LO SIENTO! Me atrasé demasiado... Lo siento TT
XXXVI
El viento sopló con fuerza y arrastró cada hoja caída, haciéndolas flotar de manera suave en una misma dirección: el este... Sonidos que emergieron del agua, de la tierra, del aire y del cielo hicieron ritmo con el dulce silbido del viento, formando una extraña y palpitante armonía que agitaba con emoción a todo aquel que escuchaba. Y las estrellas cómo aquella noche de anunciación aparecieron en el firmamento, rápidas y estáticas sin nube o luna que lograra opacarlas en su esplendor. Unas sin demorarse, y otras formándose poco a poco en constelaciones. Como perlas y diamantes brillaron, cómo nunca lo habían echo en esa era y cómo en esos años ya nunca volverían a hacer...
Concentrado en su propia imagen, tratando de encontrar una diferencia entre su rostro y el de su hermano, estaba Kanon de pie, frente al claro. En sus ojos verdes se podía leer una furia inmensa y un rencor infinito; cualquiera diría que estaba frente a la persona que odiaba. Y la triste realidad era que estaba frente a su propia imagen.
Tan inmerso estaba en odiarse a sí mismo y al mundo que lo había condenado a ser idéntico a otro hombre, a un mejor hombre, que no fue testigo de cómo las estrellas comenzaban a brillar de forma casi desesperada. Fue hasta que el agua cristalina, que le brindaba su pura imagen, comenzó a temblar débilmente y a generar ondas que se situó finalmente en el cruel contexto de lo que para él era la verdad de su vida.
Alzó los ojos a mediana altura y sintió cómo el viento recorría su espalda. Giró su cabeza y descubrió cómo las hojas rozaban su espalda en un tacto suave. Se sintió extraño. Era como si una delicada mano le acariciara sutilmente. Sin saber porque, cerró sus ojos y se dedicó a disfrutar de aquella caricia que le proporcionaban las hojas al ritmo del viento. Era tan reconfortante...
Sus cabellos azules comenzaron a ser agitados, y un aroma dulce llegó a su nariz. El olor del rocío de la mañana que pronto llegaría, mezclado con el aroma de las amapolas blancas que bendecían con su presencia la ladera de Star Hill...
Sus párpados se levantaron de nuevo cuando sintió al viento abandonarle. Suspiró en paz, tranquilo, sin entender realmente el por qué. Dio un paso inseguro al frente sin comprender todavía lo que estaba ocurriendo, cuando notó una luz que emanaba de su propio cuerpo. Estaba rodeado por una energía dorada y en vez de gritar o asustarse, cerró los ojos nuevamente y se dejó llevar. Alcanzó lo que nunca creyó poder alcanzar en su vida: consuelo, dulzura y amor... Era como si hubiera alguien a su lado, que le gritaba con su energía que no estaba solo y que no tenía por qué estarlo.
Liberó toda la basura que sentía en un grito que parecía mas bien el llanto de un infante. Y se dedicó a purificar su cuerpo con lágrimas que hacia mucho tiempo no dejaba escapar. Esa fuerza que le acompañaba era demasiado limpia y noble cómo para poder quedarse a cuidar de alguien tan herido y retorcido como él... Escapó la última lagrima y se deslizó lentamente por su mejilla. Alzó la mirada y se dedicó a disfrutar el espectáculo de luces que estaba por comenzar, comprendiendo de alguna forma que todo cambiaría y no habría vuelta atrás...
Un pequeño temblor en la tierra les hizo caer al suelo. Se miraron fijamente, orbes celestes y orbes esmeraldas, con emoción y sorpresa a la vez. Sonrieron nerviosamente mostrando su alegría e incredulidad ante la magnificencia de la situación que estaban a punto de vivir y presenciar con sus propios ojos y cuerpos. Se levantaron lentamente, esperando ver algo que delatara de nuevo a aquella noche como única y especial y recibieron el silbido del viento y el brillo de las estrellas. Sagitario había comenzado el desfile de constelaciones para seguirle Capricornio y Géminis. No lograron identificar a la otra que apenas comenzaba a formarse...
Sus corazones se llenaron de inspiración y prisa por llegar a los aposentos de Shion, a informarle lo que seguramente ya sabría, pero que ellos necesitaban confirmar. Con pasos más decididos y desesperados, emprendieron de nuevo la carrera creyendo firmemente que ningunos escalones por más largos, difíciles o numerosos, podrían detenerles. Nada les detendría, no en ese glorioso día...
No contaban claro está, con un grupo de numerosas lechuzas blancas que salieron de los arbustos y árboles que había a los lados del camino que recorrían. Esos ojos miel que en la oscuridad y en sus imaginaciones parecían ojos de sangre surcaron sobre sus cabezas con un aleteo rápido y grácil. Obedecieron al primer instinto y algo asustados se tumbaron al suelo. Shaka dio un pequeño grito por la sorpresa, mientras que Mu miraba atónito el "espectáculo". Nunca había visto lechuzas... eran hermosas.
El suelo volvió a temblar, esta vez un poco más fuerte, por lo que aquellas aves nocturnas emprendieron el vuelo mucho más arriba, a la altura de las estrellas, con perfecta sincronía. Parecían una sola figura halada, y no desgarbados animales que se han juntado por haber enloquecido en los confines de una noche que está pronta a desaparecer...
Entre el polvo y las piedras del suelo se encontraban los dos acostados, uno junto al otro, revolviendo sus miradas entre el vuelo de aquellas aves blancas, las estrellas y los ojos que tenían a un lado. Estaban juntos, y una emotividad sincera les invadió el alma. Cerraron los ojos, y pudieron escuchar el quedo sonido de los elementos de la tierra juntarse en un canto armónico y perfecto. La tierra tembló por tercera vez, y acompañó a aquella sinfonía.
Y el viento hizo su aparición nuevamente, pero esta vez no fue sólo su silbido. Las hojas que habían dejado atrás a Kanon, les recorrían. El carnero cerró los ojos, sintiendo a esa fuerza, por primera y no última vez, llamarle...
Abrió nuevamente sus conmovidas esmeraldas. Shaka le miraba fijamente con esos dos hermosos cielos. Después de una suave caricia, vino la mano del rubio a invitarle a estar de pie junto a él. Mu no dudó en tomarla, convencido de que nunca podría decirle "no" a ese maravilloso ser que había tenido el privilegio de conocer... Nunca se imaginó que años más tarde vacilaría y se negaría a tomar esa mano de nuevo...
Con las manos unidas y mirando cómo la blanca Épsilon terminaba por delatar la aparición de Acuario en el firmamento, sintieron como de sus cuerpos una luz se proyectaba y conectaba con ellos. No existió el temor en ningún momento, porque estaban juntos y eso bastaba para cualquier comienzo, fin, amenaza, regalo o alegría. Se entregaron de lleno a aquella sensación y sus espíritus fueron víctimas de la serenidad y tranquilidad que aquella energía les otorgaba.
A partir de hoy, el sueño comenzaba y nada podría salir mal... estaban juntos y con los que consideraban su familia... el día más esperado había llegado, y no había que temer... todo estaría bien...
Las hojas mecidas por el viento les abandonaron finalmente, zigzagueando unos instantes en la atmósfera de emotividad que se respiraba para después dirigirse de nuevo al este... Las lechuzas les siguieron...
De mano de Shura, corría el pequeño Aioria. Testigos ambos, desde el primer momento, de los sucesos espectaculares catalogados aún así de "extraños". Impresionados y extasiados habían comenzado a buscar a Aioros que no aparecía por ninguna parte...
El sentimiento que se apoderó de Shura cuando Capricornio iluminó la noche con sus estrellas fue verdaderamente indescriptible. Fue como si la llama de su espíritu se hubiera prendido finalmente, recorriendo cada espacio antes vacío, llenándole... No había furia en esa flama, no había pena y no había resentimiento; era sólo "la flama", aquella que no le quemaba el alma y que alimentaba su cuerpo...
Había estado casi al borde las lágrimas, pero se había contenido por el pequeño que había estado con él en esos momentos. Jugar con Aioria, era buena terapia para su espíritu roto aunque la sensación recién mencionada hacía que las torturas de su conciencia, y las fisuras que componían el dolor de sus recuerdos, quedaran en el olvido...
Un cosquilleo, que nada tenia que ver con la pequeña mano que sostenía, le recorría la palma derecha. La flama se concentraba allí y el no entendía por qué...
Volvió su mirada al pequeño que le acompañaba, y encontró lo que seguramente por circunstancias del pasado cada vez le resultaba más difícil expresar: felicidad, emoción y alegría. Aioria, podía iluminar aquella noche mejor que las estrellas, con esa risa peculiar y graciosa que poseía.
Las sinceras y tiernas sonrisas y miradas de un niño feliz. El español hubiera dado mucho o todo por seguir manteniendo esa inocencia en ese niño que le inspiraba ternura, sin imaginarse que en un futuro él sería el causante de que esas sonrisas y sentimientos ingenuos se borrarán para siempre...
Pero él no podía saberlo en esos momentos, así que su corazón estaba lleno de gozo por lo que esa noche le estaba transmitiendo. Volvió a enfocar su vista en las estrellas; virgo había terminado de formarse, y otra estrella amenazaba con la aparición de otra constelación. Tan concentrado iba en mirar y escuchar que ni él ni Aioria supieron cómo o por qué, pero un fuerte golpe casi les hizo caer.
Cuando fijaron su vista al frente, se sintieron presa de unos brazos fuertes que les apresaba a ambos y les ahogaba en un abrazo que parecía no tener final. El abrazo de los "tres" se volvió más relajado con el paso de los segundos, y al fin, tanto Aioria como Shura pudieron vislumbrar los ojos claros de Aioros, que sonreía abiertamente, completamente emocionado y eufórico.
Se quedaron quietos y felices, esperando algo, sin saber en realidad qué. Y llegó pronto, acompañado de pequeños temblores: el viento...
Las mismas hojas que habían rodeado a sus compañeros, los rodearon esta vez a ellos, y la luz no tardó tampoco en aparecer y marcarles con su energía. Aspiraron el aroma que aquellas hojas desprendían y se volvieron uno con el aura dorada, dejando todas las tribulaciones de sus vidas, que ahora adquirían el adjetivo de banales.
Pronto siguieron el viento y sus hojas, el camino hacia el este; dejando a los tres futuros caballeros dorados en la quietud del ambiente de paz. Abrieron sus ojos y se encontraron unos con otros. Sonrieron y se sintieron como lo que empezaban a ser: hermanos.
Las lechuzas no tardaron en aparecer siguiendo de nuevo al viento y a sus hojas. Shura y Aioros lloraban silenciosamente...
A partir de aquí la verdadera aventura empezaba... a partir de aquí, todo lo demás quedaba atrás... a partir de aquí renacería la esperanza, para ellos mismos y para el mundo entero... sólo quedaba esperar el amanecer...
Aries, Escorpión y Leo aparecieron en los cielos mientras Camus dormía junto a Milo. Como antaño, la misma escena se repetía. Milo acomodado en el pecho del niño zafiros, y éste a su vez con una mano entrelazada en esos cabellos azules, todavía cortos...
Ajenos estaban a todo lo que ocurría fuera de la cabaña, víctimas de enfermedad o de agotamiento. La puerta se abrió lentamente, y un aroma dulce inundó la estancia. Después de unos momentos, el silbido del viento se estrelló con las ventanas que acto seguido se abrieron, dejando pasar a un brillo púrpura que comenzaba a aparecer débilmente en el firmamento.
La luz, y una sensación de calidez provocaron que el pequeño escorpión abriera lentamente sus párpados. Lo primero que encontró, fueron esas ropas y manos que tanto conocía, en su cuerpo. Era Camus, siempre era él y siempre sería él...
Sonrío tiernamente y trató de incorporarse pero un dolor en su frente le recordó que se encontraba delicado. Volvió a acurrucarse en aquel pequeño pecho, fijando su vista en la ventana frente a él. Había luz... pero el cielo que alcanzaba a mirar era oscuro... ¿Qué estaba ocurriendo?
Se alzó un poco y llamó a Camus al oído. Como buen enfermero, no tardó en despertarse, encontrándose por fin con las turquesas que tanto había extrañado en los últimos días. Dos sonrisas se encontraron, pero fueron interrumpidas cuando Camus notando la luz también desvió su mirada.
Se desprendió con cuidado de la figura de Milo, recostándolo en la cama y colocándole una sábana encima. El pequeño escorpión sólo se dejó hacer con una sonrisa de agradecimiento y fijó su mirada en la de su acompañante, esperando que sus orbes le comunicaran que era lo que sucedía afuera. Lo que vio lo dejó perplejo, había ocho constelaciones en el firmamento brillando con una luminosidad y un ritmo único. Se acercó más a la ventana, y pudo escuchar el quedo canto de la tierra.
Y no sólo eso. Pronto su mirada se dirigió más arriba, pues el sonido de aleteos le advirtió que algo sucedía sobre su cabeza. Lechuzas blancas pasaban cómo bólidos sobre la cabaña... De nuevo, la misma pregunta que apareció en las dos mentes: "¿Qué estaba ocurriendo...?"
Sintió una mano en su hombro y se volvió. Milo con mucho trabajo había logrado llegar junto a él. Se le veía tan cansado, y aún así la sonrisa que aparecía en sus labios no se borraba. Y ahí, fue consciente de que él mismo tenía dibujada una sonrisa sin saber porqué. Borró esas tribulaciones de su mente al notar que su amigo no podría aguantar mucho de pie. Le sostuvo en sus brazos y trató de regresarle a la cama, pero Milo se negó, quería observar lo que ocurría...
Más de una queja o reclamo se hubiera escuchado, si las hojas que portaba el viento no les hubieran interrumpido. La brisa se apoderó los dos rostros que olvidaron dónde estaban para dejarse guiar. Todavía en los brazos de su enfermero, Milo se irguió derecho y suspiró varias veces... la fiebre se había quedado atrás y los dolores también... sólo estaban Camus y él... nada más... nadie más...
El acuario por su parte olvidó y sepultó, aunque fuera sólo por ese momento, todas sus culpas y temores. Nada importaba ya, sólo sentir... La luz que irradiaron se encendió al mismo tiempo, ambos juntos recibían el nuevo amanecer... El aura dorada, cómo a todos les rodeó y lo demás, era simplemente lo "demás"...
Abrieron los ojos cuando el antes pequeño brillo púrpura inundó completamente el cielo... Cada vez más fuerte y cada vez más hermoso...
Viniera lo que viniera y pasara lo que pasara, estarían juntos como ahora para afrontarlo...
La aurora polar () de tono púrpura había hecho su aparición. Y en las sombras de aquella composición extraña y hermosa, brillaban las constelaciones. Tauro y Libra habían sido las siguientes en aparecer. Sólo faltaban Piscis y Cáncer...
Al pie de Star Hill y ya frente a las amapolas blancas se encontraba Saga ajeno a lo que ocurría. Su cabello había cambiado un poco de color... se le notaba un tanto más cenizo, y sus ojos se encontraban perdidos y ausentes. Subía aquellas rocas de una manera autómata como si fuera una máquina. Hubiera seguido subiendo, si el brillo inmenso de la aurora púrpura no estuviera recorriendo la inmensidad del firmamento...
Se detuvo con sus manos en dos rocas y sus pies apoyados casi en el vacío. Sus pupilas se dirigieron a los cielos. Parecía un enfermo pidiendo sin voz, socorro. Con los labios entre abiertos, los ojos mirando al cielo y la sensación de que aquel cuerpo no era propiedad de su dueño. En sus iris se reflejó la tonalidad del cielo, y las lechuzas aparecieron. El socorro llegó... y Saga reaccionó...
Cayó al suelo desde una altura de dos metros sin hacerse demasiado daño, y comenzó a respirar agitadamente, confuso y temeroso. ¿Por qué estaba en el suelo¿De dónde había caído¿POR QUÉ NO LO RECORDABA?
Pero el viento llegó a calmarle y a apaciguarle. Fue ahí cuando sorprendido, notó todos los acontecimientos extraños que le rodeaban. El brillo púrpura que le había hecho despertar de su ensueño estaba cambiando a uno verde fosforescente, y sus ojos fueron testigos de cómo Cáncer terminaba de formarse. Casi acostado en el suelo, el ruido a su costado le hizo distraerse del espectáculo de luces para concentrarse en las aves blancas que rodeaban en un vuelo lento y circular a Star Hill, amenazando en llegar a la cima en pocos segundos.
Un nuevo temblor, y se incorporó sin saber que esperar ya. Iba a retroceder cuando las hojas del viento le rodearon la espalda, y no hubo "voz" que le arruinara el momento. Todas sus preocupaciones desaparecieron en el momento en que la primera estrella de Piscis aparecía. El cielo se teñía ahora de una tonalidad amarilla, y él fue uno con la fuerza (). La luz de su propio ser le rodeó, y sin saber cómo o por qué la armadura de géminis llegó a portarle.
La aurora desapareció, y Piscis se formó. Las doce constelaciones del zodiaco brillaron ahora, al mismo ritmo y a la misma sincronía. Las lechuzas llegaron a la cima de Star Hill. El viento se despidió de Saga y se convirtió en luz que cómo un relámpago llegó también a la cima. Por dos segundos, la quietud regresó al ambiente, y los corazones del campamento no latieron por la expectación.
Saga miraba la cima de Star Hill esperando y rogando a quien le escuchara que las dudas desaparecieran esta noche de su mente... no sabía, que las dudas a partir de ahora comenzarían a carcomerle...
De Star Hill salió un rayo de luz dorada que cruzó los parajes del Santuario y llegó al Coliseo. Luces plateadas salieron disparadas a continuación, y quien fuese a mirar hubiera podido observar que las cajas sagradas de muchas de las armaduras que el recinto protegía ya no se encontraban allí. En las sombras sólo se alcanzaba a distinguir la caja de la armadura de Pegaso, qué, cómo su futuro portador, no se separaría nunca de Athena...
La luz dorada salió del coliseo y emprendió el camino hacia las doce casas. Pasó por Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Llegó a los recintos del Patriarca y un nuevo temblor mucho más fuerte que los anteriores se volvió a sentir.
Los cantos, ahora no sólo de los elementos sino de todas las almas que habían sentido su llegada y venida se hicieron escuchar en todo el Santuario. La luz llegó a la estatua de Athena y se propagó en todas las direcciones. Las constelaciones brillaron cómo nunca y los cantos llegaron a la cúspide de las notas más altas.
El viento sopló una última vez y las lechuzas blancas pasaron por la estatua de piedra, antes de desaparecer. El amanecer llegó, borrando poco a poco la oscuridad de la noche y opacando el brillo de las constelaciones. Se hizo el silencio, y cuando el sol aparecía finalmente se escuchó el llanto de una criatura...
Entre mantas blancas, Shion encontró, al pie de la estatua de la diosa, al bebé que era su encarnación... Con lagrimas y pasos titubeantes tomó a la niña entre sus brazos y miró al cielo agradecido.
Una luz a lo lejos le hizo notar que el reloj sagrado albergaba una nueva luz: la de Sagitario. Athena había nacido, y necesitaba inmediatamente que el caballero de sagitario obtuviera su armadura...
En el suelo notó un pequeño cofre al que restó importancia, al verse embelesado con la niña que con sus ojos cerrados había empezado a dormitar... Athena había llegado al mundo...
CONTINUARA...
() aurora polar... no me quise meter en problemas de si era "boreal" o "austral". Así que mejor generalizamos n.n
() uno con la fuerza... me salió natural lo siento
Lo siento TT
Se que la narrativa es de lo que menos se me da, y les dejé unas siete hojas sin mis amados diálogos... lo siento Oo
Se que seguramente quedó sumamente aburrido, pero tenía que contar el "nacimiento" de Athena... lo siento OO
