«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»
Título original: The Snow Raven, Chapter 4
Autor: Krista Perry - kperry©aros..net
Traducción: Miguel García - garcia.m©gmx..net
«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»

¨
Advertencia: Hay MUCHAS revelaciones de lo ocurrido en el pasaje
Venganza del manga, y en los OAVs (aunque tiendo a usar el manga
como fuente principal).

~ o ~

El Cuervo de Nieve, Capítulo 4
un Fanfic basado en Rurouni Kenshin
escrito por Krista Perry
traducción de Miguel García

~ o ~

Aplastar el alma herida
o sanar con el bálsamo de la compasión...
¿Medios para el mismo fin?

(Del diario privado de Yukishiro Tomoe)

«««»»»

Himura me está evitando.

No sé si sentirme frustrada... o aliviada. Pero supongo que no debería
soprenderme después de nuestro desagradable intercambio de hace
casi dos semanas.

¿Estará pensando en lo que dije?

Pues, lo esté o no, está claramente frustrado con mi porfía en no irme;
con que haya tomado residencia permanente en su propio refugio
personal.

Él... podría obligarme a que me fuera. Eso es evidente. Sin lugar a dudas
está capacitado.

Pero no lo hace. Y cuando le conté brevemente a Okami-san el resultado
de lo que había ocurrido entre nosotros esa primera noche, ella no hizo
sino reír suavemente y dijo: "Sabía que no tendría corazón para echarte".

Bueno... Puede que no. Pero aún así me está evitando.

Cada noche, cuando mis labores están terminadas, voy a su habitación...
y él no está allí. Sospecho que se escabulle por la ventana cuando me
oye venir. Adónde va, y qué hace toda la noche mientras yo duermo en
su futon, en su cuarto, no lo sé.

No creo que esté... matando. Puesto que sé que solo mata cuando es
atacado, o cuando le es dado el encargo... Y no creo que le hayan dado
un encargo desde mi llegada. No sé por qué lo pienso, pero... hay una
sensación que él proyecta. Una tensión. Una espera. Y con cada día que
pasa... la sensación crece.

Además, Okami-san me ha dicho que la ropa del lavado no ha estado
manchada de sangre últimamente.

Me pregunto si simplemente vaga por las calles de Kioto en la noche.
Parece un fantasma confundido, rondando la posada durante las horas
del día, y escapando con el anochecer. Todo para evitar mi compañía.

Lo que sea que haga en su ausencia nocturna, no está durmiendo.
Cada mañana, cuando me levanto a preparar el desayuno, apenas
vuelvo a pasar junto a su cuarto, sin falta, lo encuentro allí de nuevo,
sentado contra el marco de la ventana, con sus espadas sobre las
piernas, la cabeza agachada contra el pecho mientras dormita.

Como ahora.

Abro la puerta corrediza con mi escoba en mano, sin hacer ningún
esfuerzo por ser silenciosa, y él levanta la cabeza, alerta de inmediato,
y claramente molesto por mi intrusión.

—Voy a limpiar —le digo, categórica—. Por favor sal de la habitación un
rato.

Él gruñe, sin moverse de su posición contra la ventana.

—No le he pedido limpiar —dice.

—Hay dos semanas de polvo acumulado aquí —explico—, porque
hasta ahora no te he interrumpido en tus extraños hábitos de sueño.
No te interrumpiría ahora tampoco, pero Okami-san me pidió que me
encargara.

Himura suspira pesadamente, y pasa una mano por sus mechones
rojos mientras se levanta con irritada resignación, y yo le agradezco
en silencio a Okami-san por el pequeño poder que me da el solo
mencionar su nombre. Dudo haber podido moverlo de otro modo.

Colgándose las espadas al costado, él mira luego la mesilla donde
están dispersos sus libros, y estira la mano, al parecer buscando
algún material de lectura conveniente para pasar el rato durante su
traslado involuntario. Su mano se detiene sobre un libro blanco...

... Y siento la respiración atorárseme en la garganta cuando lo alza
con curiosisad.

¡Ay, no! ¡Olvidé guardarlo anoche!

—Ese es mi diario —digo, esperando que el repentino pánico que
siento no se me refleje en la voz—. Preferiría que no lo leyeras.

Pero... eso no fue lo más indicado para decir, porque los ojos de
Himura se agrandan aún más con iquisitividad, mirando el libro que
tiene en las manos...

... Justo en el instante en que me acerco a él y se lo quito sin dificultad.

Nos miramos un momento. Mi máscara está en su lugar, pero la
expresión de él, como de costumbre, es fácilmente legible, y parece
bastante confusa y molesta... Sobre todo cuando escondo el libro en la
parte frontal de mi obi, lejos de su mirada curiosa.

—A buen resguardo —digo, dándole la espalda. Y luego finjo ocuparme
barriendo el piso por un momento, esperando ver cómo responde.

Pero no dice una palabra. Sencillamente sale por la puerta. El aire de su
casi palpable irritación le sigue de cerca.

Solo entonces suspiro con alivio. Y luego, mirando la mesa, me percato
de que...

Humm... Olvidó llevarse un libro.

No creo que vuelva a buscar uno. Es demasiado orgulloso... y está
demasiado enfadado conmigo.

Imagino que encontrará alguna otra cosa con qué ocupar el rato
mientras espera que limpie el cuarto, pero aún así...

¿Por qué me siento tan culpable? ¿Porque, una vez más, lo he sacado
del único lugar donde podría tener algo de paz?

¿Acaso merece paz siquiera?

Pero si no la merece... ¿por qué me siento tan culpable?

Barro el piso con apatía por un momento.

Luego, sin pensar, apoyo la escoba contra la pared, y miro los libros;
elijo el que recuerdo haber visto abierto más recientemente, y salgo al
pasillo.

No sé por dónde se fue. Pero, volviéndome, veo a Iidzuka-san, el
camarada flaco y de ojos tristones de Himura, salir por la entrada del
frente, y decido buscar por ahí primero.

Doblo por el recodo... y veo a Himura parado en el pasillo, derecho y
rígido, como una estatua.

—Aquí estás —digo al acercarme a él, ofreciendo el libro con una mano...

Y entonces le veo la cara.

Tiene los ojos duros e inexpresivos. Tiene la quijada apretada. Se mira
las manos. Instintivamente, mis ojos siguen los suyos, y veo que, en
una mano, tiene un sobre negro.

Un sobre negro...

La sangre se me hiela en las venas al comprender de pronto.

Por alguna razón que apenas puedo entender, sigo extendiendo el libro.

—Me... Se me ocurrió que podrías querer...

No puedo terminar la oración. Las palabras se me atoran en la garganta.
La vista de ese sobre negro me llena con un espanto tal, que no puedo
respirar.

Himura toma silenciosamente el libro de mis manos. Tiene la cabeza
baja, el pelo le ensombrece los ojos. El sobre negro yace arrugado en
su puño.

Él sabía que yo venía. Podía habérselo escondido en la manga.

Dejó que lo viera. Quiere que lo sepa.

¿Por qué?, quiero preguntar. ¿Pretendes asustarme para que te deje
tranquilo? ¿Cómo podría? Cómo podría dejarte tranquilo ahora que sé...
ahora que sé que...

—Alguien morirá esta noche —digo en un murmullo.

Hay un nombre dentro de ese sobre. El nombre de un muerto que
camina. Alguien que no sabe que no le quedan sino unas cuantas
horas de vida. ¿Tendrá familia? ¿Esposa e hijos, tal vez?

¿Tendrá prometida?

—Esto es una guerra —dice Himura, con una voz baja y sin vida—. La
gente muere en las guerras. La gente... mata en las guerras. Pero...
si eso significa una vida mejor para todos más adelante...

—Para todos excepto los muertos —digo—. Y sus deudos.

Él me mira entonces... y su cara es una máscara tan neutra y
desprovista de emociones como la mía.

—Hago lo que hay que hacer —dice, con la voz endureciéndosele de
convicción.

No puedo pensar en nada que decir a eso.

—Avíseme cuando termine de limpiar —dice, guardando bajo un brazo
el libro que le entregué—. Estaré en el jardín.

Y luego da media vuelta y se aleja.

Lo miro irse en silencio.

Cuando se ha ido, vuelvo a su habitación.

Y limpio.

«««»»»

La noche llega demasiado rápido.

Okami-san notó mi expresión tensa más temprano y me preguntó qué
pasaba. Cuando se lo dije, la cara se le puso pálida, y asintió rígidamente.

—Ya me preguntaba cuándo sería el siguiente. Ya va un tiempo. Esperaba
que...

Un tiempo... Van apenas dos semanas desde que mató a ese hombre
que lo atacó en la calle. ¿Cuánto tiempo es un tiempo? ¿Cuán seguido
llegan estos "encargos", vestidos de sobre negro, anunciando otra lluvia
de sangre más sobre la noche de Kioto?

Himura ya se ha ido cuando entro a su cuarto. La ventana todavía está
entreabierta y el fresco aire nocturno fluye en torno a mí, causando que
la lámpara vacile brevemente en la brisa.

No puedo dormir.

Él está allá afuera, en la oscuridad, en este momento. Matando a alguien.
Al nombre dentro de ese sobre.

Seguramente algún funcionario de alto rango del Shogunado. Alguien que
se interpone en la rebelión del Ishin Shishi.

Quizá ahora tenga ojos de ámbar implacable y feroz, con toda su humanidad
enterrada bajo su furiosa convicción de que, por algún bien superior que solo
él puede imaginar, debe matar. Matar, no con la carnicería desesperada del
campo de batalla... sino con deliberación prolija, calculada. Acechando a sus
víctimas. Llamándolas por su nombre. Diciéndoles, al salir de las sombras,
con sus ojos ardientes inexpresivos y sin alma, que viene a entregar justicia
divina. Tenchu.

Extiendo el futon con inconsciente automatización, y me deslizo bajo la
colcha, tiritando.

No puedo dormir.

«««»»»

Lo oigo volver en las primeras horas de la madrugada, cuando la oscuridad
es más profunda.

He estado escuchando atentamente, para sentirlo llegar. No oigo sus
pisadas, porque cuando no desea ser oído, solo la tumba es más silenciosa.

En cambio, oigo el sonido de agua corriendo. Agua salpicando, goteando...

Sin otro pensamiento, estoy de pie, envolviéndome con el chal contra el
frío de la noche, y dirigiéndome hacia el sonido. Viene de cerca de la
cocina. El lavadero...

Deslizo la puerta... Y él está de pie en el piso de tierra, con las manos
hundidas hasta las muñecas en un cubo de agua.

Lavándose las manos. Lavándoselas. Ni siquiera acusa mi presencia.

¿Hace cuánto está haciendo esto? ¿Cuánto, antes de que por fin yo lo
sintiera desde su habitación? Porque puedo ver que ya ha vaciado dos
cubos para lavar, y el agua en el cubo delante suyo está clara, pero
todavía se restriega las manos, tratando de lavar sangre que solo él
puede ver...

—Himura —murmuro—. ¿Acaso... pretendes seguir para siempre
asesinando?

No responde. Sé que me oye.

Y al mirarle los ojos, pesados de resignación... creo que sabe que está
enloqueciendo lentamente; que, con cada nueva muerte, el alma se le
marchita dentro, poco a poco...

Pero sin embargo, hay una determinación en él... una decisión de que,
antes de perderse completamente, hará todo lo que pueda para brindar
a otros esa "vida mejor".

Hago lo que hay que hacer.

No hay alegría en esto para él, ni placer. Puedo verlo ahora.

No me mira. No habla. Tan sólo se mira las manos, y se las lava, una
y otra y otra vez.

Todo lo que puedo hacer es mirar.

Y desear, de pronto... haberlo conocido antes.

«««»»»

Me muevo por mis labores diarias como un espectro sin mente. Siento
la cabeza hueca y pesada, y mis movimientos son flojos mientras
trabajo puramente por instinto, consciente apenas de lo que hago.
Estoy tan cansada...

No había nada que pudiera hacer. Nada que pudiera decirle anoche que
pudiera cambiar algo. En mi cansancio, lo dejé finalmente, volviendo
sola a su habitación, solo para dejarme llevar de inmediato por el
olvido oscuro de un letargo exhausto y desprovisto de sueños.

No sé cuánto rato se quedó allí, lavándose las manos, pero no puedo
sino pensar, por la expresión de su cara, que no podría haberse quedado
lo suficiente para estar satisfecho. Pero cual sea el rato que estuviera allí,
al terminar debe haber vuelto a irse hacia la noche.

Ya es casi el mediodía, y he pasado por su cuarto varias veces, pero
él no está.

¿Dónde pudo haber ido? ¿Por qué no ha vuelto? ¿Qué piensa?

Tan absorta estoy en estos pensamientos, que casi choco con Iidzuka-san
al doblar el recodo del pasillo.

—Epa, perdón, Tomoe-san —dice, retrocediendo con un tropezón para
evitar la colisión.

Le ofrezco una reverencia apresurada.

—Perdón —me disculpo—. Veo que no iba atenta.

Él descarta mi disculpa con una agitación de la mano:

—No se preocupe.

Luego me mira con esos ojos caídos. La sonrisa de su cara enjuta
parece lo bastante amigable... pero, hay algo debajo de ella que me
pone... intranquila.

—Usted es justo la persona que buscaba, de todos modos —dice—. He
querido preguntarle algo.

—¿Usted dirá? —respondo, mirándolo con mi máscara de calma en su
sitio, aunque mi mente es un torbellino. ¿De qué podría querer hablarme?
La mayoría de los Ishin Shishi que frecuentan la posada me hablan rara
vez, y solo cuando concierne al servicio de comidas. Sospecho que temen
abordarme más a menudo, simplemente por mi asociación con Himura.

—Se trata de Battousai —dice Iidzuka-san.

Me estremezco por dentro. Desprecio el nombre que le han dado; una
palabra que alaba su eficiencia y método para matar. Aun peor es que
él parezca haberlo aceptado. Mi disgusto al oírlo llamado por ese nombre,
que va de la mano con su título de Hitokiri, arde y atraviesa la preocupación
de ser interrogada.

—Si se trata de Himura-san —respondo, llamándolo deliberadamente por
su nombre más respetable—, entonces, ¿no quedaría mejor informado
consultándole a él?

Él levanta una ceja de sorpresa por un momento, antes de reír despacio.

—Tal vez, ya que usted parece ser aun más esquiva que él. —Sacude la
cabeza—. Pero en este caso, no creo que él pueda responder mi pregunta,
aunque quisiera.

Delgados hilos de miedo comienzan a atravesarme el corazón. ¿Habrá
visto a través de mi fachada? ¿Habrá conjeturado mi propósito original
para venir aquí?

—Lo que quiero saber es, ¿qué le dijo usted ayer?

Yo pestañeo. Esa no era para nada una pregunta que esperaba:

—¿Perdón?

—Usted sabe —dice Iidzuka-san, cruzando los brazos y apoyándose
contra la pared—. Después de que le entregué el sobre negro. Los vi
a los dos hablando en el pasillo.

Mi alivio por que no me esté preguntando acerca de mi pasado es
empañado por la embestida de una nueva clase de espanto. Conque...
Iidzuka-san es el que entrega las exigencias de muerte. El hombre alto
y flaco ante mí ha perdido repentinamente su aire inofensivo.

—Siento decir que no comprendo —digo con un tono quedo de cortesía
reticente— cómo nuestras conversaciones privadas podrían ser de
alguna importancia para usted.

—Pero lo son —dice él, todavía sonriendo—. Battousai es responsabilidad
mía. Kogoro-sama me designó para vigilarlo. Y ha estado portándose
extraño, desde la pequeña conversación de ustedes en el pasillo. Rayos,
incluso antes de eso, pero lo que sea que le haya dicho usted ayer... No
creía posible que él se volviera aún más callado y antisocial de lo que ya
era, pero vaya sí funcionó lo que usted le haya dicho.

Lo pondero inmutable:

—Aún no logro comprender bien cómo le afecta eso a usted.

—No me afectaría —responde, alisándose el delgado bigote con el dedo
en un gesto ausente—, salvo por una cosa. Anoche, cumpliendo el encargo,
parecía estar... un poco raro.

Un escalofrío ondea por mi piel ante el recordatorio de las acciones
macabras de la noche previa.

—"Raro" —repito en voz baja.

—Sí. No me malinterprete, igual hizo el trabajo, y cualquier otra persona
tal vez no lo hubiera notado. Pero yo llevo más de un año viéndolo hacer
su trabajo, y me doy cuenta. Su técnica con la espada estaba sencillamente...
rara.

Lo miro en silencio, sin saber cómo reponder. ¿Tú miras?, quiero preguntar
incrédula. ¿Te quedas allí y lo dejas matar, y tomas nota de cuán bien acaba
vidas con un relampagueo de su espada?

—A usted no le gusta lo que él hace, verdad —dice de repente, mirándome
con una expresión de leve aturdimiento. No es una pregunta, y me toma
desprevenida.

No puedo contestar. Todas las respuestas que vienen a mis labios son
menos que educadas.

Iidzuka-san se encoge de hombros ante mi silencio.

—Ah, bueno, tal vez no es asunto mío. ¿Quién soy yo para meterme en
peleas de amantes? Necesito ubicar a Battousai de todos modos.

Y diciendo esto, se endereza y se acomoda la manga por un momento...

... permitiéndome entrever el sobre negro que ha mantenido escondido
dentro.

El corazón se me desploma.

Otro más. Tan pronto. Tan pronto...

Debo haberme puesto pálida, porque él me considera con algo casi
análogo a la seriedad.

—Usted sabía lo que él era cuando la trajo aquí, Tomoe-san —dice—. Y
no dudo que debe tener sus razones para quedarse. Pero le voy a decir
una cosa. Si usted le sigue enredando la mente de esa manera, a la larga
terminará haciendo que lo maten.

Lo dice tan al pasar que, por un sorprendido momento, suena casi como
un incentivo.

Pero no... Tiene la expresión ceñuda, sus ojos tristones están caídos,
cuando me da la espalda y se aleja, dejándome en estupor con sus
palabras.

«««»»»

Una vez más, estoy sentada en su habitación mientras el anochecer se
traga al día en oscuridad.

Debería escribir en mi diario. Pero mis ideas y sentimientos parecen tan

revueltos y confusos... que no sé qué escribir.

Himura no ha estado en todo el día. O, si ha vuelto, se ha mantenido bien
escondido de mi vista.

Esa idea... me duele. Y el solo hecho de que me duela...

No. No puede ser. Pensar siquiera algo semejante...

Me pregunto si ha tenido siquiera la oportunidad de dormir, desde la noche
anterior. Debe estar cansado...

Me pregunto si Iidzuka-san lo encontró, para darle el último... encargo.

Todas estas ideas giran en mi mente de manera tan abrumadora que me
siento desfallecer. Me llevo una mano temblorosa hasta la frente para aliviar
el dolor que me palpita detrás de los ojos, pero no sirve de nada.

Ah, ¿qué hago aquí? ¿Por qué no puedo entender lo que me pasa?

Debería ser tan simple. Mi mente me dice que he venido a impartir venganza
sobre el asesino de mi amado.

Y aun así, con cada momento que rara vez paso con él, mi alma es
sacudida, como un barco de papel perdido en el mar en medio de una
tempestad. Cada palabra suave que habla, cada mirada de sus ojos ámbar,
aleja de mí el recuerdo de la venganza hasta que estoy llena solo de él, y
de la agonía de su existencia. Y el dolor es tan exquisito. Hermoso y terrible
al mismo tiempo.

Igual que él.

Yo... no puedo pensar más en eso. No puedo.

Tengo ropa que zurcir. Rápidamente, reúno mis materiales. Una prenda
deteriorada. Mi cojín de agujas. Carretes de hilo escarlata. Antes de
arrodillarme a hacer mi tarea, enciendo la alta lámpara roja de sándalo que
está ante mí, la luz cálida de las llamas brillando a través de sus pantallas
de papel, iluminando el pequeño dormitorio, ahuyentando a las sombras del
crepúsculo que se apaga.

En un momento, me pierdo en la rítmica precisión de mover la aguja de
plata. Guiada por mis manos, entra y sale de la desgastada yukata, un hilo
de seda volando tras ella, reparando la tela con puntadas diminutas,
perfectamente iguales, uniéndola de modo que esté íntegra de nuevo.
Cuando termino, sigo con la prenda siguiente. Y la siguiente...

Un golpe suave a la puerta me sobresalta, sacándome de la cómoda
monotonía.

Levanto la vista de mi costura.

—¿Sí?

La puerta corrediza se abre, para revelar a un hombre...

... alto, apuesto, con el rostro de un dios y el porte de un emperador...

Los ojos se me agrandan levemente. Okami-san tenía razón.

—Kogoro-san, supongo —digo con una cortés inclinación de cabeza, que
no hace mucho para ocultar mi sorpresa.

Él sonríe en respuesta.

—Perdón por venir tan tarde —dice—. ¿Puedo molestarla un momento?

Como si pudiera decirle lo contrario.

—Si busca a Himura-san —digo, con una calma que contradice mi
repentino miedo interior—, ha salido esta noche.

—Lo sé —dice, arrodillándose frente a mí—. Soy su jefe. Coordino todo lo
que él hace.

Sus palabras llevan mi corazón a una inmovilidad total.

Puede que Iidzuka-san entregue el mensaje de muerte..., pero este
hombre ante mí es quien lo redacta, quien escribe el nombre de otro en
una hoja de papel, y la pone en un sobre negro, sentenciándolo a morir
a manos de un muchacho de quince años.

Y ha venido a hablar conmigo. Debe saber que he estado afectando a su
asesino más preciado. Iidzuka-san debe habérselo dicho...

Soy apenas capaz de mantener la voz firme:

—¿Por qué viene a verme a mí?

Me mira en silencio por un momento largo. Sus ojos inteligentes parecen
atravesarme, y me hace falta todo mi control para no agitarme bajo su
escrutinio.

—Dígame —dice—, ¿ha oído hablar alguna vez de Yoshida Shoin?

Sorprendida como estoy ante la dirección en que ha decidido llevar la
conversación, el nombre toca una cuerda familiar en mí. Al pensarlo, me
doy cuenta de que es un nombre que he oído a mi padre maldecir en más
de una ocasión. Yoshida Shoin, clamaba furioso, era un imbécil de mente
radical, un amante de extranjeros, y el líder de estos insensatos.

—Creo —respondo cautamente—, que he oído su nombre al pasar.

Él asiente y cierra los ojos brevemente. Cuando me mira, es con una
mirada clara e intensa:

—Fue un gran maestro. Creía en la libertad y en la individualidad; no solo
para la clase gobernante, sino para todos. Hombre, mujer y niño, fuesen
samurai, comerciantes, o campesinos —dice, con una voz baja, pero densa
de pasión—. Tuve el gran honor de estudiar bajo su tutela durante dos años
en la Escuela Shokason... Yo y otros ochenta alumnos. Después de dos años,
nos envió a tratar de materializar ese cambio, a tratar de crear un Japón
nuevo. Un Japón bondadoso con toda su gente, y no solo unos pocos selectos.

"Pero descubrimos que no todas las personas ansían la libertad para todos,
como nosotros. Muchos de mis camaradas fueron muertos por tratar de
producir un cambio tan radical. Yoshida Shoin, nuestro amado maestro...
fue muerto en una ejecución masiva que se mantuvo en secreto.

Se detiene por un momento, y veo un breve parpadeo de pena indecible
en su expresión.

—Una cosa que Yoshida-sensei nos enseñó, fue que al final del reinado
de trescientos años de los Tokugawa, esta era del gobierno del Shogunado
será llevada al caos, y ya no será más. Para lograr el trabajo de construir
una nueva era, nosotros también debemos ser llevados al desorden. El
método Choshu es acoger al caos, usarlo para destruir el viejo orden, de
modo que uno nuevo pueda ser construido en su lugar. El caos existente
ahora es la fuerza que mueve al Grupo Choshu.

"A veces... —dice en voz queda, mirándose las manos— parece inútil.
Nosotros los Choshu Ishin Shishi estamos superados en número por las
fuerzas del Bakufu, por lo que, de momento, un conflicto directo para saldar
nuestras disputas queda descartado. Para colmo, tenemos un desacuerdo
con el clan Satsuma, cuando ellos deberían ser nuestros aliados más fieles
—suspira cansadamente—. Pero... Yoshida Shoin enseñaba que 'La sinceridad
y la perseverancia siempre ganan'. Y yo creo eso. Debemos perseverar, a toda
costa. Y nuestros corazones deben mantenerse puros y sinceros en nuestra
meta.

Levanta la cabeza una vez más para mirarme a los ojos.

—Himura tiene el corazón más puro que yo haya conocido —dice—. Y sin
embargo, se le ha dado el trabajo más cruel de todos. Él debe actuar como
el guardián del Caos.

Se queda en silencio. Pero puedo ver la pregunta en sus ojos al mirarme.
¿Comprendes? ¿Puedes ver por qué esto tiene que ser así?

Yo... no sé.

Sus metas... Nunca entendí en realidad, antes, lo que perseguían los Ishin
Shishi; por qué estos hombres elegían luchar contra el orden establecido.

Pero... libertad... para todos...

Es un concepto nuevo y extraño para mí.

Y... me hace sentir...

Yo... tengo que meditar esto.

—Y bien —digo después de un momento largo—. Habiendo dicho todo
esto... ¿qué desea que haga yo?

Él suspira pesadamente, e indica una negativa leve con la cabeza.

—No le diré qué hacer. Yo... solo pensé hacerle saber lo que estamos
haciendo. Usted merecía oírlo de mí, puesto que soy el responsable.

Y con eso, se levanta y hace una reverencia:

—Gracias por escuchar. Con su permiso, por favor.

Me quedo sentada en silencio, inmóvil por largo rato después de que
me deja sola con mis ideas.

Luego, guardo la costura, y saco mi diario, mi piedra de tinta y mis
pinceles.

Tengo algo que escribir después de todo. Y creo que estoy pensando con
más claridad que antes.

«««»»»

Himura regresó esta mañana. Cuando pasé junto a su cuarto después
del desayuno, estaba allí, durmiendo contra el marco de la ventana.

Y casi no me sorprendí de lo aliviada que estuve de verlo allí de nuevo.

El resto del día pasó como un borrón mientras trabajaba en silencio,
ponderando las palabras de Kogoro-san de la noche anterior...

—Gracias —dice Okami-san, asustándome y sacándome de mis pensamientos
mientras guardo las últimas bandejas de la cena—. No tienes más labores
por hoy.

Agradezco con una inclinación de cabeza. Me alegro de poder volver al
dormitorio de Himura. He tenido mucho en que pensar, y estoy ansiosa por
registrar mis ideas en papel. Siempre he encontrado que escribir me ayuda
a aclarar lo que estoy sintiendo, y ponerlo en perspectiva.

Deslizo impaciente la puerta, y me detengo en seco.

Himura sigue en la habitación.

Me quedo mirándolo con sorpresa, y me encuentro de repente sin saber
bien qué hacer. Esta es la primera vez que vuelvo a su cuarto al final del día,
para encontrarlo dentro aún. Habitualmente a esta hora él ya se ha ido para
toda la noche, escabulléndose por la ventana, dejándome ocupar su cuarto
sola.

Todavía está durmiendo...

Debe estar exhausto. Creo que esta es la primera oportunidad que ha
tenido de dormir desde que lo vi con ese primer sobre negro hace dos
días...

Yo... creo entender lo que Kogoro-san me dijo. Que Himura es el guardián
del Caos. Que es él quien carga con la sangre de los líderes asesinados del
Shogunado, para que los líderes del Ishin Shishi puedan mantener las manos
limpias al luchar por construir una nueva era a partir de las cenizas de la
antigua.

Bueno. Debo pensar más al respecto. Pero, todo eso aparte, sé que Kogoro-san
tenía razón en cuanto a una cosa.

A Himura le han dado el trabajo más cruel de todos.

Mirando su rostro durmiente ahora, con el sol poniente proyectando luz y
sombras ardientes sobre su rostro joven, cicatrizado... todavía puedo ver a
un muchacho que aún no se convierte en hombre.

Y se ve... tan cansado.

Sin pensar, me quito el chal de los hombros, y me acerco silenciosa a él.

Despacio, me inclino para envolver sus hombros con el chal.

Los ojos se le abren de golpe. Salvajes, y llenos de furia...

Y no tengo tiempo ni para pestañear cuando gruñe, con los dientes
descubiertos, sus ojos llameando con la locura más aterradora al asirme
por el frente del kimono, y la espada ya está en mi cuello y...

Estoy muerta. Estoy muerta. Estoy...

Un tremendo golpe en mi pecho me derriba al suelo... Y al intentar
instintivamente incorporarme, retroceder, huir de mi muerte... lo veo
de pie, con la espada enterrada en el cuero duro y grueso del protector
de su mano izquierda, la palma aún extendida después de haber bloqueado
su propio ataque al tiempo que me empujaba.

Y luego... se arrodilla, casi dejándose caer, con los ojos abiertos de par en
par y temblando, aferrando la espada como temeroso de que pudiera atacar
de nuevo con voluntad propia.

Estoy paralizada de terror, al tiempo que mi mente lucha por comprender
lo que veo..., que todavía estoy viva... Que la hoja de su espada nunca tocó
siquiera mi cuello.

Aunque faltó... tan... poco...

Himura está ante mí... Y al mirarle la cara, me sorprende ver un miedo
puro en sus ojos grandes y horrorizados, que iguala al mío.

—Lo siento —jadea ronco—. Lo siento...

Está temblando, sudando, y sacude la cabeza con un movimiento firme
y furioso, como para eliminar las últimas trazas persistentes de sed de
sangre. Retrocede con un quejido, hasta derrumbarse pesadamente contra
el marco de la ventana.

La angustia desesperada de su disculpa me pasma hasta el punto que
casi he olvidado mi miedo.

—Yo... digo que no mato civiles, pero... casi lo hago ahora. Casi... —Tiene
la respiración irregular y pesada—. Tienes que irte de aquí —musita—. Si no
lo haces, entonces algún día, de verdad podría...

Se interrumpe con un sonido ahogado que es casi un sollozo.

El sonido penetra mi terror decreciente, justo hasta mi corazón. Y, al mirar
su rostro ensombrecido, puedo ver con mucha claridad que el demonio
asesino que tiene dentro ha huido por el momento, dejándolo vacío,
sacudido... y solo.

De súbito, entiendo exactamente lo que Okami-san sintió cuando, en ese
primer día, lloró por este muchacho.

No lo sabías, ¿verdad, Himura? No eras más que un niño que veía
sufrimiento a su alrededor. Querías ayudar, y creíste saber en lo que te
estabas metiendo cuando accediste a convertirte en el asesino de los Ishin
Shishi; qué precio tendrías que pagar...

...pero no lo sabías, ¿verdad?

Y ahora puedo ver cómo te ahogas ante mis ojos en un fangal de muerte
y sangre y locura.

La cólera homicida que destelló por su cara en ese instante fugaz trae el
recuerdo de mi propósito original para estar aquí, de donde lo había
enterrado en las profundidades de mi confusión.

Ah... Akira-san, mi amado... ¿Qué debo hacer? Sobre tu tumba, te prometí
venganza. Te juré que destruiría al Hitokiri que había truncado así tu vida...

Me quedo helada cuando, con ese solo pensamiento..., otro camino se abre
ante mí. Un camino tan simple y claro que casi jadeo en voz alta con la
revelación.

Himura está sentado, con los hombros tensos, la cabeza agachada de culpa
y remordimiento, mientras se aferra a su espada con una sujeción que le
pone los nudillos blancos, como si fuera su único consuelo.

Y de pronto, sé lo que debo hacer.

Recogiendo mi chal del suelo, me levanto sobre pies inestables. El recuerdo,
demasiado fresco, de sus ojos encendidos y del filo veloz de la hoja de su
espada contra mi cuello, casi me hace titubear en mi decisión.

Casi.

Me aproximo a él con cuidado, y le pongo el chal sobre las piernas.

Él levanta la vista hacia mí, sobresaltado.

—Necesitas una vaina... para reprimir la locura —murmuro despacio—. Así
que... deja que me quede contigo por ahora. Baja la vista y mira indeciso
el chal en sus piernas por un largo momento.

Luego..., despacio..., suelta la empuñadura de la espada, y sujeta con
fuerza la tela sedosa en los dedos. La lleva hacia sí vacilante, pero
asiéndola como a un salvavidas, como temeroso y esperanzado por lo
que pueda significar.

—Tomoe-san —musita por fin—. Tú... me preguntaste antes... si tenías
una espada en la mano, yo te mataría o no...

Tiene la cabeza baja, y sus mechones escarlata le rodean la cara, por lo
que ya no puedo ver su expresión.

—La respuesta... —dice— es... No. No voy a matarte. Cuales sean las
circunstancias, no te voy a matar, nunca.

Tiene la voz queda y ronca de emoción. Y mientras habla, no puedo
evitar preguntarme..., o esperar..., si tal vez una traza de cálido violeta
pueda estar suavizando el ámbar frío de sus ojos ocultos.

—No a ti —jura casi sin voz—. Jamás.

Con la pronunciación de su promesa solemne, una tibieza honda y
dolorosa me llena el alma, uniéndose a mi nueva decisión.

Ya lo ves, Querido... Ahora todo empieza de verdad. Serás vengado.

Qué inusitada especie de venganza, tratar de restaurar la conciencia
del alma herida y ajada de este joven.

Es, quizá, más difícil y menos segura que mi deseo original, hace mucho
abandonado: mi plan de descubrir su debilidad, para así poder traicionarlo
con sus enemigos.

Pero, si puedo ayudarlo, si puedo calmar la locura que lo está devorando,
tal vez hasta aliviarlo de ella por completo... ¿No sería destruido el Hitokiri
con la misma seguridad?

Destruir al asesino, al tiempo que se salva al hombre. Y, mirándolo ahora,
sentado en silencio con la cabeza agachada, con mi chal sujeto en las
manos como si fuera la cosa más preciosa sobre la tierra..., creo que al fin
vislumbro el espíritu delicado que subyace bajo todas las capas de sangre
y muerte.

Y creo que es posible.

Fuiste siempre tan bondadoso y compasivo, Akira-san.

Creo que aprobarías esta extraña venganza mía...

«««»»»

Fin de El Cuervo de nieve, Libro I: Una extraña venganza

Notas de la autora:

1) Sí, elaboré un poquito la conversación oficial de Kogoro Katsura
con Tomoe. Pero, para ser sincera, la primera vez que la leí en el
manga, me confundió entera. ¿"Guardián del Caos"? ¿Y eso qué
rayos significa? Digo, suena genial y todo, pero...

Entonces me di cuenta de que Watsuki-sensei tiene una cantidad
de espacio limitada para contar su historia visual, y tal vez no pudo
elaborar más para nosotros los que somos mayormente ignorantes
del Bakumatsu. Así que he estado haciendo intensa investigación
acerca de Kogoro, la Escuela Shokason, su maestro, Yoshida Shoin,
y sus creencias, así como acerca de la naturaleza de las actividades
de los Choshu Ishin Shishi durante este período de tiempo en
particular. Interesante la cosa. :-) Me aclaró un montón de
cosas, y entonces traté de darles buen uso en la conversación
Kogoro-Tomoe.

2) He recibido unos cuantos comentarios de gente que piensa que,
por estar escribiendo la historia de Tomoe, estoy en contra de la
pareja de Kenshin y Kaoru. No es así. Créanme. Soy una firme
creyente de que Kenshin y Kaoru son la Pareja Eterna. :-) Lo que
pasa es que también creo que, sin la experiencia de Kenshin con
Tomoe, él nunca se habría convertido en el Rurouni que Kaoru llegó
a conocer y amar.

Cuando se me ocurrió por primera vez escribir fanfiction de RK, yo,
por supuesto, quería escribir acerca de mi pareja favorita. Pero
entonces, me encontré tantos relatos excelentes de KyK escritos
por otros autores, que mi necesidad de escribir una nueva historia de
KyK se esfumó. Cuando descubrí el pasaje Venganza, sin embargo,
y a la misteriosa, a menudo desconcertante Tomoe... bueno, esa era
una historia que me pedía a gritos que la escribiera.

He pasado un montón de tiempo mirando el rostro al parecer
inexpresivo de Tomoe en el manga, tratando de entrar en su cabeza,
intentando entender cuáles eran sus motivaciones, y... bueno, este
es el resultado. :-) Espero que sea disfrutable... incluso para los
entusiastas de KyK.

Ja ne,

Krista (que ahora parte a trabajar en un pequeño fanfic de Ranma 1/2
en el que también ha estado trabajando...)