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Título original: The Snow Raven, Chapter 3(b)
Autor: Krista Perry - kperry©aros..net
Traducción: Miguel García - garcia.m©gmx..net
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Advertencia: Hay MUCHAS revelaciones de lo ocurrido en el pasaje
Venganza del manga, y en los OAVs (aunque tiendo a usar manga
como fuente principal).

~ o ~

El Cuervo de Nieve, Capítulo 3(b)
un Fanfic basado en Rurouni Kenshin
escrito por Krista Perry
traducción de Miguel García

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Akira-san...

Aferro la escoba hasta que los nudillos se me ponen blancos, y
barro el suave piso de madera con pasadas fuertes y rápidas,
concentrándome únicamente en quitar hasta la última brizna de
mugre.

Limpiar. Limpiar. Limpiar.

Amado...

Cierro fuerte los ojos, brevemente, mientras el dolor quemante de
mi propia traición amenaza con rasgarme el alma.

No pienses. No...

El piso está limpio. Más que limpio. Puedo verme, afligida y pálida,
en la lustrosa superficie de madera.

No... Yo... no puedo ser vista así, con mi máscara de hielo derritiéndose
bajo el ardor blanco de la ira.

Si él me ve ahora, lo sabrá. Sabrá la verdad de por qué vine a él.

Tengo que trabajar. El trabajo ocupará mis manos, mi mente...

Quizá... Quizá Okami-san necesite ayuda en la cocina.

Escoba en mano, camino despacio por los largos pasillos. El deliberado
movimiento me calma, dándome nuevamente oportunidad de poner la
cara inexpresiva y abatir la mirada, permitiéndome esconder sentimientos
e intenciones a los ojos perceptivos. Al pasar junto a cada cuarto
particionado, puedo oír el sonido sordo de hombres hablando en voces
quedas y afanosas, que murmuran a través de las puertas de papel de
arroz cuando voy pasando.

Me pregunto dónde estará él ahora. ¿En uno de estos cuartos?
¿Discutiendo campañas y estrategias de guerra con los líderes del Isihin
Shishi? ¿Preparándose para derramar la sangre de más gente indefensa
con el poder demoníaco de su espada?

Entro en la cocina y cierro con alivio la puerta corrediza detrás de mí.

Okami-san no está aquí. Pero hay una pila de tazones de arroz y copas
de sake sucios dentro de un cubo de lavado...

Mis manos se mueven con veloz automatización. Remojar. Restregar.
Enjuagar. Secar. No pensar.

No.

No pienses en cuánto, hace sólo unos minutos, disfrutaste estar en
presencia del asesino de tu amado... En cómo su joven rostro cicatrizado
te llenó la mente y el corazón, y no podías pensar en nada más...

Un tazón de arroz se me resbala de los dedos temblorosos hasta romperse
en el piso. Estoy de rodillas en un instante, recogiendo los pedazos grandes,
combatiendo el miedo que crece en mi pecho ante el mal presagio que yo
misma he precipitado...

—¿Tomoe-san?

Levanto la vista para ver a Okami-san entrando a la cocina. Me mira a mí
y al tazón roto.

—Pe... Perdón —musito, mirándola, luchando desesperadamente por
mantener mi máscara de calma en su lugar—. Fui descuidada, y se me
cayó...

—No te preocupes, querida —dice ella amablemente, tomando la escoba
de donde está contra la pared para barrer las astillas de cerámica
esmaltada dispersas, formando un pequeño cúmulo—. Estos accidentes
ocurren. El cielo sabe que estas viejas manos mías han hecho que se me
cayeran más de tres tazones de arroz.

Está siendo demasiado benévola conmigo. ¿Que no ves quien soy?, quiero
gritarle. Con toda la sabiduría de la edad, ¿no puedes ver que has recibido
a una víbora en tu hogar? Puede que mi mordedura no haga sangrar ni
deje marca, pero igual el veneno es efectivo y mortal. Y el asesino Himura,
a quien quieres como a un hijo, de seguro perecerá por causa de él...

—¿Lo viste? —pregunta ella de pronto, asustándome, y la miro, casi segura
de que la culpa que siento es evidente es mi cara. Pero no... Ella sonríe.

—¿A quién? —pregunto con cuidado.

—A Kogoro-sama —me dice ella, ansiosa, barriendo lo último de los
fragmentos de cerámica hasta ponerlos sobre un pedazo doblado de papel
de arroz—. Estaba en la habitación de Matsu cuando les serviste desayuno.

Ah. El líder del Choshu Ishin Shishi.

—Pues... Había tantos hombres en esa habitación...

Ella hace un chasquido con la lengua:

—Ah, lo reconocerías si lo vieras. Es bastante fácil de distinguir en una
multitud. —Una sonrisa menusa dobla los bordes de sus labios arrugados—.
Alto, apuesto, con el rostro de un dios y el porte de un emperador.

Yo pestañeo, sorprendida por el brillo mudo de sus ojos.

—Pues yo...

Ella levanta una ceja y frunce el ceño, desanimada.

—Si tienes que pensarlo, no lo viste —suspira, y abre la puerta corrediza
trasera para tirar a la basura los residuos de cerámica—. En fin. —Sonríe
de nuevo y encoge sus hombros delgados y frágiles—. Se me ocurrió que
convenía que avistaras al hombre que va a cambiar el destino de Japón.

—Ah —digo, asintiendo con una sonrisa leve. Esa parece ser la respuesta
apropiada—. Bueno, ya habrá otras oportunidades de conocerlo, no me
cabe duda.

—En efecto. —Se sacude las manos, y pasea la mirada por la cocina limpia
con gesto aprobatorio—. Hm, muy bien. De verdad eres una maravillosa
ayuda, querida. Pero creo que ya has hecho suficiente por hoy. ¿Por qué
no vas a darte un baño ahora? Después de todo por lo que has pasado, te
mereces un buen baño caliente.

Por primera vez en lo que parecen ser siglos, una leve sonrisa genuina
me toca los labios. Un baño sí suena maravilloso...

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El sólo entrar en la casa de baño es relajante. El aire está tibio y húmedo
de vaho. Okami-san me ha dejado una yukata limpia, y algunas agujas
para el cabello. Con experimentada facilidad, me recojo el cabello sobre
la cabeza, luego me quito la yukata usada en el trabajo, dejándola caer
al piso, en torno a mis tobillos.

Me inclino para recogerla...

... Y me quedo helada, y la piel se me enfría pese al cuarto tibio.

Okami-san tenía razón. Por bien que me hubiera limpiado anoche estando
yo inconsciente, ella al parecer preservó mi pudor hasta donde le fue
posible... Porque puedo ver que todavía tengo la sangre de un muerto en
la piel...

Momentos después, me encuentro sentada en un banquillo, vertiendo
sobre mi cuerpo cubetazos de gélida agua de pozo, mirando con fascinación
insensible, casi embelesada, a las escamas color pardo rojizo disolverse y
desaparecer. El agua, girando en el drenaje del piso para volver a penetrar
en la tierra, queda teñida de rosado.

Temblando, me enjuago minuciosamente, una y otra vez hasta que el agua
que corre por mi piel pálida sale clara y diáfana.

Bueno... Así está... mejor...

Cerrando los ojos, me deslizo al interior del baño caliente y vaporoso,
sumergiéndome hasta el mentón. Es una sensación calmante en mis
músculos cansados y adoloridos... Y aún así no puedo dejar de temblar.

Himura...

Mataste a ese hombre con la ferocidad y simpleza de una fiera salvaje.
Tus ojos llameaban de un dorado bestial en la oscuridad...

Y sin embargo, esta mañana cuando me hablaste, parecías... tan niño.
Un inocente, casi. Una contradicción tan grande respecto de quien eras
anoche, que ni siquiera podía verte como a la misma persona.

¿Cómo puede ser esto? Cuando el instante de muerte y destrucción ya
ha pasado... ¿qué sientes?

¿Acaso no hay remordimiento, no hay pena que toque tu corazón?
¿Acaso los asesinatos para ti no significan nada? ¿Verdaderamente no
eres más que una cáscara sin alma, una herramienta asesina para el
Ishin Shishi?

El recuerdo de atormentados ojos ámbar llena mi mente.

¿O... se imprime cada muerte en lo profundo de tu corazón joven?

¿Recuerdas los nombres de aquellos a quienes has muerto, cuya sangre
te ha manchado las manos? ¿Recuerdas sus caras?

¿Recuerdas... a Akira-san?

Y si recuerdas... ¿cómo soportas vivir? ¿Qué te impulsa a continuar?

No veo qué. No te comprendo.

Me asustas tanto...

Vaya... El agua se está enfriando. ¿Cuánto rato llevo sentada aquí?

Tengo que volver. Okami-san debe estar preguntándose si no me he
ahogado aquí dentro...

«««»»»

La sensación de una yukata limpia contra mi piel es confortable, en
una extraña manera, al igual que la sensación del lustroso piso de
madera bajo mis pies descalzos, al caminar por el pasillo hacia la
cocina.

Y al aproximarme a la puerta corrediza, oigo de repente la voz de él.
Baja..., aunque claramente alterada... Y vagamente suplicante.

—... es absurdo. Es que... ¿No puede quedarse en otro cuarto?

Me detengo justo fuera de la puerta... y escucho.

—No hay ningún otro lugar —explica pacientemente la voz de
Okami-san—. Con Kogoro-sama aquí, todas las habitaciones están
completas. No nos queda ni una sola.

Espiar no es de buena educación, lo sé. Sin embargo, ya que parezco
ser yo el tema de conversación...

—Pero... ¡no se puede quedar en mi cuarto!

—¿Por qué no? Se quedó allí anoche, y no tuviste ninguna queja.

—¡Eso fue distinto!

—¿Cómo así?

—Pues, ella estaba... inconsciente.

—Y ahora está despierta para apreciar tu hospitalidad.

El tono pícaro de Okami-san no deja duda en cuanto a qué se refiere.

Él balbucea. —¿Q...qué? ¡No, claro que no! ¡Yo no quiero darle... eeh...
hospitalidad!

—¿Entonces para qué la trajiste aquí anoche? —pregunta Okami-san
con voz coquetona.

—¿Y qué iba a hacer, abandonarla? ¡Practicamente se desmayó en mis
brazos!

—¡Madre mía, qué romántico!

Un sentido lamento. —Okami-san...

—Lo siento mucho, Himura-san —dice Okami-san, con su voz perdiendo
el tono bromista—, pero no hay otra alternativa. Tú la trajiste a la casa,
por lo tanto ella es tu responsabilidad. Debe quedarse en tu habitación.

—Pero...

—Sin "peros". Tú la trajiste aquí, y ella ha elegido quedarse contigo. Eso
significa que tu habitación es su habitación. Si no te gusta ese arreglo,
debes entenderte con ella.

Silencio. Luego, un pesado suspiro.

—Bien. Así lo haré.

Tan absorta estoy en la conversación, que no tengo tiempo ni para
moverme cuando lo oigo caminar hasta la puerta. La abre... y pestañea,
sobresaltado, al mirarnos una vez más a la cara, a los ojos...

—Tomoe-san —dice. Y un rubor leve (de bochorno o de enojo, no puedo
decir) se extiende por su cara al percatarse de que debo haber oído al
menos el final de la conversación.

Inclino mi cabeza hacia él cortésmente, con mi máscara en su lugar,
aunque el corazón me bombea tan fuerte en el pecho, que estoy segura
de que debe poder oírlo.

—Himura —contesto suavemente.

Él deglute fuerte, una, dos veces... y luego sus facciones nerviosas se
endurecen con decisión.

—Okami-san dice que ya terminó con sus quehaceres —dice con una
calma sorprendente—. ¿Supongo entonces que no tiene ningún otro
compromiso urgente?

—Ninguno.

Santo cielo... Ya no puedo posponerlo. ¿Estoy preparada para esto?

Él asiente con ademán parco.

—Bien. Entonces tenemos que hablar.

Sin esperar una respuesta, pasa por mi lado. Lo sigo en silencio,
armándome de valor por dentro para lo que está por venir.

No puedo ser débil ahora. Él me tiene confundida, me tiene asustada,
pero no puede saberlo. No debe saberlo.

Debo quedarme con él, a toda costa.

Se dirige al jardín. Pero, al deslizar la puerta que da hacia afuera, un
destello de espanto pasa por su cara cuando ve que el jardín ya está
ocupado por varios de sus camaradas. Cierra rápidamente la puerta
antes de que ellos puedan volverse y vernos parados juntos en el
pasillo.

—Quizá —sugiero, manteniendo la voz cuidadosamente neutra—, es
posible hablar con más intimidad... en tu habitación.

Me lanza una mirada, irritado, y luego suspira.

—Claro. Vamos, entonces —dice en una manera que comunica claramente
"no veo la hora de terminar con esto".

Su cuarto no está como lo dejé. Aunque el futon sigue doblado
ordenadamente en el rincón, noto que algunos de sus libros están una
vez más dispersos en la mesa, y me pregunto cuándo habrá encontrado
tiempo para leer hoy. ¿Acaso leer... lo calma? ¿Distraerá, quizá, a su
mente de la pesadilla espantosa que es su existencia?

Me arrodillo sobre la esterilla del tatami, esperando que él haga lo
mismo. Pero, en cambio, se pasea por un momento, como inseguro de
qué hacer... luego va y se sienta junto a la ventana. Su muestra de
nerviosismo alivia un poco mis miedos, y siento endurecerse mi
determinación.

Himura... desolado hombre-niño cicatrizado emocionalmente, o asesino
desalmado... Quiequiera que seas, no te desharás de mí hasta que lo
sepa con certeza.

Él respira hondo. —Tomoe-san...

—¿Sí?

Lo miro expectante, y él vuelve a suspirar, cerrando los ojos y agachando
la cabeza de modo que su pelo rojo-fuego le cae en torno a la cara,
oscureciendo parcialmente la larga cicatriz de su mejilla.

—Bien... —dice por fin—. Jure que olvidará todo lo que sucedió anoche.

Me mira, esperando que responda.

No lo hago.

—Eehh —añade con aire de incomodidad—, ahora quiero que se marche.

Yo pestañeo, turbada por su franqueza. Pues... ciertamente no se anda
con rodeos...

—¿Soy una molestia para ti aquí? —pregunto inocentemente, sabiendo la
respuesta a la perfección—. A Okami-san le agrado —añado, como si eso
por sí solo me debiera calificar para la residencia permanente en sus
habitaciones.

Me mira entonces, con perplejidad en su penetrante mirada ámbar. Abre
la boca, la cierra, luego la vuelve a abrir, como si luchara por encontrar
una refutación conveniente.

—Su familia ha de estar preocupada —dice por fin.

Sus palabras me clavan dagas punzantes de pérdida y culpa en el alma.

—Si tuviera una familia con la cual regresar —digo, con dolorosa sinceridad—,
entonces no habría salido completamente sola a emborracharme.

Al oír eso, él cierra los ojos, con una expresión dolida.

—Mire —dice, su exasperación mitigada de pronto con una delicadeza que
me sorprende—. No sé qué sucede en su vida personal. Lo lamento si está
en problemas. Pero en caso de que no se haya percatado, estamos en
guerra. Ahora no estamos en condiciones para cuidar de usted.

Por un momento, casi dudo. Por un momento, su inesperada piedad por
mi situación casi me hace sentir culpable por ser una molestia para él...

Pero luego, me pregunto de pronto dónde estaba esa piedad, cuando me
privó para siempre de mi amado...

—¿Qué harás, entonces, si me niego a irme? —digo con deliberada
lentitud—. ¿Acabarás conmigo? ¿Como el samurai macabro que eras
anoche?

Lo directo de mi pregunta lo toma desprevenido, y se tensa de ira. Por
un momento fugaz, le veo un brillo vacilante de furia asesina en los
ojos, y el espanto repentino y visceral que ésta enciende en mí es puro
y terrible...

Pero entonces el brillo se le ha ido de los ojos tan rápido que me
pregunto si tal vez no lo imaginé, que solo esperé de él esa reacción
por causa de mi pregunta descarada e insultante. Aunque mi pulso
acelerado dice otra cosa...

Es para mí un recordatorio forzoso. Este no es un simple joven el que
tengo ante mí, sino el Hitokiri Battousai. Y estoy jugando aquí un juego
peligroso, al tratar de desenmarañar el enigma de su existencia...

Debo ser cuidadosa. Y aún así, tampoco puedo ser suave con él.

—Mire —dice con voz hosca, aunque su enfado, para alivio mío, no
parece homicida, sino meramente defensivo—. Piense lo que quiera,
pero yo mato por una nueva era que permitirá que todos vivan en paz.
No se trata de matar sin tener en cuenta quién sea. Yo solo peleo
contra miembros armados del Shogunado. E incluso si los civiles son
efectivamente enemigos, yo nunca mataría a nadie que estuviera
desarmado.

—Ah —digo con una calma extraña, como si estuviéramos discutiendo
los méritos del té, en lugar del asesinato—. Entonces, ¿matarías personas,
buenas o malas, simplemente si tienen una espada en la mano?

La pregunta parece golpearlo como un puñetazo. Me mira pestañeando
en conmocionado silencio.

Su reacción de pasmo es una revelación para mí.

Ah... Ya entiendo. No lo ha pensado de ese modo antes. Y no le gusta
la idea, expresada de esa manera. No, para nada.

—Si se trata de eso —persisto en voz baja, mirándolo de lleno a sus
grandes ojos ámbar—, entonces... Si ahora tuviera una espada en la
mano... ¿Me matarías enseguida?

Me mira en silencio... y no veo respuesta alguna en la desorientación
de su semblante.

Eso por sí solo me perturba con una intensidad que logra sacudirme
hasta la médula.

—Ya veo —digo a media voz, poniéndome de pie con una estabilidad
que me sorprende—. Muy bien. Algún día, cuando encuentres la
respuesta... Por favor, no dejes de hacérmela saber.

Y con eso, salgo de la habitación, dejándolo mirando la puerta al
cerrarla detrás de mí.

Solo cuando me he ido, él vuelve a encontrarse la voz.

—E... ¡Espere! —llama detrás mío—. ¿De verdad pretende quedarse
aquí?

No contesto. Mi presencia en su cuarto esta noche, reflexiono
lúgubremente, será respuesta suficiente.

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