—Sí —concuerdo.
El ceño de la anciana se distiende aún más.
—Sígueme —murmura, volviéndose para caminar por el pasillo—. Podemos
hablar en la cocina. Tengo huéspedes importantes a quienes dar de comer,
y un desayuno que preparar.
Luego musita:
—Nunca había visto a Himura-san dormir tan profundamente...
La sigo en silencio.
Himura. Su verdadero nombre, entonces. No Hitokiri Battousai.
Me trajo aquí. Debió haberme cargado.
Me pregunto... qué se sentía. No recuerdo...
Akira-san nunca me cargó, nunca me alzó en sus brazos de ese modo.
Nunca tuvo la oportunidad...
El olor de arroz y sopa de miso cocinándose llena el aire. La anciana
me guía hasta la cocina, donde varias ollas de comida están hirviendo
sobre pequeñas hornillas.
—Bien —dice, cerrando detrás de ambas la puerta corrediza de la
cocina—. No debemos molestarlo ahora. Ese pobre niño duerme muy
poco. Ahora bien, mi nombre es Okami Yui. Soy la dueña de esta posada.
—Yukishiro Tomoe —respondo con una cortés reverencia—. Yo...
He abandonado mi familia y mi posición, no tengo a nadie, y no me
queda nada salvo mi pena, y un deseo de venganza que se ha vuelto
enredado y confuso desde que miré anoche los ojos del asesino de mi
prometido...
—Yo... Estoy sola —musito.
Ella clava la mirada en mí por un momento largo.
—Sola —repite—. ¿Tan sola, que sigues a un desconocido en la noche?
Así que él se lo contó. Probablemente ella sabe todo lo que ocurrió.
Lo que significa que también está al tanto de que sé quién es él.
—Él... me salvó de unos hombres...
—Sí, sí, ya sé todo eso. —Me mira atentamente, con ojos penetrantes—.
Lo que quiero saber es... Habiendo presenciado el derramamiento de
sangre... ¿Qué piensas de él?
Titubeo. —...No sé.
—¿Te produce miedo?
—Sí.
Pero no por la razón que cree.
—¿Planeas marcharte ahora?
—... No.
Tiene los ojos duros, la mirada cortante:
—¿Por qué no? Ya sabes quién es él y lo que es. Es el hitokiri del Ishin
Shishi. Incluso en medio de esta guerra, su oficio es una violencia la más
terrible índole.
—Lo sé.
—¿Y quieres quedarte con él ahora, aun sabiendo eso? ¿Por qué?
Porque voy a destruirlo. Porque no puedo soportar destruirlo. Porque
me he visto a mí misma en sus ojos y ahora estoy extraviada, y necesito
volver a encontrarme...
—Porque... me ayudó. Y no tengo adonde más ir.
Ella me mira por un momento largo, como tratando de ver más allá de
mis palabras y dentro de mi corazón oculto. Pero estoy segura de que
no puede ver tan adentro, porque ni Akira-san, que me amó, pudo
jamás...
Por último, mi respuesta, o lo que sea que ella cree ver en mi cara,
parece satisfacerla, porque su mirada fría se derrite por completo y me
mira con una extraña complacencia.
—Ah —dice por fin—. Ya veo. —Y asiente con una mirada de tanto
entendimiento que casi creo que comprende.
Pero, ¿cómo podría, cuando ni yo misma me entiendo?
—En fin. —Me hace una seña para que me siente sobre un tatami,
donde se han colocado dos puestos—. ¿Te gustaría desayunar?
Pestañeo con sorpresa.
—Gracias.
«««»»»
El té está casi hirviendo. Sostengo la taza ondeada en las manos,
dejando que su calor penetre mis dedos fríos antes de llevármela
con cuidado a los labios.
—Y bien —dice Okami-san, levantando la mano para meterse unos
mechones sueltos de cabello gris-hierro detrás de una oreja—. Solo
para que lo sepas, logré quitarle todas las manchas de sangre a tu
kimono. Ya está tendido, y debería estar listo en la tarde.
Así que ahí estaba. Bajo la mano para alisar inconscientemente el
suave algodón de la yukata blanca y limpia con la que desperté.
—Perdón por las molestias...
Cuando las palabras dejan mi boca, pienso en lo extraño que es
disculparse por algo así. Lo extraño que es estar discutiendo una cosa
semejante durante el desayuno. Dispense usted por tener que lavar de
mi kimono la sangre de un hombre asesinado. Y gracias por dejarme
pernoctar en el dormitorio del asesino...
Ella resopla suavemente antes de beber un sorbo de té.
—No es molestia, linda. Ya he lavado suficiente ropa manchada de
sangre para saber cómo manejar un kimono. Y creo que logré lavar la
mayor parte de la sangre de tu piel, pero igual querrás darte un baño
después, solo por si acaso.
Los ojos se me agrandan:
—Entonces usted... Yo creí que él... —Me miro, y siento una punzada
de alivio por un miedo que no me atrevía a expresar ni a mí misma.
Okami-san mira mi cara, y de repente suelta una risita:
—¿Himura-san, cambiarte de ropa? ¡Válgame, no!
La idea parece serle asombrosamente graciosa, porque se seca lágrimas
de risa de las arrugas alrededor de sus ojos.
—Tomoe-san, muy hitokiri será, pero en... otros asuntos... es un niño
bastante inocente. Hasta anoche, ni siquiera estaba segura de que
entendiera lo que era una muchacha.
Pestañeo, sin saber bien cómo responder a tal revelación.
—Debo decir —continúa con agrado— que es un alivio, francamente.
Siempre está tan pálido y tan serio, sin hablar nunca en realidad hasta
que una se dirige a él directamente. ¡Y anoche es la primera vez que
lo veo sonrojarse! Creo que nunca voy a olvidar la cara que puso
cuando lo sorprendí intentando entrar a escondidas, cargándote en
brazos. La cara le se puso casi del color del pelo, diría yo, y empezó de
inmediato a tartamudear explicaciones... —dice, y ríe suavemente, con
un afecto que me sorprende.
Esto... No puedo imaginar al guerrero oscuro de anoche sonrojándose
ni tartamudeando.
Pero, por otro lado, el chico que dormía esta mañana...
El escepticismo ha de vérseme claramente en la mirada, porque ella me
sonríe con un brillo perspicaz, casi pícaro, en los ojos.
—Tomoe-san, confía en mí. He sabido que ha enfrentado a algunos de
los hombres más peligrosos sin temor... y sin embargo, nunca lo he
visto tan aliviado como cuando me hice cargo de la situación y lo mandé
a lavarse. Créeme, querida, tu virtud está a salvo con él. Creo que hubiera
preferido dejarte dormir ensangrentada antes que atreverse a tratar de
limpiarte él mismo.
—Ah...
Bajo la vista brevemente para mirar al interior de mi té, no segura del
todo de cómo sentirme con sus palabras tranquilizadoras. Aliviada, sí.
Pero también...
—En fin, vayamos al grano —dice, la cara enseriándosele una vez más,
aunque sin la dureza de la desconfianza exhibida previamente.
—Yo... —me apresuro a decir— lo consideraría un gran honor si me
permitiera ganarme mi estadía ayudando con la cocina y el aseo.
Ella sonríe:
—Te lo agradecería mucho, linda. Pero no es de lo que quería hablarte.
Yo pestañeo:
—Entonces...
—Se trata de Himura-san —dice—. Y de por qué voy a dejar que te
quedes.
—Ah...
Bajo mi taza con manos que tiemblan levemente. Una parte mía desea
saber... Pero otra parte de mí tiene miedo. Si sé más de él, si se hace
aun más humano en mis ojos, cómo voy a poder...
Y otra parte de mí me susurra que ya es demasiado tarde...
La anciana baja la mirada y golpetea ausentemente con los palillos
contra su tazón de arroz.
—Le has visto los ojos —murmura.
Después de un momento, me doy cuenta de que es una pregunta.
—Sí.
—Ay, Tomoe-san —dice, con su voz tenue repentinamente delgada
de congoja—. Si supieras... Si tan solo lo hubieras visto antes...
Un pequeño nudo de temor enfermizo se me empieza a formar en
el estómago.
—¿Antes?
—Lo conozco desde hace más de un año —dice Okami-san en voz
queda—. Desde que Kogoro-sama lo trajo a Kioto para que fuera el
hitokiri del Ishin Shishi. Tenía apenas catorce años.
Sus palabras caen sobre mí como agua helada. Yo estaba en lo correcto.
Apenas un niño...
—También era callado entonces, y tan serio, pero, ay, qué amor de niño.
Hasta me ayudaba con la posada. Siempre estaba lavando platos,
limpiando el piso y lavando ropa sin que se lo pidieran siquiera, antes de
ese primer...
Se interrumpe, mueve la cabeza y sonríe con melancolía, aunque hay un
dejo de tristeza en la
—Y esos ojos... Nunca se ve ahora, pero eran de un suavísimo color
lavanda... —Se detiene, restregándose la frente con dedos delgados y
rugosos—. Muy hitokiri habrá de ser, y el cielo sabe lo mucho que lo
necesitamos. Pero hace apenas un año, era un niño en todos los aspectos
que importaban. Lleno de idealismo, emoción, e inocencia..., compasión...
Eso último es dicho con una pena que me conmueve el alma, y sin
embargo...
Y sin embargo no puedo creerle. ¿Cómo es posible que el asesino que vi
anoche hubiera podido ser lo que ella dice? Lejos más probable era que
hubiese sido un muchacho delincuente, enojado con todos y con todo,
buscando una excusa para desquitarse de su dolor...
Como otro muchacho joven e iracundo que concozco.
—Crié tres hijos —dice Okami-san, como si me leyera la mente. Me está
mirando de nuevo, con una mirada pesada—. Sé cómo son los chicos.
Pendencieros y revoltosos, muchas veces egoístas y superficiales... Pero
no Himura-san. Ay, lo que daría por que esos tres tarambanas míos
tuvieran siquiera la mitad de su alma...
Y contra mi voluntad, quizá por la insistencia de su voz, trato de
imaginarlo como ella lo describe. Trato de imaginármelo sin esos ojos
que arden de frialdad, o que no son extraviados y vacíos, sino cálidos
y llenos de compasión.
Ojos como los de Akira-san...
La taza empieza a resbalarse de mis dedos insensibles. Rápidamente,
pongo la palma de la mano izquierda bajo la taza para evitar que caiga.
Ah... ¿Por qué no dejan de temblar mis manos?
—Pobre niño —murmura Okami-san. Cómo deseo que se calle, que
termine, que no hable más de él. Pero ella me niega mi deseo
inexpresado—. Deseaba tanto ayudar a la gente...
—Deseaba... —repito, notando el tiempo pasado, sabiendo incluso
mientras lo hago que estoy dando palos de ciego—. ¿Acaso ya no...?
Todos los asesinos fueron inocentes, después de todo. No importa
cuán puro su pasado, nada cambia para mí si ya no...
—No, no —dice ella con firmeza—. Desde luego que aún desea ayudar.
Pero... —Se interrumpe, y aunque estoy ansiosa por oír su capitulación,
estoy sentada en silencio y espero a que continúe.
—Pero tantas muertes —dice, fatigada-. Y es tan niño todavía... pero
ahora, tan viejo... Y esos ojos...
La forma en que ella habla... con la voz llena de un dolor indefinible.
Como si supiera lo que sentí cuando lo vi.
Tal vez no soy sólo yo. Tal vez todo aquel que mira al interior de esos
ojos se pierde.
Y Okami-san está hablando de nuevo, sólo que su mirada hasta hace
poco aguda está ahora nublada y distante:
—Nunca voy a olvidar el día que llegó a la casa después de su primer...
encargo. Toda vida y calidez se le había ido de los ojos; el violeta se
había descolorido hasta ser de un gris casi traslúcido. Me asusté, y le
pregunté si se encontraba bien. Y dijo, "Estoy bien. De todos modos
no importa, ¿cierto? Tengo que pelear por la nueva era. Eso es todo".
Creo haber llorado por él entonces...
Está llorando por él ahora. Pero su mirada es tan distante, que me
pregunto si lo sabe siquiera. Las lentas lágrimas que salen se pierden
en las arrugas profundas de sus ojos...
—Y después de cada nuevo encargo, yo podía verle incluso ese gris
turbio de los ojos ser tragado poco a poco, carcomido por ese color
ámbar vacío, terrible...
"Pobre niño —musita—. Pobre niño...
No más. No puedo soportarlo.
—¿Por qué —pregunto por fin— me cuenta eso?
Ella se sobresalta ante el sonido de mi voz, y me mira como sin
entender por un momento, como viéndome por primera vez. Luego,
despacio, menea la cabeza, y sacude una mano arrugada a la altura
de la sien, como si ahuyentara a los recuerdos como quien espanta
una polilla. Cuando levanta la mirada para encontrar la mía una vez
más, sus ojos ancianos son de nuevo agudos y claros. No nota —o no
hace caso de— las huellas de las lágrimas en su piel rugosa.
—Porque —responde— anoche, por primera vez desde que se convirtió
en el hitokiri, volví a verle un pequeñísimo brillo de vida en los ojos.
Ah.
Cielo santo...
—Y por eso —dice, asintiendo con expresión estricta— voy a dejar que
te quedes.
«««»»»
