Capítulo 1. Batalla de bolas.
Hacía frío, dentro y fuera de la biblioteca de Kakariko. La joven bibliotecaria pasó al lado del único ocupante en esos momentos de la fría estancia. Estaba inclinado sobre un grueso libro, tanto que prácticamente tenía la nariz metida en el interior. Sobresalían entre los mechones rubios unas orejas largas y puntiagudas, orejas de hylian. Desde donde estaba, podía ver que era muy delgado, con los hombros estrechos y un cierto aire delicado, que se acentuaba más aún entre aquellas estanterías y libros enormes.
- Con la venia, alteza. – se atrevió a murmurar. El niño levantó la cara del libro. Estaba muy pálido, su piel casi translúcida y fina como una hoja de papel de seda. En medio de ese color blanco, destacaban los ojos azules, que brillaban como dos zafiros.
- Ya le he dicho que no me llame por el título, prefiero que me tuteen. – dijo con voz suave pero ronca.
- Lleva ust... – ante la mirada severa del niño, la bibliotecaria rectificó. – Llevas demasiado tiempo estudiando. Pensé que te gustaría tomar alguna cosa. – y con mucha delicadeza dejó una bandeja. – Son galletas de avena, las he hecho yo.
El chico le sonrió, dando las gracias. Se apartó del pesado tomo, y declaró que tenía algo de hambre. La bibliotecaria echó un vistazo al libro que el usuario había cogido: Gran Enciclopedia de Hyrule, tomo 25. La página que leía el chico mostraba un dibujo de un hombre de pie en medio de un desierto. Mientras mordía las galletas con ansia, le explicó que era un grabado del Desierto de las Ilusiones.
Alguien entró, haciendo sonar la campanilla. Antes de dejar al niño solo otra vez, le recordó que ese día cerraba pronto.
- Dentro de una hora, espero que no sea ninguna molestia...
- No, es lógico. Hoy se celebra el nacimiento de las tres divinidades. Es un día para estar con la familia.
Una nube de preocupación ocultó la luz que salía de sus ojos. La bibliotecaria, llevada por un impulso, le tocó en la cabeza.
- Alteza, vaya a descansar. Todo esto puede esperar un día más. – y sin darle opción, la bibliotecaria empezó a recoger. El chico empezó a protestar, pero la bibliotecaria atendió a la persona que había entrado y no le prestó más atención.
Era cierto que estaba muy cansado. Se puso la bufanda y la gruesa capa que le había prestado Afnasia, la amable anciana que les había acogido en su casa. Recogió un libro que pretendía después leer, y con él bajo el brazo, salió al exterior.
Link V Barnerak contempló el paisaje: la ciudad de Kakariko estaba cubierta por un manto blanco. En esos momentos ya no caían copos de nieve, y la gente aprovechaba los últimos rayos de sol antes del atardecer para terminar sus compras y correr a sus casas. Link pasó cerca del pozo principal, casi invisible en medio de esa multitud. Hacía ya muchos días que los soldados habían dejado de buscarle, y parecía que se avecinaba un poco de calma.
Una bola de nieve se estrelló en el cuello. No tuvo tiempo de girarse, pues otra bola le golpeó en la nariz. Se apartó los restos de hielo con un gesto de fastidio.
- ¡Zelda!
- Eh, que yo no he sido... ¡Agachate! – la chica pelirroja salió de detrás del pozo, y le tiró al suelo justo a tiempo para que no le diera otra bola. – Vamos, esto es la guerra. – y le arrastró hasta un muro que separaba la posada del hospital.
Parapetándose tras el muro, la labrynnessa hizo una bola de nieve del tamaño de la palma de su mano. De algún lugar de la plaza llegaban risas infantiles. En pocas palabras, Zelda le explicó las reglas del juego: ellos dos eran un bando, y tenían que acertar al jefe del otro, que era Leclas. El príncipe se puso en pie.
- No tengo tiempo para juegos...
- ¿Qué eres, un viejecito gruñón? – Zelda le pasó una bola. La chica usaba unos guantes negros sin dedos, un sayo marrón con una bufanda roja y un ridículo gorro de lana del mismo color. Algunas trenzas naranjas se escapaban y enmarcaban el rostro colorado y pecoso. Sonreía tanto que se le marcaban dos hoyuelos. – Vamos, Leclas está oculto detrás de ese gallinero. Te daré un bollo si le atinas entre los ojos.
- Pero es que yo...
- ¡Co-co-co! – imitó a una gallina. Ofendido por la pulla, Link observó que, efectivamente, se podía ver que Leclas (o al menos su gorro puntiagudo de color marrón) sobresalía por encima de la valla del establo. Cogió la bola de nieve y se acercó despacio, pegado a la casa más cercana. Tenía la esperanza de sorprenderle por la espalda.
Al llegar al establo, en cambio, se llevó un buen susto: Sí, estaba el sombrero de Leclas, pero la cabeza que lo sostenía era la de un burro...
- ¡A POR ÉL!
Una lluvia de bolas blancas y pesadas le cayó encima. Link se protegió con los brazos, y el libro de la biblioteca acabó en el suelo. Escuchó una algarada de niños riendo, y de lanzar bolas pasaron directamente a tirarse ellos sobre el príncipe, hasta aplastarle contra el suelo.
- ¡Zelda, he ganado! – Leclas recogió su sombrero de la cabeza del asno, mientras Zelda se acercaba. Los niños se habían apartado, liberando a su prisionero. Link se incorporó, quitándose lo que podía de nieve.
- Muy divertido, si, señor. – Link estaba enfadado, pero no era capaz de ponerse serio y regañar a los chicos. Zelda y Leclas se reían a carcajadas, tantas que tuvieron que apoyarse en la valla.
- Tendrías que haberte visto la cara, alteza. – a Zelda le lloraban los ojos. – Jajaja... Que pardillo eres...
Link emitió un gruñido, imitando a un perro enfadado, para asustar a los niños. Estos también se reían. Salieron corriendo hacia la plaza, dejando a los tres más adultos del grupo en el interior.
- Ha sido fácil confundir a Leclas con este caballero. – se defendió el príncipe, mientras acariciaba el lomo del burro.
- Jajaja... ¡eh! – Leclas dejó de reírse. – Ha sido idea de esta, a mi no me mires así.
Zelda le explicó a Link que se habían dividido en dos grupos, y que la misión (antes de que apareciera el príncipe) había sido darle a un bomber. Los miembros de este grupo estaban más calmados desde el día del enfrentamiento con la reina Estrella, y no se habían molestado por la pelea. Pero estos chicos trabajaban, y cuando terminaron su descanso, les tocó buscarse a una nueva víctima.
- Y esa has sido tú, alteza. – Zelda había recogido el libro del suelo y lo limpió un poco antes de devolverlo a su dueño, no sin antes mirar el título. – "Vida y obra de Teranara, reina de las Gerudos" Menuda lectura, que interesante.
- Contiene información pertinente a la historia de las gerudos. De momento parece ser que el medallón del Coloso está en sus tierras, pero quizá en este libro puede venir otra ubicación.
- ¿Por qué cuando habla parece que lo hace en otro idioma? – preguntó Leclas.
- Eso mismo me pregunto yo. – Zelda vio que Link torcía el gesto, algo que le había visto hacer la última semana. Desde que habían conseguido el Medallón de la Sombra, el príncipe solía mostrarse irritado. Le preocupaba no encontrar nada de información sobre el templo del Espíritu, y se culpaba por no ser lo suficientemente erudito para descifrar los complejos libros de historia en hyliano antiguo. Para evitar que siguiera enfadado, Zelda le pasó el brazo por encima de los hombros. – Estás trabajando mucho, descansa un poco y diviértete. Seguro que en tu palacio no te lo pasabas tan bien.
- Eso es cierto. – Link recordó lo solo que se sentía en esas fechas.
La festividad de las tres divinidades era una de las más importantes de Hyrule. Recordaba alguna vez que su padre le ponía encima de sus rodillas y le contaba historias sobre la creación de Hyrule. Después, le daban sus regalos y muchos dulces. Sin embargo, tras la muerte del rey Lion, las fiestas pasaron a ser tristes y casi inexistentes. La reina Estrella le daba un pequeño regalo (normalmente, un libro) y cenaba con él, pero siempre en silencio y con otras personas de la corte. En esas fiestas, la reina se ponía aún más triste, y se encerraba en sus dormitorios. Frod Nonag trataba de alegrarle un poco. De él solía recibir un libro o una partitura nueva, y se quedaban jugando al ajedrez hasta bien entrada la noche. Tampoco le mandaba deberes en una semana.
¿Cómo estarían en el palacio¿Su madre seguiría enfadada con él? Albergaba la esperanza secreta que, llevada por un cierto espíritu conciliador, la reina Estrella apareciera y le pidiera perdón. Estaba más que dispuesto a perdonarla. Seguro que escuchaba atenta todas las aventuras, y suprimiría ese injusto impuesto sobre los niños. Puede que hasta pusiera a su servicio la inmensa biblioteca del palacio, y Sir Frod Nonag podría ayudarles. Era tan sabio como Kaepora y Saharasala, y sin duda sabría como localizar el Templo del Espíritu... Pero estas esperanzas, en lugar de alegrarle, le ponían más triste.
La charla de Zelda y Leclas le devolvió a la realidad. Habían caminado hasta la casa de Afnara. Allí, el chico se despidió. Había prometido al doctor que le ayudaría a preparar la fiesta para los niños.
- Cuento con vosotros, así que pasaos. – y se despidió casi corriendo.
Antes de cruzar la verja de madera, Zelda hizo un comentario sobre la mala cara que tenía Link.
- Deberías dormir un poco más, y comer de forma decente, y no solo verduras. Tienes unas ojeras enormes.
- Vaya, gracias. Al contrario que tú, tienes buen aspecto.
- Claro, porque duermo mis ocho horas diarias y hago ejercicio. No entiendo porque te pasas toda la noche despierto. – Link se sorprendió y la chica añadió. – He visto tu luz encendida hasta altas horas de la noche. Supongo que te pasas la noche leyendo como un tonto...
Antes de que Link pudiera hacer nada, Zelda le arrebató el libro y entró corriendo en la casa. El príncipe la siguió, ordenándole que se lo devolviera. Intentó acorralarla en el comedor, pero Zelda corría más que él y era mucho más ágil. La labrynessa subió las escaleras de dos en dos y entró en el dormitorio que compartía con Afnara.
- Rápido, Afnara, un buen lugar para esconder el libro... – y sin mirar, lo arrojó debajo del armario.
A esa hora, la amable anciana solía estar haciendo calceta junto a la ventana de su cuarto. Sin embargo, cuando Zelda miró en la habitación, se la encontró tumbada en el suelo. La primera reacción de la chica fue dar un grito de espanto. Link entró enseguida.
- Ve a buscar al médico, corre. – dijo nada más ver el rostro macilento de la señora. Comprobó que tenía pulso, y la primera idea que tuvo fue tocar la canción de Curación que le había enseñado Laruto. No despertaba, lo único que hacía era murmurar y mover la cabeza de un lado a otro, como si tuviera una pesadilla. Link logró ponerla en pie y llevarla hasta la cama. Cuando el médico llegó, trataba de reanimarla al modo tradicional, con agua.
El médico de Kakariko no se mostró muy optimista. Al examinar a Afnasia, concluyó enseguida que se trataba de "Fiebre de Flu".
- O más conocida como "Frío en las entrañas". – el médico guardó su instrumental. – En personas mayores, es fatal.
- ¿Qué podemos hacer, no hay algún remedio? – Link nunca había oído hablar de esa enfermedad.
- Exactamente¿qué es esa enfermedad, un resfriado, una neumonía...? – Zelda se desesperaba por la aparente calma del médico.
- Es una enfermedad muy complicada, porque no tiene un origen físico. Ataca en estas fechas, sobre todo a personas que han sufrido mucho y no tienen ninguna esperanza. Afnara perdió a su hijo hace exactamente cuatro años, y la pobre... – el médico chasqueó la lengua y movió la cabeza de lado a lado. Sin querer, miró al joven príncipe. Este estaba cada vez más pálido, y en ese momento enrojeció de rabia. Podía sentir que le estaban acusando.
- No me ha respondido. ¿Existe algún remedio? – preguntó de forma brusca, algo poco habitual en él. El médico se sorprendió al ver alterado así al chico.
- No, ninguno... – el médico cerró el maletín. – Perdonadme, pero lo único que puedo hacer es recomendar un tónico, y que le hagáis compañía. Quizá así, no se sienta sola.
Se dispuso a marcharse. Leclas le había acompañado, y decidió quedarse para ayudar a Link y a Zelda (o al menos eso dijo). Nada más marcharse el médico, Zelda le dio una patada a un taburete.
- Pero que mierda de médico, eso es un matasanos.
- El "frío en las entrañas" es incurable, Zelda. – la voz de Leclas sonó lúgubre. –Pero tú y yo conocemos un remedio muy eficaz...
Link y Zelda se miraron de reojo.
- En Sharia, había personas que lo cogían. Para curarles, el médico hacía un remedio con agua de la fuente del hada que había cerca de la ciudad, pero se acabó secando. Quizá la fuente del hada que hay en el Bosque Perdido pueda curarla.
